Palermo, Zulma Para una pedagogía decolonial. 1a ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Del Signo, 2014. Fecha de catalogación: 08/08/2014 ISBN: 9873784224 © Ediciones del Signo. 2014 Anibal Troilo 942 5° 11 Buenos Aires Argentina Tel.: 4864-2179 [email protected] www.edicionesdelsigno.com.ar Reservados los derechos para todos los países. Ninguna parte de la publicación incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducido, almacenado o transmitido de ninguna forma, ni por ningún medio, sea este electrónico, químico, mecánico electroóptico, grabación, fotocopia o cualquier otro, sin la previa autorización escrita por parte de la editorial. Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 LA GLOBALIZACIÓN DE LA INDIANIZACIÓN THE INDIANIZATION OF GLOBALIZATION (2009, técnica y dimensiones variable) Pedro Lasch Este mapa fusiona el inglés, español y francés para producir una nueva cartografía basada en los significados de las palabras “indio” e “indígena”. Presentando el fundamento de nuestros procesos contemporáneos de globalización, el mapa es un retorno a la experiencia europea de ignorancia y confusión al llegar al Continente Americano. Como visión futura o presente, sin embargo, el renombramiento de los continentes en este nuevo mapa registra el épico crecimiento cultural y político de la población que –no importa qué tan correcta o erróneamente– ha sido denominada “india” o “indígena”. Director de Colección: Walter Mignolo Comité Editorial: Zulma Palermo, Pablo Quintero y María Eugenia Borsani Prefacio Walter Mignolo El “desprendimiento” es el nombre que reúne diversos ensayos guiados por la idea del activo abandono de las formas de conocer que nos sujetan, y modelan activamente nuestras subjetividades en las fantasías de las ficciones modernas. El relato de la modernidad con su carga semántica y retórica de progreso impulsa el consumo, se esfuerza por mantener la idea de que la historia es única y desemboca en la ontología que la idea de modernidad construye; desplaza y complementa la felicidad cristiana con la felicidad terrenal del consumo. Por eso el propósito es la perpetuación de subjetividades modernas devotas del consumo cuya única libertad consiste en elegir obligatoriamente a los gobernantes que seguirán sujetándolos a la idea de que la economía es la ciencia de lo existente, de lo que hay y que el signo del cumplimiento de una vida moral y exitosa es la acumulación de riqueza, mercancías y propiedades. Para tres cuartas partes del mundo el mercado no es un lugar donde se “consume” el salario, sino un lugar de encuentro, de sociabilidad, de intercambio, en comunidades donde se trabaja para vivir y no se vive para trabajar y consumir. La necesidad de “desprendernos” de tales ficciones naturalizadas por la matriz colonial de poder es la teoría que el pensar descolonial convierte en proyecto y proceso. La modernidad produce heridas coloniales, patriarcales (normas y jerarquías que regulen el género y la sexualidad) y racistas (normas y jerarquías que regulen la etnicidad), promueve el entretenimiento (banal) y narcotiza el pensamiento. Por ello, la tarea del hacer, pensar y estar siendo descolonial es la sanación de la herida y de la viciosa compulsión hacia el “querer tener”: desprendernos de las normas y jerarquías modernas es el primer paso hacia el re-hacernos. Aprender a desaprender para re-aprender de otra manera, es lo que nos enseñó la filosofía de Amawtay Wasi. Los volúmenes que publicamos no son escritos “sobre el tema” sino que son el hacer mismo: hacen en el hacerse pensando y no ya en el estudio de algo. Es una manera de estar siendo frente a la compulsión del querer ser/tener. El pensar y hacer descolonial, base del desprendimiento, no es tampoco un pensamiento para “aplicar”(subsidiario de la distinción teoría y praxis), sino que es el acto mismo de pensar haciéndonos, de modo dialogal y comunitario. No es un método, sino una vía, un camino para rehacernos en la búsqueda de formas de vivir y de gobernar(nos) en las que no vivamos para trabajar/producir/ consumir, sino que trabajemos para con-vivir. Las dificultades que los estados y las corporaciones ponen a la marcha de estos proyectos y procesos no deben ser ignorados pero tampoco debemos rendirnos ante ellos. La crisis de la modernidad está en que occidente (e.g., Estados Unidos y el corazón de la Unión Europea) ya no controla la matriz colonial de poder. No obstante, la disputa por el dominio de la matriz (el ascenso económico político de China y de Rusia, junto con los estados BRICS) reproduce la colonialidad al mismo tiempo que disputa su control. Entre los esfuerzos por re-occidentalizar el mundo, por un lado y la imparable desoccidentalización en la esfera de los estados y las corporaciones, por el otro, se extiende la emergente fuerza política, ética y epistémica de la sociedad política global con proyectos al margen de los estados y las corporaciones. Al margen no quiere decir afuera, sino en los bordes. De ahí la necesidad urgente del desprendimiento en sus múltiples manifestaciones arraigadas en historias locales y la inevitable urgencia del habitar y pensar en las fronteras. Este volumen editado por Zulma Palermo, actora en las conversaciones y en la organización de situaciones colectivas de aprendizaje, ensaya caminos de pedagogía descolonial, evocándome un párrafo impecable de Ivan Illich en la introducción de su reflexión, de plena validez hoy, en torno a La sociedad desescolarizada (Barral Editores, 1974): Por qué debemos privar de apoyo oficial a las escuelas Muchos estudiantes, en especial los que son pobres, saben intuitivamente qué hacen por ellos las escuelas. Los adiestran a confundir proceso y sustancia. Una vez que estos dos términos se hacen indistintos, se adopta una nueva lógica: cuanto más tratamiento haya, tanto mejor serán los resultados. Al alumno se le “escolariza” de ese modo para confundir enseñanza con saber, promoción al curso siguiente con educación, diploma con competencia, y fluidez con capacidad para decir algo nuevo. A su imaginación se le “escolariza” para que acepte servicio en vez de valor. Se confunde el tratamiento médico tomándolo por cuidado de la salud, el trabajo social por mejoramiento de la vida comunitaria, la protección policial por tranquilidad, el equilibrio militar por seguridad nacional, la mezquina lucha cotidiana por trabajo productivo. La salud, el saber, la dignidad, la independencia y el quehacer creativo quedan definidos como poco más que el desempeño de las instituciones que afirman servir a estos fines, y su mejoramiento se hace dependiente de la asignación de mayores recursos a la administración de hospitales, escuelas y demás organismos correspondientes. Así las cosas, la tarea de la pedagogía descolonial consistirá, paradójicamente, en escolarizar la escuela puesto que la escuela ya sido desescolarizada. En los últimos 40 años la situación descrita por Ilich se agravó y podríamos decir, con algunas modificaciones de detalle, que el párrafo es válido para la educación en general, de la primaria a la universidad, particularmente con el auge de la idea neoliberal que la “eficiencia” es uno de los objetivos principales de la educación. Por ello la contribución fundamental de este volumen consiste precisamente en contextualizar, indirectamente, las situaciones descriptas por Ilich en la perspectiva descolonial. ¿En qué consistiría pensar y actuar descolonialmente en pedagogía? En primer lugar, y también el irrecusable comienzo de toda reflexión y actuación en esta dirección, en hacer visible e irrefutable que no hay “pedagogía” a secas puesto que la pedagogía sin modificador es una pedagogía oficial, al servicio del sistema político y económico que la sustenta, promueve y, también, la deja caer en pro de ocupaciones más “eficientes”. La escuela y la educación son, en la mentalidad neoliberal, cada vez más “ineficientes” pues los esfuerzos deben ponerse en el acrecentamiento del PBI y no del aprendizaje y formación de personas que contribuirán a la vida comunal y plena. La pedagogía descolonial no puede estar el servicio de la eficiencia, ni tampoco a la limitada tarea de formar ciudadanos para el estado-nación (educación liberal), ni tampoco solo en la formación de personas de fe (educación teológica), sino en la búsqueda, a través del amor descolonial, de aquella plena humanidad que ambicionaba Frantz Fanon al terminar de escribir Los condenados de la tierra, en el lecho de muerte e inundado por la violencia de la colonialidad, en Argelia y en el Tercer Mundo1. El gran problema radica en cómo podrán los oprimidos, como seres duales, inauténticos, que “alojan” al opresor en sí, participar de la elaboración de la pedagogía para su liberación. Sólo en