Reseña + - sandra march

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Es... la posmodernidad
Cualquier espectador del Alt Urgell, atento a las novedades plásticas que se producen en la Seu,
habrá podido comprobar, que el nuevo año 2009 ha sido pródigo e interesante en acciones
artísticas. Hemos podido observar un atractivo rótulo, diseñado por "estudimoline.com", que, en
la fachada del Instituto J. Brudieu, anuncia el 75 aniversario de la institución. Hemos podido ver
tres exposiciones, de aquellas que podrían marcar época. Joan Canal expuso en l’Aparador, un
conjunto de esculturas de hierro y de granito muy potentes. Sandra March ha protagonizado
otras dos, no menos interesantes. Una, durante el mes de febrero en el vestíbulo del Consell
Comarcal -espacio poco adecuado y muy limitado para según qué tipo de muestras-que bajo el
título "Historias de amor" exponía 25 fotografías en blanco y negro y en formato pequeño. Las
imágenes y los tres niveles que las estructuraban: ethos (amor), eros (sexo) y pathos (desamor),
desprendían un aura de atemporalidad y de visión metafísica, muy singulares. La otra, expuesta
en la sala del Centro Cívico, se inauguró el día 7 de marzo con el equívoco título de "la Silla de la
Reina*". Quiero hablar de esta instalación que, sólo verla me interesó, y, cuando me dijeron que
la autora era de la comarca, todavía me atrajo más.
Más allá de las informaciones y valoraciones que, sobre esa muestra, se han escrito; como su
gestación y su elaboración; como las interpretaciones de homenaje irónico a las mujeres, o como
esculturas textiles o como una estandarización del feminismo... quisiera hablar, como una
aportación más, del espíritu posmoderno que, desde mi punto de vista, rezumaba este montaje
de 65 obras, que, tal como se formulaba, a partir de unas fichas informativas y rigurosamente
seriadas, quedaba abierto a lo inacabable. Es posible que esa instalación haya creado, a algunos
espectadores, los que se acercaron desde el academicismo estricto o desde el purismo formal,
cierta inquietud o perturbación. También es posible que, con un título tan suntuoso, las sillitas y
las simulaciones textiles se convirtieran en los protagonistas casi exclusivos. A muchos de los
que se quedaron en esta exclusividad, probablemente, los dos elementos los hayan incomodado
un poco. Si fue así, la razón seguramente estaba en la inclasificación y en el infantilismo de las
piezas y en que no las consideraran auténticas esculturas, ni diseños textiles aplicados, ni obras
de arte propiamente dichas. Me di cuenta de que había que mirarlas de una forma más global y
contextuada, al estilo de M. Proust: como elementos susceptibles de sustentar historias
fascinantes. Detrás de cada vestido, de cada silla de toda la información que las fichas
proporcionaban, si se quería, había un amplio mundo a recorrer y muchas vivencias para
investigar. Creo que la autora, a estos pequeños objetos y a sus envoltorios, les confería una
fantástica capacidad de evocación. Para mí, el conjunto de la instalación, al ser una mezcla o,
mejor dicho, una especie de conjunción de saberes y de connotaciones transversales y
multidisciplinares, donde los límites entre cultura superior y cultura de masas, entre lo
universal y lo particular, estaban expresamente difuminados, se convertía en un ejemplo muy
cercano a lo que, desde finales del siglo pasado, se ha conocido como "posmodernidad". Una de
las acciones más reconocidas del movimiento posmoderno fue la redefinición y adecuación de
algunos de los aspectos más clásicos del concepto "modernidad" al momento histórico y al
exagerado optimismo que el mundo occidental, en aquel momento, vivía. El concepto
modernidad viene de muy lejos, del siglo XVI, y de todas sus características, aquí, me interesa
remarcar una bien significativa: la modernidad es la inconfusibilidad de los estilos personales.
Los artistas "modernos", desde Miguel Ángel a Picasso; desde Tàpies a Brunelleschi, suelen
mostrar un estilo propio y diferenciado, que una vez se ha conocido, ya no se olvida. Desde los
años 90 hasta la actualidad, la posmodernidad a este elemento diferenciador lo ha dejado de
lado, y en su lugar ha promocionado otros más técnicos y abiertos que se han convertido en
identificadores de la cultura surgida de un nuevo orden económico, de aquel orden especulativo
e inflado, como una burbuja, los "neocons" y los "neoliberales", ahora, de nefasta memoria.
Por todo ello, la posmodernidad, no ha sido un estilo demasiado rompedor, sino, más bien, un
movimiento acomodaticio y periodizador. Mucha gente creyó y, interesadamente, aceptó que un
período de "vacas gordas", que parecía que no tenía que acabar nunca, se merecía que, en todos
los órdenes y en todos los niveles, se notara su presencia. En las artes plásticas, las novedades
que mejor lo caracterizaron fueron la introducción de elementos neutros, impersonales,
tecnológicos, industriales ... y el fomento de la globalización estilística.
