Artículo PDF - Bodega Catena Zapata

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Bebidas
¿Qué es lo que hace del
malbec argentino un vino
único en el mundo?
Investigadores desentrañan aquello que destaca a la cepa
emblema de la Argentina de su expresión en otros países
Sebastián A. Ríos
LA NACION
MENDOZA.– El vino se llama Mad
Hatters (algo así como “Sombreros
Locos”) y en su etiqueta hay un dibujo de un gaucho o, mejor dicho,
de la idea que podría hacerse de un
gaucho alguien que jamás ha pisado suelo argentino. El vino es un
malbec y su etiqueta enumera las
nobles características de esta cepa
emblemática de la Argentina (de
hecho, en la contraetiqueta hay un
mapa de América del Sur en el que
se señala qué lugar ocupa el país).
Pero Mad Hatters no es un vino argentino: ¡es sudafricano! Un intento, uno más, de sumarse a la indiscutible atracción que hoy suscitan
en el mundo los vinos elaborados
con esta cepa originaria de Francia,
pero que reflejan su expresión única en la Argentina.
Decir que el malbec argentino es
único en su especie no es sólo la expresión de un ciego amor por nuestro vino y nuestra tierra. Investigadores argentinos y norteamericanos
han llevado adelante un estudio que
determinó las características distintivas del malbec mendocino, más
precisamente aquellas que permiten diferenciarlo de los malbec californianos. “Es el estudio más extensivo alguna vez hecho para malbec
y, probablemente, para cualquier
otra variedad de vino del mundo”,
dice Fernando Buscema, director
ejecutivo del Catena Institute of Wine y coautor del estudio cuyas conclusiones fueron publicadas en la
revista Food Chemistry.
“El malbec es una variedad que
no es exclusiva de Mendoza o de la
Argentina. Y si bien en el mundo la
asociación entre malbec de calidad
y Argentina-Mendoza es fuerte, hay
otros países como Francia, los Estados Unidos o Chile compitiendo por
producir grandes malbec –explica
Buscema–. Pero lo que queremos
es evitar que el varietal emblema
de la Argentina se convierta en una
commodity. Mediante éste y otros estudios queremos asociar al malbec
de calidad con terruños específicos:
si alguien quiere tomar un malbec
único y de calidad debe provenir del
sitio equis, y nuestra expectativa es
que esa equis esté en la Argentina,
en Mendoza. Sin ir más lejos, esto es
lo que lograron las grandes regiones
vitivinícolas del mundo, como Burdeos o Borgoña. En esas regiones, el
sitio de origen del vino tiene incluso
más reputación que el varietal.”
De Napa Valley a Tupungato
Luján, Maipú, Tupungato y San
Carlos, en Mendoza; Napa, Sonoma,
Yolo, Lodi y Monterrey, en California.
Fernando Buscema, en un viñedo de malbec
En esas nueve regiones vitivinícolas,
los investigadores del Catena
Institute of Wine y de la Universidad
de California en Davis seleccionaron
41 viñedos, cuyos malbec fueron
sometidos a un exhaustivo análisis
químico y sensorial.
“Utilizamos estrictos protocolos
para asegurarnos de que los sectores
elegidos eran representativos del
viñedo seleccionado y mantuvimos
condiciones estándares de
vinificación para evitar cualquier
interferencia con las características
propias de cada terruño”, cuenta
Buscema.
Para evaluar los compuestos
volátiles presentes en los vinos
estudiados, aquellos compuestos que dan al vino su aroma, los
investigadores recurrieron a tres
destacadas expertas en la materia, mientras que para estudiar los
perfiles sensoriales se basaron en
el análisis por parte de un panel de
degustadores especialmente entre-
Catena Zapata
nados para la tarea. ¿El resultado?
