IDH-PNUD: Nota de prensa 3 Experiencia heterogénea, vivencias diversas “Ser niño” en Bolivia En las últimas tres décadas se ha producido en el país una profunda transformación demográfica, social y cultural. Esa realidad heterogénea y diversa muestra que no existe una sino varias maneras de “ser niño” en el país Existen múltiples maneras de “ser niño” en Bolivia. No se trata de una experiencia homogénea ni, menos, igual para todos. Los últimos 30 años de cambio social, cultural y demográfico establecieron nuevas condiciones para el desarrollo humano de niños, niñas y adolescentes en el país. Las diversas vivencias de la niñez incluyen experiencias tan disímiles como ser migrante en las ciudades capitales; ser niño pastor, minero o zafrero; ser hijo único o pertenecer a familias extendidas cuyos miembros se dispersan; ser niño o niña; tener acceso a oportunidades de salud y educación frente a vivir excluido de los requerimientos básicos de la formación de capacidades de desarrollo humano; vivir seguro y protegido durante la infancia y niñez o sobrevivir a experiencias de violencia, aislamiento e inseguridad crónicas; vivir la infancia, niñez y adolescencia como etapas sucesivas del desarrollo frente a conocer los embates de la vida adulta desde muy temprana edad. Estas formas de vivir la niñez requieren una atención especial por su especificidad, heterogeneidad y diferenciación. Estamos entonces ante una historia de vivencias distintas de la niñez y la adolescencia que dan cuenta de importantes cambios en la sociedad boliviana. Para empezar, la profunda transformación demográfica nos ha conducido a un país más urbano, más migrante y más diferenciado por territorio. Como resultado de esos cambios, 1 actualmente cerca de un tercio de los niños, niñas y adolescentes viven en centros urbanos mayores (ciudades La Paz, El Alto, Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra), mientras que el otro tercio habita áreas rurales altamente dispersas (en especial de los valles). Esas diferencias por lugar de residencia van de la mano con cambios en las familias: incremento de los hogares monoparentales, reducción de los biparentales y expansión de los hogares extensos y unipersonales. A ello debe agregarse la inserción masiva de las mujeres, los niños y otros miembros de la familia al mercado laboral. También hay una brecha entre ser niño indígena o no indígena, lo cual tiene incidencia en la probabilidad de morir durante la infancia. Y no es novedosa la constatación acerca de la disparidad de género que, si bien se ha reducido significativamente, no deja de marcar diferencias entre ser niño o niña en Bolivia. El mosaico de diversidad por lugar de residencia, origen étnico-lingüístico, edad, género y condición social es amplio. En ese marco, ¿cómo superar la “carrera de obstáculos” a la que se enfrentan los niños en el país? En otros términos: ¿de qué maneras podemos construir un piso mínimo para cada uno de los cuatro millones de menores de 18 años que viven en Bolivia? Más todavía: ¿cómo igualar las diferencias no sólo en términos de hacerlas visibles sino como parte esencial de la política pública y de la gestión medida por resultados? La premisa, según plantea el Informe Temático sobre Desarrollo Humano elaborado por el PNUD, UNICEF y Plan Internacional, es asumir un enfoque que considere a cada niño, niña y adolescente como un actor central del desarrollo. Sobre esa base es fundamental asumir la “integralidad” en la acción considerando, de modo indivisible, tres dimensiones: el desarrollo de las capacidades, la protección de los derechos y la igualdad de oportunidades. También es importante identificar los ciclos de vida. En el Informe, a partir de la literatura nacional e internacional, se distinguen tres ciclos, cada uno con sus indicadores propios. El primero es la infancia (niños y niñas de entre 0 y 5 años de edad), donde se consideran dos indicadores: la mortalidad infantil y la desnutrición (ambas referidas a la dimensión de capacidades). El segundo ciclo tiene que ver con los niños y niñas de entre 6 y 13 años, para los que se consideran la educación primaria (asistencia a la escuela), las diferencias de género en educación (oportunidades) y el trabajo infantil, cuya práctica es ilegal según el Código Niño, Niña y Adolescente (protección). Finalmente, el último ciclo corresponde a los adolescentes de entre 14 y 17 años de edad, período para el cual se observa la asistencia a la escuela secundaria y la equidad de género (dimensiones de capacidades y oportunidades). Así como no existe una sola manera de “ser niño” en Bolivia, tampoco puede haber una forma única de imaginar su desarrollo humano. Como tampoco serán homogéneas las acciones requeridas. Lo que resulta evidente es que alrededor del niño se congregan miles de familias de diversas estructuras, tamaños y composición; cientos de comunidades urbanas y rurales de tradiciones sociales y culturales diversas; municipios grandes, medianos y chicos; departamentos del Altiplano, de los valles y de los llanos; y el gobierno nacional, claro, que representa a toda la diversidad. Los requerimientos de cada grupo de niños son diferentes, por lo que también lo será la respuesta participativa que se construya desde y para cada uno de ellos. 2