LA EMPRESA EN BUSCA DEL BIEN COMÚN Por Lorena Caro Guzmán* Existe un concepto denominado relativismo ético, que aplicado a los negocios dice que en vista a las diversas costumbres de las sociedades, no hay un criterio único que determine el actuar correcto o incorrecto para las empresas y las instituciones. En palabras de Marx y Engels, la moral es un producto social. Para algunas culturas puede ser común el pago para facilitar trámites gubernamentales mientras que para otras puede ser motivo de prisión. De modo que al no existir estándares éticos que sean absolutos, el relativismo ético sostiene que el criterio para definir si algo es correcto para las personas y las compañías son las costumbres de la sociedad. Dicha interpretación podría ser muy conveniente para los negocios por cuanto facilita las cosas. Aceptar que es válido seguir la corriente del lugar que fueres, flexibilizando las propias reglas de acuerdo a la ocasión y actuando a modo del lugar, puede simplificar los procedimientos y controles para las organizaciones, dar velocidad a los negocios y también incrementar la participación de mercado. Es prerrogativa del empresario tomar un camino –llamémosle relativista, con miras exclusivamente al logro del resultado, del ingreso. El relativismo en la moral (o en las costumbres) es correcto por lo que se refiere al tiempo, al lugar y al individuo, pudiendo ser que algo considerado bueno aquí y ahora, sea completamente antagónico con lo aceptado en otra región o sociedad. Lo que no es relativo y no se menciona, es la condición ética que lleva implícita: ese acto o ese bien ha sido elegido por considerarse bueno tanto para el individuo como para la comunidad. Implica una búsqueda del bien común. Con tal antecedente, la opción que tienen las organizaciones de elegir las costumbres que van a adoptar al momento de participar en un mercado, insertarse en una sociedad y dar empleo a una comunidad, tiene que verse a la luz de la responsabilidad. Responsabilidad para con sus miembros, para con el mercado donde hacen negocios y para el entorno donde habitan. Y la prerrogativa que tiene el consejo de administración o el propietario, será elegir si va a aspirar exclusivamente a lograr un resultado, o si también se va a preocupar por la forma en que lo consigue. Es posible observar el qué (administración por resultados), y también del cómo (administración por comportamientos). Esta decisión implica mucho más que la regulación de prácticas comerciales o de competencia, e involucra a todo el sistema de control de la organización. La administración de un negocio que se mide sólo por resultados es muy diferente de aquélla que especifica la forma en que se deben de conseguir, donde el aspecto ético es sólo uno más de los valores a perseguir. No es un tema ético-moral, sino estratégico. Comportamiento ¿de quién? Organismos como Transparencia Internacional y la OCDE dedican grandes recursos al estudio del soborno internacional, teniendo como objeto de estudio los actos de corrupción en el extranjero provocados por las grandes corporaciones multinacionales al adentrarse en los países con mayor inversión extranjera directa. Se cree que son las empresas más poderosas quienes pueden corromper las estructuras sociales y gubernamentales con tal de incrementar su participación en los mercados globales. Todos. Instituciones gubernamentales, organizaciones con o sin fines de lucro y particulares, están llamados a procurar el bien común cuidando principios morales que son absolutos tales como la honradez, el respeto, la lealtad y la veracidad. Las personas y las organizaciones deberían establecer sus propios límites; trazar esa línea que no serán capaces de cruzar. En concordancia con sus valores, tendrían que tener clara una frontera independientemente del contexto –bien sea personal o de negocios, de las presiones externas y del lugar donde se encuentren y cuidarse de no traspasarla. En general se asume que así sucede y que hay sincronía de criterios en función de una búsqueda del bien común. Sin embargo, un fuerte desafío resulta para la empresa cuando reúne los distintos códigos morales, los criterios éticos de decisión de numerosas personas y los trata de ordenar bajo uno sólo límite, bajo su propio criterio. La empresa tiene que crear y hacer respetar una cultura propia, alineando al individuo con los comportamientos necesarios para la preservación y crecimiento del negocio y para el bien común, mediante un conjunto de reglas éticas corporativas. Pero las personas se comportarán en la empresa, con los empleados, con los proveedores y con los clientes de acuerdo al dictado de su conciencia, pero sobre todo, a sus costumbres. Transparencia Internacional reporta como actos inaceptados en todas las culturas y sociedades al abuso de poder para un beneficio personal, así como la transferencia de recursos públicos a bolsillos de particulares. Pero no son las únicas expresiones de deshonestidad. La falta de ética de las personas puede manifestarse en forma de