la medida en que se descubran “alojando” al opresor podrán contribuir a la construcción de su pedagogía liberadora. Paulo Freyre REFLEXIONES PREVIAS Zulma Palermo Zulma Palermo Una de las principales referentes de la perspectiva descolonial en Argentina. Ha desarrollado su actividad en el campo de la crítica literaria y literatura latinoamericana, cuenta con un vasto trabajo – siempre en construcciónen torno a la importancia de la descolonización de la memoria, la producción cultural desde la experiencia local y la búsqueda de simetría de derechos, legitimaciones y escuchas. Publicó numerosos artículos en revistas especializadas del país y el extranjero. Dirige proyectos de investigación vinculados a los temas de su especialidad, entre los que se cuenta el destinado a conformar una historia sociocultural de Latinoamérica. El pensamiento que impulsa la necesidad de reflexionar desde la exterioridad de la episteme eurocéntrica se encuentra siempre acuciado por la pregunta acerca de cómo pensar desde un lugar “otro”, en tanto nos encontramos atravesados por el discurso de la modernidad / colonialidad en todas sus dimensiones, tal como lo señalara tempranamente Paulo Freyre en el enunciado que preside estas páginas. Es esa pregunta la que se reitera una y otra vez en las voces de quienes buscamos des-prendernos del pensamiento único, persiguiendo la generación de una pedagogía decolonial y es en esa dirección que se orientan estas páginas. En la convicción de que tanto geo como corpopolíticamente nuestro lugar en el mundo se construyó desde la imposición de la ratio eurocentrada en la aceptación del rol secundario, dependiente y dominado impuesto por el poder colonial, pensar desde fuera de tal paradigma demanda de inmediato la pregunta del cómo hacer desde los distintos roles que cada quien juega en la vida social para alcanzar el des-prendimiento. De entre ellos, el que cumple la educación formal –estructurada para reproducir y perpetuar en todos sus niveles y en todas sus formas la matriz colonial de poder– resulta definitorio. Sin duda no hay para esa pregunta una sola y única respuesta ya que cada localización de la sociedad y la cultura encuentra particulares estrategias operativas. Así, las experiencias alcanzadas por las comunidades indígenas han abierto distintos caminos pertinentes a sus formas específicas de vida, lo que no implica una elección única (hegemónica) de procederes. Otro tanto acontece con los grupos de afrodescendientes que, en distintas localizaciones de la cartografía latinoamericana, van también reapropiándose de la memoria soterrada y obturada durante milenios2. Sin embargo, hay un cierto común denominador en ellos: el ejercicio consciente y deliberado de una actitud de búsqueda comunitaria tendida a reinstalar y fortalecer la propia memoria para, a partir de ella, generar procesos que consoliden saberes devenidos de esa memoria; se trata de la activación de formas de interlocución comunitaria, a la vez que intercomunitaria dando curso a procesos de interculturalidad. Estos procesos, emergentes de comunidades claramente excluidas y así reconocidas por el aparato de Estado, cobran particulares dimensiones y gestan una situación distinta en relación con lo que acontece en la sociedad “criolla”, educada para no advertir la diferencia colonial en la que se subsume3. Es acá donde se agudiza la cuestión que nos interesa y a la que nos abocaremos más directamente. Se trata –como propone el lema de la Universidad Amautay Wasi– de “desaprender para aprender a aprender”, lo que requiere en primer lugar asumirse como colonizad@s, desarticulando el conocimiento adquirido en el orden acumulativo y reproductivo que se cree es único, válido y verdadero. Esto nos interpela y nos pone en disponibilidad para abrirnos a una interlocución comunitaria en la que la construcción del saber puede alcanzar proporciones colectivas actualizando el pensamiento generado en el propio lugar para ponerlo en diálogo con otros y, en particular, dando re-existencia4 a la trama tejida por la memoria social y la producción intelectual en cada lugar de producción. Este camino favorece la puesta en acto del pensamiento freyreano pues es en la medida en que nos descubramos “alojando” dentro de nosotros al opresor es que podremos contribuir a la construcción de una pedagogía liberadora, es decir, decolonial. Para colaborar en ese proceso de autoreconocimiento y de gestación de formas otras de producción de saberes iniciamos este recorrido con la puesta en texto de un diálogo de larga duración y en el que indirectamente participan muchas voces. En su fluencia se va entramando una red de consideraciones de índole conceptual que va desde las categorías que ha venido proponiendo el pensamiento de la M/C/D centrado en la noción de la colonialidad del poder, a sus precedencias en la producción intelectual en/desde América Latina. Este camino no es lineal, sino que –como el pensamiento mismo– va y viene en lanzadera, tensionándose a sí mismo en búsqueda de una reflexión plural que ayude a comprender los procesos que en el tiempo han permitido pensar desde un lugar otro. Este diálogo encuentra otros cauces, en una segunda instancia, en el relato de algunas prácticas de interlocución comunitaria de sujetos docentes en distintos niveles del sistema educativo, como una de las experiencias concretadas –entre muchas otras posibles– en el cómo ir generando espacios dentro del mismo sistema institucionalizado, para pensar y hacer en orden a ensayar acciones tendientes a proponer una pedagogía que –desprendiéndose de los modelos instituidos– alcance un futuro decolonial pluriverso. La tercera parte entrama las voces de niños de la periferia urbana de la ciudad de Salta durante la participación en proyectos desarrollados por organizaciones sociales. Sus testimonios son acá mucho más que meros relatos etnográficos que describen “casos” singulares y a la vez paradigmáticos de la exclusión a la que muchos se encuentran sometidos. Se trata de la puesta en texto de la no-exitencia de aquellos que se sienten condenados a una vida sin horizontes; son voces narrando historias de vida atrapadas en la trama de la violencia social que la educación formal no puede ni está en condiciones de escuchar. Estos recorridos culminan con un retorno al diálogo inicial cuyas conceptualizaciones alcanzaron materialidad en las prácticas antes expuestas. Con este libro –que no reúne un conjunto de artículos de autor sino la expresión de voces pluriversas en permanente diálogo– creemos contribuir a la gestación de una democracia participativa y decolonial que revierta el orden instituido. I. SOBRE LA MATRIZ COLONIAL DE PODER Es indiscutible que el discurso de las disciplinas sociales, desde mediados del siglo xx , ha puesto en un lugar privilegiado la cuestión del poder en sus distintas formas de acción y manifestación, como clave para la comprensión de los procesos que han dado forma a las sociedades en el tiempo, dando lugar a las condiciones del presente. Esta cuestión se encuentra desarrollada en profundidad y extensión desde muy distintos paradigmas y localizaciones geopolíticas. Es por ello que se hace imprescindible en nuestro caso diseñar la concepción que guía estas indagaciones, con la finalidad de acotar el lugar de enunciación desde el que generamos nuestros análisis, nuestras interpretaciones y nuestras prácticas. Desde el momento en que entendemos que toda construcción conceptual acerca de la sociedad es el resultado de una instancia reflexiva que se afinca en las características, conflictos, convergencias y contradicciones de sociedades concretas y que éstas se encuentran localizadas, se opta acá por orientar la mirada desde la perspectiva de la opción decolonial y su concepción geo y corpopolítica de la construcción del poder. En primer lugar, porque se trata de un campo conceptual emergente de las sociedades localizadas en el espacio de Latinoamérica, desde la exterioridad de los paradigmas eurocentrados, aún cuando se encuentren en inevitable –y necesario– contacto con ellos, siempre leídos críticamente desde esa exterioridad. Luego, porque tales constructos son el resultado de la estrecha relación con las prácticas sociales específicas de cada instancia de realización. De allí el emparentamiento entre las formas operativas del poder que se busca sintetizar siguiendo la perspectiva de la decolonialidad en los distintos y fragmentarios espacios productivos del sudcontinente –sin distinción de nacionalidades en su sentido moderno– y sus formaciones heterogéneas. Buscando explicitar esas nociones dialogan acá Zulma Palermo y Pablo Quintero, a partir de un intercambio de opiniones y experiencias concretadas durante el desarrollo del Seminario de Verano realizado