Subido por Alejandro Castaño Morillo

El Hombre Mas Rico de Babilonia George S

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EL H OMBRE MAS RICO
D E BABILON IA
George S. Clason
Ín d ice
Prefacio ...................................................................................................................................... 5
1. El hom bre que deseaba oro .................................................................................................... 6
2. El hom bre m ás rico de Babilonia......................................................................................... 10
3. Las siete m aneras de llenar una bolsa vacía .........................................................................17
4. La diosa de la fortuna ..........................................................................................................28
5. Las cinco leyes del oro.......................................................................................................... 36
6. El prestam ista de oro de Babilonia...................................................................................... 44
7. Las m urallas de Babilonia .................................................................................................... 52
8. El tratante de cam ellos de Babilonia ................................................................................... 55
9. Las tablillas de barro de Babilonia ...................................................................................... 62
10 . El babilonio m ás favorecido por la suerte ..........................................................................71
11. Un resum en histórico de Babilonia ....................................................................................82
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Este libro trata del éxito personal que procede de nuestro esfuerzo y de nuestro buen hacer. Una
buena preparación es la clave del éxito, pues nuestros actos no pueden ser m ejores que nuestros
pensam ientos. Una serie de reglas tan antiguas com o el m undo contienen el secreto del éxito y de la
prosperidad. En este libro, que se lee com o una novela, aprenderá estos secretos.
Con un lenguaje sencillo y am eno, El hom bre m ás rico de Babilonia ofrece un plan financiero que le
colocará en el cam ino de la riqueza. Aprenderá a ganar el dinero que necesita, a conservarlo y a
hacerlo fructificar.
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Ante usted se extiende el futuro com o un cam ino que lleva m uy lejos. A lo largo del cam ino se
encuentran las am biciones que usted desea realizar y los deseos que usted quiere satisfacer.
Para realizar sus am biciones y sus deseos, tiene que triunfar en el terreno financiero. Para ello,
aplique los principios fundam entales claram ente enun ciados en las páginas de este libro. Deje que
estos principios lo lleven m ás allá de las dificultades que trae la pobreza y que le ofrezcan la vida feliz
y plena que da una bolsa bien provista.
Estos principios son universales e inm utables com o la ley de la gravedad. Le podrán m ostrar, com o
ya lo han hecho a tantos otros antes que a usted, la m anera de engrosar su bolsa, de aum entar su
cuenta bancaria y de asegurarse un notable éxito económ ico.
El dinero abundará para los que com prendan las sim ples reglas de la adquisición de bienes:
1. Com ience a llenar su bolsa.
2. Controle sus gastos.
3. Haga dar frutos a su dinero.
4. Im pida que sus tesoros se pierdan.
5. Haga que su propiedad sea una inversión rentable.
6. Asegúrese ingresos para el futuro.
7. Aum ente su habilidad en la adquisición de bienes.
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Pre facio
Nuestra prosperidad com o nación depende de la prosperidad financiera de cada uno de nosotros
com o individuos.
Este libro trata del éxito personal de cada uno. El éxito significa realizaciones com o resultado de
nuestros propios esfuerzos y habilidades. Una buena preparación es la clave del éxito. Nuestras
acciones no pueden ser m ás sabias que nuestros pensam ientos. Nuestros actos y nuestra m anera de
pensar no puede ser m ás sabios que nuestra com prensión.
Este libro de rem edios para los bolsillos vacíos ha sido calificado com o una guía de com prensión
financiera. Su objetivo es ofrecer a los que am bicionan éxito económ ico una visión que los ayude a
conseguir dinero, a conservarlo y a hacer que dé frutos.
En las páginas siguientes vam os a regresar a la antigua Babilonia, cuna de las reglas básicas de la
econom ía que son reconocidas aún hoy en día y aplicadas en todo el m undo.
El autor desea que este libro sirva de inspiración para sus nuevos lectores, com o lo ha sido para
tantos otros en todo el país, a fin de que su cuenta bancaria se engrosara constantem ente, de que
aum enten sus éxitos económ icos y de que descubran la solución a sus problem as financieros.
El autor aprovecha la ocasión para expresar su gratitud a los adm inistradores que han com partido
generosam ente estos relatos con sus am igos, parientes, em pleados y asociados. Ningún apoyo habría
sido m ás convincente que el de los hom bres prácticos que han apreciado estas enseñanzas y han
triunfado utilizando las reglas que propone este libro.
Babilonia llegó a ser la ciudad m ás rica del m undo en la antigüedad porque sus ciudadanos fueron el
pueblo m as rico de su tiem po. Apreciaban el valor del dinero. Aplicaron sólidas reglas básicas para
obtenerlo, conservarlo y hacerle dar fruto. Consiguieron lo que todos deseam os: ingresos para el
futuro.
Dinero es el criterio universal por el que se m ide el éxito en nuestra sociedad.
El dinero da la posibilidad de gozar de las m ejores cosas de la existencia.
El dinero abunda para quien conoce los m edios de obtenerlo.
Hoy en día el dinero está som etido a las m ism as leyes que lo regían hace seis m il años, cuando los
hom bres prósperos se paseaban por las calles de Babilonia.
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1. El h o m bre qu e d e s e aba o ro
Bansir, el fabricante de carros de la ciudad de Babilonia, se sentía m uy desanim ado. Sentado en el
m uro que rodeaba su propiedad, contem plaba tristem ente su m odesta casa y su taller, en el que
había un carro sin acabar.
Su m ujer salía a m enudo a la puerta. Lanzaba una m irada furtiva en su dirección, recordándole que
ya casi no les quedaba com ida y que tendría que estar acabando el carro, es decir, clavando, tallando,
puliendo y pintando, extendiendo el cuero sobre las ruedas; preparándolo de este m odo para ser
entregado y que fuera pagado por el rico cliente.
Sin em bargo, su cuerpo grande y m usculoso perm anecía inm óvil, apoyado en la pared. Su m ente
lenta daba vueltas a un asunto al que no encontraba solución alguna. El cálido sol tropical, tan típico
del valle del Éufrates, caía sobre él sin piedad. Gotas de sudor perlaban su frente y se deslizaban
hasta su pecho velludo.
Su casa estaba dom inada, en la parte trasera, por los m uros que rodeaban las terrazas del palacio
real. Muy cerca de allí, la torre pintada del Tem plo de Bel se recortaba contra el azul del cielo. A la
som bra de una m ajestad tal se dibujaba su m odesta casa, y m uchas otras tam bién, m ucho m enos
lim pias y cuidadas que la suya.
Así era Babilonia: una m ezcla de suntuosidad y sim plicidad, de cegadora riqueza y de terrible
pobreza sin orden alguno en el interior de las m urallas de la ciudad.
Si se hubiera m olestado en darse la vuelta, Bansir habría visto cóm o los ruidosos carros de los ricos
em pujaban y hacían tam balearse tanto a los com erciantes que llevaban sandalias com o a los
m endigos descalzos. Incluso los ricos estaban obligados a m eter los pies en los desagües para dejar
paso a las largas filas de esclavos y de portadores de agua al servicio del rey. Cada esclavo llevaba una
pesada piel de cabra llena de agua que vertía en los jardines colgantes.
Bansir estaba dem asiado absorto en su propio problem a para oír o prestar atención al ajetreo
confuso de la rica ciudad. Fue el sonido fam iliar de una lira lo que le sacó de su ensoñación. Se dio la
vuelta y vio el rostro expresivo y sonriente de su m ejor am igo, Kobi el m úsico.
-Que los dioses te bendigan con gran generosidad, m i buen am igo -dijo Kobi a m odo de saludo-. Pero
m e parece que son tan generosos que ya no tienes ninguna necesidad de trabajar. Me alegro de que
tengas esa suerte. Es m ás, m e gustaría com partirla contigo. Te ruego que m e hagas el favor de sacar
dos shekeles de tu bolsa, que debe estar bien llena, puesto que no estás trabajando en tu taller, y m e
los prestes hasta después del festín de los nobles de esta noche. No los perderás, te serán devueltos.
-Si tuviera dos shekeles -respondió tristem ente Bansir-, no podría prestárselos a nadie, ni a ti, m i
m ejor am igo, porque serían toda m i fortuna. Nadie presta toda su fortuna ni a su m ejor am igo.
-¿Qué? -exclam ó Kobi sorprendido- ¿No tienes ni un shekel en tu bolsa y perm aneces sentado en el
m uro com o una estatua? ¿Por qué no acabas ese carro? ¿Cóm o sacias tu ham bre? No te reconozco,
am igo m ío. ¿Dónde está tu energía desbordante? ¿Te aflige alguna cosa? ¿Te han causado los dioses
algún problem a?
-Debe de ser un suplicio que m e han enviado los dioses -com entó Bansir-. Com enzó con un sueño,
un sueño que no tenía sentido, en el que yo creía que era un hom bre afortunado. De m i cintura
colgaba una bolsa repleta de pesadas m onedas. Tenía shekeles que tiraba despreocupadam ente a los
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m endigos, m onedas de oro con las que com praba útiles para m i m ujer y todo lo que deseaba para
m í; incluso tenía m onedas de oro que m e perm itían m irar confiadam ente el futuro y gastar con
libertad. Me invadía un m aravilloso sentim iento de satisfacción. Si m e hubieras visto no habrías
conocido en m í al esforzado trabajador, ni en m i esposa a la m ujer arrugada, habrías encontrado en
su lugar una m ujer con el rostro pletórico de felicidad que sonreía com o al com ienzo de nuestro
m atrim onio.
-Un bello sueño en efecto -com entó Kobi-, pero ¿por qué sentim ientos tan placenteros te habían de
convertir en una estatua colocada sobre el m uro?
-¿Por qué? Porque en el m om ento que m e he despertado y he recordado hasta qué punto m i bolsa se
encontraba vacía, m e ha invadido un sentim iento de rebeldía. -Hablem os de ello. Com o dicen los
m arinos, los dos rem am os en la m ism a barca. De jóvenes fuim os a visitar a los sacerdotes para
aprender su sabiduría. Cuando nos hicim os hom bres, com partim os los m ism os placeres. En la edad
adulta, siem pre hem os sido buenos am igos. Estábam os satisfechos de nuestra suerte. Éram os felices
de trabajar largas horas y de gastar librem ente nuestro salario. Ganam os m ucho dinero durante los
años pasados, pero los goces de la riqueza sólo los hem os podido experim entar en sueños. ¿Som os
acaso estúpidos borregos? Vivim os en la ciudad m ás rica del m undo. Los viajeros dicen que ninguna
otra ciudad la iguala. Ante nosotros se extiende esta riqueza, pero no poseem os nada de ella. Tras
haber pasado la m itad de tu vida trabajando arduam ente, tú, m i m ejor am igo, tienes la bolsa vacía y
m e preguntas: ¿Me puedes prestar una sum a tan in significante com o dos shekeles hasta después del
festín de los nobles de esta noche? ¿Y qué es lo que yo te respondo? ¿Digo que aquí tienes m i bolsa, y
que com parto contigo su contenido? No, adm ito que m i bolsa está tan vacía com o la tuya. ¿Qué es lo
que no funciona? ¿Por qué no podem os conseguir m ás plata y m ás oro, m ás de lo necesario para
poder com er y vestirse?
Considerem os a nuestros hijos. ¿No están siguiendo el m ism o cam ino de sus padres? ¿Tam bién ellos
con sus fam ilias, y sus hijos con las suyas, tendrán que vivir entre los acaparadores de oro y se
tendrán que contentar con beber la consabida leche de cabra y alim entarse de caldo claro?
-Durante todos estos años que hem os sido am igos, nunca habías hablado así, -replicó Kobi intrigado.
-Durante todos estos años, jam ás había pensado así. Desde el alba hasta que m e hacía parar la
oscuridad he trabajado haciendo los m ás bellos carros que pueda fabricar un hom bre, sin casi
atreverm e apenas a esperar que un día los dioses reconocerían m is buenas obras y m e darían una
gran prosperidad, lo que jam ás han hecho. Al fin m e doy cuenta de que nunca lo harán. Por eso estoy
triste. Deseo ser rico. Quiero poseer tierras y ganado, lucir bellas ropas y llenar m i bolsa de dinero.
Estoy dispuesto a trabajar para ello con todas m is fuerzas, con toda la habilidad de m is m anos, con
toda la destreza de m i cabeza, pero deseo que m is esfuerzos sean recom pensados. ¿Qué nos ocurre?
Te lo vuelvo a preguntar. ¿Por qué no tenem os una parte justa de todas las cosas buenas, tan
abundantes, que pueden conseguir los que poseen el oro?
-¡Ay si conociera la respuesta! -respondió Kobi-. Yo no estoy m ás satisfecho que tú. Todo el dinero
que gano .con m i lira se gasta rápidam ente. A m enudo he de planificar y calcular para que m i fam ilia
no pase ham bre. Yo tam bién tengo en m i fuero interno el deseo de tener una lira suficientem ente
grande para. hacer resonar la grandiosa m úsica que m e viene a la m ente. Con un instrum ento así
podría producir una m úsica tan suave que ni el m ism o rey habría oído nunca nada parecido.
-Tú deberías tener una lira así. Nadie en la ciudad de Babilonia podría hacerla sonar m ejor que tú,
hacerla cantar tan m elodiosam ente que, no sólo el rey, sino los m ism os dioses quedarían
m aravillados. Pero, ¿com o podrías conseguirla si tú y yo som os tan pobres com o los esclavos del rey?
¡Escucha la cam pana! ¡Ya vienen! -señaló una larga colum na de hom bres m edio desnudos, los
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portadores de agua que venían del río, sudando y sufriendo por una estrecha calle. Cam inaban en
colum na de a cinco encorvados bajo la pesada piel de cabra llena de agua.
-El hom bre que los guía es herm oso -Kobi indicó al hom bre que tocaba la cam pana y andaba al
frente de todos,- sin carga-. En su país es fácil encontrar a hom bres herm osos.
-Hay varios rostros bellos en la fila -dijo Bansir-, tanto com o los nuestros. Hom bres altos y rubios
del norte, hom bres negros y risueños del sur y pequeños y m orenos de los países vecinos. Todos
cam inan juntos del río a los jardines y de los jardines al río, cada día de cada año. No pueden esperar
ninguna felicidad. Duerm en sobre lechos de paja y com en gachas. ¡Me dan pena esos pobres
anim ales, Kobi!
-A m í tam bién m e dan pena. Pero m e hacen recordar que nosotros no estam os m ucho m ejor que
ellos, aunque nos llam em os libres. -Es cierto, Kobi, pero no m e gusta pensar en eso. No querem os seguir viviendo com o esclavos año
tras año. Trabajar, trabajar, trabajar...¡Y no llegar a nada!
-¿No deberíam os intentar averiguar cóm o los otros consiguieron su oro y hacer com o ellos? preguntó
Kobi.
-Tal vez haya un secreto que podem os aprender sim plem ente si encontram os a los que lo conocen, respondió Bansir pensativo.
-Hoy m ism o -añadió Kobi- m e he cruzado con nuestro viejo am igo Arkad, que se paseaba en su carro
dorado. Te diré que ni m e ha m irado; una cosa que algunos de los de su clase creen tener derecho a
hacer. En vez de eso ha hecho una señal con la m ano para que los espectadores pudieran verle
saludar y conceder el favor de una sonrisa am able a Kobi el m úsico.
-Sí, dicen que es el hom bre m ás rico de toda Babilonia -dijo Bansir.
-Tan rico, dicen, que el rey recurre a su oro para asuntos del tesoro -contestó Kobi.
-Tan rico -com entó Bansir- que si m e lo encontrara de noche estaría tentado de vaciarle la bolsa.
-¡Eso es absurdo! -replicó Kobi-. La fortuna de un hom bre no está en la bolsa que lleva consigo. Una
bolsa bien repleta se vacía con rapidez si no hay una fuente de oro para alim entarla. Arkad tiene
unos ingresos que m antienen su bolsa llena, gaste com o gaste su dinero.
-¡Los ingresos, eso es lo im portante! -dijo Bansir-. Deseo una renta que continúe alim entando m i
bolsa, tanto si m e quedo sentado en el m uro de m i casa com o si viajo a lejanos países. Arkad debe de
saber cóm o un hom bre puede asegurarse una renta. ¿Crees que será capaz de explicárselo a alguien
con una m ente tan torpe cóm o la m ía?
-Creo que enseñó su saber a su hijo Nom asir -respondió Kobi-. Este fue a Nínive y, según dicen en la
posada, se convirtió, sin la ayuda de su padre, en uno de los hom bres m ás ricos de la ciudad.
-Kobi, lo que acabas de decir ha hecho nacer en m í una lum inosa idea -un nuevo brillo apareció en
los ojo de Bansir-. Nada cuesta pedir un sabio consejo a un buen am igo, y Arkad siem pre ha sido un
am igo. No im porta que nuestras bolsas estén tan vacías com o el nido de halcón del año anterior. No
nos detengam os por eso. No nos inquietem os por no poseer oro en m edio de la abundancia.
Deseam os ser ricos. ¡Ven! Vayam os a ver a Arkad y preguntém osle cóm o podríam os conseguir
ganancias por nosotros m ism os.
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-Hablas poseído por una auténtica inspiración, Bansir. Traes a m i m ente una nueva visión de las
cosas. Me haces tom ar conciencia de la razón por la que nunca hem os tenido nuestra parte de
riqueza. Nunca la hem os buscado activam ente. Tú has trabajado con paciencia para construir los
carros m ás sólidos de Babilonia. Has concentrado en ello todos tus esfuerzos y lo has conseguido. Yo
m e he esforzado en convertirm e en un hábil m úsico, y lo he logrado.
En lo que nos hem os propuesto triunfar, hem os triunfado. Los dioses estaban contentos de dejarnos
continuar así. Ahora, por fin vem os una luz tan brillante com o el am anecer. Nos ordena que
aprendam os m ás para hacernos m ás prósperos. Encontrarem os, con un nuevo entendim iento,
m aneras honorables de cum plir nuestros deseos.
-Vayam os hoy a ver a Arkad dijo Bansir-. Pidam os a los am igos de nuestra infancia que tam poco han
triunfado que se unan a nosotros y que com partan con nosotros esa sabiduría.
-Eres en verdad un am igo considerado, Bansir. Por eso tienes tantas am istades. Harem os com o
dices. Vayam os hoy a buscarlos y llevém oslos con nosotros.
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2 . El h o m bre m ás rico d e Babilo n ia
En la antigua Babilonia vivía un hom bre m uy rico que se llam aba Arkad. Su inm ensa fortuna lo hacía
adm irado en todo el m undo. Tam bién era conocido por su prodigalidad. Daba generosam ente a los
pobres. Era espléndido con su fam ilia. Gastaba m ucho en sí m ism o. Pero su fortuna se acrecentaba
cada año m ás de lo que podía gastar.
Un día, unos am igos de la infancia lo fueron a ver y le dijeron:
-Tú, Arkad, eres m ás afortunado que nosotros. Te has convertido en el hom bre m ás rico de Babilonia
m ientras que nosotros todavía lucham os por subsistir. Tú puedes llevar las m ás bellas ropas y
regalarte con los m ás raros m anjares, m ientras que nosotros nos hem os de conform ar con vestir a
nuestras fam ilias de m anera apenas decente y alim entarlas tan bien com o podem os.
Sin em bargo, en un tiem po fuim os iguales. Estudiam os con el m ism o m aestro. J ugam os a. los
m ism os juegos. No nos superabas en los juegos ni en los estudios. Y durante esos años no fuiste
m ejor ciudadano que nosotros.
Y por lo que podem os juzgar, no has trabajado m ás duro ni m ás arduam ente que nosotros. ¿Por qué
entonces te elige a ti la suerte caprichosa para que goces de todas las cosas buenas de la vida y a
nosotros, que tenem os los m ism os m éritos, nos ignora?
-Si no habéis conseguido con qué vivir de m anera sencilla desde los años de nuestra juventud -los
reprendió Arkad-, es que habéis olvidado aprender las reglas que perm iten acceder a la riqueza, o
tam bién puede ser que no las hayáis observado.
“La Fortuna Caprichosa” es una diosa m alvada que no favorece siem pre a las m ism as personas. A1
contrario, lleva a la ruina a casi todos los hom bres sobre los que ha hecho llover oro sin que hicieran
esfuerzo alguno. Hace actuar de m anera desordenada a los derrochadores irreflexivos que gastan
todo lo que ganan, dejándoles tan sólo apetitos y deseos tan grandes que no puedan saciarlos. En
cam bio, otros de a los que favorece se vuelven avaros y atesoran sus bienes por m iedo a gastar los
que tienen, pues saben que no son capaces de reponerlos. Adem ás, siem pre tem en ser asaltados por
los ladrones y se condenan a vivir una vida vacía, solos y m iserables. Probablem ente existen otros
que pueden usar el oro que han ganado sin esfuerzo, hacerlo rendir y continuar siendo hom bres
felices y ciudadanos satisfechos. Sin em bargo, son poco num erosos. Sólo los conozco de oídas.
Pensad en los hom bres que repentinam ente-han heredado fortunas y decidm e si esto que os digo no
es cierto.
Sus am igos pensaron que estas palabras eran verídicas, pues sabían de hom bres que habían
heredado fortunas. Le pidieron que les explicara cóm o se había convertido en un hom bre tan
próspero.
-En m i juventud --continuó-, m iré a m i alrededor y ví todas las buenas cosas que m e podían dar
felicidad y satisfacción, y m e di cuenta de que la riqueza aum entaba el poder de esos bienes.
La riqueza es un poder, la riqueza hace posible m uchas cosas.
Perm ite am ueblar una casa con los m ás bellos m uebles.
Perm ite navegar por m ares lejanos.
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Perm ite degustar finos m anjares de lejanos países.
Perm ite com prar los adornos del orfebre y del joyero.
Perm ite, incluso, construir grandiosos tem plos para los dioses.
Perm ite todas esas cosas y aún m uchas otras que procuran placer a los sentidos y satisfacción al
alm a.
Cuando com prendí todo eso, m e prom etí que yo tendría m i parte de las cosas buenas de la vida. Que
no sería uno de esos que se m antienen al m argen, m irando con envidia cóm o los otros gozan de su
fortuna. No m e conform aría con ropas m enos caras que sólo serían respetables. No m e contentaría
con la vida de un pobre hom bre. Al contrario, estaría invitado al banquete de las buenas cosas.
Siendo, com o ya sabéis, el hijo de un hum ilde com erciante, y m iem bro de una fam ilia num erosa, no
tenía ninguna esperanza de heredar, y no estaba especialm ente dotado de fuerza o de sabiduría,
com o habéis dicho con tanta franqueza; así que decidí que si quería obtener lo que deseaba
necesitaría dedicar tiem po y estudio.
En cuanto al tiem po, todos los hom bres lo tienen en abundancia. Vosotros habéis dejado pasar el
tiem po necesario para enriquecerse.
Y sin em bargo adm itís que no tenéis otros bienes que m ostrar que vuestras buenas fam ilias, de las
que tenéis razón de estar orgullosos.
En lo que concierne al estudio, ¿No nos enseñó nuestro sabio profesor que posee dos niveles? Las
cosas que ya hem os aprendido y que ya sabem os; y la form ación que nos m uestra cóm o descubrir las
que no sabem os.
Así decidí buscar qué había que hacer para acum ular riquezas, y cuando lo encontré, m e creí en la
obligación de hacerlo y de hacerlo bien. Pues ¿acaso no es sabio el querer aprovechar la vida
m ientras nos ilum ina el sol, ya que la desgracia pronto se abatirá sobre nosotros en el m om ento que
partam os hacia la negrura del m undo de los espíritus?
Encontré un puesto de escriba en la sala de archivos, en la que durante largas horas todos los días,
trabajaba sobre las tablillas de barro, sem ana tras sem ana, m es tras m es; sin em bargo, nada m e
quedaba de lo que ganaba. La com ida, el vestido, lo que correspondía a los dioses y otras cosas de las
que ya no m e acuerdo, absorbían todos m is beneficios. Pero todavía estaba decidido.
Y un día, Algam ish el prestam ista vino a la casa del señor de la ciudad y encargó una copia de la
novena ley; m e dijo: “La tengo que tener en m i poder dentro de dos días; si el trabajo está hecho a
tiem po te daré dos m onedas de cobre”
Así que trabajé duro, pero la ley era larga y cuando Algam ish volvió, no había term inado el trabajo.
Estaba enfadado, si hubiera sido su esclavo m e habría pegado. Pero com o sabía que m i am o no lo
habría perm itido, yo no tuve m iedo y le pregunté: “Algam ish, sois un hom bre rico. Decidm e cóm o
puedo hacerm e rico y trabajaré toda la noche escribiendo en las tablillas para que cuando el sol se
levante la ley esté ya grabada”.
Él m e sonrió y respondió: “eres un joven astuto, acepto el trato”.
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Pasé toda la noche escribiendo, aunque m e dolía la espalda y el m al olor de la lám para m e daba dolor
de cabeza, hasta que casi ya no podía ni ver. Pero cuando él regresó al am anecer, las tablillas estaban
term inadas.
“Ahora, dije, cum ple tu prom esa.”
“Tú has hecho tu parte del trato, hijo m ío”, -m e dijo bondadosam ente, “y yo estoy dispuesto a
cum plir la m ía. te diré lo que deseas saber porque m e vuelvo viejo y a las lenguas viejas les gusta
hablar, y cuando un joven se dirige a un viejo para recibir un consejo, bebe de la fuente de la
sabiduría que da la experiencia. Dem asiadas veces, los jóvenes creen que los viejos sólo conocen la
sabiduría de los tiem pos pasados y de ese m odo no sacan provecho de ella. Pero recuerda esto: el sol
que brilla ahora es el m ism o que brillaba cuando nació tu padre y el m ism o que brillará cuando
m uera el últim o de tus nietos”.
“Las ideas de los jóvenes, continuó, son luces resplandecientes que brillan com o m eteoros que
ilum inan el cielo; pero la sabiduría del anciano es com o las estrellas filas que lucen siem pre de la
m ism a m anera, de m odo que los m arinos puedan confiar en ellas.”
“Retén bien estas palabras si quieres captar la verdad de lo que te voy a decir y no pensar que has
trabajado en vano durante toda la noche.”
Entonces, bajo las pobladas cejas, sus ojos m e m iraron fijam ente y dijo en voz baja pero firm e:
“Encontré el cam ino de la riqueza cuando decidí que una parte de todo lo que ganaba m e tenía que
pertenecer. Lo m ism o será verdad para ti.”
Después continuó m irándom e y su m irada m e atravesó; giro no añadió nada m ás. “¿Eso es todo?”,
pregunté.
“¡Fue suficiente para convertir en prestam ista de oro a un pastor!”, respondió.
“Pero puedo conservar todo lo que gano, ¿no?” dije.
“En absoluto, respondió. ¿No pagas al zapatero? ¿No pagas al sastre? ¿No pagas por la com ida?
¿Puedes vivir en Babilonia sin gastar? ¿Qué te queda de todo lo que ganaste durante el año pasado?
¡Idiota! Pagas a todo el m undo m enos a ti. Trabajas para los otros. Lo m ism o daría que fueras un
esclavo y trabajaras para tu dueño, que te daría lo que necesitas para com er y vestir.”
“Si guardaras la décim a parte de lo que ganas en un año, ¿cuánto tendrías en diez años?”
Mis conocim ientos de cálculo m e perm itieron responder: “tanto com o gano en un año”.
El replicó: “lo que dices es una verdad a m edias. Cada m oneda de oro que ahorras es una esclavo que
trabaja para ti. Cada una de las pequeñas m onedas que te proporcionará ésta, engendrará otras que
tam bién trabajarán para ti. ¡Si te quieres hacer rico, tus ahorros te deben rendir y estos rendim ientos
rendirte a su vez! Todo esto te ayudará a conseguir la abundancia de que estás ávido”
“Crees que te pago m al por la larga noche de trabajo”, continuó, “pero en verdad te pago m il veces;
sólo hace falta que captes la verdad de lo que te he presentado”.
“Una parte de lo que tú ganas es tuyo y lo puedes conservar. No debe ser m enos de una décim a parte,
sea cual sea la cantidad que tú ganes. Puede ser m ucho m ás cuando te lo puedas perm itir. Prim ero
págate a ti. No com pres al zapatero o al sastre m ás de lo que puedas pagar con lo que te quede, de
m odo que tengas suficiente para la alim entación, la caridad y la devoción a los dioses.”
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“La riqueza, com o el árbol, nace de una sem illa. La prim era m oneda que ahorres será la sem illa que
hará crecer el árbol de tu riqueza. Cuanto antes plantes tu sem illa, antes crecerá el árbol. Cuanto m ás
fielm ente riegues y abones tu árbol, antes te refrescarás, satisfecho, bajo su som bra.”
Habiendo dicho esto, cogió sus tablillas y se fue.
Pensé m ucho en lo que m e había dicho y m e pareció razonable. Así que decidí que lo intentaría. Cada
vez que m e pagaban, tom aba una m oneda de cobre de cada diez y la guardaba. Y por extraño que
parezca, no m e faltaba m ás dinero que antes. Tras habituarm e, casi ni m e daba cuenta, pero a
m enudo estaba tentado de gastar m i tesoro, que em pezaba a crecer, para com prar algunas de las
buenas cosas que m ostraban los m ercaderes, cosas traídas por los cam ellos y los barcos del país de lo
fenicios. Pero m e retenía prudentem ente.
Doce m eses después de la visita de Algam ish, este volvió y m e dijo: “Hijo m ío, ¿te has pagado con la
décim a parte de lo que has ganado este año?”
Yo respondí orgulloso: “Sí, m aestro”
“Bien, respondió contento, ¿qué has hecho con ella?”
“Se la he dado a Azm ur el fabricante de ladrillos. Me ha dicho que viajaría por m ares lejanos y que
com praría joyas raras a los fenicios en Tiro, para luego venderlas aquí a elevados precios, y que
com partiríam os las ganancias”
“Se aprende a golpes, gruñó, ¿cóm o has podido confiar en un fabricante de ladrillos sobre una
cuestión de joyas? ¿Irías a ver al panadero por un asunto de las estrellas? Seguro que no, si pensaras
un poco irías a ver a un astrónom o. Has perdido tus ahorros, m i joven am igo; has cortado tu árbol de
la riqueza de raíz. Pero planta otro. Y la próxim a vez, si quieres un consejo sobre joyas, ve a ver a un
joyero. Si quieres saber la verdad sobre los corderos, ve a ver al pastor. Los consejos son una cosa
que se da gratuitam ente, pero tom a tan sólo los buenos. Quien pide consejo sobre sus ahorros a
alguien que no es entendido en la m ateria habrá de pagar con sus econom ías el precio de la falsedad
de los consejos.” Tras decir esto, se fue.
