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 EN ESTE PAÍS YA NO COCINO
ALEJANDRO JARAMILLO HOYOS
Universidad Nacional de Colombia
Facultad de Artes
Maestría Interdisciplinar en Teatro y Artes Vivas
2009
EN ESTE PAÍS YA NO COCINO
¿Quién pronuncia esta frase?
Líneas y letras pasan de un cuerpo a otro.
¿Cómo es el país en el que sí cocinaba?
¿Ella o yo?
En este país ya no cocino
Maestría Interdisciplinar en Teatro y Artes Vivas
Autor: Alejandro Jaramillo Hoyos
Tutora: Adriana Urrea
Coordinador de la Maestría: Rolf Abderhalden
Fotografía: Carlos Arango - Alejandro Cárdenas - Diego Ramírez
Producción: Alejandro Cárdenas
Asistentes de montaje: Paulo Merchán - Jhon Gómez.
Agradecimientos:
Silvia Jaimes, Zoitsa Noriega, Eloisa Jaramillo, Luisa Piedrahita, Elizabeth Garavito, Martín
Molinaro, Melisa Eijo, Miriam Cotes, Gustavo Vila, Marta Jeannette Godoy, Martha Estela
Castaño, Nancy Carrillo, Maín Suaza, Cris Suaza, Zenaida Osorio, José Alejandro Restrepo,
Heidi Abderhalden, Víctor Viviescas, Roberto García, Francisco Montaña, Julio César Goyes,
Javier Gutiérrez, Rosario Jaramillo, Dora López, Lorena López, Claudia Ramírez.
El teatro rásico tiene por objetivo el placer (no la catarsis). Se vale de medios
parecidos a la cocina: la combinación/transformación de elementos diferentes
en una nueva mixtura que ofrece varios sabores y gustos. El teatro rásico
valora la experiencia más que el distanciamiento, el saborear más que el
juzgar.
(Richard Schechner. Performance.)
Me arden los ojos.
Una verruga en la nariz.
Heces con manchas rojas;
Principios de prolapso intestinal:
Mis encías sangran.
He engordado diez kilos.
Manchas en las mejillas.
Se me cae el pelo.
Tengo alergias y asma.
Tengo peladuras en la boca.
Algo pasa con mi lengua, no retiene la humedad.
las muñecas duelen al empuñar las manos, los dedos hormiguean.
La espalda está tensa, hay un abultamiento en la parte inferior derecha,
con mi huida.
Este traje no parece el mismo que me quité antes. Mi cuerpo ha cambiado
pedazos.
me sobran
Los pies me duelen, el hombro izquierdo traquea, la piel tiene erupciones,
del todo bien.
Me tengo que poner mi cuerpo como si fuera un vestido que no me casa
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Cantar, bailar, extenderme, ofrecerme.
Debo disfrazarme y sorprenderlos.
no quiero que sepan que son ellos quienes dominan la situación.
No quiero que noten esto;
Mi nueva forma de cocinar depende de sus estados de ánimo.
avezados.
Son renuentes o generosos, tímidos o
Responden, actúan, siguen una receta, palpan lo que pongo sobre la mesa.
Los invitados me dicen cómo y dónde estar conmigo.
ofrezco palabras cantadas, materiales para los sentidos.
en este pequeño rectángulo del mundo,
En esta nueva cocina,
Ahora tengo una donde no puedo.
Casi que podía ofrecerme como parte del menú.
Podía desnudarme y untarme los aderezos en mi cuerpo,
Tuve una cocina donde podía ser yo,
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En una suma de ingredientes.
Me debo convertir en receta.
Yo voy a desaparecer, voy a ser comido.
Yo voy a ser ofrecido en este altar.
Yo me estoy alistando para el sacrificio.
(Walt Whitman. Canto a mí mismo)
Lo corriente y lo tosco,
lo cercano y lo fácil soy yo mismo.
Voy hacia mi suerte,
me ofrezco entero sabiendo que gano siempre
en la partida
y me adorno para entregarme al primero
que me llame.
No le digo al cielo que descienda hasta mí.
Soy yo el que me doy, libre y sin cesar.
Tomado de la carátula del CD La cantina. Lila Downs. New York. Grampa Studios.
Se mueve la molendera…
(Lila Downs. La cumbia del mole)
Yo paso entero a través de un molino. Lo que llamaba yo se deshace en partículas: se granula. La razón que me ha
dominado por años se fragmenta, se vuelve un mapa de sensaciones y de ideas que están conectadas por
espacios vacíos. Las partículas se acercan y se repelen, buscan un orden para acomodarse a la situación.
Miro desde arriba mi ser vertido en un recipiente de cocina, lo revuelvo con una cuchara de madera. Le adiciono
cúrcuma, especias, chiles. Mi razón se convierte en una mezcla de sabores y de aromas, mi razón está servida en
el cuenco del curry.
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La mesa está puesta para el hombre.
Aquí está la carne para el apetito natural.
Siéntate.
Que se sienten todos.
(Walt Whitman. Canto a mí mismo)
Mi cuerpo se alista para salir a ofrecerse a unos ojos abiertos: a unas fauces abiertas.
Relajo mis músculos, los tenso; activo la circulación en mi piel. Me postro, me levanto, saludo al sol.
Mi cuerpo se tenderá hoy sobre la mesa en la que otros cuerpos voraces abren sus bocas a cortísima distancia;
están armados de cuchillos; los domina la sensualidad, me expongo a ese dominio.
Trato de defenderme con mi canto.
No estoy indefenso; soy la víctima que se ofrece.
Soy el centro, mi olor inquieta, perturba, genera complicidades.
No me quieren probar.
Asusto, soy un tótem.
Me adoran.
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Todo junto
Cocinas Acariciar una superficie de algo que heredé; escuchar una canción que me reencuentra con el pasado. Olfatear,
saborear, mirar. Compartir una parte de lo que ya creía perdido. Pedir ayuda a extraños. Buscar una nueva
compañía aunque sea momentánea.
