ópera en el met

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ÓPERA EN EL MET
Escena de Die Fledermaus
Foto: Ken Howard
Febrero 15. Para su gala de fin de año de la actual temporada 201314, el Metropolitan Ópera presentó con toda la pompa imaginable
una nueva producción escénica de El murciélago de Johann Strauss
Jr., encomendando la dirección escénica y los textos cantados
en inglés al talentoso escritor, traductor, arreglador musical,
compositor y libretista británico Jeremy Sans y la ampliación
de los textos hablados al dramaturgo americano Douglas Carter
Beane, quienes llevaron a cabo un trabajo remarcable que los
coronó como las grandes figuras de la representación.
Vocalmente las cosas no anduvieron todo lo bien que se hubiese
deseado. De las voces masculinas, quien se llevó todos los laureles
de la representación fue Paulo Szot, quien compuso un chistoso
Dr. Falke de gran carisma escénica y deslumbrante vocalidad que
concentró toda la atención en cada una de sus intervenciones.
Consumado hombre de teatro, el barítono brasileño fue el único
capaz de extraer de sus diálogos todo el potencial requerido por
su parte sin resultar en ningún momento sobreactuado y luciendo
siempre una voz de gran calidad, intachable musicalidad y
naturalidad. No le fue en zaga el enamoradizo tenor Alfred del
vocalmente exultante Michael Fabiano, quien le sacó brillo a la
parte gracias a unos medios vocales robustos, bien timbrados, de
agudos de acero y cuidada emisión. Como actor también su labor
mereció ser destacada.
Siempre con sede en la ciudad de Viena, la escenografía que firmó
Roberto Jones trasladó la acción a la noche del 31 de diciembre de
1899, deslumbrando por los bellísimos y coloridos decorados art
nouveau de la casa de los acomodados von Einsenstein, así como
por el rico y elegante salón de baile del palacio del excéntrico
príncipe ruso Orlovsky, donde con gran efecto colocó una enorme
versión invertida de la cúpula de oro del edificio de la Secesión
vienesa. Tanto la dirección de escena de los intérpretes y del coro,
así como las coreografías de los bailarines no pudieron ser mejor
cuidadas, ni más efectivas. Ambos elementos le agregaron aun más
jerarquía a un espectáculo visualmente inmejorable.
Finalmente, el Gabriel von Eisenstein de Christopher Maltman
no pareció del todo cómodo en la tesitura de la parte, sobre todo
en sus incursiones en la zona aguda, donde su voz tendió a perder
el color y a sonar un tanto forzada. Así y todo, su desempeño
general puede ser juzgado de más que correcto y en ello mucho
contribuyó tanto la belleza de su voz en los pasajes más liricos,
como la ductibilidad y el refinamiento que pasó de manifiesto en
su interpretación. Exacerbadamente gay, el príncipe Orlovsky
del contratenor Anthony Roth Constanzo mostró efectividad
vocal pero hubo de lamentarse que su desempeño general se
viera empobrecido por una caracterización sobreactuada y payasa
por Daniel Lara
Die Fledermaus
mayo-junio 2014
pro ópera
impuesta por el director de escena que más que sumar, restó.
El elenco femenino fue francamente para el olvido. Bien
intencionada y poseedora de buenas dotes histriónicas para
defender la parte, Susanna Philips corrió de un lado al otro del
escenario, bailó y defendió a capa y espada una caracterización
loable sólo en lo escénico de la vengativa Rosalinda. En lo vocal,
a pesar de lucir una voz redonda y bien esmaltada, no convenció.
Los agudos, cuando no sonaron forzados, fueron cortos y la
coloratura fue menos que aproximativa, lo que en sus famosas
‘Csardas’ quedó bien en evidencia. No le fue mucho mejor a la
Adele de timbre metálico y coloratura mecánica e inexpresiva de la
extremadamente sobreactuada Jane Archibald, quien no obstante
brilló en su aria del segundo acto y por sobre todo en la del tercer
acto, donde se le oyó muy por encima de lo que fue su labor
general en el resto de la ópera.
