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Fragmentos inconexos… Crazy Little Thing Called Love,
por Norberto José Olivar
Norberto José Olivar · Saturday, February 26th, 2011
Febrero 11 de 2011
Llevar un diario es un signo del siglo XX, lo dijo Robert Musil. Y añadió que en un
tiempo próximo sólo se escribirán diarios porque todo lo demás resulta insoportable.
Piensa que la preferencia se debe a su ausencia de disciplina, lo que supone que
cualquiera pueda echar mano del «género», y ciertamente, muchas almas
atormentadas han llenado miles de páginas con paparruchadas insufribles, pero es
saludable saber que esa «indisciplina» tiene que ver con la libertad que exige la
inteligencia, renuente a moldes, adicta a los límites infinitos e insospechados del
lenguaje, no a la flojera improductiva de los despechados y sensibleros. En fin, Musil
veía en el diario el despliegue de todas las posibilidades, además de su goce íntimo
—no de intimidades— y su estado inédito, condiciones que, por lo común, le dan un
ritmo templado y honesto a la escritura.
«Lo privado es perecedero» escribió Musil, también.
Febrero 12 de 2011
Crazy Little Thing Called Love
El amor debe considerarse un factum fatal, cínico, inocente, cruel, según la teorética
alemana, y ya se sabe de las tendencias teutonas al ridículo voluntario y al suicidio
cuando los pesca un despecho. En su descargo digamos que esta vocación por la
bufonería, es consustancial de sus enamoramientos y no un mero teatro afectado, que
sería una cosa muy grave y morbosa. Pareciera, más bien, una extraña predisposición
a personificarse. Dicen que Aristóteles dijo que lo ridículo se representa
dramáticamente, y eso ya va dejando mejor parado los acaloramientos arios y
desechando cargos un tanto grotescos a su conducta, que no entendida, puede
resultar reprobable e inadmisible por gentes bien educadas. No obstante, más allá de
la hermenéutica personal que indaga una representación, el ardor amatorio puede
argumentarse con una sorprendente versión bioquímica de la fisiología humana. La
antropóloga Helen Fisher es la aguafiestas que desenmascara este misterio. Explica,
con detalles insufribles, que la alucinación y las convulsiones de la pasión por el objeto
de nuestro amor son acarreadas por extrañas sustancias identificadas como
dopaminas y serotoninas, esta última tiene que ver, por ejemplo, con la obsesión de
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andar como un «pegoste» del ser amado. Pero hay buenas noticias, creo, porque
según lo afirmado por Fisher, este delirium tremens romanticón no dura más de tres
años. Si fuera cierto, y puede que lo sea, en los próximos días estaríamos comprando
en las farmacias la tan mentada pócima de amor aunque, a la larga, esto podría
transgredir los sacramentos del mercado, entretanto que la «fuerza del amor» es uno
de sus componentes más preciados. Pensemos —y veremos— todo lo que compramos
producto de este «padecimiento ponzoñoso», desde un blúmer seductor hasta una
casa dotada y guarnecida en villa felices para siempre. Quien dijera, pues, que el amor
no tiene límites se quedó absolutamente corto. El amor es mercado y domesticación, y
entiéndase, alegría ciudadana y paz republicana. El amor es la mano invisible del
mercado tan referida por Adam Smith en sus peroratas. En definitiva, sin amor no
somos nada, acaso, címbalos que rechinan y nada más.
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on Saturday, February 26th, 2011 at 2:31 pm and is filed under Artes
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