Ópera en América Ópera en Canadá por Daniel Lara sobre la escena, Michael Schade no pareció nunca entender ni importarle demasiado lo que estaba sucediendo en el escenario y sólo se dedicó a hacer lo que mejor sabe: cantar. Sin el brillante color de antaño pero de una gran madurez vocal, su Don Ottavio fue todo un dechado de virtuosismo vocal, destacando en particular por su perfecto estilo mozartiano, su solvencia técnica a la hora de enfrentar las coloraturas y una elegancia suprema para conducir las frases. Andrea Silvestrelli hizo un Comendador —aquí una suerte de jefe de familia mafiosa que se paseó incluso después de muerto por el escenario— de primer orden, con una voz generosa y de rico esmalte que impuso gran autoridad a su parte. Zachary Nelson resultó un Masetto de interesantes medios vocales y gran entrega escénica. Russell Braun como Don Giovanni en Toronto Foto: Michael Cooper Don Giovanni en Toronto Febrero 6. Fue de lamentar que la descabellada, rebuscada y pretenciosa producción escénica que el delirante Dmitri Tcherniakov subió a escena de esta ópera mozartiana en la Canadian Opera, terminara llevándose puesto un elenco que en otras manos seguramente hubiese podido brillar mucho más. La propuesta de Tcherniakov primero reinterpretó la acción, situándola en un espacio único —un elegante y coqueto salón de una mansión aristócrata al mejor estilo “Downton Abbey”—, luego desvirtuó el orden narrativo del libreto y finalmente eliminó las profundas divisiones de clases que hacen que el libertino se conduzca del modo en que lo hace, reordenando el elenco de personajes como miembros de una misma familia en cuyo seno tiene lugar toda la acción. El nuevo y original formato tornó la trama incongruente y fingida y rompió la teatralidad natural de la misma condenándola a un total sinsentido del que cual nunca quedó del todo claro cuáles fueron las verdaderas intenciones del regista detrás de todo este descalabro. De las voces femeninas, la Donna Anna de Jane Archibald fue el personaje mejor logrado tanto en lo vocal como en el actoral. No obstante cierto comienzo dubitativo y un timbre que en principio parecía muy ligero para el rol, la soprano canadiense supo imponerse haciendo gala de una voz dúctil, de cuidada línea de canto y depurada técnica que le permitió sin dificultad sortear las agilidades que le impuso la partitura. Una gran sorpresa dio Jennifer Holloway, una muy convincente Donna Elvira de seductor color vocal y gran expresividad. De gran potencial y con un futuro prometedor, Sasha Djihanian fue una carismática Zerlina de voz fresca y perfectamente conducida. Desde el foso, Michael Hofstetter contribuyó con su lectura de poco vuelo, uniforme y rutinaria a que las dos horas y media de duración de la ópera parecieran una eternidad. Samson et Dalila en Montreal Enero 27. De una pobreza extrema resultó la nueva producción de la ópera de Camille Saint-Saëns con la cual la Ópera de Montreal rindió tributo a sus 35 años de existencia. Y es que apostar sólo al hecho del debut de Marie-Nicole Lemieux en la parte de Dalila no resultó suficiente para llevar a escena una ópera que requiere El elenco nunca pareció cómodo con las exigencias de la dirección de escena y esta situación probablemente condicionó su desempeño vocal. A cargo del rol protagonista, Russell Braun se entregó en cuerpo y alma e hizo una composición escénica magistral de un Don Giovanni brutalmente excesivo, nada sensual y siempre atento a tentar a los demás protagonistas. Salvo por algunos muy logrados acentos en su canto, la voz del barítono canadiense resultó demasiado lírica para el personaje: le faltó peso y colores y estuvo excesivamente matizada. Siguiendo a la perfección las indicaciones del Tcherniakov, Kyle Ketelsen compuso un Leporello —en esta versión un pariente del comendador que vive también en su casa— de consumadas dotes histriónicas y atractivos recursos vocales que se apoderó de la atención del público en cada una de sus intervenciones. Monolítico mayo-junio 2015 Escena de Samson et Dalila en Montreal pro ópera al menos de un despliegue que esta compañía no pareció estar ni siquiera cerca de poseer. El mayor fiasco de la noche lo dio la despojada producción escénica, que intentó infructuosamente sólo valiéndose de proyecciones en dos muros móviles, de contener y darle marco al desarrollo de la acción. Y no es que este medio no pudiese por sí mismo resultar eficaz: el problema fue que la compañía Circo de Bakuza, especializada en eventos deportivos y a cargo del espectáculo visual, no demostró tener la menor idea de cómo hacerlo. En medio de todas estas proyecciones, la labor del regista Alain Gauthier terminó diluyéndose y se vio muy poco teatro en las marcaciones tanto de los solistas como de las masas corales. La cereza del postre fueron la bacanal del tercer acto, donde el público debió conformarse con mirar imágenes proyectadas de un ballet, puesto que evidentemente