4 | Bebidas ¿Qué es lo que hace del malbec argentino un vino único en el mundo? Investigadores desentrañan aquello que destaca a la cepa emblema de la Argentina de su expresión en otros países Sebastián A. Ríos LA NACION MENDOZA.– El vino se llama Mad Hatters (algo así como “Sombreros Locos”) y en su etiqueta hay un dibujo de un gaucho o, mejor dicho, de la idea que podría hacerse de un gaucho alguien que jamás ha pisado suelo argentino. El vino es un malbec y su etiqueta enumera las nobles características de esta cepa emblemática de la Argentina (de hecho, en la contraetiqueta hay un mapa de América del Sur en el que se señala qué lugar ocupa el país). Pero Mad Hatters no es un vino argentino: ¡es sudafricano! Un intento, uno más, de sumarse a la indiscutible atracción que hoy suscitan en el mundo los vinos elaborados con esta cepa originaria de Francia, pero que reflejan su expresión única en la Argentina. Decir que el malbec argentino es único en su especie no es sólo la expresión de un ciego amor por nuestro vino y nuestra tierra. Investigadores argentinos y norteamericanos han llevado adelante un estudio que determinó las características distintivas del malbec mendocino, más precisamente aquellas que permiten diferenciarlo de los malbec californianos. “Es el estudio más extensivo alguna vez hecho para malbec y, probablemente, para cualquier otra variedad de vino del mundo”, dice Fernando Buscema, director ejecutivo del Catena Institute of Wine y coautor del estudio cuyas conclusiones fueron publicadas en la revista Food Chemistry. “El malbec es una variedad que no es exclusiva de Mendoza o de la Argentina. Y si bien en el mundo la asociación entre malbec de calidad y Argentina-Mendoza es fuerte, hay otros países como Francia, los Estados Unidos o Chile compitiendo por producir grandes malbec –explica Buscema–. Pero lo que queremos es evitar que el varietal emblema de la Argentina se convierta en una commodity. Mediante éste y otros estudios queremos asociar al malbec de calidad con terruños específicos: si alguien quiere tomar un malbec único y de calidad debe provenir del sitio equis, y nuestra expectativa es que esa equis esté en la Argentina, en Mendoza. Sin ir más lejos, esto es lo que lograron las grandes regiones vitivinícolas del mundo, como Burdeos o Borgoña. En esas regiones, el sitio de origen del vino tiene incluso más reputación que el varietal.” De Napa Valley a Tupungato Luján, Maipú, Tupungato y San Carlos, en Mendoza; Napa, Sonoma, Yolo, Lodi y Monterrey, en California. Fernando Buscema, en un viñedo de malbec En esas nueve regiones vitivinícolas, los investigadores del Catena Institute of Wine y de la Universidad de California en Davis seleccionaron 41 viñedos, cuyos malbec fueron sometidos a un exhaustivo análisis químico y sensorial. “Utilizamos estrictos protocolos para asegurarnos de que los sectores elegidos eran representativos del viñedo seleccionado y mantuvimos condiciones estándares de vinificación para evitar cualquier interferencia con las características propias de cada terruño”, cuenta Buscema. Para evaluar los compuestos volátiles presentes en los vinos estudiados, aquellos compuestos que dan al vino su aroma, los investigadores recurrieron a tres destacadas expertas en la materia, mientras que para estudiar los perfiles sensoriales se basaron en el análisis por parte de un panel de degustadores especialmente entre- Catena Zapata nados para la tarea. ¿El resultado? “Los resultados del estudio mostraron que tanto a nivel de los compuestos volátiles como, y más relevante aún, a nivel sensorial, es posible distinguir los malbec de Mendoza de los de California. Esto demuestra que «no todos los malbec son creados iguales», y que el terruño de origen tiene una enorme influencia en el tipo de vino por obtener”, comenta Buscema. Pero ¿qué es lo que diferenció a los malbec mendocinos de los californianos? “En los malbec de Mendoza se tuvo que utilizar un número mayor de descriptores [aromáticos y gustativos] para su caracterización, lo que habla de un mayor nivel de complejidad de esos vinos en comparación con los de California –responde–. En