De los personajes secundarios, Mark Schowalter y Betsy Wolfe
le dieron buenos momentos a la velada interpretando al Dr. Blind
y a Ida respectivamente. Y un rotundo éxito obtuvo el comediante
Danny Burstein a cargo de la parte del carcelero Frosch, quien
divirtió a más no poder a un público con muchos deseos de
reírse —sin importar de qué— con un monólogo que pareció no
terminar nunca. Al coro de la casa se le oyó muy bien preparado
por el siempre eficiente Donald Palumbo. A cargo de la vertiente
musical, la batuta experta de Adam Fisher ofreció una lectura bien
colorida, dinámica e inspirada de la partitura de Strauss II, pero por
sobre todo plena de carisma y estilo.
Prince Igor
Febrero 17. Cuesta creer que la monumental obra maestra
del compositor Alexander Borodin, y uno de los títulos más
importantes del repertorio ruso, sólo haya subido a la escena del
Met en una sola ocasión y hace de esto ya casi un siglo. Por esta
razón, el máximo coliseo neoyorquino le hizo justicia a Prince
Igor, presentando un espectáculo de nivel de calidad superlativo en
una nueva producción escénica encomendada al destacado director
de escena Dmitri Tcherniakov y con un elenco vocal donde los
cantantes brillaron del primero al último.
La edición musical y escénica dirigida por Tcherniakov en
colaboración con Giannandrea Noseda y presentada en esta
ocasión descartó las interpolaciones orquestales llevadas a cabo
por Glazunov y Rimsky-Korsakov, buscando adentrarse en lo más
profundo de la música de Borodin y haciendo foco más en el perfil
psicológico de los personajes que en el contexto histórico en el que
tiene lugar la acción.
A cargo del protagónico, quien mejor partido sacó de esta edición
revisada fue Ildar Abdrazakov quien, despojado de la autoridad
histórica del personaje —para la cual vocalmente está aún muy
verde— pudo retratar con mucha solvencia la psicología de su
personaje frente a las vicisitudes que le plantó la trama. Su Igor,
Príncipe de Putivl, apuntó sobre todo a los pequeños detalles en su
trabajo de composición. Su caracterización realzó mucho más la
angustia y la desdicha en su rol de padre o marido que como líder
político. Supo sacar gran partido de los momentos más liricos de
su parte, donde lució una voz ricamente dotada, uniforme tanto de
color como de volumen, y de refinamiento memorable. Quizás la
maduración de sus dotes vocales y la frecuentación de su personaje
le den la autoridad que el personaje requiere y que en esta ocasión
todavía supieron a poco.
Del resto de las voces masculinas, tanto Mikhail Petreko
como Stefan Kocan tuvieron un desempeño notable como el
príncipe Galitsky y Khan polovtsiano Konchak, respectivamente,
exhibiendo voces bien timbradas, redondas en todos los registros
y potentes fraseos. Debutando en la casa, una grata sorpresa dio
Sergey Semishkur quien como Vladimir Igorevich mostró un
interesante patrimonio vocal, con una línea de canto inmaculada
y agudos brillantes y seguros con los que defendió con autentico
virtuosismo su amor por Konchakovna. Un lujo desmedido
fue contar con Vladimir Ognovenko y con Andrey Popov
interpretando las partes de los soldados Skula y Yeroshka.
En lo que a voces femeninas respecta, la debutante en la casa
Oksana Dyka prestó a su composición de Yaroslavna una voz
potente, robusta, de interesante toque spinto que cinceló con
gran temperamento y convicción, cualidades que le fueron a la
perfección a la parte de la esposa del protagonista. Superlativa, la
mezzo Anita Rachvelishvili hizo temblar la casa con su amplio
registro, la potencia de su voz de rico esmalte y su torrencial
volumen interpretando sin macula la parte de Konchakovna.
El coro de la casa supo aprovechar cada uno de los numerosos
momentos de lucimiento que le ofreció la partitura para mostrar el
altísimo nivel vocal que atraviesa. Fue el más aplaudido y puede
afirmarse que se llevó los laureles de la velada. Desde el foso, y en
un repertorio en el que se mueve como pez en el agua, el maestro
Noseda demostró en todo momento su autoridad y profesionalismo
con una lectura vibrante, precisa y excelentemente concertada de la
partitura cuidadosa al extremo del estilo del compositor ruso.
Ildar Abdrazakov como el Príncipe Igor
Foto: Cory Weaver
pro ópera
La producción escénica de Tcherniakov trasladó con muy buen
criterio la acción a la Rusia de inicios del siglo XX. De modo muy
efectivo se sirvió de videos en los cambios de escena para darle
continuidad a la acción de cuanto se narraba sobre el escenario.