por el GESCO (Grupo de Estudios Sobre Colonialidad) en enero del 20115. La matriz colonial de poder en diálogo Zulma Palermo: En nuestro contacto con estudiantes y estudiosos tanto argentinos como pertenecientes a otras latitudes de América Latina –en particular Brasil, Chile, Ecuador y Perú– ha quedado explícitamente expuesto el interés que despierta en estos días la propuesta de una epistemología “otra” emergente de los espacios depreciados por el pensamiento único. Es por eso que puede ser esclarecedor dialogar acerca de ello para ir despejando –aún para nosotros mismos– algunas de las cuestiones que se nos presentan centrales en el horizonte que abre la opción decolonial desde la analítica de la modernidad/colonialidad como posibilidad de futuro. Pablo Quintero: A esos efectos y como punto de partida, creo imprescindible insistir en algunas cuestiones centrales relativas al poder según la propuesta M/C/D, y que hiciera explícitas en otras oportunidades: en América, territorio periférico del sistema-mundo moderno, la cuestión del poder ha sido evidente a lo largo de su historia. El pensamiento crítico latinoamericano, desde sus albores, se ha preguntado acerca de su constitución, características y, muy especialmente, sobre su ejercicio en el subcontinente. En las últimas décadas, y a medida que se iban articulando en los centros mundiales las discusiones entre modernidad y postmodernidad, fue conformándose en América Latina una tendencia crítica que revisitaba este debate desde la perspectiva específica del poder colonial. De esta manera, a principios de los años noventa, a raíz de las divergentes posiciones que en esa época caracterizaban dicho debate, más específicamente en Europa y Estados Unidos, y considerando tanto la experiencia colonial como la particular dependencia histórico-estructural de América Latina, irrumpe en ese escenario un pensamiento descentrado del polo eurocéntrico: el pensamiento decolonial. Desarrollado por estudiosos de distintas disciplinas sociales, convergen en la búsqueda de respuestas propias a las problemáticas en debate, redimensionando sus términos al colocar en el centro de la argumentación una perspectiva distinta sobre el poder y sus relaciones6. Un punto de inflexión ineludible en ese campo se debe a las ideas del sociólogo peruano Aníbal Quijano quien generó una interpretación de la modernidad a la luz de la experiencia histórica y cultural latinoamericana, erigiendo la categoría de “colonialidad” (Quijano, 1992) como el nodo epistémico de la propuesta sobre la estructuración del poder en la modernidad. La noción central por él formulada es la de colonialidad del poder, la cual hace visible la existencia de un patrón/matriz de dominación global propio del sistema-mundo moderno/capitalista/ eurocentrado originado con el colonialismo europeo a principios del siglo XVI. Es necesario, entonces, comprender esta categoría, integrada a las propuestas de algunos otros autores del proyecto modernidad/colonialidad/descolonialidad (M/C/D). Dada la complejidad de su andamiaje teórico y la multiplicidad de derivaciones que viene generando, me parece pertinente que intentemos realizar algunas aproximaciones a sus postulados centrales. Z.P: Me gustaría abundar en la explicitación de que estas conceptualizaciones –como señalaras– responden a una historia del pensamiento latinoamericano, un pensamiento/discurso de la resistencia, que surge en el mismo momento de la conquista de la mano de “letrados” en condiciones “fronterizas” (Mignolo, 2003), con voluntad de señalar los mecanismos con los que el poder operaba en cada momento de esa cronología: desde Wuaman Poma de Ayala hasta los libertarios de las independencias, como José Martí, pasando por los buscadores de la liberación latinoamericana ya sea en la línea de un Leopoldo Zea o en la de un José Carlos Mariátegui. Otro tanto acontece con los teóricos de la filosofía de la liberación que, en los años 60-70 del pasado siglo sistematizan el proyecto en una “red” que intervincula –posiblemente por vez primera– a pensadores de distintas localizaciones geopolíticas del sudcontinente7. Quiero con esto decir –acordando con Enrique Dussel y Walter Mignolo– que el proyecto M/C/D se entronca en una búsqueda de larga duración que alcanza hoy los lineamientos a los que nos referimos y que pueden sintetizarse conceptualmente en la colonialidad del poder a la que referías. P.Q: Sin duda esa extensa genealogía alimenta fuertemente el posicionamiento crítico de A. Quijano, ya que éste entiende que las formas de articulación del poder que él mismo visualiza se inauguran con la aparición en el horizonte colonial de la modernidad, de las sociedades a las que Europa controlará desde el s. XV, es decir y principalmente de lo que llegará a conocerse después como “América”8. z.P: Antes de avanzar en la explicitación de estas nociones, me parece necesario, para su mejor comprensión, señalar también las convergencias entre los pensadores decoloniales en relación con el sentido de la modernidad y su emergencia en el siglo XVI generando una forma de periodización distante y distinta de la producida por el pensamiento de la modernidad, desde el momento en que la irrupción del nuevo mundo en el ya conocido modifica radicalmente la concepción y, en consecuencia, el relato de la “historia universal”. Así Dussel (2000) demuestra que antes del “descubrimiento” Europa era el extremo occidental de otro centro de poder interregional: India, Asia y el Mediterráneo oriental y sólo por la posición que le otorga la presencia de América se convierte en el nuevo “centro del mundo”. De allí que incluya a la modernidad en el ámbito de lo mítico, como una invención eurocéntrica de una genealogía que se remonta a Grecia y Roma; en tanto Quijano la identifica con el surgimiento del capitalismo precisamente por las relaciones entre producción y trabajo fundadas en la diferencia racial que sólo aparecen en el horizonte discursivo con el “descubrimiento”. Mignolo, por su parte, haciéndose eco de esas interpretaciones, y en la misma dirección de Dussel, pone el acento en la construcción de nuevas cartografías comerciales que modifican sustancialmente los conceptos preexistentes y, en particular, las relaciones de poder generadas por Europa; es decir, dando lugar a lo que Quijano denomina, según venimos reiterando, la colonialidad del poder9. P.Q: En efecto: se trata, según él, del patrón de poder global del sistema-mundo moderno/capitalista originado con la conquista de América por el colonialismo europeo del siglo XVI (principalmente español y portugués), continuado bajo la hegemonía francesa y holandesa durante el siglo xviii, prolongado con el imperialismo inglés en el siglo xix, y extendido con el dominio del imperialismo norteamericano desde principios del siglo hasta hoy en día, a través de una larga serie de transformaciones y transmutaciones de las dimensiones subjetivas (construcción de las identidades) y materiales (formas de control del trabajo) de este patrón. Por ende, es posible hablar de una matriz colonial del poder, en tanto que sistema ordenador y acumulativo de las relaciones sociales y de la disposición del poder, en la trama de relaciones sociales que constituye la historia de América Latina como en algún momento tú explicitaras (Palermo, 2006). Ciertamente, con la independencia latinoamericana a principios del siglo xix, se inicia un proceso de descolonización pero no de descolonialidad. Es decir, los nuevos estados-nacionales latinoamericanos logran independizarse de las potencias hegemónicas, pero la colonialidad y sus efectos fundamentales siguen operando a lo interno de los distintos países, produciéndose, con el tiempo, diferentes estructuraciones sociales, todas, no obstante, articuladas bajo el manto de la diferencia colonial y del control del trabajo por medio del capitalismo. Sin duda alguna, la colonialidad del poder es el elemento central de la estructuración de la sociedad en América Latina. Z.P: Las vinculaciones entre estos pensadores de la decolonialaidad no se agotan en esta forma otra de periodizar la historia de occidente desde la reescritura crítica de la modernidad –desde su “cara oculta” como enuncia Mignolo– sino que la problematizan en el presente de la economía global para hacer su crítica, articulando la especulación con los movimientos sociales (populares, indígenas, afrodescendientes, etc.) en todos los espacios que siguen viviendo experiencias coloniales. De modo, entonces, que la colonialidad, nacida con la modernidad –“no hay modernidad sin colonialidad” afirma también Mignolo– da lugar a una situación, la situación colonial, que se afianza en un proceso de larga duración P.Q: De hecho, y según las indagaciones de Quijano (2001a), en