“Los resultados del estudio
mostraron que tanto a nivel de los
compuestos volátiles como, y más
relevante aún, a nivel sensorial, es
posible distinguir los malbec de
Mendoza de los de California. Esto
demuestra que «no todos los malbec son creados iguales», y que el
terruño de origen tiene una enorme influencia en el tipo de vino por
obtener”, comenta Buscema.
Pero ¿qué es lo que diferenció a los
malbec mendocinos de los californianos? “En los malbec de Mendoza
se tuvo que utilizar un número mayor
de descriptores [aromáticos y gustativos] para su caracterización, lo que
habla de un mayor nivel de complejidad de esos vinos en comparación
con los de California –responde–. En
los vinos mendocinos, se encontró
también un carácter más intenso de
fruta roja madura y una mayor suavidad, en contraste con el perfil de
frutas cítricas de los californianos.”
Así, descriptores sensoriales como observados en los vinos mendocinos –la suavidad de los malbec de
Tupungato, las notas de chocolate
y frutas secas de los de San Carlos o
la baja astringencia y buena acidez
de Maipú, por ejemplo– contrastan
con descriptores muy diferentes hallados en los malbec californiamos:
“Pomelo y otros cítricos, en Lodi;
fruta artificial y vegetales cocidos,
en Yolo, o salsa de soja y cárnico, en
Monterrey”.
Pero, y aquí también está una de
las mayores riquezas del estudio, sus
resultados muestran que tampoco
todos los malbec mendocinos son
iguales, producto de la influencia
de factores como el suelo y el clima,
que cambian de un viñedo a otro,
o incluso dentro del mismo viñedo. Un ejemplo paradigmático de
ello surge al pie de la cordillera en
Adrianna, viñedo ubicado a aproximadamente 1500 metros de altura y
considerado el viñedo más estudiado del mundo.
Con nombre y apellido
Cuenta Alejandro Vigil, enólogo
jefe de la bodega Catena Zapata,
que fue la visión pionera de Nicolás
Catena la que llevó a establecer en
Gualtallary, Tupungato, el viñedo
Adrianna en busca del frío.
“Nicolás Catena tenía la idea de
que los vinos de la Argentina necesitaban explorar nuevos caminos
en busca de la baja temperatura”,
explica Vigil, y recuerda: “Cuando
en 2004 elaboré el malbec del viñedo Adrianna, Laura Catena se dio
cuenta de que teníamos algo distinto, algo particular, y ahí nació el
Catena Zapata Malbec Argentino,
nuestro primer vino en obtener +98
puntos Parker” (Robert Parker, uno
de los críticos de vino más prestigiosos e influyentes).
“Esto que, a priori, parece algo
banal me hizo descubrir algo que
es muy importante para nuestra vitivinicultura: dos malbec plantados
a pocos kilómetros de distancia se
expresan de forma muy diferente”,
sostiene Vigil.
Y, justamente, eso es lo que muestra la caracterización de las cuatro
zonas mendocinas estudiadas por
Fernando Buscema y sus colegas
californianos. “Las vinos de Tupungato y de Maipú recibieron puntajes más altos en descriptores como
viscosidad y frutas rojas, mientras
que los de Luján y los de San Carlos
se caracterizaron por notas de especies, flores y frutas negras”, describe Buscema, que cuenta que acaban
de enviar a una revista científica un
nuevo estudio para su publicación,
en el que evaluaron el perfil de compuestos fenólicos en los mismos viñedos mendocinos y californianos
estudiados.
“Nuestra expectativa es avanzar
con nuestras regiones al primer
mundo del vino a través de la investigación de terruños únicos y la
difusión de los resultados que obtengamos”, dice Buscema.