Buena parte de la ópera tuvo lugar en una sala de dos pisos —
posteriormente destruida—, con la sola excepción de la escena de
la danzas polovtsianas que se desarrollaron en medio de una campo
mayo-junio 2014
John Relyea y Renée Fleming en Rusalka
repleto de amapolas. El cuerpo de baile se lució con la moderna
coreografía de Itzik Galili mientras que el coro lo hizo desde los
palcos laterales.
El público disfrutó estoicamente las cuatro horas que duró el
espectáculo y aplaudió a más no poder uno de los más atractivos
espectáculos en lo que va de la actual temporada.
Rusalka
Febrero 12. Muy popular entre el publico de Met, una vez mas
subió a la escena de esta casa Rusalka del compositor checo
Antonin Dvorák en la bellísima y nunca lo suficientemente
ponderada ultra producción escénica del desaparecido director
austriaco Otto Schenk. Por cuarta vez sobre este mismo escenario
—un poco de variedad no les vendría mal a los directivos del
Met— y en una de sus caracterizaciones más destacadas, Renée
Fleming volvió a asumir el personaje de la enamorada sirenita con
la misma frescura, sabiduría musical y refinamiento de siempre.
Rozando en no pocas ocasiones lo sublime, la soprano americana
fue una ondina perfecta desde todo punto de vista. Vocalmente
pletórica, Fleming fue todo un dechado de virtudes: línea de canto,
estilo, control técnico… La voz, con el paso del tiempo, ha ganado
en madurez y profundidad, lo que favoreció muchísimo a darle
tintes dramáticos a una caracterización que en todo momento fue
creciendo en intensidad. La frecuentación del personaje mucho
contribuyó a hacer de su soberbia composición actoral otro de
los puntos a destacar de su muy meritorio trabajo general. Como
mayo-junio 2014
era de esperarse, y por la expresividad con la afrontó su relato en
la famosa aria de “Invocación a la luna”, Fleming se ganó una
ovación que hizo temblar el teatro y que sólo sería el preámbulo
del enamoramiento que el publico habría de manifestar hacia la
diva americana durante toda la ópera.
Excelente sea posiblemente el adjetivo más adecuado para
caracterizar la labor de Piotr Beczala, quien dio vida a un
entregado príncipe vocalmente inmenso y extremadamente bien
plantado sobre la escena. La maratónica escritura de su parte le
permitió lucir una voz cálida, agudos siempre seguros, brillantes,
potentes y bien encauzados que, sumados a un fraseo soñado,
hicieron de la parte un deleite para los oídos. Su prestancia
y dominio de la escena fueron otros de los muchos puntos
destacables de su muy lograda caracterización.
No obstante las expectativas generadas por el debut de la soprano
americana Emily Magee como la princesa extranjera, el resultado
apenas si conformó. Indiscutiblemente, sus medios vocales son
importantes, pero la parte no pareció ser en absoluto apropiada
para ella. En los pasajes líricos su canto tuvo momentos sublimes,
pero también muchos en los cuales no logró superar el volumen de
la orquesta. En la escena resultó fría como el hielo y no asustó a
nadie.
El gnomo del agua de John Relyea, a pesar de un inicio titubeante
y almibarado, en el cual su voz fue insuficiente en el registro
grave, a medida que fue transcurriendo la ópera pudo revertir la
pro ópera Javier Camarena (Elvino) y Diana Damrau
(Amina) en La sonnambula
Foto: Marty Sohl
situación y llevar a buen puerto una caracterización que con sus
más y sus menos pudo ser considerada de solvente. Muy celebrada,
un comentario al margen mereció la indestructible veterana
mezzosoprano americana Dolora Zajick, quien no obstante
haberse anunciado enferma hizo una bruja Jezibaba de apabullante
vocalidad e imponente presencia escénica que se comió al resto de
los intérpretes cada vez que paseó su figura por el escenario.
