PRIMER DÍA: UN BAUTISMO TOMADO EN SERIO P ara tender a la perfección, hay que revestirse del espíritu de Jesucristo… Hemos de llenarnos y dejarnos animar de este espíritu de Jesucristo. Para entenderlo bien, hemos de saber que su espíritu está extendido por todos los cristianos que viven según las reglas del cristianismo; sus acciones y sus obras están penetradas del espíritu de Dios… Pero ¿cuál es este espíritu que se ha derramado de esta forma? Cuando se dice: «El espíritu de nuestro Señor está en tal persona o en tales obras», ¿cómo se entiende esto? ¿Es que se ha derramado sobre ellas el mismo Espíritu Santo? Sí, el Espíritu Santo, en cuanto a su persona, se derrama sobre los justos y habita personalmente en ellos. Cuando se dice que el Espíritu Santo actúa en una persona, quiere decirse que este Espíritu, al habitar en ella, le da las mismas inclinaciones y disposiciones que tenía Jesucristo en la tierra, y éstas le hacen obrar, no digo que con la misma perfección, pero sí según la medida de los dones de este divino Espíritu (SVP, XI 410- 411). Cuando Vicente recapacita sobre su bautismo, descubre que el Espíritu Santo le ha legado el espíritu mismo de Jesús, su mentalidad … Está fascinado por Aquel que le hace vivir del espíritu mismo de su Salvador: ¿Qué es el espíritu de nuestro Señor? Es un espíritu de perfecta caridad, lleno de una estima maravillosa de la divinidad y de un deseo infinito de honrarla dignamente, un conocimiento de las grandezas de su Padre, para admirarlas y ensalzarlas incesantemente (SVP, XI 411). Con fervor, se vuelve hacia el Dios Trinidad que le habita desde el bautismo: ¡Salvador mío Jesucristo, que te santificaste para que fueran santificado los hombres, que huiste de los reinos de la tierra, de sus riquezas y de su gloria y sólo pensaste en el reino de tu Padre en las almas: «non quaero gloriam meam» (Jn 8,54), etcétera, «sed honorifico Patrem meum» Si tú viviste así para con un otro tú, ya que eres Dios en relación con tu Padre, ¿qué deberemos hacer nosotros para imitarte a ti, que nos sacaste del polvo y nos llamaste a observar tus consejos y aspirar a la perfección? ¡Ay, Señor! Atráenos a ti, danos la gracia de entrar en la práctica de tu ejemplo y de nuestra regla, que nos lleva a buscar el reino de Dios y su justicia y a abandonarnos a él en todo lo demás; haz que tu Padre reine en nosotros y reina tú mismo haciendo que nosotros reinemos en ti por la fe, por la esperanza y por el amor, por la humildad, por la obediencia y por la unión con tu divina majestad (SVP,XI, 412-413). A causa de Dios, la perfección es su preocupación mayor para él y para los suyos: ¡Qué mandato tan maravilloso el del Hijo de Dios! «Sed perfectos, nos dice, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). Esto apunta muy alto. ¿Quién podrá llegar hasta allá? ¡Ser perfectos como el Padre eterno! Sin embargo, ésa es la medida… ¡Oh, Salvador! ¡Oh, hermanos míos! ¡cuán felices somos al encontrarnos en el camino de la perfección! Salvador, danos la gracia de caminar directamente y sin descanso hacia ella (SVP, XI, 485). Nuestro santo se acuerda de haber sido marcado por el signo de la Cruz, signo que traza sobre sí con una devoción redoblada: Si me preguntáis en qué está basada esta práctica de la frecuente señal de la Cruz, os diré, mis queridas hermanas, que está en conformidad con lo que hacían los primeros cristianos. Tertuliano dice que hacían la señal de la cruz al entrar y salir de casa, al levantarse, al sentarse a la mesa, en una palabra que usaban esta señal en todo lo que hacían, ya que no estaba aún en uso la costumbre de ponerse de rodillas. Ellos se servían de la señal de la cruz para ofrecerle a Dios todas sus acciones, según el consejo de san Pablo, que dice: «Tanto si coméis como si bebéis, hacedlo todo en nombre de Nuestro Señor». Así pues, hijas mías, entregaos a Dios para ser fieles en esto, y él bendecirá todo lo que hagáis (SVP, IX, 1153). Se atiene por instinto a la sabiduría popular cristiana, que da al gesto un valor sagrado. Persignándose, vive de Dios, fortalece su fe y todo su ser. Enseña a los pobres del Hospicio del Santo Nombre de Jesús este abecé, abecé de vida cristiana, como si les suministrase una brújula: El Padre Vicente, después de haber dicho todo lo que hemos referido, empezó a preguntar a aquellos buenos hombres uno después de otro sobre la señal de la santa cruz y a enseñarles cómo había que hacerla, haciéndola él mismo varias veces para enseñárselo no sólo de palabra sino con su ejemplo (SVP, X, 201). El bautismo supone un doble movimiento, de empobrecimiento y de enriquecimiento. Es preciso morir y vivir en Cristo: … debe vaciarse de sí mismo para revestirse de Jesucristo (SVP, X 236). He ahí todo el simbolismo del bautismo, cuyos efectos espirituales son principios de vida: la muerte al pecado y la libertad de una vida nueva. Esta libertad lleva a un renacer que es regalo de Dios. El bautismo es una llamada de Dios, una vocación, y origina toda otra llamada. El santo se lo explica muy por menudo a las primeras Hijas de la Caridad: La vocación es una llamada de Dios para hacer una cosa. La vocación de los apóstoles fue la llamada de Dios para plantar la fe por toda la tierra; la vocación del religioso es una llamada de Dios a la práctica de las reglas de la religión; la vocación de las personas casadas, es una llamada de Dios para servirle en la formación de una familia y en la educación de unos hijos; y la vocación de una Hija de la Caridad es la llamada de Dios y la elección que su bondad ha hecho de ella, más bien que de tantas otras que se presentaron a él, para servirle en todos los quehaceres que son propios de esta clase de vida, a los que él permitirá que se dediquen. De tal forma, hijas mías, que a las que estáis con los niños, a las que estáis con los galeotes, en la Casa, en los hospitales, en las aldeas, en las parroquias, Dios os mira entre mil millones y ha dicho al escogeros a una de una parte y a otra de otra: «Quiero que esta alma se santifique sirviéndome en esta ocupación» (SVP, IX 327). Quien dice llamamiento dice consagración para la obra a la cual Dios nos destina. Vicente exhorta con frecuencia a los suyos en este sentido, y con ellos nos invita a vivir en estado de ofrenda: ¡Qué felices son los que se entregan a él sin reservas para llevar a cabo las obras que hizo Jesucristo y para practicar las virtudes que él practicó! …(SVP, II, 291). Cuando el peregrino de la aldea «San Vicente de Paúl», en las Landas entra en la iglesia parroquial, descubre maravillado la pila bautismal donde fue bautizado el santo de la caridad, y puede exclamar a una con él: ¡Qué dicha dar siempre gusto a Dios, hacer todo lo que uno hace por amor de Dios y para agradarle! Entreguémonos, pues, a Dios para hacer en adelante todas nuestras acciones por su amor y por complacerle; de esta forma toda acción, por pequeña que sea, será de mucho mérito ante su divina Majestad (SVP, XI 103-104).