los vinos mendocinos, se encontró también un carácter más intenso de fruta roja madura y una mayor suavidad, en contraste con el perfil de frutas cítricas de los californianos.” Así, descriptores sensoriales como observados en los vinos mendocinos –la suavidad de los malbec de Tupungato, las notas de chocolate y frutas secas de los de San Carlos o la baja astringencia y buena acidez de Maipú, por ejemplo– contrastan con descriptores muy diferentes hallados en los malbec californiamos: “Pomelo y otros cítricos, en Lodi; fruta artificial y vegetales cocidos, en Yolo, o salsa de soja y cárnico, en Monterrey”. Pero, y aquí también está una de las mayores riquezas del estudio, sus resultados muestran que tampoco todos los malbec mendocinos son iguales, producto de la influencia de factores como el suelo y el clima, que cambian de un viñedo a otro, o incluso dentro del mismo viñedo. Un ejemplo paradigmático de ello surge al pie de la cordillera en Adrianna, viñedo ubicado a aproximadamente 1500 metros de altura y considerado el viñedo más estudiado del mundo. Con nombre y apellido Cuenta Alejandro Vigil, enólogo jefe de la bodega Catena Zapata, que fue la visión pionera de Nicolás Catena la que llevó a establecer en Gualtallary, Tupungato, el viñedo Adrianna en busca del frío. “Nicolás Catena tenía la idea de que los vinos de la Argentina necesitaban explorar nuevos caminos en busca de la baja temperatura”, explica Vigil, y recuerda: “Cuando en 2004 elaboré el malbec del viñedo Adrianna, Laura Catena se dio cuenta de que teníamos algo distinto, algo particular, y ahí nació el Catena Zapata Malbec Argentino, nuestro primer vino en obtener +98 puntos Parker” (Robert Parker, uno de los críticos de vino más prestigiosos e influyentes). “Esto que, a priori, parece algo banal me hizo descubrir algo que es muy importante para nuestra vitivinicultura: dos malbec plantados a pocos kilómetros de distancia se expresan de forma muy diferente”, sostiene Vigil. Y, justamente, eso es lo que muestra la caracterización de las cuatro zonas mendocinas estudiadas por Fernando Buscema y sus colegas californianos. “Las vinos de Tupungato y de Maipú recibieron puntajes más altos en descriptores como viscosidad y frutas rojas, mientras que los de Luján y los de San Carlos se caracterizaron por notas de especies, flores y frutas negras”, describe Buscema, que cuenta que acaban de enviar a una revista científica un nuevo estudio para su publicación, en el que evaluaron el perfil de compuestos fenólicos en los mismos viñedos mendocinos y californianos estudiados. “Nuestra expectativa es avanzar con nuestras regiones al primer mundo del vino a través de la investigación de terruños únicos y la difusión de los resultados que obtengamos”, dice Buscema. Para Alejandro Vigil, el conocimiento que se está logrando en torno al papel del terruño “hace que ya no sea necesario hablar de la identidad varietal del malbec, sino de malbec con apellido, diciendo que cada zona es ese apellido –concluye–. La diversidad que tenemos de suelos, climas y alturas nos permite tener una enorme cantidad de opciones para el consumidor, y eso lo hace único a nuestro malbec.”ß Cuando la ciencia se pone al servicio de los placeres Un instituto dedicado a lograr la combinación y el equilibrio perfecto “Cuando volví a la Argentina para trabajar con mi padre a mediados de los años noventa, teníamos consultores de todo el mundo: de Estados Unidos, de Francia, de Italia, y cada uno daba una opinión diferente basada en las experiencias de su país nativo. Un día estaba con uno de ellos en un viñedo, y me dijo: “Tenemos que sacar hojas para que la luz les llegue a los racimos”, recuerda Laura Catena, hija de Nicolás Catena, de la bodega Catena Zapata. La propuesta del consultor extranjero –o flying winemaker, como se los suele llamar– fue puesta en práctica, y tan sólo dos semanas más tarde se apreciaron sus resultados. “Volví a este mismo viñedo de malbec y encontré todas las uvas quemadas. En ese instante, entendí que nuestro clima y nuestro malbec eran diferentes de los de cualquier otro lugar del mundo y que, si queríamos producir grandes