Ópera en El MET La bohème Octubre 28, 2010. Contra todos los pronósticos, un gran éxito se apuntó el primer reparto que tuvo a su cargo subir a escena la reposición de la omnipresente producción del popular título de Puccini en esta nueva temporada del Metropolitan Opera. En términos generales, la elección del elenco no pudo ser más homogénea ni más competente, ya que todas las voces resultaron espléndidas y adecuadísimas para sus partes, dotando a la reposición de una energía y un entusiasmo que no tardó en transmitirse al público asistente. En un nivel superlativo de vocalidad, ya desde su entrada dominó la escena el tenor italiano Vittorio Grigolo, quien sedujo por la pasión, la elegancia y la entrega con la cual se lanzó a componer la parte del poeta Rodolfo, más allá de una técnica vocal no todo lo depurada que se desearía. Su aria ‘Che gelida manina…’ le permitió lucir un bellísimo y matizado timbre lírico, un fraseo de ensueño y unos agudos firmes y bien proyectados que provocaron delirio y que sólo serían el puntapié inicial de una caracterización que iría superándose a sí misma a medida que fue transcurriendo la ópera. No le fue en zaga la Mimì de impecables cualidades vocales y estilísticas de la soprano Maija Kovalevska, quien con mucha inteligencia supo sacarle provecho a una parte que le calzó como anillo al dedo y a la cual arropó diligentemente tanto en lo vocal como en lo dramático. A la soprano originaria de Latvia su momento de gloria le llegó con el aria ‘Donde lieta uscì’, donde a un canto mayúsculo se unió una sentida expresividad que obligó a más de uno a sacar su pañuelo. Una grata sorpresa significó el debut de la soprano americana Takesha Meshé Kizart quien, a cargo de la parte de Musetta y sustituyendo a la originariamente prevista Kristine Opolais, tuvo un desempeño vocalmente irreprochable y dejó a todos con ganas de mucho más canto. Con mucho gusto, el barítono italiano Fabio Capitanucci delineó un muy sólido Marcello de voz robusta, bien timbrada, y gran musicalidad, causando la mejor de las impresiones. Por su parte, el joven barítono americano Edward Parks obtuvo un lucimiento poco común dentro de lo reducidas posibilidades que le brindó la parte del bohemio músico Schaunard. Completó el elenco de bohemios, el bajo chino Shenyuang quien, con un timbre noble, gran autoridad y contundencia en los graves descolló interpretando un filósofo Colline soberbio desde todo punto de vista. El veterano bajo Paul Plishka mostró cuanto oficio es aún capaz de ofrecer e hizo descostillar de la risa a la asistencia en su doble caracterización de Benoit y Alcindoro. El coro de la casa tuvo una excelente noche y una vez más dio muestras del excelente nivel en el que se encuentra desde que el maestro Donald Palumbo ha asumido su dirección. Desde el foso, el director italiano Roberto Rizzi Brignoli hizo una lectura musical de cuidada concertación y gran fuerza dramática, siempre atento a extraer de la orquesta los ricos matices y refinamientos que la partitura de Puccini ofrece. En medio de muchos rumores que hablan de su futuro reemplazo, la producción escénica firmada hace ya varias décadas por el director italiano Franco Zeffirelli, símbolo de la grandeza de la compañía, continúa deslumbrando como el enero-febrero 2011 Vittorio Grigolo (Rodolfo) y Maija Kovalevska (Mimì) Foto: Marty Sohl primer día por la riqueza de sus detalles, su cuidada estética y un sentido del teatro puesto en evidencia en la dirección de los cantantes, del que van quedando muy pocas muestras hoy en día. por Daniel Lara Boris Godunov Octubre 25, 2010. Toda la expectativa imaginable rodeó la nueva producción escénica que el Met hizo de la ópera cumbre del compositor ruso Modest Mussorgsky. Y no fue para