La caída del Imperio Romano: cuestiones historiográficas [book

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Libros
riales más importantes en el campo de la Historia Antigua, Franz Steiner Verlag de Stuttgart,
y se integra en la prestigiosa colección Postdamer Altertumswissenschaftliche Beiträge, uno
de cuyos editores, Pedro Barceló (Postdam), participa en el volumen.
Tras una breve introducción de la coordinadora, se suceden una docena de artículos a
cargo de colegas españoles y alemanes, y también de un colega argentino, que abordan diversos temas de la compleja historia tardoantigua, desde el valor de distintos autores antiguos y
su contrapuesta visión de la crisis, las diferencias entre la mirada de los contemporáneos y la
actual sobre determinados problemas concretos, hasta la importancia indudable del cristianismo en la transformación del Estado romano tardío o las claves del debate historiográfico
más reciente sobre la época.
En relación con los autores antiguos, Pedro Barceló (Postdam), comienza su artículo
«Ammianus Marcellinus. Ein Historiker in Zeiten der Krise» (pp. 11-31), con una sugerente
comparación entre Tucídides y Amiano («zwei Brüder im Geiste», p. 11), como testigos ambos de la crisis de un sistema imperial, sacudido por poderosas tensiones internas y externas.
Amiano, siguiendo la estela de Tácito, se debatiría en sus Res Gestae, su gran crónica de la
decadencia romana, entre su moralismo y patriotismo y su sensación de impotencia ante el
irreversible declive de Roma (p.27ss). Por su parte, Elena Muñiz (Sevilla), en «Libanio y la
crisis de la civilización» (pp. 33-42), destaca la insistencia del rétor de Antioquía, al igual que
muchos otros autores del siglo IV, en los diversos males que aquejaban al Imperio, fundamentalmente la ruina de las clases curiales, y en el paréntesis del reinado de Juliano como un
periodo afortunado y de recuperación.
Sobre la distinta significación del año 476, tan señalado en la historiografía tradicional como apuntábamos antes, escriben el colega de la Universidad de Buenos Aires Hugo
Zurutuza («La situación de la Italia imperial en el siglo V. Un problema historiográfico», pp.
43-52) y el profesor alemán Manfred Clauss («(K)ein Fall Roms. Das Jahr 476 in der antiken
Geschichtsschreibung», pp. 98-107). Precisamente para Clauss, como viene a destacar en
el título de su colaboración, la supuesta cesura del año 476 fue totalmente ignorada por los
contemporáneos, pues la división de un imperio en dos partes, oriental y occidental, era en
su opinión una realidad desde el inicio del imperio.
Un tema abordado desde distintas perspectivas, como no podía ser menos, es el del
cristianismo. Josep Vilella (Barcelona) analiza la conflictiva relación en el siglo V entre los
hispanorromanos y las nuevas poblaciones germánicas («Incessabiles lacrimas fundens. Los
testimonios patrísticos alusivos a las primeras presencias germánicas en la Hispania del siglo
V», pp. 53-74). Clelia Martínez (Málaga) se aleja, cronológicamente hablando, de la época,
pero no de sus consecuencias en la polémica religiosa moderna, y en «La secuencia del error
romano según la Reforma» (pp.109-125), estudia cómo las referencias a la Iglesia romana tardoantigua, supuestamente contaminada de elementos paganos ajenos al cristianismo primitivo, sirven para justificar la decisión de los protestantes de separarse de Roma. Por su parte,
Matthias Sandberg (Postdam) analiza las relaciones Iglesia y Estado a partir del episodio de
la penitencia de Teodosio frente a San Ambrosio y sus ecos en representaciones pictóricas de
los siglos XVII y XVIII, así como en la moderna historiografía alemana («Von der Demütigung zur Demut. Anmerkungen zu Deutung und Wirkung der Mailänder Kirchentürszene
in der deutschen Historiographie», pp.191-220). Jaime Alvar y el recientemente desaparecido
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Libros
José Mª Blázquez (Madrid), en su «Christianorum Meritum! Historiografía sobre los orígenes de la inculpación cristiana en la caída del Imperio romano» (pp. 75-98), sitúan el origen
de esta inculpación en época de Septimio Severo, y trazan un recorrido desde el testimonio
de Tertuliano a fines del siglo II hasta Zósimo, «la última voz anticristiana» (p.90), en el s.
VI. En la parte final de su texto se analiza la recepción moderna de esa inculpación cristiana,
con autores como Löwenklaw, Grocio, Tillemont, Montesquieu o, posiblementente el más
famoso de todos ellos, Edward Gibbon, en el contexto de una intelectualidad «claramente
desafecta de la tradición católica» (p.97).
