Los libros, el tiempo y los cuerpos. Nadie quisiera estar en el listado del libro del Olvido, salvo que cada página este hecha de la misma materia de los ríos, pura fluidez y corriente deslizante, algo que hace que la perduración no sea más que el símil del mismo movimiento. Los libros se han convertido en árboles de manzanas prohibidas, no por la pulpa triturada y el papel que de ellos se pueda extraer, sino que está en el centro de un supuesto paraíso donde aprenderíamos la ciencia de todo conocimiento. Haber tratado de pasar de esa primera guardería Universal a la primaria cósmica nos desheredó del conocer. Al menos, el mito Judeo-cristiano nos dice que quedamos de “patitas en la calle”, desnudos, solos, abatidos y enfermos, con la obligante tarea de trabajar para ganarnos el pan y el inminente sentido de la muerte para preguntarnos por los antiguos moradores de los cielos. He ahí un sentido de la historia, nada queda dado, todo se hace y se deshace, el amor, el erotismo y la muerte es un estado de consciencia, perdimos el derecho al Edén de los ríos de leche y Miel, mejor dicho perdimos la noción de paraíso, o la inventamos al encontrarnos bajo el manto de la necesidad, las largas búsquedas por adquirir destrezas y tratar de dominar en parte este mundo hostil. El libro que perdimos es la añoranza por leer la naturaleza como si fuese un texto que estaríamos obligados a descifrar para conocer el sentido ignoto de lo que vivimos. Quimera y a la vez lucha permanente por arrancar secretos al mudo en cual sobrevivimos. Existe también la metáfora del libro del Tiempo, ese continuo de experiencias que hace un invisible Cronos devorándonos permanentemente, el pretendido libro del Destino y el libro donde se supone están escritos los nacimientos y las muertes. Los astrólogos trataban de escudriñar en los astros esos signos, buscaban las coordenadas para salir avante en una empresa, la posible victoria en una guerra o la dicha amorosa o la presencia de la Parca, para tomar decisiones sobre cualquier cotidiana acción. El libro negro de la noche, cercano al libro de los Muertos de los antiguos Faraones perfumados y embalsamados en sus cortinas blancas, buscando entre polvos medicados y el polvo del tiempo, la eternidad de sus huesos y la inmortalidad de sus actos. El libro de las oraciones, breviarios donde en versos breves o en sutras de Buda, o en canciones sencillas que trataban de hablar con el demiurgo y establecer un contacto exaltado con los ángeles que permitieran la intermediación con las potencias de lo eterno. Las moradas filosofales, las casas de las ciudades de los dioses, el libro secreto del firmamento que nadie había firmado pero que se suponía tenia la impronta de un creador. Líneas que se pretendían leer en las manos, en las arrugas de los rostros, en los lunares del cuerpo, el alfabeto de lo nunca escrito, la geomancia, la lectura del humo sagrado encontrado en un tabaco o la lectura cifrada cuando llega la mariposa negra a las casas o cuando gotea la tristeza en una época del año que se supone que no hay lluvias sino un dolor del alma. Letras no letras, sólo signos que no son las tabletas de arcilla de los antiguos babilónicos, ni los papiros deshechos por el agua y por sus fibras desgastadas sobre el viento, ni son las piedras Roseta de unas inscripciones talladas con el buril de los escribas domados por la contabilidad de los amos. Lecturas que se han tratado de conseguir viendo nubes y hablando con las olas de un mar que habla murmurando sobre futuras islas y reinos imaginarios que podrían terminar siendo América. Lecturas que se hacían contemplando la concha de los caracoles, las dunas de la arena, la taza de un café hasta ver poblado la saga de Prust en busca del tiempo perdido. Lecturas sobre el perfume de las cosas, sobre los bucles de un cabello y las temblorosas túnicas cuando son agitadas por las pasiones más lúbricas. SE lee el iris de los ojos, se lee el sudor y la lágrima, se lee en la saliva cuando habla con temor y cuando ama con fuerza; más esos libros invisibles y a la vez visibles son posibles aún en nuestra mentes por que los han escrito, traducido y llevado hasta nosotros los amanuenses, los escribas, los letrados, los editores, escritores, los que aman las letras y las disponen sobre el cuero del becerro, sobre el papel hecho de trapos o sobre la liza superficie del papel que conocemos hoy en día y que gracias a Gutenberg nos llega todavía. Lectores que aún desde la caja virtual, visibles lectores de pantalla y de teclado, aún persistimos en buscar un Paraíso humanizado con las grandes preguntas del conocimiento. Desde el arte del poema y la visión encantada de pintores y escultores, desde la música y las pesadillas por saber el corazón de un átomo, están los lectores de la vida haciendo el ejercicio de preguntarse siempre por algo más grande que un simple plato de comida, pero a la vez indagando por no perder la humana condición de sembrador de alimentos, la fuente primaria del trigo y del vino, el pan del sueño y