Es por ello, que a este movimiento se le identifica con el concepto de sociedad consumista, por
todos conocida y practicada. Por ejemplo, este concepto, coloquialmente, lo usamos y lo
hacemos coincidir con el irresponsable momento en que cada ciudadano de la Seu d'Urgell, de
media, produzca 1'4 kg de basura diaria. La sociedad de consumo, en cambio, en el mundo del
pensamiento y en el de la cultura, posee un sentido más preciso y restringido. Siguiendo la estela
del filósofo francés Jean Baudrillard se dice que, más allá de consumir productos de forma
compulsiva, que sería el primer ejemplo, el elemento más nefasto, de la sociedad de consumo
posmoderna, radica en la obsesión y en la volición de consumir "marcas" y no valorar
críticamente los reclamos. Manifestar el estatus y la idiosincrasia de una persona por medio de
la marca o el modelo que "consume", dejando de lado su utilidad o su necesidad, es donde
radica, respecto a cualquier época pasada, la verdadera novedad del posmodernismo. Esta
excepcionalidad llevó, y explica, a la aparición de artistas, que nos pueden parecer extremistas y
radicales, como Eladio de Mora (dEmO), con series de conejillos de aluminio, algunos de los
cuales el pasado verano se instalaron en Andorra, o como el inglés Damien Hirst, con animales
formolizados o con esperpénticas calaveras. Obras de estos y otros autores se han vendido a
precios desorbitados y escandalosos y esto ha sido posible porque en el mercado ha encontrado
compradores que, simplemente, querían satisfacer apetencias de consumismo y de exclusivismo
de élite y, de paso, enriquecerse con la especulación económica pura y dura.
Utilizaré tres criterios, bien característicos, para mostrar los elementos posmodernos de la
exposición de Sandra March que, a pesar de moverse dentro de este interesante ambiente
contemporáneo, que ha durado hasta hace cuatro días, ella, supongo, se encuentra muy lejos de
los escándalos y los alborotos ahora citados.
Uno. La posmodernidad apostó por el principio de la simulación y de la apropiación y, como se
ha sugerido, lo hace como alternativa a la obra y el estilo personal que habían sido y eran unos
de los signos definitorios de la modernidad. En el fondo, actuaron de esta forma porque
consideraban –y tenían sus razones- que las innovaciones estilísticas ya no eran posibles, ni les
interesaban. En esta insólita situación sólo quedaba imitar estilos y formas pasadas y hablar a
través de máscaras. La imitación de algunos estilos formales en las sillitas y la mímica de la
indumentaria, respecto a los trajes que mejor se adecuaban a la personalidad de la biografiada,
eran de las primeras cosas que se captaban en la exposición. No se trataba ni eran imitaciones
burdas, ni se burlaban del original, simplemente estaban situadas en esferas muy diferentes de
las normativas clásicas. Las sillas se empleaban como soportes y como imitaciones naturales,
pero, eso sí, sin impulsos íntimos, ni apasionamientos. La autora, mediante la confección de los
tejidos, siempre dejaba entrever una simpatía secreta por el original. La mimesis que usaba,
resultaba muy cercana a las parodias que, en este mismo periodo, tanto se ha utilizado en el cine
y la literatura. Las fichas eran el elemento más globalizador. Simulaban, pero no eran, los
envoltorios de los productos industriales y comerciales: códigos de barras ornamentales;
numeraciones esotéricas, pero, descifrables; explicaciones de utilización, pero, con información
personalizada...
Dos. La otra característica sería la atemporalidad. Las categorías universales y canónicas de la
modernidad dejan paso a situaciones de ambigüedad. Este criterio ha permitido que algún
postmoderno presentara composiciones formadas por elementos barrocos originales, junto con
otras piezas de arte contemporáneo y, algunas veces los resultados han sido bastante aceptables.
Los simulacionistas han utilizado, de forma muy atrevida, la parodia como un medio "filosófico"
para alejarse de los estilos del pasado y para superar todo tipo de contradicción o estorbo
formal, conceptual o cronológico. Las cajas de Sandra March y el nivel de información que se da,
son, a pesar de las evidentes diferencias, de estructura seriada y extensión igualitaria, pero, de
contenido individualizado. Gracias a este equívoco están situadas más allá de la
contextualización histórica. Esta acción de atemporalidad -todos los momentos son iguales- da
validez a intercambios culturales, que en otras épocas no habrían sido posibles, ni se habrían
aceptado. También forma parte de esta atemporalidad el hecho de difuminar los límites entre el
mundo de las artes y el de la publicidad, entre la historia y la vivencia personal. En las cajas de
Sandra March, formalmente, no conceptualmente, tienen el mismo tratamiento su Madre que
Eva Bíblica, su amiga Irene que Marylin Monroe; Mafalda que Frida Kahlo ... Se quiera o no se
quiera, a esta posibilidad de multiplicación y de generalización absoluta se le debe reconocer
que aporta nociones de originalidad, hasta este momento poco utilizadas. La sociedad mediática
actual ha valorado positivamente y ha aceptado, con gusto, este tipo de simulacros.