Para Alejandro Vigil, el conocimiento que se está logrando en torno al papel del terruño “hace que ya
no sea necesario hablar de la identidad varietal del malbec, sino de
malbec con apellido, diciendo que
cada zona es ese apellido –concluye–. La diversidad que tenemos de
suelos, climas y alturas nos permite
tener una enorme cantidad de opciones para el consumidor, y eso lo
hace único a nuestro malbec.”ß
Cuando la ciencia se pone
al servicio de los placeres
Un instituto dedicado
a lograr la combinación
y el equilibrio perfecto
“Cuando volví a la Argentina para
trabajar con mi padre a mediados
de los años noventa, teníamos consultores de todo el mundo: de Estados Unidos, de Francia, de Italia, y
cada uno daba una opinión diferente basada en las experiencias de su
país nativo. Un día estaba con uno de
ellos en un viñedo, y me dijo: “Tenemos que sacar hojas para que la luz
les llegue a los racimos”, recuerda
Laura Catena, hija de Nicolás Catena, de la bodega Catena Zapata.
La propuesta del consultor extranjero –o flying winemaker, como se los suele llamar– fue puesta
en práctica, y tan sólo dos semanas
más tarde se apreciaron sus resultados. “Volví a este mismo viñedo
de malbec y encontré todas las uvas
quemadas. En ese instante, entendí
que nuestro clima y nuestro malbec
eran diferentes de los de cualquier
otro lugar del mundo y que, si queríamos producir grandes vinos en
Mendoza, tendríamos que hacer
nuestra propia investigación.”
La necesidad de comprender
nuestra tierra, nuestro clima y nuestras vides, como punto de partida
para elaborar vinos de la más alta
calidad, fue la que alumbró la creación del departamento de investigación hoy llamado Catena Institute of
Wine.
“El espíritu entonces fue el de hacer
grandes vinos que pudieran competir con los mejores del mundo en concentración, elegancia, añejamiento...
en el deleite que producen, pero también vinos que fueran reconocibles
como mendocinos, y aún más, como
vinos del viñedo Adrianna, del viñedo Nicasia o del viñedo Angélica –explica Laura, médica y bióloga, egresada de las universidades de Harvard
y Stanford–. Para esto, tenemos que
hacer nuestra propia investigación
y tener mucha paciencia, porque en
el viñedo todo pasa lentamente: un
viñedo no empieza a afianzarse en su
lugar y producir gran calidad hasta
los siete años, pero, a veces, le puede llevar más de 20 años a un viñedo
equilibrarse.”
El Catena Institute of Wine no es
el único departamento de investigación en una bodega; sí sus metas difieren de la mayoría. “Otras bodegas
se dedican a investigar cómo bajar
costos y aumentar la producción
–dice Laura–. Nuestro objetivo es
crear un vino al nivel de Domaine
de la Romanee Conti o de los grandes premier crus de Francia. No sé
si lo lograremos, pero moriremos
intentándolo.”ß
EXPERIENCIAs
Loreley Gaffoglio
Un arriesgado descenso a los
pies del volcán Copahue
Una cronista decide “surfear” la nieve honda y desafía al “dragón
dormido” que tiempo atrás supo impedirle el paso
D
Hernán Iglesias Illa
La rebeldía oculta en
las marcas deportivas
E
Un nuevo vodka con
ganas de mixear
La firma polaca The
Wyborowa Company
acaba de llegar al
país con cuatro etiquetas de su marca
Oddka. Se trata de un
vodka clásico y tres
saborizados: Electricity, con sabor a uva;
Apple Pie, manzana y
canela, y Twisted Melon, que combina melón y sandía ($ 79,90).
PAtrón XO
CAfé DArK
COCOA
Tres en uno: tequila,
chocolate y café
La recién llegada etiqueta de Patrón combina a su tequila Silver con la esencia del
café y el chocolate
criollo mexicano, para dar lugar a un
amable y sabroso licor de café y chocolate ultra premium
($ 600).
the DAlmOre
12 AñOs
Un single malt de las
Tierras Altas
La cornamenta del
ciervo es el emblema
del clan Mackenzie,
que estableció en
1839 una destilería de
las Tierras Altas de
Escocia para producir
whiskies de malta. De
las cuatro etiquetas
disponibles en el país,
12 Años es la más accesible ($ 1550).
Whyte &
mACKAy
13 AñOs
Un escocés con 170
años de historia
Fundada en los muelles de Glasgow en
1844, esta firma llega
a la Argentina con
tres de sus etiquetas:
Special, 30 Años y 13
Años. Este último une
un blend de maltas
añejado en barricas
de jerez con whiskies
de grano ($ 850).