injusticia, manipulación, discriminación, intimidación, acoso, abuso de confianza, la comunicación engañosa, en fin, son innumerables. Y no sólo la empresa puede sufrir las consecuencias de un empleado no ético, sino que el empleado también puede sufrir la presión de la organización para actuar en contra de sus principios. Las compañías actúan a través de los seres humanos en todos sus niveles y siempre habrá la posibilidad de un choque por diferencia de valores e intereses. De modo que los comportamientos éticos responsables de la empresa, habrán de cuidarse integralmente en tres dimensiones: el entorno donde opera (léase mercado o sociedad), las prácticas dentro de la organización y en la actuación de las personas. La empresa tiene que establecer su postura ante las posibles deshonestidades que llegaran a darse en cada nivel y en ambos sentidos. De ahí la necesidad de establecer un código de conducta, o código de ética en los negocios, transmitiendo la ideología de la empresa en torno a esos temas, para la reflexión de las personas que laboran en ella. Con este código se hacen públicas las pretensiones de la organización y los límites que nadie deberá cruzar, sin interpretaciones personales y sin variaciones contextuales. En su obra Más allá del Bien y del Mal, Nietzsche afirma que “no existen fenómenos morales, sino una interpretación moral de los fenómenos” y justamente, el código de conducta no emite juicios morales a determinados hechos, sino que separando el relativismo cultural, sólo establecerá la interpretación que la empresa dará a los hechos en toda circunstancia. Este código debe ser una guía que oriente en la acción correcta, estableciendo el comportamiento esperado cuando se persigue un resultado de negocio, que habrán de observar mutuamente los individuos y la organización. Su alcance establece las responsabilidades de los funcionarios, los accionistas, los clientes y los proveedores, a la vez de decir la forma en que en reciprocidad se cuidará de ellos y de la comunidad donde se participa; todo con miras a un bien común. Cumplimiento en manos de todos Una vez establecido, el verdadero reto consiste en asegurar su cumplimiento. Los empleados en conjunto o en privado pueden burlar las normas si su ética individual lo justifica y si el sistema corporativo se los permite. Para evitarlo no basta con la prohibición, ni con la comunicación reiterada de los principios, ni con el entrenamiento. Las medidas disciplinarias rigurosas, sólo sugieren un mayor cuidado por no ser sorprendido. Una organización facilita la deshonestidad cuando las acciones y las decisiones que interesan y afectan a las personas se hacen en forma velada, cuando se ocultan las razones, se borran las huellas y no se quiere saber. Por ejemplo, si no se hacen públicos los criterios para asignar la compra a un proveedor, los valores que el cliente recibió a cambio de otorgar el negocio, los requisitos para que un empleado logre una promoción, la regla aplicada en la distribución de cuotas a los vendedores, los porcentajes de aumento salarial de acuerdo al resultado, o si las evaluaciones del desempeño son completamente subjetivas; a lo que se llega es a que los responsables de llevar a cabo las tareas y tomar las decisiones anteriores apliquen sus propios juicios y preferencias personales en ellas, no pudiendo ser cuestionados por ello. Si además, se carece de procedimientos y medios de denuncia, la lectura general es que de esos temas no se habla, provocando desánimo, indiferencia o cinismo. Por tanto, para cumplir con él código ético, es necesario trasparentar los criterios en la toma de decisiones y en las acciones. Publicar qué acción se ha realizado, cuál fue el motivo, cómo se hizo y cuál es el resultado de tal acción. Igualmente habrán de establecerse los medios de denuncia y de sanción. Un entorno donde sean claras y públicas las reglas y sea posible y aceptado el cuestionamiento abierto sobre la falta de probidad en una persona a través de la denuncia, si no imposibilita por completo la deshonestidad, por lo menos la hace sumamente difícil de subsistir. Todos los individuos serán observadores. ¡La moral pública es más rigurosa que la privada! El empleado con sus acciones puede perjudicar la imagen y quizá destruir el futuro de una organización. Pero la empresa debe colaborar reduciendo las posibilidades, creando un entorno de transparencia, donde la dignidad de todas las personas sea respetada, donde las relaciones entre individuos y entre organizaciones sean justas y que donde la búsqueda del bien común permee en todas las acciones. *Lorena Caro Guzmán es aspirante al Doctorado en Administración de la Universidad Anáhuac México Sur, el artículo fue dirigido por el Dr. José Sámano Castillo El Colegio de Contadores Públicos de México, se reserva la reproducción total o parcial de este material. El contenido de los artículos firmados es responsabilidad del autor, sin que éste necesariamente refleje la opinión del Colegio sobre el tema tratado. Cuando se exprese la opinión del Colegio se especificará claramente.