Esta referencia a Gibbon en el texto de Alvar y Blázquez nos sirve de puente con el
último grupo de colaboraciones que quisiera destacar, el más explícitamente referido a cuestiones historiográficas modernas, y que, a la vista del índice, han atraído más directamente la
atención del autor de esta reseña.
Precisamente en la recepción española de Gibbon se centra la coordinadora del volumen, Mirella Romero («Gibbon en la España de los siglos XVIII y XIX», pp. 127-139),
reconociendo que el conocimiento y difusión de la obra gibboniana se ven en el caso español totalmente mediatizados por el rechazo enérgico a las tesis del ilustrado inglés sobre el
cristianismo. El autor de la traducción decimonónica, Mor de Fuentes, no puede ocultar su
entusiasmo por quien considera «El Rey de los historiadores», pero lógicamente debe matizar algunas de sus afirmaciones sobre el cristianismo, supuestamente debidas a la negativa
influencia de Voltaire... Esas dificultades con la censura eclesiástica explicarían igualmente
la opción por la traducción de la tercera edición inglesa del rev. Milman (1838-39), que presenta un gran número de notas para intentar explicar los «errores» de Gibbon sobre el cristianismo. Y de un gran historiador del siglo XVIII a otro del siglo XIX. En «Il n’est décidément
pas assez monsignore. Mommsen y la Antigüedad tardía» (pp. 141-163), Sabine Panzram
(Berlín-Madrid) destaca el interés del sabio alemán por este periodo, «die dunkle Schadezeit
zwischen Alterthum und Neuzeit» en sus propios términos, pese a sus reservas personales
sobre el cristianismo y sus supuestas limitaciones científicas sobre el tema. A pesar de no
haberse valorado suficientemente las aportaciones de Mommsen sobre esta época, también
planteadas desde el interés por la elaboración de corpora de fuentes, es significativo el hecho
de que Mommsen, como apunta la autora, tuviese la intuición de abordar un periodo con
una unidad cronológica diferenciada, casi un siglo antes de que se acuñase el concepto de
«Antigüedad tardía» (p.143).
Finalmente, Santiago Castellanos («Contar el final de Roma. Los contemporáneos y
nosotros», pp. 165-176) y Mª Victoria Escribano («Decadencia romana o Antigüedad tardía?
Los términos del debate historiográfico actual», 177-190) completan el contenido de este excelente libro, con sendas contribuciones de explícita vocación historiográfica. En el texto de
Castellanos (León) el tema de los bárbaros y las posibles distorsiones (nacionales) modernas
en su estudio ocupa un lugar importante. Por su parte, Mª Victoria Escribano (Zaragoza), en
un documentadísimo trabajo cuyo título evoca la conocida monografía de Marrou publicada
en 1977, destaca la importancia de la propuesta moderna de una nueva periodización, con la
noción de «Antigüedad tardía». Respecto al debate historiográfico actual, el aspecto más significativo sería el cuestionamiento del modelo «browniano» (a partir de P. Brown 1971, The
World of Late Antiquity) y su insistencia en la continuidad y la centralidad de los fenómenos
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socioculturales y religiosos. Hoy ese modelo estaría en revisión de la mano de elementos tales
como el peso creciente de la arqueología, la debida importancia concedida de nuevo a los
aspectos políticos, militares y económicos y la evidencia de la ruptura de la unidad imperial
en Occidente y sus consecuencias.
Si, como decíamos al comienzo de esta reseña, la «caída» de Roma representa un elemento recurrente en la cultura e historiografía occidentales, este libro supone una aportación
sobresaliente al estudio de las distintas interpretaciones que históricamente se han sucedido
sobre el tema. En ese sentido, una afortunada combinación de estudios sobre personajes determinados o temas más o menos concretos, históricos o historiográficos, y amplias visiones
historiográficas de conjunto, facilita una presentación de problemas de enorme interés, desde
las polémica de los propios antiguos, paganos y cristianos, hasta el papel fundamental de
determinados historiadores como Gibbon o Mommsen, o los debates historiográficos más
recientes. Desde la división canónica en Historia Antigua, Media y Nova (Moderna) debida a
Ch. Cellarius, o Ch. Keller si se prefiere, a finales del siglo XVII, no ha habido excesivas propuestas de nuevos periodos históricos. La vitalidad y el dinamismo de los debates modernos
en torno a la «Antigüedad tardía» confirman el éxito de esta propuesta reciente. Este libro,
con ecos del «Decline and Fall» gibboniano en el título, constituye una espléndida aproximación a dichos debates.
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