Y pasó com o él había predicho, pues los fenicios resultaron ser unos canallas, y habían vendido a
Azm ur trozos de vidrio sin valor que parecían piedras preciosas. Pero, com o m e había indicado
Algam ish, volví a ahorrar una m oneda de cobre de cada diez que ganaba ya que m e había
acostum brado y no m e era difícil.
Doce m eses m ás tarde, Algam ish volvió a la sala de los escribas y se dirigió a m í. “¿Qué progresos has
realizado desde la últim a vez que te ví?”.
“Me he pagado regularm ente, repliqué, y he confiado m is ahorros a Ager, el fabricante de escudos,
para que com pre bronce, y cada cuatro m eses m e paga los intereses.”
“Muy bien. ¿Y qué haces con esos intereses?”
“Me doy un gran festín con m iel, buen vino y pastel de especias. Tam bién m e he com prado una
túnica escarlata. Y algún día m e com praré un asno joven para poderm e pasear.”
Al oír eso, Algam ish rió: “Te com es los beneficios de tus ahorros. Así, ¿cóm o quieres que trabajen
para ti? ¿Cóm o pueden producir a su vez m ás beneficios que trabajen para ti? Procúrate prim ero un
ejército de esclavos de oro, y después podrás gozar de los banquetes sin preocuparte.”
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Tras esto, no lo volví a ver en dos años. Cuando regresó, su rostro estaba cubierto de arrugas y tenía
los ojos hundidos, ya que se estaba haciendo viejo. Me dijo: “Arkad, ¿ya eres rico, tal com o soñabas?”
Y yo respondí: “No, todavía no poseo todo lo que deseo, sólo una parte, pero obtengo beneficios que
se están m ultiplicando.”
“¿Y todavía pides consejo a los fabricantes de ladrillos?”
“Respecto a la m anera de fabricar ladrillos, dan buenos consejos”, repliqué.
“Arkad, continuó, has aprendido bien la lección. Prim ero aprendiste a vivir con m enos de lo que
ganabas, después, aprendiste a pedir consejo a hom bres que fueran com petentes gracias a la
experiencia adquirida y que quisieran com partir ésta, y finalm ente has aprendido a hacer que tu
dinero trabaje para ti.”
“Has aprendido por ti solo la m anera de conseguir dinero, de conservarlo y de usarlo. De m odo que
eres com petente y estás preparado para asum ir un puesto de responsabilidad. Yo m e hago viejo, m is
hijos sólo piensan en gastar y nunca en ganar. Mis negocios son m uy grandes y tengo m iedo de no
poderm e encargar de ellos. Si quieres ir a Nipur a encargarte de m is tierras de allí, te haré m i socio y
com partirem os los beneficios.”
Así que fui a Nipur y m e encargué de los negocios im portantes, y com o estaba lleno de am bición y
había aprendido las tres reglas de gestión de la riqueza pude aum entar grandem ente el valor de sus
bienes. De m odo que cuando el espíritu de Algam ish se fue al m undo de las tinieblas, tuve derecho a
una parte de sus propiedades, com o él había convenido conform e a la ley.
Así habló Arkad, y cuando hubo acabado de contar su historia, uno de los am igos habló.
-Tuviste una gran suerte de que Algam ish te hiciera su heredero.
-Solam ente tuve la gran suerte de querer prosperar antes de encontrarlo. ¿Acaso no probé durante
cuatro años m i determ inación al guardar una décim a parte de lo que ganaba? ¿Dirías que tiene
suerte el pescador que pasa largos años estudiando el com portam iento de los peces y consigue
atraparlos gracias a un cam bio del viento, tirando sus redes justo en el m om ento preciso? La
oportunidad es una diosa arrogante que no pierde el tiem po con los que no están preparados.
-Hiciste prueba de m ucha voluntad cuando continuaste después de haber perdido los ahorros de tu
prim er año. ¡Fuiste extraordinario! -exclam ó otro.
-¡Voluntad! -replicó Arkad-. ¡Qué absurdo! ¿Creéis que la voluntad da al hom bre la fuerza para
levantar un fardo que no puede transportar un cam ello o que no que no puede tirar un buey? La
voluntad no es m ás que la determ inación inflexible de llevar a cabo lo que se ha im puesto.
Cuando yo m e im pongo un trabajo, por pequeño que sea, lo acabo. De otro m odo, ¿cóm o podría
confiar en m í m ism o para realizar trabajos im portantes? Si m e propongo que durante cien días, cada
vez que pase por el puente que lleva a la ciudad cogeré una piedra y la tiraré al río, lo haré. Si el
séptim o día pasó sin acordarm e, no m e digo que pasaré el día siguiente, tiraré dos piedras, y será
igual. En vez de eso daré la vuelta y tiraré la piedra al río. El vigésim o día no m e diré que todo esto es
inútil, ni m e preguntaré de qué sirve tirar piedras al río cada día: “podrías tirar un puñado de piedras
y habrías acabado todo.” No, no diré eso ni lo haré, cuando m e im pongo un trabajo lo hago, de m odo
que procuro no com enzar trabajos difíciles o im posibles porque m e gusta tener tiem po libre.
Entonces, otro de los am igos elevó la voz.
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-Si lo que dices es cierto, y si, com o tú has dicho, es razonable, entonces todos los hom bres podrían
hacerlo, y si todos lo hicieran, no habría suficiente riqueza para todo el m undo.
-La riqueza aum enta cada vez que los hom bres gastan sus energías -respondió Arkad-. Si un hom bre
rico se construye un nuevo palacio, ¿se pierde el oro con el que paga? No, el fabricante de ladrillos
tiene una parte, el trabajador otra, el artista la suya. Y todos los que trabajan, en la construcción del
palacio reciben una parte. Y cuando el palacio está term inado, ¿acaso no tiene el valor de lo que ha
costado? ¿Y el terreno sobre el que está construido no adquiere por este hecho m ás valor? La riqueza
crece de m anera m ágica. Ningún hom bre puede predecir su lím ite. ¿Acaso no han levantado los
fenicios grandes ciudades en áridas costas gracias a las riquezas traídas por sus barcos m ercantes?
-¿Qué nos aconsejas para que nosotros tam bién nos hagam os ricos?, -preguntó uno de los am igosLos años han ido pasando, ya no som os jóvenes y no tenem os dinero que ahorrar.
-Os recom iendo que pongáis en práctica los sabios principios de Algam ish; y decíos: una parte de
todo lo que gano m e revierte y la he de conservar. Decíoslo cuando os levantéis, decíoslo al m ediodía,
decíoslo por la tarde, decíoslo cada hora de cada día. Repetidlo hasta que estas palabras resalten
com o letras de fuego en el cielo.
Im pregnaos de esta idea. Llenaos de este pensam iento. Tom ad la porción que os parezca prudente de
lo que ganáis, que no sea m enos de la décim a parte, y conservadla. Organizad vuestros gastos en
consecuencia. Pero lo prim ero es guardar esa parte. Pronto conoceréis la agradable sensación de
poseer un tesoro que sólo os pertenece a vosotros, que a m edida que aum enta, os estim ula. Un nuevo
placer de vivir os anim ará. Si hacéis m ayores esfuerzos, obtendréis m ás. Si vuestros beneficios
crecen, aunque el porcentaje sea el m ism o, vuestras ganancias serán m ayores, ¿no?
Cuando lleguéis a este punto, aprended a hacer trabajar vuestro oro para vosotros, hacedlo vuestro
esclavo. Haced que los hijos de su esclavo y los hijos de sus hijos trabajen para vosotros.
Aseguraos una renta para el futuro, m irad a los ancianos y no olvidéis que vosotros seréis uno de
ellos. Invertid vuestro patrim onio con la m ayor prudencia para no perderlo. Los intereses de los
usureros son irresistibles cantos de sirena que atraen a los im prudentes hacia las rocas de la
perdición y el rem ordim iento.
Vigilad que vuestra fam ilia no pase necesidad si los dioses os llam an a su reino. Para asegurarle esta
protección, siem pre se pueden ir desem bolsando pequeñas cantidades a intervalos regulares. El
hom bre prudente no confía en recibir una gran sum a de dinero si no lo ha visto antes.
Consultad a los hom bres sabios. Buscad el consejo de quienes m anejan dinero todos los días.
Perm itid que os ahorren errores com o el que yo com etí al confiar m i dinero al juicio de Azm ur, el
fabricante de ladrillos. Es preferible un pequeño interés seguro a un gran riesgo.
Aprovechad la vida m ientras estáis en este m undo, no hagáis dem asiadas econom ías. Si la décim a
parte de lo que ganáis es una cantidad razonable que podéis ahorrar, contentaos con esa porción. A
parte de esto, vivid de m anera conform e con vuestros ingresos y no os volváis roñosos ni tengáis
m iedo de gastar. La vida es bella y está llena de cosas buenas que podéis disfrutar.
Tras decir esto, sus am igos le dieron las gracias y se fueron. Algunos perm anecían silenciosos porque
no tenían im aginación y no podían com prender, otros sentían rencor porque pensaban que alguien
tan rico había podido com partir su dinero con ellos, pero unos terceros tenían un nuevo brillo en los
ojos. Habían com prendido que Algam ish había vuelto a la sala de los escribas para m irar
atentam ente a un hom bre que se estaba trazando un cam ino hacia la luz. Una vez hubiera
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encontrado la luz, ya tendría una posición. Sabían que nadie podía ocupar este lugar sin antes haber
llegado a com prender todo esto por si m ism o y sin estar dispuesto a aprovechar la ocasión cuando se
presentara.
Estos últim os fueron los que, durante los años siguientes, visitaron asiduam ente a Arkad, quien los
recibía con alegría. Les aconsejó y les dio su sabiduría de m odo gratuito com o gustan de hacer
siem pre los hom bres de larga experiencia. Les ayudó a invertir sus ahorros de m odo que les dieran
un interés seguro y no fueran m algastados en m alas inversiones que no habrían dado ningún
beneficio.
El día que tom aron conciencia de la verdad que había sido trasm itida de Algam ish a Arkad y de
Arkad a ellos, fue un hito en sus vidas.
U n a p arte d e lo qu e gan áis re vie rte e n vo s o tro s , co n s e rvad la
16
3 . Las s ie te m an e ras d e lle n ar u n a bo ls a vacía
La gloria de Babilonia persiste; a través de los siglos, ha conservado la reputación de haber sido una
de las ciudades m ás ricas y con m ás fabulosos tesoros.
No siem pre fue así. Las riquezas de Babilonia son el resultado de la sabiduría de sus habitantes, que
prim ero tuvieron que aprender la m anera de hacerse ricos.
Cuando el buen rey Sargón regresó a Babilonia después de vencer a los elam itas, sus enem igos, se
encontró ante una situación grave; el canciller real le explicó las razones de ello.
-Tras varios años de gran prosperidad que nuestro pueblo debe a Su Majestad, que ha construido
grandes canales de riego y grandes tem plos para los dioses, ahora que las obras se han acabado, el
pueblo parece no poder cubrir sus necesidades.
-Los obreros no tienen trabajo, los com erciantes tienes escasos clientes, los agricultores no pueden
vender sus productos, el pueblo no tiene oro suficiente para com prar com ida.
-¿Pero a dónde ha ido todo el dinero que hem os gastado en esas m ejoras? preguntó el rey.
-Me tem o m ucho que ha ido a parar a m anos de algunos pocos hom bres m uy ricos de nuestra ciudad
-respondió el canciller-. Ha pasado por entre los dedos de la m ayoría de nuestras gentes tan rápido
com o la leche de cabra pasa por el colador. Ahora que la fuente de oro ha dejado de surtir, los m ás de
nuestros ciudadanos vuelven a no poseer nada.
-¿Por qué tan pocos hom bres pudieron conseguir todo el oro? preguntó el rey después de estar
pensativo durante unos instantes.
-Porque saben cóm o hacerlo -respondió el canciller-. No se puede condenar a un hom bre porque
logra el éxito; tam poco se puede, en buena justicia, cogerle el dinero que ha ganado honradam ente
para dárselo a los que no han sido capaces de hacer otro tanto.
-¿Pero por qué no pueden todos los hom bres aprender a hacer fortuna y así hacerse ricos?
-Vuestra pregunta contiene su propia respuesta, Vuestra Majestad, ¿quién posee la m ayor fortuna de
la ciudad Babilonia?
-Es cierto, m i buen canciller, es Arkad. Es el hom bre m ás rico de Babilonia, tráem elo m añana.
El día siguiente, com o había ordenado el rey, se presentó ante él Arkad, bien derecho y con la m ente
despierta a pesar de su edad avanzada.
-¿Poseías algo cuando em pezaste?
-Sólo un gran deseo de riqueza. Aparte de eso, nada.
-Arkad -continuó el rey-, nuestra ciudad se encuentra en una situación m uy delicada porque son
pocos los hom bres que conocen la m anera de adquirir riquezas. Esos babilonios m onopolizan el
dinero m ientras la m asa de ciudadanos no sabe cóm o actuar para conservar una parte del oro que
recibe en pago.
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Deseo que Babilonia sea la ciudad m ás rica del m undo, y eso significa que debe haber m uchos
hom bres ricos. Tenem os que enseñar a toda la población cóm o puede conseguir riquezas. Dim e,
Arkad, ¿existe un secreto para hacerlo? ¿Puede ser transm itido?
-Es una cuestión práctica, Vuestra Majestad. Todo lo que sabe un hom bre puede ser enseñado.
-Arkad -los ojos del rey brillaban-, has dicho justam ente las palabras que deseaba oír. ¿Te ofrecerías
para esa gran causa? ¿Enseñarías tu ciencia a un grupo de m aestros? Cada uno de ellos podría
enseñar a otros hasta que hubiera un núm ero suficiente de educadores para instruir a todos los
súbditos capacitados de m i reino.
-Soy vuestro hum ilde servidor -dijo Arkad con una reverencia-. Com partiré gustoso toda la ciencia
que pueda poseer por el bienestar de m is conciudadanos y la gloria de m i rey. Haced que vuestro
buen canciller m e organice una clase de cien hom bres y yo les enseñaré las siete m aneras que han
perm itido que m i fortuna floreciera cuando no había en Babilonia bolsa m ás vacía que la m ía.
Dos sem anas m ás tarde, las cien personas elegidas estaban en la gran sala del tem plo del
Conocim iento del rey, estaban sentados en coloreadas alfom bras y form aban un sem icírculo. Arkad
se sentó junto a un pequeño taburete en el que hum eaba una lám para sagrada que desprendía un
olor extraño y agradable.
-Mira al hom bre m ás rico de Babilonia, no es diferente de nosotros -susurró un estudiante al oído de
su vecino cuando se levantó Arkad.
-Com o leal súbdito de nuestro rey -em pezó Arkad-, m e encuentro ante vosotros para servirle. Me ha
pedido que os transm ita m i saber, ya que yo fui, en un tiem po, un joven pobre que deseaba
ardientem ente poseer riquezas y encontré el m odo de conseguirlas.
Em pecé de la m anera m ás hum ilde, no tenía m ás dinero que vosotros para gozar plenam ente de la
vida, ni m ás que la m ayoría de los ciudadanos de Babilonia.
El prim er lugar donde guardé m is tesoros era una ajada bolsa. Detestaba verla así, vacía e inútil.
Deseaba que estuviera abultada y llena, que el oro sonara en ella. Por eso m e esforcé por encontrar
las m aneras de llenar una bolsa y encontré siete.
Os explicaré, a vosotros que os habéis reunido an te m í, estas siete m aneras que recom iendo a todos
los hom bres que quieran conseguir dinero a espuertas. Cada día os explicaré una de las siete, y así
harem os durante siete días.
Escuchad atentam ente la ciencia que os voy a com unicar; debatid las cuestiones conm igo, discutidlas
entre vosotros. Aprended estas lecciones a fondo para que sean la sem illa de una riqueza que hará
florecer vuestra fortuna. Cada uno debe com enzar a construir sabiam ente su fortuna; cuando ya
seáis com petentes, y sólo entonces, enseñaréis estas verdades a otros.
Os m ostraré m aneras sencillas de llenar vuestra bolsa. Este es el prim er paso que os llevará al tem plo
de la riqueza, ningún hom bre puede llegar a él si antes no pone firm em ente sus pies en el prim er
escalón. Hoy nos dedicarem os a reflexionar sobre la prim era m anera.
La p rim e ra m an e ra:
Em pezad a llenar vuestra bolsa
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Arkad se dirigió a un hom bre que lo escuchaba atentam ente desde la segunda fila.
-Mi buen am igo, ¿a qué te dedicas?
-Soy escriba -respondió el hom bre-, grabo docum entos en tablillas de barro.
-Yo gané las prim eras m onedas haciendo el m ism o trabajo. De m odo que tienes las m ism as
oportunidades de am asar una fortuna que yo tuve. Después habló a un hom bre de rostro m oreno
que se encontraba m ás atrás. -Dim e por favor con qué trabajo te ganas el pan.
-Soy carnicero -respondió el hom bre-. Com pro cabras a los granjeros y las sacrifico, vendo la carne a
las m ujeres y la piel a los fabricantes de sandalias.
-Dado que tienes un trabajo y un salario, tienes las m ism as arm as que tuve yo para triunfar. Arkad
preguntó a todos cóm o se ganaban la vida, procediendo de la m ism a m anera.
-Ya veis, queridos estudiantes -dijo cuando hubo term inado de hacer preguntas-, que hay varios
trabajos y oficios que perm iten al hom bre ganar dinero. Cada uno de ellos es un filón de oro del que
el trabajador puede obtener una parte para su propia bolsa gracias a su esfuerzo. Podem os decir que
la fortuna es un río de m onedas de plata, grandes o pequeñas según vuestra habilidad. ¿No es así?
Todos estuvieron de acuerdo.
-Entonces -continuó Arkad-, si uno de vosotros desea acum ular un tesoro propio, ¿no sería sensato
em pezar usando esta fuente de riqueza que ya conocem os? Tam bién todos estuvieron de acuerdo. En
ese m om ento Arkad se volvió hacia un hom bre hum ilde que había declarado ser vendedor de
huevos. ¿Qué pasará si tom as una de vuestras cestas y todas las m añanas colocas en ella diez huevos
y por la noche retiras nueve?
-Que al final rebosarán.
-¿Por qué?
-Porque cada día pongo uno m ás de los que quito.
Arkad se volvió hacia toda la clase sonriendo.
-¿Hay alguien aquí que tenga la bolsa vacía? preguntó.
Los hom bres se m iraron divertidos, rieron y finalm ente sacudieron sus bolsas brom eando.
-Bien -continuó Arkad-. Ahora conoceréis el prim er m étodo para llenar los bolsillos. Haced
justam ente lo que he sugerido al vendedor de huevos. De cada diez m onedas que ganéis y guardéis
en vuestra bolsa, retirad sólo nueve para gastar. Vuestra bolsa em pezará a abultarse rápidam ente,
aum entará el peso de las m onedas y sentiréis una agradable sensación cuando la sopeséis. Esto os
producirá una satisfacción personal.
No os burléis de lo que os digo porque os parezca sim ple. La verdad siem pre es sim ple. Ya os he
dicho que os contaría cóm o am asé m i fortuna.
Así fueron m is com ienzos, yo tam bién he tenido la bolsa vacía y la he m aldecido porque no contenía
nada con lo que pudiera satisfacer m is deseos. Pero cuando em pecé a sacar sólo nueve de cada diez
m onedas que m etía, em pezó a abultarse. Lo m ism o le ocurrirá a la vuestra.
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Os diré una extraña verdad cuyo principio desconozco. Cuando em pecé a gastar sólo las nueve
décim as partes de lo que ganaba: m e arreglé igual de bien que cuando lo gastaba todo. No tenía
m enos dinero que antes. Adem ás, con el tiem po, obtenía dinero con m ás facilidad. Es seguram ente
una ley de los dioses, que hace que, para los que no gastan todo lo que ganan y guardan un parte es
m ás fácil conseguir dinero, del m ism o m odo que el oro no va a parar a m anos de quien tiene los
bolsillos vacíos.
¿Qué deseáis con m ás fuerza? ¿Satisfacer los deseos de cada día, joyas, m uebles, m ejores ropas, m ás
com ida: cosas que desaparecen y olvidam os fácilm ente? ¿O bienes sustanciales com o el oro, las
tierras, los rebaños, las m ercancías, los beneficios de las inversiones? Las m onedas que tom áis de
vuestra bolsas os darán las prim eras cosas; las que no retiráis, los segundos bienes que os he
enum erado.
Este es, queridos estudiantes, el prim er m edio que he descubierto para llenar una bolsa vacía: de
cada diez m onedas que ganéis, gastad sólo nueve. Discutidlo entre vosotros. Si alguno puede probar
que no es cierto, que lo diga m añana cuando nos volvam os a encontrar.
La s e gu n d a m an e ra:
Controlad vuestros gastos
Algunos de vosotros m e habéis preguntado lo siguiente: “¿Cóm o puede un hom bre guardar la
décim a parte de lo que gana cuando ni las diez décim as partes son suficientes para cubrir sus
necesidades m ás aprem iantes?” -se dirigió Arkad a los estudiantes el segundo día.-¿Cuántos de vosotros teníais ayer una fortuna m ás bien escasa?
-Todos -respondió la clase.
-Y sin em bargo no ganáis todos lo m ism o. Algunos ganan m ucho m ás que otros. Algunos tienen
fam ilias m ás num erosas que alim entar. Y en cam bio, todas las bolsas estaban igual de vacías. Os diré
una verdad que concierne a los hom bres y a sus hijos: los gastos que llam am os obligatorios siem pre
crecen en proporción a nuestros ingresos si no hacem os algo para evitarlo.
No confundáis vuestros gastos obligatorios con vuestros deseos. Todos vosotros y vuestras fam ilias
tenéis m ás deseos de los que podéis satisfacer. Usáis vuestro dinero para satisfacer, dentro de unos
lím ites, estos deseos, pero todavía os quedan m uchos sin cum plir.
Todos los hom bres se debaten contra m ás deseos de los que puede realizar. ¿Acaso creéis que,
gracias a m i riqueza, yo los puedo satisfacer todos? Es una idea falsa. Mi tiem po es lim itado, m is
fuerzas son lim itadas, las distancias que puedo recorrer son lim itadas, lo que puedo com er, los
placeres que puedo sentir son lim itados.
Os digo esto para que com prendáis que los deseos germ inan librem ente en el espíritu del hom bre
cada vez que hay una posibilidad de satisfacerlos de la m ism a m anera que las m alas hierbas crecen
en el cam po cuando el labrador les deja un espacio. Los deseos son m uchos pero los que pueden ser
satisfechos, pocos.
Estudiad atentam ente vuestros hábitos de vida. Descubriréis que la m ayoría de las necesidades que
consideráis com o básicas pueden ser reducidas o elim inadas. Que sea vuestra divisa el apreciar al
cien por cien el valor de cada m oneda que gastéis.
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Escribid en una tablilla todas las cosas que causen gastos. Elegid los gastos que son obligatorios y los
que están dentro de los lím ites de los nueve décim os de vuestros ingresos. Olvidad el resto y
consideradlo sin pesar com o parte de la m ultitud de deseos que deben quedar sin satisfacción.
Estableced una lista de gastos obligatorios. No toquéis la décim a parte destinada a engrosar vuestra
bolsa, haced que sea vuestro gran deseo y que se vaya cum pliendo poco a poco. Continuad
trabajando según el presupuesto, continuad ajustándolo según vuestras necesidades. Que el
presupuesto sea vuestro prim er instrum ento en el control de los gastos de vuestra creciente fortuna.
Entonces, uno de los estudiantes vestido con una túnica roja y dorada se levantó.
-Soy un hom bre libre -dijo-. Creo que tengo derecho a gozar de las cosas buenas de la vida. Me rebelo
contra la esclavitud de presupuesto que fija la cantidad exacta de lo que puedo gastar, y en qué. Me
parece que eso m e im pedirá gozar de m uchos de los placeres de la vida y m e hará tan pequeño com o
un asno que lleva un pesado fardo.
-¿Quién, am igo m ío, decidirá tu presupuesto? -Replicó Arkad.
-Yo m ism o lo haré protestó el joven.
-En el caso de que un asno decidiera su carga, ¿tú crees que incluiría joyas, alfom bras y pesados
lingotes de oro? No lo creo, pondría heno, granó. y una piel llena de agua para el cam ino por el
desierto.
El objetivo del presupuesto es ayudar a aum entar vuestra fortuna; os ayudará a procuraros los
bienes necesarios y, en cierta m edida, a satisfacer parte de los otros, os hará capaces de cum plir
vuestros m ayores deseos defendiéndolos de los caprichos fútiles. Com o la luz brillante en una cueva
oscura, el presupuesto os m uestra los agujeros de vuestra bolsa y os perm ite taparlos y controlar los
gastos en función de m etas definidas y m ás satisfactorias.
Esta es la segunda m anera de conseguir dinero. Presupuestad los gastos de m odo que siem pre
tengáis dinero para pagar los que son inevitables, vuestras distracciones y para satisfacer los deseos
aceptables sin gastar m ás de nueve décim os de vuestros ingresos.
La te rce ra m an e ra:
Haced que vuestro oro fructifique.
-Supongam os que habéis acum ulado una gran fortuna. Que os habéis disciplinado para reservar una
décim a parte de vuestras ganancias y que habéis controlado vuestros gastos para proteger vuestro
tesoro creciente.
Ahora verem os el m odo de hacer que vuestro tesoro aum ente. El oro guardado dentro de una bolsa
contenta al que lo posee y satisface el alm a del avaro pero no produce nada. La parte de nuestras
ganancias que conservéis no es m ás que el principio y lo que nos produzca después: es lo que
am asará nuestras fortunas.
Así habló Arkad a su clase el tercer día.
¿Cóm o podem os hacer que nuestro oro trabaje?, La prim era vez que invertí dinero, tuve m ala suerte
porque lo perdí todo. Luego os lo contaré. La prim era inversión provechosa que realicé fue un
21
préstam o que hice a un hom bre llam ado Agar, un fabricante de escudos. Una vez al año com praba
pesados cargam entos de bronce im portados de m ares lejanos y que luego utilizaba para fabricar
arm as. Com o carecía de capital suficiente para pagar a los m ercaderes, lo pedía a los que les sobraba
dinero. Era un hom bre honrado. Devolvía los préstam os con intereses cuando vendía los escudos.
Cada vez que le prestaba dinero, tam bién le prestaba el interés que m e había pagado. Entonces, no
sólo aum entaba el capital sino que tam bién los intereses. Me satisfacía m ucho ver cóm o estas
cantidades volvían a m i bolsa.
Queridos estudiantes, os digo que la riqueza de un hom bre no está en las m onedas que transporta en
la bolsa sino en la fortuna que am asa, el arroyo que fluye continuam ente y la va alim entando. Es lo
que todo hom bre desea. Lo que cualquiera de vosotros desea: una fuente de ingresos que siga
produciendo, estéis trabajando o de viaje.
He adquirido una gran fortuna, tan grande que se dice que soy m uy rico. Los préstam os que le hice a
Agar fueron m i prim era experiencia en el arte de invertir de form a beneficiosa. Después de esta
buena experiencia, aum enté m is préstam os e inversiones a m edida que aum entaba m i capital. Cada
vez había m ás fuentes que alim entaban el m anantial de oro que fluía hacia m i bolsa y que podía
utilizar sabiam ente com o quisiera.
Y he aquí que m is hum ildes ganancias habían engendrado un m ontón de esclavos que trabajaban y
ganaban m ás oro. Trabajaban para m í igual que sus hijos y los hijos de sus hijos, hasta que, gracias a
sus enorm es esfuerzos reuní una fortuna considerable.
El oro se am asa rápidam ente cuando produce unos ingresos im portantes com o observaréis en la
siguiente historia: un granjero llevó diez m onedas de oro a un prestam ista cuando nació su prim er
hijo y le pidió que las prestara hasta que el hijo tuviera veinte años. El prestam ista hizo lo que se le
pedía y perm itió un interés igual a un cuarto de la cantidad cada cuatro años. El granjero le pidió que
añadiera el interés al capital porque había reservado el dinero enteram ente para su hijo.
Cuando el chico cum plió veinte años, el granjero acudió a casa del prestam ista para preguntar sobre
el dinero. El prestam ista le explicó que las diez m onedas de oro ahora tenían un valor de treinta y
una m onedas porque gracias al interés que se ganaba sobre los intereses anteriores, la cantidad de
partida se había acrecentado.
El granjero estaba m uy contento y com o su hijo no necesitaba el dinero, lo dejó al prestam ista.
Cuando el hijo tuvo cincuenta años y el padre ya había m uerto, el prestam ista devolvió al hijo ciento
sesenta y siete m onedas.
Es decir que, en cincuenta años, el dinero se había m ultiplicado aproxim adam ente por diecisiete.
Esta es la tercera m anera de llenar la bolsa: hacer producir cada m oneda para que se parezca a la
im agen de los rebaños en el cam po y para que ayude a hacer de estos ingresos el m anantial de la
riqueza que alim enta constantem ente vuestra fortuna.
La cu arta m an e ra:
Proteged vuestros tesoros de cualquier pérdida
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La m ala suerte es un círculo brillante. El oro que contiene una bolsa debe guardarse
herm éticam ente. Si no, desaparece. Es bueno guardar en lugar seguro las sum as pequeñas y
aprender a protegerlas antes que los dioses nos confíen las m ás grandes.
Así habló Arkad a su clase el cuarto día.
Quien posea oro se verá tentado en m uchas ocasiones de invertir en cualquier proyecto atractivo. A
veces los am igos o fam iliares im pacientes estarán ansiosos de ganar m ucho dinero y participar de las
inversiones y nos urgen a hacerlo.
El prim er principio de la inversión consiste en asegurar vuestro capital. ¿Acaso es razonable cegarse
por las grandes ganancias si se corre el riesgo de perder el capital?, Yo diría que no.
El castigo por correr este riesgo es una posible pérdida. Estudiad m inuciosam ente la situación antes
de separación de vuestro tesoro; cercioraos de que podréis reclam arlo con toda seguridad. No os
dejéis arrastrar por los deseos rom ánticos de hacer fortuna rápidam ente.
Antes de prestar vuestro oro a cualquiera, aseguraos de que el deudor os podrá devolver el dinero y
de que goza de buena reputación. No le hagáis, sin saberlo, un regalo: el tesoro que tanto os ha
costado reunir.
Antes de invertir vuestro dinero en cualquier terreno, sed conscientes de los peligros que pueden
presentarse.
Mi prim era inversión, en aquel m om ento, fue una tragedia para m í. Confié m is ahorros de un año a
un fabricante de ladrillos que se llam aba Azm ur, que viajaba por los m ares lejanos y por Tiro, y que
aceptó com prarm e unas extrañas joyas fenicias. Solam ente teníam os que vender esas joyas a su
vuelta y repartirnos los beneficios para hacer fortuna. Los fenicios eran unos canallas y vendieron
piezas de vidrio coloreado. Perdí m i tesoro. Hoy, la experiencia im pediría que confiara la com pra de
joyas a un fabricante de ladrillos.
