LOS CONSUMIDORES IMPOSIBLES NO SON ALTERNATIVA Emilio Luque1 Carmen Lozano Marta Moreno Eva Martín Coppola Cristóbal Gómez Resumen: Al responsabilizar a los consumidores de alimentos de las consecuencias de sus decisiones, se les traslada un conjunto de tareas de difícil cumplimiento. El modelo más coincidente con esta imagen del consumidor capaz de conocer y evaluar las alternativas, es, paradójicamente, el consumidor racional de la economía neoclásica. Sin embargo, este modelo ha sido crecientemente cuestionado teórica y empíricamente desde hace décadas, por no describir adecuadamente el comportamiento real de los consumidores. ¿Tiene sentido hacer girar las propuestas del sistema alimentario en torno a esta figura? ¿Puede suponer una barrera adicional a la extensión de las propuestas de reforma del sistema? Para comenzar a responder a estas preguntas, realizamos entrevistas a 54 consumidores, “convencionales” y “alternativos”, buscando qué experiencias como consumidores caracterizaban a unos y a otros. Palabras clave: consumo alternativo, modelos de consumidor, sistemas alimentarios, experiencia del consumidor 1 Sociología II, UNED. [email protected]. Proyecto I+D/Research Project CSO2010-22074-C03-02. INTRODUCCIÓN: EL CONSUMIDOR RESPONSABILIZADO Comer es un acto agrícola, decía el escritor y granjero Wendell Berry en un hermoso texto (Berry, 2009 [1989]). Todos los que consumimos alimentos formamos parte de una cadena que se inicia lejos, a veces muy lejos de nosotros (y que también puede terminar en países desconocidos o en remolinos de plástico en lejanos océanos). Aquí “cadena” condensa varios significados: comercial, causal, y moral. Lo que suceda en cualquier punto de la cadena de producción, transformación, distribución y consumo está ligado a nuestras acciones. Y debido a la naturaleza de ese sistema alimentario, en todos esos puntos suceden muchas cosas, y muchas terribles: desde mares sin oxígeno a campesinos sin tierra, desde cambios climáticos a pérdidas de suelo o aguas subterráneas. Señala Berry que todos nosotros “[…]debemos comprender que el acto de comer tiene lugar inevitablemente en el mundo, que es inevitablemente un acto de agricultura, y cómo comamos determina, en considerable medida, cómo se utiliza el mundo. Esta es una forma simple de describir una relación que es inexpresablemente compleja. Comer responsablemente es comprender y poner en práctica, hasta donde podamos, esta compleja relación” (Berry, 2009: 231-2). ¿Qué ha de hacer, entonces, este consumidor que se acaba de hacer responsable de ellas? En la respuesta de Berry se resumen y prefiguran la gran mayoría de las actividades que los participantes del emergente “movimiento alimentario” llevan a cabo, y también gran parte de sus límites. 1. Participar de algún modo, de la forma más directa posible, en la producción de alimentos. 2. Preparar su propia comida. 3. Descubrir el origen de los alimentos que se compran, y comprar aquellos más cercanos. 4. Tratar directamente, siempre que sea posible, con hortelanos o productores locales. 5. Aprender (“en legítima autodefensa”, dice Berry) todo lo que se pueda de la economía y la tecnología de la producción industrial de alimentos. 6. Aprender qué implica las mejores formas de cultivo y horticultura. 7. Aprender tanto como se pueda, y por observación directa y experiencia si es posible, de la historia vital de las especies alimentarias. Así que Berry nos propone convertirnos en botánicos y agrónomos –hasta donde podamos-, con buenos conocimientos de biología y tecnología de los alimentos y la geografía de su producción, además de invertir una buena parte de nuestro tiempo libre en entablar relaciones con productores locales, si no nos convertimos, al menos parcialmente, en tales. Planteados de este modo los requisitos de una “ciudadanía alimentaria” plena, sorprenden dos cosas al menos: que pueda esperarse que cumplan este papel masivamente los consumidores en un sistema alimentario que sea una alternativa viable al convencional; y que este exigente programa, a pesar de todo, describa muchas de las iniciativas que efectivamente encontramos en marcha en el terreno de lo que Pollan llama el “movimiento alimentario”. Si se repasan las actividades de cooperativas de consumidores, de movimientos como el Bah! (Bajo el Asfalto está la Huerta), o de muchos otros grupos de consumo agroecológico, la relación cercana, en términos cognitivos y relacionales, con la producción y distribución de alimentos, y la problematización del propio consumo, forman parte del núcleo de estas propuestas. Miremos más de cerca qué modelo de consumidor presupone este movimiento de alternativas alimentarias. Se trata de un consumidor que busca permanentemente información sobre cada uno de los alimentos que consume, sus contextos de producción, sus características biológicas y nutricionales, tomando finalmente sus decisiones de compra a la luz de toda esta información. Esta imagen del consumidor alternativo muestra, sorprendentemente, un claro aire de familia con otro modelo: el del consumidor racional de la economía neoclásica, caracterizado también por deber ser consciente de las opciones de consumo disponibles, de ser capaz de evaluar correctamente cada alternativa y, a partir de ahí, seleccionar el curso de acción óptimo (Schiffman y Kanuk, 2007). Pero la trayectoria en las últimas décadas del análisis de los consumidores y su comportamiento puede condensarse como el creciente cuestionamiento de este modelo de consumidor. La más reciente y muy exitosa oleada de estas críticas está fundada en el trabajo, a caballo entre la psicología y la economía, de Tsversky y Kahnemann. Discursos empíricos y exigenc ¿Cómo son experimentadas las exigencias del consumo responsable entre aquellos que tratan de comportarse de ese modo en su vida cotidiana? ¿Encontramos en sus discursos rastros de la carga emocional o cognitiva que estas demandas pueden suponer? También quisiéramos saber si este amplio abanico de tareas adicionales al papel del consumidor Para analizar empíricamente la experiencia como consumidores de uno y otro tipo, realizamos una serie de entrevistas semiestructuradas. En la primera fase, en la que entrevistamos a 30 personas, nos interesamos por diversos aspectos del consumo alimentario: la publicidad, la capacidad de elección basada en la información presente en las etiquetas, y los conocimientos que sobre los procesos de producción y distribución poseían los consumidores que obtenían sus alimentos a través de canales alternativos (en este caso, a través de una cooperativa de consumo agroecológico), REFERENCIAS Berry, Wendell (2009). “The Pleasures of Eating”, en Bringing It to the Table, Counterpoint. Schiffman, L. G., y et al., 2007. Consumer Behavior. New Jersey: Prentice Hall. Wilkins, J. (2005). Eating right here: Moving from consumer to food citizen. Agriculture and Human Values, 22, 269–273.