JOhnnie
WAlKer GOlD
lAbel reserve
El más nocturno de
los caminantes
Este nuevo single
malt escocés se presenta como el más
festivo y nocturno de
la marca del caminante. Ligero, es
ideal para coctelería
o para, simplemente,
beberlo con hielo y
una rodaja de naranja ($ 712).
JOhnnie
WAlKer
PlAtinum
Un complejo y
sofisticado blend
Platinum es una reinterpretación moderna y sofisticada de la
tradición de “mezclas
privadas”. En este caso, un blend complejo elaborado a partir
de distintos whiskies
con no menos de 18
años de añejamiento
($ 1180).
flOr De CAñA
AñeJO OrO
La mejor versión
nicaragüense del ron
Recién desembarcada en el país, esta
marca emblemática
de ron ofrece cuatro
etiquetas: Centenario
(12 años), Gran Reserva (7 años), Blanco
y Añejo Oro. Esta última es ideal para
mezclar y ha obtenido numerosas distinciones ($ 185).
CinzAnO
rOssO 1757
Nueva fórmula para
un aperitivo clásico
Creado en homenaje
a Giovanni Giacomo y
Carlo Stefano, que en
1757 crearon en Turín
el ya clásico vermut
italiano, el nuevo Cinzano es una versión
premium de su Rosso
que se presta para un
Americano o un Negroni ($ 60). ß Sebastián A. Rios
templar, 30 metros más abajo, la
laguna verde lechosa, que atizada
por el magma cuece manchones de
azufre. Ese lago interior, de 200 m
de diámetro, se alimenta de los desprendimientos glaciares adosados
en la garganta del Copahue.
Sólo cuando ese paisaje estremecedor quede grabado en mis retinas,
recién ahí, despuntaré el vicio. Ajustaré los straps de mi snowboard para
“surfear” la nieve honda y descender
ocho8 kilómetros por la falda hasta
los pies del volcán. La aventura suena osada, pero no lo es. Cientos de
esquiadores llegan hasta aquí con
el mismo desvelo. Si el Copahue no
tose y no escupe ceniza, el límite depende sólo de la destreza física.
Hoy es el día perfecto. No hay nubes ni viento y el deslizamiento por
las laderas del Copahue, a gran velocidad en motos de nieve, tiene para
mí el sabor de lo inédito. Aunque las
en algún lugar
del mundo
Bebidas blancas: nuevas etiquetas para renovar la barra
ODDKA
caviahue
ebo llegar a las fauces de
ese “dragón colérico”. Tendré que perturbar su siesta. Trepar por su piel raleada de basalto; injuriar con el peso de
mi huella su terso abrigo blanco y
esquivar, ya en lo alto, su veleidoso
acopio de piroclastos.
Quiero ascender hasta allí para
contarles cómo es esa terraza patagónica y asomarme al cráter abismal del volcán Copahue (2997 m).