Así que os aconsejo, con conocim iento y experiencia que no confiéis dem asiado en vuestra
inteligencia y no expongáis vuestros tesoros a posibles tram pas de inversión. Es m ejor hacer caso a
los expertos las cosas que ustedes quieren hacer para que su dinero produzca. Estos consejos son
gratuitos y pueden adquirir rápidam ente el m ism o valor en oro que la cantidad que se quería
invertir. En realidad, este es el valor real si así os salva de las pérdidas.
Esta es la cuarta m anera de increm entar vuestra bolsa y es de gran im portancia si así evita que se
vacíe una vez llena. Proteged vuestro tesoro contra las pérdidas e invertid solam ente donde vuestro
capital esté seguro o donde podáis reclam arlo cuan do así lo deseéis y nunca dejéis de recibir el
interés que os conviene. Consultad a los hom bres sabios. Pedid consejo a aquellos que tienen
experiencia en la gestión rentable de los negocios. Dejad que su sabiduría proteja vuestro tesoro de
inversiones dudosas.
La qu in ta m an e ra:
Haced que vuestra propiedad sea una inversión rentable
-Si un hom bre reserva una novena parte de las ganancias que le perm iten vivir y disfrutar de la vida
y si una de estas nueve partes puede convertirse en una inversión rentable sin perjudicarle, entonces
sus tesoros crecerán con m ayor rapidez. Así habló Arkad a su clase en la quinta lección.
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Dem asiados babilonios educan a su fam ilia en barrios de m ala reputación. Los propietarios son m uy
exigentes y cobran unos alquileres m uy altos por las habitaciones. Las m ujeres no tienen espacio
para cultivar las flores que alegran su corazón y el único lugar donde los hijos pueden jugar es en los
sucios senderos.
La fam ilia de un hom bre no puede disfrutar plenam ente de la vida a no ser que posea un terreno,
que los niños puedan jugar en el cam po o que la m ujer pueda cultivar adem ás de flores, sabrosas
hierbas para perfum ar la com ida de su fam ilia.
El corazón del hom bre se llena de alegría si puede com er higos de sus árboles y racim os de uvas de
sus viñas. Si posee una casa en un barrio que lo enorgullezca, ello le infunde confianza y le anim a a
term inar todas sus tareas. Tam bién recom iendo que todos los hom bres tengan un techo que lo
proteja tanto a él com o a los suyos.
Cualquier hom bre bienintencionado puede poseer una casa. ¿Acaso nuestro rey no ha ensanchado
las m urallas de Babilonia para que pudiéram os com prar por una cantidad razonable m uchas tierras
inservibles?
Queridos estudiantes, os digo que los prestam istas tienen en m uy buen concepto a los hom bres que
buscan casa y tierras para su fam ilia. Podéis pedir dinero prestado sin dilación si es con el fin loable
de pagar al fabricante de ladrillos o al carpintero, en la m edida en que dispongáis de buena parte de
la cantidad necesaria.
Después, cuando hayáis construido la casa, podréis pagar al prestam ista regularm ente igual que
hacéis con el propietario. En unos cuantos años habréis devuelto el préstam o porque cada pago que
efectuéis reducirá la deuda del prestam ista.
Y os alegraréis, tendréis una propiedad en todo derecho y el único pago que realizaréis será el de los
im puestos reales.
Y vuestra buena m ujer irá al río con m ás frecuencia para lavar vuestras ropas y cada vez os traerá
una piel de cabra llena de agua para regar las plantas.
Y el hom bre que posea casa propia será bendecido. El coste de su vida se reducirá m ucho y hará que
pueda destinar gran parte de sus ganancias a los placeres y a satisfacer sus deseos. Ésta es la quinta
m anera de llenarse la bolsa: poseer una casa propia.
La s e xta m an e ra:
Asegurar ingresos para el futuro
-La vida de cada hom bre va de la infancia a la vejez. Este es el cam ino de la vida y ningún hom bre
puede desviarse a m enos que los dioses lo llam en prem aturam ente al m ás allá. Por este m otivo
declaro: El hom bre es quien debe prever unos ingresos adecuados para su vejez y quien debe
preparar a su fam ilia para el tiem po en que ya no esté con ellos para reconfortarlos y satisfacer sus
necesidades. Esta lección os enseñará a llenar la bolsa en los m om entos en que ya no sea tan fácil
para vosotros aprender.
Así se dirigió Arkad a su clase el sexto día.
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El hom bre que com prende las leyes de la riqueza y de este m odo obtiene un excedente cada vez
m ayor, debería pensar en su futuro próxim o. Debería planificar algunos ingresos o ahorrar un dinero
que le dure m uchos ayos y del que pueda disponer cuando sea el m om ento.
Hay distintas form as para que un hom bre se procure la necesario para su futuro. Puede buscar un
escondrijo y enterrar un tesoro secreto. Pero aunque lo oculte m uy hábilm ente, este dinero puede
convertirse en el botín de los m irones. Por este m otivo, no lo recom iendo.
Un hom bre puede com prar casas y tierras con este fin. Si las escoge juiciosam ente en función de su
utilidad y de su valor futuro, tendrán un valor que se acrecentará y sus beneficios y su venta le
recom pensarán según los objetivos que se haya fijado.
Un hom bre puede prestar una pequeña sum a de dinero al prestam ista y aum entarla a intervalos
regulares. Los intereses que el prestam ista añada contribuirán am pliam ente a aum entar el capital.
Conozco a un fabricante de sandalias llam ado Ausan que m e explicó, no hace m ucho tiem po, que
cada sem ana, durante ocho años, llevó al prestam ista dos m onedas. El prestam ista le acaba de
entregar un estado de cuentas que le ha alegrado m ucho. El total de su depósito junto con el interés a
una tasa actual de un cuarto de su valor cada cuatro años, le ha producido cuarenta m onedas.
Le he anim ado a continuar, dem ostrándole gracias a m is conocim ientos m atem áticos, que dentro de
doce años sólo depositando sem analm ente dos m onedas, obtendrá cuatro m il m onedas con las que
podrá sobrevivir el resto de sus días.
Seguro que si una contribución regular produce resultados tan provechosos, ningún hom bre se
puede perm itir no asegurarse un tesoro para su vejez y la protección de su fam ilia, sin im portar
hasta qué punto sus negocios e inversiones actuales son prósperos.
Incluso diría m ás. Creo que algún día habrá hom bres que inventarán un plan para protegerse contra
la m uerte, los hom bres sólo pagarán una cantidad m ínim a regularm ente y el im porte total
constituirá una sum a im portante que la fam ilia del finado recibirá. Creo que esto es m uy aconsejable
y lo recom iendo con vehem encia. Actualm ente no es posible porque tiene que continuar m ás allá de
la vida de un hom bre o de una asociación para funcionar correctam ente. Tiene que ser tan estable
com o el trono real. Creo que algún día existirá un plan com o éste y será un gran bendición para
m uchos hom bres porque hasta el prim er pequeño pago pondrá a su disposición una cantidad
razonable para la fam ilia del m iem bro fallecido.
Com o vivim os en el presente y no en los días venideros, tenem os que aprovecharnos de los-m edios y
los m étodos actuales para llevar a cabo nuestros propósitos. Por ello, recom iendo a todos los
hom bres que acum ulen bienes para cuando sean viejos de form a sensata y m editada. Pues la
desgracia de un hom bre incapaz de trabajar para ganarse la vida o de una fam ilia sin cabeza de
fam ilia es una tragedia dolorosa.
Este es la sexta m anera, de llenarse la bolsa: preved los ingresos para los días venideros y asegurad
así la protección de vuestra fam ilia.
La s é p tim a m an e ra:
Aum entad vuestra habilidad para adquirir bienes
-Queridos estudiantes, hoy voy a hablaros de una de las m aneras m ás im portantes de am asar una
fortuna. Pero no os hablaré del oro sino de vosotros, los hom bres de vistosas ropas que estáis
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sentados frente a m í. Voy a hablaros de las cosas de la m ente y de la vida de los hom bres que
trabajan para o contra su éxito. Así habló Arkad a su clase el séptim o día.
No hace m ucho tiem po, un joven que buscaba alguien que le prestara dinero m e vino a ver. Cuando
le pregunté sobre sus necesidades, se quejó de que sus ingresos eran insuficientes para cubrir sus
gastos. Le expliqué que en tal caso era un cliente ruin para el prestam ista porque no podría devolver
el préstam o. “Lo que necesitas, m uchacho, le dije, es ganar m ás dinero. ¿Qué podrías hacer para
aum entar tus ingresos?”
“Todo lo que pueda, respondió. He intentado hablar con m i patrón seis veces durante dos lunas para
pedirle un aum ento pero no lo he conseguido. No puedo hacer m ás”
Su sim pleza hace reír pero poseía una gran voluntad de aum entar sus ganancias. Tenía un justo y
gran deseo ganar m ás dinero.
El deseo debe preceder a la realización. Vuestros deseos tienen que ser fuertes y bien definidos. Los
deseos vagos no son m ás que débiles deseos. El único deseo de ser rico no tiene ningún valor. Un
hom bre que desea cinco m onedas de oro se ve em pujado por un deseo tangible que tiene que
culm inar con urgencia. Una vez que ha aum entado su deseo de guardar en lugar seguro cinco
m onedas de oro, encontrará el m odo de obtener diez m onedas, luego veinte y m ás tarde m il; y de
pronto se hará rico. Si aprende a fijarse un pequeño deseo bien definido, ello lo llevará a fijarse otro
m ás grande; así es com o se construyen las fortunas. Se em pieza con cantidades pequeñas y luego se
pasa a cantidades m ás im portantes. De este m odo el hom bre aprende y se hace m ás hábil.
Los deseos tienen que ser pequeños y bien definidos. Si son dem asiado num erosos, dem asiado
confusos o están por encim a de las capacidades del hom bre que quiere llevarlos a cabo, harán que su
objetivo no se cum pla.
A m edida que un hom bre se perfecciona en su oficio, su rem uneración aum enta. En otros tiem pos,
cuando era un pobre escriba que grababa en la arcilla por unas cuantas m onedas al día, observé que
otros trabajadores escribían m ás que yo y cobraban m ás. Entonces, decidí que nadie iba a
superarm e. No tardé m ucho tiem po en descubrir el m otivo de su gran éxito. Puse m ás interés en m i
trabajo, m e concentré m ás, fui m ás perseverante y m uy pronto pocos hom bres podían grabar m ás
tablillas que yo en un día. Poco tiem po después, tuve m i recom pensa; no fue preciso ir a ver a m i
patrón seis veces para pedirle un aum ento.
Cuantos m ás conocim ientos adquiram os, m ás dinero ganarem os. El hom bre que espera aprender
m ejor su oficio será recom pensado con creces. Si es un artesano puede intentar aprender los
m étodos y conocer las herram ientas m ás perfeccionadas. Si trabaja en derecho 0 m edicina, podrá
consultar e intercam biar opiniones con sus colegas. Si es un m ercader, siem pre podrá buscar
m ercancías de m ejor calidad que venderá a bajo precio.
Los negocios de un hom bre cam bian y prosperan porque los hom bres perspicaces intentan m ejorar
para ser m ás útiles a sus superiores. Así que insto a todos los hom bres a que progresen y no se
queden sin hacer nada, a m enos que quieran ser dejados de lado.
Hay m uchas obligaciones que llenan la vida de un hom bre de experiencias gratificantes. El hom bre
que se respeta a sí m ism o debe realizar estas cosas y las siguientes.
Debe pagar sus deudas lo m ás rápidam ente posible y no debe com prar cosas que no pueda pagar.
Debe cubrir las necesidades de su fam ilia para que los suyos lo aprecien.
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Debe hacer un testam ento para que, si los dioses lo llam an, sus bienes sean repartidos justa y
equitativam ente.
Debe ser com pasivo con los enferm os o los desafortunados y debe ayudarlos. Debe ser previsor y
caritativo can los que quiere.
Así que la séptim a y últim a m anera de hacer fortuna consiste en cultivar las facultades intelectuales,
estudiar e instruirse, actuar respetándose a sí m ism o. De este m odo adquiriréis suficiente confianza
en vosotros m ism os para realizar los deseos en que habéis pensado y que habéis escogido.
Estas son las siete m aneras de hacer fortuna, extraídas de un larga y próspera experiencia de la vida,
las recom iendo a los que quieran ser ricos.
-Queridos estudiantes, hay m ás oro en la ciudad de Babilonia de lo que soñéis poseer. Hay oro en
abundancia para todos.
Avanzad y poned en práctica estas verdades; prosperad y haceos ricos, com o os corresponde por
derecho.
Avanzad y enseñad estas verdades a todos los súbditos honrados de Su Majestad que quieren
repartirse las grandes riquezas de nuestra bien am ada ciudad.
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4 . La d io s a d e la fo rtu n a
Si un hom bre tiene suerte, es im posible predecir el tam año de
su riqueza. Si lo lanzan al Éufrates, saldrá con una perla en la m ano
Todos las personas desean tener suerte, y ese deseo existía tanto en el corazón de los individuos de
hace cuatro m il años com o en los de nuestros días. Todos esperam os la gracia de la caprichosa diosa
de la fortuna. ¿Existe alguna m anera de poder obtener no sólo su atención, sino tam bién su
generosidad?
¿Hay algún m odo de atraer la suerte?
Esto es precisam ente lo que los habitantes de la antigua Babilonia querían saber y lo que decidieron
descubrir. Eran clarividentes y grandes pensadores. Esto explica que su ciudad se convirtiera en la
m ás rica y poderosa de su tiem po.
En aquella lejana época no existían las escuelas. Sin em bargo, sí que había un centro de aprendizaje
m uy práctico. Entre los edificios rodeados de torres de Babilonia; este centro tenía tanta im portancia
com o el palacio los jardines colgantes y los tem plos de los dioses. Ustedes constatarán que en los
libros de historia este lugar aparece m uy poco, probablem ente nada, a pesar de que ejerciera una
gran influencia en el pensam iento de aquel entonces.
Este edificio era el Tem plo del Conocim iento. En él, profesores voluntarios explicaban la sabiduría
del pasado y se discutían asuntos de interés popular en asam blea abierta. En su interior, todos los
hom bres eran iguales. El esclavo m ás insignificante podía rebatir im punem ente las opiniones del
príncipe del palacio real.
Uno de los hom bres que frecuentaban el Tem plo del Conocim iento era Arkad, hom bre sabio y
opulento del que se decía que era el m ás rico de Babilonia. Existía una sala especial en la que se
reunían, casi todas las tardes, un gran núm ero de hom bres, unos viejos y otros jóvenes, pero la
m ayoría de edad m adura, y discutían sobre tem as interesantes. Podríam os escuchar lo que decían
para verificar si sabían cóm o atraer la suerte...
El sol acababa de ponerse, sem ejante a una gran bola de fuego brillante a través de la brum a del
desierto polvoriento, cuando Arkad se dirigió hacia su estrado habitual. Unos cuarenta hom bres
esperaban su llegada, tum bados en pequeñas alfom bras colocadas sobre el suelo. Ojos llegaban en
ese m om ento.
-¿De qué vam os a hablar esta tarde? preguntó Arkad.
Tras una breve indecisión, un hom bre altor, un tejedor, se levantó, com o era costum bre, y le dirigió
la
palabra.
-Me gustaría escuchar algunas opiniones sobre un asunto; sin em bargo, no sé si form ularlo porque
tem o que os pueda parecer ridículo, y a vosotros tam bién, m is queridos am igos
-aprem iado por Arkad y los dem ás, continuó-. Hoy he tenido suerte, ya que he encontrado una bolsa
que contenía unas m onedas de oro. Me gustaría m ucho seguir teniendo suerte y com o creo que todos
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los hom bres com parten conm igo este deseo, sugiero que hablem os ahora sobre cóm o atraer la suerte
para que, de ese m odo, podam os descubrir las form as que podem os ,em plear para seducirla.
Un tem a realm ente interesante --com entó Arkad-. Un tem a m uy válido. Para algunos, la suerte sólo
llega por casualidad, com o un accidente, y puede caer sobre alguien por azar. Otros creen que la
creadora de la buena suerte es la benévola diosa Ishtar, siem pre deseosa de recom pensar a sus
elegidos por m edio de generosos presentes. ¿Qué decís vosotros, am igos? ¿Debem os intentar
descubrir los m edios de atraer la suerte y que seam os nosotros los afortunados?
-¡Sí, sí! Y todas las veces que sea necesario --dijeron los oyentes im pacientes, que cada vez eran m ás
num erosos.
-Para em pezar -prosiguió Arkad-, escuchem os a todos los que se encuentren aquí que hayan tenido
experiencias parecidas a la del tejedor, que hayan encontrado o recibido, sin esfuerzo por su parte,
valiosos tesoros o joyas.
Durante un m om ento de silencio, todos se m iraron, esperando que alguien respondiera, pero nadie
lo hizo.
-¡Qué! ¿Nadie? -dijo Arkad-. Entonces debe de ser realm ente raro tener esa suerte. ¿Quién quiere
hacer ruta sugerencia sobre cóm o continuar con nuestra investigación?
-Yo contestó un hom bre joven y bien vestido m ientras se levantaba-. Cuando un hom bre habla de
suelte, ¿no es norm al que piense en las salas de juego? ¿No es precisam ente en esos lugares donde
encontram os a hom bres que pretenden los favores de la diosa y esperan que los bendiga para recibir
grandes sum as de dinero?
-No pares -gritó alguien al ver que el joven volvía a sentarse-. Sigue con tu historia. Dinos si la diosa
te ha ayudado en las salas de juego. ¿Ha hecho que en los dados aparezca el rojo para que llenes tu
bolsa, o ha perm itido que salga la cara azul para que el crupier recoja tus m onedas que tanto te ha
costado ganar?
No m e im porta adm itir que ella no pareció darse cuenta de que yo estaba allí -contestó el joven
sum ándose a las risas de los dem ás-. ¿Y vos? ¿La encontrasteis esperando para hacer que los dados
rodasen a vuestro favor? Estam os deseosos de escuchar y de aprender.
-Un buen principio -interrum pió Arkad-. Estam os aquí para exam inar todos los aspectos de cada
cuestión. Ignorar las salas de juego sería com o olvidar un instinto com ún en casi todos los hom bres:
la tentación de arriesgar una pequeña cantidad de dinero esperando conseguir m ucho.
-Eso m e recuerda las carreras de caballos de ayer -gritó uno de los asistentes-. Si la diosa frecuenta
las salas de juego, seguram ente no dejará de lado las carreras, con esos carros dorados y caballos
espum adores. Es un gran espectáculo. Decidnos sinceram ente, Arkad, ¿ayer la diosa no os m urm uró
que apostarais a los caballos grises de Nínive? Yo estaba justo detrás te vos, y no daba crédito a m is
oídos cuando os escuché apostar a los grises. Sabéis tan bien com o nosotros que no existe ningún
tronco en toda Asiría capaz de llegar antes a la m eta que nuestras queridas yeguas en una carrera
honesta.
¿Acaso la diosa os dijo al oído que apostarais a los grises porque en la últim a curva el caballo negro
del interior tropezaría y, de ese m odo, m olestaría a nuestras yeguas y provocaría que los grises
ganaran la carrera y consiguieran una victoria que no habían m erecido?
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Arkad sonrió con indulgencia.
-¿Por qué pensam os que la diosa de la fortuna se interesaría por la apuesta de cualquiera en una
carrera de caballos? Yo la veo com o una diosa de am or y de dignidad a la que le gusta ayudar a los
necesitados y recom pensar a los que lo m erecen. No la busco en las salas de juego ni en las carreras
donde se pierde m ás oro del que se gana, sino en otros lugares donde las acciones de los hom bres
son m ás valerosas y m erecen recibir una recom pensa.
Al cultivador, al honrado com erciante, a los hom bres de cualquier ocupación se les presentan
ocasiones para sacar provecho tras el esfuerzo y las transacciones realizadas. Quizás el hom bre no
siem pre reciba una recom pensa, porque su juicio no sea el m ás adecuado o porque el tiem po y el
viento a veces hacen fracasar los esfuerzos. Pero si es persistente, norm alm ente puede esperar
realizar un beneficio, pues tendrá m ayores posibilidades de que el beneficio vaya hacia él.
Pero si un hom bre arriesga en el juego --continuó Arkad-ocurre exactam ente al revés, porque las
posibilidades de ganar siem pre favorecen al propietario del lugar. El juego está hecho para que el
propietario que explota el negocio consiga beneficios. Es su com ercio y prevé realizar grandes
beneficios de las m onedas que tuestan los jugadores. Pocos jugadores son conscientes de que sus
posibilidades son inciertas, m ientras que los beneficios del propietario están garantizados.
Exam inem os, por ejem plo, las apuestas a los dados. Cuando se lanzan, siem pre apostam os sobre la
caza que quedará a la vista. Si es la roja, el jefe de m esa nos paga cuatro veces lo que hem os
apostado, pero si aparece una de las otras cinco caras, perdem os nuestra apuesta. Por lo tanto, los
cálculos dem uestran que por cada dado lanzado, tenem os cinco posibilidades de perder, pero, com o
el rojo paga cuatro por uno, tenem os cuatro posibilidades de ganar. En una noche, el jefe de m esa
puede esperar guardar una m oneda de cada cinco apostadas. ¿Se puede esperar ganar de otra form a
que no sea ocasional cuando las posibilidades están organizadas para que el jugador pierda la quinta
parte de lo que juega?
-Pero a veces hay hom bres que ganan grandes sum as -dijo de form a espontánea uno de los
asistentes.
-Es cierto, eso ocurre -continuó Arkad-. Me doy cuen ta de ello, y m e pregunto si el dinero que se
gana de este m odo aporta beneficios perm anentes a los que la fortuna les sonríe de esta m anera.
Conozco a m uchos hom bres de Babilonia que han triunfado en los negocios, pero soy incapaz de
nom brar a uno sólo que haya triunfado recurriendo a esa fuente.
Vosotros que esta tarde estáis reunidos aquí conocéis a m uchos ciudadanos ricos. Sería interesante
saber cuántos han conseguido su fortuna en las salas de juego. ¿Qué os-parece si cada uno dice lo
que sabe?
Se hizo un largo silencio.
-¿Se incluye a los dueños de las casas de juego? -aventuró uno de los presentes.
-Si no podéis pensar en nadie m ás -respondió Arkad-, si no se os ocurre ningún nom bre, ¿por qué no
habláis de vosotros m ism os? ¿Hay alguno entre vosotros que gane regularm ente en las apuestas y
dude en aconsejar esta fuente de beneficios?
Entre las risas, se oyó que en la parte de atrás unos refunfuñaban.
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-Parece que nosotros no buscam os la suerte en estos lugares cuando la diosa los frecuenta -continuó. Entonces explorem os otros lugares. Tam poco hem os encontrada sacos de m onedas perdidos ni
hem os visto la diosa en las salas de juego. En cuan to a las carreras, debo confesaros que he perdido
m ucho m ás dinero del que he ganado.
Ahora, analicem os detalladam ente nuestras profesiones y nuestros negocios. ¿Acaso no es norm al
que cuando hacem os un buen negocio, no lo consideram os com o algo fortuito, sino com o la justa
recom pensa a nuestros esfuerzos? A veces pienso que ignoram os los presentes de la diosa. Quizá nos
ayuda cuando no apreciam os su generosidad. ¿Quién puede hablar del tem a?
Dicho esto, un com erciante entrado en años se levantó alisando sus blancas vestim entas.
-Con vuestro perm iso, honorable Arkad y m is queridos am igos, quiero haceros una sugerencia. Si,
com o habéis dicho, nosotros atribuim os nuestros éxitos profesionales a nuestra habilidad, a nuestra
propia aplicación, ¿por qué no considerar los éxitos que casi hem os tenido, pero que se nos han
escapado, com o eventos que habrían sido m uy provechosos? Habrían sido raros ejem plos de fortuna
si se hubieran realizado. No podem os considerarlos com o recom pensas justas, porque no se han
cum plido. Probablem ente aquí hay hom bres que pueden contar este tipo de experiencias.
-Esta es una reflexión sabia -com entó Arkad-. ¿Quién de entre vosotros ha tenido la fortuna al
alcance de la m ano y la ha visto esfum arse de inm ediato? Se alzaron varias m anos; entre ellas, la del
com erciante. Arkad le hizo un adem án para que hablara.
-Ya que has sido tú el que has sugerido esta discusión, nos gustaría escucharte a ti en prim er lugar.
-Con gusto os contaré un hecho que he vivido y que servirá de ilustración para dem ostrar hasta qué
punto la suerte puede acercarse a un hom bre y cóm o éste puede dejar que se le escape de las m anos
a pesar suyo.
Hace varios años, cuando era joven, recién casado y em pezaba a ganarm e bien la vida, m i padre vino
a verm e y m e indicó que tenía que hacer una inversión urgentem ente. El hijo de uno de sus buenos
am igos había descubierto una zona de tierra árida no lejos de las m urallas de nuestra ciudad. Estaba
situada sobre el canal donde el agua no llegaba.
El hijo del am igo de m i padre ideó un plan para com prar esta tierra y construir en ella tres grandes
ruedas que, accionadas por unos bueyes, consiguieran traer agua y dar vida al suelo infértil. Una vez
realizado esto, planificó dividir la tierra y vender las partes a los ciudadanos para hacer jardines.
El hijo del am igo de m i padre no poseía suficiente oro para llevar a cabo tal em presa. Era un hom bre
joven que ganaba un buen sueldo, com o yo. Su padre, com o el m ío, era un hom bre que dirigía una
gran fam ilia y con pocos m edios. Por eso, decidió que un grupo de hom bres se -interesarán por su
em presa. El grupo debía estar form ado por doce personas con buenas ganancias y que decidieran
invertir la décim a parte de sus beneficios en el negocio hasta que la tierra estuviera lista para su
venta. Entonces, todos com partirían de form a equitativa los beneficios según la inversión que
hubieran realizado.
-Hijo m ío -m e dijo m i padre-, ahora eres un hom bre joven. Deseo profundam ente que em pieces a
hacer adquisiciones que te perm itan un cierto bienestar y el respeto de los dem ás. Deseo que puedas
sacar provecho de m is errores pasados.
-Eso m e gustaría m ucho, padre contesté.
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-Entonces te aconsejo lo siguiente: haz lo que yo hubiera tenido que hacer a tu edad. Guarda la
décim a parte de tus beneficios para hacer inversiones. Con la décim a parte de tus beneficios y lo que
te proporcionarán, podrás, antes de tener m i edad, acum ular una gran sum a.
-Padre, usted habla con sabiduría. Deseo fervientem ente poseer riquezas, pero gasto m is ganancias
en m uchas cosas y no sé si hacer lo que m e aconseja. Soy joven. Me queda m ucho tiem po.
-Yo pensaba del m ism o m odo a tu edad, pero ahora han pasado varios años y todavía no he
em pezado a acum ular bienes.
-Vivim os en una época diferente, padre. No com eteré los m ism os errores que usted.
-Se te presenta una oportunidad única, hijo m ío. Es una oportunidad que puede hacerte rico. Te lo
suplico, no tardes. Ve a ver m añana al hijo de m i am igo y cierra con él el trato de invertir en ese
negocio el diez por ciento de lo que ganas. Ve sin dilación antes de que pierdas esta oportunidad que
hoy tienes a tu alcance y pronto desaparecerá. No esperes.
A pesar de la opinión de m i padre, dudé. Los m ercaderes del Este acababan de traer ropa de tal
riqueza y belleza que m i m ujer y yo ya habíam os decidido que com praríam os al m enos una pieza
para cada uno. Si hubiera aceptado invertir la décim a parte de m is ganancias en esa em presa,
hubiéram os tenido que privarnos de esas vestim entas y de otros placeres que deseábam os. No quise
pronunciarm e hasta que fuera dem asiado tarde; fue una m ala idea. La em presa resultó m ás
fructífera de lo que se hubiera podido predecir. Esta es m i historia y m uestra cóm o perm ití que la
fortuna se m e escapara.
-En esta historia vem os que la suerte espera y llega al hom bre que aprovecha la oportunidad -com entó un hom bre del desierto de tez m orena-. Siem pre tiene que haber un prim er m om ento en el
que se adquieren bienes. Puede ser unas m onedas de oro o de plata que un hom bre consigue de sus
ganancias por su prim era inversión. Yo m ism o poseo varios rebaños. Em pecé a adquirir anim ales
cuando era un niño, cam biando un joven ternero por una m oneda de plata. Este gesto, que
sim bolizaba el principio de m i riqueza, adquirió gran im portancia para m í. Toda la suerte que un
hom bre necesita debe confluir en la prim era adquisición de bienes. Para todos los hom bres, este
prim er paso es el m ás im portante, porque hace que los individuos que ganan su dinero a partir de su
propia labor pasen a ser hom bres que consiguen dividendos de su oro. Por suerte, algunos hom bres
aprovechan la ocasión cuando son jóvenes y, de ese m odo, tienen m ás éxito financiero que los que
aprovechan la oportunidad m ás tarde o que los hom bres desafortunados, com o el padre de este
com erciante, que no la consiguen nunca.
Si nuestro am igo com erciante hubiera dado este prim er paso de joven, cuando se le presentó la
ocasión, ahora poseería grandes riquezas. Si la suerte de nuestro am igo tejedor le hubiera
determ inado a dar ese paso por aquel entonces, probablem ente ese hubiera sido el prim er paso de
una suerte m ayor. --A m í tam bién m e gustaría hablar -dijo un extranjero levantándose-. Soy sirio. No hablo m uy bien
vuestro idiom a. Me gustaría calificar de algún m odo a este am igo, el com erciante. Quizá penséis que
no soy educado, ya que deseo llam arlo de ese m odo. Pero, desgraciadam ente, no conozco cóm o se
dice en vuestro idiom a y si lo digo en sirio, no m e entenderéis. Entonces, decidm e, por favor, ¿cóm o
calificáis a un hom bre que tarda en cum plir las cosas que le convienen?
-Contem porizador -gritó uno de los asistentes.
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-Eso es -afirm ó el sirio, m ientras agitaba las m anos visiblem ente excitado-. No acepta la ocasión
cuando se presenta. Espera. Dice que está m uy ocupado. Hasta la próxim a, ya te volveré a ver... La
ocasión no espera a la gente tan lenta, ya que piensa que si un hom bre desea tener suerte,
reaccionará con rapidez. Los hom bres fue no reaccionan con celeridad cuando se presenta la ocasión
son grandes contem porizadores, com o nuestro m igo com erciante.
El com erciante se levantó y saludó con naturalidad com o contestación a las risas.
-Te adm iro, extranjero. Entras en nuestro centro y no dudas en decir la verdad.
