Follet, Ken - La caída de los gigantes

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Enfiló otro pasillo y dejó atrás las despensas y los lavaderos. Finalmente abrió una
puerta que daba al exterior.
Al salir, jadeante y con un dolor indecible en la pierna, vio que el carruaje estaba ya
pre parado y aguardaba por ellos, con Jenkins en el asiento del conductor y Bea dentro
con Nina, que sollozaba incontroladamente. Un asustado mozo de cuadra sujetaba las
riendas de los caballos.
Cargó con Valeria hasta el carruaje, subió a él y gritó a Jenkins:
- ¡Vámonos! ¡Vámonos!
Jenkins fustigó a los caballos, el mozo de cuadra se apartó del camino y el carruaje se
puso en marcha.
- ¿Estás bien? -le preguntó Fitz a Bea.
- No, pero estoy viva e ilesa. ¿Y tú?
- No me han herido, pero temo por la vida de tu hermano. -En realidad, tenía la
certeza de que Andréi ya estaría muerto, pero no quería decírselo.
Bea miró a la princesa.
- ¿Qué ha pasado?
- Ha debido de alcanzarla una bala. -Fitz la examinó más de cerca. El rostro de
Valeria estaba pálido-. Oh, Dios santo -dijo.
- Está muerta, ¿verdad? -preguntó Bea.
- Tienes que ser valiente.
- Seré valiente. -Bea tomó la mano exánime de su cuñada-. Pobre Valeria.
El carruaje se precipitó por el sendero y dejó atrás la pequeña casa donde la madre de
Bea había vivido tras el fallecimiento del padre. Fitz volvió la mirada hacia la gran
mansión. Frente a la puerta de la cocina había un grupo de hombres que había visto
frustrada su persecución. Uno de ellos los apuntaba con un fusil, y Fitz bajó la cabeza de
Bea y se agachó.
Cuando volvió a mirar, ya estaban fuera de su alcance. Los campesinos y el servicio
salían de la casa por todas sus puertas. Las ventanas desprendían un brillo extraño, y
Fitz comprendió que la mansión estaba ardiendo. Siguió mirando y vio que por la puerta
principal empezaba a brotar humo, y que una llama asomaba por una ventana e
incendiaba la enredadera que tapizaba la fachada.
El carruaje alcanzó lo alto de una loma y descendió entre traqueteos por el otro lado,
y la casa desapareció de su vista.
Capítulo 28
Octubre - noviembre de 1917
I
Walter, airado, dijo:
- El almirante Von Holtzendorff nos prometió que los británicos morirían de hambre
en cinco meses. De eso hace ya nueve.
- Cometió un error -contestó su padre. Walter reprimió una réplica sarcástica.
Se encontraban en el despacho de Otto, en la sede del Ministerio de Asuntos
Exteriores en Berlín. Otto estaba sentado a su gran escritorio en una silla de madera
tallada. En la pared, tras él, colgaba un lienzo del káiser Guillermo I, abuelo del
monarca, de su proclamación como emperador alemán en el Salón de los Espejos de
Versalles.
A Walter le enfurecían las excusas infundadas de su padre.
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