Están heridas
Utensilios
Un molino de metal para queso y un molino
de madera para pimienta se encontraron
conmigo. Yo estaba buscando cómo expresar
una experiencia, cómo meterme en las
historias de otras personas.
Un día me fue propuesto traer un objeto para
empezar a construir con él, esculqué en mi
casa y encontré los dos moledores. Cuando
los vi, pensé en hacer pasar mi lengua por
ellos para que la trituraran. Cuando los
expuse a otras personas no me fue posible
hacer que hablaran.
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Contaba que heredé estos objetos de mi amiga Juanita, con quien compartía una casa hace años, con quien
vivíamos alrededor de una cocina.
Lo que yo decía, sobre la Juanita ausente, la que dejó en la casa estas huellas femeninas, parecía estar alejado de
ella y de los objetos. Pero, a la vez, me incitaba a construir un espacio, en donde pudiera habitar la memoria de dos
personas que antes vivían juntas en una cocina .
(No me gusta guardar cosas. No quiero tener apegos a objetos. Sin embargo, buscaba un rastro de las ausencias
pasadas y reconocí toda una colección que se ha ido adueñando de mi espacio, de mi mente).
Escarbé más en mis cajones y reconocí un montón de otras cosas heredadas o abandonadas en mi casa. Tenerlas
en mi mano se volvía la reminiscencia de una pérdida. Algo que yo creía resuelto y contestado saltaba desde otra
época y reclamaba un puesto. Yo desconocía esta cualidad de las cosas de sentarse a esperar el momento
oportuno para reactivar la memoria.
Estos dos objetos encontrados representaban una ausencia, un vacío, un recuerdo de alguien obligado a partir, y
habitaban, en desuso, mi cocina. Me hacen mirarme a mí mismo, pensar en mi historia. La dueña de estos objetos
tuvo que huir. Salió tan rápido que dejó partes de su ser desperdigadas. Yo he cargado con esas partes en todos
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mis trasteos. Las he empacado y desempacado sin poner atención a su historia. Mis hallazgos son testimonios de
mi propia huida, de la ausencia. Del hueco que queda en la silla. De mi gesto de voltear la cara ante el horror.
Cuando empecé a tratar de actuar con estas cosas, surgieron diferentes relatos. Me instaron a buscar el espacio y
las acciones para que las cosas hablaran. En cada rincón a donde miro, hay algo que recuerda, que grita desde el
pasado. Cosas arrebatadas de su origen, que se vuelven un rompecabezas de la memoria.
Persigo una huella, que se convierta en una marca que llene mi vacío; esa es la ausencia que puede ocupar la
zanja, llenarla… Un rastro que trata de ocultar otro rastro. La herida nunca sana totalmente. Tal vez hicimos lo
mejor para todos, pero la sensación de pérdida se quedó conmigo, en mis cosas.
¿Cuándo dejé de cocinar?
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Quiero resolver ahora la manera de asumir esta sensación; no se va a ir; es mi nueva compañera y quiero aprender
a convivir con ella… Si las cosas no me miran, yo sí voy a tratar de escudriñarlas, de mil maneras, por fuera, por
dentro, en sus copias, en sus rastros. Las voy a exponer para exponerme a ellas.
En el mundo donde ya no cocino, lo que hago es ir tras el rastro de estas cosas. Tras un aroma, tras un ruido, tras
una imagen…
Obligo a las cosas a que dejen una impronta en el mundo vacío, a que ayuden a romper la asepsia. Busco una vía
de contacto distinta, lo que antes entraba por la boca, va a invadir otros sentidos, como un contagio…
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En este país casi no cocino
Espacios
No tengo una cocina como la que me sueño,
Tengo que despachar desde ésta que me inventé,
La que construí con pedazos de recuerdos
Voy a una oficina a echar globos.
Tengo que lavar y colgar ropa.
Llamar a mi mamá.
Tengo un compañero a quien mimar, tengo una carrera.
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Foto: Diego Ramírez.
Bañarme, pagar las deudas y los servicios.
Mi vínculo con el mundo es este cuadrado blanco.
¿Por qué me siguen perturbando desde fuera?
Hay una ventana que muestra la cocina que perdí, la de los amigos que se ríen alrededor de una mesa, la de las mezclas
azarosas y exquisitas, la de los productos de la experimentación.
Esa ventana, perdida en mi memoria se asoma por la pantalla, alumbra la mesa helada y no alcanza a calentarla.
Es un pasado atrapado por la luz.
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En mis intentos por recuperar esa cocina, descubrí dos espacios; de mi memoria salieron dos nuevas cocinas en donde no
soy yo el que prepara el alimento; quiero ser el aliento de quienes preparan.
Mi mundo se ha dividido en dos. El lugar inhabitable y el lugar en donde existo sólo por la presencia de otros: aquí mi cuerpo
me puede atrapar por un momento para presentarme a los comensales. La mesa dentro de la cocina; el lugar para contar
historias, desenredarlas mientras se prepara la comida.
Vengo de una casa que se desmembró y esparció sus fragmentos dentro de otra casa. De la explosión de pedazos de una
cocina que van quedando regados en desorden, como testigos que ahora atesoro, junto a otros objetos con otras historias.
Hay un orden dado por una mano al pasar por ellos, al recorrer la nueva casa. La casualidad o el descuido los dejaron a la
intemperie o a merced del polvo, de las cenizas. Un museo de memorias esperando para ser olfateado, escuchado o mirado.
Construí un lugar para vivir con mis huellas y mis memorias, pero fui expulsado con ellas. No pertenecía allí pero me quedé
como un guardián a la entrada.
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Es un espacio vedado; se volvió un espacio para la nada, para que sólo entren los ausentes. Una especie de santuario para el
vacío.
