Después de Semana Santa ¿QUÉ? Salmos 23:4 Por: Rev. Dr. Jorge N. Cintrón, Pastor Jubilado Durante la Semana Santa se habla con mayor ahínco y esfuerzo sobre las promesas bíblicas de una vida eterna y se insiste en la victoria que podemos obtener por medio del Señor Jesucristo. Esas verdades eternas afirman nuestra esperanza cristiana de que “cuando andemos en valle de sombra de muerte no temeremos mal alguno porque Él estará con nosotros robusteciendo esa fe que nos infunda vida aquí y en la eternidad”. Pasada la Semana Santa procede que ese espíritu nos acompañe ahora y siempre para seguir viviendo con la fe que inspira e imparte ese Cristo Resucitado. Nuestro Señor venció la muerte para ser Señor de la Vida. Por eso su triunfo sobre la muerte tiene importancia también para cada día. Cristo resucitó no solo para ayudarnos a afrontar la muerte diciendo “¿Dónde está, oh muerte tu aguijón? ¿Dónde está oh sepulcro tu victoria?” sino además para que estemos firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que nuestro trabajo en Él no es en vano. Cristo quiere que usemos la dinámica de la Resurrección, la fe en su Persona, la confianza en su poder, la seguridad de su Presencia espiritual para afrontar la vida ahora mismo. No podemos celebrar la Semana Santa y seguir desterrándolo de nuestras vidas. La importancia de su Resurrección consiste en que ÉL sigue viviendo, que su espíritu nos acompaña, que Él está presto a infundirnos el valor necesario para que “sea hecha Su voluntad así en la tierra como en el cielo al realizar nuestros dones y usar nuestros talentos”. Allí el Cristo Eterno nos reclama como testigos para proclamar que Él vive y que su mensaje es vigente en cada una de nuestras diversas actividades. Sabemos que todavía hay creyentes a quienes solamente les interesa que Dios les cumpla Sus promesas a ellos en particular: a veces lo demandan tratando de forzar su divina voluntad: olvidan la humildad de Jesús en el Monte de los Olivos: “Padre, si quieres pasa este vaso de mí, que no se haga mi voluntad, sino la tuya.” La impaciencia en conseguir los servicios de Dios es innecesaria. Él conoce nuestros problemas y sabe de qué cosas tenemos necesidad antes de que le pidamos. Así lo dice la Escritura Sagrada: “Porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo que vuestro Padre sabe que necesitais. Más procurad el Reino de Dios y todas estas cosas os serán añadidas”. El Cristo Resucitado pide que eliminemos los prejuicios raciales. Demanda un sincero esfuerzo para que se cumpla su voluntad de paz en el mundo. Reclama que nuestro Evangelio se traduzca en adoración sincera a Dios y en justicia verdadera con los que conviven con nosotros. Nos reclama dejar nuestros falsos orgullos para que exista un amor sincero entre todos. El Cristo Resucitado nos pide que le demos entrada en las actividades legítimas, creadoras y nobles de nuestra vida. Él está interesado en todo ese mundo que Él creó y nos pide que no lo dejemos en manos del Diablo. La palabra profética de Miqueas es para nuestra generación también: “Oh, hombre, bien te ha sido declarado lo que es bueno y lo que de ti pide Jehová: hacer justicia, amar el bien, humillarte en la presencia de tu Dios”. Jesús resucitó y ha seguido resucitando para estar eternamente presente donde quiera que haya una necesidad humana, material o espiritual para proveernos su poder para afrontar, sin fugas ni evasivas, sino afirmando valientemente nuestros rostros hacia la diaria Jerusalén de nuestras vidas.