Completaron el elenco las ninfas de Disella Larusdottir, Renée
Tatum y Maya Lahyan, quienes llevaron a cabo un muy
profesional desempeño. Un lujo desmedido fue contar con Juie
Boulianne en la intrascendente parte del chico de la cocina. Al
coro estable a cargo de Donald Palumbo se le escuchó sólido
y bien preparado. Desde el foso, tanto Yannick Nezet-Séguin
como Paul Nadler —en su reemplazo la última noche— buscaron
y lograron resaltar cada uno de los muchos detalles de una
partitura que conjuga la madurez de la música Dvorák, con raíces
folklóricas checas y con una notable influencia wagneriana.
La ultra conservadora puesta en escena que hace poco más de una
década firmó Schenk con su ambiente de “cuento de hadas para
adultos” no dejó nada librado al azar y situó no sin mucha magia
e inteligencia la acción tal y como lo indica el argumento “en un
lugar y época legendarios”. El rico vestuario de Sylvia Straammer
y la lograda escenografia Gunter Schneider-Siemssen fueron las
guindas del postre de una producción que rebosa de buen gusto y
sentido teatral y que sobre todo es coherente con el libreto.
pro ópera
La sonnambula
Marzo 29. En el ambiente de las bambalinas de un ensayo para
la ópera La sonnambula tuvo lugar esta reposición de la ópera
de Bellini en una producción escénica de la directora Mary
Zimmermann que regresó con un elenco soñado que capitanearon
la dupla Damrau-Camarena.
Como la joven huérfana Amina, Diana Damrau debutaba el papel
sobre el escenario del Met y para la ocasión concibió su personaje
con gran humanidad, sensibilidad y mucha vulnerabilidad. Su
composición de la joven enamorada conmovió por la riqueza de
recursos que puso en juego para recrear cada uno de los cambios
psicológicos que el drama le deparó a la protagonista. En lo vocal,
la intérprete se impuso por unos medios de gran ductibilidad que
manejó con seguridad técnica. Su messa di voce en el aria ‘Come
per me sereno…’ fue de ensueño y su coloratura tanto en ‘Sovra
il sen la man mi posa…’ como en la cabaletta final ‘Ah, non
giunge…’ fueron perfectas y dieron cátedra de consumada técnica.
Damrau mostró su gran estado físico saltando y poniéndose cabeza
abajo en varias ocasiones, contribuyendo de este modo a que la
fiesta fuese total.
Como Elvino y en una partitura en la que se encontró
absolutamente cómodo, Javier Camarena no se quedó atrás.
El tenor mexicano hizo una composición sin mácula, delicada
y totalmente entregada del confundido enamorado de Amina,
luciendo en todo momento una voz virtuosa de importante caudal y
mayo-junio 2014
Werther
Jonas Kaufmann (Werther) y Sophie Koch (Charlotte)
Foto: Ken Howard
un timbre brillante. Su canto cálido y bien fraseado le dio muchos
grandes momentos durante la ,noche como sucedió en el aria
‘Tutto e sciolto...’, todo un ejemplo de auténtico y cuidado estilo
belcantista. ¡Bravo!
Una grata sorpresa dio el tenor Taylor Stayton quien, como Elvino
en la última representación de la ópera, supo salir al ruedo con una
medios muy destacables que le auguran un prometedor futuro.
El basso cantante italiano Michele Pertusi, a cargo del rol del
ambiguo Conde Rodolfo, cantó con gran autoridad, cuidado
estilo y gran nobleza de acentos. Excelente, la coqueta y
envidiosa Lisa de Rachelle Durkin, quien además de cantar
con mucha desenvoltura hizo reír a más no poder al público con
su histrionismo, rivalizando con Amina por el amor de Elvino.
Olvidable, el Alessio de Jordan Bisch, a quien se le oyó poco y,
cuando se lo escuchó, se deseó no oírlo.
En los roles de Teresa, la madre adoptiva de Amina, y del notario,
los siempre profesionales Elizabeth Bishop y Bernard Fitch
resultaron convincentes en las composiciones de sus partes
respectivas. Un gran aporte de calidad hizo el coro de la casa,
dirigido por Donald Palumbo. Desde el foso, Marco Armiliato
dirigió con gusto, con tiempos exacerbadamente lentos y
particularmente atento a coordinar la labor de los cantantes y la
orquesta.