menos, teniendo en cuenta que la caracterización del rol protagónico fue encomendada al bajo alemán René Pape y la dirección de la vertiente musical del espectáculo, a Valery Gergiev. El resultado estuvo a la altura de lo esperado. Vocalmente, a Pape la parte del apesadumbrado zar ruso lo mostró en todo su esplendor vocal, y confirmó el nivel de excepcionalidad de quien puede ser considerado uno de los artistas más completos con los que cuenta el mundo de la lírica actual. Imponente, dúctil, portadora de una intensa expresión y gran comunicación, la voz de Pape tuvo en su caracterización de Boris la inflexión justa, el matiz más adecuado y el efecto dramático necesario para que la turbación y la angustia imperante en el zar pudiesen exhibirse sin necesidad de recurrir ni a la exageración, ni a un fraseo ampuloso. Con una autoridad indiscutible, su Boris no buscó la espectacularidad sino que prefirió ahondar en la psicología del personaje, buscando pro ópera reflejar con todos los matices posibles la conciencia culpable y atormentada del zar. La otra figura de la noche fue el tenor Aleksandrs Antonenko, quien con descomunal solidez vocal y gran temperamento concibió un Grigori de alto vuelo. Tanto el bajo Mikhail Petrenko como el bajo-barítono Evgeny Nikitin brillaron por la impecable línea de canto y la convicción con la que compusieron al monje Pimen y al sacerdote Rangoni, respectivamente. No fue menos el bajo Vladimir Ognovenko, quien como Varlaam hizo alarde de medios caudalosos y de gran extensión. Muy en papel, el barítono Alexey Markok cantó un remarcable Schelkalov y tenor Oleg Balashov delineó un príncipe Shuisky sin mácula. Muy aplaudido, Andrey Popov hizo toda una creación de la patética figura del idiota. La mezzo-soprano rusa Marina Semenchuk fue una Marina elegante y seductora que, si bien cumplió, mostró varios colores diferentes en su voz, una articulación no del todo clara y no pocas deficiencias técnicas a resolver. Por su desenvoltura y dignidad en la composición de la posadera, bien merece un halagador comentario la veterana soprano Olga Savova. El resto de los personajes solistas fueron cubiertos con profesionalismo y solvencia por elementos locales y artistas provenientes del elenco del Marinsky. Ovacionadísimo, el coro del Met, a cargo de Donald Palumbo, lució un encomiable nivel, destacando fundamentalmente por su gran equilibrio y afinación. Como no podía ser de otro modo, Gergiev se movió como pez en el agua en una obra que conoce hasta en su más mínimo detalle, y recreó con intensidad la atmósfera musical de la ópera, prestando particular atención a la riqueza de colores y resaltando la opulencia cromática de la partitura de Mussorgsky. La labor de Stephen Wadsworth a cargo de la dirección escénica tuvo en general mucha coherencia y construyó sin altibajos el marco en el cual se desarrolló la trama. En su labor primó lo simbólico: la escena de la coronación, sólo por dar un ejemplo, con sus hileras de campanas, transmitió con contundencia el mensaje deseado y la atmosférica ambientación rusa del mismo modo que antaño lo hicieron las recargadas producciones de la casa. Los puntos más discutibles de la producción resultaron en primer lugar, el plantear la acción como si se tratara de un drama doméstico y no como una “gran ópera”, con todo lo que ello supone; en segundo lugar, el modo en el cual Wadsworth delineó visualmente las características psicológicas de algunos personajes —como el de Marina o Rangoni— cuando la música ya lo está diciendo todo. El bellísimo vestuario de Moidele Bickel y el cuidado tratamiento lumínico de Duane Schuler contribuyeron de un modo decisivo al gran recibimiento que el público propinó a la producción escénica. por Daniel Lara Les contes