Y ahora escuchem os otra historia. ¿Quién tiene otra experiencia que contar? -preguntó Arkad.
-Yo tengo una contestó un hom bre de m ediana edad, vestido con una túnica roja-. Soy com prador de
anim ales, sobre todo de cam ellos y caballos. Algunas veces, com pro tam bién ovejas y cabras. La
historia que voy a contaros m uestra cóm o la fortuna vino en el m om ento que m enos la esperaba.
Quizá sea por eso que la dejé escapar. Podréis sacar vuestras propias conclusiones cuando os lo
cuente.
Al volver a la ciudad una tarde, tras un viaje agotador de diez días en busca de cam ellos, m e m olestó
m ucho encontrar las puertas de la ciudad cerradas al cal y canto. Mientras m is esclavos m ontaban
nuestra tienda para pasar la noche que preveíam os escasa en com ida y agua, un viejo granjero que,
com o nosotros, se encontraba retenido en el exterior se acercó.
Honorable señor, dijo al dirigirse a m í, parecéis un com prador de ganado. Si es así, m e gustaría
venderos el excelente rebaño de ovejas que traem os. Por desgracia, m i m ujer está m uy enferm a,
tiene fiebre y tengo que volver rápidam ente a m i hogar. Si m e com práis las ovejas, m is esclavos y yo
podrem os hacer el viaje de vuelta sobre los cam ellos sin perder m ás tiem po.
Estaba tan oscuro que no podía ver su rebaño, pero por los balidos supe que era grande. Estaba
contento de hacer un negocio con él, ya que había perdido diez días buscando cam ellos que no había
podido encontrar. Me pidió un precio m uy razonable porque estaba ansioso. Acepté, pues sabía que
m is esclavos podrían franquear las puertas de la ciudad con el rebaño por la m añana, venderlo, y
conseguir buenos beneficios.
Una vez cerrado el trato, llam é a m is esclavos y les ordené que trajeran antorchas para poder ver el
rebaño que, según el granjero estaba com puesto de novecientas ovejas. No quiero aburriros
describiendo las dificultades que tuvim os para intentar contar a unas ovejas tan sedientas, cansadas
y agitadas. La tarea parecía im posible. Entonces, inform é al granjero que las contaría a la luz del día
y le pagaría en ese m om ento.
“Por favor, honorable señor, rogó el granjero. Pagadm e sólo las dos terceras partes del precio esta
noche, para que pueda ponerm e en m archa. Dejaré-a, m i esclavo m ás inteligente e instruido para
que os ayude a contar las ovejas por la m añana. Es de fiar, os podrá pagar el saldo.”
Pero yo era testarudo y rechacé efectuar el pago esa noche. A la m añana siguiente, antes de que m e
despertara, las puertas de la ciudad se abrieron y cuatro com pradores de rebaños se lanzaron a la
búsqueda de ovejas. Estaban im pacientes y aceptaron de buen grado pagar el elevado precio porque
la ciudad estaba sitiada y escaseaba la com ida. El viejo granjero recibió casi el triple del precio que a
m í m e había ofrecido por su ganado. Era una rara oportunidad que dejé escapar.
-Esta es una historia extraordinaria --com entó Arkad-. ¿Qué os sugiere?
33
-Que hay que pagar inm ediatam ente cuando estam os convencidos de que nuestro negocio es bueno sugirió un venerable fabricante de sillas de m ontar-. Si el negocio es bueno, tenéis que protegeros
tanto de vuestra propia debilidad com o de cualquier hom bre. Nosotros, m ortales, som os cam biantes.
Y, por desgracia, solem os cam biar de idea con m ayor facilidad cuando tenem os razón que cuando
nos equivocam os, que es sin duda cuando m ás testarudos nos m ostram os. Cuando tenem os razón,
tendem os a vacilar y a dejar que la ocasión se escape. Mi prim era idea siem pre es la m ejor. Sin
em bargo, siem pre m e cuesta forzarm e a hacer deprisa y corriendo un negocio una vez que lo he
decidido. Entonces, para protegerm e de m i propia debilidad, doy un depósito al instante. Esto m e
im pide que m ás tarde m e arrepienta de haber dejado escapar buenas ocasiones.
-Gracias. Me gustaría volver a hablar -el sirio estaba otra vez de pie-. Estas historias se parecen .
Todas las veces la suerte se va por la m ism a razón. Todas las veces, trae al contem porizador un plan
bueno. En todas las ocasiones, dudan y no dicen: Es una buena ocasión, hay que reaccionar con
rapidez. ¿Cóm o pueden tener éxito de este m odo?
-Tus palabras son sabias, am igo -respondió el com prador-. La suerte se ha alejado del
contem porizador en las dos ocasiones. Pero eso no es nada extraordinario. Todos los hom bres tienen
la m anía de dejar las cosas para m ás tarde. Deseam os riquezas, pero ¿cuántas veces, cuando se
presenta la ocasión, esa m anía de contem porizar nos incita a retrasar nuestra decisión?
Al ceder a esa m anía, nos convertim os en nuestro peor enem igo.
Cuando era m ás joven, no conocía esa palabra que tanto le gusta a nuestro am igo de Siria. Al
principio, pensaba que se perdían negocios ventajosos por falta de juicio. Más tarde, creí que era una
cuestión de cabezonería. Finalm ente, he reconocido de qué se trata: una costum bre de retrasar
inútilm ente la rápida decisión, una acción necesaria y decisiva. Realm ente detesté esta costum bre
cuando descubrí su verdadero carácter. Con la am argura de un asno salvaje atado a un carro, he
cortado las ataduras de esta costum bre y he trabajado para tener éxito.
-Gracias. Me gustaría hacer una pregunta al com erciante erijo el sirio-. Su vestim enta no es la de un
pobre. Habla com o un hom bre que tiene éxito. Decidnos, ¿sucum bís ante la m anía de
contem porizar?
-Al igual que nuestro am igo com prador, yo tam bién he reconocido y conquistado la costum bre de
contem porizar -respondió el com erciante-. Para m í, ha resultado un enem igo tem ible, al acecho y
que esperaba el m om ento propicio para contrariar m is realizaciones. La historia que he narrado es
tan sólo uno de los abundantes ejem plos que podría contar para m ostraros-cóm o he desaprovechado
buenas ocasiones. El enem igo se puede controlar fácilm ente una vez se le reconoce. Ningún hom bre
perm ite de form a voluntaria que un ladrón le robe sus reservas de grano. Com o tam poco ningún
hom bre perm ite de buen grado que un enem igo le robe la clientela para su propio beneficio. Cuando
un día com prendí que la contem porización era m i peor enem igo, la vencí con determ inación. De este
m odo, todos los hom bres deben dom inar su tendencia a contem porizar antes de poder pensar en
com partir los ricos tesoros de Babilonia.
¿Qué opina usted, Arkad? Usted es el hom bre m ás rico de Babilonia y m uchos sostienen que tam bién
es el m is afortunado. ¿Está de acuerdo conm igo en que ningún hom bre puede conseguir un éxito
com pleto m ientras no haya liquidado por com pleto su m anía de contem porizar?
Eso es cierto -adm itió Arkad-. Durante m i larga vida, he conocido a hom bres que han recorrido las
largas avenidas de la ciencia y de los conocim ientos que llevan el éxito en la vida. A todos se les han
presentado buenas ocasiones. Algunos las aprovecharon de inm ediato y pudieron, de este m odo,
satisfacer sus m ás profundos deseas; pero m uchos dudaron y se echaron atrás.
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Arkad se giró hacia el tejedor.
-Ya que has sido tú el que nos has sugerido un debate sobre la suerte, dinos lo que opinas a ese
respecto.
Veo la suerte bajo un nuevo prism a. Creía que era algo deseable que pudiera llegar a cualquier
hom bre sin que éste realizara esfuerzo alguno. Ahora, soy consciente de que no se trata de un
acontecim iento que uno puede provocar. He aprendido, gracias a nuestra discusión, que para atraer
la suerte, es preciso aprovechar de inm ediato las ocasiones que se presentan. Por eso, en el futuro,
m e esforzaré en sacar el m áxim o partido posible de las ocasiones que se m e presenten.
-Has entendido m uy bien las verdades a las que hem os llegado con nuestra discusión -respondió
Arkad-. La suerte tom a a m enudo la form a de una oportunidad, pero pocas veces nos viene de otro
m odo. Nuestro am igo com erciante habría tenido m ucha suerte si hubiera aceptado la ocasión que la
diosa le brindaba. Nuestro am igo com prador, tam bién habría podido aprovechar su suerte si hubiera
com pletado la com pra del rebaño y lo habría vendido consiguiendo un gran beneficio.
Hem os seguido con esta discusión para descubrir los m edios necesarios para que la suerte nos
sonría. Creo que vam os bien encam inados. En las dos historias hem os visto cóm o la suerte tom a la
form a de una oportunidad. De todo esto se desprende la verdad, verdad que por m uchas historias
parecidas que contáram os no cam biaría: la suerte puede sonreíros si aprovecháis las ocasiones que
se presentan.
Los que están im pacientes por aprovechar las ocasiones que se les presentan para sacarles el
m áxim o provecho posible atraen la atención de la buena diosa. Siem pre se apresura en ayudar a los
que son de su agrado. Le gustan sobre todo los hom bres de acción.
La acción te conducirá hacia el éxito que deseas
A los hom bres de acción les sonríe la diosa de la fortuna
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5. Las cin co le ye s d e l o ro
-Si pudieras escoger entre un saco lleno de oro y una tablilla de arcilla donde estuvieran grabadas
unas palabras llenas de sabiduría, ¿qué escogerías?
Al lado de las vacilantes llam as de una hoguera alim entada con arbustos del desierto, los m orenos
rostros de los oyentes brillaban, anim ados por el interés.
-El oro, el oro -respondieron a coro los veintisiete presentes. El viejo Kalabab, que había previsto
esta respuesta, sonrió.
-¡Ah! -continuó, alzando la m ano-. Escuchad a los perros salvajes a lo lejos, en la noche. Aúllan y
gim en porque el ham bre les corroe las entrañas. Pero dadles com ida y observad lo que hacen. Se
pelean y se pavonean. Y después siguen peleándose y pavoneándose, sin preocuparse por el m añana.
Exactam ente igual que los hijos de los hom bres. Dadles a escoger entre el oro y la sabiduría: ¿qué
hacen? Ignoran la sabiduría y m algastan el oro. Al día siguiente, gim en porque ya no tienen oro.
El oro está reservado a aquellos que conocen sus leyes y las obedecen.
Kalabab cubrió sus delgadas piernas con la túnica blanca, pues la noche era fría y el viento soplaba
con fuerza.
-Porque m e habéis servido fielm ente durante nuestro largo viaje, porque habéis cuidado bien de m is
cam ellos, porque habéis trabajado duro sin quejaros a través de las arenas del desierto y porque os
habéis enfrentado con valentía a los ladrones que han intentado despojarm e de m is bienes, esta
noche voy a contaros la historia de las cinco leyes del oro, una historia com o jam ás habéis escuchado
antes.
¡Escuchad, escuchad! Prestad m ucha atención a m is palabras para com prender su significado y
tenerlas en cuenta en el futuro si deseáis poseer m ucho oro.
Hizo una pausa im presionante. Las estrellas brillaban en la bóveda celeste. Detrás del grupo se
distinguían las descoloridas tiendas que habían sujetado fuertem ente, en previsión de posibles
torm entas de arena. Al lado de las tiendas, los fardos de m ercancías recubiertos de pieles estaban
correctam ente apilados. Cerca de allí, algunos cam ellos tum bados en la arena rum iaban satisfechos,
m ientras que otros roncaban, em itiendo un sonido ronco.
-Ya nos has contado varias historias interesantes, Kalabab -dijo en voz alta el jefe de la caravana-. En
ti vem os la sabiduría que nos guiará cuando tengam os que dejar de servirte.
-Os he contado m is aventuras en tierras lejanas y extranjeras, pero esta noche voy a hablaros de la
sabiduría de Arkad, el hom bre sabio que es m uy rico.
-Hem os oído hablar m ucho de él -reconoció el jefe de la caravana-, pues era el hom bre m ás rico que
jam ás haya vivido en Babilonia.
-Era el hom bre m ás acaudalado porque usaba el oro con sabiduría, m ás de lo que cualquier otra
persona lo hizo anteriorm ente. Esta noche voy a hablaros de su gran sabiduría tal com o Nom asir, su
hijo, m e habló de ella hace m uchos años en Nínive, cuando yo no era m ás que un joven.
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Mi m aestro y yo nos habíam os quedado hasta bien entrada la noche en el palacio de Nom asir. Yo
había ayudado a m i m aestro a llevar los grandes rollos de suntuosas alfom bras que debíam os
m ostrar a Nom asir para que éste hiciera su elección. Finalm ente, quedó m uy satisfecho y nos invitó a
sentarnos con él y beber un vino exótico y perfum ado que recalentaba el estóm ago, bebida a la que
yo no estaba acostum brada.
Entonces nos contó la historia de la gran sabiduría de Arkad, su padre, la m ism a que voy a contaros.
Com o sabéis, según la costum bre de Babilonia, los hijos de los ricos viven con sus padres a la espera
de recibir su herencia. Arkad no aprobaba esta costum bre. Así pues, cuando Nom asir tuvo derecho a
su herencia, le dijo al joven:
“Hijo m ío, deseo que heredes m is bienes. Sin em bargo, debes dem ostrar que eres capaz de
adm inistrarlos con sabiduría. Por tanto, quiero que recorras el m undo y que dem uestres tu
capacidad de conseguir oro y de hacerte respetar por los hom bres.
“Para que em pieces con buen pie, te daré dos cosas que yo no tenía cuando em pecé; siendo un joven
pobre, a 0 tnasar m i fortuna.
“En prim er lugar, te doy este saco de oro. Si lo utilizas con sabiduría, construirás las bases de tu
futuro éxito.
“En segundo lugar, te doy esta tablilla de arcilla donde están grabadas las cinco leyes del oro. Sólo
serás eficaz y seguro si las pones en práctica en tus propios actos.
“Dentro de diez años, volverás a casa de tu padre y darás cuenta de tus actos. Si has dem ostrado tu
valor, entonces heredarás m is bienes. De no ser así, los daré a los sacerdotes para que recen por m i
alm a y pueda ganar la buena consideración de los dioses.
Así pues, Nom asir partió para vivir sus propias experiencias, llevándose consigo el saco de oro, la
tablilla cuidadosam ente envuelta en seda, su esclavo y caballos sobre los que m ontaron.
Los diez años pasaron rápidam ente y Nom asir, com o habían convenido, volvió a casa de su padre,
que organizó un gran festín en su honor, festín al que estaban invitados varios am igos y parientes.
Term inada la cena, el padre y la m adre se instalaron en sus asientos ubicados en la gran sala,
sem ejantes a dos tronos, y Nom asir se situó frente a ellos para dar cuenta de sus actos tal com o
había prom etido a su padre.
Era de noche. En la sala flotaba el hum o de las lám paras de aceite que alum braban débilm ente la
estancia. Los esclavos vestidos con chaquetones blan cos y túnicas batían el húm edo aire con largas
hojas de palm a. Era una escena solem ne. Im pacientes por escucharle, la m ujer de Nom asir y sus dos
jóvenes hijos, am igos y otros m iem bros de la fam ilia se sentaron sobre las alfom bras detrás de él.
“Padre, em pezó con deferencia, m e inclino ante vuestra sabiduría. Hace diez años, cuando yo m e
encontraba en el um bral de la edad adulta, m e ordenasteis que partiera y m e convirtiera en hom bre
entre los hom bres, en lugar de seguir siendo el sim ple candidato a vuestra fortuna.
“Me disteis m ucho oro. Me disteis m ucha de vuestra sabiduría. Desgraciadam ente, debo adm itir,
m uy a pesar m ío, que adm inistré m uy m al el oro que m e habíais confiado. Se escurrió entre m is
dedos, ciertam ente a causa de m i inexperiencia, com o una liebre salvaje que se salva a la prim era
oportunidad que le ofrece el joven cazador que la ha capturado.
El padre sonrió con indulgencia.
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“Continúa, hijo m ío, tu historia m e interesa hasta el m ínim o detalle”.
“Decidí ir a Nínive porque era una ciudad próspera, con la esperanza de poder encontrar buenas
oportunidades allí. Me uní a una caravana e hice num erosos am igos. Dos hom bres, conocidos por
poseer el caballo blanco m ás herm oso, tan rápido com o el viento, form aban parte de la caravana.
“Durante el viaje, m e confiaron que en Nínive había un hom bre que poseía un caballo tan rápido que
jam ás había sido superado en ninguna carrera. Su propietario estaba convencido de que ningún
caballo en vida podía correr m ás deprisa. Estaba dispuesto a apostar cualquier cantidad, por m uy
elevada que fuera, a que su caballo podía superar a cualquier otro caballo en toda Babilonia.
Com parado con su caballo, dijeron m is am igos, no era m ás que un pobre asno, fácil de ganar.
“Me ofrecieron, com o gran favor, la oportunidad de unirm e a ellos en la apuesta. Yo estaba
entusiasm ado por aquel proyecto tan em ocionante.
“Nuestro caballo perdió y yo perdí gran parte de m i upo. El padre rió. Más tarde descubrí que era un
plan fraudulento organizado por aquellos hom bres, y que viajaban constantem ente en caravanas en
busca de nuevas víctim as. Com o podéis suponer, el hom bre de Nínive era su cóm plice y com partía
con ellos las apuestas que ganaba. Esta tram pa fue m i prim era lección de desconfianza.
“Pronto recibiría otra, tan am arga com o la prim era. En la caravana, había un joven con el cual m e
unía la am istad. Era hijo de padres ricos com o yo y se dirigía a Nínive para conseguir una situación
aceptable. Poco tiem po después de nuestra llegada, m e dijo que un rico m ercader había m uerto y
que su tienda, su valiosa m ercancía y su clientela estaban a nuestro alcance por un precio m uy
razonable. Diciéndom e que podríam os ser socios a partes iguales, pero que prim ero tenía que volver
a Babilonia para depositar su dinero en un lugar seguro, m e convenció para que com prara la
m ercancía con m i oro.
“Retrasó su viaje a Babilonia, y resultó ser un com prador poco prudente y m algastador. Finalm ente
m e deshice de él, pero el negocio había em peorado hasta tal punto que ya no quedaba casi nada
aparte de m ercancías invendibles y yo no tenía m ás oro para com prar otras. Malvendí lo que
quedaba a un israelita por una sum a irrisoria.
“Los días que siguieron fueron am argos, padre. Busqué trabajo pero no encontré ninguno, pues no
tenía un oficio ni una profesión que m e hubieran perm itido ganar dinero. Vendí m is caballos. Vendí
a m i esclavo. Vendí m is ropas de recam bio para com prar algo que llevarm e a la boca y un lugar
donde dorm ir, pero el ham bre se hacía sentir cada vez m ás.
“Durante aquellos días de m iseria, recordé vuestra confianza en m í, padre. Me habíais enviado a la
aventura para que m e convirtiera en un hom bre, y estaba decidido a conseguirlo. La m adre ocultó su
rostro y lloró tiernam ente.
“En aquel m om ento m e acordé de la tablilla que m e habíais dado y en la que habíais grabado las
cinco leyes del oro. Entonces leí con m ucha atención vuestras palabras de sabiduría y com prendí que
si prim ero hubiera buscado la sabiduría, no hubiera perdido todo m i oro. Mem oricé todas las leyes y
decidí que cuando la diosa de la fortuna m e volviera a sonreír, m e dejaría guiar por la sabiduría de la
edad y no por una juventud inexperta.
“En beneficio de los que están aquí sentados, voy a leer las palabras de sabiduría que m i padre hizo
grabar en la tablilla de arcilla que m e dio hace diez años.
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LAS CIN CO LEYES D E ORO
I. El oro acude fácilm ente, en cantidades siem pre m ás im portantes, al hom bre que reserva no m enos
de una décim a parte de sus ganancias para crear un bien en previsión de su futuro y del de su
fam ilia.
II. El oro trabaja con diligencia y de form a rentable para el poseedor sabio que le encuentra un uso
provechoso, m ultiplicándose incluso com o los rebaños en los cam pos.
III. El oro perm anece bajo la protección del poseedor prudente que lo invierte según los consejos de
hom bres sabios.
IV El oro escapa al hom bre que invierte sin fin alguno en em presas que no le son fam iliares o que no
son aprobadas por aquellos que conocen la form a de utilizar el oro.
V. El oro huye del hom bre que lo fuerza en ganancias im posibles, que sigue el seductor consejo de
defraudadores y estafadores o que seña de su propia inexperiencia y de sus rom ánticas intenciones
de inversión.
“Estas son las cinco leyes del oro tal com o m i padre las escribió. Afirm o que son m ucho m ás valiosas
que el m ism o oro, com o dem uestra la ría.
“Os he hablado de la enorm e pobreza y de la desesperación a las que m e había conducido m i
inexperiencia, de nuevo m iró a su padre.
“Sin em bargo, no hay m al que cien años dure. El fin de m is desventuras llegó cuando encontré un
em pleo, el de capataz de un grupo de esclavos que trabajaban en la construcción de la nueva m uralla
que tenía que rodear la ciudad.
“Com o conocía la prim era ley del oro, pude aprovechar esta oportunidad; reservé una pieza de cobre
de m is prim eras ganancias, sum ando otra siem pre que m e era posible hasta conseguir una m oneda
de plata. Era un proceso lento, puesto que tenía que satisfacer m is necesidades. Adm ito que gastaba
con reparo porque estaba decidido a ganar tanto oro com o m e habíais dado, padre, y antes de que
hubieran transcurrido los diez años.
“Un día, el jefe de los esclavos, del cual m e había hecho bastante am igo, m e dijo:
“Sois un joven ahorrador que no gasta a diestro y siniestro todo lo que gana. ¿Tenéis oro reservado
que no produce?”
“Sí, le contesté. Mi m ayor deseo consiste en acum ular oro para reem plazar el que m i padre m e había
dado y que perdí.”
“Es una am bición m uy noble, ¿y sabíais que el oro que habéis ahorrado puede trabajar por vos y
haceros ganar todavía m ás oro?”
“¡Ay! Mi experiencia ha sido m uy dura porque todo el oro de m i padre ha desaparecido y tengo
m iedo de que suceda lo m ism o con el m ío.” r
“Si confiáis en m í, os daré un provechoso consejo respecto a la form a de utilizar el oro, replicó él.
Dentro de un año, la m uralla que rodeará la ciudad estará term inada y dispuesta a acoger las
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grandes puertas centrales de bronce destinadas a proteger la ciudad contra los enem igos del rey. En
todo Nínive no hay el m etal suficiente para fabricar estas puertas y el rey no ha pensado en
conseguirlo. Este es m i plan: varios de nosotros vam os a reunir nuestro oro para enviar una caravana
a las lejanas m inas de cobre y de estaño para traer a Nínive el m etal necesario para fabricar las
puertas. Cuando el rey ordene que se hagan las puertas, nosotros serem os los únicos que podrem os
proporcionar el m etal y nos pagará un buen precio. Si el rey no nos com pra, siem pre podrem os
revender el m etal a un precio razonable.”
“En esta oferta reconocí una oportunidad y, fiel a la tercera ley, invertí m is ahorros siguiendo el
consejo de hom bres sabios. Tam poco sufrí decepción alguna... Nuestros fondos com unes fueron un
éxito y m i cantidad de oro aum entó considerablem ente gracias a esta transacción.
“Con el tiem po m e aceptaron com o m iem bro del m ism o grupo de inversores para otras em presas.
Aquellos hom bres eran sabios a la hora de adm inistrar provechosam ente el oro. Estudiaban
cuidadosam ente todos los planes presentados antes de pasar a ejecutarlos. No se arriesgaban a
perder su capital o a estancarlo en inversiones no rentables que no hubieran perm itido recuperar el
oro. Em presas insensatas com o la carrera de caballos y la asociación de la que había form ado parte
por culpa de m i experiencia ni siquiera habrían m erecido su consideración. Ellos habrían detectado
los peligros de esas em presas inm ediatam ente. Gracias a m i asociación con aquellos hom bres,
aprendí a invertir m i oro con seguridad para que m e produjera beneficios. Con el paso de los años,
m i tesoro aum entaba cada vez m ás deprisa. No sólo he ganado lo que había perdido, sino que he
traído m ucho m ás.
“A lo largo de m is desgracias, m is intentos y m is éxitos, he puesto a prueba la sabiduría de las cinco
leyes del oro repetidam ente, padre, y éstas se han revelado justas en cada ocasión. Para aquel que no
conoce las cinco leyes del oro, el oro no acude a él y se gasta rápidam ente. Pero para aquel que sigue
las cinco leyes, el oro acude a él y trabaja com o un fiel esclavo.!
Nom asir dejó de hablar e hizo una señal a un esclavo que se encontraba al fondo de la sala. El
esclavo trajo, de uno en uno, tres pesados sacos de cuero. Nom asir tom ó uno de los sacos y lo colocó
en el suelo frente a su padre dirigiéndose a él una vez m ás:
“Me habíais dado un saco de oro, de oro de Babilonia. Para reem plazarlo, os devuelvo un saco de oro
de Nínive del m ism o peso. Todo el m undo estará de acuerdo en que es un intercam bio justo.
“Me habíais dado una tablilla de arcilla con sabiduría grabada en ella. A cam bio, os doy dos sacos de
oro.
Diciendo esto, tom ó los otros dos sacos de m anos del esclavo y, com o el prim ero, los colocó delante
de su padre.
“Esto es para dem ostraron, padre, que considero m ucho m ás valiosa vuestra sabiduría que vuestro
oro. Pero ¿quién puede m edir en sacos de oro el valor de la sabiduría? Sin sabiduría, aquellos que
poseen oro lo pierden rápidam ente, pero gracias a la sabiduría, aquellos que no tienen oro pueden
conseguirlo, tal com o dem uestran estos tres sacos.
Es una gran satisfacción para m í, padre, poder estar frente a vos y deciros que gracias a vuestra
sabiduría he podido llegar a ser rico y respetado por los hom bres.
El padre colocó su m ano sobre la cabeza de Nom asir con gran afecto.
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“Has aprendido bien la lección y, verdaderam ente, soy m uy afortunado de tener un hijo al que
confiar m i riqueza.”
Term inado el relato, Kalabab perm aneció callado, observando a sus oyentes con aire crítico.
-¿Qué pensáis de la historia de Nom asir? -continuó-. ¿Quién de entre vosotros puede acudir a su
padre o a su suegro y dar cuenta de la buena adm inistración de sus ingresos?
¿Qué pensarían esos venerables hom bres si les dijerais: He viajado y aprendido m ucho, he trabajado
m ucho y he ganado m ucho pero, ¡ay!, tengo poco oro. He gastado parte de él con sabiduría, otra
parte alocadam ente y tam bién he perdido otra por im prudencia?
¿Todavía creéis que la suerte es la responsable de que algunos hom bres posean m ucho oro y de que
otros no tengan? En ese caso, os equivocáis.
Los hom bres tienen m ucho oro cuando conocen las Finco leyes del oro y las respetan.
Gracias al hecho de haber aprendido las cinco leyes en m i juventud y de haberlas seguido, m e he
convertido en un m ercader rico. No he hecho fortuna por una extraña m agia.
La riqueza que se adquiere rápidam ente tam bién desaparece rápidam ente.
La riqueza que perm anece para proporcionar alegría y satisfacción a su poseedor aum enta de form a
gradual horque es una criatura nacida del conocim iento y de la determ inación.
Adquirir bienes constituye una carga sin im portancia para el hom bre prudente. Transportar la carga
año tras año con inteligencia perm ite llegar al objetivo final.
A aquellos que respetan las cinco leyes del oro, se les ofrece una rica recom pensa.
Cada una de las cinco leyes es rica en significado y, si no habéis com prendido su sentido durante m i
relato, voy a repetíroslas ahora. Me las sé de m em oria porque, siendo joven, pude constatar su valor
y no m e hubiera sentido satisfecho m ientras no las hubiera m em orizado.
La p rim e ra le y d e l o ro
El oro acude fácilm ente, en cantidades siem pre m ás im portantes, al hom bre que reserva no m enos
de una décim a parte de sus ganancias para crear un bien en previsión de su futuro y del de su
fam ilia.
El hom bre que sólo reserva la décim a parte de sus ganancias de form a regular y la invierte con
sabiduría seguram ente creará una inversión valiosa que le procurará unos ingresos para el futuro y
una m ayor seguridad para su fam ilia si llegara el caso de que los dioses le volvieran a llam ar hacia el
m undo de la oscuridad. Esta ley dice que el oro siem pre acude librem ente a un hom bre así. Yo puedo
confirm arlo basándom e en m i propia vida. Cuanto m ás oro acum ulo, m ás oro acude a m í
rápidam ente y en cantidades crecientes. El oro que ahorro proporciona m ás, igual que lo hará el
vuestro, y estas ganancias proporcionan otras ganancias; así funciona la prim era ley.
La s e gu n d a le y d e l o ro
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El oro trabaja con diligencia y de form a rentable para el poseedor sabio que le encuentra un uso
provechoso, m ultiplicándose incluso com o los rebaños en los cam pos.
Verdaderam ente, el oro es un trabajador voluntarioso. Siem pre está im paciente por m ultiplicarse
cuando se presenta la oportunidad. A todos los hom bres que tienen un tesoro de oro reservado, se
les presenta una oportunidad, perm itiéndoles aprovecharla. Con los años, el oro se m ultiplica de
m anera sorprendente.
La te rce ra le y d e l o ro
El oro perm anece bajo la protección del poseedor prudente que lo invierte según los consejos de
hom bres sabios.
El oro se aferra al poseedor prudente, aunque se trate de un poseedor despreocupado. El hom bre
que busca la opinión de hom bres sabios en la form a de negociar con oro aprende rápidam ente a no
arriesgar su tesoro y a preservarlo y verlo aum entar con satisfacción.
La cu arta le y d e l o ro
El oro escapa al hom bre que invierte sin fin alguno en em presas que no le son fam iliares o que no
son aprobadas por aquellos que conocen la form a de utilizar el oro.
Para el hom bre que tiene oro pero que no tiene experiencia en los negocios, m uchas inversiones
parecen provechosas. A m enudo, estas inversiones com portan un riesgo, y los hom bres sabios que
las estudian dem uestran rápidam ente que son m uy poco rentables. Así pues, el poseedor de oro
inexperto que se fía de su propio juicio y que invierte en una em presa con la que no está
fam iliarizado descubre a m enudo que su juicio es incorrecto y paga su inexperiencia con parte de su
tesoro. Sabio es aquel que invierte sus tesoros según los consejos de hom bres expertos en el arte de
adm inistrar el oro.
La qu in ta le y d e l o ro
El oro huyó del hom bre que lo fuerza en ganancias im posibles, que sigue el seductor consejo de
defraudadores y estafadores o que se fía de su propia inexperiencia y de sus rom ánticas intenciones
de inversión.
