Memorias. El ladrón en la casa vacía (cap. 1)

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LOS HOMBRES, Y NO SÓLO LOS AUTORES DE MEMORIAS,
las penas, los errores y las decepciones o incluso de las fechorías que llenan su pasado, a fin de cuentas están
contentos de un destino que ya ha quedado atrás y, si volvieran a empezar, no
elegirían una vida distinta.
No pienso lo mismo de la mía. Sin subestimar lo que hay en ella, respectivamente, de inevitable y de accidental, sin que ninguna de ambas sea deseable, en mi memoria se acumulan las circunstancias, pequeñas o grandes, decisivas o triviales, en las que tenía la facultad de elegir y me equivoqué. Mi
memoria me recuerda tan pronto una orientación crucial de mi existencia
como un detalle fútil de mi conducta en un episodio sin importancia. Pero
casi no pasa un día sin que, en la mesa, en la cama, por la calle, en la playa, no
emita un ronco gemido de arrepentimiento y vergüenza. Es cuando me
remuerde el recuerdo de una estupidez fatal, una reacción vulgar, una mentira degradante, una fanfarronada ridícula que cometí hace mucho, hace poco
o anteayer.
Pero mi arrepentimiento más cruel se debe a mi incapacidad cada vez
mayor para defender mi tiempo de los saqueadores exteriores. Nunca he podido leer sin enfurecerme conmigo mismo estas líneas que escribe Séneca a su
discípulo Lucilio:
SUELEN DECIR QUE A PESAR DE LOS FRACASOS,
Todas las cosas, Lucilio, nos son ajenas, sólo el tiempo en realidad nos pertenece: esta cosa fugaz y escurridiza nos la dio en propiedad la naturaleza, y de
ella puede, sí, desposeernos cualquiera que se empeñe. Pero es tanta la necedad de los hombres, que se creen obligados a dar las gracias por esas naderías
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sin valor cuya pérdida nunca es irreparable; y nadie considera que esté en
deuda por haber recibido el don del tiempo, el único que, aun siendo agradecidos, no podemos ganar si ya no es nuestro.*
Que no se me malinterprete: soy el más sociable de los hombres. La compañía de mis semejantes siempre me alegra. Para que un día sea feliz debe
tener una porción de soledad, pero también varias horas del más vivo de los
placeres del espíritu, la conversación. La amistad siempre ha sido un centro de
mi vida, lo mismo que la curiosidad de conocer personas nuevas, escucharlas,
hacerles preguntas, observar sus reacciones a mis palabras. ¿De qué te quejas
entonces?, me diréis. Pues justamente de que la condición de autor y periodista me quita demasiado el tiempo disponible para los interlocutores que me
gustan y me obliga a sustituirlos, muy a mi pesar, por desfiles de latosos que
sólo me producen hastío.
* Séneca, Epístolas a Lucilio. Texto latino: «Omnia, Lucili, aliena sunt, tempus tantum nostrum est: in hujus rei unius fugacis ac lubricae possessionem natura nos misit, ex qua expellit
quicumque vult. Et tanta stultitia mortalium est ut, quae minima et vilissima sunt, certe reparabilia, imputari sibi, cum inpetravere, patiantur, nemo se judicet quicquam debere, qui tempus
accepit, cum interim hoc unum est, quod ne gratus quidem potest reddere».
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