d’Hoffmann Sábado 2 de octubre, 2010. Matinée en el Met. Se presentó la conocida y aclamada última obra de Jacques Offenbach: Los cuentos de Hoffmann. La producción de Bartlett Sher con escenografía de Michael Yeargan es un despliegue de elementos entremezclados de realismo al estilo de principios del siglo XX René Pape como Boris Godunov Foto: Ken Howard pro ópera enero-febrero 2011 y de fantasía de tintes psicológicos. La dinámica escénica no terminó de convencer en más de algún aspecto, ya que entre los pincelazos de locura existen acciones no justificadas que no se terminan de entender, si bien la producción, en general, no desmerece. La iluminación de James Ingalls y los vestuarios de Catherina Zuber terminaron de vestir la aplaudida puesta. Desde el foso, Patrick Fournillier dirigió con claroscuros… más oscuros que claros. En realidad marcó tiempos, pero más allá de ello no hubo indicio de interpretación, énfasis en momentos o intento de colaborar con los cantantes; sencillamente pasó desapercibido. El coro mereció estrellita en la frente, a pesar de la desangelada batuta. Hablando de los solistas, la Olympia de Anna Christy, aunque profusamente aplaudida, no fue más allá de ser una fábrica de agudos —claro, requeridos por el papel—, pero que fueron empañados por un fluctuante vibrato que impidió saber si intentaba florituras, o si nada más vibraba junto con el resto de la capretina emisión. Su fiato fue insuficiente todo el tiempo, y eso la obligó a abortar cualquier intento de fraseo elegante. La Antonia y la Stella de Hibla Gerzmava fueron correctas, con una emisión limpia, generosa y con buen uso de matices; no fue impactante, pero cubrió con dignidad el puesto y logró enternecer. Respiraba con tirones de aire muy sonoros, pero su timbre lírico tenía una agradable ligereza. La Giulietta de Enkelenjeda Shkosa apenas alcanzó a cumplir en lo vocal y, en lo escénico, lució bien de proxeneta. Desgraciadamente, no posee un desenvolvimiento escénico que convenza del todo. Los comprimarios Joel Sorensen, Dean Peterson, Jeff Mattesey y David Cangelosi dieron una verdadera lección de histrionismo, y aún cuando sus voces fueron más enfocadas al carácter de sus personajes y no a rebosar de belleza y lirismo, corrieron sin problemas y cumplieron con creces sus encomiendas… Curioso: hasta aquí los comprimarios han sido mejores en escena que las solistas. La Musa y Nicklausse de Kate Lindsey fue simplemente un deleite: su timbre es hermoso; su técnica, impoluta; su uso de la escena, indiscutible; y, aún cuando es joven, pone el ejemplo en todo; de lo mejor de la función… simple y llanamente me enamoré de su voz y de toda ella. Su voz es más mediana, pero su canto de excelente factura llenó y corrió sin problemas. Ildar Abdrazakov fungió como los cuatro villanos, con una avasalladora presencia escénica y una emisión que pega como martillo. Su voz envuelve a la vez que golpea; graves plenos, agudos redondos y elegantes, y emisión que llenó el recinto. Giuseppe Filianoti tuvo una gran función como el poeta Hoffmann. Su voz posee bello timbre, gran proyección, buen centro y un buen uso de matices. Ya para el epílogo se le notó vocalmente agotado, y tuvo que empujar algunas notas, pero no desmerece lo que, esperemos, sea el surgimiento de un gran tenor. No sé qué hacen dando este papel a Joseph Calleja que es técnica e interpretativamente un ejemplo de deficiencias, y en cambio, aquí tienen un verdadero portento de voz y presencia. Ojalá Filianoti trabaje en corregir los ligeros detalles que aún denotan su verdor. por Jorge Arturo Alcázar Ildar Abdrazakov (Coppélius), Kate Lindsey (Nicklausse) y Giuseppe Filianoti (Hoffmann) enero-febrero 2011 pro ópera Cosí fan tutte Noviembre 9, 2010. La producción de