A ese vacío no lo puedo mirar de frente, sólo hundirme en él . Creo que este es un camino para dejarme ver y poder traducir el
lenguaje de las cosas de la casa que se desarmó.
Hago de nuevo mi maleta, repleta de cosas que ya no se usan, desgastadas, salgo para el otro espacio, donde aún tengo la
posibilidad de ser un anfitrión.
Me escapo. Debo fundar otro país para refundar la cocina en su territorio, habitar otra cocina donde mis fragmentos hablen,
lejos de juicios o de valores.
He pasado por distintas estaciones: Un encuentro con dos objetos que me hizo escudriñar mi historia, convocar a mi amiga
Juanita, ausente; ponerla a dialogar conmigo a través de esos utensilios de mesa. Luego, creí que debía hablar de una
despedida, de una ausente; después, intenté hacer hablar a la ausente y hablar con ella a la vez.
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Foto: Carlos Arango.
Así llegaron la imposibilidad, el freno y las ganas de huir hacia un reencuentro. Me fui quedando sin cocina y tuve que hacer
un movimiento hacia atrás. Separar lo que nunca estuvo unido, dejar que cada uno de mis espacios adquiriera vida propia.
La ausencia se quedó conmigo y estoy tratando de conjurarla a través del acto de compartir alimento. La compañera más
importante de esos conjuros tuvo que escapar para salvar su vida; me quedé sin con quién cocinar, me encerré por fuera de la
cocina.
Desde el margen de la cocina, desde lejos del fogón, veía desfilar sombras de más ausentes, tal era la dimensión de mi
renuncia. Cerré la puerta del contacto con la compañía de mi mamá en la plaza de mercado; también la de la mesa en la que
mi papá servía una rica receta de carnes con aromas mediterráneos y criollos a la vez.
La ausencia puede destruir lo que la cocina crea. El vacío de los ausentes borra la identificación que tenemos a través de un
plato, de una forma de adobar. La cocina crea sentido de pertenencia.
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Hay aromas que sólo existen en determinadas cocinas, hay aromas que huelen al país de origen. Las cocinas uruguayas
huelen a mate; las colombianas, a café.
Me quedé sin con qué acompañar el vino o el ron.
Para qué me embriago ahora que casi no voy a comer.
Sin cocina, creí que debía mostrarme al mundo de otra manera, lo enfrentaba como quedé después de la despedida: un
cuerpo rodeado de objetos mudos. Una mirada que ya no mira nada sino el vacío. Lo que va de mí a estas cosas es la
renuncia a vernos, a verme reflejado en ellas.
Mi renuncia instauró una frontera; un umbral que ya no podía traspasar. Esa cocina quedó encerrada; es una ruina que no se
puede visitar. Mi ventana quedó en un extremo y no pude acercarme más a ella.
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Había un umbral, sigue ahí… lo dejé y seguí hacia un sitio menos seguro. Que yo me quedara de este lado no hacía
desaparecer la puerta; tampoco me la podía echar sobre los hombros.
Sólo estaba cerrada y yo decidí irme. Algo podía suceder pero no sucedía. Si me quedaba allí, me volvía sombra. Se me iba
el alma, tragada por ese espacio al que ya no podía acceder. Me vaciaba, no había discurso ni relato ni presencia. Yo creía
que estaba en el destierro.
Cuando dejé nacer dos espacios independientes, los objetos mudos empezaron a comunicar. Entendí que tengo maneras de
hacerlos dejar su mutismo. Necesito aliados, invito personas para que se relacionen conmigo a través de las cosas y de las
sustancias. Me vuelvo un ingrediente, me sirvo en la mesa con las demás cosas que cargo en mi maleta. La cocina se vuelve
juego. Ya no cocino pero animo a los demás a hacerlo, nos divertimos, vuelvo a tener un espacio en donde la boca come,
canta y sonríe. Esto sólo puede suceder en otro espacio, en donde me puedo ubicar más cerca de los convidados.
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Hay encuentro: mis dos nuevas cocinas se separan de la cocina que ya no tengo, de la del pasado. Me he podido encontrar
con algunos otros. El proceso de preparación del alimento, es una creación que desenlaza en destrucción y ausencia; siempre
es más largo y dispendioso hacer la comida que consumirla. Una vez se termina la preparación, se consume, se obtiene algo,
se asimila. El cuerpo gana pero hace desaparecer la obra. La comida se hace para que el plato quede vacío.
Luego alguien tiene que limpiar, remover los restos, desaparecer las evidencias para poder volver a servir, en platos limpios,
nuevos manjares.
El espacio encerrado, al que no puedo acceder es un testimonio de la pérdida. En la otra cocina, la que está abierta,
encuentro ayudantes para celebrar. Mi reto no es expresar la ausencia. Mi reto es desterrarla, que se quede dentro de las
mesas largas que son la continuidad de mi ventana.
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Jamás olvidaré esa noche
Alimento ¿Cómo escoger palabras lo bastante verdaderas, naturales y vivas, para hacer sentir el peso del cuerpo, la alegría o la
lasitud, la ternura o la irritación, que lo sobrecogen ante esta tarea siempre recomenzada, en la que entre más éxito tiene el
resultado (un pollo relleno, una tarta de peras), más rápidamente será devorado?; aunque apenas haya terminado la comida,
ya hay que soñar con la siguiente.
(Luce Giard. Hacer de comer)
Lo bueno de la comida, pasa entre comidas. Yo obtengo un resultado con el proceso de preparar mi nueva receta
con ayuda de los invitados, encuentro un alimento en la relación con ellos. Encuentro la emoción.
No es sólo preparar y consumir. Algo queda después, algo trasciende: los aromas se quedan como evocación de lo
degustado; el gozo se queda con ellos, siguen en su deleite aunque yo me vaya, siguen disfrutando encima de mi
pila de objetos; encima de mis memorias, testigos de cada nueva celebración.
Yo me alejo del grupo, vuelvo a mi cuerpo solitario para disponerlo de nuevo.
