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Sobre caricaturas e intolerancias: “moi aussi, je suis
Charlie”; por Octavio Vinces
Octavio Vinces · Friday, January 16th, 2015
Fotografía de Andreína Mujica ©2015
Una de las ideas fundamentales de John Stuart Mill en su clásico Sobre la libertad es
que si todo el género humano, salvo una única persona, tuviera la misma opinión, el
género humano no tendría más justificaciones para silenciar a esa única persona que
las que ésta tendría para silenciar a todo el género humano. Un postulado tan radical
nos induce a pensar que aquello que llamamos libertad de expresión, llevado hasta sus
últimas consecuencias, presupone una sociedad que haga de la tolerancia uno de sus
valores fundamentales. Esto sólo es entendible en una democracia, es decir en una
sociedad que acepte y respete las diferencias, y más aún la disidencia, al tener la
convicción de que la coexistencia de diversas ideas y posturas políticas y morales es
no sólo conveniente, sino además esencial para su propia viabilidad y existencia. La
expresión, por parte de cualquier persona o grupo de personas, está garantizada y
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respetada, en tanto ésta es el vehículo a través del cual sus ideas y posturas se
manifiestan.
Para que la tolerancia sea posible como un valor social quizá sea conveniente
desvincular lo simbólico de aquello que se pretende representar. Si entendemos que la
bandera de un país representa la nación, pero no es la nación, su utilización en un
sentido o en otro no será un verdadero problema para alguien, digamos,
excesivamente patriota. No importará demasiado que sea utilizada como felpudo en la
entrada de una casa o como taparrabo en un gay parade, o que incluso pueda ser
injuriada o destruida (ya hace varios años la Corte Suprema de los Estados Unidos
dictaminó a favor del derecho de quemar la bandera norteamericana en una
manifestación pública).
Dicho de esa manera todo parece muy sencillo de entender, aunque llevado a la
práctica quizá no lo sea tanto. La exaltación de lo simbólico —entendido como la
tendencia a equiparar la esencia de una entidad, idea o creencia con la realidad
material con que se le pretende representar— parece ser inversamente proporcional
al nivel de racionalidad que se maneja en una situación determinada. La doctrina
católica sostiene que la oblea consagrada es el verdadero cuerpo de Cristo, no una
representación o un simulacro. Para los musulmanes la obligación de usar el velo o
hiyab —o el burkha afgano— es constitutiva de la verdadera pureza femenina, y no
una manifestación cultural como la corbata o la minifalda. Por lo demás, cuando una
organización social no está fundamentada en ideas racionales —las sociedades
teocráticas son el mejor ejemplo— no existe obligación alguna de respetar las
diferencias, y más bien se encuentran múltiples estímulos para aplastarlas. En ese
contexto, la libertad de expresión como derecho fundamental es además de una
incomodidad, algo incomprensible.
La libertad de expresión sólo es entendible, pues, en una sociedad abierta y liberal. Es
importante entonces comprender que ésta es un derecho irrestricto que no depende,
en modo alguno, de ninguna de las características personales de quien la ejerce. En
definitiva, uno puede ser un estúpido, un impertinente o un amante del peligro, y
tener el derecho de expresar todas las estupideces, impertinencias o provocaciones
que se le ocurran. Los muchachos de Charlie Hebdo corrieron un riesgo, eso es
innegable, pero actuaron con todo su derecho al pretender hacerle una profilaxis
dental sin anestesia a un tigre de Bengala.
Las contradicciones e incompatibilidades que el reciente ataque terrorista ponen de
manifiesto en un país como Francia son bastante evidentes. Pero es importante
entender que la concepción misma del estado pluricultural no puede desvincularse de
los valores de la democracia liberal. O renunciamos al concepto de democracia para
retornar a las cavernas, o buscamos atacar la raíz de los problemas: la exclusión, la
falta de oportunidades, el temor al futuro son preocupaciones de una generación de
musulmanes cuyos abuelos, contemporáneos de Nasser, buscaron establecerse en
Europa para mejorar su calidad de vida y procurar un futuro mejor a sus hijos. Es
necesario retomar el rumbo y brindar las condiciones para que el fundamentalismo
islámico no siga aprovechándose del resentimiento de jóvenes sin esperanzas.
Por todo eso, moi aussi, je suis Charlie.
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