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Volver al país; por Santiago Gamboa
Santiago Gamboa · Monday, January 26th, 2015
Creo que fue a Juan Villoro a quien le oí una ingeniosa frase: “Siempre que te
encuentras a un mexicano en Europa te dice que regresa a México el miércoles
próximo”.
Esto es algo que México comparte con Francia: los escritores mexicanos y los
franceses viajan por el mundo, pasan temporadas aquí o allá, pero luego regresan,
indefectiblemente, a vivir en su país. Son viajeros de largo alcance, eso sí, como el
francés Henri Michaux o el mexicano Octavio Paz, o incluso Rimbaud, que escapó con
odio de Francia y de Europa durante años, aunque volvió a ella para morir.
Houellebecq intentó vivir un poco en Irlanda pero acabó regresando. El único francés
que oficialmente no vive en Francia es J.M. Le Clezio, una excepción, como lo es en
tantas cosas.
Esto en Colombia es llamativo porque aquí una parte grande de los escritores vivieron
fuera del país e incluso muchos murieron en sus exilios. Fue el caso de Álvaro Mutis,
de Gabriel García Márquez y Porfirio Barba Jacob, nada menos, que murieron en
México. Rufino José Cuervo murió en París, donde vivió poco más de 25 años. Otros,
como Fernando Vallejo, Luis Fayad o Laura Restrepo, han vivido gran parte de sus
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vidas por fuera, lo mismo que Óscar Collazos o R.H. Moreno-Durán, que acabaron por
volver. Y así muchos más. ¿Por qué? Sin duda Colombia —y esto en el fondo es una
obviedad— no contaba en esos años con los mismos atractivos culturales de México o
de Francia, ni a nivel de ambiente intelectual ni mucho menos de infraestructura, y
por eso muchos de los que encaminaban su destino por esas lides tarde o temprano
sentían el impulso de migrar hacia ecosistemas más favorables.
La experiencia de mi generación fue también de viajes y lejanía. Muchos escritores se
formaron —nos formamos— viviendo por fuera, en París o Nueva York o Londres o
Barcelona. En mi caso podría decir que fue una pura intuición de lector: ¡estaba harto
de leer fotocopias! En la triste Bogotá de principios de los ochenta no se conseguía en
librerías casi nada de lo que me interesaba y urgía leer. No exagero si digo que el 70%
de lo que leí en cinco semestres de Literatura en la Javeriana fue copiado de la
biblioteca de la universidad, de libros ya descuadernados; por eso lo que conservé de
esos años, aparte de algunos apuntes de las soberbias clases de Manuel Hernández o
Eduardo Gómez, ¡fue una bolsa con kilos y kilos de fotocopias! La situación era
insostenible y por eso cuando llegué a Madrid, en 1985, y fui a la Casa del Libro, tuve
alucinaciones. Y no sólo eso: en España los escritores eran personas respetadas, a
diferencia de la Colombia de esos mismos años, donde la sociedad bienpensante
consideraba que ser escritor era equivalente a graduarse de bohemio y de vago.
Huyendo de esa ingrávida atmósfera y seguramente por otros motivos que desconozco
algunos autores de mi generación, incluyéndome, decidieron irse, y por eso hoy,
cuando incluso a mí me llegó la hora del regreso y al llegar compruebo que casi todos
los que se habían ido ya han vuelto, y que hasta Fernando Vallejo se compró una casa
en Medellín, me pregunto si no nos habrá llegado también una especie de “momento
mexicano” con nuestro país. Un querer estar cerca para ver lo que viene. Ojalá que
esté justificado, aunque aún está por verse.
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on Monday, January 26th, 2015 at 1:00 am and is filed under Vivir
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