vinos en Mendoza, tendríamos que hacer nuestra propia investigación.” La necesidad de comprender nuestra tierra, nuestro clima y nuestras vides, como punto de partida para elaborar vinos de la más alta calidad, fue la que alumbró la creación del departamento de investigación hoy llamado Catena Institute of Wine. “El espíritu entonces fue el de hacer grandes vinos que pudieran competir con los mejores del mundo en concentración, elegancia, añejamiento... en el deleite que producen, pero también vinos que fueran reconocibles como mendocinos, y aún más, como vinos del viñedo Adrianna, del viñedo Nicasia o del viñedo Angélica –explica Laura, médica y bióloga, egresada de las universidades de Harvard y Stanford–. Para esto, tenemos que hacer nuestra propia investigación y tener mucha paciencia, porque en el viñedo todo pasa lentamente: un viñedo no empieza a afianzarse en su lugar y producir gran calidad hasta los siete años, pero, a veces, le puede llevar más de 20 años a un viñedo equilibrarse.” El Catena Institute of Wine no es el único departamento de investigación en una bodega; sí sus metas difieren de la mayoría. “Otras bodegas se dedican a investigar cómo bajar costos y aumentar la producción –dice Laura–. Nuestro objetivo es crear un vino al nivel de Domaine de la Romanee Conti o de los grandes premier crus de Francia. No sé si lo lograremos, pero moriremos intentándolo.”ß EXPERIENCIAs Loreley Gaffoglio Un arriesgado descenso a los pies del volcán Copahue Una cronista decide “surfear” la nieve honda y desafía al “dragón dormido” que tiempo atrás supo impedirle el paso D Hernán Iglesias Illa La rebeldía oculta en las marcas deportivas E Un nuevo vodka con ganas de mixear La firma polaca The Wyborowa Company acaba de llegar al país con cuatro etiquetas de su marca Oddka. Se trata de un vodka clásico y tres saborizados: Electricity, con sabor a uva; Apple Pie, manzana y canela, y Twisted Melon, que combina melón y sandía ($ 79,90). PAtrón XO CAfé DArK COCOA Tres en uno: tequila, chocolate y café La recién llegada etiqueta de Patrón combina a su tequila Silver con la esencia del café y el chocolate criollo mexicano, para dar lugar a un amable y sabroso licor de café y chocolate ultra premium ($ 600). the DAlmOre 12 AñOs Un single malt de las Tierras Altas La cornamenta del ciervo es el emblema del clan Mackenzie, que estableció en 1839 una destilería de las Tierras Altas de Escocia para producir whiskies de malta. De las cuatro etiquetas disponibles en el país, 12 Años es la más accesible ($ 1550). Whyte & mACKAy 13 AñOs Un escocés con 170 años de historia Fundada en los muelles de Glasgow en 1844, esta firma llega a la Argentina con tres de sus etiquetas: Special, 30 Años y 13 Años. Este último une un blend de maltas añejado en barricas de jerez con whiskies de grano ($ 850). JOhnnie WAlKer GOlD lAbel reserve El más nocturno de los caminantes Este nuevo single malt escocés se presenta como el más festivo y nocturno de la marca del caminante. Ligero, es ideal para coctelería o para, simplemente, beberlo con hielo y una rodaja de naranja ($ 712). JOhnnie WAlKer PlAtinum Un complejo y sofisticado blend Platinum es una reinterpretación moderna y sofisticada de la tradición de “mezclas privadas”. En este caso, un blend complejo elaborado a partir de distintos whiskies con no menos de 18 años de añejamiento ($ 1180). flOr De CAñA AñeJO OrO La mejor versión nicaragüense del ron Recién desembarcada en el país, esta marca emblemática de ron ofrece cuatro etiquetas: Centenario (12 años), Gran Reserva (7 años), Blanco y Añejo Oro. Esta última es ideal para mezclar y ha obtenido numerosas distinciones ($ 185). CinzAnO rOssO 1757 Nueva fórmula para un aperitivo clásico Creado en homenaje a Giovanni Giacomo y Carlo Stefano, que en 1757 crearon en Turín el ya clásico vermut italiano, el nuevo Cinzano es una versión premium de su Rosso que se presta para un Americano o un Negroni ($ 60). ß Sebastián A. Rios templar, 30 metros más abajo, la laguna verde lechosa, que atizada por el magma cuece manchones de azufre. Ese lago interior, de 200 m de diámetro, se alimenta de los desprendimientos