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Los nuevos del colegio, por Héctor Torres
Héctor Torres · Friday, October 17th, 2014
En días recientes coincidí en facebook con cuatro amigos que viven en España, Chile,
Estados Unidos y Ecuador, respectivamente, e inevitablemente caímos en uno de los
temas más vigentes y controversiales de los últimos años en Venezuela: (Los que
deciden) irse y (los que deciden) quedarse. Cómo se ven unos a otros. La conversación
surgió a partir de un brillante post que escribiera uno de ellos (Daniel Pratt) acerca de
ese tema. En el mismo advierte que una experiencia de esa magnitud “requiere de
inventariar y auto-reforzar razones precisas” acerca de por qué quieres migrar y qué
es lo que buscas del otro lado “y repetir esas razones como un ensalmo”, debido a que
“cuando llegues a dónde vayas, nada saldrá como esperabas”.
La gente se va buscando calidad de vida, claro. Pero, ¿qué entendemos por calidad de
vida? Además de algunos aspectos comunes, los elementos que encierran dicho
concepto varían según la persona. Entonces, a seguridad personal, estabilidad
económica, servicios públicos óptimos, yo en lo particular necesitaría sumar la
necesidad de poder dedicarme a lo que me gusta hacer.
Para el que no tiene un proyecto personal específico más allá de un lugar donde vivir
en paz o un oficio que forme parte de su modo de ver el mundo, en muchas partes
podría encontrar un espacio. Pero no resulta igual para el que, por ejemplo, tiene un
negocio de servicios y ha tardado veinte años en establecer una red de contactos que
le permitan mantener la agenda ocupada.
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Como muchos venezolanos en la actualidad, me he puesto a hacer ese ejercicio. Debo
descartar, de entrada, llegar al extranjero a que me paguen por escribir, tal como lo
hago aquí, luego de muchos años tras esa meta. Agradeceré conseguir un empleo de
algo y un lugar dónde vivir. Los primeros días, semanas, quizá meses, agradeceré
también caminar de noche por la calle sin sentir miedo, conseguir estantes
abastecidos en los automercados y que el gobierno no viva amenazando e insultando
al que piense distinto.
Pero también me he hecho la pregunta, ¿qué mañana despertaré y saldré a un trabajo
al que tengo que dedicarle toda mi concentración y mis energías, sin poder dedicar
tiempo a escribir ni conseguir oportunidad para publicar (ni gente interesada en
publicarme), y me pregunte si esa era precisamente la vida que deseaba para mí?
¿Cuándo me habré dado cuenta de que he renunciando, hasta nuevo aviso, a eso que
era, a una vez, modo de vivir, pasión y sustento? ¿Cuál será el balance al final del
camino, si gané ciertas cosas que había perdido en mi país, pero sacrifiqué otras que
sí tenía en ese país que dejé atrás?
Son preguntas que me hago desapasionadamente, tratando de hallarles respuestas.
Ese, el de las razones para quedarse, para irse e, incluso, para volver, el de decidir
qué espera de la vida y saber evaluar si lo encontró, es un tema complejo. Lo más
sensato es no juzgar ninguna decisión, ni las razones que se esgrimen los demás para
haberla tomado. En todo caso, es muy importante que, como dice Pratt, la gente las
tenga muy clara y las asuma. Cada quien vive su infierno y tiene derecho a buscar su
lugar en la tierra, y esas son decisiones personales e intransferibles.
El venezolano educa a sus hijos con el infantil mito de que este es el país más bello y
rico del planeta, por lo que (amén del ambiente de intolerancia que ha arropado toda
discusión) el tema migratorio se ha vuelto tan sensible entre nosotros. Criticamos al
que se va, al que se queda, al que se va y se devuelve, al que se va y se olvida de
hablar de nuestra crisis, al que se va y habla de nuestra crisis y al que se queda y no
habla de nuestra crisis.
Como acotó, Laura Ferraro, una de las participantes en la charla: todo esto es tan
inédito para nuestra sociedad, que actuamos “como los nuevos del colegio, que no se
saben los códigos”. Es decir, para nosotros el tema es tan relativamente nuevo, que lo
convertimos en “el tema”. Aún no sabemos manejarlo con desapasionada claridad.
Tomamos a pecho toda decisión de nuestros conocidos al respecto (que decidan irse o
que decidan quedarse, depende de qué lado nos encontremos).
Ya bajarán las aguas y concebiremos el tema como lo que es: como una encrucijada
personalísima. Una encrucijada en la que habrá que sopesar razones, asumir
decisiones y actuar en consecuencia. Sin quejarse por la decisión tomada y
entendiendo que, se haga lo que se haga, siempre se tendrán que sacrificar cosas. Y,
sobre todo, olvidarse de rendirle ni exigirle cuentas a nadie más que a uno mismo.
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on Friday, October 17th, 2014 at 6:54 am and is filed under
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