toda forma de existencia social que se reproduce en el largo plazo –como aconteció en América Latina– se encuentra la presencia articulada de cinco ámbitos básicos de existencia, sin los cuales aquella no sería posible: trabajo, sexo, subjetividad/intersubjetividad, autoridad colectiva y naturaleza, cada uno de ellos con sus recursos y sus productos. La disputa continua por el control de dichos ámbitos acarrea la (re)producción de las relaciones de poder. Desde esta perspectiva, el fenómeno del poder se caracteriza por ser un tipo de relación social constituida por la co-presencia y la interactividad permanente de tres elementos: la dominación, la explotación y el conflicto. Es por eso que la dominación se erige como la forma más general de las relaciones de poder y, por ende, como su condición básica. Dicha condición se funda en un contacto asimétrico en donde algunos conjuntos sociales ejercen el control sobre el comportamiento de otros. Aunque la dominación recae sobre todos los ámbitos de la existencia social y se establece como condición primordial para su control, sus ámbitos centrales son la autoridad colectiva y la subjetivad/intersubjetividad. Así, la imposición de la dominación por medio de la violencia organiza una estructura de autoridad (colectiva), a la vez que se legitima en la subjetividad/intersubjetividad. La dominación en el ámbito del trabajo, adquiere la forma de explotación, la que radica precisamente en el mantenimiento de una relación de inequidad persistente, sustentada –por parte de un grupo o individuo– en la obtención constreñida del trabajo de los demás, sin retribución equivalente (Quintero, 2010). La prolongación en el tiempo de la explotación, en tanto dominación del trabajo, constituye las relaciones de propiedad y las relaciones de producción. De esta forma, se instituye la dominación como la condición de posibilidad de la explotación, pero no a la inversa. La dominación y la explotación – como elementos permanentes del fenómeno del poder– implantan necesariamente el conflicto como tercer elemento de esta tríada. El objetivo del conflicto es el cambio o la destrucción de los recursos y de las instituciones configuradas y reproducidas por la dominación, aún cuando también éste se funda en la tentativa por controlar los ámbitos básicos de la existencia social. Es por esto que se puede hablar de un patrón/matriz de poder en tanto sistema progresivo y acumulativo de administración de las relaciones de poder a nivel global. Z.P: De modo, entonces, que la persistencia de estas formas de relación de dominación y explotación instauradas en América Latina desde el descubrimiento, se constituyen –como diría Santiago Castro Gómez– en los dispositivos del poder (2005) que dan lugar a los conflictos del presente en sus distintas formas de manifestación. Lo que me parece importante destacar acá –una vez más– es que esa forma de dominación y control generó desde el momento mismo de la conquista –y sin solución de continuidad– acciones de resistencia discursiva a las que referí antes, como formas de producción de conocimiento. Junto a ella la resistencia política y social –el conflicto– con las confrontaciones de aborígenes en el siglo xvi, las rebeliones de indios, negros y mestizos durante el s. xviii y las invisiblilizadas participaciones de esos grupos en las guerras independentistas. En nuestros días con los denominados “movimientos sociales” que abarcan ya no sólo a los sectores “populares” sino a diversos grupos afectados por el aparato global de poder y su crisis en estos comienzos de siglo. Pienso en la movilización del pueblo griego, en los “indignados” españoles, en la furia del vandalismo inglés, en la tardía pero importante reacción de los estudiantes chilenos acompañados por la movilización obrera, en las consecuencias todavía no visibles de la caída de la economía del “norte”. También, y con efectos perdurables a través de todos esos siglos, una producción simbólica que, apropiándose de la tecnología de imposición, subvirtió el poder colonial para seguir dando forma a la cultura de pertenencia en la imaginería de los tiempos primeros (las tallas en madera y piedra, los óleos angelológicos, los bajorrelieves, los púlpitos y puertas eclesiales). Ya en el siglo xx en la literatura indigenista, y más aún en la llamada neoindigenista que entrama la narración de una memoria soterrada como acontece en las novelas de José María Arguedas, o en la remembranza de la cadencia afro como en la poesía de Jorge Guillén. Esta digresión me lleva a retomar los aportes que antes mencionara de E. Dussel (2006, entre otros) que resultan sustanciales para comprender y revisar la concepción del poder monolítico para pensarla desde un lugar “otro”. En la actual filosofía política de este representante del pensamiento de la liberación, el poder ha sido definido siempre en términos de dominación –en la filosofía europea desde Maquiavelo hasta Weber– es decir, en términos negativos y en esa dirección parece sostenerse la relación que establece Quijano entre poder y explotación. Dussel la invierte, centrando la mirada ya no en los sectores históricamente dominantes, sino en las prácticas de los movimientos sociales de nuestro tiempo (que prefiere llamar “populares”), tornándola así en una noción positiva. Esa positividad surge de una “voluntad de vivir” como potencia que “puede mover, arrastrar, impulsar” (2006: 23) de donde nace el poder (en su sentido lato de “poder hacer” en contra de todas las carencia que el Pueblo padece: de alimentación, de vivienda, de recursos) desde donde se erige como “poder del pueblo”, un poder que requiere del consenso de todos –ya definido por Bartolomé de Las Casas en su defensa de los aborígenes– en la búsqueda de construir instituciones distintas de las que diseñó y pone en práctica el Estado Moderno hasta nuestros días. De allí su discusión con la “fetichización” del poder vigente y su orientación al encuentro de la construcción posible y necesaria de la emergencia en América Latina de estos comienzos de siglo de nuevas y distintas formas de “autoridad” que posibiliten la institucionalización de una democracia transmoderna –en ese sentido por fuera de los mandatos de la modernidad– que compatibilice las formas propias de la representatividad con las de la participación directa. Estas últimas hacen que el “poder del pueblo” ocupe el lugar que reclama en el Estado institucionalizando y regulando sus necesidades y derechos y controlando su ejecución y cumplimiento. P.Q: En efecto. Quijano analiza las relaciones históricas del poder desde su negatividad, al tratar el poder como esa triada de elementos nocivos a las que refería (dominación, explotación y conflicto) que se articulan en torno al control de las áreas básicas de la existencia social. De esta forma, el control del trabajo referiría a la manipulación del medio ambiente y de las tecnologías de sobrevivencia. En el orden de las subjetividades se refiere a la producción de sentidos sociales, incluidos aquí los imaginarios, las memorias históricas y las perspectivas centrales de conocimiento. El control de la autoridad colectiva remitiría a la organización social y, finalmente, al control de la naturaleza que lleva a la obtención de recursos y la reproducción de la vida. Al mismo tiempo, pone en perspectiva la existencia del control del sexo y de la reproducción sexual que estaría articulado a la generación de placer/displacer y a la reproducción de la especie (Quijano, 2001b). En una aproximación muy simplificada diría que en el espacio que se teje entre estos cinco ámbitos y estos tres elementos, la imagen del tejido aparece como una especie de jaula de hierro weberiana de la que no se puede escapar. Pero el tercer elemento propuesto por Quijano, el conflicto, augura la posibilidad de transformar la manera en que éste se entrelaza con la dominación, pudiendo pensar (más en la línea de las actuales especulaciones de Dussel) en tejidos sociales organizados por un tipo de poder no opresor a construir en el futuro. Tal vez una manera de especificar el pensamiento de Quijano sea el de no considerar el binomio dominación/explotación como una constante humana ahistórica. También cambiar el término “control”, con el que se quiere pensar las relaciones que se forman con los ámbitos básicos de existencia, por el par apropiación/expropiación. Esto nos permitiría discernir entre relaciones violentas y desiguales como son las que se plantean de hecho en la colonialidad del poder y los vínculos comunitarios tendientes a la igualdad y al respeto que se propone la decolonialidad . Z.P: En esta dimensión, se vincula con la concepción del “bien vivir” (sumak kawsay) emergente en el discursos y las formas de vida de la andinidad que, en