glaciares adosados en la garganta del Copahue. Sólo cuando ese paisaje estremecedor quede grabado en mis retinas, recién ahí, despuntaré el vicio. Ajustaré los straps de mi snowboard para “surfear” la nieve honda y descender ocho8 kilómetros por la falda hasta los pies del volcán. La aventura suena osada, pero no lo es. Cientos de esquiadores llegan hasta aquí con el mismo desvelo. Si el Copahue no tose y no escupe ceniza, el límite depende sólo de la destreza física. Hoy es el día perfecto. No hay nubes ni viento y el deslizamiento por las laderas del Copahue, a gran velocidad en motos de nieve, tiene para mí el sabor de lo inédito. Aunque las en algún lugar del mundo Bebidas blancas: nuevas etiquetas para renovar la barra ODDKA caviahue ebo llegar a las fauces de ese “dragón colérico”. Tendré que perturbar su siesta. Trepar por su piel raleada de basalto; injuriar con el peso de mi huella su terso abrigo blanco y esquivar, ya en lo alto, su veleidoso acopio de piroclastos. Quiero ascender hasta allí para contarles cómo es esa terraza patagónica y asomarme al cráter abismal del volcán Copahue (2997 m). Ese que simula dormir, aunque a veces rezonga. Podré describirles el límite con Chile y la divisora de aguas; la enigmática fisonomía del Domuyo, con su chimenea sellada, encumbrado en la espina dorsal de lLos Andes. Todo ha sido programado: desde el cráter, con densas fumarolas blancas, voy a sentir su aliento sulfuroso. Caminaré por la comisura de sus labios para con- Placeres Whiskies, vodkas, rones, tequilas y aperitivos suman recientes incorporaciones a la coctelería local; aquí, una guía práctica a la hora de elegir SÁBADO | 5 | Sábado 19 de julio de 2014 | Sábado 19 de julio de 2014 n los Juegos Olímpicos de México 68, los estadounidenses Tommie Smith y John Carlos ganaron la medalla de oro y bronce, respectivamente, de los 200 metros llanos. En la ceremonia de premiación, subieron al podio descalzos y con el puño en alto, para protestar contra el apartheid en Sudáfrica y la segregación en los Estados Unidos. A pesar del gesto de rebeldía, que les costó la expulsión de los juegos y se ha convertido en uno de los íconos de la historia olímpica, los dos se acordaron de colocar a su lado, en el podio, las zapatillas Puma que habían usado en la carrera. Dos años después, en la misma ciudad, Pelé se agachaba para atarse los cordones justo antes de sacar del medio. Las cámaras lo enfocaban en primer plano y mostraban al mundo sus botines Puma, por cuyo uso durante el Mundial había cobrado 25.000 dólares. En Munich, en 1972, el nadador Mark Spitz agitó durante la ceremonia de premiación sus zapatillas Adidas, que obviamente no había usado para ganar ninguna medalla, pero quedaron retratadas en las fotos de las agencias internacionales. Todas estas historias, incluidas en el reciente y jugoso Los hombres que hicieron la historia de las marcas deportivas, de Eugenio Palopoli, ocurrieron en una bisagra clave de la historia del deporte: el paso del amateurismo al profesionalismo y de los clubes de caballeros al reinado de las súper-estrellas. En aquellos Juegos Olímpicos todavía estaba oficialmente prohibido pagarles a los atletas, pero los enviados de Puma y Adidas, las dos grandes marcas de la época, les pasaban sobres marrones con efectivo a los atletas más prometedores. Era una carrera armamentística aprovechada por los atletas: más pagaba Puma, más ofrecía Adidas para recuperarlos, más volvían ellos a pedirle a Puma. En las tensiones entre tradición y cambio, homogeneidad e individualidad, deber y placer, rituales e informalidad, las marcas deportivas empujaban casi siempre para curvas en cuesta me provocan un paradójico vértigo. No soy amiga de los motores,; menos de los riesgos. Pero las distancias son largas, las cuestas escarpadas y para poder treparlas se necesita potencia. Al team que me acompaña le sobra experiencia: pilotos avezados, Mariano y Fede son guías de montaña. Junto al barilochense Juan Martín Marrero, eximio esquiador, le pondremos cuerpo y alma al descenso. Las motos de nieve y los vehículos oruga aquí unen todas las distancias. Estamos en las entrañas