ES SABIO NO SENTIRSE OFENDIDO POR LA OPINION AJENA ¿Quién se ofende? El ego. Cuando una persona trasciende el ego, entiende que nadie le puede ofender, en virtud de que sabe analizar la situación objetivamente. Los demás puede que tengan la intención de ofendernos, sin embargo, quien tiene la ultima palabra al respecto somos nosotros mismos, en el sentido de que si yo desapruebo el comportamiento ajeno por considerarlo injusto, no tengo por que darle crédito enfadándome. Cuando digo entiende, me refiero a que la serpiente inocula el veneno porque lo produce primero. Lo mismo hace la persona llamada “mala”, la cual manufactura durante el día el veneno y luego busca a quien inoculárselo. La persona “buena” no siente la necesidad de morder a nadie porque no produce veneno ninguno. La ofensa germina en el ser que posee orgullo, el cual, a la base, denota necedad porque es falta de entendimiento, lo cual produce cierta vulnerabilidad a las opiniones ajenas a las de uno. El ser orgulloso está dispuesto a poner su tranquilidad emocional en manos extrañas, lo cual no es para nada una señal de sabiduría. La verdadera ofensa es la que uno se inflige a sí mismo, es decir, cuando se siente, en su fuero interno, culpable de algo. De lo contrario, no tiene sentido molestarse, en virtud de que la acusación no responde a los requerimientos de la verdad. La mejor manera de responder a cualquiera que desee ofendernos es actuar en la dimensión de la razón o conceptualmente, olvidándose de que se trata de uno mismo, sin permitir que el asunto se haga personal. Las razones se discuten, las emociones, no. Esta actitud pone al descubierto las verdaderas intenciones ajenas. Si nuestro interlocutor de turno tiene razones para pensar como piensa, entonces existe la posibilidad de aclarar la situación, ofreciéndole los hechos y las razones por nuestra actitud. Por el contrario, si lo que desea es descargar sus emociones en nosotros, es su problema, no el nuestro. ES SABIO NO SENTIRSE OFENDIDO POR LA OPINION AJENA ¿Quién se ofende? El ego. Cuando una persona trasciende el ego, entiende que nadie le puede ofender, en virtud de que sabe analizar la situación objetivamente. Los demás puede que tengan la intención de ofendernos, sin embargo, quien tiene la ultima palabra al respecto somos nosotros mismos, en el sentido de que si yo desapruebo el comportamiento ajeno por considerarlo injusto, no tengo por que darle crédito enfadándome. Cuando digo entiende, me refiero a que la serpiente inocula el veneno porque lo produce primero. Lo mismo hace la persona llamada “mala”, la cual manufactura durante el día el veneno y luego busca a quien inoculárselo. La persona “buena” no siente la necesidad de morder a nadie porque no produce veneno ninguno. La ofensa germina en el ser que posee orgullo, el cual, a la base, denota necedad porque es falta de entendimiento, lo cual produce cierta vulnerabilidad a las opiniones ajenas a las de uno. El ser orgulloso está dispuesto a poner su tranquilidad emocional en manos extrañas, lo cual no es para nada una señal de sabiduría. La verdadera ofensa es la que uno se inflige a sí mismo, es decir, cuando se siente, en su fuero interno, culpable de algo. De lo contrario, no tiene sentido molestarse, en virtud de que la acusación no responde a los requerimientos de la verdad. La mejor manera de responder a cualquiera que desee ofendernos es actuar en la dimensión de la razón o conceptualmente, olvidándose de que se trata de uno mismo, sin permitir que el asunto se haga personal. Las razones se discuten, las emociones, no. Esta actitud pone al descubierto las verdaderas intenciones ajenas. Si nuestro interlocutor de turno tiene razones para pensar como piensa, entonces existe la posibilidad de aclarar la situación, ofreciéndole los hechos y las razones por nuestra actitud. Por el contrario, si lo que desea es descargar sus emociones en nosotros, es su problema, no el nuestro. Cuando la acusación es verdadera y las razones y hechos presentados por nosotros son deficientes, entonces, hay que pedir excusas, demostrando arrepentimiento por ello y compensando a la victima por el agravio. No se trata de rebajarnos ante los demás, sino de reconocer lo que es justo y verdadero y con ello, nos engrandecemos por dentro, al mismo tiempo que engrandecemos a los demás. Un ser digno, sirve a la verdad y a la justicia, por encima de su interés material.