EL CONOCIMIENTO HUMANO: VISION HISTÓRICA La

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EL CONOCIMIENTO HUMANO: VISION HISTÓRICA
La explicación que se dé del conocimiento humano es sumamente importante: determina, más de lo
que pueda parecer a primera vista, las afirmaciones acerca de la realidad que aportan la filosofía y
la ciencia. Hemos insistido en la íntima relación entre pensar y ser (y, por tanto, entre la explicación
de ambos) y la hemos visto reflejada en algunos autores. Se trata ahora de intentar una visión
histórica de conjunto, viendo el origen de cada corriente. A pesar de que las soluciones concretas
son muy diversas, las interpretaciones de fondo son relativamente pocas, y, lo acepten o no, parten
siempre de una cierta experiencia de lo que es conocer.
Podríamos resumir esta experiencia en lo siguiente: el hombre conoce y siente deseo de conocerlo
todo, pero se da cuenta de que es difícil, de que hay fracasos, y de que su saber es progresivo y
limitado. Sabe, además, que en el conocimiento cooperan diversas facultades que es necesario
ordenar. La distinta importancia que se dé a los factores de esta experiencia, determina las posibles
soluciones a la cuestión. La que dé razón de que el hombre posee intelectualmente el modo de ser
de lo real, y lo posee con seguridad según ciertas condiciones, será la acertada. Las soluciones
fallidas serán válidas en cuanto que valoran un aspecto real concreto, pero inadecuadas en cuanto
que olvidan otros importantes.
Comencemos por los que niegan que el hombre pueda conocer verdaderamente. La experiencia de
las limitaciones y errores que antes citábamos y no ser capaz de dar una explicación al problema,
pueden llevar a afirmar que es imposible encontrarla. Esta visión es el ESCEPTICISMO: todo es
mera opinión. Muy cercano a él está el RELATIVISMO: todo depende del punto de vista del que
opina. Un modo de superar esta situación es suponer que en cada momento histórico hay un punto
de vista adecuado, aunque en el futuro cambie; es el HISTORICISMO.
La primera y más sencilla posibilidad es explicar todo el conocimiento en torno a la percepción
sensible. En las explicaciones de este tipo cobra especial fuerza lo corporal y pierde importancia lo
espiritual (suele ir unida al Materialismo). La relación con la realidad aparente parece asegurada,
pero tendrán muchos problemas para explicar la seguridad y universalidad que parece atribuirse al
conocimiento, y para ir más allá de esas apariencias. No es extraño que muchos escepticismos y
relativismos provengan de este tipo de soluciones. Podemos llamarlas, en general EMPIRISMO.
En cuanto que cada sensación es individual e irrepetible suele ir asociado al atomismo.
El empirismo debe explicar el indudable carácter universal o genérico del conocimiento. Para
resolver esta cuestión suelen acudir a explicaciones de tipo psicológico: la mente humana asocia
según unas determinadas reglas los datos que recibe, apoyándose en la imaginación y la memoria; a
estas imágenes genéricas les damos nombre, de modo que el concepto sería sólo una imagen vaga
que agrupa sensaciones parecidas con un mismo nombre; algo semejante hace el
NOMINALISMO. Si así es, ¿cómo sabemos que nuestro pensar no se queda en lo subjetivo?
Si la sensibilidad no da universalidad al conocimiento, y esa nota resulta esencial para decir que en
verdad conocemos algo; debe buscarse en otras razones. Una posibilidad es pensar que la
inteligencia contempla unas realidades que le proporcionan esa garantía, este intento lo realiza el
PLATONISMO y el RACIONALISMO; bien afirmando la existencia real de esas ideas, bien
afirmándolas de modo independiente de la experiencia en nuestra mente y fundamentándolas en
Dios como garantía. Si estas soluciones parecen asegurar la nota de validez universal del
conocimiento, no dejan resuelta la relación de estas ideas con la realidad presente.
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Un intento que combina los rasgos de estas dos soluciones (empirismo y racionalismo) es el
siguiente: toda información sobre el mundo es simple apariencia que se nos ofrece, pero el éxito de
la ciencia nos muestra que hay un conocimiento cierto, al menos de esas apariencias. De este modo
se podría afirmar que del mundo nos llega un caos informe de contenidos y que la organización de
éstos depende de que la estructura de la mente humana es siempre la misma, de modo que
podremos ponernos todos deacuerdo en esa ordenación. La tarea de esta filosofía será
principalmente describir cuál es esta estructura del sujeto humano; es lo que hace el IDEALISMO
TRASCENDENTAL de Kant. Claro que su explicación niega que podamos conocer el mundo en
sí, sólo conocemos lo que aparece según nuestra subjetividad, si bien ésta es igual para toda
inteligencia humana.