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Oler, degustar, gozar, disfrutar, saludar, despedir…
En mi boca queda el sabor dulce de la sangría compartida, en la boca de los comensales el del tránsito de un
discurso que no se compone de frases o de palabras. Un discurrir de acciones e interacciones con las cosas. Mi
acción y mi encuentro tienen éxito si lo que saboreamos es el placer.
No hay nada simbólico. El estado que quiero alcanzar con mis invitados es superficial, a ras de la piel de todos. Es
un estado táctil, de caricias, de saboreo.
Los próximos comensales van a encontrar la mesa usada; un espacio que ya fue habitado, ahora atiborrado de
cosas con restos de la comida ya devorada.
Un nuevo ofrecimiento en un espacio cada vez más rico, más cargado, más desprevenido. Mi cuerpo volverá a
estar sobre la mesa, cada vez distinto y cada vez más mi cuerpo.
Sus cuerpos repetirán el eterno acercarse y alejarse.
En este espacio, que ya no queda en ningún país, yo puedo crear vínculos, puedo ser dueño de sus voluntades.
Cocinar me conecta con los objetos que no son narrados sino usados; actúan y se relacionan con detalles de la
vida íntima y cotidiana. Las cosas que están sobre la mesa, frente a mi cuerpo tienen historia y tienen memoria,
tienen ojos.
Registran cada cena. Llevan a compartir.
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Los comensales pueden usar los objetos, cambiarlos, disponerlos, copiarlos; incluso, llevárselos si quisieran.
Podríamos intercambiarlos.
Yo doy ingredientes, recibo compañía.
Quien siempre comió con moderación nunca experimentó lo que es una comida, nunca sufrió una comida.
( Walter Benjamin. Cuadros de pensamiento)
Parece un intruso
Invitados Un cuerpo que no cocina no puede armar ninguna frase o tiene que hacerlo de manera distinta: cantando,
divirtiendo…
Mis invitados me ayudan a evocar y a preparar un plato. Quería decirles algo fijo. Que escucharan un discurso.
Pero un discurso no llena.
Ya no cocino; estoy también sin palabras o debo ponerlas en otro orden. Sólo tengo mi presencia, mi posibilidad de
Foto: Carlos Arango.
cantar, una receta y una maleta llena de cosas. Encargo las palabras a los demás.
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En las cocinas van y vienen noticias. Mientras se pela algo o se pica o se corta, se habla de todo lo que ocurre en
un mundo lejano al fogón. Con mis instrumentos, organizo las palabras para evocar emociones, placeres.
Si me rehúso a cocinar, debo entrar en la experiencia desde un punto distante de mi habla. Necesito unos cuerpos
que me ayuden, que a través de ellos me llegue la palabra.
Cuando encontré estas cosas, sabía que las tenía que utilizar, darles vida. Por eso los invito a transmitir vitalidad a
los objetos inertes, a darles voz y a compartir el resultado. Busco compañeros para cocinar, que cocinen para mí .
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Quiero que me quieran; ser reconocido, admirado, observado.
Quiero que hasta los extraños vengan a comer y emborracharse en mi casa,
Que mi presencia sea tan embriagante como un trago de absenta,
Que sólo verme ya sea un estímulo para los sentidos.
Me gustaría confiar y que confíen en mí.
También, controlar, tener poder, sensualidad.
Quiero seducir a estos seres presentes y ausentes a la vez.
Cocinar, siempre ha sido la manera.
Después de probar una comida deliciosa, de mis manos.
Estaban a mi merced.
Ahora he ido perdiendo esa fuerza.
Trato de encontrarla en otro lugar
He tenido que rehacer mil veces mi casa, llenarla de cosas.
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He logrado instantes. Momentos en los que algunos invitados están bajo el embrujo de algo que tenían mis recetas
y que sigue en mí. Pero quiero más, quiero poseerlos y ponerme a su disposición en la mesa. Adquirir un poder que
me destruya.
En este país busco personas que presten sus manos para ayudarme a cocinar. Las invito a mi mesa y comparto
con ellas trozos de historias, lazos afectivos efímeros, juegos de complicidad. Mezclas, aromas, unturas, brebajes,
esencias, bebidas, manjares.
Comparto acciones, invito a trabajar juntos. A trabajar en serie, con normas. A romper las normas.
A tirar la casa por la ventana.
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Mis molinos que ya no muelen, pueden girar y rearmarse. Juntan la carne con la materia. Mis nuevos compañeros
hacen el resto: tuestan, cortan, untan, esparcen, vierten.
Más tarde, comen y reparten, yo bebo y me dejo untar, esparcir, admirar. Me dejo sorprender. Somos una unidad
que nace de un espacio controlado. Nos convertimos en una pulsión, en una potencia, podemos armar una fiesta
en medio de un campo de batalla.
Estamos protegidos por la cocina.
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Sólo la antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente.
(Oswald de Andrade. Manifiesto antropófago)
Lástima que no nos parezcamos
Pesadilla Mi lengua se traba, se enreda; mi memoria se desvanece, se blanquea; una pregunta o una crítica las recibo como
un baldado de agua fría. Pierdo la gracia ante la posibilidad de que yo no le agrade a mis invitados.
Me esfuerzo y sufro, mi garganta no puede más, no sé qué más ofrecer. La compañía que busco de manera desesperada, se vuelve un monstruo de siete cabezas, sin bocas, sólo ojos; las lenguas se salen por los ojos y tratan de
lamer mi cuerpo.
Me refugio en un rincón, me tapo con una máscara de indiferencia.
Trato de seguir mis pautas, pero se han ido; el monstruo de siete cabezas es sordo, las lenguas se entrelazan y me
persiguen; estoy paralizado, no puedo escapar de este cerco que yo mismo construí para mí.
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Lo que debería ser una fiesta, es un infierno; tengo que escaparme por mi boca; debo meterme dentro de mi propia
boca y desaparecer.