palabras de Quijano, “sólo puede tener sentido como una alternativa hacia la Des/Colonialidad del Poder” (2010). En el contexto de su análisis histórico de las formas de dominación hasta llegar a los tiempos de la “Colonialidad Global del Poder”, localiza la propuesta de bien vivir como una potencialidad propia de la práctica de la vida social cotidiana de los pueblos que, a través de distintas estrategias colectivas –los llamados movimientos sociales u otras prácticas comunitarias que se manifiestan muy particularmente en situaciones de crisis– buscan “habitar históricamente en esa nueva existencia social posible” (Ibid.). Creo que las preocupaciones de Edgardo Lander (2010) en este orden dan una dimensión política ineludible para la comprensión de los efectos de la colonialidad con miras al futuro de la vida. A partir de un diagnóstico del estado actual de destrucción que afecta a todas las regiones del mundo, pero muy particularmente a los “pobres del sur” entiende que hay respuestas por fuera del modelo económico que sostiene el neoliberalismo, en las formas de vida y de relación con la naturaleza de las comunidades preexistentes a su implantación, precisamente en lo que se considera es el “buen vivir”. No obstante –y ante la crisis civilizatoria global cada vez más evidente– se insiste en soluciones economicistas estrechamente vinculadas a la persistente idea de progreso infinito con el agregado del imperio de la tecnología. Los movimientos sociales que llevaron a gobiernos con proyectos progresistas en muchos países de América Latina no alcanzan a concretar sus propósitos. De modo tal que la crisis civilizatoria que atravesamos no tiene todavía un horizonte alentador. P.Q: Precisamente, esa nueva existencia requiere gestarse en cada uno de los cinco ámbitos básicos de la existencia social a los que refiere Quijano y que señalé más arriba (trabajo, sexo, subjetividad/intersubjetividad, autoridad colectiva y naturaleza), de modo tal que todos ellos se vean afectados conjuntamente, como una totalidad, una estructura histórica e intrínsecamente heterogénea y contradictoria. Porque también y en esa misma medida, las relaciones de poder en cada ámbito básico de existencia social se comportan con ritmos y maneras diferentes, dependiendo de las conductas concretas de los colectivos humanos; de allí el carácter necesariamente histórico, heterogéneo y discontinuo de esa estructura. Sobre este asunto Quijano (1990) retomará y reconceptualizará la categoría de heterogeneidad estructural para dar cuenta de la articulación de diferentes formaciones sociales, horizontes de sentido e incluso formas de control del trabajo que han existido históricamente en América Latina. Todas bajo la matriz de la colonialidad del poder como eje rector de las mismas. Z.P: Encuentro en estas formulaciones significativas coincidencias con el posicionamiento crítico de otro peruano, Antonio Cornejo Polar10, quien reconoce en las formaciones discursivas sociohistóricas, un sujeto social “cambiante y fluido”, y señala la existencia de una realidad hecha de fisuras y superposiciones, que acumula “varios tiempos en un tiempo”. De allí la compleja heterogeneidad que caracteriza y constituye a la cultura andina y la necesidad de generar una perspectiva descentralizadora, atenta a la circulación discursiva de los distintos sectores que forman a la sociedad como una “totalidad contradictoria” en la que conviven conflictivamente lo occidental y su opuesto, dominador y dominado, la ciudad y la ruralidad, como intenté sintetizar hace unos años (Palermo, 2002). Tal perspectiva requiere de un pensamiento en condiciones de detectar el decir del deseo y de la necesidad –de la opción por la vida– de los sectores marginados (Cornejo Polar, 1994). Por lo tanto, no se trata de la mera “incorporación” de esos sectores (en este caso los indígenas) a la estructura ya existente, sino de producir una transformación de ésta, de modo tal que el sistema –que se estructura sobre la base de una falsa homogeneidad– se modifique. La complejidad se agudiza con las “migrancias” que caracterizan al mundo global, migraciones que dan lugar a la articulación de dos o más formaciones socio-discursivas que se superponen muchas veces conflictivamente, contradictoriamente (Cornejo Polar, 2005 y 2006), en línea con lo que Mignolo define como “doble memoria”, la que da lugar al “pensamiento fronterizo” como efecto de la diferencia colonial (2003). Esta convergencia entre las perspectivas de ambos estudiosos a la vez que se vinculan, se diferencian de manera significativa. Se vinculan en tanto Cornejo Polar tiene como objeto de estudio la doble discursividad manifestada en textos literarios, testimoniales y orales y Mignolo el bilenguajeo como expresión de un pensamiento entre lenguas; se distancian, pues mientras el primero se circunscribe a la cultura/literatura peruana y piensa la relación entre su estructura y el sentido histórico que la consolida, el segundo problematiza el lugar de la colonialidad in extenso, diseñando –como también propone Boaventura de Sousa Santos– una epistemología del sur (2006). Para este pensador portugués, “sur” es una metáfora que encierra en sí a todos los pueblos oprimidos y pobres del planeta; por lo tanto, no designa una mera localización geográfica11. P.Q: Creo que lo destacable aquí es que en todos estos argumentos son fundamentales las nociones de totalidad, estructura e historicidad. La totalidad es entendida como una realidad social cualitativamente distinta de la mera suma de individualidades; no se trata de un valor ontológico sino político en tanto posibilita, en su dinamismo, las transformaciones de la sociedad. La estructura, por su parte es, en síntesis, la consolidación de un modelo que se ha venido dando en el tiempo y que da forma a cierto tipo de instituciones sociales las que, a su vez, modelizan patrones de comportamiento, en el caso de la colonialidad: una matriz colonial en la que se gestan las relaciones sociales en el devenir de sus disputas y conflictos. Tales modelos de comportamiento, al alcanzar estatuto institucional, generan normativas que rigen las conductas de los sujetos. Por eso podemos hablar de “estructuras”, es decir, de esas directrices medulares para la reproducción de las formas de comportamiento de los sujetos individuales y sociales. (Quijano, 2001b). Desde esta perspectiva, en la historia de occidente la disputa por el control de todos y cada uno de aquellos ámbitos de la existencia social y el poder resultante –relaciones de dominación/explotación/ conflicto– es lo que da configuración al comportamiento social. Dentro de tales “estructuras”, los “procesos”, entendidos como conductas consolidadas, se reiteran hasta que las tensiones, las contradicciones y el conflicto las hace estallar y vuelve el viejo ciclo de disputas y de victorias y derrotas y de reproducción de las conductas impuestas, incluidas las formas de conflicto. En otros términos, puesto que en todas las sociedades de las cuales tenemos información el poder ha estado presente, no es arbitrario afirmar que es eso –el poder– lo que articula las diversas y dispersas experiencias sociales en una estructura conjunta que reconocemos con el nombre de sociedad (Quijano, 2001b). En consecuencia, las relaciones sociales y los patrones de poder que la configuran son necesariamente específicos e históricos, pues se desenvuelven en cronotopos particulares, por ende su necesaria condición heterogénea y discontinua. Z.P: Me interesa muy especialmente traer acá la noción de cronotopo acuñada por el teórico ruso Mijail Bajtin, preocupado por las formas en que se construye el sentido social en las tramas discursivas, en particular en los textos literarios. Según él: Saber ver el tiempo, saber leer el tiempo en la totalidad espacial del mundo y, por otra parte, percibir de qué manera el espacio se llena no como un fondo inmóvil, como algo dado de una vez y para siempre, sino como una totalidad en el proceso de generación, como un acontecimiento: se trata de saber leer los indicios del transcurso del tiempo en todo, comenzando por la naturaleza y terminando por las costumbres e ideas de los hombres (hasta llegar a los conceptos abstractos) (Bajtin, 1982: 11-12). Si aceptamos que la literatura tal como es pensada por occidente desde el Renacimiento es una institución y que, por lo tanto, contribuye significativamente para la generación de estructuras de pensamiento y de acción, es decir, en la formación de “identidades”, el proceso de interpretación y de representación del espacio y del tiempo como experiencia cultural –de la construcción de sentido– en un momento y en un lugar particulares, son centrales para la conformación de estructuras que responden a definidos