la comida necesaria para seguir viviendo. Dicen que uno mismo es un libro abierto o cerrado, una persona es lo que su vida signa, cada cicatriz es una señal que deja cada ser para ser leída en el trascurso de su propia biografía. La seda misma, tal sutil, fina y elegante era soporte de escritura, los huesos, el bronce, la cerámica, las escamas, eran libros que se abrían a los ojos del portador del signo y el lector del código. Los Tatuajes sobre la piel también son lecturas, libros vivientes que delatan sus historias sobre tonsuras en el cráneo entre eclesiásticos y algunas formas de marcar la santidad, los punzantes estiletes que levantan la piel y dejan marcas para señalar el número de barraca del esclavo, las heridas azules del tintóreo maquillaje hecho a punta de cuchillas para dejar la marca de un dragón sobre la espalda, la cicatriz de nacimiento y la que nos otorgó algún accidente, son lecturas vivas dejadas sobre la epidermis de nuestros expuestos cuerpos. Más siguiendo a Ray Bradbury, la memoria del libro, según la novela Fahrenheit 451, la humanidad preservando los libros hacían que cada hombre se convirtiera en un libro parlante. De la escritura hierática o sacerdotal se ha pasado a una escritura banal y superflua, pasando por el pagano intento de dejar a la mano humana escribir para sí mismo y deponer a los dioses de sus antiguos pedestales. Escritura pasional, honduras del ser, vértigo entre la razón y la trastocacion de los sentidos. De la escritura manuscrita a las formas binarias de los códigos del computo. Las galeras, los listados, los tubos de los royos del papiro, pasando por los mamotretos de las abadías, luego el libro impreso, para llegar al folleto y la revista, hasta en un abrir de ojos las lecturas de la Web como remedio ante los grandes bosques devastados para sacar la pulpa del papel. El rey innovador llamado Pèrgamo, nos dejo los pergaminos, escribiendo en las pieles de corderos y de vacas, letras que se conservaban más que los frágiles papiros. Los copistas permanentes, las bibliotecas incipientes y las colosales colecciones, Rodas, en Atenas el Ptolemaion, que fue relevante después de la destrucción de Alejandría, así como los Museion, que albergaban grandes colecciones, todo esto hacen del libro una historia del tiempo, de la memoria y de la vida misma. Los libros son toda una aventura, una forma de viaje por las oquedades de la historia, pertenecen a nuestra forma cultural y como dice Umberto Eco, es difícil deshacerse de ellos, pues están entre las cosas que se hacen utensilios, como un cuchillo, un tenedor y un espejo. Los libros conllevan la scriptoria, el arte de trascribirlos, copiarlos, escribir sobre ellos mismos, muchas veces algunos eran devorados por las llamas, otros escondidos, unos más copiados con errores o tachados por razones políticas o religiosas, algunos más olvidados y quien sabe cuántos raspados para que sus hojas volvieran a servir para reescribir sobre sus hojas. Más han sobrevivido inquisiciones, pogromos, incineraciones, persecuciones y devastaciones, más sigue acompañándonos, están dentro de nuestras vidas y se conviertes en seres imprescindibles dentro de nuestra formación entre ciencia y poesía. El poeta Prèvert decía que amaba más los labios que los libros, forma del habla que no está en la escritura, más los profetas bíblicos decían que el libro de libros era la Biblia misma y hacían de su lectura una manera de recomponer sus vidas, el I Ching es el libro de las mutaciones, forma de oráculo para consulta en épocas precarias. Existe el libro para hacernos libres y no faltará un libro para sentirnos trasformados o como Gregory Samsa en un escarabajo o como Odiseo en una leyenda sobre el mar de la inventiva. La propuesta es acercarnos más a ellos, hacerlos nuestros amigos más cercanos, vivir como si cada página leída fuera una puerta para pasar sin miedo alguno. Ahora la multimedia, la generalización de los códigos numéricos, que modifica texto e imagen, lo que se llama le hipertexto es una innovación en las formas de ver el libro como tal, lo mismo que la internet que ha posibilitado bajar costos y hacer mayor difusión de escritos como tal vez antes nunca había ocurrido. Más es ahí donde el libro en formato tradiciones busca su espacio para ser consultado y a la vez ser vendido y frecuentado. El libro viaja virtualmente, pero se pretende adquirirlo en papel como objeto artístico o de culto, como presencia o como acompañante en los rincones de ocio creativo, mucho menos incomodo que un portátil en medio de un bosque. Ambas formas de leer subsisten ahora, hay algo en el libro- libro que nos hace libres, una manera de tomar las letras y jugar con ellas los pequeños tragos de los párrafos, sentirlo y compartirlo como si fuese de verdad una amistad en el tiempo, alguien que nos acompaña para hacer la conjura contra los dificultades de nuestras compulsas vidas. Es la hora de volver a leer, leer en todas partes, desde el cuerpo hasta el alfabeto de nuestros propios sueños. Fernando Cuartas Acosta.