Ese que simula dormir, aunque a
veces rezonga. Podré describirles
el límite con Chile y la divisora de
aguas; la enigmática fisonomía del
Domuyo, con su chimenea sellada,
encumbrado en la espina dorsal de
lLos Andes. Todo ha sido programado: desde el cráter, con densas
fumarolas blancas, voy a sentir su
aliento sulfuroso. Caminaré por la
comisura de sus labios para con-
Placeres
Whiskies, vodkas, rones, tequilas y aperitivos suman recientes incorporaciones a la coctelería local; aquí, una guía práctica a la hora de elegir
SÁBADO | 5
| Sábado 19 de julio de 2014
| Sábado 19 de julio de 2014
n los Juegos Olímpicos de
México 68, los estadounidenses Tommie Smith y John Carlos ganaron la medalla de
oro y bronce, respectivamente, de
los 200 metros llanos. En la ceremonia de premiación, subieron al
podio descalzos y con el puño en
alto, para protestar contra el apartheid en Sudáfrica y la segregación
en los Estados Unidos. A pesar del
gesto de rebeldía, que les costó
la expulsión de los juegos y se ha
convertido en uno de los íconos
de la historia olímpica, los dos se
acordaron de colocar a su lado, en
el podio, las zapatillas Puma que
habían usado en la carrera.
Dos años después, en la misma ciudad, Pelé se agachaba para atarse los cordones justo antes
de sacar del medio. Las cámaras
lo enfocaban en primer plano y
mostraban al mundo sus botines Puma, por cuyo uso durante
el Mundial había cobrado 25.000
dólares. En Munich, en 1972, el nadador Mark Spitz agitó durante la
ceremonia de premiación sus zapatillas Adidas, que obviamente
no había usado para ganar ninguna medalla, pero quedaron retratadas en las fotos de las agencias
internacionales.
Todas estas historias, incluidas
en el reciente y jugoso Los hombres
que hicieron la historia de las marcas deportivas, de Eugenio Palopoli, ocurrieron en una bisagra clave
de la historia del deporte: el paso
del amateurismo al profesionalismo y de los clubes de caballeros al
reinado de las súper-estrellas. En
aquellos Juegos Olímpicos todavía estaba oficialmente prohibido
pagarles a los atletas, pero los enviados de Puma y Adidas, las dos
grandes marcas de la época, les pasaban sobres marrones con efectivo a los atletas más prometedores.
Era una carrera armamentística
aprovechada por los atletas: más
pagaba Puma, más ofrecía Adidas
para recuperarlos, más volvían
ellos a pedirle a Puma.
En las tensiones entre tradición
y cambio, homogeneidad e individualidad, deber y placer, rituales e
informalidad, las marcas deportivas empujaban casi siempre para
curvas en cuesta me provocan un paradójico vértigo. No soy amiga de los
motores,; menos de los riesgos. Pero
las distancias son largas, las cuestas
escarpadas y para poder treparlas se
necesita potencia.
Al team que me acompaña le sobra experiencia: pilotos avezados,
Mariano y Fede son guías de montaña. Junto al barilochense Juan
Martín Marrero, eximio esquiador,
le pondremos cuerpo y alma al descenso. Las motos de nieve y los vehículos oruga aquí unen todas las
distancias. Estamos en las entrañas
cordilleranas; en la misma geografía
donde el Ejército se adiestra para las
campañas antárticas.
¿Por qué será que, a veces, el ardor
del deseo boicotea? En vez de concretar el anhelo pareciera ser su intensidad la que lo aleja.
Fin del ascenso. Hemos conquistado la altitud de los cóndores en un
tramo de montaña inhóspita. Atrás
quedaron los entresijos de milenarias araucarias. Y, más abajo, la cascada de Jara, con sus aguas congeladas como filosas espadas. Delante de
nosotrosnuestro, a 300 metros, se recorta con nitidez la pronunciada V,
ennegrecida de ceniza, de las fauces
del Copahue. Hechiza su fumarola:
formas volubles esculpidas en su penacho, que el viento disipa y deforma.
Parecen los negativos de las manchas
de Rorschach. El paisaje es glorioso:
el lago Caviahue en herradura a mis
pies; Chile hacia el Este y en el medio,
los valles y picos nevados que nos
abrazan. Pero ahora es la naturaleza
la que impone su veda. “Por aquí no
pasarán”, parece decir la piel del Copahue: una ladera escapada de hielo
macizo inhibe la adherencia de nuestros vehículos. La oruga lo intenta y
resbala. Se precipita, con la fuerza y
peligro, hacia abajo. Se necesitará
otra nevada para poder vencerla. Percibo ese límite como un déjà- vu: he
vivido ya este impedimento, aunque
en otras circunstancias más aciagas.