El nuevo poseedor de oro siem pre se encontrará con proposiciones extravagantes que son tan
em ocionantes com o la aventura. Éstas dan la im presión de proporcionar unos poderes m ágicos a su
tesoro que lo hacen capaz de conseguir ganancias im posibles. Pero, verdaderam ente, desconfiad; los
hom bres sabios conocen bien las tram pas que se esconden detrás de cada plan que pretende
enriquecer de form a repentina.
Recordad a los hom bres ricos de Nínive que no se arriesgaban a perder su capital ni a estancarlo en
inversiones no rentables.
Aquí term ina m i historia de las cinco leyes del oro. Al contárosla, os he revelado los secretos de m i
propio éxito.
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Sin em bargo, no se trata de secretos, sino de grandes verdades que todos los hom bres deben
aprender prim ero y seguir después si desean escapar de la m ultitud que, com o los perros salvajes, se
preocupa todos los días por su ración de pan.
Mañana entrarem os en Babilonia. ¡Observad con atención! ¡Mirad la llam a eterna que arde en lo alto
del Tem plo de Bel! Ya vem os la ciudad dorada. Mañana, cada uno de vosotros tendrá oro, el oro que
tanto os habéis ganado con vuestros fieles servicios.
Dentro de diez años contando desde esta noche, ¿qué podréis decir de este oro?
Entre vosotros hay hom bres que, com o Nom asir, utilizarán una parte de su oro para com enzar a
acum ular bienes y, por consiguiente, guiados por la sabiduría de Arkad, dentro de diez años, no cabe
la m enor duda, serán ricos y respetados por los hom bres, com o el hijo de Arkad.
Nuestros actos sabios nos acom pañan a lo largo de toda la vida para servirnos y ayudarnos. Del
m ism o m odo, seguram ente, nuestros actos im prudentes nos persiguen para atorm entarnos.
Desgraciadam ente, no se pueden olvidar. Los prim eros de los torm entos que nos persiguen son los
recuerdos de cosas que tendríam os que haber hecho, oportunidades que se nos presentaron pero que
no aprovecham os.
Los tesoros de Babilonia son tan im portantes que ningún hom bre es capaz de calcular su valor en
piezas de oro. Todos los años adquieren m ayor valor. Com o los tesoros de todos los países,
constituyen una recom pensa, la rica recom pensa que espera a los hom bres resueltos, decididos a
conseguir la parte que m erecen.
La fuerza de vuestros propios deseos contiene un poder m ágico. Guiad este poder gracias al
conocim iento de las cinco leyes del oro y tendréis vuestra parte de los tesoros de Babilonia.
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6 . El p re s tam is ta d e o ro d e Babilo n ia
¡Cincuenta m onedas de oro! El fabricante de lanzas de la vieja Babilonia nunca había llevado tanto
oro en su bolsa de cuero. Volvía feliz cam inando a grandes zancadas por el cam ino real del palacio.
El oro tintineaba alegrem ente en la bolsa que colgaba de su cinturón y se m ovía con un suave vaivén
cada vez que daba un paso, era la m úsica m ás dulce que jam ás hubiera oído.
¡Cincuenta m onedas de oro! Le costaba creer en su buena suerte. ¡Cuánto poder había en esas piezas
que tintineaban! Podrían procurarle todo lo que quisiera: una casa enorm e, tierras, un rebaño,
cam ellos, caballos, carros, todo lo que deseara.
¿Qué haría con ellas? Aquella noche, m ientras tom aba una calle transversal y apresuraba su paso
hacia la casa de su herm ana, no podía pensar en otra cosa m ás que en esas pesadas y brillantes
m onedas que ahora le pertenecían.
Unos días m ás tarde, al ponerse el sol, Rodan entró perplejo en la tienda de Maton, prestam ista de
oro y m ercader de joyas y de telas exóticas. Sin fijarse en los atractivos artículos que estaban
ingeniosam ente dispuestos a am bos lados, cruzó la tienda y se dirigió a las habitaciones de la parte
posterior. Encontró al hom bre que buscaba, Maton, tendido en una alfom bra y saboreando la
com ida que le había servido su esclavo negro.
-Me gustaría pediros consejo porque no sé qué hacer.
Rodan estaba de pie con las piernas abiertas y por debajo de la chaqueta de cuero entreabierta se
adivinaba su pecho velludo.
La figura delgada y pálida de Maton le sonrió y le saludó con afabilidad.
-¿Qué necedades habrás com etido para venir a pedir los favores del prestam ista de oro? ¿Has tenido
m ala suerte en el juego? ¿Acaso alguna m ujer te ha desplum ado hábilm ente? Desde que te conozco,
nunca has solicitado m i ayuda para resolver tus problem as.
No, no, nada de eso. No busco oro. He venido porque espero que puedas darm e un sabio consejo.
-¡Escuchad, escuchad lo que dice este hom bre! Nadie viene a ver al prestam ista de oro para que le dé
un consejo. Mis oídos m e están jugando una m ala pasada.
-Oyen correctam ente.
-¿Cóm o es posible? Rodan, el fabricante de lanzas, es m ás astuto que nadie. Por eso visita a Maton,
no para pedirle que le preste oro, sino para pedirle consejo.
Hay m uchos hom bres que vienen a pedirm e oro para pagar sus caprichos pero no quieren que los
aconseje. Pero, ¿quién m ejor que el prestam ista para aconsejar a los m uchos hom bres que acuden a
él?
Com erás conm igo, Rodan -continuó diciendo-. Esta noche, tú serás m i invitado. ¡Ando! ordenó a su
esclavo negro, extiende una alfom bra para m i am igo Rodan, el fabricante de lanzas, que ha venido
para que le aconseje. Será m i invitado de honor. Tráele m ucha com ida y el m ejor vino para que se
com plazca en beber.
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Ahora, dim e qué es lo que te preocupa.
-Se trata del regalo del rey.
-¿El regalo del rey? ¿El rey te ha hecho un regalo que te causa problem as? ¿Qué clase de regalo?
-Me dio cincuenta m onedas de oro porque le gustó m ucho el diseño de las nuevas lanzas de la
guardia real y ahora estoy m uy apurado.
A cualquier hora del día m e siento acosado por personas que querrían com partirlas conm igo.
-Es natural, hay m uchos hom bres que querrían tener m ás oro del que tienen y, que aquellos que lo
obtienen fácilm ente lo com partieran con ellos. Pero, ¿no puedes decirles que no? ¿No eres lo
bastante fuerte com o para defenderte?
-Hay m uchos días que puedo decir que no pero otras veces es m ás fácil decir que sí. ¿Puede alguien
negarse a com partir este dinero con su herm ana a la que se siente m uy ligado?
-Seguram ente tu herm ana no querrá privarte de la alegría de tu recom pensa.
-Pero es por am or a su m arido Aram an, a quien ella desea ver convertido en un rico m ercader.
Cree que nunca ha tenido suerte y quiere que le preste el oro para que pueda convertirse en un
próspero m ercader y después devolverm e el dinero con los beneficios.
-Am igo m ío prosiguió Maton-. Este asunto que quieres discutir es m uy interesante. El oro otorga a
quien lo posee una gran responsabilidad y cam bia su posición Social frente a los com pañeros.
Despierta el tem or a perderlo o a ser engañado. Produce una sensación de poder y perm ite hacer el
bien. Pero, en otras ocasiones, las buenas intenciones pueden causar problem as.
¿Has oído hablar alguna vez del granjero de Nínive que era capaz de entender el lenguaje de los
anim ales? No es el tipo de fábula que a los hom bres les gusta contar en casa del herrero. Te la voy a
contar para que aprendas que en el hecho de tom ar prestado o de prestar, hay algo m ás que el paso
del oro de una m ano a otra.
El granjero, que entendía lo que decían los anim ales entre ellos, todas las noches se paraba sólo para
escuchar lo que hablaban. Una noche oyó al buey quejarse al asno de la dureza de su destino:
Arrastro el arado desde la m añana hasta la noche. Poco im porta que haga calor, que esté cansado o
que la yunta m e irrite el cuello, igualm ente tengo que trabajar. En cam bio, tú eres una criatura hecha
para el ocio. Decorado con una m anta de colores, no tienes otra cosa que hacer que llevar a nuestro
am o adonde desee ir. Cuando no va a ninguna parte, descansas y paces durante todo el día.
El asno, a pesar de sus peligrosos cascos, era de naturaleza buena y sim patizaba con el buey. Am igo
m ío, respondió, trabajas m ucho y m e gustaría aliviar tu suerte. Así que, voy a contarte cóm o puedes
tener un día de descanso. Por la m añana, cuando venga a buscarte el esclavo para la labranza,
tiéndete en el suelo y em pieza a m ugir sin cesar para que diga que estás enferm o y---que no puedes
trabajar.
Entonces, el buey siguió el consejo del asno y a la m añana siguiente, el esclavo se dirigió a la granja y
le dijo al granjero que el buey estaba enferm o y que no podía arrastrar el arado.
“En este caso, dijo el granjero, unce al asno pues igualm ente hay que labrar la tierra.”
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Durante todo el día, el asno que solam ente había querido ayudar a su am igo, se vio forzado a hacer el
trabajo del buey. Por la noche, cuando lo desengancharon del arado, tenía el corazón afligido, las
piernas cansadas y le dolía el cuello porque la yunta se lo había irritado.
El granjero se acercó al corral para escuchar.
El buey em pezó prim ero. “Eres un buen am igo. Gracias a tu sabio consejo, he disfrutado de un día de
descanso.”
“En cam bio yo, replicó el asno, soy un corazón com pasivo que em pieza por ayudar a un am igo y
term ina por hacer su trabajo. A partir de ahora, tú arrastrarás tu propio arado porque he oído que el
am o decía al esclavo que fuera a buscar al carnicero si todavía seguías enferm o. Espero que lo haga
porque eres un com pañero perezoso.”
Nunca m ás se hablaron. Allí term inó su am istad.
Rodar, ¿puedes explicarm e la m oraleja de esta fábula?
-Es una buena fábula -respondió Rodar-, pero yo no veo la m oraleja.
No pensaba que fueras a descubrirla. Pero hay una y m uy sim ple: si quieres ayudar a tu am igo, hazlo
de form a que luego no recaigan sobre ti sus responsabilidades.
No se m e había ocurrido eso. Es una m oraleja m uy sabia. No deseo cargar con las responsabilidades
de m i herm ana y de su m arido. Pero dim e, tú que prestas dinero a tanta gente: ¿acaso los que te
piden dinero prestado no te lo devuelven?
-Maton sonrió con el gesto que perm ite la experiencia. ¿Acaso sería un buen préstam o si no m e lo
devolvieran? ¿No crees que e1 prestam ista tiene que ser lo suficientem ente listo com o para juzgar
con precaución si el oro que presta será de utilidad para el que lo pide prestado y después le será
devuelto, o si el oro se desperdiciará inútilm ente y dejará al que lo ha pedido abrum ado por una
deuda que nunca podrá devolver?
Voy a enseñarte las m onedas que tengo en m i cofre y voy a dejar que te cuenten algunas historias.
Llevó a la habitación un cofre tan largo com o su brazo, cubierto con piel de cerdo roja y adornado
con figuritas de bronce. Lo depositó en el suelo y se agachó delante de él, con las dos m anos
colocadas encim a de la tapa.
-Exijo una garantía de cada persona a quien presto dinero y la dejo en el cofre hasta que m e
devuelven el dinero. Cuando lo hacen, se la devuelvo pero si no lo hacen, este depósito m e recordará
siem pre a aquél que m e ha traicionado.
El cofre m e dem uestra que lo m ás seguro es prestar dinero a aquellos cuyas posesiones tienen m ás
valor que el oro que desean que les preste. Tienen tierras, joyas, cam ellos u otros objetos que se
pueden vender com o pago del préstam o. Algunas de las prendas que m e dan tienen m ás valor que el
préstam o. Con otras, prom eten entregarm e una parte de sus propiedades com o pago si no lo
devuelven. Gracias a esta clase de préstam os, m e aseguro de que m e devolverán el oro con intereses
ya -que el préstam o se basa en el valor de las propiedades.
Hay otra categoría de personas que piden dinero prestado: los que pueden ganar dinero. Son com o
tú, trabajan o sirven y se les paga. Cuentan con unos ingresos, son honestos y no tienen m ala suerte.
Sé que ellos tam bién pueden devolver el oro que les presto y los intereses a los que tengo derecho.
Estos préstam os se basan en el esfuerzo hum ano.
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Los otros son los que no poseen propiedades ni tam poco ganan dinero. La vida es dura y siem pre
habrá gente que no podrá adaptarse. Mi cofre podría reprocharm e m ás tarde que les prestara dinero
aunque sea m enos que un céntim o, a m enos que buenos am igos del que m e ha pedido el dinero m e
garantizaran su devolución.
Maton soltó el cerrojo y abrió la tapa. Rodan se acercó a m irar con curiosidad.
Había un collar de bronce encim a de una tela de color escarlata. Maton tom ó la joya y la acarició con
cariño.
-Esta prenda siem pre estará en m i cofre porque su propietario está m uerto. La conservo
cuidadosam ente y m e acuerdo m ucho de él porque era un buen am igo. Hicim os m uy buenos
negocios juntos hasta que trajo a una m ujer del Este, que no se parecía en nada a nuestras m ujeres,
con la que se casó. Una criatura deslum brante. Malgastó todo su oro para colm ar todos los deseos de
ella. Cuando ya no le quedaba m ás oro, acudió a m í, angustiado. Le aconsejé. Le dije que le ayudaría
una vez m ás a dirigir sus negocios. J uró por el signo del Gran Toro que retom aría las riendas de sus
asuntos. Pero eso no ocurrió.
Durante una pelea, aquella m ujer le hundió un cuchillo en el corazón, del m ism o m odo que él le
había desafiado a que hiciera.
-¿Y ella...? -preguntó Rodan.
-Sí, este collar era suyo.
Maton cogió la bella tela color escarlata.
-Presa de am argos rem ordim ientos, se lanzó al Éufrates. Nunca m e devolverán estos dos préstam os.
El cofre te explica, Rodan, que los que piden dinero prestado y son m uy apasionados, constituyen un
gran riesgo para el prestam ista de oro.
Ahora te voy a contar otra historia diferente.
Buscó un anillo esculpido en un hueso de buey.
-Esta joya pertenece a un granjero. Yo com pro las alfom bras que sus m ujeres tejen. Los saltam ontes
devastaron sus cosechas y sus trabajadores no tenían nada que com er. Le ayudé y a la cosecha
siguiente, m e devolvió el dinero. Más tarde volvió a visitarm e y m e dijo que un viajante le había
hablado de unas extrañas cabras que había en unas tierras lejanas. Tenían el pelo tan suave y fino
que sus m ujeres podrían tejer las alfom bras m ás bellas que se hubieran visto jam ás en Babilonia.
Quería poseer ese rebaño pero no tenía dinero. Así que le presté el oro necesario para el viaje y la
com pra de las cabras. Ahora ya tiene su rebaño y el año que viene, voy a sorprender a los am os de
Babilonia con las alfom bras m ás caras que nunca hayan tenido la oportunidad de com prar. Pronto le
devolveré el anillo. Insiste en devolverm e el dinero rápidam ente.
-¿Acaso hay personas que piden dinero prestado que hacen esto? -inquirió Rodan.
-Si m e piden dinero con el fin de ganarlo, lo adivino y acepto prestarlo. Pero si lo hacen para pagarse
sus caprichos, te advierto que seas prudente si quieres recobrar el oro.
-Cuéntam e la historia de esta joya -pidió Rodan m ientras tom aba con sus m anos un brazalete de oro
incrustado de extraordinarias piedras.
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-Te interesan las m ujeres, am igo m ío brom eó Maton.
-Soy bastante m ás joven que tú -replicó Rodan.
-De acuerdo, pero esta vez te im aginas un rom ance donde no lo hay. La propietaria es gorda y está
arrugada y habla tanto para decir tan poco que m e enoja. Antaño tenía m ucho dinero y su hijo y ella
eran buenos clientes pero el tiem po les trajo desgracias. Le hubiera gustado hacer de su hijo un
m ercader. Un día vino a m i casa y m e pidió dinero prestado para que su hijo pudiera asociarse con el
propietario de una caravana que viajaba con sus cam ellos y trocaba en una ciudad lo que com praba
en otra.
El hom bre dem ostró ser un canalla porque dejó al pobre chico en una ciudad lejana sin dinero y sin
am igos, tras abandonarlo m ientras dorm ía. Quizá cuando sea adulto, m e devolverá el dinero. Desde
entonces, no recibo ningún interés por el préstam o, sólo palabras vanas. Pero reconozco que las
joyas valen el préstam o.
-¿Y esta m ujer, te pidió algún consejo sobre este préstam o?
Al contrario, se im aginó que su hijo era un hom bre poderoso y rico de Babilonia. Sugerirle lo
contrario la hubiera enfurecido. Solam ente tuve derecho a una reprim enda. Sabía que corría un
riesgo porque su hijo era inexperto pero com o ella ofrecía la garantía, no pude negarle el préstam o.
-Esto -continuó Maton m ientras agitaba un pedazo de cuerda anudado- pertenece a Nebatur, el
com erciante de cam ellos. Cuando com pra un rebaño que cuesta m ás de lo que él posee, m e trae este
nudo y yo le hago un préstam o según sus necesidades. Es un com erciante m uy listo. Confío en su
juicio y puedo prestarle dinero tranquilam ente. Muchos otros m ercaderes de Babilonia tam bién
gozan de m i confianza porque su conducta es honrada.
Los objetos que m e entregan en depósito entran y salen regularm ente del cofre. Los buenos
m ercaderes form an un activo en nuestra ciudad y para m í, es beneficioso ayudarles a m antener vivo
el com ercio para que Babilonia sea próspera.
Maton tom ó un escarabajo esculpido en una turquesa y lo lanzó desdeñosam ente al suelo.
-Es un insecto de Egipto. A1 joven que posee esta piedra no le im porta dem asiado que algún día yo
recupere el oro. Cuando se lo reclam o, m e responde: ¿cóm o puedo devolverte el dinero si la
desgracia se cierne sobre m í? ¡Tienes a otros!
¿Qué puedo hacer? El objeto pertenece a su padre, un hom bre valeroso pero que no es rico y que
em peñó sus tierras y su rebaño para ayudar a su hijo en sus em presas.
Al principio el joven tuvo éxito y luego em pezó a estar m uy ansioso por enriquecerse.
Por culpa de su inexperiencia, sus tentativas se fueron al traste.
Los jóvenes son am biciosos. Les gustaría conseguir rápidam ente las riquezas y las cosas deseables
que aporta. Para asegurarse una fortuna rápida, piden dinero prestado con im prudencia.
Com o es su prim era experiencia, no pueden com prender que una deuda que no sea devuelta es com o
un agujero profundo al que podem os descender rápidam ente y en el que podem os debatirnos en
vano durante m ucho tiem po. Es un agujero de penas y lam entos donde la luz del sol se ensom brece y
la noche perturba un sueño agitado. Pero no desaconsejo que se preste dinero. Anim o a que se haga.
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Lo recom iendo en el caso de que se haga con una finalidad buena. Yo m ism o tuve m i prim er gran
éxito com o m ercader con dinero que m e habían prestado.
Pero, ¿qué debe hacer un prestam ista en un caso así? El joven ha perdido la esperanza y no hace
nada. Se ha desanim ado. No se esfuerza por devolver el dinero. Y yo no quiero despojar a su padre de
sus tierras y de su ganado.
-Me has contado m uchas historias interesantes pero no has contestado a m i pregunta. ¿Debo o no
debo prestar las cincuenta m onedas de oro a m i herm ana y a su m arido? ¡Tienen tanto valor para
m í!
-Tu herm ana es una m ujer valiente y le tengo m ucha estim a. Si su m arido viniera a verm e para
pedirm e cincuenta m onedas de oro, le preguntaría para qué iba a em plearlas.
Si m e contestara que quiere hacerse m ercader com o yo y tener una tienda de joyas y de m uebles, le
diría: “¿conoces este oficio? ¿sabes dónde se puede com prar barato?”.
¿Acaso podría responder afirm ativam ente a todas estas preguntas?
No, no podría -adm itió Rodan-. Me ayudó m ucho a fabricar lanzas y tam bién ayudó en otras tiendas.
-Entonces, le diría que su objetivo no es sensato. Los m ercaderes tienen que aprender su oficio. Su
am bición, m ás que encom iable, no es lógica y por lo tanto, no le prestaría dinero.
Pero supongam os que dice: “Sí, ayudé m ucho a los m ercaderes. Sé cóm o ir a Esm irna para com prar
a bajo precio las alfom bras que las m ujeres tejen. Adem ás, conozco a los ricos de Babilonia a quien
puedo vender y así obtener grandes beneficios.”
Entonces, le diría: “Tu objetivo es sensato y tu am bición digna. Me alegraré de prestarte las
cincuenta m onedas de oro si m e aseguras que m e las devolverás.”
Pero si dijera: “Lo único que os puedo asegurar es que soy un hom bre de honor y que os devolveré el
dinero.”
Entonces, le respondería que cada m oneda de oro es m uy valiosa para m í. Si los ladrones te quitan el
dinero de cam ino a Esm irna o te arrebatan las alfom bras a la vuelta, no tendrás m edios para
pagarm e y habré perdido m i oro.
Com o ves, Rodan, el oro es la m ercancía del prestam ista. Es fácil prestarlo. Si se presta con
im prudencia, es difícil de recuperar. Una prom esa es un riesgo que un prestam ista prudente
desdeña, y prefiere la garantía de una devolución asegurada.
Es bueno prosiguió- ayudar a los que lo necesitan, ayudar a los que no tienen suerte. Está bien
ayudar a los que em piezan para que prosperen y se conviertan en buenos ciudadanos. Pero la ayuda
debe ser sensata porque si no, igual que el asno de la granja deseoso de ayudar, cargarem os con un
peso que pertenece a otro.
Sigo alejándom e de tu pregunta, Rodan, pero escucha m i respuesta: guarda tus cincuenta m onedas
de oro. Son la justa recom pensa de tu trabajo y nadie puede obligarte a com partirlas, a m enos que lo
desees. Si quisieras prestarlas para que te dieran m ás oro, deberías hacerlo con precaución y en sitios
distintos. No m e gusta ni el oro que duerm e ni tam poco los grandes riesgos.
¿Cuántos años has trabajado com o fabricante de lanzas?
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-Tres años.
-¿Adem ás del regalo del rey, cuánto dinero has ahorrado?
-Tres m onedas de oro.
-¿O sea, que cada año que has trabajado, te has privado de cosas buenas para ahorrar una m oneda
de tus ganancias?
-Así es.
-Entonces, ¿quizás privándote de las cosas buenas podrías ahorrar cincuenta m onedas de oro en
cincuenta años?
-Sería el fruto de toda una vida.
-¿Y crees que tu herm ana arriesgaría los ahorros de tus cincuenta años de trabajo para que su
m arido diera los prim eros pasos com o m ercader?
-No, visto de este m odo, no.
-Entonces, ve a verla y dile: He estado tres años trabajando todos los días de la m añana a la noche,
excepto en los días de ayuno y m e he privado de m uchas cosas que deseaba ardientem ente. Por cada
año de trabajo y de abnegación, he conseguido una m oneda de oro. Eres m i herm ana predilecta y
deseo que tu m arido em prenda un negocio donde pueda prosperar m ucho. Si puede presentarm e un
plan que a m i am igo Maton le parezca sensato y realizable, entonces le prestaré gustosam ente m is
ahorros de un año entero para que tenga la oportunidad de dem ostrar que puede tener éxito.
Haz lo que te digo y si tiene talento para triunfar, tendrá que dem ostrarlo. Si falla, no te deberá m ás
que lo que espera devolverte algún día.
Soy prestam ista de oro porque tengo m ás oro del que m e hace falta para com erciar.
Deseo que m i excedente de oro trabaje para los dem ás y así m e aporte m ás oro. No m e quiero
arriesgar a perder m i oro porque he trabajado m ucho y m e he privado de m uchas cosas para
ahorrarlo. Así que no voy a prestarlo a quien no m erezca m i confianza y m e asegure que m e será
devuelto. Tam poco lo prestaré si no estoy convencido que los intereses de este préstam o m e serán
devueltos rápidam ente.
Te he contado, Rodan, algunos secretos de m i cofre. Estos' ~ secretos te han revelado las debilidades
de los hom bres y su ansiedad por pedir dinero prestado aunque no siem pre tengan los m edios
seguros para devolverlo.
Con estos ejem plos, te darás cuenta de que a m enudo, la gran esperanza de estos hom bres sería
adquirir grandes ganancias si tuvieran dinero y que sim plem ente se trata de falsas esperanzas
porque no tienen ni la habilidad ni la experiencia necesarias para realizarlas.
Ahora tú, Rodan, posees el oro que podría producirte m ás oro. Estás m uy cerca de convertirte, com o
yo, en un prestam ista de oro. Si conservas tu tesoro, te aportará generosos intereses; será una fuente
abundante de placeres y será provechoso para el resto de tus días. Pero, si lo dejas escapar, será una
fuente tan constante de penas y lam entos que nunca lo olvidarás.
¿Qué es lo que m ás deseas para el oro que contiene tu bolsa de cuero?
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-Guardarlo en un lugar seguro.
Has hablado con sensatez -respondió Maton en tono de aprobación. Tu prim er deseo es la seguridad.
¿Crees que bajo la custodia de tu cuñado estará seguro y al abrigo de cualquier pérdida?
-Me tem o que no porque no es prudente en su form a de guardar el oro.
-Entonces, no te dejes influir por los estúpidos sentim ientos hacia cualquier persona que te llevan a
confiar tu tesoro. Si quieres ayudar a tu fam ilia o a tus am igos, encuentra otros m edios que no sean
arriesgarte a perder tu tesoro. No te olvides de que el oro escapa inesperadam ente a los que no saben
guardarlo. Ya sea por extravagancia
o dejando que los otros lo pierdan por ti. Después de la seguridad, ¿qué es lo que m ás deseas para tu
tesoro? -Que m e produzca m ás oro. -Vuelves a hablar con sensatez. Tu oro tiene que darte ganancias
y aum entar. El dinero que se presta
sabiam ente puede incluso duplicarse antes de que te hagas viejo. Si te arriesgas a perder tu dinero,
tam bién te arriesgas a perder todo lo que te pueda reportar.
Así que no te dejes influir por los planes fantásticos de hom bres im prudentes que piensan que saben
la form a de hacer que tu oro produzca extraordinarias ganancias. Son planes forjados por soñadores
inexpertos que no conocen las leyes seguras y fiables del com ercio. Sé conservador en cuanto a las
ganancias que el oro pueda producirte y en cuanto a lo que puedes ganar y así saca partido de tu
tesoro. Invertir el oro contra una prom esa de ganancias usureras es ir a perderlo.
Intenta asociarte con hom bres hábiles y em prender negocios cuyo éxito esté asegurado para que tu
tesoro salga ganando y esté en lugar seguro gracias a vuestra astucia y experiencia.
De este m odo, evitarás las desgracias que acom pañan a la m ayoría de los hijos de los hom bres a
quienes Dios confía el oro.
Cuando Rodan quiso agradecerle su sabio consejo, éste no le escuchó y dijo: El regalo del rey te
procurará m ucha sabiduría. Si guardas las cincuenta m onedas de oro, tendrás que ser discreto.
Tendrás tentaciones de invertir en m uchos proyectos. Te darán m uchos consejos. Tendrás m uchas
oportunidades de obtener grandes beneficios. Antes de prestar ninguna m oneda de oro, tienes que
asegurarte de que te será devuelta. Si quieres m ás consejos, vuelve a visitarm e. Te los daré
gustosam ente.
Antes de irte, lee lo que grabé en la tapa del cofre. Se puede aplicar tanto al prestam ista com o al que
pide el dinero prestado.
Vale m ás prevenir que curar
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7. Las m u rallas d e Babilo n ia
El viejo Banzar, guerrero feroz en otros tiem pos, hacia guardia en la pasarela que llevaba a la parte
m ás alta de las m urallas de Babilonia. A lo lejos, valerosos soldados defendían el acceso a las
m urallas. La supervivencia de la gran ciudad y de sus centenares de m iles de habitantes dependía de
ellos.
De m ás allá de las m urallas llegaban el fragor de los ejércitos que com batían, los gritos de los
hom bres, los cascos de m iles de caballos, el en sordecedor ruido de los arietes que golpeaban las
puertas de bronce.
Los lanceros estaban en alerta continua, preparados para im pedir la entrada en la ciudad en el caso
de que las puertas cedieran. No eran num erosos, los ejércitos principales estaban lejos, hacia el Este,
acom pañando al rey, que dirigía una cam paña contra los elam itas. No habían previsto que pudieran
ser atacados durante esta ausencia y las fuerzas defensoras eran escasas. Cuando nadie se lo
esperaba, los grandes ejércitos asirios llegaron del Norte. Las m urallas deberían soportar el ataque,
si no, sería el fin de Babilonia.
Alrededor de Banzar se agrupaban num erosos ciudadanos con expresión espantada que se
inform aban ansiosam ente sobre la evolución de los com bates. Miraban aterrorizados la hilera de
soldados m uertos o heridos que eran transportados o que bajaban de la pasarela.
El asalto estaba llegando al m om ento crucial, tras haber rodeado la ciudad durante tres días, el
enem igo había concentrado sus fuerzas en aquella parte de la m uralla y en aquella puerta.
Las defensas, situadas en la parte superior de la m uralla, m antenían a raya a los adversarios que
intentaban escalar las paredes de la m uralla m ediante plataform as o escaleras echándoles aceite
hirviendo o tirando lanzas a los que conseguían llegar hasta lo m ás alto.
Los enem igos respondían disponiendo una línea de arqueros que proyectaban una lluvia de flechas
contra los babilonios.
El viejo Banzar ocupaba un puesto elevado desde el que podía ver m uy bien todo lo que pasaba, se
encontraba m uy cerca del centro de los com bates y era el prim ero en percibir los ataques frenéticos
del enem igo.
Un com erciante de edad avanzada se le acercó.
Decidm e, por favor, no podrán entrar, ¿verdad? juntando las dos m anos le suplicó-. Mis hijos están
acom pañando a nuestro buen rey, no hay nadie para proteger a m i anciana esposa. Robarán todos
nuestro bienes, tom arán todas nuestras reservas. Nosotros ya som os viejos, dem asiado para poder
servir com o esclavos, nos m orárem os de ham bre. Perecerem os. Decidm e que no podrán entrar en la
ciudad.
-Cálm ate, buen com erciante -respondió el guardia -. Las m urallas de Babilonia son sólidas. Vuelve al
bazar y di a tu m ujer que las m urallas os protegerán a vosotros y a vuestros bienes tanto com o a los
ricos tesoros del rey. Perm anece cerca de la m uralla para que no te alcance una flecha.
