38 años después se esclarece el asesinato de Monseñor Angelelli

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Angelelli
38 años después se esclarece el asesinato de
Monseñor Angelelli
El lector salvadoreño apreciará
todo lo que se dice en este relato.
El horror de los militares y la
mentira de algunos jerarcas.
Y sobre todo el inmenso amor
de un obispo, dos sacerdotes
y muchos hombres y mujeres
argentinos.
4 de agosto 1976. Asesinato y encubrimiento de
los militares. Ese día falleció Monseñor Enrique Angelelli,
obispo de La Rioja, Argentina, a causa del choque que
provocaron dos autos contra la camioneta que manejaba
el obispo, que iba acompañado del presbítero Arturo
Pinto. La explicación oficial es que fue un accidente.
4 de julio 2014. Por fin, la verdad. Casi cuarenta
años después, un tribunal ha esclarecido la verdad. El
accidente fue provocado. Los actores intelectuales eran
militares. El presidente del tribunal lo declaró asesinato
de lesa humanidad. Los exmilitares Luciano Benjamín
Menéndez y Luis Fernando Estrella fueron hallados
culpables y condenados a prisión perpetua.
***
13 de junio 2014. El Vaticano abre los archivos.
Ese día ocurrió algo histórico. Después de casi 40 años,
el Vaticano, por decisión del papa Francisco, aportó
documentación inédita de violaciones a los derechos
humanos cometidos en Argentina. Se trata de dos
escritos de Angelelli. El primero es una carta de cuatro
cartillas al Nuncio Apostólico Pio Laghi el 5 de julio de
1976. El segundo, una pormenorizada crónica sobre el
asesinato de los sacerdotes de la diócesis de La Rioja
Longueville y Murias.
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La carta de Angelelli llegó al Vaticano y relata la
persecución de los militares
“que se sienten ‘Cruzados de la Fe’. Denuncia que la
“cárcel está repleta de detenidos... por el sólo ‘delito’ de
ser miembros fieles y conscientes de la Iglesia”. Y una
novedad para La Rioja es que “se tortura asquerosamente”.
Relata las dificultades generadas en su diócesis por el
vicariato castrense a cargo de los obispos Adolfo Tortolo
y Victorio Bonamín… Por primera vez en un escrito de su
autoría Mons. Angelelli afirma que “nuevamente he sido
amenazado de muerte”.
En su carta, Angelelli también acusó al “jefe militar
Osvaldo Battaglia” de haberle quitado la misa radial
y ordenado que se realizara en el Casino de Oficiales
por el capellán militar Felipe Pelanda López “sin
haberme comunicado absolutamente nada”. “Estamos
permanentemente obstaculizados para cumplir con la
misión de la Iglesia. Personalmente, los sacerdotes y las
religiosas somos humillados, requisados y allanados por
la policía con orden del Ejército”
Denuncia también al nuncio apostólico las torturas
que sufrió un sacerdote durante su detención. Por último,
advirtió sobre “una realidad dolorosa”: “Nuestra cárcel
está repleta de detenidos. Personas honorables, padres
de familia, gente sencilla están dentro muchos de ellos
por el solo ‘delito’ de ser miembros fieles y conscientes
de la Iglesia”. Y añadió que en el encierro “se tortura
asquerosamente”. “Señor nuncio, pensemos a tiempo
Angelelli
todo esto para no tener que lamentar consecuencias
dolorosas en un futuro muy próximo”.
El silencio de la Curia argentina y del nuncio Pio
Laghi. La carta y la crónica de Angelelli fechados en
julio de 1976 llegaron al Vaticano. Dicen los abogados
querellantes: “Sabíamos que las denuncias de monseñor
habían llegado al Vaticano, pero hasta el momento no
teníamos la certeza de la prueba documental… Lo que
dicen los documentos se sabe y fue probado en el juicio,
lo importante es que prueban que sus denuncias llegaron
al Vaticano… Es positivo que el Vaticano haya aportado
estas cartas, ya que prueban que Angelelli les comunicó
lo que estaba pasando… Y también valen porque prueban
que Pío Laghi recibió la información, algo que siempre
negó”.
Creen que los documentos llegaron al Vaticano
porque Angelelli se preocupó por enviar copias debido
a que “desconfiaba de la inacción del nuncio”. La
desconfianza fue acertada. La representante legal
aseguró que el Obispado tiene la certeza, debido a
documentos archivados en la propia institución, de que
Angelelli mantuvo diálogo con Laghi. Este sin embargo,
negó históricamente saber de las violaciones a los
derechos humanos durante la última dictadura cívico
militar. “La carta incorporada demuestra la mendacidad
de Laghi”. Él se autoexculpaba con estas palabras: “Se
me acusa de delitos espantosos por omisión de ayuda y
de denuncia, cuando mi único pecado era la ignorancia
de lo que realmente sucedía”. Laghi falleció en 2009 en
Roma. Impune.
4 de julio 2014. Después de escuchar al sentencia,
el actual obispo de La Rioja monseñor Colombo invitó
a emprender “sin titubeos” los caminos que monseñor
Angelelli propuso a la Iglesia en La Rioja: la renovación
eclesial, el servicio como contenido y como método de la
actuación pastoral, la opción preferencial por los pobres
y excluidos, la conversión pastoral de las instituciones,
la búsqueda entre todos de la voluntad de Dios para su
Iglesia.
Sacerdotes de Chamical
Carlos de Dios Murias
Dos sacerdotes asesinados
El otro documento aportado por el Vaticano es un
informe en el que Angelelli detalló, día por día, lo que
sucedió en torno del asesinato de los curas de Chamical.
El 18 de julio de 1976 “dos individuos vestidos de civil” los
fueron a buscar a la casa de dos religiosas, en Chamical,
donde estaban cenando, y los llevaron supuestamente a la
ciudad capital; que el 19 de julio. Las religiosas comunican
la detención de los sacerdotes al Obispado, desde donde
se hacen averiguaciones sin éxito. Al día siguiente “una
cuadrilla de ferroviarios encuentra los cadáveres de
ambos sacerdotes acribillados a balazos, maniatados y
en estado lamentable”. Los papeles exhiben el sello de la
Nunciatura Apostólica que certifican su recepción el 30
de julio. “El hecho de la muerte de estos dos sacerdotes
no está ajeno al contexto argentino y riojano que se vive”,
advirtió Angelelli en el texto en el que citó dos artículos
periodísticos publicados en el periódico El Sol “en contra
de la diócesis” firmados por el Movimiento Seglar de
Formación y Apostolado, los Cruzados.
Gabriel Longueville
El 18 de julio de 1976, Carlos de Dios Murias
y Gabriel Longueville fueron secuestrados
y encerrados en una base de la Fuerza
Aérea y, dos días después, sus cadáveres
fue encontrado en medio del campo: les
habían sacado los ojos y les habían cortado
las manos antes de dispararles. Sus cuerpos
fusilados, con los ojos vendados, aparecieron
en un descampado al sur de la ciudad, que
actualmente se denomina “Los Mártires” y
posee un oratorio en su homenaje.
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