Desde su estreno “ha pasado tanta agua bajo el puente” del Met
que la visión de la regista Zimmermann resultó más digerible que
antaño, a pesar que aún hoy es difícil de tragar. Sólo el vestuario
hacia el final hizo referencia al pueblito suizo donde tiene lugar
la acción, según el libreto. Daniel Ostling firmó una escenografía
que sirvió a la perfección a los requerimientos de Zimmermann
y lo mismo puede decirse del vestuario de Mara Blumenfeld.
Las cuidadas marcaciones tanto de las masas corales como de
los solistas, sumado al carisma de la dupla Damrau-Camarena,
completaron un espectáculo que todo el público disfrutó. Hubo
ovaciones para todos y cada uno de los cantantes en los saludos
finales.
mayo-junio 2014
Febrero 18. De un gran triunfo personal se hizo el tenor alemán
Jonas Kaufmann en su regreso al Met interpretando al enamorado
Werther, por primera vez sobre el escenario de esta casa. Como
el protagonista de la ópera de Massenet, Kaufmann sedujo al
oyente desde la primera a la última nota, ya sea por la sabia
administración de sus recursos naturales, la flexibilidad de su voz
oscura y viril o la calidad magistral de su inmaculado fraseo, todo
ello unido a una vehemencia interpretativa no apta para cardiacos.
Su invocación a la naturaleza —ni bien iniciada la opera—, fue
toda una lección de legato perfecto, noble fraseo y depurada
técnica que le permitió hacer gala de sinnúmero de mezze voce y
pianissimi que demuestran por qué el tenor alemán es considerado
ya uno de los mejores y mas versátiles cantantes de la actualidad.
A medida que fue avanzando la ópera, Kaufmann fue coloreando
su canto con tintes más dramáticos que definirán la psicología del
apesadumbrado personaje, que presagiarán su trágico destino. Su
‘Lorsque l’enfant revient d’un voyage’ fue uno de los momentos
de mayor intensidad vocal y fuerza emotiva, que sólo fue superado
por su ‘Pourquoi me réveiller’ sin mácula, con la cual terminó
de meter al público en el bolsillo y se ganó la ensordecedora y
delirante “standing ovation” que le prodigó el público una vez
caído el telón. ¡Bravo!
En un tardío pero muy destacado debut, Sophie Koch fue una
partenaire excepcional, asumiendo con especial e inmejorable
brillo la parte de la enamorada de Werther. Su Charlotte destacó
por la maestría con la que condujo una voz ricamente dotada
y versátil, de bello y sensual color —sobre todo en las notas
centrales—, y su siempre imponente presencia escénica. Su
caracterización fue creciendo hasta culminar en una escena de las
cartas absolutamente antológica.
No pasó nada desapercibido la labor del barítono David Bizic,
quien también hizo su debut esta misma noche en la casa y quien
aportó gran solidez vocal en su composición de Albert, el marido
de Charlotte. Muy celebrada, Lisette Oropesa fue una Sophie
idónea y cautivante, con una voz de rico lirismo, ágil a la hora
de enfrentar las saltos de la tesitura y muy compenetrada en la
caracterización de su parte. El barítono Jonathan Summers
prestó sus interesantes medios vocales para construir al padre de
Charlotte con mucha solidez y cuidada dicción.
Importante sostén de la noche, la dirección musical de Alain
Altinoglu, todo un especialista en música francesa, estuvo a
cargo de los cuerpos estables de la casa, y consiguió una lectura
detallista, intensa y plena de expresividad de una partitura a la que
supo extraer todo el dramatismo y tensión requerida, sin caer en
manierismos, siempre con el volumen adecuado y en total sintonía
con cuanto sucedía en la escena.
La nueva producción escénica, firmada por Richard Eyre, fue
bastante conservadora en general, y ambientó la acción en el
siglo XIX en el momento del estreno de la obra. La escenografía
tuvo buen ritmo y, mediante la utilización de videos, logró la
continuidad entre las escenas. Las minuciosas marcaciones de los
solistas también merecieron elogios. Único punto discutible de
la producción: el deseo de Eyre por explicar todos los episodios
que anteceden la trama y que lo llevan a escenificar la muerte de
la madre de Charlotte y su cortejo fúnebre durante el preludio del
primer acto; algo absolutamente prescindible, teniendo en cuenta
que el texto hace suficientes alusiones para que el oyente comprenda
lo que ha sucedido. Lo que abundó, en este caso, dañó. o
pro ópera 
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