Una m ujer con un bebé en brazos ocupó el lugar del hom bre que se retiraba.
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-Sargento, ¿Qué noticias hay del com bate? Decidm e la verdad para que pueda tranquilizar a m i
pobre m arido. Está en cam a con una gran fiebre producida por sus terribles heridas. Pero insiste en
protegerm e con su arm adura y su lanza, porque estoy encinta. Dice que la venganza del enem igo
sería terrible en el caso de que entrara.
-Tienes buen corazón porque eres m adre, y lo volverás a ser. Las m urallas de Babilonia te protegerán
a ti y a tus hijos. Son altas y sólidas, ¿no oyes los gritos de nuestros valientes defensores que tiran
calderos de aceite hirviendo a los que intentan escalar los m uros?
-Sí, y tam bién oigo el bram ido de los arietes que chocan contra nuestras puertas.
-Vuelve con tu m arido, dile que las puertas son fuertes y resistirán el em bate de los arietes. Dile
tam bién que a los que escalan las m urallas les espera una lanza. Ve con cuidado y date prisa en llegar
a los edificios, donde estarás m ás segura.
Banzar se apartó para dejar vía libre a los refuerzos arm ados, cuando pasaban m uy cerca de él con su
pesada m archa y los escudos de bronce que tintin eaban, una niña estiró del cinturón a Banzar.
-Decidm e por favor, soldado, ¿estam os seguros? preguntó-. Oigo ruidos terribles, veo hom bres que
sangran
¡Tengo tanto m iedo! ¿Qué será de nuestra fam ilia, m i m adre, m i herm anito y el bebé?
El viejo m ilitar tuvo que cerrar los ojos y levantar la barbilla m ientras alzaba a la niña.
-No tengas m iedo, pequeña -le dijo-. Las m urallas de Babilonia os protegerán a ti, a tu m adre, a tu
herm anito y al bebé. La buena reina Sem iram is hace cien años las hizo construir para proteger a
gente com o tú. Vuelve y di a tu m adre, a tu herm anito y al bebé que las m urallas de Babilonia los
protegerán y que no tienen de qué tener m iedo.
Todos los días, el viejo Banzar perm anecía en su puesto y observaba cóm o los recién llegados subían
a la pasarela y com batían hasta que, heridos o m uertos, los habían de bajar. A su alrededor, una
m uchedum bre de ciudadanos atem orizados y ansiosos quería saber si las m urallas aguantarían. El
daba a todos la m ism a respuesta con la dignidad del viejo soldado: Las m urallas de Babilonia os
protegerán.
Durante tres sem anas y cinco días continuó el ataque con renovada violencia. Cada día la m andíbula
de Banzar se crispaba m ás y m ás, pues el paso, lleno de sangre de los num erosos heridos, se había
convertido en un lodazal por el flujo incesante de hom bres que subían y bajaban tam baleantes.
Todos los días, los atacantes m asacrados se am ontonaban en pilas ante las m uralla; todas las noches,
sus cam aradas los transportaban y enterraban.
La quinta noche de la últim a sem ana el clam or dism inuyó. Los prim eros rayos de sol ilum inaron la
llanura, cubierta de grandes nubes de polvo que levantaban los ejércitos en retirada. Un inm enso
grito se alzó entre los defensores. No había duda sobre lo que quería decir. Fue repetido por las
tropas que esperaban detrás de las m urallas, por los ciudadanos en las calles, barrió la ciudad con la
violencia de una tem pestad.
La gente salió precipitadam ente de las casas, una m uchedum bre delirante llenó las calles, los
sentim ientos de m iedo reprim idos durante sem anas se transform aron en un grito de alegría salvaje.
De lo alto de la gran torre de Bel salieron las llam as de la victoria, una colum na de hum o azul se alzó
en el cielo para llevar bien lejos su m ensaje.
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Una vez m ás, las m urallas de Babilonia habían repelido a un enem igo poderoso y feroz, dispuesto a
saquear sus ricos tesoros y a dom inar a sus ciudadanos y reducirlos a la esclavitud.
La ciudad de Babilonia sobrevivió varios siglos porque estaba com pletam ente protegida. De otro
m odo, no lo habría conseguido.
Las m urallas de Babilonia ilustran bien las necesidades del hom bre y su deseo de estar protegido.
Este deseo es inherente a la raza hum ana, hoy en día es tan fuerte com o en la antigüedad, pero
nosotros hem os im aginado planes m ás am plios y m ejores para llegar a este fin.
Hoy en día, apostados tras los m uros inexpugnables de los seguros, de las cuentas bancarias y de las
inversiones fiables, podem os protegernos de las tragedias inesperadas que pueden surgir en
cualquier m om ento.
No podem os perm itirnos vivir sin estar protegidos de m anera adecuada.
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8 . El tratan te d e cam e llo s d e Babilo n ia
Cuanto m ás nos atenaza el ham bre, m ás activo se vuelve nuestro cerebro y m ás sensibles nos
volvem os al olor de los alim entos.
Tarkad, el hijo de Azore, ciertam ente pensaba así. Tan sólo había com ido dos pequeños higos de una
ram a que salía m ás allá del m uro de un jardín , y no había podido coger m ás antes de que una
enfadada m ujer apareciera y lo echara. Sus gritos agudos aún resonaban en sus oídos cuando
atravesaba la plaza del m ercado. Esos ruidos horribles le ayudaron a tener quietos los dedos,
tentados siem pre de coger alguna fruta de las cestas de las m ujeres del m ercado.
Nunca hasta entonces se había dado cuenta de la gran cantidad de com ida que llegaba al m ercado de
Babilonia y qué bien olía. Tras dejar el m ercado, atravesó la plaza en dirección a la posada, ante la
que se paseó arriba y abajo. Tal vez encontrara a alguien que le pudiera dejar una m oneda de cobre
con la que podría pedir una copiosa com ida y arrancar así un sonrisa al austero dueño de la posada.
Si no tenía esa m oneda, sabía m uy bien que no sería bienvenido.
Distraído com o estaba, se encontró sin esperarlo, cara a cara con el hom bre al que m ás deseaba
evitar, Dabasir, el tratante de cam ellos de largo y huesudo cuerpo. De todos los am igos o conocidos a
los que había pedido pequeñas sum as de dinero, Dabasir era el que lo hacía sentirse m ás m olesto
pues no había cum plido la prom esa de reem bolsarle rápidam ente lo debido.
El rostro de Dabasir se ilum inó al ver a Tarkad
-Ajá, Tarkad, justo a quien buscaba, tal vez pueda devolverm e las dos m onedas de cobre que le dejé
hace una luna, y tam bién la de plata que le había dejado anteriorm ente. ¡Qué suerte! Hoy m ism o
podré usar esas m onedas. ¿Qué m e dices eso, m uchacho?
Tarkad em pezó a balbucear y enrojeció. Su estóm ago vacío no le ayudaba a tener la cara dura de
discutir con Dabasir.
-Lo siento, lo siento m ucho m urm uró débilm ente-, pero hoy no tengo las dos m onedas de cobre ni la
de plata que te debo.
-Pues encuéntralas -insistió Dabasir-. Seguro que puedes encontrar un par de m onedas de cobre y
una de plata para pagar la generosidad de un viejo am igo de tu padre que te ha ayudado cuando te
hacía falta.
No te puedo pagar por culpa de la m ala suerte.
-¿La m ala suerte? ¿Culparás a los dioses de tu propia debilidad? La m ala suerte persigue a los
hom bres que piensan m ás en pedir que en dejar. Muchacho, ven conm igo m ientras com o, tengo
ham bre y te quiero contar una historia.
Tarkad retrocedió ante la brutal franqueza de Dabasir, pero al m enos era una invitación para entrar
en un sitio donde se com ía.
Dabasir lo em pujó hasta un rincón de la sala donde se sentaron sobre unas pequeñas alfom bras.
Cuando Kauskor el propietario apareció sonriente, Dabasir se dirigió a él con su habitual gran
fam iliaridad:
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-Lagarto del desierto, tráem e una pierna de cabra m uy hecha y con m ucha salsa, pan y m uchas
verduras, que tengo m ucha ham bre y necesito m uch a com ida. No olvides a m i am igo, tráele una
jarra de agua, y que sea fresca, pues el día es caluroso.
El corazón de Tarkas parecía desfallecer. Se tenía que sentar allí a beber agua y ver cóm o aquel
hom bre devoraba una pierna entera de cabra. No decía nada. No se le ocurría nada que decir.
En cam bio Dabasir no sabía lo que era el silencio. Sonriendo y saludando con la m ano a todos los
dem ás clientes, a los cuales conocía, continuó.
-He oído decir a un viajero que acaba de llegar de Urfa que un hom bre rico de allí posee una piedra
tan fina que se puede ver a su través. La coloca en las ventanas de su casa para im pedir que la lluvia
entre. Por lo que m e ha dicho el viajero, es am arilla y le perm itieron m irar a través de ella de m odo
que el m undo exterior le pareció extraño y diferente de lo que es en realidad. ¿Tú que piensas,
Tarkad? ¿Crees que un hom bre puede ver el m undo de un color diferente del que tiene en realidad?
No sabría decirlo -respondió el joven m ucho m ás interesado por la pierna de cabra que estaba
delante de Dabasir.
-Pues yo sé que es cierto, ya que he visto con m is propios ojos el m undo de un color diferente del que
en realidad tiene, y la historia que te contaré relata cóm o llegué a volverlo a ver de nuevo de su
verdadero color.
-Dabasir va a contar una historia -m urm uró alguien de una m esa vecina a su com pañero, y acercó su
alfom bra hacia ellos, los dem ás com ensales cogieron su com ida y se agruparon en un sem icírculo.
Com ían ruidosam ente al oído de Tarkad, lo tocaban con los huesos de la carne, él era el único que no
tenía com ida. Dabasir no le propuso que com partiera con él la pierna de cabra ni le ofreció el trozo
de pan duro que se había caído al suelo.
-La historia que te voy a contar -em pezó Dabasir, haciendo una pausa para poder llevarse a la boca
un buen trozo de carne- relata m i juventud y cóm o llegué a ser tratante de cam ellos. ¿Alguno de
vosotros sabe que yo fui en un tiem po esclavo en Asiría?
Un m urm ullo de sorpresa recorrió el auditorio y Dabasir lo escuchó con satisfacción.
-Cuando era joven continuó Dabasir después de otro goloso ataque a la pierna de cabra-, aprendí el
oficio de m i padre, la fabricación de sillas de m ontar. Trabajé con él en la tienda hasta que m e casé.
Com o era joven e inexperto, ganaba poco, justo lo necesario para cubrir m odestam ente las
necesidades de m i excelente esposa. Estaba ansioso de obtener buenas cosas que no m e podía
perm itir. Rápidam ente m e di cuenta de que los propietarios de las tiendas m e daban crédito aunque
no pudiera pagarles a tiem po.
J oven e inexperto, yo no sabía que el que gasta m ás de lo que gana siem bra los vientos de la inútil
indulgencia y cosecha tem pestades de problem as y hum illaciones. De este m odo sucum bí a los
caprichos y, sin tener el dinero necesario, m e com pré bellas ropas y objetos de lujo para m i esposa y
para nuestra casa.
Fui pagando com o pude, y durante un cierto tiem po todo fue bien. Pero un día descubrí que con lo
que ganaba no tenía suficiente para pagar m is deudas y vivir. Mis acreedores m e em pezaron a
perseguir para que pagara m is extravagantes com pras y m i vida se volvió m iserable. Pedía prestado a
m is am igos, pero tam poco se lo podía devolver; las cosas iban de m al en peor. Mi m ujer volvió con
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su padre y yo decidí irm e de Babilonia a otra ciudad donde un joven pudiera tener m ás
oportunidades.
Durante dos años conocí una vida agitada y sin éxitos, siem pre viajando con las caravanas de los
m ercaderes. Después pasé a un grupo de sim páticos ladrones que recorrían el desierto en busca de
caravanas no arm adas. Tales acciones no eran dignas del hijo de m i padre pero veía el m undo a
través de una piedra coloreada y no m e daba cuenta de hasta qué punto m e había degradado.
Tuvim os éxito en nuestro prim er viaje al capturar un rico cargam ento de oro, seda y m ercancías de
gran valor. Llevam os este botín a Ginir y allí lo derrocham os.
La segunda vez no tuvim os tanta suerte, después de haber efectuado el robo, fuim os atacados por lo
guerreros de un jefe indígena al que pagaban las caravanas para que las protegiera. Mataron a
nuestros dos jefes y los que quedam os fuim os llevados a Dam asco, despojados de nuestras ropas y
vendidos com o esclavos.
Yo fui com prado por dos m onedas de plata por un jefe del desierto sirio, con los cabellos rapados y
vestido solam ente con algunos trozos de tela, no era diferente de los otros esclavos. Com o yo era un
joven despreocupado, pensaba que aquello no era m ás que una aventura hasta que m i am o m e llevó
ante sus cuatro m ujeres y m e dijo que m e tendrían com o eunuco.
Entonces entendí de verdad m i situación. Esos hom bres del desierto eran salvajes y guerreros, yo
estaba sujeto a su voluntad, desprovisto de arm as y sin esperanza de escapar.
Estaba de pie, espantado por las cuatro m ujeres que m e exam inaban. Me preguntaba si podría
esperar alguna com pasión de su parte. Sira, la prim era m ujer, era m ás vieja que las otras y m e
m iraba im pasible. Me aparté de ella sin esperar nada de su parte; la siguiente, de una belleza
despreciativa, m e m iraba con tanta indiferencia com o si fuera un gusano en la tierra. Las dos m ás
jóvenes reían com o si aquello fuese una brom a divertida.
El tiem po que esperé su veredicto m e pareció un siglo, cada una parecía dejar la decisión final a las
dem ás. Finalm ente, Sira habló con una voz gélida.
Tenem os m uchos eunucos, pero sólo unos pocos guardianes de cam ellos, y adem ás no sirven para
nada, hoy m ism o he de ir a ver a m i m adre enferm a y no tengo ningún esclavo en el que pueda
confiar para que se ocupe de m i cam ello. Pregunta a este esclavo si sabe conducir uno.
Entonces m i am o m e preguntó: “¿Qué sabes de cam ellos?” “Luchando por esconder m i entusiasm o,
respondí: “Sé hacer que se arrodillen, los sé cargar, y los sé conducir durante largos viajes sin
cansarm e. Y si es necesario, puedo reparar sus arneses.”
“El esclavo sabe bastante, observó m i am o. Si ese es tu deseo, Sira, haz de este hom bre tu cam ellero.”
Así fui dado a Sira y ese m ism o día la conduje tras un largo viaje en cam ello al lado de su m adre
enferm a. Aproveché la ocasión para agradecerle su intervención y para decirle que no era esclavo de
nacim iento sino hijo de un hom bre libre, un honorable fabricante de sillas de Babilonia. Tam bién le
conté m i historia. Sus com entarios m e desconcertaron, y m ás tarde reflexioné largam ente sobre lo
que m e había dicho.
“¿Com o puedes llam arte a ti m ism o hom bre libre, m e dijo, cuando tu debilidad te ha llevado a esta
situación? Si un hom bre tiene alm a de esclavo, ¿no se convertirá en uno, sin im portar su cuna, del
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m ism o m odo que el agua busca su nivel? Y si alguien tiene alm a de hom bre libre, ¿no se hará
respetar y honrar en su ciudad aunque no lo haya acom pañado la suerte?”
Durante un año fui esclavo y viví con esclavos, pero no podía convertirm e en uno de ellos. Un día
Sira m e preguntó: ¿Por qué te quedas solo en tu tienda por la noche, cuando los otros esclavos se
juntan en agradable com pañía?
A ello respondí: “Pensé en lo que m e dijisteis. Me pregunté si tenía alm a de esclavo. No puedo
unirm e a ellos, por eso m e m antengo al m argen.”
“Yo tam bién m e m antengo al m argen, m e confió. Yo tenía una gran dote, por eso m i señor se casó
conm igo. Pero no m e desea y lo que toda m ujer desea m ás ardientem ente es ser deseada. Por eso, y
com o soy estéril y no tengo hijos, m e he de m antener al m argen. Si yo fuera un hom bre preferiría la
m uerte antes de ser esclavo, pero las leyes de nuestra tribu hacen de las m ujeres esclavas.”
“¿Qué pensáis de m í ahora, que tengo alm a de hom bre libre o de esclavo?”, le pregunté
repentinam ente.
“¿Quieres devolver las deudas que contrajiste en Babilonia?, m e preguntó ella.
“Sí que lo quiero, pero no veo cóm o podría hacerlo.”
“Si dejas que los años pasen sin preocuparte y sin hacer esfuerzo alguno para devolver ese dinero,
entonces tim es alm a de esclavo. No puede ser de otro m odo si un hom bre no se respeta a sí m ism o;
nadie se puede respetar si no paga las deudas que ha contraído.”
“¿Pero que puedo hacer si soy esclavo en Siria?”
“Sé esclavo en Siria ya que eres un ser débil.”
“No soy un ser débil”, repliqué.
“Entonces, pruébalo”
“¿Cóm o?”
“¿Acaso tu rey no com bate a sus enem igos con todas las fuerzas que tiene y de todas las m aneras que
puede? Tus deudas son tus enem igos, te hicieron huir de Babilonia. Dejaste que se acum ularan y se
hicieron dem asiado grandes para ti. Si las hubieras com batido com o un hom bre, las habrías vencido
y hubieras sido una persona honrada por las gentes de tu ciudad. Pero no tuviste valor para hacerlo y
m írate: tu orgullo te ha abandonado y has ido de desgracia en desgracia hasta que has llegado a ser
esclavo en Siria.”
Pensé m ucho en estas desagradables acusaciones y concebí diversas teorías exculpatorias para
probarm e que en m i fuero interno no era un esclavo, pero no tuve oportunidad de utilizarlas. Tres
días m ás tarde, las sirvienta de Sira m e vino a buscar para conducirm e ante m i am a.
“Mi m adre vuelve a estar m uy enferm a, dijo. Unce los dos m ejores cam ellos de m i m arido, átales
odres llenas de agua y carga las alforjas para un largo viaje. La criada te dará la com ida en la tienda
de cocina.” Cargué los cam ellos preguntándom e la razón de tanta com ida que m e daba la criada,
pues la casa de la m adre de m i am a estaba a m enos de una jornada de viaje. La sirvienta m ontó en el
segundo cam ello y yo conduje el de Sira. Cuando llegam os a la casa de su m adre, em pezaba a hacerse
de noche. Sira despidió a la criada y m e dijo: “Dabasir, ¿tienes alm a de hom bre libre o de esclavo?”
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“Alm a de hom bre libre”, respondí.
“Ahora tienes la oportunidad de probarlo. Tu amo ha bebido m ucho y sus hom bres están em botados.
Coge los cam ellos y huye. En ese saco tienes vestidos de tu am o para disfrazarte. Yo diré que has
robado los cam ellos y que has huido m ientras visitaba a m i m adre enferm a.”
“Tenéis alm a de reina, le dije, m e gustaría poder haceros feliz.”
“No espera la felicidad a la m ujer que huye de su m arido para buscarla en tierras lejanas entre
extranjeros. Tom a tu propio cam ino y que te protejan los dioses del desierto, pues la ruta es larga,
sin com ida ni agua!
No tuve necesidad de que m e lo dijeran dos veces; se lo agradecí calurosam ente y m e fui en m edio de
la noche. No conocía aquel extraño país y sólo tenía una pequeña idea de la dirección que había de
seguir para llegar a Babilonia, pero m e adentré valientem ente en el desierto hacia las colinas. Iba
m ontado en un cam ello y aviaba al otro. Viajé durante toda la noche y el día siguiente lleno de
ansiedad, conocedor de la suerte reservada a los esclavos que roban la propiedad de sus am os e
intentan escapar.
Hacia el final de la tarde llegué a un país árido, tan inhabitable com o el desierto. Las agudas piedras
herían las patas de m is fieles cam ellos que lentam ente y con gran esfuerzo elegían la ruta. No
encontré hom bre ni bestia y pude com prender con facilidad por qué evitaban aquella tierra
inhóspita.
A partir de entonces, el viaje fue com o pocos hom bres pueden contar haber tenido. Día tras día,
avanzam os lentam ente.
Ya no teníam os agua ni com ida. El calor del sol era despiadado. A1 final del noveno día, resbalé de
m i m ontura con el sentim iento de que era dem asiado débil para volver a m ontar y que con toda
seguridad m oriría en aquel país deshabitado.
Me tendí en el suelo y dorm í. Sólo m e desperté con las prim eras luces del alba.
Me senté y m iré a m i alrededor, había un nuevo frescor en el aire de la m añana, m is cam ellos
estaban tum bados cerca de allí, ante m í se extendía un vasto país cubierto de rocas y arena. Nada
indicaba que hubiera algo que pudieran beber o com er un hom bre o un cam ello.
-¿Debería enfrentarm e con m i fin en aquella tranquila paz? Mi m ente estaba m ás clara de lo que lo
había estado nunca. Mi cuerpo parecía no tener ya im portancia. Con los labios resecos y sangrantes,
la lengua áspera e inflada, el estóm ago vacío, ya no sentía el m olesto dolor del día antes.
Medía la inm ensidad descorazonadora del desierto y una vez m ás m e pregunté: ¿tengo alm a de
hom bre libre o de esclavo? Y entonces, con la rapidez del rayo com prendí que si tenía alm a de
esclavo m e tum baría en la arena y m oriría, un final digno de un esclavo fugitivo.
Pero que si tenía alm a de hom bre libre, ¿qué sucedería? Debería encontrar el cam ino hacia
Babilonia, devolver el dinero a los que habían confiado en m í, hacer feliz a m i m ujer, que m e am aba
de verdad y llevar la paz y la satisfacción a m is padres.
Tus deudas son tus enem igos y te han hecho huir de Babilonia, había dicho Sira. Sí, era cierto, ¿por
qué no m e había m antenido firm e com o un hom bre? ¿Por qué había perm itido que m i m ujer
volviera con su padre?
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Entonces algo extraño ocurrió. El m undo entero m e pareció ser de un color diferente, com o si hasta
ese m om ento lo hubiera visto a través de una piedra coloreada que de repente hubiera desparecido.
Por fin com prendí cuáles eran los verdaderos valores de la vida.
¡Morir en el desierto! ¡J am ás! Gracias a una nueva visión se m e aparecieron todas las cosas que tenía
que hacer. Prim ero, volvería a Babilonia y daría la cara ante todos con los que había contraído
deudas. Les diría que tras años de errar y de desgracias, había vuelto para pagar m is deudas tan
rápido com o m e lo perm itieran los dioses. Después construiría un hogar para m i m ujer y m e
convertiría en un ciudadano del que m is padres estarían orgullosos.
Mis deudas son m is enem igos, pero los hom bres que m e han prestado dinero son m is am igos, pues
han tenido confianza y han creído en m í.
Me tam baleaba sobre m is piernas debilitadas. ¿Qué significaba el ham bre? ¿Qué significaba la sed?
Sólo eran obstáculos en el cam ino de Babilonia. Surgía en m í el alm a de un hom bre nuevo que iba a
conquistar a sus enem igos y a recom pensar a sus am igos. Me estrem ecí ante la idea del gran
proyecto.
Los vidriosos ojos de los cam ellos se ilum inaron de nuevo al oír m i voz ronca. Se levantaron con gran
esfuerzo, después de varios intentos. Con una conm ovedora perseverancia se dirigieron hacia el
Norte, donde algo m e decía que encontraríam os Babilonia.
Encontram os agua, atravesam os un país fértil donde crecían la hierba y los frutales. Encontram os el
cam ino de Babilonia porque el alm a de un hom bre libre m ira la vida com o una serie de problem as
que resolver, y los resuelve, m ientras que el alm a de un esclavo gim otea: ¿Qué puedo hacer yo, que
sólo soy un esclavo?
¿Y a ti, Tarkad? ¿El estóm ago vacío hace que tu m ente sea m ás clara? ¿Ya has tom ado el cam ino que
lleva hacia el respeto a ti m ism o? ¿Ves el m undo de su verdadero color? ¿Deseas pagar tus deudas
justas, sean las que sean, y convertirte en un hom bre respetado en Babilonia?
Las lágrim as acudieron a los ojos del joven, que se arrodilló rápidam ente.
-Me has m ostrado el cam ino -dijo-; ahora sé cóm o encontrar en m i interior el alm a del hom bre libre.
-¿Pero qué pasó cuando regresaste? preguntó un oyente interesado.
-Cuando se está determ inado, se encuentran los m edios -respondió Dabasir-.Yo estaba determ inado,
por eso m e puse en cam ino para encontrar los m edios. Prim ero visité a todos los hom bres con los
que tenía una deuda y les supliqué que fueran indulgentes hasta que pudiera ganar el dinero con el
que les pagaría. La m ayoría m e acogieron con alegría, algunos m e insultaron, pero otros m e
ofrecieron su ayuda. Uno de ellos m e dio justam ente la ayuda que necesitaba, era Maton, el
prestam ista de oro. Al saber que había sido cam ellero en Siria, m e envió a ver al viejo Nebatur, el
tratante de cam ellos al que nuestro buen rey había encargado que com prara varias m anadas de
cam ellos para una gran expedición. Con él puse en práctica m is conocim ientos sobre cam ellos y poco
a poco pude ir devolviendo cada m oneda de cobre o plata. De m anera que al final pude cam inar con
la cabeza bien alta y sentir que era un hom bre honorable entre los hom bres.
-Dabasir se inclinó de nuevo sobre su com ida. -¡Eh, Kausbor, caracol! -gritó lo bastante fuerte para
que le oyeran en la cocina-, la com ida está fría. Tráem e m ás carne recién asada. Dale tam bién un
buen trozo a Tarkad, el hijo de m i viejo am igo, que tiene ham bre y que com erá conm igo.
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Así se acabó la historia de Dabasir, el tratante de cam ellos de la antigua Babilonia. Encontró su
cam ino cuando entendió una gran verdad que ya habían descubierto y aplicado hom bres sabios
desde m ucho antes de esa época.
Esta verdad había ayudado a m uchos hom bres a superar las dificultades y a llegar al éxito, y seguiría
haciéndolo a todos los que com prendieran su fuerza m ágica. Cualquiera que lea estas líneas la
poseerá.
Cuando se está determ inado, se encuentran los m edios
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9 . Las tablillas d e barro d e Babilo n ia
St. Swithin's College
Nottingan University
Newark-on-Trent
Nottingham
21 de octubre de 1934
Sr. Profesor Franklin Caldw ell
Expedición Científica Británica
Hillah, M esopotam ia
Querido profesor:
Las cinco tablillas de barro que desenterró durante sus recientes excavaciones en la ruinas de
Babilonia han llegado en el m ism o barco que su carta. Me han fascinado y he pasado num erosas y
agradables horas traduciendo sus inscripciones. Tendría que haber contestado su carta con m ás
celeridad pero he esperado hasta haber com pletado las transcripciones adjuntas.
Las tablillas han llegado a su destino sin daño gracias al excelente em balaje y al uso juicioso de
sistem as de conservación.
Quedará tan asom brado de la historia que relatan com o nosotros, los del laboratorio. Uno espera
que un pasado tan lejano y oscuro esté lleno de rom ance y aventura, y a sabe, algo así com o Las
m il y una noches. Y luego se da cuenta de que los problem as del m undo antiguo, de hace cinco m il
años, no son tan diferentes de los de ahora, com o se puede constatar con la lectura de estos textos
que cuentan las dificultades que encontró para pagar sus deudas un personaje llam ado Dabasir.
¿Sabe? Es curioso, pero, com o dicen m is estudiantes, estas viejas inscripciones m e cogen en fuera
de juego. Com o profesor de universidad, se supone que soy una persona que piensa y que tiene
conocim ientos sobre la m ay oría de los tem as. Y ahora llega un individuo salido de las polvorientas
ruinas de Babilonia que nos da un m étodo del que nunca había oído hablar para pagar las deudas
al tiem po que consigues m ás dinero para tu cartera.
Debo decir que esta es una idea que m e gusta, y sería interesante probar si funciona igual de bien
en nuestros días que en la antigua Babilonia. Mi m ujer y y o proy ectam os aplicarla a las cuestiones
económ icas que, en nuestro caso, necesitan evidentes m ejoras.
Le deseo la m ejor de las suertes en su valerosa em presa y espero con im paciencia una nueva
ocasión de ay udarlo.
Suy o afectísim o
Alfred H. Shrew sbury
62
Departam ento de Arqueología
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Tablilla N ° 1
Esta noche de luna llena, yo, Dabasir, que acabo de salir de la esclavitud en Siria, decidido a pagar
todas m is deudas y convertirm e en un hom bre rico y digno del respeto en m i ciudad natal de
Babilonia, grabo en barro este inform e perm anente de m is negocios para que m e guíe y m e ayude a
cum plir m is m ayores deseos.
Siguiendo el consejo de m i sabio am igo Maton, el prestam ista de oro, m e he decidido a seguir el plan
preciso que, por lo visto, perm ite a los hom bres honorables liberarse de sus deudas y vivir en la
riqueza y en el respeto a sí m ism os.
Este plan incluye tres objetivos que son m i esperanza y m i deseo.
Prim ero, el plan m e perm itirá gozar de una cierta prosperidad.
Así, apartaré la décim a parte de lo que gane y será un bien que conservaré. Maton habla sabiam ente
cuando dice:
El hom bre que guarda en su bolsa el oro que no necesita gastar es bueno para con su fam ilia y leal a
su rey.
El hom bre que sólo tiene unas cuantas m onedas de cobre en su bolsa es insensible respecto a su
fam ilia y a su rey.
Pero el hom bre que no tiene nada en sus bolsa es cruel con su fam ilia y desleal a su rey, pues su
corazón es am argo.
El hom bre que desea triunfar debe tener en su bolsa dinero para poderlo hacer tintinear; y en su
corazón am or para su fam ilia y lealtad para con su rey.
En segundo lugar el plan prevé que cubra m is necesidades y las de m i m ujer, que ha vuelto lealm ente
conm igo de casa de su padre. Ya que Maton dice que quien cuida de fiel esposa tiene el corazón lleno
de respeto a sí m ism o y gana fuerza y determ inación para sus proyectos.
De m anera que usaré siete décim os de lo que gane en com prar un casa, ropas, com ida, y una sum a
que dedicarem os a otros gastos para que nuestras vidas no estén exentas de placeres y satisfacciones.
Pero Maton m e ha recom endado que cuide de no gastar en estos honorables conceptos m ás que los
siete décim os de lo que gano. El éxito del plan reposa en esta recom endación; hem os de vivir con esa
porción y nunca tom ar o com prar m ás de lo que podam os pagar con ella.