Lesley Koening se estrenó en 1996, y en aquella ocasión el elenco lo formaron Carol Vaness, Susanne Mentzer, Jerry Hadley, Dwayne Croft, Thomas Allen y Cecilia Bartoli (quien realizaba su debut en el Met), bajo la batuta del maestro James Levine. La producción, bastante eficaz, cuenta con una serie de mecanismos que hacen mucho mas rápido los cambios de escena, que en su época de estreno fueron muy atractivos. El vestuario y la escenografia, muy acertados, estuvieron a cargo del diseñador Michael Yeargan. Como siempre, acertadísimos el coro del Met, bajo la dirección del maestro Donald Palumbo. El elenco en esta ocasión funcionó perfectamente bien en conjunto, mostrando una química extraordinaria en escena. La soprano Miah Persson fue Fiordiligi, dándole un perfecto toque a su personaje, con un hermoso timbre vocal, sin tratar de forzar mucho la voz, supo darle una bella línea en toda la extensión de su cuerda (muchas sopranos abusan demasiado, y quieren meterle toda la voz al centro y a los graves), resolviendo fácilmente los momentos más complicados del personaje. La mezzo-soprano americana Isabel Leonard interpretó el rol de Dorabella con una voz hermosa, la cual, sin embargo, necesitaba un poco más de carácter y potencia. En varios momentos sus graves se perdían, aunque en los ensambles con Fiordiligi supo empastar su voz, y su actuación fue bastante buena. La soprano Danielle de Niese realizó una muy esperada Despina, realmente encantadora, con una hermosa voz; la cantante sabe comunicarse perfectamente en cada momento con su personaje y lo transmite, resolviendo fácilmente sus momentos vocales. Es muy buena en escena, y eficaz en sus cambios de voz, a la hora de realizar los personajes del “doctor” y el “notario”. El tenor Pavol Breslik interpretó el rol de Ferrando con una bella línea de canto, ideal para el repertorio. Supo dar una excelente interpretación a su personaje, con mucho estilo y una voz que se mueve fácilmente en el registro agudo, muy natural, y supo perfectamente acoplarse a los demás intérpretes en las escenas de conjunto. El barítono Nathan Gunn es un especialista en el repertorio mozartiano, y lo demostró nuevamente al interpretar el rol de Guglielmo, perfectamente en estilo, con una flexibilidad que aprovechó para dar mayor carácter a la trama. En el rol de Don Alfonso se contó con la interpretación del barítono William Shimell, quien encajó perfectamente con el resto del elenco, manejando la línea de canto mozartiano con mucho estilo. A algunos de sus graves les hizo falta más autoridad, pero fuera de eso su interpretación fue muy buena. El maestro William Christie realizó con esta ópera su debut en Escena de Così fan tutte en el Met Foto: Marty Sohl pro ópera enero-febrero 2011 John del Carlo (Don Pasquale) y Anna Netrebko (Norina) Foto: Marty Sohl el Met. Con una muy acertada batuta, los tiempos justos en cada momento de la ópera, supo mantener perfectamente el equilibrio entre orquesta y cantantes, los concertantes sonaron de lujo, y con su experiencia supo dar ese encanto que tiene Cosí: de los más ovacionados. por Raúl Amador resolviendo las dificultades vocales del personaje, con una línea vocal bella, mucho legato y realizando algunos agudos en falsete con mucha gracia y estilo. El barítono Mariusz Kwiecien fue todo un lujo como el Dottor Malatesta: con una voz potente, bastante flexible para darle un toque buffo, hizo perfecta mancuerna con el resto del elenco. Don Pasquale La dirección musical estuvo a cargo del maestro James Levine, quien está celebrando sus 40 años a cargo de la dirección musical del Met. La orquesta sonó de maravilla. por Raúl Amador La última comedia de Gaetano Donizetti regresó al teatro neoyorkino, después del estreno en 2006 de esta