No encuentro el camino para llegar a mi boca. Intento tragarme la lengua y no puedo, me trago una canción.
¡No quiero comer!
De pronto mi boca estalla, se agranda de forma desmesurada. Me traga a mí, a mi espacio y a mi monstruo de ojos
que lamen. Despierto, macerado en sudor, con el estómago lleno, la mente vacía; me toco el cuerpo para constatar
que sigue ahí.
Huyo en un nuevo sueño…
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No hay que recuperar nada
Recorrido Me pregunto por las ausencias .
Me pregunto por lo colectivo.
Me pregunto por los lenguajes y las formas.
Me interesan los objetos, el canto,
la emoción, la escritura,
los aromas, los sabores…
la vitalidad, la vida.
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¿Cómo puedo transmitir el vacío y la ausencia?
Quizás quiero construir una receta, un montaje: un método aplicable a varias preparaciones, como el baño de maría
o la marinada.
Quizás mi cocina está del lado femenino de la casa. Usa la palabra para la creación; convierte en alimento las
cosas que se producen en la tierra.
Quizás el lenguaje de la cocina es la traducción; se traducen cosas en comidas, se nombran las mezclas, se da la
palabra. La cocina es un núcleo de integración y desde allí nos habla la casa. Los habitantes se conectan por la
boca, por la lengua. Lengua hablada y lengua que degusta. Las historias pasan por la cocina, los chismes se
adoban al lado del fogón, mientras se preparan el café y las arepas.
Una receta, una palabra inductora bastaban para suscitar una extraña anamnesia en la que se reactivaban en
fragmentos antiguos sabores, experiencias primitivas, de las que era la heredera y depositaria sin haberlo deseado.
(Luce Giard. Hacer de comer).
La lengua que va de boca en boca hace un movimiento hacia fuera: (palabra) y hacia adentro (deglución). Hay un
movimiento hacia adelante porque los cuerpos de los presentes se nutren de un contenido que no es ni simbólico ni
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real: está en la frontera, en el espacio liminal. La comunicación de la cocina es la lengua. No todo entra por la
palabra.
La comida entra por los ojos.
Vengo del hallazgo de unos objetos prestados, regalados, heredados por mí; objetos de la cocina que estaban agazapados
mirando y escuchando cómo ha ido cambiando mi casa y cómo he ido construyendo mi habitación, el acto de habitar. Nació
una urgencia por relatar la huella de esos objetos en la mía propia. Me he estado exponiendo de diversas maneras a las
cosas de la casa que compartía con Juanita; les tomé fotos y las uso para cocinar.
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¿Se puede vivir en una paradoja?
Invito a Walter Benjamin a esta comida.
Mi intención es dejar que las cosas hablen.
Estamos en un paisaje lingüístico,
Sobre la lengua:
lengua-organo y lengua-idioma.
Debo dejarme atravesar por mis cosas,
por mis textos, por mis canciones.
No tengo la intención de hablar.
Un espacio donde se aloja la paradoja.
Hablamos con un órgano hecho para saborear...
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¿Cómo dejar hablar a mis objetos ?
Me quiero quedar con el Benjamin que es mirado por las cosas, el de los juguetes, el que utiliza como método el
montaje .
El texto es un largo trueno que después retumba.
(Walter Benjamin. Libro de los pasajes)
Le pido compañía para escribir y para configurar los espacios que he elegido.
Lo invito a la mesa.
Su compañía me ilumina porque yo me siento perdido en mis propios espacios;
porque me insta a no tener miedo de perderme.
Lo que para otros son desviaciones, para mí son los datos que determinan mi rumbo.
(Walter Benjamin. Libro de los pasajes)
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A través de la risa, de los olores y de los sabores, a través de estos nuevos cuerpos que salivan, que sudan que huelen, que
me miran desde el otro lado, quiero convocar el pasado, que vuelva a tener alientos para nutrirme.
Que alguien me ayude a preparar mi cuerpo, a preparar la comida.
Que alguien asista al momento en que mis cosas inútiles comienzan a adquirir significado.
Que yo pueda estar sin empezar a expulsar una perorata, sin dar órdenes, sin autoridad.
Que yo pueda dominar desde los sentidos, con el gusto, con las papilas gustativas.
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No tengo nada que decir. Sólo qué mostrar. No hurtaré nada valioso, ni me apropiaré de ninguna formulación
profunda. Pero los harapos, los desechos, esos no los quiero inventariar, sino dejarles alcanzar su derecho de la
única manera posible: empleándolos.
(Walter Benjamin. Libro de los pasajes)
Entro de la mano de mi invitado, en la experiencia, atravesamos los materiales: los orgánicos y comestibles, los
orgánicos desecados y los inorgánicos. Todos juntos sobre la mesa, todos en contacto con mi piel. Un mundo
aparente se revela.
En la apariencia se despierta a las cosas para lo más nuevo…
(Walter Benjamin. Libro de los pasajes)
De su mano llego a la experimentación recorro un proceso de adiestramiento a través de varias recetas. Pruebo
maneras de estar y de que las cosas estén; uso todo hasta el límite, miro, me dejo mirar.
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No me da vergüenza
Steak Tartare Ingredientes
Un lomo de res picado finamente con cuchillo
Una yema de huevo
Una cebolla cabezona pequeña picada
Una cucharada de alcaparras
Seis pepinillos en vinagre
Una cucharada de mostaza
Seis filetes de anchoas
Seis cucharadas de aceite
Un chorrito de vinagre balsámico
Una cucharada de pimienta negra molida
Una cucharada de salsa worchestershire
Unas ramitas de perejil
Sal al gusto
Yo
Mi colección de objetos
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Foto: Diego Ramírez.
El jugo de un limón
Invitados
Compañeros y profesores de la Maestría Interdisciplinar en Teatro y Artes Vivas.