Tablilla N ° 2
En tercer lugar el plan prevé que pague m is deudas con lo que gane.
Cada luna, las dos décim as partes de m is ganancias serán divididas justa y honorablem ente entre
todos los que, habiendo confiado en m í, m e han dejado dinero y llegará el m om ento en que todas
m is deudas serán liquidadas.
64
Para dar fe de ello, grabo aquí el nom bre de todos los hom bres con los que estoy en deuda y la
cantidad justa de lo que les debo.
Farra el tejedor, 2 m onedas de plata, 6 de cobre.
Sinjar el fabricante de colchones, 1 m oneda de plata.
Ahm ar, m i am igo, 4 m onedas de plata, 7 de cobre.
Akam ir, m i am igo, 1 m oneda de plata, 3 de cobre.
Diebeker, am igo de m i padre, 4 m onedas de plata, 1 de cobre. Alkahad, el dueño de la casa, 14
m onedas de plata.
Maton el prestam ista de oro, 9 m onedas de plata.
Birejik el agricultor, 1 m oneda de plata, 7 de cobre.
(A partir de aquí la placa está gastada, el texto es indescifrable)
Tablilla N ° 3
Debo a todos estos acreedores la sum a de diecinueve m onedas de plata y ciento cuarenta y una de
cobre. Com o debía estas sum as y no veía m anera alguna de pagarlas, en m i locura, perm ití que m i
m ujer volviera a la casa de su padre y abandoné m i ciudad natal buscando en otro lugar un bienestar
fácil, para sólo encontrar el desastre y ser vendido vergonzosam ente com o esclavo.
Ahora que Maton m e ha enseñado cóm o puedo ir devolviendo m is deudas en pequeñas cantidades
que tom aré de lo que gane, com prendo hasta qué punto estaba loco cuando escapé de las
consecuencias de m i extravagancia.
He visitado a m is acreedores y les he explicado que no tenía recursos para pagarles salvo m i
capacidad de trabajar, y que tenía la intención de dedicar dos décim as partes de lo que ganara para
liquidar m is deudas de m odo justo y honorable. Que no podía pagar m ás que eso y que si eran
pacientes, llegaría un día en que habría cum plido enteram ente las obligaciones contraídas.
Ahm ar, a quien creía m i m ejor am igo, m e-insultó duram ente y m e fui de su casa hum illado; Bijerik
el agricultor pidió ser el prim ero en cobrar, pues tenía gran necesidad de ayuda. Alkahad, el
propietario de la casa, m e advirtió de que si no arreglaba m i cuenta bien pronto, m e causaría
problem as.
Todos los dem ás aceptaron gustosos m i proposición y ahora estoy m ás decidido que nunca a pagar
m is justas deudas, pues m e he convencido de que es m ás fácil pagarlas que evitarlas.
Trataré con im parcialidad a todos m is acreedores aunque no pueda satisfacer las necesidades y
dem andas de algunos de ellos.
Tablilla N ° 4
65
Vuelve a ser luna llena. He trabajado duro y con la m ente liberada. Mi buena esposa m e ha apoyado
en el proyecto de pagar a m is acreedores. Gracias a nuestra sabia determ inación, durante la pasada
luna he ganado la sum a de diecinueve m onedas de plata com prando unos robustos cam ellos para
Nebatur.
Las he repartido según el plan, he guardado una décim a parte para ahorrarla, he com partido siete
décim os con m i buena esposa para nuestras necesidades y las dos décim as partes restantes las he
dividido entre m is acreedores de m anera tan ecuánim e com o he podido en m onedas de cobre.
No he visto a Ahm ar, pero he dado las m onedas de cobre a su m ujer. Bijerik ha estado tan contento
que m e habría besado la m ano. Tan sólo el viejo Alkahad ha gruñido y m e ha dicho que le debía
pagar m ás rápido, a lo que he replicado que sólo podría pagarle si estaba bien alim entado y
tranquilo. Todos los dem ás m e han dado las gracias y han alabado m is esfuerzos.
De este m odo, m i deuda se ha reducido en cuatro m onedas de plata en una luna, y ahora poseo casi
dos m onedas m ás, que nadie puede reclam arm e. Me siento m ás ligero de lo que lo había estado en
m ucho tiem po.
La luna llena brilla una vez m ás, he trabajado duro pero con escasos resultados. Sólo he podido
com prar unos pocos cam ellos y he ganado once m onedas de plata. Sin em bargo, m i m ujer y yo nos
hem os atenido al plan, aunque no nos hayam os com prado nuevos vestidos y sólo hayam os com ido
un poco de sém ola. He vuelto a guardar la décim a parte y hem os vivido con las siete décim as. Me he
sorprendido cuando Ahm ar ha alabado m i pago aunque era pequeño, lo m ism o que Birejik. Alkahad
se ha enfadado, pero cuando le he dicho que m e devolviera su parte si no la quería, la ha aceptado.
Los otros han estado contentos, com o anteriorm ente.
Vuelve a brillar la luna llena y m i alegría es grande. Descubrí una buena m anada de cam ellos y
com pré algunos robustos, m is ganancias han sido de cuarenta y dos m onedas de plata. Esta luna, m i
m ujer y yo nos hem os com prado sandalias y ropas que necesitábam os ya hace tiem po. Tam bién
hem os com ido carne y aves.
Hem os pagado m ás de ocho m onedas de plata a nuestros acreedores, ni Alkahad ha protestado.
El plan es form idable, nos libera de las deudas y nos perm ite crear un tesoro que es sólo nuestro.
Ya hace tres lunas que em pecé a grabar esta tablilla; cada una de ellas m e he quedado con una
décim a parte de lo que había ganado; cada una, m i buena esposa y yo hem os vivido con las siete
décim as partes, incluso cuando resultaba difícil; cada una, he pagado a m is acreedores las dos
décim as partes.
Ahora guardo en m i bolsa veintiuna m oneda de plata que son m ías. Eso m e perm ite andar con la
cabeza alta y cam inar con orgullo junto a m is am igos.
Mi m ujer puede cuidar bien de la casa y va bien vestida. Som os felices de vivir juntos.
Este plan tiene un inm enso valor. ¿No ha hecho de un antiguo esclavo un hom bre honorable?
Tablilla N ° 5
Brilla de nuevo la luna llena y recuerdo que ya hace m ucho tiem po que grabé m i prim era tablilla. Ya
hace doce lunas. Pero no por eso desatenderé el inform e, ya que hoy m ism o he pagado m i últim a
66
deuda. Hoy es el día que m i buena esposa y yo festejam os el triunfo que nos ha proporcionado
nuestra determ inación.
Durante m i últim a visita a m is acreedores ocurrieron algunas cosas de las que m e acordaré durante
m ucho tiem po. Ahm ar m e suplicó que perdonara su feas palabras y m e dijo que, entre todas,
deseaba especialm ente m i am istad.
Al final el viejo Alkahad no es tan m alo pues m e dijo: Antes eras com o un trozo de barro blando que
podía ser apretado y m oldeado por cualquier m ano, pero ahora eres com o una m oneda de cobre que
se puede sostener sobre su canto. Si necesitas plata o oro, ven a verm e en cualquier m om ento.
No es el único que m e respeta, m uchos otros m e hablan con deferencia. Mi buena m ujer m e m ira con
aquel brillo en los ojos que hace que un hom bre se sienta confiado.
Pero ha sido el plan el que m e ha dado el éxito, m e ha hecho capaz de devolver el dinero de m is
deudas y ha hecho tintinear el oro y la plata en m i bolsa. Lo recom iendo a los que quieran prosperar.
Pues, si ha conseguido que un esclavo pagara sus deudas, ¿no ayudará a un hom bre a encontrar su
libertad? Y yo no lo he abandonado pues estoy convencido de que, si lo sigo, m e hará un hom bre rico
entre los hom bres.
67
St. Swithin's College
Nottingan University
Newark-on-Trent
Nottingham
7 de noviem bre de 1936
Sr. Profesor Franklin Caldw ell
Expedición Científica Británica
Hillah, M esopotam ia
Querido profesor:
Si en el transcurso de sus próxim as excavaciones en la ruinas de Babilonia encuentra el fantasm a
de un viejo ciudadano, un tratante de cam ellos llam ado Dabasir, hágam e un favor: dígale que
aquellos galim atías que escribió en unas tablillas de barro hace y a m ucho tiem po le han valido la
gratitud eterna de ciertas personas de una facultad de Inglaterra.
Seguram ente de acordará Vd. de m i carta de hace un año en la que le decía que m i m ujer y y o
teníam os la intención de seguir su plan para liberarnos de nuestras deudas y , al m ism o tiem po,
tener algo de dinero en nuestros bolsillos. Habrá adivinado que estas deudas nos avergonzaban
desesperadam ente -por m ucho que las intentáram os esconder a nuestros am igos.
Desde hacía años estábam os terriblem ente hum illados por ciertas deudas e intranquilos hasta la
enferm edad por m iedo de que algún com erciante desatara un escándalo que nos habría obligado a
dejar la facultad con toda seguridad. Gastábam os cada chelín de nuestros ingresos, que era
apenas suficiente para m antenernos a flote. N os veíam os obligados a ir a com prar allí donde nos
dieran crédito, sin im portarnos si los precios eran m ás elevados.
La situación fue em peorando en un círculo vicioso que se agravó en vez de m ejorar. N uestros
esfuerzos se hicieron desesperados, no podíam os m udarnos a un sitio m ás barato porque aún
debíam os alquileres al propietario. Parecía que no podríam os hacer nada para m ejorar nuestra
situación.
Entonces apareció su nuevo am igo, el viejo tratante de cam ellos de Babilonia, con un plan capaz de
realizar justo lo que nosotros deseábam os cum plir. N os anim ó am ablem ente a seguir su sistem a.
Hicim os una lista de todas las deudas que teníam os, y y o se la m ostré a todos nuestros acreedores.
Les expliqué que, tal com o iban las cosa, era im posible que les pagara. Ellos m ism os podían
constatarlo m irando los núm eros. Entonces les dije que la única m anera que y o veía de poderles
pagar todo era apartando el veinte por ciento de m is ingresos m ensuales, dividiéndolo
equitativam ente entre ellos y de este m odo devolverles lo que les debía en algo m ás de dos años.
Durante este intervalo haríam os todas nuestras com pras al contado.
Todos fueron verdaderam ente correctos; nuestro tendero, un viejo razonable, aceptó esta m anera
de que le paguem os la deuda. Si pagan al contado todo lo que com pran y van pagando lo que
deben poco a poco, es m ejor que si no m e pagan nada. Pues no le habíam os pagado desde hacía
tres años.
68
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Finalm ente guardé en lugar seguro una lista con sus nom bres y una carta en la que, de m utuo
acuerdo, les pedía que no nos im portunaran m ientras fuéram os desem bolsando el veinte por ciento
de nuestros ingresos. Com enzam os a trazar planes para idear cóm o vivir con el setenta por ciento
de lo que ganábam os. Y estábam os decididos a ahorrar el diez por ciento restante para hacerlo
tintinear en nuestros bolsas; la idea de la plata, y posiblem ente la del oro, eran de las m ás
seductoras.
Este cam bio en nuestra vida fue toda una aventura, aprendim os a disfrutar calculando y
evaluando cóm o vivir cóm odam ente con el setenta por ciento que nos quedaba. Em pezam os por el
alquiler y nos arreglam os para obtener una buena reducción. Después exam inam os nuestras
m arcas favoritas de té y otros productos y quedam os agradablem ente sorprendidos al ver que
podíam os encontrar m ejor calidad a m ás bajo precio.
Es dem asiado largo para contarlo por carta pero, de todos m odos, no ha resultado ser tan difícil.
N os acom odam os a esta nueva situación con el m ejor de los hum ores. ¡Qué alivio fue com probar
que nuestros asuntos económ icos y a no se encontraban en un estado que nos hiciera sufrir por las
viejas cuentas im pagadas!
N o obstante, no olvidaré hablarle del diez por ciento que estábam os obligados a hacer sonar en
nuestras bolsas. Pues bien, sólo lo hicim os sonar durante un cierto tiem po, no dem asiado. ¿Sabe?
Esa es la parte divertida, es fantástico com enzar a acum ular dinero que un o no quiere gastar, se
siente m ás placer gestionando una cantidad así que gastándola.
Después de haberla hecho sonar para nuestro solaz le encontram os una utilidad m ás provechosa:
elegim os un plan de inversiones que podíam os pagar con este diez por ciento todos los m eses. Esta
decisión se ha m anifestado com o la m ás satisfactoria de nuestra regeneración y es la prim era cosa
que pagam os con m i nóm ina.
Saber que nuestros ahorros crecen sin cesar es un sentim iento de lo m ás satisfactorio. De aquí
hasta que se acabe m i carrera académ ica, estos ahorros deberán constituir una sum a suficiente
para que sus rentas nos basten a partir de ese m om ento.
Y todo con el m ism o salario: Difícil de creer pero cierto, pagam os nuestras deudas gradualm ente
al m ism o tiem po que nuestros ahorros aum entan. Adem ás, ahora nos arreglam os m ejor que antes
en el cam po económ ico. ¿Quién habría dicho que había tanta diferencia entre seguir un plan y
dejarse llevar?
A finales de el año que viene, cuando hay am os pagado todas nuestras facturas, podrem os invertir
m ás y ahorrar para poder viajar. Estam os decididos a que nuestros gastos corrientes no superen
el setenta por ciento de nuestros ingresos.
Ahora puede Vd. entender por qué nos gustaría expresar nuestro agradecim iento personal a ese
individuo cuy o plan nos ha salvado de ese infierno en la tierra. El lo conocía, había pasado por
todo eso, quería que otros sacaran provecho de sus am argas experiencias. Por ello pasó fastidiosas
horas grabando su m ensaje en la arcilla.
Tenía un m ensaje auténtico para dar a sus com pañeros de sufrim ientos, un m ensaje tan
im portante que, al cabo de cinco m il años, ha salido de las ruinas de Babilonia tan vivo y
verdadero com o el día en que fue enterrado.
Suy o afectísim o
69
Alfred H. Shrew sbury
Departam ento de Arqueología
70
10 . El babilo n io m ás favo re cid o p o r la s u e rte
Sharru Nada, el príncipe m ercader de Babilonia, avanzaba orgulloso a la cabeza de su caravana. Le
gustaban los tejidos finos y llevaba ropas caras y favorecedoras. Le gustaban los anim ales de raza y
m ontaba con agilidad en su sem ental árabe. Era difícil adivinar su avanzada edad al m irarlo.
Ciertam ente nadie habría podido sospechar que estaba atorm entado interiorm ente.
El viaje a Dam asco había sido largo y las dificultades num erosas. No le preocupaba, las tribus árabes
eran feroces y estaban ávidas de saquear sus ricas caravanas, pero no. tenía m iedo porque sus
num erosas tropas de guardia le aseguraban una buena protección.
Estaba trastornado por la presencia de aquel joven a su lado que traía de Dam asco. Era Hadan Gala,
el nieto de su socio de hacía años, Arad Gula, a quien debía una eterna gratitud. Quería hacer alguna
cosa por su nieto pero cuanto m ás pensaba en ello, m ás difícil le parecía, justam ente a causa del
joven.
-Cree que las joyas son adecuadas para los hom bres pensó m irando los anillos y pendientes del
joven-, y sin em bargo tiene el rostro enérgico de su abuelo. Pero él no llevaba ropas de colores tan
llam ativos. Lo he invitado a venir conm igo esperando poderle ayudar a hacerse una fortuna y a huir
del derroche con que su padre ha gastado su herencia.
Hadan Gula puso fin a sus reflexiones.
-¿Para qué trabajáis tan duram ente, siem pre de un lado a otro con vuestra caravana haciendo largos
viajes? ¿Nunca os tom áis un tiem po para gozar de la vida?
-¿Gozar de la vida? -repitió sonriendo Sharru Nada- ¿Qué harías tú para gozar de la vida si fueras
Sharru Nada?
-Si tuviera una fortuna com o la vuestra viviría com o un príncipe. Nunca atravesaría el desierto,
gastaría los shekeles tan rápido com o cayeran a m i bolsa, llevaría las ropas m ás caras y las joyas m ás
raras. Esa sería una vida de m i agrado, un vida que m erecería la pena de ser vivida -los dos hom bres
rieron.
-Tu abuelo no llevaba joyas -Sharru Nada había hablado sin pensar, luego continuó en tono de
brom a-. ¿Y no dejarías un tiem po para trabajar?
-El trabajo está hecho para los esclavos -respondió Hadan Gula. Sharru Nada se m ordió los labios
pero no respondió, condujo en silencio hasta que el cam ino los llevó hasta una cuesta. Allí frenó su
m ontura y señaló hacia el lejano valle verde.
-Mira el valle, m ira m ás lejos y podrás ver las m urallas de Babilonia. La torre es el tem plo de Bel. Si
tu vista es aguda, podrás incluso ver el hum o del fuego eterno en lo m ás alto.
Así, ¿aquello es Babilonia? Siem pre he deseado ardientem ente ver la ciudad m ás rica del m undo -com ento Hadan Gula-. Allí donde m i abuelo em pezó a levantar su fortuna. Si todavía estuviera vivo,
no estaríam os ahora dolorosam ente oprim idos.
-¿Por qué deseas que su espíritu perm anezca en la tierra m ás allá del tiem po que le correspondía? Tú
y tu padre podéis culm inar su trabajo.
71
-Desgraciadam ente ninguno de los dos tenem os sus dones. Mi padre y yo no conocem os el secreto
para atraer los shekeles de oro.
Sharru Nada no respondió pero aflojó las bridas de su m ontura y bajó, pensativo, por el sendero que
llevaba al valle. La caravana los seguía envuelta en una nube roja de polvo. Más tarde llegaron al
cam ino real y tom ando rum bo hacia el sur, atravesaron tierras irrigadas.
Tres viejos que trabajaban en un cam po llam aron la atención de Sharru Nada. Le parecían
extrañam ente fam iliares, ¡qué ridículo! No se pasa cuarenta años m ás tarde por un cam po y se
encuentran los m ism os labradores. Sin em bargo, algo le decía que eran los m ism os. Uno de ellos
sostenía débilm ente el arado, los otros dos, al lado de los bueyes se esforzaban, pegándoles en vano
para que continuaran avanzando.
Cuarenta años antes él había envidiado a esos hom bres, ¡qué gustoso habría cam biado con ellos de
lugar! Pero qué diferencia, ahora. Se volvió para m irar su caravana con orgullo, sus cam ellos y asnos
bien elegidos y pesadam ente cargados de m ercancías valiosas-provenientes de Dam asco, todos
aquellos bienes m enos uno le pertenecían.
Señaló a los labradores diciendo.
-Aran el m ism o cam po desde hace cuarenta años.
-Se deben parecer. ¿Qué os hace pensar que son los m ism os?
-Ya los había visto aquí -respondió Sharru Nada.
Los recuerdos recorrieron rápidam ente su pensam iento. ¿Por qué no podía vivir en el presente y
enterrar el pasado? Vio entonces, com o en una im agen, la cara sonriente de Arad Gula. La barrera
entre él y aquel joven cínico que estaba a su lado cayó.
Pero ¿cóm o podía ayudar a un joven soberbio con ideas de lujo y las m anos cubiertas de joyas? Podía
ofrecer trabajo en abundancia a hom bres dispuestos a trabajar pero nada a los que consideraban que
el trabajo era indigno de ellos. Pero debía a Arad Gula algo m ás concreto que una tentativa a m edias.
Arad Gula y él nunca habían hecho las cosas de esta m anera, estaban hechos de otra m adera.
Se le ocurrió un plan de m anera repentina. No sería fácil. Debía considerar a su fam ilia y su propio
estatus. Sería cruel, haría daño. Pero com o era un hom bre de decisiones rápidas, abandonó sus
objeciones y se determ inó a actuar.
-¿Te gustaría saber cóm o tu abuelo y yo form am os una sociedad que se revelaría tan ventajosa?
-¿Por qué no m e cuentas sólo cóm o conseguiste los shekeles de oro? Eso es lo único que necesito
saber --replicó el joven.
-Com encem os por los hom bres que están arando -continuó Sharru Nada ignorando su respuesta-.
Yo no era m ás viejo que tú. Cuando la colum na de hom bres de la que yo form aba parte se acercaba a
ellos, Megido el agricultor se burló de la m anera en que labraban. Megido estaba encadenado a m i
lado. Mira a esos tipos perezosos, protestó. El que aguanta el arado no hace fuerza para labrar
profundam ente, los otros no vigilan que los bueyes no salgan del surco, ¿cóm o pueden esperar tener
una buena cosecha si trabajan tan m al?
-¿Habéis dicho que Megido estaba encadenado a vuestro lado? preguntó Hadan Gula sorprendido.
72
-Sí, llevábam os un collar de bronce alrededor del cuello, una pesada cadena nos unía los unos a los
otros. Cerca de él estaba Zabado, el ladrón de corderos que conocí en Harrun. En la punta, un
hom bre al que llam ábam os Pirata, porque no quería decir su nom bre. Habíam os pensado que era
m arinero porque tenía tatuadas en el pecho unas serpientes enroscadas, a la m anera de los hom bres
de m ar. La colum na estaba organizada de m anera que los hom bres pudieran avanzar de cuatro en
cuatro.
-¿Ibais encadenado com o un esclavo? preguntó Hadan Gula incrédulo.
-¿Tu abuelo no te dijo que yo fui esclavo en un tiem po?
-Hablaba a m enudo de vos pero nunca hizo alusión a eso.
-Era un hom bre en el que podías confiar los m ás íntim os secretos. Tú tam bién eres un hom bre en el
que se puede confiar, ¿verdad? -Sharru Nada le m iró fijam ente a los ojos.
-Podéis contar con m i silencio, pero estoy m uy sorprendido. Contadm e cóm o llegasteis a ser esclavo.
-Cualquiera puede encontrarse en esa situación Sharru Nada se encogió de hom bros-. Una casa de
juego y la cerveza de cebada m e llevaron a la-ruina. Pagué los delitos de m i herm ano.
-Durante una pelea m ató a su am igo, yo fui entregado a la viuda por m i desesperado padre para que
m i herm ano no fuera perseguido por la ley. Cuando m i padre no pudo conseguir dinero suficiente
para liberarm e, ella se enfadó y m e vendió en el m ercado de esclavos.
-¡Qué vergüenza y qué injusticia! -protestó Hadan Gula-. Pero decidm e, ¿Cómo recuperasteis vuestra
libertad?
-Ya llegarem os a eso, pero todavía no. Continuem os la historia. Cuando pasam os ante ellos, los
labradores se m ofaron de nosotros. Uno de ellos se quitó el som brero y nos saludó inclinándose.
“Bienvenidos a Babilonia, gritó, invitados del rey. Os espera en las m urallas de la ciudad, donde el
banquete ya está servido, ladrillos de barro y sopa de cebollas” y rieron a m andíbula batiente.
Pirata se enfureció y les m aldijo.
“¿Qué quiere decir eso de que el rey nos espera en las m urallas?” pregunté.
“En las m urallas de la ciudad tendrem os que llevar ladrillos hasta que se nos quiebre el espinazo, o
tal vez nos peguen hasta la m uerte antes de eso.”
“¿Quién quiere trabajar duram ente? com entó Zabado. Esos labradores son listos y no se rom pen la
espalda, sólo lo hacen ver.”
“No se puede prosperar siendo un gandul, protestó Megido. Si labras una hectárea, habrás hecho
una buena jornada de trabajo y da lo m ism o si tu am o lo sabe o no. Pero si sólo haces la m itad, eres
un gandul. Yo no lo soy, m e gusta trabajar y hacerlo bien pues el trabajo es el m ejor am igo que he
conocido. Me ha dado toda las cosas buenas que tengo: m i granja y m is vacas, m is cosechas, todo.”
“¿Y dónde están todas estas cosas ahora? se burló Zabado. Creo que es m ás provechoso ser
inteligente y pasar desapercibido sin trabajar. Míram e a m í, cuando nos ,vendan, yo transportaré
agua o haré algún otra tarea fácil, m ientras tú, que te gusta trabajar, te partirás el espinazo
transportando ladrillos” y rió estúpidam ente.
73
Esa noche m e invadió el terror, no podía dorm ir. Me acerqué a la línea de guardia y cuando los otros
se habían dorm ido, llam é la atención de Godoso, que hacía el prim er turno.
Era uno de esos tunantes árabes, una especie de canalla que creía que si te robaba, adem ás te tenía
que cortar el cuello.
“Dim e, Godoso, le susurré, ¿nos venderán cuan do lleguem os a las m urallas de Babilonia?”
“¿Para qué lo quieres saber?”, preguntó prudentem ente.
“¿No lo entiendes? le supliqué. Soy joven y quiero vivir. No quiero ser hostigado o azotado hasta la
m uerte. ¿Tengo posibilidades de tener un buen am o?”
“Voy a decirte algo, m e susurró en respuesta. Tú eres un buen tipo, no m e das problem as. La
m ayoría de las veces som os los prim eros en ir al m ercado de esclavos. Escucha ahora: cuando
vengan los com pradores, diles que eres un buen trabajador, que te gusta trabajar duro y para un
buen am o. Si no los anim as a com prarte, el día siguiente te encontrarás llevando ladrillos, un trabajo
agotador.”
Después se alejó. Me tum bé en la arena caliente m irando las estrellas y pensando en el trabajo.
Aquello que -había dicho Megido de que el trabajo era su m ejor am igo m e hizo preguntarm e si
tam bién sería el m ío. Verdaderam ente lo sería si m e ayudaba a liberarm e.
Cuando Megido se despertó, le susurré la buena noticia. Un brillo de esperanza nos acom pañó de
cam ino a Babilonia. A m edia tarde nos íbam os acercando a las m urallas y podíam os ver las filas de
hom bres parecidos a horm igas negras que escalaban por los escarpados senderos. Al aproxim arnos,
quedam os sorprendidos de ver a m iles de hom bres que trabajaban, algunos cavaban los fosos, otros
transform aban la tierra en ladrillos de barro. La m ayoría carreteaba ladrillos en grandes cestas por
los em pinados cam inos hasta donde se encontraban los albañiles.
Los vigilantes insultaban a los rezagados y hacían chasquear los látigos en la espalda de los que se
salían de la fila. Algunos pobres hom bres agotados se tam baleaban y caían bajo las pesadas cestas,
incapaces de levantarse. Si los latigazos no podían ponerlos de pie, los apartaban de las filas y los
dejaban de lado. Pronto caerían cuesta abajo, con los dem ás cuerpos de esclavos que esperaban junto
al cam ino una sepultura sin bendecir. Me estrem ecí m irando esta escena, aquello es lo que esperaba
al hijo de m i padre si no tenía éxito en el m ercado de esclavos.
Godoso tenía razón. Atravesam os las puertas de la ciudad y nos dirigim os hacia la prisión de
esclavos, a la m añana siguiente nos condujeron al recinto del m ercado. Allí, los dem ás esclavos se
apretaban asustados los unos contra los otros y sólo los látigos conseguían que se m ovieran para que
los vieran los com pradores. Megido y yo hablábam os anim adam ente con todos los hom bres que nos
lo perm itían.
* Las fam osas construcciones de la antigua Babilonia, las m urallas, los tem plos, los jardines
colgantes y los grandes canales fueron posibles gracias al trabajo de esclavos, principalm ente
prisioneros de guerra, lo que explica el trato inhum ano que recibían. Algunos tam bién eran
ciudadanos de Babilonia y sus provincias, vendidos com o esclavos a causa de delitos que hubieran
com etido o de problem as financieros. Era costum bre que los hom bres se ofrecieran a sí m ism os o a
sus fam ilias para garantizar el pago de préstam os, juicios legales y otras obligaciones. Por lo que
en caso de im pago, las personas afectadas podrán ser vendidas com o esclavos.
74
El vendedor de esclavos llam ó a los soldados de la guardia real, que encadenaron a Pirata y le
pegaron brutalm ente en cuanto protestó. Cuando se lo llevaron sentí pena por él.
Megido presintió que pronto nos separaríam os y cuando no teníam os com pradores cerca m e hablaba
seriam ente para hacerm e com prender hasta qué punto sería im portante el trabajo en m i futuro.
Algunos hom bres lo detestan. Lo hacen su enem igo. Es m ejor que lo trates com o a un am igo, hacer
que te quiera. No te preocupes si es duro. Cuando quieres construir una buena casa, no te im porta si
las vigas son pesadas o si el pozo del que sacas el agua para el yeso está lejos. Prom étem e, m uchacho,
que, si tienes un am o, trabajarás para él tanto com o puedas. No te inquietes si él no aprecia tu
trabajo. Recuerda que el trabajo bien hecho hace bien al que lo realiza, lo convierte en un hom bre
m ejor. Aquí se paró porque un corpulento agricultor venía hacia la valla para m irarnos con interés.
Megido le preguntó sobre su granja y sus cultivos, convenciéndolo de que le sería de gran utilidad.
Tras un violento regateo con el vendedor de esclavos, el granjero sacó una gran bolsa de oro de entre
sus ropas y poco después Megido seguía a su nuevo am o y desaparecía.
Otros hom bres fueron vendidos durante la m añana. A m ediodía Godoso m e confió que el vendedorestaba ya harto y que no pasaría una noche m ás allí sino que al atardecer llevaría el resto de esclavos
al com prador del rey. Yo ya estaba desesperando de m i suerte cuan do un hom bre gordo y de aspecto
am able se acercó al m uro y preguntó si entre nosotros había algún pastelero.
“¿Para qué un buen pastelero com o vos necesita un pastelero de calidad inferior? le dije
acercándom e. ¿No sería m ás fácil enseñar a un hom bre de buena voluntad com o yo los secretos de
vuestro oficio? Miradm e: soy joven, fuerte y m e gusta trabajar. Dadm e una oportunidad y haré todo
lo que pueda para llenar de oro vuestra bolsa.”
Quedó im presionado por m i buena voluntad y com enzó a regatear con el vendedor. Este nunca se
había fijado en m í desde que m e com pró, pero ahora alababa con gran elocuencia m is virtudes, m i
buena salud y m i buen carácter. Me sentí com o un buey cebado que vendieran a un carnicero. Para
m i gran alegría, al final se cerró el trato y m e fui con m i nuevo am o pensando que era el hom bre m ás
afortunado de Babilonia.
Mi nueva casa era de m i agrado. Nana-naid, m i am o, m e enseñó a m oler la cebada en un cuenco de
piedra del pato, a hacer un fuego en el horno y finalm ente a m oler m uy fina la harina de sésam o para
hacer los pasteles de m iel. Yo dorm ía en el granero en que guardaba el cereal. La vieja esclava, la
criada Swasti, m e alim entaba bien y estaba contenta de que le ayudara a hacer las tareas m ás
difíciles.
Esa era la oportunidad de ser útil a m i am o que había deseado ardientem ente y en ella esperaba
encontrar una vía para ganar m i libertad.