La explicación de Kant guarda relación próxima con el cientificismo, pero abre todo un intento
explicativo que se aparta de la ciencia: es el IDEALISMO propiamente dicho. Su solución es
negar la realidad en sí: la mente humana es manifestación de la mente infinita, y todo el ser no es
más que lo que se muestra en nuestra conciencia. Se asegura así la objetividad de nuestro
conocimiento, negando que exista algo real fuera de él. Se establece que lo primordial es el espíritu
pensante, pero desde él, el ser quedará inalcanzable en su verdadera dimensión. Como es evidente
que la cultura humana avanza, esta solución acude a la visión historicista del saber: el conocimiento
absoluto se dará al final de la historia.
Una posición derivada del idealismo historicista, combinada con una vuelta al materialismo (un
tanto peculiar), y por tanto acercándose en cierto modo a la ciencia, es el MATERIALISMO
HISTÓRICO de Marx.
Otra solución podría ser combinar lo fundamental de estas dos propuestas (racionalismo, a través
de la solución de Kant, y empirismo) de otro modo: el conocimiento está ligado a lo sensible, pero
las relaciones entre las sensaciones podrían asentarse en algo que les proporcione una garantía de
seguridad real. Esta seguridad ha creído encontrarse en el lenguaje matemático y lógico. Quienes
han preferido el matemático -viendo su eficacia práctica en la solución de problemas físicosforman el CIENTIFICISMO: el conocimiento procede de la experiencia y experimentación; y se
realiza al conseguir las leyes de tipo matemático que ordenan esas experiencias (teorías, leyes
particulares, etc.). La principal filosofía cientificista es el POSITIVISMO. En cuanto que la
coherencia de las matemáticas procede de la lógica, algunos han buscado una fundamentación más
radical, intentando reducir la explicación a experiencia y leyes lógicas. Situados en esta
perspectiva, han intentado crear un lenguaje lógico perfecto. Este intento lo realiza el
POSITIVISMO LÓGICO o NEOPOSITIVISMO.
Ninguna de estas posiciones comentadas explica satisfactoriamente el conocimiento de modo
completo, aunque algunas de ellas siguen teniendo seguidores. Algunos de los que captaron esta
limitación buscaron otros modos de acercarse a la realidad, y creyeron encontrar la solución en la
vertiente de lo afectivo: el sentimiento y la voluntad. El deseo y el rechazo parecen "tocar" la
realidad mucho más de cerca que el saber más o menos abstracto. Esta corriente es el
VOLUNTARISMO y el VITALISMO.
Si algo tienen en común todas estas filosofías es la comprensión del conocimiento según el modelo
de la "visión": el objeto entendido estaría presente a la mente como lo está lo sensible a los
sentidos. Puede decirse que todas se engloban bajo el calificativo de INTUICIONISMO ("intueor"
significa "mirar") y su planteamiento contiene la división entre sujeto (el que conoce) y el objeto
(lo conocido), de modo que explicar el conocer sería alcanzar la posición de un "sujeto" que fuese a
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la vez "objeto": una conciencia que fuese a la vez la cosa conocida. En cuanto que esto es para ellos
imposible, el conocimiento es una paradoja irresoluble.
Frente a todas estas corrientes se sitúa aquella que se da cuenta de que todo pensamiento supone
siempre la formación del concepto, que se expresa en la palabra, ARISTOTELISMO. Esta
solución tiene el peligro de que la palabra puede ser limitada, imperfecta, o incluso engañosa. De
hecho uno de los principales motivos para que esta interpretación se abandonase fue precisamente
su estancamiento; el olvido, por parte de quienes la sostenían, de sus orígenes y su fundamental
razón de ser. El error posible, dentro de la solución verdadera, es el ESENCIALISMO: olvidarse
de que el origen del concepto es el ser concreto percibido sensiblemente, y de que el concepto no
expresa una noción abstracta independiente del ser real y concreto, sino que el ser mismo de lo que
el concepto expresa, es decir, el modo de ser de lo real. Este desvío es un peligro constante, si no se
repara en que el conocimiento se integra en el conjunto del vivir personal y que, por tanto, también
el amor a lo que es debe formar parte de la vida intelectual. El esencialismo crea la apariencia de
que hay contenidos intelectuales independientes de la experiencia: de esta suposición arranca el
racionalismo. El rechazo del esencialismo para recuperar lo concreto (empirismo, intuicionismo) y
su combinación con lo fundamental del esencialismo conservado por el racionalismo, conecta toda
esta corriente, derivada del aristotelismo, con el pensamiento moderno.