Preparación
Yo preparaba el plato frente a los invitados, había puesto unos individuales con fotos de los objetos que heredé de
mi amiga Juanita. Mientras preparaba el alimento, intentaba narrar esta historia. En la mesa estaba un álbum
fotográfico con las fotos de los objetos de la colección, con frases de conversaciones entre Juanita y yo. El álbum
pasaba de mano en mano.
Los mismos utensilios de las fotos, estaban sobre la mesa y yo los usaba para la preparación. En cierto momento,
cuando ya están comiendo, se proyecta un video grabado en New Mexico.
Espacio
Frente a mí hay una mesa larga con 15 personas sentadas de un costado.
Todas me miran, me hacen frente.
Yo estoy separado de ellos por un espacio y por otra mesa pequeña sobre la que preparo la receta.
Detrás de mí hay una pared blanca.
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Resultados
Cuando incluí la presencia viva, cruda, del alimento, empecé a sentir que sí había la posibilidad de que el relato
volviera a encontrarse con molinos de queso o de pimienta, con el mortero o la tetera: recuerdos de una despedida,
testigos de un reencuentro.
El país en el que era posible cocinar se disolvió , me quedan sus fragmentos que trato de ordenar en un espacio
nuevo, una mesa larga frente a mí. Cocino, hablo, hablo demasiado. Muestro.
Debo construir desde el azar, con el lenguaje de la cocina: que nazca un relato desde los objetos.
Mi pulsión es controlar…
Aún sin cocinar, nace la convivencia. La receta hablaba a pesar de mí.
Quiero ubicar el lugar para que se vea la cocina del pasado. ¿Qué hago para que los invitados no me ignoren?
Que mi presencia sea tan potente como la de la carne cruda sobre la mesa.
La comida es el vínculo que puede crear el relato. Un cuento que no es verbal, se compone con el sonido de lo que
se hace, con el aroma de la preparación.
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Champiñones marinados Ingredientes
Una libra de champiñones cortados en láminas
Dos ramitas de salvia del jardín
Una copa de vino tinto
Un chorrito de aceite de oliva
Pimienta verde molida
Semillas de cilantro molidas
Sal al gusto
Yo
Mis objetos
Acompañar con sangría de vino blanco
Invitados
Rosario, Dora, Claudia…
Otros invitados, pero no a la mesa.
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Preparación
Yo llegué con una maleta rodante y desempaqué los utensilios de la preparación. Entregué las cámaras a las
compañeras, me puse un delantal y un gorro de plástico de ducha y comencé la preparación. Rosario grababa en
video, Dora tomaba fotos y Claudia grababa en audio. Primero preparé sangría de vino blanco con naranja y agua
tónica.
Durante la preparación Rosario hacía preguntas. Las preguntas eran sobre los objetos fotografiados en los
individuales y sobre la dueña de los mismos y nuestra relación. Lo primero que preguntó fue sobre los individuales,
mientras yo preparaba la sangría.
Destapé primero el vino para que respirara. Entonces conté que esos individuales son un trabajo con las fotos de
los objetos de mi amiga con la que cocinaba y las frases son una conversación con ella alrededor de esos objetos.
Los asistentes al principio estaban muy callados. Alguien preguntó si yo me ponía la ropa de ella. Sí, era lindo
vestirme de ella. Así como dice en uno de los individuales.
Mientras yo partía una naranja en espiral para la sangría, alguien dijo que la cáscara da melancolía. Así le dicen a
lo que sale de la cáscara de naranja.
Escancié el vino con celeridad en el tazón de la sangría, lo que motivó alguna reacción del público, esta vez
favorable; alguien me regaló agua para la sangría. Una vez quedó lista la bebida, comencé a hacer la marinada y
pedí a Rosario que enfocara con su cámara el tazón con el balsámico y el aceite.
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Ella preguntó por la relación con ella y la comida. Cocinábamos, estudiábamos y cuando uno cocina no está solo
porque llega gente a comer. Dora pasaba las especias y los condimentos a los asistentes para que percibieran los
aromas.
Yo serví una primera ronda de sangría y sólo le di a Claudia. Los asistentes reaccionaron de nuevo con este gesto,
pero no fue de manera muy positiva. Creo que aquí se comenzaron a aburrir. Luego, Rosario preguntó qué está
haciendo mi amiga ahora allá. Ella está en Phoenix, ella trabaja… en algo muy curioso, o paradójico, dije yo, pero
luego la preparación de la receta me absorbió y nunca les conté en qué trabaja. La preparación de los champiñones
interrumpe el relato sobre lo que ella está haciendo.
Rosario volvía a preguntar, ahora su tema era desde cuándo yo cocino y que fue lo primero que aprendí a cocinar.
Yo conté que mi mamá nos enseño a cocinar a mis hermanos y a mí cuando yo tenía como siete años; eso le
permitió a ella no volver a madrugar a hacer desayunos y a nosotros ser más autónomos.
Lo primero que aprendí a cocinar fue arroz.
Pongo a funcionar el escurridor de verduras con las hierbas aromáticas traídas de mi jardín. La salvia es de mi
jardín.
Canté Uma casa portuguesa.
Un aroma a perejil… El canto generó una reacción de risa y aceptación.
Ella: ¿Cómo es cocinar sin ella?
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Yo: Ya casi no cocino.
Ella: ¿qué conversaba con ella cuando cocinaban?
Yo: Tomábamos cerveza. Una casa portuguesa con cerveza…
Mientras yo seguía mezclando los champiñones con la marinada y las especias, Claudia preguntó cómo conocí a
Diego. Esta fue una pregunta inesperada que se le ocurrió a ella en ese momento y me generó cierta inestabilidad.
Alguien pregunta sobre mi vida íntima. Yo me escurrí, decidí no seguir por ese camino. Estaba más expuesto de lo
que me imaginaba.
Tuve que buscar el salero para arreglar un poco el plato.
Rosario le daba a probar a algunos de los asistentes.
