ALAIN TOURAINE

Anuncio
Hacia un nuevo Estado de bienestar. (El País, 02/03/05)
ALAIN TOURAINE
Nos hablan a diario de Europa, de su ampliación, de la adopción de una Constitución que
mejorará el funcionamiento de las instituciones europeas; nos hablan menos, pero nos
preocupa como poco lo mismo, de la pérdida de influencia de Europa en el mundo. Por un lado,
está el ascenso de Asia y de sus Estados, cuya población supera con mucho la de toda
Europa, y, por otro, el de Estados Unidos, que hace dos años tomó una decisión fundamental
al abandonar el multilateralismo por un unilateralismo que significa una ruptura con Europa, si
bien las formas de dicha ruptura son hoy menos brutales de lo que eran hace algún tiempo en
boca del señor Rumsfeld. Europa casi no tiene crecimiento, no realiza un esfuerzo en
investigación suficiente en comparación con Estados Unidos y no es capaz de inventar nuevas
fórmulas para acoger a poblaciones de culturas diferentes cuya masa va a ir en aumento; a mi
parecer, no tiene ningún tipo de proyecto, lo que se acepta aún más fácilmente puesto que la
Europa occidental ampliada sigue siendo una región del mundo rica con una buena protección
social y un estilo de vida a menudo refinado.
Y, sin embargo, más allá de todas estas afirmaciones, que son, hay que decirlo, banalidades,
sigue sin tratarse la cuestión central que se plantea más o menos claramente en todo el
mundo: este Estado de bienestar que fue creado por las socialdemocracias, herederas a su vez
del movimiento obrero democrático, se agota, ya no cumple sus funciones de lucha contra la
desigualdad; e incluso a menudo se confunde con otros tipos de intervenciones del Estado,
más económicas que sociales, y cuyos efectos son hoy tan negativos como buenos fueron
justo después de la guerra, cuando sólo el Estado disponía de medios para actuar. En efecto,
la Seguridad Social nos ha dado a casi todos una gran seguridad y cada día nos maravillamos
de estos tratamientos médicos sumamente costosos que son puestos a disposición de unos
enfermos que de ningún modo podrían hacer frente a semejantes gastos, ni siquiera
endeudándose fuertemente.
En cambio, tanto en el plano social como en el plano económico, este sistema ya no funciona
bien. En el plano económico, todo el mundo lo comprueba desde hace un cuarto de siglo: un
sistema de gestión neoliberal que se extiende cada vez más rápidamente al conjunto del
planeta ha obtenido mejores resultados que el dirigismo de la posguerra y ha pasado a ser
totalmente imposible defender la idea del socialismo, en el sentido estricto de socialización de
los medios de producción, ante el agotamiento de la Unión Soviética y desde la espectacular
incorporación de China a la Organización Mundial del Comercio. En nuestras sociedades en
especial, donde la educación y la sanidad en sentido amplio representan una parte cada vez
más importante de la actividad económica, percibimos por doquier que estas actividades
probablemente seguirán garantizadas, al menos en gran parte, por el gasto público, pero que
no existe ninguna razón para pensar que la gestión estatal, administrativa, es la única o la
mejor manera de gestionar el gasto público.
Este problema alcanza ahora un grado de gran urgencia. Sabemos que Europa realiza en el
campo de la investigación y, sobre todo, de la enseñanza superior, un esfuerzo muy
insuficiente para ser competitiva a nivel mundial y vemos declinar el sistema de cuidados
hospitalarios, que alcanzó un nivel muy alto durante las décadas posteriores a la guerra. Es
1/4
Hacia un nuevo Estado de bienestar. (El País, 02/03/05)
imposible evitar una reforma profunda de la gestión y de la organización de las universidades,
de los organismos de investigación y de los grandes hospitales públicos. Estas reformas,
totalmente necesarias, chocan con la resistencia de las categorías más directamente
afectadas, es decir, las de los trabajadores y, en especial, de los altos cargos del sector
público. Unas veces para defender unos intereses materiales y otras, más a menudo, porque
los sindicatos han obtenido en el antiguo sistema un poder de gestión conjunta muy importante
y saben que lo perderían si se procediese a una reconstrucción de la enseñanza y de los
cuidados médicos.
Por consiguiente, la inadaptación económica de las intervenciones del Estado es reforzada por
una oposición a los proyectos de reforma del Estado de bienestar por razones a menudo
presentadas como relacionadas con la búsqueda de la igualdad pero que, en realidad, se
inscriben dentro de una lógica de mantenimiento o incluso de incremento de las desigualdades.
Y es aquí cuando llegamos al problema a la vez más importante y más difícil de resolver.
Debemos reconocer ante todo que nuestras grandes operaciones destinadas a reducir la
desigualdad han fracasado en parte. Y no podemos invertir la tendencia mediante unas
cuantas operaciones puntuales de affirmative action [discriminación positiva]. Por razones tanto
culturales como económicas, la escuela representa una barrera para los niños procedentes de
una cultura exterior y de un medio poco privilegiado, mientras que las familias acomodadas
ayudan a sus hijos a orientar su futuro y pueden asimismo aportarles formas individualizadas
de enseñanza que completan muy eficazmente la enseñanza habitual, pública o privada.
También vemos en el extremo inferior de la escala social aumentar y reforzarse una categoría
que se ha denominado la de los excluidos, a la que se añade otra, con frecuencia más
numerosa, la de los trabajadores precarios, aquellos que tienen tan sólo trabajos temporales,
interinos o a tiempo parcial o que deben recurrir al mercado negro.