nueva producción dirigida por el legendario regista Otto Schenk y Rolf Langenfass (diseñador del vestuario y de la escenografia), en una acertada mancuerna, llevando la obra al tiempo del compositor Gaetano Donizetti, a mediados del siglo XIX. John Del Carlo, un bajo-barítono que se ha especializado en el repertorio buffo, se encargó ahora de dar vida al personaje de Don Pasquale, sin caer en exageraciones ni manierismos, y realizó una muy buena interpretación, con perfecta unión de canto y actuación. Anna Netrebko interpretó el rol de Norina, en el que se lució, tanto vocal como escénicamente. Como Norina se le sintió plena, con una bella línea de canto, coloratura lírica resuelta, agudos sin problema de afinación, una actuación casi perfecta, a no ser que en algunos momentos exagerada (aunque el personaje requiere también un poco de eso). El tenor Matthew Polenzani interpretó el difícil rol de Ernesto, enero-febrero 2011 Das Rheingold Octubre 9, 2010. Desde que la temporada pasada bajó de cartel la tetralogía wagneriana que firmara el regista alemán Otto Schenk para el Met, y que fuera durante más de dos décadas una de las cartas de presentación de la casa, mucho se ha hablado acerca de la nueva producción escénica que habría de sucederle. Toda una parafernalia publicitaria ha dado cuentas de la renovada visión que su sucesor, el regista canadiense Robert Lepage, impondría a su Anillo del nibelungo y de las características de un evento que suponía ser el más importante de la era de Peter Gelb al frente del Met. Finalmente, el estreno llegó y este nuevo Oro del Rin que inició la temporada 2010-11 del Met dio mucha tela para cortar. En lo estrictamente escénico, Lepage hizo un trabajo interesante, sin asumir demasiados riesgos, y manteniéndose —dentro de pro ópera Escena de Das Rheingold en el Met Foto: Ken Howard lo innovadora de su propuesta— fiel al espíritu de la obra del compositor alemán. A diferencia de su anterior producción en la casa, el regista ha logrado que el canto y la puesta en escena cohabitaran en armonía, fueran de la mano y se potenciaran, sin nunca opacarse una a la otra. La acción se desarrolló —lo mismo que anuncia para el resto del Anillo— sobre dos plataformas que se movieron de modo circular, modificando la escena según los requerimientos de la trama y dando lugar a momentos de destacado despliegue visual y estético, pero al mismo tiempo limitando las posibilidades de acción del regista. En este marco, los momentos de mayor calidad visual —y en los cuales el cuidadísimo despliegue lumínico tuvo un rol decisivo— fueron la presentación de las ondinas del Rin, las marchas de Wotan y Loge hacia y desde Nibelheim, y de modo discutible la escena final, en la cual los dioses suben al Walhalla. En una ópera de dos horas y media, que lo realmente interesante no llegara a más de 30 minutos —sin desmerecer los méritos de lo hecho— supo a poco. Seguramente en las tres jornadas que seguirán, Lepage tendrá la posibilidad de revertir esta situación y darle a su Anillo una dinámica que hasta ahora no tuvo. El vestuario —que buscó “actualizar” la acción— tampoco se apartó de los lineamientos clásicos, contribuyendo a elevar el nivel general de la propuesta visual, aunque se lamentó una excesiva utilización del plástico en su confección. de ajustar su trabajo para que el resultado conjunto de la orquesta y las voces pudiera apreciarse. El tan esperado debut local de Bryn Terfel como Wotan superó todas las expectativas. En la escena, su presencia lo dominó todo y —cuando Levine dejó que se oyera— fue difícil no caer cautivado ante toda la calidad vocal que emanó del rico, bien proyectado y suntuoso timbre del bajo-barítono galés. Un tibio debut tuvo Stephanie Blythe como Fricka. La