cordilleranas; en la misma geografía donde el Ejército se adiestra para las campañas antárticas. ¿Por qué será que, a veces, el ardor del deseo boicotea? En vez de concretar el anhelo pareciera ser su intensidad la que lo aleja. Fin del ascenso. Hemos conquistado la altitud de los cóndores en un tramo de montaña inhóspita. Atrás quedaron los entresijos de milenarias araucarias. Y, más abajo, la cascada de Jara, con sus aguas congeladas como filosas espadas. Delante de nosotrosnuestro, a 300 metros, se recorta con nitidez la pronunciada V, ennegrecida de ceniza, de las fauces del Copahue. Hechiza su fumarola: formas volubles esculpidas en su penacho, que el viento disipa y deforma. Parecen los negativos de las manchas de Rorschach. El paisaje es glorioso: el lago Caviahue en herradura a mis pies; Chile hacia el Este y en el medio, los valles y picos nevados que nos abrazan. Pero ahora es la naturaleza la que impone su veda. “Por aquí no pasarán”, parece decir la piel del Copahue: una ladera escapada de hielo macizo inhibe la adherencia de nuestros vehículos. La oruga lo intenta y resbala. Se precipita, con la fuerza y peligro, hacia abajo. Se necesitará otra nevada para poder vencerla. Percibo ese límite como un déjà- vu: he vivido ya este impedimento, aunque en otras circunstancias más aciagas. Fue en el invierno pasado, cuando el volcán balbuceaba, el magma ascendía y la villa se evacuaba ante el acecho de una erupción cantada que nunca ocurrió. Para mi desconsuelo, la verticalidad del hielo nos sesga del ascenso. Nos escatima la panorámica andina y el poder otear la grieta donde se cuece la laguna. Hay que desensillar. No hay más aprestos que calzarnos las tablas. Con Juan Martín navegamos la nieve honda por distintas pendientes de la alta montaña. Desafiamos un tramo del cauce sinuoso del río Agrio. Tiene algo de impúdico sacrilegio el descender, y ver impresas nuestras huellas en grandes eses, sobre la virginidad del suelo. Aunque el placer es completo. De un solo tirón, por cañadones y pendientes, el descenso, en ordenada fila india, se acorta más de la cuenta. adelante, reemplazando las viejas tradiciones y homogeneidades por otras nuevas (las propias), e incluso tomando prestado el espíritu de la contracultura, como en el caso de Nike, nacida en los ’70, para gestionar una empresa, crear un espíritu de cuerpo y vender zapatillas. Para aquellos atletas, los sobres equivalían a una especie de liberación. Rehenes de aristocráticos ancianos en el COI, la FIFA y el mundo del tenis (Wimbledon no fue profesional hasta 1968), que no necesitaban plata ni les ofrecían otros caminos, los atletas encontraron en los espías susurrantes de Adidas y Puma gente que quería pagarles por su trabajo. En un momento en el que crecía la rebeldía, los deportistas hicieron como sus contemporáneos: empezaron a tomar decisiones basadas en sus propios criterios –en el sexo, con las drogas, con la música, con la política–, sin respetar a las generaciones ni las prácticas anteriores. Una de sus maneras de reafirmarse y desobedecer fue pedir plata a cambio de sus éxitos. La economía de agentes libres en la que vivimos ahora, en la cual los mejores profesionales pueden reclamar millones a organizaciones, empezó a nacer en aquellos días, con marcas nuevas y ambiciosas y atletas pioneros y ambiciosos. Como el etíope Abebe Bikila, que ganó la maratón olímpica en Roma, en 1960, corriendo descalzo, y la de Tokio, en 1964, con zapatillas Puma. A él, como escribe Palopoli, “también le había llegado su sobre”.