Follet, Ken - La caída de los gigantes

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Valeria era una belleza clásica, con rasgos uniformes y el cabello negro, que llevaba
pul cramente peinado. Le estrechó la mano a Fitz y dijo en francés:
- Gracias por venir. Nos alegramos mucho de veros.
Cuando Bea se separó al fin de Andréi, enjugándose las lágrimas, Fitz le tendió una
mano. Andréi le devolvió la izquierda: la manga derecha de la chaqueta colgaba vacía.
Es taba pálido y delgado, como si lo aquejara una enfermedad devastadora, y su barba
em pezaba a lucir trazas grises, aunque solo tenía treinta y tres años.
- No os hacéis una idea de cuánto me alivia veros -dijo.
- ¿Algo va mal? -preguntó Fitz. Hablaban en francés, idioma que todos dominaban.
- Ven a la biblioteca. Valeria acompañará arriba a Bea.
Dejaron a las mujeres y entraron en una sala polvorienta repleta de libros
encuadernados en cuero, que daban la impresión de no haber sido abiertos en mucho
tiempo.
- He pedido que nos sirvan té. Me temo que no tenemos jerez.
- El té será perfecto, gracias. -Fitz se acomodó en una silla. Le dolía la pierna herida,
resentida del largo viaje-. ¿Qué ocurre?
- ¿Vas armado?
- Sí, en efecto. Llevo mi revólver de servicio en el equipaje. -Fitz tenía un Webley
Mark V que le habían asignado en 1914.
- Por favor, tenlo a mano. Yo no me separo del mío. -Andréi se abrió la chaqueta para
mostrarle la pistolera que llevaba al cinturón.
- Será mejor que me expliques por qué.
- Los campesinos han creado un Comité de la Ti erra. Algunos socialistas
revolucionarios han hablado con ellos y les han insuflado ideas estúpidas. Ahora
reclaman el derecho de apoderarse de todas las tierras que no estoy cultivando y
repartírselas.
- ¿Ya había ocurrido antes?
- En los tiempos de mi abuelo. Ahorcamos a tres campesinos y creímos que eso había
zanjado el asunto. Pero esas ideas endemoniadas seguían latentes, y han resurgido años
después.
- ¿Qué has hecho esta vez?
- Les solté un sermón y les mostré que había perdido el brazo defendiéndolos de los
ale manes, y se calmaron… hasta hace unos días, cuando media docena de hombres re
gresaron del frente. Aseguraban que habían sido dados de baja en el ejército, pero estoy
se guro de que desertaron. Por desgracia, es imposible comprobarlo.
Fitz asintió. La ofensiva Kérenski había sido un fracaso, y los alemanes y los
austríacos habían contraatacado. Los rusos habían sido aplastados, y en esos momentos
los alemanes se dirigían a Petrogrado. Miles de soldados rusos habían abandonado el
campo de batalla y vuelto a sus pueblos.
- Trajeron consigo los fusiles, y revólveres que debieron de robar a los oficiales o a
los prisioneros alemanes. En cualquier caso, están bien armados, y llenos de ideas
subversivas. Hay un cabo, Fiódor Igórovich, que parece ser el cabecilla. Le dijo a
Gueorgui que no entendía por qué yo seguía reclamando la propiedad de ninguna tierra,
y aún menos de las que están en barbecho.
- No comprendo qué les está pasando a los hombres en el ejército -espetó Fitz, exas
perado-. Uno piensa que aprenden el valor de la autoridad y la disciplina, pero da la
impresión de que está ocurriendo todo lo contrario.
- Me temo que la situación ha alcanzado un punto crítico esta mañana -prosiguió
Andréi-. El hermano pequeño del cabo Fiódor, Iván Igórovich, llevó su ganado a pastar
en mis campos. Gueorgui se enteró, y fui con él a ver a Iván para aclarar la situación.
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