mezzosoprano americana compuso una esposa de Wotan de correcta vocalidad, pero fría e impersonal en su caracterización. Una grata sorpresa dio la Freia de la soprano americana Wendy Bryn Harmer, quien con grato y homogéneo timbre dio un realce poco usual a su parte. El barítono Dwayne Croft pasó sin pena ni gloria en su caracterización como el dios Donner, y resultó incomprensible que Richard Croft fuese abucheado en su saludo final, puesto que el tenor defendió con dignidad, musicalidad y mucho acierto el rol del semidiós Loge. Contra todos los pronósticos, los mayores claroscuros de la velada vinieron de la vertiente vocal. El elenco compuesto por algunas de las más rutilantes estrellas de la lírica actual no llegó a conformar en la media de lo deseado, y en este hecho tuvo mucho que ver la dirección musical de James Levine, quien hizo sonar la orquesta tan fuerte que impidió oír mucho de lo que sucedía en la escena. El tenor Adam Diegel brilló con luz propia e hizo gala de una vocalidad potente y robusta en su composición como el dios Froh. Completó el elenco de dioses la Erda de nobles acentos, voz aterciopelada e impactantes resonancias en el registro grave de la mezzo-soprano irlandesa Patricia Bardon. Los bajos Franz-Josef Selig y Hans-Peter König cantaron con convicción y esmero las exigencias de las partes de los gigantes Fasolt y Fafner. El tenor Gerhard Siegel dejó una buena impresión como el nibelungo Mime y se esperará con ansias su regreso en la segunda jornada. Tanto por vocalidad como por entrega, la composición más rotunda de la noche la hizo el bajo-barítono americano Eric Owens, quien con un apabullante poderío vocal bordó un contundente y modélico Alberich que conquistó a todos y compartió, junto con Levine, la gran ovación que el público propino una vez caído el telón. De todos modos, “al César lo que es del César”. Al frente de la orquesta del Met, el director americano condujo con mano de hierro una orquesta muy cercana a la perfección, y con la cual en todo momento fue superándose, obteniendo momentos de sublime lirismo, delicadeza y gran profundidad musical, pero olvidándose No puede omitirse un halagador comentario para las ondinas del Rin, que con sólidos medios vocales cincelaron Lisette Oropesa, Jennifer Johnson y Tamara Mumford. El Anillo tiene previsto seguir su curso en el mes de abril de este nuevo año. por Daniel Lara pro ópera enero-febrero 2011 Rigoletto Sábado 2 de octubre, función vespertina en el Met. El popular título verdiano se pone por 828 ocasión desde la fundación de la Ópera Metropolitana de Nueva York, y con la ya muy conocida producción de Otto Schenk. Qué decir de la escenografía y los vestuarios que no haya sido dicho ya: realistas, convincentes e impactantes. Paolo Arrivabeni tuvo bajo su cargo a la orquesta, y ¡vaya que se tomó en serio el cargo!: la obsecuencia de los músicos desembocó en una interpretación entrañable, con manejo de matices, impacto, lirismo… cada carácter en cada momento adecuado, cada nota y cada compás en su mejor lugar. Se esperaba mucho de la Gilda interpretada por la experimentada Christine Schäfer, pero en cambio dejó mucho que desear: su voz no corrió, su interpretación en la escena fue opaca, y para no abundar más, no pudo nivelarse con el resto del elenco aún cuando —lo adelanto— no fue nada del otro mundo. Su gran oportunidad de lucimiento en el aria ‘Caro nome’ se convirtió en un verdadero tormento en el que tuvo que idear subterfugios con forma de pianissimi que no eran más que escapatorias devenidas de una condición vocal nada óptima para la función. La Maddalena de Nino Surguladze fue muy buena, con emisión cristalina, timbre aterciopelado y desenvolvimiento escénico de diez. Su escena convenciendo a Sparafucile