ß Un fuera de pista por las laderas del volcán Copahue fotos de marcos zanellato Un final en el piletón de fango volcánico Juan Martín lidera; por momentos me adelanto yo. Mariano y Fede, en sus motos, nos secundan detrás. La montaña volcánica reedita la ley de la vida: cuesta mucho esfuerzo el intentar conquistar la cima, pero muy poco volver al punto de partida. ¿Tiempo de relax? Hay ansias de mucho más al llegar a la base. La suerte nos acompaña: un vehículo oruga partirá en minutos más hacia las Termas de Copahue, por alta montaña. Casi una hora de viaje a los cimbronazos y Una aventura que vale la pena La excursión dura unas tres horas, cuesta $ 1600 por persona, y transporta un máximo de 12 pasajeros. Un dato para tener en cuenta es que la travesía en esquí desde el volcán se recomienda sólo para esquiadores avezados. ideas y personas Natalie Kantt El apogeo americano en las calles parisinas L PARíS e Camion qui fume, el food truck que se pasea por las calles de París vendiendo hamburguesas, se detiene a metros de la Biblioteca Nacional de Francia, ésa con cuatro torres de vidrio en forma de libros abiertos desde la cual se ve el Sena. Son las siete de la tarde, el camión itinerante está a punto de levantar sus ventanas, y ya hay 35 personas haciendo fila. La misma escena se presencia al mediodía, en la Place de la Madeleine. En tres horas, se venden 200 burgers (como las llaman acá) y hasta 300 los viernes y sábados. Los parisinos, que suelen estar apurados para absolutamente todo, son también llamativamente pacientes cuando se ven obligados a esperar para conseguir lo que desean. Forma parte de su código de conducta y hacen filas de media hora –en el mejor de los casos– por una hamburguesa a 8,5 euros. Por dos euros más se llevan unas fritas fait maison (hechas en casa). Detrás de esta iniciativa, está una californiana nacida en la dé- cada del 80 que estudió gastronomía en París. El éxito fue tal que hoy cuenta con tres camiones (en cada uno, un equipo de cinco personas trabajan en cadena) y seis paradas. Al principio, la gente se enteraba a último momento por las redes sociales de cuáles serían los lugares de paso, pero la necesidad de permisos municipales fue una sentencia de muerte para el efecto sorpresa. Al observarlos pedir una burger con carne, queso cheddar, cebolla frita y salsa barbecue, cabe preguntarse dónde quedó ese espíritu antiamericano con el que suele tildarse a los parisinos, tan protectores de sus costumbres y de lo que denominan la “excepción cultural”, principio con el que blindan su cultura y que, por supuesto, comprende a la gastronomía. Sobrevive quizás en la pronunciación afrancesada de los términos anglosajones, cuando no es directamente su entera reconversión. En esta ciudad del jambonbeurre (las tradicionales baguettes aparece la villa desierta, sepultada en la nieve. Un piletón de fango volcánico –—mezcla de hierro, azufre y magnesio, a más de 30°– —se asemeja a una gran sopa grumosa de lentejas. Hay aprehensión generalizada. Pero esos minerales, –me dicen–, tienen “milagrosos” efectos. Me siento en una encrucijada: como tironeada por el sueño trunco de otear un cráter sulfuroso arriba y la posibilidad concreta de relajar, aún más lejos, mi musculatura. ¿Me animo y acepto el consuelo? El “dragón dormido”, después de todo, me da una revancha.ß de jamón y manteca) proliferan los pequeños restaurantes especializados en hamburguesas. Eso sí, customizadas para el gusto de los parisinos con productos “100% bio” (naturales), caseros o un blend (combinación) de altísima calidad que las transforman en una verdadera propuesta gourmet. Las burgers, que primero aparecieron en los menús de algunas brasseries, ya cuentan con su propio espacio siempre lleno por un público que busca morder un poco de ese sueño americano sin perder la allure. “Es una cuestión generacional. Nuestros padres nos prohibían ir a McDo [los franceses contraen el apellido de Ronald] y hoy nosotros nos vengamos, aunque a nuestra manera: con buen pan, con quesos y carnes francesas”, analiza el fundador del sitio online Paris Burger, Julien Lacheray, dedicado a probar y clasificar las mejores propuestas. Es el caso de Maison, una casa de hamburguesas no muy lejos de Odéon. Fundada hace seis meses por dos treintañeros parisinos, propone cuatro variantes (Classic –con queso azul de la región de Auvergne–, Signature –salsa especial de la casa–, BBQ –con ají ahumado– y Veggie –tofu marinado y empanado–) o una degustación de seis miniburgers por 12 euros y siempre con el tradicional pan francés Poilâne y carne de Desnoyer, el carnicero estrella de París. Los parisinos se encuentran así con todo lo que les gusta: buen pan, buena carne y claro: el momento alrededor de una mesa.ß