Pedí a Nana-naid que m e enseñara a am asar y cocer el pan, y lo hizo, contento por m i buen a
voluntad. Más tarde, cuando ya dom inaba estas técnicas le pedí que m e m ostrara cóm o hacer los
pasteles de m iel y pronto hice toda la pastelería. Mi am o estaba contento de poder no hacer nada
pero Swasti sacudía la cabeza en signo de desaprobación. “No es bueno para ningún hom bre estar
sin trabajar”, declaraba.
Pensé que era el m om ento de em pezar a pensar en una m anera de ganar las m onedas para com prar
m i libertad. Com o acababa m i trabajo a m ediodía, pensé que Nana-naid estaría de acuerdo en que
buscara un em pleo provechoso para las tardes, trabajo del que podríam os com partir los beneficios.
Después tuve una idea: ¿por qué no hacer m ás pasteles de m iel y venderlos a los hom bres
ham brientos en las calles de la ciudad?
75
Presenté m i plan a Nana-naid de la siguiente m anera: Si una vez haya term inado la pastelería, puedo
disponer de m is tardes para haceros ganar m ás dinero a vos, ¿no sería justo que com partierais parte
de las ganancias conm igo? Así tendré un dinero propio para poder com prar las cosas que todo
hom bre desea y necesita.
“Es bastante justo”, adm itió. Cuando le presenté m i plan para vender pasteles de m iel, estuvo m uy
contento. “Mira qué harem os, sugirió. Los venderás a un céntim o el par; m e devolverás la m itad de
lo que ganes para pagar la harina, la m iel y la leña necesaria para cocerlos. Yo m e quedaré con la
m itad del resto y la otra m itad será para ti.”
Estaba bien contento de aquella generosa oferta que consistía en darm e la cuarta parte de m is
ventas. Aquella noche trabajé hasta tarde para fabricar una bandeja sobre la que colocar los pasteles.
Nana-naid m e dio uno de sus vestidos usados para que tuviera un aspecto decente y Swasti m e
ayudó a arreglarlo y lavarlo.
El día siguiente hice una cantidad de m ás de pasteles de m iel. Com encé a anunciar m i m ercancía
paseándom e por la calle, los pasteles tenían aspecto de estar bien cocidos y ser apetitosos. A1
principio nadie parecía interesado y m e desanim é, pero continué y cuando m ás tarde los hom bres
tuvieron ham bre, em pezaron a com prar y m uy pronto la bandeja estaba vacía.
Nana-naid estaba m uy contento de m i éxito y m e pagó m i parte gustoso. Yo estaba encantado de
tener algún dinero. Megido tenía razón cuando decía que el am o aprecia los trabajos de un buen
esclavo. Aquella noche estaba tan excitado por m i éxito que apenas pude dorm ir e intenté calcular
cuánto podía ganar en un año y cuántos años necesitaría para com prar m i libertad.
Pronto encontré clientes regulares paseándom e con la bandeja de pasteles. Uno de ellos no era otro
que tu abuelo, Arad Gula. Era vendedor de alfom bras y las vendía a las am as de casa. Iba de un
extrem o a otro de la ciudad acom pañado de un burro cargado de alfom bras y de un esclavo negro
que lo cuidaba. Com praba dos pasteles para él y dos para su esclavo, siem pre se entretenía a hablar
conm igo m ientras los com ían.
Tu abuelo m e dijo una cosa que recordaré siem pre: “Me gustan tus pasteles, m uchacho, pero m e
gusta aún m ás el ardor con que los vendes. Un espíritu así te puede llevar m uy lejos en el cam ino del
éxito.”
¿Puedes com prender, Hadan Gula, lo que esas palabras de aliento significaron para un joven esclavo,
solo en una gran ciudad, que luchaba contra sí m ism o para encontrar una puerta de salida a su
hum illación?
A m edida que los m eses pasaban, iba engrosando m i bolsa, que em pezaba a tener un peso
reconfortante colgada de m i cinturón. El trabajo se había convertido en m i m ejor am igo, com o había
predicho Megido. Yo estaba feliz pero Swasti se m ostraba intranquila.
“Tem o por tu am o, pasa dem asiado tiem po en las casas de juego”, protestaba.
Un día m e invadió la felicidad al encontrar a m i am igo Megido en la calle. Llevaba tres asnos
cargados de verduras al m ercado. “Estoy m uy bien, dijo, m i am o aprecia m i trabajo y ya soy capataz.
Mira, m e confía los productos que vende en el m ercado e incluso ha reclam ado a m i fam ilia. El
trabajo m e ayuda a recuperarm e de m i gran desgracia y algún día m e ayudará tam bién a com prar m i
libertad y a volver a tener una granja.”
76
Pasó el tiem po y cada día Nana-naid tenía m ás prisas por verm e llegar después de m i venta.
Esperaba m i vuelta, contaba im paciente el dinero y lo dividía. Me presionaba para que buscara
nuevos clientes y aum entara m is ventas.
A m enudo iba m ás allá de las puertas de la ciudad para buscar a los vigilantes de los esclavos que
construían las m urallas de la ciudad. Detestaba ver aquellas escenas desagradables pero encontraba
que los vigilantes eran com pradores generosos. Un día ví sorprendido a Zabado que esperaba en fila
para llenar de ladrillos su cesto. Estaba flaco y encorvado y su espalda estaba llena de cicatrices y
llagas producidas por los látigos de los vigilantes. Me dio pena y le di un pastel que aplastó contra su
boca com o un anim al fam élico. Viendo el ansia que se reflejaba en su m irada, corrí antes de que
pudiera atrapar m i bandeja.
”¿Por qué trabajas tan duram ente?”, m e preguntó un día Arad Gula, casi la m ism a pregunta que tú
m e has hecho hoy, ¿te acuerdas? Le dije lo que m e había contado Megido sobre el trabajo y cóm o
había resultado ser m i m ejor am igo. Le enseñé con orgullo m i bolsa de m onedas y le dije que
ahorraba para com prar m i libertad.
“¿Qué harás cuando seas libre?”, preguntó.
“Tengo la intención de hacerm e m ercader”, respondí.
Entonces m e confió algo que nunca había sospechado. Tú no sabes que yo tam bién soy esclavo, soy
socio de m i am o.
Calla -ordenó Hadan Gula-, no escucharé m entiras difam atorias sobre m i abuelo. No era ningún
esclavo.
Sus ojos brillaban de cólera.
Sharru Nada perm aneció en calm a.
Lo honro por haberse elevado desde su desgracia y haberse convertido en un gran ciudadano de
Dam asco. ¿Y tú, su nieto, estás hecho de la m ism a m adera? ¿Eres tan hom bre com o para hacer
frente a la realidad o prefieres vivir con falsas ilusiones?
Hadan Gula se irguió en la silla, y respondió con la voz ahogada por una profunda em oción.
Todo el m undo am aba a m i abuelo, sus buenas acciones fueron incontables. ¿No fue él quien,
cuando llegó el ham bre, com pró grano en Egipto y lo transportó en su caravana para distribuirlo
entre la gente y que así no m urieran de ham bre? ¿Por qué decís que no era m ás que un despreciable
esclavo de Babilonia?
Si siem pre hubiera sido un esclavo, tal vez habría sido despreciable, pero cuando, gracias a su
esfuerzo se convirtió en un gran hom bre en Dam asco, seguro que los dioses le perdonaron sus
desgracias y lo honraron con su respeto -respondió Sharru Nada.
Tras decirm e que era un esclavo m e dijo hasta qué punto ansiaba recobrar su libertad. Ahora que
poseía suficiente dinero para com prarla, estaba preocupado por lo que haría en el futuro. Ya no hacía
buenas ventas com o antes y tem ía el m om ento en que careciera del apoyo de su am o.
Me indigné por su indecisión. “No te ates m ás a tu am o. Encuentra de nuevo la sensación de ser un
hom bre libre.- Actúa com o tal y triunfa com o tal. Decide qué es lo que quieres conseguir y el trabajo
77
te ayudará a conseguirlo.” Continuó su cam ino diciéndom e que estaba contento de que lo hubiera
hecho avergonzarse por su cobardía.
Un día fui fuera de las m urallas y m e extrañó ver allí un gran gentío. Cuando pregunté a un hom bre
qué pasaba m e respondió: “¿No lo has oído? Han llevado ante la justicia a un esclavo fugitivo que
había m atado a un guardián y lo flagelarán hasta la m uerte. Incluso el rey en persona estará
presente.”
El gentío era tan num eroso cerca del poste de flagelación que tem í acercarm e m ás por m iedo a que
volcaran m i bandeja de pasteles de m iel. Entonces subí a la m uralla inacabada para m irar por
encim a de las cabezas. Tuve la suerte de ver a Nabuconodosor en persona que avanzaba en su carro
dorado. J am ás había visto una m agnificencia tal, ropas sem ejantes, paños de tejido dorado
guarnecidos de terciopelo com o aquellos.
No pude ver la flagelación, pero pude oír los gritos desgarradores del pobre esclavo. Me pregunté
cóm o alguien tan noble com o nuestro noble rey podía aceptar ver un sufrim iento tal; pero cuando vi
que reía y brom eaba con sus nobles, supe que era cruel y entendí por qué im ponían a los esclavos
que construían las m urallas aquellas inhum anas tareas.
Una vez m uerto el esclavo, colgaron su cuerpo de una pierna en el poste para que todo el m undo
pudiera verlo. Cuando la m uchedum bre se com enzó a dispersar, m e acerqué a él, sobre su pecho
reconocí el tatuaje de las dos serpientes abrazadas. Era Pirata.
* Las costum bres de los esclavos de la antigua Babilonia, aunque nos parezcan contradictorias,
estaban severam ente por la ley . Un esclavo, por ejem plo, podía poseer bienes de todo tipo, incluso
otros esclavos sobre los que su am o no tenía ninguna potestad. Los esclavos se casaban librem ente
con no esclavos. Los hijos de m ujeres libres eran libres. La m ay oría de los com erciantes de la
ciudad eran esclavos; m uchos de estos tenían negocios con sus am os y eran ricos.
Cuando volví a ver a Arad Gula, era ya otro hom bre. Me recibió lleno de entusiasm o. “Mira al esclavo
libre. Tus palabras fueron m ágicas. Ya m is ventas y beneficios aum entan, m i m ujer está encantada.
Ella era un m ujer libre, la sobrina de m i am o, y desea ardientem ente que nos m udem os a un pueblo
donde nadie sepa que yo he sido esclavo. De esta m anera nuestros hijos estarán a salvo de todo
reproche sobre la desgracia de su padre. El trabajo ha sido m i m ejor ayuda, m e ha hecho capaz de
recuperar la confianza y la habilidad para vender.”
Estaba encantado de haberlo podido ayudar aunque sólo hubiera sido para devolverle los ánim os
que él m e había dado.
Una noche, Swasti vino a verm e angustiada. “Tu am o está en problem as. Tengo m iedo por él. Hace
unos m eses perdió m ucho dinero en el juego, ya no paga al granjero la harina y la m iel, ya no paga al
prestam ista. Y ahora están enfadados y lo am enazan.”
“¿Por qué debem os preocuparnos por sus locuras?, dije sin pensar. No som os sus guardianes.”
“Loco, no com prendes nada.” Ha dado tu título al prestam ista com o aval. Según la ley, puede
reclam arte y venderte. No sé qué hacer, es un buen am o. ¿Por qué se ha de abatir sobre él una
desgracia así?
Los tem ores de Swasti eran fundam entados, m ientras hacia los pasteles el día siguiente por la
m añana, llegó el prestam ista con un hom bre que se llam aba Sasi. Ese hom bre m e m iró y dijo que le
parecía buen trato.
78
El prestam ista no esperó a que llegara m i am o y le dijo a Swasti que le inform ara de que m e habían
llevado. Con solo la ropa que tenía encim a y m i bolsa fuertem ente atada a m i cinturón, m e obligaron
a alejarm e de los pasteles sin acabar.
Me habían alejado de m is deseos m ás profundos com o el huracán arranca el árbol del bosque y lo
arroja en el tem pestuoso m ar. Una casa de juego y la cerveza de cebada m e volvían a causar
desgracias. Sasi era brusco, tosco. Mientras m e conducía a través de la ciudad, le iba contando el
buen trabajo que había hecho para Nana-naid y le decía que esperaba hacer lo m ism o por él. Su
respuesta no m e dio ningún ánim o.
“No m e gusta ese trabajo, ni tam poco a m i am o. El rey le ha ordenado que m e envíe a construir una
parte del Gran Canal. Mi am o m e ha dicho que com prara m ás esclavos, que trabajara duro y que
acabara rápidam ente. ¿Cóm o se puede acabar un trabajo tan enorm e rápidam ente?”
Im agina el desierto sin árboles; tan sólo pequeños arbustos y un sol tan ardiente que el agua de
nuestros barriles se calentaba tanto que nos costaba poderla beber. Después im agina filas de
hom bres que bajan a un profundo agujero y suben arrastrando pesados cestos llenos de tierra por
senderos polvorientos, de sol a sol. Im agina la com ida servida en abrevaderos que usábam os com o
cerdos. No teníam os tiendas ni paja para las cam as. En esta situación m e encontré. Enterré m i bolsa
en un sitio m arcado preguntándom e si algún día saldría de allí.
Al principio trabajaba con buena voluntad, pero a m edida que los m eses pasaban, sentía cóm o se m e
quebraba el alm a. Luego la fiebre se apoderó de m i cuerpo contusionado. Perdí el apetito y apenas
podía com er el cordero y las verduras que nos daban. Por la noche daba vueltas en m i cam astro sin
poderm e dorm ir.
En m i m iseria m e preguntaba si no era el m ejor el plan de Zabado, holgazanear e intentar no partirse
el espinazo trabajando. Entonces recordé la últim a vez que lo había visto y m e di cuenta de que su
plan no era bueno.
En m i am argura pensé en Pirata y m e pregunté si no era preferible luchar y m atar. La m em oria de su
cuerpo ensangrentado m e recordó que tam bién su plan era inútil.
Entonces m e acordé de Megido, sus m anos eran profundam ente callosas a fuerza de trabajo pero su
corazón estaba ligero y en su rostro había felicidad. Su plan era el m ejor.
Sin em bargo, yo estaba tan dispuesto a trabajar com o Megido; él no habría trabajado m ás
duram ente. ¿Por qué m i trabajo no m e proporcionaba felicidad y éxito? ¿Era el trabajo lo que había
dado la felicidad y el éxito a Megido
o estos eran bienes en m anos de los dioses? ¿Trabajaría el resto de m i vida sin satisfacer m is deseos,
sin éxito ni felicidad? Todas estas preguntas se agolpaban sin respuesta en m i m ente. Estaba
dolorosam ente confuso.
Varios días m ás tarde, cuando ya m e creía al lím ite de m is fuerzas y m is preguntas continuaban sin
respuesta, Sasi m e hizo buscar. Mi am o había hecho venir a un m ensajero para llevarm e a Babilonia.
Cavé para recuperar m i precioso saquito, lo escondí entre m is harapos y partí.
Al m archar, aquellos m ism os pensam ientos siguieron pasando raudos por m i cerebro febril, com o
un huracán dando vueltas a m i alrededor. Me pareció vivir la extraña ,letra de una canción de
Harrun, m i ciudad natal:
79
Mira al hom bre que com o un torbellino se com porta com o la torm enta, Que en su carrera nadie
puede seguir y su destino nadie puede predecir.
¿Era m i destino ser castigado por no sabía qué? ¿Qué m iserias y decepciones m e esperaban?
Im agina m i sorpresa cuando, al llegar al patio de la casa de m i am o, vi a Arad Gula que m e esperaba.
Me ayudó a entrar y m e abrazó com o a un herm ano perdido hace tiem po.
Por el cam ino le habría seguido com o un esclavo sigue a su am o, pero no m e lo perm itió. Pasó su
brazo por m is hom bros y m e dijo: “Te busqué por todas partes. Cuando ya no tenía esperanzas,
encontré a Swasti, quien m e contó la historia del prestam ista que m e condujo hasta tu noble am o. El
ha negociado con dureza y m e ha hecho pagar un precio desorbitado pero tú lo vales. Tu filosofía y tu
audacia han inspirado m i éxito actual.”
“La filosofía de Megido, no la m ía, interrum pí” “La de Megido y la tuya. Gracias a los dos, ahora
vam os a Dam asco, donde te necesito com o socio. ¡Mira, exclam ó, dentro de un m om ento serás un
hom bre libre!” Diciendo esto sacó del interior de su ropa una tablilla de barro que era m i título. La
levantó por encim a de su cabeza y la tiró con fuerza contra el pavim ento de piedra para rom perla en
m il pedazos. Pisó con alegría los añicos hasta que quedaron reducidos a polvo.
Mis ojos se llenaron de lágrim as de agradecim iento. Sabía que era el hom bre m ás afortunado de
Babilonia. ¿Ves? El m om ento de m ayor angustia, el trabajo resultó ser m i m ejor am igo. Mi buena
voluntad de trabajar m e perm itió no tener que ir con los esclavos que construían las m urallas. E
im presionó a tu abuelo hasta el punto de que m e quisiera hacer su socio.
¿Entonces, el trabajo era la clave secreta de los shekeles de oro de m i abuelo? -preguntó Hadan Gula.
Era la única que tenía cuando yo lo conocí -respondió Sharru Nada-. A tu abuelo le gustaba trabajar,
los dioses apreciaron sus esfuerzos y lo recom pensaron generosam ente.
Em piezo a entender -Hadan Gula hablaba m ientras pensaba-. El trabajo atrajo a sus num erosos
am igos que adm iraban su perseverancia y el éxito que le proporcionaba. El trabajo le dio los honores
que apreciaba tanto en Dam asco. El trabajo le aportó todas esas cosas de la que he disfrutado. ¡Y yo
creía que el trabajo era sólo para los esclavos!
La vida está llena de num erosos placeres de los que puede gozar el hom bre com entó Sharru Nada-, y
cada uno tiene su lugar. Estoy contento de que el trabajo no esté sólo reservado a los esclavos. Si así
fuera, m e vería privado de m i m ayor placer. Hay m uchas cosas que m e gustan, pero nada reem plaza
al trabajo.
Sharru Nada y Hadan Gula pasaron por la som bra de las elevadas m urallas hacia las m acizas puertas
de bronce de Babilonia. A su llegada, los guardias de la puerta se pusieron firm es y saludaron
respetuosam ente al honorable ciudadano. Con la cabeza bien alta, Sharru Nada condujo la larga
caravana a través de las puertas y por las calles de la ciudad.
Siem pre he querido ser un gran hom bre com o m i abuelo -le confió Hadan Gula-. Nunca había
entendido qué clase de hom bre era. Vos m e lo habéis m ostrado. Ahora lo entiendo, lo adm iro aún
m ás y m e siento m ás determ inado a convertirm e en un hom bre com o él. Tem o no poderos pagar
nunca por haberm e dado la auténtica clave de su éxito; a partir de hoy la usaré. Em pezaré
hum ildem ente, com o él, y eso será m ás acorde con m i verdadera condición que las joyas y las bellas
ropas.
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Y diciendo esto, Hadan Gula retiró los anillos de sus dedos y los pendientes de sus orejas. Aflojó las
riendas de su caballo, retrocedió unos pasos y se colocó tras el jefe de la caravana con un profundo
respeto.
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11. U n re s u m e n h is tó rico d e Babilo n ia
No ha habido en el curso de la historia una ciudad m ás atractiva que Babilonia. Su nom bre evoca
visiones de riqueza y esplendor y sus tesoros de oro y joyas eran fabulosos. Podríam os pensar que
una ciudad así tenía un em plazam iento m aravilloso, rodeada de ricos recursos naturales com o
bosques o m inas en un exuberante clim a tropical. No era el caso, se extendía a lo largo del curso de
los ríos Tigris y Éufrates en un valle árido y plano. No había bosques, m inas, ni tan sólo piedra para
la construcción. No estaba en una vía com ercial natural y las lluvias eran insuficientes para la
agricultura.
Babilonia es un ejem plo de la capacidad del hom bre para alcanzar grandes objetivos usando los
m edios que tiene a su alcance. Todos los recursos habían sido desarrollados por el hom bre, todas las
riquezas resultaban del trabajo hum ano.
Babilonia poseía tan sólo dos recursos- naturales: una tierra fértil y el agua del río. Gracias a una de
las m ás grandes realizaciones técnicas de todos los tiem pos, los ingenieros babilonios desviaron las
aguas del río m ediante diques e inm ensos canales de irrigación. Los canales atravesaban todos los
parajes del árido valle para llevar agua al fértil suelo. Estas obras constituyen uno de los prim eros
trabajos de ingeniería de la historia y el sistem a de regadío perm itió que las cosechas fueran m ás
abundantes de lo que lo habían sido nunca.
Afortunadam ente, Babilonia fue gobernada durante su larga existencia por sucesivas líneas de reyes
que sólo se dedicaron ocasionalm ente a las conquistas y los saqueos. Aunque la ciudad se em barcó
en diversas guerras, estas fueron locales o eran para defenderse de los am biciosos conquistadores
llegados de otros países que codiciaban sus fabulosos tesoros. Los extraordinarios dirigentes de
Babilonia pasaron a la historia a causa de su sabiduría, audacia y justicia. Babilonia no dio orgullosas
m onarquías que querían conquistar el m undo conocido y forzar a las naciones a som eterse.
Babilonia ya no existe com o ciudad, cuando las fuerzas hum anas que construyeron y m antuvieron la
ciudad durante m iles de años desaparecieron, se convirtió rápidam ente en una desierta ruina.
Estaba situada en Asia, a unos m il kilóm etros del canal de Suez, justo al norte del Golfo Pérsico. Su
latitud es cercana a los treinta grados sobre el ecuador, parecida a la de Yum a, Arizona, y poseía un
clim a sem ejante al de esta ciudad, caliente y seco.
El valle del Éufrates, en otro tiem po populosa región agrícola, es hoy una llanura árida barrida por el
viento. Las escasas hierbas y los arbustos del desierto luchan contra la arena llevada por el viento.
Los fértiles cam pos, las grandes ciudades y las largas caravanas de los ricos com erciantes ya no
existen. Las tribus árabes nóm adas son los únicos habitantes del valle desde la era cristiana y
subsisten gracias a sus pequeños rebaños.
La región está salpicada de colinas. Al m enos durante siglos fueron consideradas com o tales, pero los
fragm entos de alfarería y ladrillos gastados por las ocasionales lluvias llam aron finalm ente la
atención de los arqueólogos. Se organizaron cam pañas para realizar excavaciones financiadas por
m useos europeos y am ericanos. Los picos y las palas dem ostraron rápidam ente que aquellas colinas
eran antiguas ciudades, las podríam os llam ar “tum bas de ciudades”.
Babilonia es una de ellas, los vientos habían esparcido sobre ella el polvo del desierto durante veinte
siglos. Las m urallas, originalm ente construidas de ladrillo, se habían desintegrado y habían vuelto a
la tierra. Así es hoy en día la rica ciudad de Babilonia: un m ontón de tierra abandonado hace tanto
tiem po que nadie conocía su nom bre hasta que se retiraron los escom bros acum ulados durante
siglos en las calles, los nobles tem plos y los palacios.
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Algunos científicos consideran que las civilizaciones babilónica y las de las otras ciudades del valle
son las m ás antiguas de las que se tiene conocim iento. Se han dem ostrado de m anera fehaciente
algunas fechas que se rem ontan hasta los 8.0 0 0 años de antigüedad. En las ruinas de Babilonia se
descubrieron descripciones de un eclipse solar, los astrónom os m odernos calcularon fácilm ente
cuándo hubo un eclipse visible en Babilonia y pudieron, de este m odo, establecer la relación entre su
calendario y el nuestro.
Así se pudo calcular que hace 8.0 0 0 años, los sum erios que ocupaban Babilonia vivían en ciudades
fortificadas. No se puede calcular desde cuándo existían dichas ciudades. Sus habitantes no eran
sim ples bárbaros que vivían en el interior de unas m urallas protectoras, sino gentes cultivadas e
inteligentes. Tanto com o puede rem ontarse en el pasado la historia escrita, fueron los prim eros
ingenieros, astrónom os, m atem áticos, financieros, y el prim er pueblo que poseyó una lengua escrita.
Ya hem os hablado de los sistem as de irrigación que transform aron el árido valle en un vergel
cultivado. Los vestigios de los canales son aún visibles aunque la m ayoría están llenos de arena.
Algunos de ellos eran tan grandes que, cuando no llevaban agua, una docena de caballos podían
galopar de frente en su interior. Se los com para en am plitud con los canales m ás anchos de Colorado
y Utah.
Adem ás de regar la tierra, los ingenieros babilonios llevaron a cabo otro proyecto igualm ente vasto:
recuperar una inm ensa región pantanosa en la desem bocadura del Éufrates por m edio de un sistem a
de drenaje y hacerla cultivable.
Herodoto, historiador y viajero griego visitó Babilonia tal com o era durante su apogeo y nos dejó la
única descripción conocida hecha por un extranjero. Sus escritos presentan una pintoresca
descripción de la ciudad y algunas de las extrañas costum bres de sus habitantes. Menciona la
fertilidad notable de la tierra y las abundantes cosechas de trigo y cebada que se recogían.
La gloria de Babilonia se ha apagado pero su sabiduría- ha sido conservada para nosotros gracias a
los archivos. En aquellos lejanos tiem pos, el papel no había sido todavía inventado, y en su lugar, la
gente grababa laboriosam ente sus escritos en tablillas de arcilla húm eda. Cuando las acababan, las
cocían y quedaban duras. Medían aproxim adam ente seis por ocho pulgadas y el espesor era de una
pulgada. Utilizaban estas tablillas de barro, com o se les llam a com únm ente, com o nosotros las
m odernas form as de escritura. Se grababan leyendas, poesía, historia, transcripciones de decretos
reales, leyes del país, títulos de propiedad, billetes e incluso cartas que eran enviadas m ediante
m ensajeros hacia ciudades lejanas. Gracias a estas tablillas hem os podido conocer asuntos íntim os
de la gente. Una tablilla que seguram ente provenía de los archivos del alm acenero del país cuenta,
por ejem plo, que un cliente llevó un vaca y la cam bió por siete sacos de trigo, tres entregados en el
m ism o m om ento y los otros cuatro a conveniencia del cliente.
Los arqueólogos recuperaron bibliotecas enteras de estas tablillas, cientos de m iles de ellas,
protegidas por los escom bros de las ciudades.
Las inm ensas m urallas que rodeaban la ciudad constituían una de las extraordinarias m aravillas de
Babilonia. Los antiguos las consideraron com parables a las pirám ides de Egipto y las situaron entre
las siete m aravillas del m undo. El m érito de la construcción de las prim eras m urallas es atribuible a
la reina Sem iram is, pero los arqueólogos m odernos no han podido encontrar vestigios de estas
prim eras construcciones, ni establecer su altura exacta. Por los escritos de los antiguos se estim a que
m edían entre unos cincuenta y sesenta pies en la parte exterior, que estaban hechos de ladrillos
cocidos y adem ás protegidos por un profundo foso de agua.
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Las m urallas m ás recientes y célebres fueron construidas unos 60 0 años antes de Cristo por el rey
Nabopolasar, quien proyectó una construcción tan colosal que no pudo vivir para ver el final de las
obras. Fue su hijo Nabuconodosor, cuyo nom bre aparece en la Biblia, quien las term inó.
La altura y la longitud de estas m urallas m ás recientes nos dejan atónitos. Una autoridad digna de
confianza inform ó que debieron de tener alrededor de cincuenta y dos m etros, es decir la altura de
un edificio m oderno de quince plantas. Se estim a que la longitud total era de entre quince y
diecisiete kilóm etros y la anchura era tal, que en su parte superior podía correr un carro tirado por
seis caballos. No queda prácticam ente nada de esta form idable estructura excepto una parte de los
cim ientos y el foso. Adem ás de los destrozos de la naturaleza, los árabes se llevaron los ladrillos para
construir en otras partes.
Uno tras otro, los ejércitos victoriosos de casi todos los conquistadores de ese periodo de guerras
invasoras se enfrentaron contra las m urallas de Babilonia. Una m ultitud de reyes asedió Babilonia,
pero todo fue en vano. Los ejércitos invasores de aquel tiem po no eran despreciables y los
historiadores hablan de fuerzas de 10 .0 0 0 caballeros, 25.0 0 0 carros y de 1.20 0 regim ientos de
infantes de 1.0 0 0 hom bres cada uno. A m enudo necesitaban dos o tres años de preparación para
reunir el m aterial de guerra y los depósitos de vituallas a lo largo de la línea de m archa propuesta.
La ciudad de Babilonia estaba organizada casi com o un ciudad m oderna. Había calles y tiendas,
vendedores am bulantes qué ofrecían sus m ercancías en los barrios residenciales, sacerdotes que
oficiaban en tem plos m agníficos. Un m uro aislaba los palacios reales en el interior de la ciudad.
Dicen que esas m urallas eran m ás altas que las de la ciudad.
Los babilonios eran artesanos hábiles que trabajaban en la escultura, la pintura, el tejido, el oro y
fabricaban arm as de m etal y m aquinaria agrícola. Los joyeros creaban piezas de gusto exquisito y
algunas m uestras que han sido recuperadas de las tum bas de ricos ciudadanos se exponen en
m useos de todo el m undo.
En una época m uy lejana, cuando el resto del m undo cortaba árboles con hachas de piedra o cazaba
y luchaba con lanzas y flechas con punta de piedra, los babilonios ya usaban hachas, lanzas y flechas
de m etal. Eran financieros y com erciantes inteligentes. Por lo que sabem os, fueron los inventores del
dinero com o m oneda de cam bio, de los billetes y de los títulos de propiedad escritos.
Babilonia no fue conquistada por sus enem igos hasta cerca de 540 años antes de Cristo. Pero
tam poco entonces fueron tom adas las m urallas; la historia de la caída de Babilonia es de lo m ás
extraordinario, Ciro, uno de los grandes conquistadores de la época, proyectaba atacar la ciudad y
tom ar las m urallas intom ables. Los consejeros de Nabónidus, rey de Babilonia, le persuadieron para
que fuera ante Ciro y librara batalla sin esperar a que la ciudad estuviera asediada. El ejército
babilonio, tras consecutivas derrotas, se alejó de la ciudad. Ciro entró por las puertas abiertas de la
ciudad, que no opuso resistencia.
El poder y el prestigio de Babilonia fueron declinando gradualm ente hasta que, al cabo de unos
siglos fue abandonada, dejada a m erced de vientos y torm entas que la devolvieron al desierto sobre
el que se había alzado en su origen. Babilonia había caído para no volverse nunca a levantar, pero
debem os m ucho a su civilización.
Los siglos han reducido a polvo las orgullosas paredes de sus tem plos pero su sabiduría aún pervive.
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FIN
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