la compañía no tenía presupuesto para contratar bailarines a tal efecto, y la ausencia de todo efecto teatral para marcar la destrucción del templo hacia el final de la ópera. ¡Una vergüenza! Vocalmente, las cosas no anduvieron mucho mejor. El correctísimo tenor alemán Endrik Wottrich, más allá de un agudo sólido y bien proyectado y un francés impecable, poco pudo ofrecer al rol del líder del pueblo de Israel. De escaso volumen, su voz se perdió en aquellas ocasiones en las que tuvo que desafiar tanto al coro como a la orquesta, lo que restó autoridad a una prestación que nunca logró imponerse. Así y todo obtuvo cierto lucimiento en el aria ‘Vois ma misère. Hélas!’, donde hizo gala de gran refinamiento y cierta expresividad, lo que le permitió salvar una caracterización con más penas que glorias. A Lemieux debe concedérsele “el atenuante” de que se trató de su primera incursión en la parte de la seductora filistea Dalila, y así justificar una composición con momentos vocalmente sublimes de línea y riqueza vocal —como en su entrada en el primer acto y en el aria ‘Mon coeur s’ouvre à ta voix’— y otros donde resultó harto aburrida y tan seductora como la Enciclopedia Británica. No obstante, es la única que demostró poseer sobradamente el capital vocal necesario para su parte. Del resto de los interpretes destacó con luz propia el sumo sacerdote del siempre solvente Gregory Dahl, quien lució una voz bien manejada que le dio bellos momentos de canto a la representación. Olvidable resultó Philip Kalmanovitch como Abimélech mientras que con oficio Alain Coulombe dio vida a un viejo hebreo de gran corrección. El coro —al cual no le hubiesen venido nada mal algunos refuerzos y algo más de preparación— cumplió con lo justo su cometido. La Orquesta Sinfónica de Montreal sonó de manera excelente. JeanMarie Zeitouni hizo una lectura musical de gran finura, buena concertación y mucho carácter que conformó más allá de ciertos excesos en el volumen que complicaron el trabajo de los cantantes. Die Walküre en Toronto Febrero 7. Apabullante de calidad, la reposición que la Canadian Opera Company llevó a cabo de Die Walküre de Wagner mostró una vez más el nivel que ha alcanzado la que sin duda puede ser considerada como la más importante compañía de ópera canadiense y una de las más importantes en Norteamérica. Musicalmente hablando, en este resultado mucho tuvo que ver la dirección musical de Johannes Debus, quien hizo que abundaran los momentos de excelencia al frente de una orquesta a la que pro ópera Christine Goerke como Brünnhilde en Toronto Foto: Michael Cooper sabe transmitirle toda su inspiración y de la que logró extraer gran variedad de colores, un rico y fluido sonido legato y gran expresividad musical. Todo esto, siempre en su justa medida y cuidando de nunca romper el equilibrio musical entre los cantantes y el foso. Los cantantes conformaron un homogéneo conjunto vocal en el que todos brillaron y demostraron gran afinidad con sus respectivas partes. En lo que a las voces femeninas concierne, la gran triunfadora de la noche fue Christine Goerke, quien impuso una intensa y comunicativa Brünnhilde de excelso vocalismo, deslumbrando tanto por sus incisivos, bien timbrados y generosos agudos, como por sus graves de bello color y profundidad, así como también por su capacidad para el canto piano y matizado gracias a una sólida y segura técnica. En el mismo nivel de calidad, Heidi Melton compuso una Sieglinde de voz cristalina, brillante y sensual, de elocuente fraseo con una línea de canto sublime. No les fue en zaga Janina Baechle, quien caracterizó una tediosa Fricka de bellísima presencia escénica, gran intensidad interpretativa y una voz rica en ambas extremidades de la tesitura. De las voces masculinas, mereció destacarse especialmente al muy prometedor tenor Issachah Savage, quien debió reemplazar a último minuto a un enfermo Clifton Forbis y quien se hizo de un mereció triunfo personal componiendo un Siegmund pletórico de heroísmo, gran emoción en el fraseo y cuya voz dúctil, robusta e infatigable encontró en la parte del hermano welsungo un terreno particularmente propicio donde lucirse. Dotado de una fuerte presencia dramática y una impresionante y sólida autoridad vocal, Johan Reuter encarnó un Wotan pleno de humanidad y ternura, que conmovió hasta las lágrimas con un ‘Leb’wohl, du kühnes…’ de manual en su despedida de la desobediente hija. Por último, Dimitry Ivashchenko se impuso como un malévolo Hunding de grato timbre aunque un tanto avaro de matices. No obstante ubicar la acción en medio de los escombros de un campo arrasado por la guerra, la puesta en escena firmada por Atom Egoyan resultó muy coherente y adecuada para el desarrollo de la acción. Tanto el rico vestuario firmado por Michael Levine como el estudiado tratamiento lumínico de David Finn aportaron calidad a una propuesta escénica que puede calificarse de innovadora e inteligente. o mayo-junio 2015