Fue en el invierno pasado, cuando el
volcán balbuceaba, el magma ascendía y la villa se evacuaba ante el
acecho de una erupción cantada que
nunca ocurrió.
Para mi desconsuelo, la verticalidad del hielo nos sesga del ascenso.
Nos escatima la panorámica andina y el poder otear la grieta donde se
cuece la laguna. Hay que desensillar.
No hay más aprestos que calzarnos
las tablas. Con Juan Martín navegamos la nieve honda por distintas
pendientes de la alta montaña. Desafiamos un tramo del cauce sinuoso
del río Agrio. Tiene algo de impúdico sacrilegio el descender, y ver impresas nuestras huellas en grandes
eses, sobre la virginidad del suelo.
Aunque el placer es completo.
De un solo tirón, por cañadones y
pendientes, el descenso, en ordenada
fila india, se acorta más de la cuenta.
adelante, reemplazando las viejas
tradiciones y homogeneidades
por otras nuevas (las propias), e
incluso tomando prestado el espíritu de la contracultura, como
en el caso de Nike, nacida en los
’70, para gestionar una empresa,
crear un espíritu de cuerpo y vender zapatillas.
Para aquellos atletas, los sobres
equivalían a una especie de liberación. Rehenes de aristocráticos
ancianos en el COI, la FIFA y el
mundo del tenis (Wimbledon no
fue profesional hasta 1968), que no
necesitaban plata ni les ofrecían
otros caminos, los atletas encontraron en los espías susurrantes de
Adidas y Puma gente que quería
pagarles por su trabajo. En un momento en el que crecía la rebeldía,
los deportistas hicieron como sus
contemporáneos: empezaron a
tomar decisiones basadas en sus
propios criterios –en el sexo, con
las drogas, con la música, con la
política–, sin respetar a las generaciones ni las prácticas anteriores.
Una de sus maneras de reafirmarse y desobedecer fue pedir plata a
cambio de sus éxitos.
La economía de agentes libres
en la que vivimos ahora, en la cual
los mejores profesionales pueden
reclamar millones a organizaciones, empezó a nacer en aquellos
días, con marcas nuevas y ambiciosas y atletas pioneros y ambiciosos. Como el etíope Abebe Bikila, que ganó la maratón olímpica en Roma, en 1960, corriendo
descalzo, y la de Tokio, en 1964,
con zapatillas Puma. A él, como
escribe Palopoli, “también le había llegado su sobre”.ß
Un fuera de pista por las laderas del volcán Copahue
fotos de marcos zanellato
Un final en el piletón de fango volcánico
Juan Martín lidera; por momentos
me adelanto yo. Mariano y Fede, en
sus motos, nos secundan detrás.
La montaña volcánica reedita la
ley de la vida: cuesta mucho esfuerzo el intentar conquistar la cima,
pero muy poco volver al punto de
partida.
¿Tiempo de relax?
Hay ansias de mucho más al llegar
a la base. La suerte nos acompaña:
un vehículo oruga partirá en minutos más hacia las Termas de Copahue, por alta montaña. Casi una
hora de viaje a los cimbronazos y
Una aventura
que vale la pena
La excursión dura unas
tres horas, cuesta
$ 1600 por persona, y
transporta un máximo
de 12 pasajeros. Un dato para tener en cuenta
es que la travesía en
esquí desde el volcán se
recomienda sólo para
esquiadores avezados.
ideas y
personas
Natalie Kantt
El apogeo americano
en las calles parisinas
L
PARíS
e Camion qui fume, el food
truck que se pasea por las calles de París vendiendo hamburguesas, se detiene a metros de
la Biblioteca Nacional de Francia,
ésa con cuatro torres de vidrio en
forma de libros abiertos desde la
cual se ve el Sena. Son las siete de
la tarde, el camión itinerante está
a punto de levantar sus ventanas,
y ya hay 35 personas haciendo fila. La misma escena se presencia
al mediodía, en la Place de la Madeleine. En tres horas, se venden
200 burgers (como las llaman acá)
y hasta 300 los viernes y sábados.