de no matar al Duque de Mantua fue oportunidad para hacer gala de su excelente manejo escénico. El Duque de Francesco Meli fue bastante bueno. Meli posee un buen instrumento con facilidades hacia el registro agudo, pero en repetidas ocasiones se sintió con empujones innecesarios que a la larga fueron mermando su proyección; en la parte actoral cumplió bien. Abordó ‘Questa o quella’ con gran desenfado y, por sólo mencionar otro momento, ‘Bella figlia del amore’ fue un ejemplo de lirismo y legato. Lado Ataneli como Rigoletto fue bueno, pero no pudo llegar a la excelencia. Su timbre es adecuado para el papel y su interpretación vocal fue muy buena, pero su desarrollo en escena fue pobre y no logró el impacto dramático esperado del personaje central del drama. En el climático ‘Cortigiani, vil razza dannata’ casi rompe un agudo, pero se supo recuperar de inmediato. Andrea Silvestrelli tuvo a su cargo el papel de Sparafucile: estuvo maravilloso. El bajo italiano es un monstruo en la escena, y su timbre profundo corre aún en la nota más baja de su registro; un deleite escucharlo nota por nota. Su giro de la voz en el registro agudo le permite manejarse bien en las alturas, aún cuando el peso de su timbre es bastante importante. Los comprimarios, buenos en general, pero sin mayor detalle digno de mención, y un coro con gran oficio. George Gagnidze —el otro Rigoletto de la temporada— andaba por ahí entre el público… ¿Le gustará mucho el título, o andaba echándole un ojo a su competencia? por Jorge Arturo Alcázar Il trovatore La producción de David McVicar regresa en su ya segunda temporada (su estreno fue el 16 de febrero de 2009). Es una producción bastante interesante, inspirada en las imágenes de Francisco Goya, que traslada la historia a inicios del siglo XIX en la llamada Guerra Peninsular en España. En el rol de Manrico se contó con el tenor argentino Marcelo Álvarez, quien dio vida al trovador. Encarnó el rol de Manrico con una voz lírica, magnífico brillo vocal y agudos potentes, aunque algo tensa su coloratura. Afrontó los momentos mas heroicos con bastante garra vocal. La soprano americana Patricia Racette, por su parte, interpretó el rol de Leonora con una línea mucho mas lírica, y no tuvo que dar más fuerza ni empuje a su personaje: siempre lo cantó con naturalidad, muy fluido en todo el registro, y cantó sus arias cantó sus arias con las cadenzas opcionales que se adaptaron mejor a su voz y a la personalidad de la Leonora que ella estaba creando. En el rol del Conte di Luna se contó con la participación del barítono Zeljko Lucic, quien lució su línea verdiana, con graves y centro bastante potentes y redondos, aunque su zona aguda carece un poco de punta y brillo. La mezzo-soprano Marianne Cornetti supo imprimir mucha fuerza dramática en el rol de Azucena, con una voz bastante flexible, graves, centro robusto y agudos brillantes. El rol de Ferrando fue interpretado por el bajo Alexander Tsymbalyuk con una voz grande y con mucha autoridad, y aunque en momentos su vibrato sonó algo tremulante, llenó su relato del primer acto de matices para realzar el drama. La dirección estuvo a cargo del maestro Marco Armiliato, siempre dirigiendo con entusiasmo, plagando de fuerza dramática cada momento de la obra. Sus tempi fueron bastante acertados, llenando a la orquesta de un magnifico legato melódico, y tratando sabiamente y con cuidado a cada cantante para el mayor lucimiento de su voz. También estuvo acertadísima la dirección coral del maestro Donald Palumbo, haciendo brillar las voces del coro Metropolitano. o por Raúl Amador Nino Surguladze (Gilda) y Francesco Meli (il Duca) en Rigoletto Marcelo Álvarez como Manrico en Il trovatore Foto: Ken Howard Foto: Ken Howard enero-febrero 2011 pro ópera