estatutos de poder. Esto es así en la medida en que “las diferentes cronotopías no serían sino manifestaciones de la interpretación de formas identitarias que proveen las culturas en procesos acumulativos, de modo que en ellas se lee el modelado de la imagen sociohistórica del hombre, nunca homogénea” (Arán, 2010:13). P.Q: Estas coincidencias entre reflexólogos que provienen de la tradición marxista son innegables; de allí que sea también necesario distinguir sus particularidades. En ese orden –y desde nuestro lugar de enunciación– resultan fundamentales para la ubicación cronotópica de la modernidad/colonialidad, los señalamientos efectuados por Quijano, en el sentido de que la colonialidad como patrón específico e histórico de poder se origina y mundializa a partir de América. En efecto, según su posicionamiento, con la constitución de América (Latina), en el mismo momento y en el mismo movimiento histórico, el emergente poder capitalista se hace mundial, sus centros hegemónicos se localizan en las zonas situadas sobre el Atlántico –que después se identificarán como Europa–, y como ejes centrales de su nuevo patrón de dominación, se establecen también la colonialidad y la modernidad. En otras palabras: con América (Latina) el capitalismo se hace mundial, eurocentrado y la colonialidad y la modernidad se instalan, hasta hoy, como los ejes constitutivos de ese específico patrón de poder (Quijano, 2007: 93-94). Tal patrón de poder se constituye a partir de la asociación estructural de dos ejes centrales que fueron consolidándose históricamente a partir de la conquista. Uno de ellos se asienta en un entramado de relaciones sociales intersubjetivas, basadas en la clasificación social jerárquica de la población mundial, sostenida en la configuración y naturalización de la idea de raza. La idea de raza como primera categoría social de la modernidad, ha desempeñado un papel central dentro de las nuevas identidades geoculturales globales que se constituyeron con el colonialismo hispánico a principios del siglo XVI, articulándose posteriormente con otras formas de clasificación social basadas en las ideas de clase y de género/sexualidad. De esta forma, en el patrón de poder de la colonialidad, la idea de raza y el complejo ideológico del racismo, impregnan todos y cada uno de los ámbitos de existencia social y constituyen la más profunda y eficaz forma de dominación social, material e intersubjetiva (2000). Es por ello que la posición subalterna de los pueblos sometidos por este específico e histórico patrón de dominación/explotación, es vista no como el resultado de un conflicto de poder sino como la derivación lógica de una inferioridad esencial en su naturaleza, es decir, como diferencia colonial. Z.P: Es allí donde se puede percibir con claridad lo que venimos denominando “colonialidad del ser” caracterizada por Dussel y Mignolo y estudiada en el estado histórico de situación de aborígenes y afrodescendientes en América Latina por diversos integrantes del colectivo M/C/D. Esa lógica de la colonialidad desarrollada por Quijano como has venido explicitando, da lugar a la formación de subjetividades tanto individuales como sociales, inseparables de la colonialidad del saber o colonialidad epistémica. La estructuración de la subjetividad encuentra su focalización –según lo entiendo– en los problemas de raza, género y sexualidad como objetos centrales de los estudios que ocupan a la opción decolonial. Pero acá me parece imprescindible aclarar que esta noción se distancia de la desarrollada por la filosofía eurocentrada a la manera de Heidegger o Levinas con los que entran en diálogo tanto Dussel (2006) como Maldonado Torres (2003), reconociendo genealogías y geopolíticas distintas y relocalizadas. Tal el discurso proveniente de la “exterioridad despreciada” como denomina Dussel a la filosofía islámica y el de Franz Fanon acerca de “los condenados de la tierra” al que remite insistentemente Maldonado Torres. Por lo tanto, cuando se habla de la colonialidad del ser no se apela a una condición esencialista y fundamentalista sino que se orienta hacia un campo de conocimiento centrado en la materialidad de la cultura y de la historia de los excluidos en la narrativa eurocéntrica, a una forma otra de conocimiento. P.Q: Considero que es precisamente en esa dirección hacia donde se orienta el segundo eje de la colonialidad como actual patrón de poder, como plantea Quijano, al referir a ese sistema de relaciones sociales materiales que se gestó en el mismo movimiento histórico de producción y de control de subjetividades. En este sentido, con la conquista de América comienza a configurarse paralelamente un nuevo sistema de control del trabajo, que consiste en la articulación de todas las formas conocidas de explotación en una única estructura de producción de mercancías para el mercado mundial, alrededor de la hegemonía del capital. La categoría analítica de “capitalismo” se refiere precisamente al conjunto formado por dicha articulación estructural pues el capitalismo se desarrolló desintegrando todos los antiguos patrones de control del trabajo, absorbiendo y redefiniendo todos los fragmentos estructurales anteriores que le fueran útiles. Aunque este control se manifiesta globalmente desde sus comienzos, no ha existido nunca históricamente de forma homogénea. Por el contrario, debido a su propio carácter, el capitalismo articula (además de diferentes formas de explotación) múltiples contextos históricos y estructuralmente heterogéneos, configurando con todos ellos un único orden mundial encarnado en el actual patrón global del control del trabajo (Quijano, 2000). En el proceso de constitución histórica de América, todas las formas de control y de explotación del trabajo y de control de la producciónapropiación-distribución de productos, fueron articuladas alrededor de la relación capital-salario y del mercado mundial. Quedaron incluídas la esclavitud, la servidumbre, la pequeña producción mercantil, la reciprocidad y el salario. En tal ensamblaje, cada una de esas formas de control del trabajo no fue una mera extensión de sus antecedentes históricos sino que todas eran histórica y sociológicamente nuevas. De la misma forma, y dentro del mismo movimiento histórico, los modos de producción y de control de la subjetividad adquieren un carácter específico supeditado a este patrón de poder. Como enunciamos, la subjetividad es desglosada por Aníbal Quijano en tres elementos fundamentales: el imaginario social, la memoria histórica y las perspectivas de conocimiento (2002). Dentro del patrón de poder de la colonialidad estos tres elementos se expresan en el “eurocentrismo”. Así denomina Quijano el modo de producción y de control de las relaciones intersubjetivas, que fue elaborado y sistematizado a mediados del siglo xvii en Europa, como parte del eurocentramiento del patrón de poder moderno/colonial. Así, el eurocentrismo está caracterizado por un imaginario social, una memoria histórica y una perspectiva de conocimiento, dependientes tanto de las exigencias del capitalismo como de la necesidad de los colonizadores de perpetuar y naturalizar su dominación. Esto obviamente, ha incluido históricamente la apropiación de los logros intelectuales e incluso tecnológicos de los colonizados. No obstante, el rasgo más potente del eurocentrismo ha sido un modo de imponer sobre los dominados un espejo distorsionante que les obligará, en adelante, a verse con los ojos del dominador, bloqueando y encubriendo la perspectiva histórica y cultural autónoma de los dominados bajo el patrón de poder actual. Z.P: En ese orden me parece imprescindible referir a los aportes relativos a los problemas de género que realiza María Lugones12 entre otros pensadores de la opción decolonial, ya que amplía el sentido de la matriz colonial de poder propuesta por Quijano, por entender que ésta –si bien tiene un alto valor heurístico– sigue adherida a una idea masculinocéntrica del género y la sexualidad; en su concepción, por el contrario, lo que existe en las sociedades subalternizadas es un “entramado” (entendido como la relación entre hilos y trama en un telar) que impide la separación de sus componentes; así género, raza, sexualidad y trabajo resultan inseparables en la vida cotidiana. (2008). Es, precisamente, porque no existe cuerpo sin condición de género como no existe cuerpo sin condición de lugar social que cada texto –y aún cada enunciado en el texto– cobra singular sentido al indagar esa condición ya que, de lo contrario, se consolidaría el posicionamiento de las prácticas políticas normativas masculinas que se ven a sí mismas como “sin atributos” y universales. De este modo, el género no es algo de lo que se pueda ser ajeno/a ya que no se trata de una lente