Los parisinos, que suelen estar
apurados para absolutamente todo, son también llamativamente
pacientes cuando se ven obligados
a esperar para conseguir lo que desean. Forma parte de su código de
conducta y hacen filas de media
hora –en el mejor de los casos– por
una hamburguesa a 8,5 euros. Por
dos euros más se llevan unas fritas
fait maison (hechas en casa).
Detrás de esta iniciativa, está
una californiana nacida en la dé-
cada del 80 que estudió gastronomía en París. El éxito fue tal que
hoy cuenta con tres camiones (en
cada uno, un equipo de cinco personas trabajan en cadena) y seis
paradas. Al principio, la gente se
enteraba a último momento por
las redes sociales de cuáles serían
los lugares de paso, pero la necesidad de permisos municipales fue
una sentencia de muerte para el
efecto sorpresa.
Al observarlos pedir una burger con carne, queso cheddar, cebolla frita y salsa barbecue, cabe
preguntarse dónde quedó ese espíritu antiamericano con el que
suele tildarse a los parisinos, tan
protectores de sus costumbres y
de lo que denominan la “excepción cultural”, principio con el
que blindan su cultura y que, por
supuesto, comprende a la gastronomía. Sobrevive quizás en
la pronunciación afrancesada de
los términos anglosajones, cuando no es directamente su entera
reconversión.
En esta ciudad del jambonbeurre (las tradicionales baguettes
aparece la villa desierta, sepultada
en la nieve. Un piletón de fango volcánico –—mezcla de hierro, azufre y
magnesio, a más de 30°– —se asemeja a una gran sopa grumosa de lentejas. Hay aprehensión generalizada.
Pero esos minerales, –me dicen–,
tienen “milagrosos” efectos.
Me siento en una encrucijada: como tironeada por el sueño trunco de
otear un cráter sulfuroso arriba y la
posibilidad concreta de relajar, aún
más lejos, mi musculatura. ¿Me animo y acepto el consuelo? El “dragón
dormido”, después de todo, me da
una revancha.ß
de jamón y manteca) proliferan los
pequeños restaurantes especializados en hamburguesas. Eso sí,
customizadas para el gusto de los
parisinos con productos “100%
bio” (naturales), caseros o un blend
(combinación) de altísima calidad
que las transforman en una verdadera propuesta gourmet.
Las burgers, que primero aparecieron en los menús de algunas brasseries, ya cuentan con su
propio espacio siempre lleno por
un público que busca morder un
poco de ese sueño americano sin
perder la allure.
“Es una cuestión generacional.
Nuestros padres nos prohibían ir
a McDo [los franceses contraen
el apellido de Ronald] y hoy nosotros nos vengamos, aunque a
nuestra manera: con buen pan,
con quesos y carnes francesas”,
analiza el fundador del sitio online Paris Burger, Julien Lacheray,
dedicado a probar y clasificar las
mejores propuestas.
Es el caso de Maison, una casa
de hamburguesas no muy lejos de
Odéon. Fundada hace seis meses
por dos treintañeros parisinos,
propone cuatro variantes (Classic –con queso azul de la región de
Auvergne–, Signature –salsa especial de la casa–, BBQ –con ají ahumado– y Veggie –tofu marinado y
empanado–) o una degustación
de seis miniburgers por 12 euros
y siempre con el tradicional pan
francés Poilâne y carne de Desnoyer, el carnicero estrella de París.
Los parisinos se encuentran así
con todo lo que les gusta: buen pan,
buena carne y claro: el momento
alrededor de una mesa.ß
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