Yo me escurría como el sudor.
Estuvimos bromeando un rato sobre si darles a los asistentes o no. En un momento decidí irme y todos pudieron
comer.
Mientras guardábamos todo Rosario le repartía champiñones a los comensales y Dora un poco de sangría.
Espacio
Tres mesas largas con manteles blancos y con unas fotocopias de las fotos de mis objetos heredados con frases
sacadas de los correos que intercambié con la amiga que me los legó.
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Las fotocopias estaban dispuestas como mantelitos individuales. Las mesas se cerraban en ángulo recto y
formaban una U alrededor de otra mesa que dispuse para la preparación de los alimentos. En esta mesa central
ocurrió mi acción de preparar champiñones marinados a la salvia.
Resultados
Foto: Carlos Arango.
La gente comentaba más la comida y la bebida que mis acciones. La comida me traga en la escena.
Pico e gallo Ingredientes
Tortillas de maíz, tomates, cilantro, limón, sal, fríjoles refritos, vinagre, aceite.
Tequila, gaseosa, hielo, azúcar.
Invitados
Treinta personas: estudiantes y profesores.
Preparación
Entré, vestido de cualquier otro. Tenía una maleta llena de ingredientes y de utensilios. Me ubiqué en esa brecha
entre las dos mesas, caminaba de un extremo a otro.
Empezó el video en la pantalla de la tele. Me veía cocinando con Juanita, estábamos preparando una lasaña con
salsa de espinaca. Dialogué con el video, mientras desempacaba los materiales para la preparación.
Pedía ayuda, daba instrucciones.
Cantaba: El ball de la civada.
Trabajemos, somos una cadena de producción.
Alguien debía picar la cebolla, el cilantro, el perejil el tomate. Se necesitaba jugo de limón y sal. El pico e
gallo no lleva aceite, ni vinagre.
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Cantaba: Uma casa portuguesa.
Aromas de casa y cocina. Añoranzas.
Alguien debía desempacar las tortillas, abrir la lata de fríjoles refritos, la crema agria.
Bebía tequila.
Cantaba: I love tortillas.
Si hay tortillas, no hay tortillas. Vacío.
Alguien debía preparar una sangría con vino, naranja, tequila y repartirla a los invitados.
Cuando estuvo listo, caminé, me quité la ropa de otro, quedé en ropas femeninas. Ya no cocino. Ahora bebo,
me enrumbo.
Cantaba: Amarga navidad.
Juanita obligada a partir. Silencios.
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Espacio
El espacio se conformaba por dos largas mesas alrededor de las cuales se sentaron los invitados. En la mitad, a un
extremo, había un televisor; en el otro extremo, una mesa para las bebidas. Yo estaba en la brecha de la mitad,
entre las dos mesas.
Resultados
No había un lugar común. Los objetos actuaban, estaban en uso. El relato se convertía en hitos narrativos. Lo que
no podía faltar. Había una actividad común: una maquinaria. La ausente se nombraba. Yo dialogaba con una
ausente. Le hablaba a una imagen del pasado.
Lo que no se va de la comida es el aroma. Algo perduraba en ese abismo de la ausencia. Yo me transformaba, era
la ausente, la ausencia.
Pa amb tomàquet Ingredientes
Pan tajado
Ajo
Tomate
Aceite de oliva
Sal
Invitados
De cinco a siete personas. Si son jugadores, mejor.
Preparación
La acción se componía de silencios que se entreveran entre apariciones y desapariciones mías. Hablo desde lejos,
desde un pasado que es mi cocina… Una cocina que ya no existe y que es un cuarto de mi memoria que navega;
llega a esta estación en donde hay siete personas preparando pan con tomate y se queda mirando. Asiste a la
mecanización o la normalización del acto emocional de cocinar…
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¿Cuándo empieza y cuándo termina?
Yo hacía el esfuerzo por llenar el vacío:
Con mi presencia, con mi discurso, tomando un trago, haciendo cosas. Pero esto se veía como una postura, una
negación del vacío, se oculta lo genuino del vacío tras una fachada de acción. Tal vez el vacío se puede llenar sólo
con ausencia.
Espacio
Hay dos espacios. Dos cocinas que reemplazan a la que yo compartía en el pasado. Una con dos largas mesas,
fría, inalcanzable; otra, con una mesa pequeña, en donde yo invito a cocinar. En donde yo canto.
Resultados
Cuando se llega a la decisión de ya no cocinar, el ya no es una fuerza que llena de sentido la ausencia, que
comunica más contenidos que un discurso. Si ya no cocino, ya no comparto la risa o la planeación o el estudio de lo
que se va a cocinar. Ya no utilizo la cocina como un espacio de evocación. Hago un corte entre mi actualidad y mi
memoria.
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La humanidad debe separarse reconciliada de su pasado y una forma de estar reconciliado es la alegría.
(Walter Benjamin. Libro de los pasajes)
Cocinar y compartir el alimento: una reactualización de memoria, de cultura y de identidad: nos nutrimos y
compartimos un espíritu.
Es el vínculo y la celebración de la amistad, de la fraternidad. Decir ya no a esto es aceptar que el contexto no es
propicio para compartir la vitalidad: Ya no hay nadie a mi alrededor, ya no me quiero comer esto, ya no tengo para
qué… , ya no voy a construir mi vida alrededor de la cocina. Voy a entrar en el mundo de la comida preparada por
Foto: Carlos Arango.
otro, de la estandarización.
Método El marinero ha 'engullido' la cercanía y sólo le dicen algo los matices más exactos. Sabe distinguir mejor los países según su
forma de preparar el pescado que según la arquitectura o la decoración del paisaje.
( Walter Benjamin. Cervecería. “Dirección única”)
En la nueva preparación, yo ya no cocino; invito a otras personas a cocinar siguiendo unas pautas fijas. Yo soy un
ingrediente para que surja una experiencia.
