Lo intuía el co ntrad icto rio, contradecido T rotski: „Una nueva literatura y una nueva cultura no pueden ser creados por individuos aislados que salgen de la clase oprimida; solo pue­ den ser creados por toda la clase, por todo el pueblo emanipado de la opre­ sión.“ Palabras como las de Trotski, el revo­ lucionario devorado por la propia re­ volución que contribuyó a alumbrar, se encuentran igualm ente en los tex­ tos de Che Guevara, el revolucionario que prefirió m itificarse en el sa crificio y la entrega total, antes de ser devo­ rado por el proceso al que dedicó toda su existencia . . . Pero las han de expresar, sobre todo, el pueblo, definiendo, luchando, trans­ form ando. A la revolución politica, únase la revolución cultural. Procesos tan unidos como el am or y la com ­ penetración sexual. Si no . . . EL PROBLEMA DE LAS NACIONALIDADES Hablar de ruptura cultural supone abordar todos y cada uno de los pro­ blemas que tiene el hom bre y la co ­ lectividad. Empezando por la d efini­ ción de la misma. Uno de los a rtifi­ cios, tabús, ordenam ientos represivos, es el de „la unidad de las tierras y los hombres de España“. Dicha unidad solo funciona en la represión, cruel, violenta, impuesta precisam ente sobre los hom bres y las tierras de España. D efinir las tierras es com enzar rom ­ piendo el centralism o borbónico. No vamos a entrar en las razones h istóri­ cas, económ icas, geográficas, etc., aplicables no solo a los países „p e ri­ fé ric o s “ (Cataluña, Euskadi, Galicia) sino a las regiones victim adas, m argi­ nadas y explotadas por el centralism o m adrileño, quizá aún más ferozm ente que algunas de ellas: Castilla (no Madrid), Andalucía, Extremadura . . . Vamos Unicamente a subrayar como pueblos con identidad propia han sido obligados a pensar y hablar de acuerdo a la lengua y cultura del „im p e rio “ . De los cuatro idiom as v i­ gentes en España, es indudable que el castellano ha gozado de prerroga­ tivas y privilegios negados el euskera, gallego y catalán. No se trata solo del derecho a hablar la lengua propia. Prensa, libros, escuelas, hábitos y costum bres, tienen necesidad de ex­ presarse en su propia cultura, de ..romper" pués con la adm inistración centralista. El pueblo necesita su ex­ presión propia, que com ienza precisa­ mente definiéndose en su lengua materna. EXPRÉS E S P A Ñ O L / D ic ie m b re 1976 LA ENSEÑANZA Como en el viejo cuento del huevo y y la gallina. Como en la antigua y maniquea disquisición de: qué es p ri­ mero, ser libres para ser cultos, o ser cultos para ser libres. Libres y cultos. O a la inversa. Nunca separados. Contra el mito, la sacralización. C on­ tra la escisión de la sociedad en p rivi­ legiados mentales (detentadores del mando, la cultura, etc.) y esclavos manuales, la prim era y fundam ental necesidad de una enseñanza absolu­ tamente libre, igualitaria, abierta a to ­ dos los ciudadanos, sin privilegios ni discrim inaciones de ningún tipo. Lá enseñanza ha de ser considerada más que como un bien social o una fuerza productiva: ha de verse como una auténtica realización socialista. Cuan­ do solo la elección y la capacidad delim ite los campos de los enseñados, y jam ás privilegio, por herencia, posi­ ción económ ica, influencia de cual­ quier orden, establezca dos catego­ rías de ciudadanos. Esto, y no las vo­ ces que en las Cortes puedan escu­ charse, será quién nos muestre la de­ m ocracia de un país. Esta es la autén­ tica ruptura y no la que pueda produ­ cirse en el parlam ento elitista. Y con­ trol, gestión, racionalización de la m is­ ma, no de acuerdo a cátedras v ita li­ cias o program adores oposicionados, sino en el consenso (voluntad, p arti­ cipación al fin) colectivo, de todo el cuerpo social. Hasta que las aulas sean libres, abiertas, absolutam ente insufladas por una p articipación lúdica y científica al tiempo, dependiente de la voluntad y necesidad, y nunca de la profesionalidad o categoría eco­ nómica. Pero dejem os la utopía: rom ­ per la enseñanza - en lo ideológico, económ ico, político y adm inistrativo es rom per en verdad el franquismo. Lo otro . . . 9