analítica que se pueda obstruir o desplegar según sean los genitales y/o las prácticas sexuales de la cultura a la que pertenece. Es por eso que reflexionar sobre la colonialidad del género en el aquí y ahora no puede reducirse a la población femenina y/o a los grupos y organizaciones que luchan políticamente por ello, porque se estaría reproduciendo el estudio de las formas por las que los otros (hombres) tratan a “sus” mujeres y a “sus” homosexuales. En cambio se trata de cómo la sociedad en su conjunto se compromete para desarticular la herida infligida por la colonialidad desde la perspectiva de género. También resultan sumamente valiosos los aportes de Santiago Castro Gómez al localizar sus investigaciones en la estructura de la sociedad bogotana desde la colonia –el Reino de Nueva Granada– y hasta comienzos del s. xx, centrándose en el análisis del discurso de la “limpieza de sangre” y de la resistencia a las reformas borbónicas para desentrañar los mecanismos que, en el correr del tiempo, consolidan el funcionamiento de una sociedad criolla segregacionista, en la que gravita fuertemente la matriz colonial de poder (2005 y 2009). Por nuestra parte, también generamos algunos análisis de los discursos circulantes en Salta (Argentina), en la transición entre los s. xix y. xx, los que se encuentran atravesados por una colonialidad del poder, del conocimiento y de la subjetividad en fuerte contradicción con los valores que intentan instalar las “reformas borbónicas”, sin conseguirlo (Palermo, 2011a). P. Q: En esas investigaciones, como en otras puestas en juego desde esta perspectiva, se ponen en evidencia los modos de producción y de control de la subjetividad. Si bien Castro-Gómez para sus fines recurre a operaciones analíticas provenientes no sólo de los desarrollos de la M/C/D, y tú hechas mano a los análisis del discurso, los tres elementos que juegan para ello, según Quijano (2002) serían la construcción del imaginario social, de la memoria histórica y de las perspectivas de conocimiento desde las que éstas se modelaron, y que resultan definitorias, tanto para una analítica de la colonialidad como para el proyecto de su destrucción, y para la fundación de un nuevo horizonte de futuro. Se podría decir que para resolver las cuestiones pendientes en América Latina, y para socavar la colonialidad que siguió casi intacta después de las independencias latinoamericanas, se necesita de la deconstrucción de los actuales patrones subjetivos de la colonialidad, y de la construcción de nuevas subjetividades. Ciertamente, la independencia latinoamericana reconfiguró el control de las relaciones de poder en las antiguas unidades políticoadministrativas hispánicas. No obstante, este reacomodo mantuvo y ratificó la colonialidad del poder, esta vez de la mano de los sectores blancos e ilustrados de la sociedad. Aunque en cada una de las distintas sociedades, eran una reducida minoría del total de la población, los sectores blancos ejercían la dominación y la explotación de las mayorías de indígenas, afrodescendientes y mestizos que habitaban las nacientes repúblicas. Estos grupos mayoritarios no tuvieron acceso al control de los medios de producción, fueron impedidos de representar sus subjetividades (religiosas, idiomáticas, artísticas, etc.) y al mismo tiempo quedaron imposibilitados para participar en la dirección de la autoridad colectiva. Como lo ha hecho notar con claridad Aníbal Quijano, América Latina ha estado históricamente conformada por Estados independientes pero con sociedades coloniales. Z.P: Tu estudio sobre la formación de la sociedad criolla en Venezuela hasta consolidarse a comienzos del s. xx (Quintero, 2009), a través de una producción narrativa altamente canónica –la novela Doña Bárbara de Rómulo Gallegos– me parece es otra muestra de las posibilidades que abre este tipo de análisis que se encaminan a concretar hermenéuticas pluritópicas como propone Mignolo (1995), abriendo a un abanico más inclusivo de la multivocidad. Me gustaría abundar un poco en esta explicitación en tanto se trata de dar cuenta de la coexistencia de varios sistemas y de varios procesos con diferentes grados y niveles de contacto. Esta complejidad reclama formas de interpretación que exceden los límites de una hermenéutica monotópica –según la que la comprensión es una y la misma sin distinguir las diferencias entre los distintos sujetos sociales– sino de una hermenéutica pluritópica que parta de la pluralidad de tales sujetos buscando comprenderlos precisamente en sus diferencias. Tal disposición interpretativa asume también un posicionamiento no dialéctico –al fin de cuentas éste es un método que responde acabadamente a la ratio cartesiana, ajena a la de las culturas nativas y a las diversas migraciones, externas e internas, que componen el complejo sistema latinoamericano– sino que, partiendo de una pluralidad de tradiciones (memorias), abre el abanico de múltiples interacciones sociales, es decir, a una efectiva práctica intercultural. Enrique Dussel, en 1973, proponía un método ana-léctico –junto al ontológico heidegueriano que persigue el Ser; al mismo tiempo lo contrasta con el dialogismo con el que Levinas busca incorporar al “otro” (al judío) en el diálogo europeo después del holocausto– método que, junto a los anteriores, permita superar la colonialidad de la subjetividad. Se trata de una hermeneusis –como sugiere Mignolo (2001)13– que no busca ni se apoya en la “universalidad” sino en la diversalidad, en la heterogeneidad emergente de las muy distintas historias coloniales en toda la extensión de América Latina. Las totalidades que se construyen a partir de estas formas de interpretación no son ya abstractas; son relaciones entre proyectos concretos, contrastaciones que permiten tanto la generación de identificaciones como de distanciamientos. Se trata, simultáneamente, de superar la mimesis por la que se quiere explicar el funcionamiento de las sociedades de manera unívoca sin atender a sus profundas diferencias históricas; de dejar ya de interpretar, por ejemplo, la cultura del noroeste argentino con los mismos criterios utilizados para las sociedades metropolitanas ya sea ésta la parisina o la porteña. Esta forma de hermeneusis admite en gran medida como punto de partida los “saberes prácticos” (Kaliman, 2001)14 devenidos de la experiencia y edificados por la memoria social la que no es estática sino dinámica y se encuentra en permanente transformación. Por otra parte, es central a la hermenéutica pluritópica el “pensar en lenguas”, es decir, en colocar también en simetría las distintas lenguas en uso sin establecer jerarquías de poder entre ellas. Se abre así la posibilidad de pensar y de interpretar desde la exterioridad del sistema central buscando los contactos entre las culturas por fuera del eurocentrismo la dominancia colonial. Es así clara la relación contrastiva que puede realizarse hacia dentro de la misma nación y entre aquellas con horizontes de experiencia colonial aunque éstos sean disímiles; pensar –entre otras– en las posibilidades que abre el estudio contrastivo entre la cultura hispánica, la caribeña y la lusitana en nuestro sudcontinente y, a la vez, con las culturas africanas, india y árabe… P.Q: Creo que esta analítica resulta ser pertinente para hacer visible lo que constituye el eurocentrismo al que nos venimos refiriendo, en tanto modo de producción y de control de las relaciones intersubjetivas que –como lo he venido señalando– fue elaborado y sistematizado a mediados del siglo xvii en Europa estructurando la matriz colonial de poder. Tal sistema es posible en tanto formaliza un imaginario social, una memoria histórica y una perspectiva de conocimiento, dependientes tanto de las exigencias del capitalismo como de la necesidad de los colonizadores de perpetuar y naturalizar su dominación. Esto, obviamente, ha incluido históricamente la apropiación de los logros intelectuales e incluso tecnológicos de los colonizados. No obstante, el rasgo más potente del eurocentrismo ha sido un modo de imponer sobre los dominados un espejo distorsionante que les obligará, en adelante, a verse con los ojos del dominador, bloqueando y encubriendo la perspectiva histórica y cultural autónoma de los dominados bajo el patrón de poder actual. Z.P: Se trata, específicamente, de procesos de “colonización interior” desde el momento en que esos patrones ya no ejercen presión desde un poder impuesto desde fuera, sino de su asunción por aquellos que han venido siendo sometidos por aquél. Dicho de otro modo, esa matriz colonial ha quedado “naturalizada”, forma parte de nuestra subjetividad y ya no nos encontramos en condiciones de reconocer sus discursos y sus prácticas. Esto es claramente visible en las conductas que