La tarea de los comensales es seguir instrucciones. Son una cadena de producción. Despersonalización que
permite estar, expresar y sentir. Mi tarea es permanecer ahí con los ojos abiertos y los oídos atentos.
Yo no tengo gestos fijos. Yo reacciono mientras invoco a mis ausentes. No refuerzo. Atiendo, callo y canto…
La experiencia vuelve a ser divertida, como en el origen. Se disfruta porque de todas maneras vamos a comer y a
beber. Vamos a compartir. Los ausentes van a venir a la cita de otra forma, no están muertos. No nos persiguen ni
nos condenan.
La cocina a donde no puedo acceder se transforma. Construimos otra en la que sí podemos estar; aún es posible
encontrar otra forma de convivencia.
Ya no cocino: canto, bebo, atiendo, reacciono… Dispongo unas condiciones con normas y espero que las normas
sean rotas… que cada persona sea un condimento, un ingrediente de la receta.
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Yo me ofrezco a los comensales, me expongo a ellos; entramos en una relación ritual que restaura, que cura. Llego
a otra forma de cocinar.
Si el aparato de los sentidos tiende a la diferenciación respecto del otro, el cuerpo vibrátil tiende al sentido de
unicidad… El cuerpo vibrátil es totalmente material, indisoluble de lo físico. Lo espiritual es pura abstracción,
una idea creada para separarnos del mundo de las sensaciones, de nuestra propia existencia, de nuestra propia
divinidad.
(Al Azif. Vibro luego existo)
Las manos trabajan y las bocas hablan y comen. Nos burlamos los unos de los otros, nos divertimos. El espíritu
nace del acto de preparar una receta paso a paso, entre todos. Cada presencia es necesaria. Las ausencias son
cubiertas. Los huecos se tapan. Las heridas se cierran. Somos, por un instante, una misma masa. Unimos lo
imposible de unir a través de la vibración producida por el alimento.
Nos separamos felices. Cada quien a su juego habitual. Con una experiencia en el paladar, con un aroma pegado a
la piel.
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Foto: Carlos Arango.
Estaba en el suelo
Otros acompañantes Giussepe Campuzano: Museo Travesti del Perú.
Yo veo el travestismo como un ritual como el sacerdote que realiza una liturgia o como el chamán en
las culturas originarias. Esta cuestión del hombre vistiéndose de mujer, que también es discutible
porque por último no es un hombre vistiéndose de mujer es un hombre rompiendo convenciones, límites
y vistiéndose como él en el fondo quiere vestirse.
(Archivo virtual de artes escénicas. http://artesescenicas.uclm.es/index.php?
sec=texto&id=134&PHPSESSID=f2758ba4cdeb7e193facb45f17ce93f6)
.
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La Ribot: Pa amb tomáquet (Still Distinguished)
… en Pa amb tomaquet, la pieza videográfica en la que la cámara agitándose muestra como el cuerpo
va siendo untado de ajo, tomate y aceite hasta producir una suciedad informe en esa imagen
heterotópica.
(Castro, F. Una aproximación (excéntrica) a La Ribot.
http://www.mundoclasico.com/articulos/verarticulo.aspx?id=0007431 )
85
Alexia Miranda - Recetas de Cocina Para Los Tiempos de Hambruna.
La propuesta surge como metáfora de una secuencia concreta de 3 acciones sucesivas y
básicas: el acto de descascarar ó pelar algo, el acto de exprimir, y el acto de quebrar, acciones
relacionadas directa o indirectamente con el plano físico y emocional de
nuestras vivencias y relaciones humanas. (http://alexiamiranda.blogspot.com/2007/09/
performance-recetas-de-cocina-para-los.html)
86
Lygia Clark
En cada estadio de su proceso creativo, Lygia Clark redefine y reconstituye su público. De este modo,
el visitante que contempla una obra en una galería de arte se aproxima al participante, que cambia el
objeto situado frente a él. (Fundaciò Antoni Tapies. http://www.fundaciotapies.org/site/spip.php?
rubrique217 )
87
John Cage: 27 Sounds Manufactured in a Kitchen
(Ver video en: http://www.youtube.com/watch?v=mGrhL49-YQw )
88
Mi lenguaje es magia , acción y rito,
Dispongo mis órganos en el lugar del oficio.
Mi cuerpo es el relato que duerme en los objetos.
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Foto: Alejandro Cárdenas.
Mi cerca
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REFERENCIAS ANDRADE, Oswald de, Manifiesto antropófago. HISTAL enero 2004. http://www.histal.umontreal.ca/
espanol/documentos/manifiestoantropofago.htm
AZIF, Al. Vibro luego existo. En: Transversal. Revista de estudios autónomos. S/F.
BENJAMIN, Walter. (1987). Dirección única. Alfaguara, Madrid.
BENJAMIN, Walter. (1992) Cuadros de un pensamiento. Buenos Aires: Imago Mundi.
BENJAMIN, Walter. (2005). Libro de los pasajes. Madrid: Akal.
GIARD, Luce. (1999). Hacer de comer. En: La invención de lo cotidiano. 2. Habitar, cocinar. Michel de Certeau, Luce Girad, Pierre Mayol. México: Universidad Iberoamericana.
ROLNIK, Suely. ¿El arte cura? Quaderns portatils. Barcelona: MACBA.
SCHECHNER, R. (2000). Performance: Teoría y prácticas interculturales. Buenos Aires: Libros del Rojas.
WHITMAN, Walt. (1992). Canto a mí mismo. Buenos Aires: Losada.
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BENJAMIN, Walter. (1994). Tesis de filosofía de la historia. En: Discursos Interrumpidos. Planeta Agostini,
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BENJAMIN, Walter. (1936). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Traducción de Jesús
Aguirre. Ed. Taurus, Madrid 1973.
DIEGUEZ, I. (2007). Escenarios Liminales. Teatralidades, performances, política. Buenos Aires: Atuel.
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