Tres. El consumismo es el elemento primordial de la posmodernidad. Serializar las obras, como
si fueran productos de consumo general, y comerciarlas, como si fueran productos exclusivos, es
el criterio que más ha caracterizado el modelo posmoderno. La mayor parte de la obra de este
movimiento, siguiendo los senderos que el arte Pop y del minimalismo habían abierto, se sitúa
en la inestable e indefinida frontera que existe entre el arte y el comercio, entre la publicidad y la
comunicación. Esta corriente, expresamente, se estructuró sobre el aspecto fetichista del signo,
sobre el nombre de "marca" que despierta el deseo y sobre el poder de seducción que el objeto
ejerce en el público expectante. La mercancía, en sí, no va más allá del fetiche. Las cajas de
Sandra March, a pesar de ser formal y conceptualmente diferentes, pero, con personalidad, se
presentaron al público, casi, como elementos comerciales, como objetos deseables, como
mercancías para ser elegidas. Poseían un carácter similar al que podrían haber tenido, en el
expositor de una tienda especializada o en un supermercado. La seriación, en este caso, más
bien, la yuxtaposición, es una forma de superar o de situarse en contra de las nociones
tradicionales de la composición y de la expresión artística.
Estos son los principales criterios que, desde mi punto de vista, hacían singular la exposición: la
Silla de la Reina. Y esta singularidad se incrementaba, como he dicho, por el hecho de constatar
que una vecina de La Seu d’Urgell demostraba una formación y una concepción artística muy
actualizada y contemporánea y por ello, posiblemente, muy abierta a futuras investigaciones.
Pero, desde mi punto de vista y como consecuencia de haber dedicado buena parte de mi vida
laboral a enseñanzas ligados al arte y el diseño, esta exposición, sorprendentemente, se
completaba con una segunda parte tan interesante como la primera. Me llamaron la atención las
seis sillas, de medidas naturales, elaboradas, a partir de obras previas, para jóvenes escolares.
Me interesaron muchísimo, ya que, en aquellos trabajos entreví, de forma resumida, los buenos
recursos pedagógicos de una maestra capacitada y el abecé, desde mi punto de vista, de los
objetivos del área de plástica, que son el resultado de la confluencia de las tres grandes
capacidades que el área debería desarrollar. Como en el análisis anterior, usaré una trilogía de
criterios.
Uno. Por un lado, en las enseñanzas plásticas, se debe velar por la promoción de la capacidad
perceptiva de los alumnos. Las personas somos ávidas receptoras de imágenes y nunca
habíamos tenido tantas posibilidades de serlo como en la actualidad. Disponer de estrategias de
observación para analizar los elementos visuales y las estructuras compositivas que nos rodean,
resulta fundamental para ordenar nuestra relación con el entorno. Potenciar, desde muy
jóvenes, la capacidad de examinar los objetos en su conjunto y en cada una de sus partes les será
de gran utilidad posterior. Los autores de aquellos asientos demostraban que habían entendido
y habían empleado correctamente la metodología de analizar a fondo los ejemplos que se les
proporcionó para trabajar.
Dos. En el área de plástica, también es de un utilitarismo necesario el desarrollo de la capacidad
procedimental. Manipular y experimentar es indispensable para coordinar ojos y manos; hacer
coincidir el pensamiento y la acción no es tarea sencilla. Conocer las posibilidades expresivas de
todo tipo de material, siempre, resulta enriquecedor. Esto obliga a la educación y al aprendizaje
de procedimientos y de técnicas para utilizarlos como elementos expresivos y de comunicación,
como hicieron aquellos alumnos.
Finalmente, la promoción de la capacidad creativa, en los jóvenes alumnos, es, desde mi punto
de vista, el núcleo central del área de plástica. Con esta promoción los alumnos pueden entrar en
el proceso creativo de la comunicación visual de imágenes e ideas y se capacitan para transmitir
conceptos, informaciones o sentimientos. Que el alumno sea capaz de mostrar plásticamente su
forma de ver, de interpretar y de entender su entorno es un gran logro, que se potencia cuando
el alumno es capaz de incluir su interioridad, su mundo de fantasías e imaginaciones, y sus
sensaciones, ideas y sentimientos.
El resumen de todo es: Sandra, ha sido muy interesante el disfrute y el deleite que has
proporcionado a muchos compatriotas tuyos.
Ermengol Puig i Tàpies
La Seu d’Urgell, 22 de marzo de 2009
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