corpus2015 - Diócesis de Mar del Plata

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Conocer, celebrar, comunicar
el “Misterio de la Fe”
Homilía en la solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Catedral de Mar del Plata, 6 de junio de 2015
Queridos hermanos:
“En la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la
Iglesia” (PO 5; cf. ST III, q. 66, a. 3, ad 1). Esta verdad gozosa y consoladora
no es enseñada por el concilio Vaticano II. Cuando la Iglesia se detiene a
meditarla, siente un poderoso estímulo para conocer más hondamente este
“misterio de la fe”; experimenta el deseo de celebrar y adorar lo que ha
recibido como su mayor tesoro; y se compromete a vivir en conformidad con
lo que recibe y ofrece, comunicando al mundo la fuerza y la riqueza
inagotable de este sacramento.
I. Creer y conocer
Para conocer más hondamente este “misterio de la fe”, como llama la
Iglesia a la Eucaristía, la iniciación cristiana de los niños y de los adultos
desarrolla una pedagogía, que se prolonga en las homilías, celebraciones y
en numerosas formas de transmisión de la fe.
Se trata de ayudar a tener conciencia más viva de que en la Eucaristía se
hace presente el sacrificio pascual de Cristo, que el Padre pone en manos del
sacerdote para que todos lo ofrezcamos como propio, y con Él le ofrezcamos
nuestras vidas y trabajos. Como dice la liturgia “cada vez que celebramos el
memorial del sacrificio de tu Hijo, se realiza la obra de nuestra redención”
(domingo II, tiempo ord.).
En las humildes apariencias del pan y del vino, se hace verdaderamente
presente el Cuerpo de Cristo inmolado por nosotros, y su Sangre derramada
por una multitud: “esto es mi Cuerpo… esta es mi sangre”. Desafío para
nuestros sentidos y estímulo para nuestra fe. Aquí nuestra fe es cierta,
mientras que los sentidos nos engañan. En palabras de un célebre himno
latino: “Se engaña en ti la vista, el tacto, el gusto,/ mas tu palabra engendra
fe rendida”.
Y somos invitados a alimentar nuestra vida con la suya. “Tomen y
coman… Tomen y beban” (Liturgia). “Cuando comemos su Cuerpo… somos
fortalecidos. Cuando bebemos su Sangre… somos purificados” (Prefacio I).
Pero este alimento no es como los otros que ingerimos, asimilándolos y
convirtiéndolos en nuestra propia realidad biológica. Por el contrario, al
recibirlo, es Cristo quien nos asimila, puesto que nos une más íntimamente a
sí en su cuerpo eclesial: “Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque
somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único
pan” (1Cor 10,17).
Sacramento del sacrificio, sacramento de la presencia, sacramento de la
comunión.
A lo cual debemos añadir que en este sacramento admirable se
sintetizan y encuentran las tres dimensiones del tiempo. El pasado se hace
presente sin repetirse y la vida eterna que esperamos se anticipa en el
tiempo. La mente humana se ve desbordada y el único modo de avanzar es la
adoración.
II. Celebrar y adorar
La Iglesia no nos enseña estas realidades sólo de manera teórica, sino
que nos invita a entrar en el “misterio de la fe” celebrando la Eucaristía,
invitándonos a comulgar y adorando la presencia real.
Lo mismo que el niño asimila y conoce en su experiencia muchas cosas
antes de saber nombrarlas y explicarlas, todos los fieles somos convocados a
celebrar este sacramento, para asimilar y conocer el amor misericordioso de
Dios. La Eucaristía es la gran escuela educadora de la Iglesia. Ha sido así
desde el comienzo y seguirá siendo así hasta el fin de los tiempos. El canto y
los gestos, los colores litúrgicos y el movimiento del cuerpo, nuestros
silencios tanto como las palabras, comunican y atraen, educan y enamoran.
