Premios y castigos

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Premios y castigos
Lic. Vivian Saade
Mucho se ha hablado acerca de los castigos y las recompensas en la educación, sin embargo, pocos
creerían que son dos caras de la misma moneda. Son dos estrategias que se convierten en formas de
manipular el comportamiento de los niños.
Muchos padres acertadamente saben que los castigos y amenazas son contraproducentes; provocan
cooperación temporal pero generan ira, desafío y deseo de venganza. Además, usando las amenazas
estamos mostrando un modelo de “uso de poder” en lugar de “uso de razón”, y esto llega afectar la
relación padre-hijo.
Pero por otro lado tenemos las recompensas. Generalmente, cuando nuestros hijos no hacen lo que
deben hacer o lo que les pedimos que hagan -aunque sea parte de sus obligaciones-, pensamos que un
“buen método” es recurrir a los premios: “Si dejas de gritar, te compro un helado”, “Si saludas a todos
en la fiesta te dejo ver un rato más la televisión”, “Si te comes las verduras te ayudo a hacer tu tarea” y
así, una y otra vez.
Es uno de los recursos más socorridos porque lo vemos como si fuera un intercambio sencillo, ya que
parece tener un carácter “positivo” y creemos que no tendremos problemas posteriores. Pero si
pudiéramos leer lo que la mente de nuestro hijo decodifica de estas acciones, sería algo como: “¿Qué
quieren que haga y qué pasa si no lo hago?”, “¿Qué quieren que haga y qué recibiré a cambio?”; muy
lejano de lo que creemos (“¡Voy a ser un niño bueno y voy a cooperar!”, “¡Es lo correcto, lo voy a
hacer!”).
Los programas de modificación de comportamientos raramente son exitosos produciendo cambios
duraderos en actitudes y comportamientos. Cuando las recompensas paran, los niños generalmente
regresan a la manera en la que actuaban.
De igual manera, cuando ofrecemos recompensas para que hagan “alguna labor” como estudiar, hacer
la tarea, aprender a tocar un instrumento, etcétera, nos daremos cuenta de que generalmente escogen
las tareas más fáciles, porque quieren cumplir con el mínimo esfuerzo.
Estudios comprueban que cuando no hay recompensas, los niños se inclinan a escoger las tareas
que están justo dentro de su nivel de habilidad. ¿Es eso lo que realmente queremos? Lo importante
tendría que ser la internalización de valores positivos muy por encima de la obediencia ciega. La
pregunta que deberíamos generar en ellos sería: “¿Qué tipo de persona quiero ser?”.
Tanto los niños como los adultos contamos con dos tipos de motivaciones: intrínseca y extrínseca. La
motivación intrínseca (un interés en las tareas por propia satisfacción) es cualitativamente diferente de
la motivación extrínseca (el cumplimiento que es un pre-requisito para obtener algo más); por lo que
los padres no deberíamos preguntarnos qué tan motivados están nuestros hijos con una recompensa,
sino cómo están motivados.
Al niño que le hemos prometido algo a cambio de aprender o actuar responsablemente, le hemos dado
también todas las razones para dejar de hacerlo cuando ya no exista una recompensa a la vista.
Si pensamos ahora en las calificaciones escolares en términos de recompensas, veremos que tienen un
efecto negativo. La revisión de tareas y exámenes en los colegios tendría que servirles a los niños
para confirmar si lo que están aprendiendo o haciendo es correcto y si no fuera así, para que pudieran
identificar el error y corregirlo. El mensaje que recibirían sería: “Si me equivoco, tengo la oportunidad
de corregirlo”. De nuevo, estudiar sólo sirve como incentivo para obtener una calificación y se pierde la
oportunidad de que quieran aprender por motivación intrínseca; además de que suprimimos el
pensamiento creativo, la retención a largo plazo, el interés por aprender y la preferencia por tareas que
les representen un reto.
Como padres contamos con un elemento que ha estado con nosotros desde nuestro nacimiento: la
intuición. Sin embargo, el exceso de información que nos rodea a lo largo de nuestra vida y el
bombardeo de juicios que escuchamos sobre nuestras conductas ha ocasionado que silenciemos esta
capacidad innata. Si en cada oportunidad que se nos presenta hacemos un pequeño alto para
cuestionarnos si lo que vamos a responder y la manera de hacerlo es la más acertada, si es
condicionada, aprendida o repetida, y si además consideramos a nuestra intuición, podríamos hacer
una gran diferencia en la educación que le demos a nuestros hijos.
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