El concepto es aquella realidad que expresa el ser de las cosas. Esta explicación supone,
lógicamente, haber alcanzado una profunda explicación de la estructura del ser real, de la
subjetividad humana y de la naturaleza de las nociones y actos intelectuales. Esta solución es la que
defiende, partiendo fundamentalmente del ARISTOTELISMO, la filosofía de Santo Tomás y sus
seguidores: el TOMISMO. Salva la dificultad de la división entre "sujeto" y "objeto", insuperable
para las demás (la máxima solución de la otra vertiente es destruir el ser real mismo, para engullirlo
todo en la conciencia humana, ya sea en la ciencia hecha por el hombre, o en la filosofía hecha por
el hombre) descubriendo que el sujeto que conoce es un ser cuya perfección le permite hacerse uno
con lo que es distinto que él en el orden de los conceptos que forma su inteligencia; movida, por el
amor al ser de las cosas, a expresarlas objetivamente tal como son.
Esta solución, reconociendo el carácter limitado y progresivo del conocimiento humano, da cuenta
también de la indudable experiencia de que conocemos la realidad. Además, no cierra las puertas al
desarrollo de la ciencia con sus métodos propios, ni a la existencia de un conocimiento intuitivo de
aquello que al hombre resulta inexpresable en palabras: el ser de Dios, por ejemplo. La gran
dificultad reside en que si quiere ser verdadera, ha de amar aquello que Dios ama, y, en la medida
que le es posible al hombre, amarlo como Dios lo ama. El referente absoluto del conocimiento
humano es trascendente a él mismo, pero guardamos con él una relación real, que nos empuja a
proseguir y a tener criterio para saber si andamos o no por el sendero adecuado, aunque conscientes
de que sólo lo hemos recorrido parcialmente.
La historia de esta cuestión, no exenta de dramatismo, podría resumirse en lo siguiente. Desde el
inicio de la historia de la filosofía, con tanteos y caminos sin salida, se descubrió la auténtica
naturaleza del conocimiento humano. El hombre, sin embargo, no fue capaz de ser fiel a ese amor
recto a la Verdad que debe necesariamente sostener su sabiduría. El camino de escape de quien no
sabe amar es lo abstracto, lo irreal. Muchos, desilusionados por esa situación, o movidos por el
deseo de dominar eficazmente la naturaleza, renunciaron a la filosofía que era capaz de
fundamentar la verdadera naturaleza del conocimiento, y buscaron refugio en otros caminos. Si el
concepto y la palabra se habían hecho inauténticos, había que acudir a la intuición, que no podría
caer en ese error. El camino emprendido debía inevitablemente expresarse en palabras, y puesto
que eran palabras sin fundamento, la historia de este proceso ha sido la de fundar un "saber" sin
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palabras: la ciencia matematizada, que cuando se realiza lo hace a través de cálculo numérico; y
una "filosofía" incomunicable hecha de sentimientos e "intuiciones" que sólo tienen valor para cada
uno; lo que equivale a la muerte de la filosofía. La palabra, inevitablemente, había de quedar como
una realidad desorientada, superficial y engañosa, que muy pocas veces es honda y "verdadera",
porque ya no se sabe por qué se pronuncia ni de dónde viene. No en vano se percibe en nuestros
días un fuerte empobrecimiento del lenguaje, la incapacidad por comprender lo que dijeron los
clásicos, la resistencia a dejarse enseñar y por tanto de "escuchar" las palabras de otro, etc. El error
no estaba en el saber por conceptos, sino en un saber sin amor a las cosas. Al eliminar lo que había
de verdadero en aquella filosofía, estamos ahora mucho más lejos de descubrir que, como decía
Platón: "el amor es filósofo".
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