Participamos en la celebración con espíritu de niños llenos de fe en el
amor del Padre, que nos invita a la mesa para alimentarnos con la vida de su
Hijo, cuya carne ha sido glorificada por el Espíritu Santo.
Nos decía el Papa Francisco en una de sus catequesis: “Queridos
amigos, nunca agradeceremos bastante al Señor por el don de la Eucaristía,
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es un don tan grande, y por esto es tan importante ir a Misa los domingos
(…). Nunca terminaremos de entender todo su valor y riqueza. Pidámosle
entonces que este sacramento siga manteniendo viva en la Iglesia su
presencia y plasme nuestras comunidades en la caridad y en la comunión
según el corazón del Padre. Y esto se hace durante toda la vida, pero se
comienza a hacerlo el día de la primera comunión”.
Junto con esta enseñanza del Santo Padre debemos recordar el valor de
la adoración. Aunque el sentido primero de la presencia real de Cristo en la
Eucaristía es alimentar nuestra vida mediante la comunión sacramental, la
prolongación de su presencia en el pan consagrado nos invita a la adoración
y a la comunión espiritual. Por eso expreso mi alegría ante las iniciativas que
favorecen la adoración eucarística en nuestras parroquias y capillas.
III. Vida eucarística y misión
Celebrar la Eucaristía y hacerlo con autenticidad, implica el
compromiso de prolongar en la vida ordinaria lo que hemos vivido en el
culto litúrgico. Si participamos de la Misa y comulgamos con el Cuerpo del
Señor, debemos ofrecernos a nosotros mismos “como una víctima viva, santa
y agradable a Dios” y darle “darle el culto espiritual que debemos ofrecer”
(Rom 12,1).
La Eucaristía nos fortalece para el compromiso heroico, hasta elegir
perder la vida con tal de no abandonar nuestra fe en Cristo. Éste es el
testimonio grandioso y ejemplar, aunque estremecedor y tremendo, que
muchos hermanos en la fe dan en estos días en diversas partes del mundo.
Por ellos rezamos, de ellos sacamos ejemplo y nos dejamos edificar en
nuestras convicciones.
La Eucaristía nos compromete al servicio fraterno (Jn 13,12-15), al don
de la vida por los hermanos (1Jn 3,16) y al perdón de las ofensas (Mt 5,2324). Por eso, en ella pedimos lo que tanto necesita el mundo y nuestra patria:
“Que los enemigos vuelvan a la amistad, y los adversarios se den la mano.
Que el amor venza al odio y la indulgencia a la venganza” (Plegaria
eucarística de la reconciliación II).
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Desde el principio los cristianos han vinculado la celebración
eucarística con la ayuda a los pobres y la generosidad para compartir sus
bienes (Hch 2,42-47). En línea con esta tradición, pronto tendrá lugar la
colecta anual de Caritas, bajo el lema tomado de palabras del Papa Francisco
en una favela de Río de Janeiro: “Todo lo que se comparte se multiplica”.
Como obispo los exhorto a ser generosos, como una de las formas de
expresar nuestra coherencia eucarística.
Recordemos, por último, que la Eucaristía nos impulsa a la misión, pues
el mandato: “Hagan esto en memoria mía”, es inseparable de este otro
mandato: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt
22,19).
Al término de esta Santa Misa, saldremos en procesión por las calles,
cantando y alabando al Señor que en este sacramento quiso quedarse entre
nosotros. Haremos profesión pública de nuestra fe recordando sus
consoladoras palabras al confiar a los apóstoles la misión universal: “Yo
estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
A la Santísima Virgen María, en cuyo seno se formó la hostia del
sacrificio redentor de la cruz, le pedimos que nos acompañe en nuestros
esfuerzos misioneros, a fin de poder experimentar en verdad lo que
proclamamos en el lema de este año: “Si queremos crecer en la vida
espiritual, no podemos dejar de ser misioneros” (EG 272).
 ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata
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