LA EXPANSIÓN DEL ISLAM - Asociación Peritia et Doctrina

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LA EXPANSIÓN DEL ISLAM
A la muerte de Mahoma en Medina, sin dejar ningún heredero
varón se plantearon problemas sucesorios ya que ni el Corán ni la
Sunna tenían nada previsto en este sentido. Dos grupos entraron en
conflicto a la hora de buscar una solución ante el desconcierto que
existía: por un lado los Si’ies, Islam heterodoxo, que eran partidarios
de Alí y de sus descendientes y los sunníes, partidarios de la
sunna, tradición vivida y enseñada por Mahoma, y adherentes a un
sistema político-religioso que consideraba lícito elegir al imán o jefe
de la comunidad de creyentes en la tribu de los Qurays que era la
del Profeta, rechazando la solución hereditaria propuesta por los
descendientes de Alí.
En
cuestión
de
pocos
años,
los
árabes
obtuvieron
espectaculares éxitos militares que les permitieron arrebatar al
Imperio bizantino las provincias de Palestina, Siria y Egipto, y
conquistar el Imperio persa.
El último de estos califas, Alí, fue asesinado, y con él se
extinguió la serie de califas denominados ortodoxos. Va a tomar el
relevo una generación nueva, desvinculada familiarmente de la
familia del Profeta. El Estado islámico, ampliado por las conquistas,
necesitaba nuevas estructuras y transformaciones profundas para
subsistir. Era preciso pasar de una fase teocrática a otra más
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secular y política. La instalación de los omeyas significa la creación
de la primera dinastía califal larga. De hecho fue la primera dinastía
hereditaria del Islam.
Las viejas capitales religiosas de La Meca y Medina fueron
definitivamente abandonadas, pasando Damasco a ser la capital
del nuevo estado. En esta época se fundó Kairouan, se conquistó
Cartago y la España visigoda.
El califato omeya no estuvo ajeno a los conflictos internos. A
los problemas arrastrados de época anterior por los seguidores de
la figura de Alí, especialmente numerosos en Iraq y Persia, y muy
pronto organizados como tendencia disidente, tanto desde el punto
de vista religioso como político (los siíes o siitas) se añadieron
otros, como el cerrado carácter árabe que los omeyas imprimieron
en la administración del Estado, dejando fuera como ciudadanos de
2º orden a los nuevos musulmanes. La manifestación más radical
de este sentimiento antiárabe fue el jarichismo, que propugnaba el
principio de igualdad absoluta entre todos los musulmanes.
En este ambiente de frustración y de descontento se gestó el
sangriento golpe de estado del 750, que acabó con la dinastía de
los omeyas, y supuso el triunfo de los abbasíes, que quisieron
acabar con todos los omeyas, pero sólo uno de ellos Abd al-
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Rahman logró escapar de la matanza y llegó a establecerse en alAndalus donde mantuvo la dinastía omeya. La capital pasó de
Damasco a Bagdad.
El Imperio estaba dividido en provincias, cuyos límites eran
cambiantes por razones políticas, militares y económicas. Los
abasíes conservaron la división en provincias, más o menos, de los
Omeyas. A cuyo mando estaba el gobernador, más tarde un emir,
nombrado por el califa, encargado de dirigir la oración, de convocar
a la armada y de mantener el orden. Los califas debieron controlar
los deseos de independencia de los gobernadores.
En cada provincia, los servicios estaban organizados de forma
semejante a los que funcionaban en la capital. Las finanzas estaban
al cargo del amil, que se ocupaba de recaudar los impuestos y de
organizar los presupuestos provinciales.
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