En el otro extremo de la sociedad hemos visto a menudo incrementarse los ingresos de los
dirigentes de las grandes empresas en unas proporciones considerables, mientras que estas
mismas empresas rechazaban un aumento de salario muy limitado para unas categorías más
amplias de trabajadores. Unos escándalos con una gran repercusión también han arrebatado a
la empresa su condición de sagrada, y aquel gran personaje del que se decía que era un
emprendedor genial es hoy condenado como especulador o autor de declaraciones falsas
destinadas a engañar al fisco. La sensibilidad frente a estos problemas ha aumentado
considerablemente; la conciencia de la desigualdad creciente y de la exclusión que no se logra
reducir ya está en la mente de todos. Más difícil de entender es la extensión del sufrimiento y
de la conciencia de injusticia en unos ámbitos que no pueden ser descritos completamente en
términos monetarios: conocemos bien la soledad de muchas personas mayores y la violencia
que se ejerce contra niños o contra mujeres, en especial dentro de la familia. La indiferencia
hacia las dificultades encontradas por muchos minusválidos, las dificultades de integración o de
comunicación de minorías culturales, religiosas o lingüísticas que se extienden cada vez más
deprisa en muchas partes del mundo, son temas a los que hay que añadir aquéllos, muy
diferentes, relativos a un análisis de las relaciones entre alumnos y docentes en los colegios y,
sobre todo, relativos al tratamiento de lo que se denomina la enfermedad mental en los
hospitales psiquiátricos o en el conjunto de la sociedad. Los países europeos se han
enriquecido lo suficiente como para que los individuos deban hacerse cargo de una parte de los
gastos destinados a la enseñanza, a la sanidad e incluso a las jubilaciones, al menos en su
2/4
Hacia un nuevo Estado de bienestar. (El País, 02/03/05)
gran mayoría.
En cambio, en todos los niveles de ingresos y de la vida social, las causas del sufrimiento y de
la desgracia están cada vez más diversificadas, sin olvidar las agotadoras condiciones de
trabajo que están muy lejos de haber desaparecido, como han dicho algunos analistas de
manera atolondrada. ¿Acaso no debería ser éste el primer objetivo de los europeos:
transformar un sistema de intervención pública, que ha perdido gran parte de su eficacia social
y cuyos costes son a menudo demasiado elevados, en un nuevo sistema de intervención
social, pública o privada, que tendría más en cuenta todos los elementos culturales,
relacionales y de identidad cuya importancia es percibida cada vez mejor por todos? Pero este
paso de un antiguo sistema de Estado de bienestar a uno nuevo es difícil y hay que evitar que
el conjunto de la población tenga la impresión en un momento dado de que se elimina el
antiguo sistema de Seguridad Social, pero no en beneficio de uno nuevo, sino en beneficio de
un liberalismo que incrementa las desigualdades que, por el contrario, hay que reducir. Y, como
he indicado, una parte importante de la resistencia procede de categorías sociales relacionadas
con el Estado, pero no debido a que éste sea el principal gestor de la Seguridad Social, sino
debido a que éste, según un modelo antiguo, el de las nacionalizaciones, se ha identificado con
una acción a favor de la justicia social que se definía, ante todo, por una lucha anticapitalista.
Este problema del cambio de un sistema de lucha contra la desigualdad y la inseguridad a otro
sistema -pasando, es verdad, por ciertas medidas de liberalización, pero, en lo fundamental, sin
entrar en la lógica de la gestión neoliberal- es el problema central de los países de la vieja
Europa y los grandes debates políticos deberían entablarse alrededor de él. Pero estos
problemas son tan grandes y tan difíciles que los partidos de izquierda dudan en lanzar
reformas, mientras que una parte importante de su electorado forma la mayoría de lo que se
pueden denominar sectores protegidos o incluso excesivamente protegidos. Por su parte, los
partidos de derecha sólo critican el antiguo sistema del Estado de bienestar con el fin de
favorecer una liberalización que, en el estado actual de las cosas, probablemente provocaría, al
menos en numerosos países, graves desórdenes sociales. Italia, Alemania, España, Gran
Bretaña y Francia, sin contar Holanda, Bélgica y los países escandinavos, se enfrentan a los
mismos problemas. Por lo tanto, es necesario que la izquierda y la derecha se definan en todas
partes del mismo modo en relación con las soluciones propuestas a este problema del cambio
del antiguo al nuevo Estado de bienestar. La desorganización política, que trae consigo una
pérdida de interés de la opinión pública por las elecciones, reproduce fielmente esta impotencia
para exponer los problemas y proponer soluciones.
Necesitamos con la mayor urgencia construir una situación bastante análoga a la de finales del
siglo XIX, que opondría directa y claramente a los liberales y a los socialdemócratas, que
probablemente deberían ser denominados de otro modo, aunque la mayoría se resisten a ser
llamados socioliberales, lo que, sin embargo, corresponde en parte al sentido de las reformas
emprendidas. En la vida europea, los problemas de organización, de integración de nuevos
países e incluso de construcción de una política internacional, aun siendo de la mayor
importancia, son menos importantes y menos centrales que los de esta transformación del
Estado de bienestar, que algunos consideran que ya ha sido iniciada en Gran Bretaña por Tony
Blair. Esta transformación, que parece mejor vista hoy en España, que choca con grandes
resistencias en Alemania y que apenas ha sido iniciada en Italia y en Francia, debería situarse
3/4
Hacia un nuevo Estado de bienestar. (El País, 02/03/05)
en el centro de nuestras preocupaciones y es razonable pensar que la vida política se
reorganizará alrededor de estos problemas en las próximas décadas. Entonces, podremos de
nuevo saber lo que significa ser de derechas o de izquierdas.
Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París. Traducción
de News Clips.
4/4
Descargar