marcan las actuales inequidades en todo tipo de diferencias: raciales, de sexo, de género, de participación en la vida del trabajo. etc. etc. P.Q: Precisamente, la construcción de los estados-nación y la invención de las nacionalidades como principio de identificación se realiza según el modelo europeo, acompañado por el desarrollo del capital como relación social. Esto conllevó un proceso de clasificación social basado en la idea de clase (burguesía, sectores medios, asalariado urbano, etc.) dentro de una población étnica y racialmente homogénea, sostenida en la matriz de la diferencia colonial, dando como consecuencia una mercantilización de las relaciones sociales y una secularización de la subjetividad (Quijano, 2000a). Así, los derroteros de las relaciones de dominación, explotación y conflicto estuvieron articulados en torno a las dinámicas entre clases, entre explotadores y explotados. De esta manera, las conquistas de las clases subalternizadas por el control del trabajo, permitieron la democratización de las relaciones sociales mediante la disputa por el control de la autoridad colectiva, especialmente en aquellos territorios donde se gestaron movimientos revolucionarios que permitieron destilar las relaciones de poder alrededor del control de los medios de producción. El resultado más visible de estos procesos fue la configuración de relaciones intersubjetivas de particular cuño que desarrollaron sentidos de pertenencia, por un lado materiales, ligados a unidades territoriales específicas, y por otro lado imaginarios, enlazados a la noción de patria. En otras palabras, la colonialidad del poder hizo históricamente imposible una democratización real en estas naciones. Por ende, la historia latinoamericana está caracterizada precisamente por la parcialidad y la precariedad de los Estados-Nación, así como por la conflictividad inherente a sus sociedades. Z.P: Hasta acá hemos venido trazando con rasgos gruesos lo que entendemos por colonialidad del poder y las formas en que se gestó y se fue moldeando a través del tiempo en las sociedades latinoamericanas. Es decir, hemos estado señalando algunas de las ideas-fuerza que viene proponiendo el colectivo Modernidad/Colonialidad. Ahora bien, hecho ese análisis y dadas las condiciones del presente, se vuelve imperioso pensar hacia el futuro. Si estamos en condiciones de reconstruir los procesos de colonialidad y de dar cuenta de sus estrategias, necesitamos abocarnos a generar instancias de decolonialidad que hagan posible revertir esa historia. Como señalé reiteradamente, la semiosis colonial ya realizada permitió relevar múltiples formas de resistencia a la colonialidad desde el momento mismo de la conquista, las que fueron ya ocultadas, ya ignoradas por la construcción de las historias oficiales. Es decir que el solo hecho de abrir a la re-existencia esas memorias da curso a operaciones decoloniales concretadas por distintos protagonistas sociales en cada uno de los múltiples cronotopos de la colonialidad. Ahora bien, en nuestro tiempo y mirando hacia el futuro, si buscamos con Aníbal Quijano que “la democracia no sea sólo la negociación institucionalizada del conflicto continuo entre vencedores y vencidos, sino el modo de vida cotidiana de las todas las gentes” (2001a: 91), es necesario ir más allá de la especulación teórica y de la generación de un pensamiento otro que altere el orden establecido por la matriz colonial de poder. ¿Es esto factible? P.Q: Este cuestionamiento nos lleva a una de las problemáticas más complejas que afronta toda perspectiva crítica, pero en particular ésta que se concibe a sí misma como un proyecto político y ético, y es la necesidad de avanzar de manera simultánea por dos vías: de pensamiento y de acción. Por una parte, la desestructuración de la colonialidad del poder y de su dominación en todos los ámbitos de la existencia social y, por otra, la creación de nuevas modalidades de existencia social a través de la democratización del poder. Ambos caminos no deberían estar separados entre sí, sino unidos en el mismo movimiento como praxis decoloniales. Esa imbricada relación entre ambos, hace que uno de esos aspectos dependa necesariamente del otro para avanzar. Hasta ahora nuestra perspectiva se ha encargado de desfragmentar algunas de las múltiples facetas de la colonialidad del poder, intentando comprender mejor su funcionamiento y sus modalidades históricas de articulación, desde un punto de vista si se quiere teorético, pero se requiere, además, avanzar en la construcción de alternativas a la colonialidad del poder, más allá del ámbito del saber. La deconstrucción del eurocentrismo requiere esté acompañada por la producción de otros saberes y “haceres”. No es casual que la disrupción de la colonialidad del poder haya comenzado desde hace mucho en la imaginación y la experiencia subjetiva, ya que es allí precisamente donde reside la posibilidad de concebir utopías de futuros alternativos y, a través del pensamiento y de la crítica, que estos puedan concebirse y concretarse. Tal vez el ejercicio de la decolonialidad deba encaminarse entonces a pensar y actuar en aquellos campos claves para la disrupción de la matriz actual de poder. z.p: Por eso, por las urgencias del presente, es que me parece que no se trata de que las prácticas decoloniales “acompañen” los desarrollos teóricos sino más bien que tales prácticas –de muy distinto tipo– producidas por los colectivos sociales vayan generando simultáneamente formas de conocimiento acordes con ellas. Quiero decir con esto que no necesariamente se definen en primera instancia aparatos conceptuales que condicionan las acciones de los colectivos sino que son éstas las que abren la posibilidad de pensar desde otro lugar u otros lugares. De este modo no son exclusivamente los intelectuales (la academia) los encargados de la producción de saberes y su validación, sino las comunidades por sí mismas. Sin embargo creo que acá radica el mayor escollo de esta propuesta y que en el discurso de las disciplinas sociales se conoce como cuestiones de “método” y sus consecuencias en las prácticas educativas. La omnipresencia del factor más positivista de las disciplinas sociales tal como las conocemos creo se radica, precisamente, en el cómo se produce un conocimiento particular, en la necesaria comprobación de su validez, en la borradura de la subjetivación para dar lugar a la construcción de un saber “objetivo” y “verdadero”. Tal como se viene produciendo en el colectivo M/C/D –y desde su propia génesis– se hace evidente una relación indisoluble entre pensamiento y prácticas sociales. Pienso acá muy particularmente en la participación activa de sus intelectuales en las organizaciones indígenas de base andina y en aquellas todavía poco visibles de afrodescendientes. Pienso en la forma en la que opera Catherine Walsh que articula ambas prácticas para, desde allí, asumir categorías conceptuales “amasadas” por las comunidades, tal la concepción de interculturalidad practicada por esos grupos frente a la impuesta por los programas del Estado. Por otro lado las claras diferencias que establecen entre esa práctica así conceptualizada y la de multiculturalidad. O el ya mencionado concepto de re-existencia acuñado por Adolfo Albán-Achinte y gestado en la experiencia misma de una forma de conocer-se desprendido de las normas (métodos) desubjetivizadas de la matriz colonial. Por eso tengo para mí que más allá de las disquisiciones de alta circulación académica–cuyo conocimiento es imprescindible pero no suficiente– se hace imperioso conocer las experiencias políticas y pedagógicas de muchos activos actores de la M/C/D de los que se sabe poco o nada pero que están consolidando los cimientos del quiebre paradigmático. De entre ellos, al mismo tiempo, sólo es posible nombrar a quienes accedieron a la circulación por la escritura como Patricio Novoa Viñan, Ariruma Kowii, Cristina Siñanis entre otros escasos nombres, a través de publicaciones universitarias. Pero están los otros que hacen de su accionar cotidiano la construcción de un desprendimiento que transciende el “campo intelectual” y que sólo alcanzan a ser “mediados” por la escritura académica. Esto nos conduce casi ineludiblemente a la cuestión educativa, al lugar que ocupa esta institución en la formación de las mentalidades, en la construcción de las subjetividades, en la producción de paradigmas P.Q: Sí, esta cuestión me parece importante porque lleva a profundizar en una problemática que hasta ahora no hemos abordado en nuestro diálogo y que considero fundamental, pues se relaciona directamente con las estrategias con las que la modernidad/colonialidad ha configurado un campo específico de regulación/reproducción de los saberes y modos de vida. Creo que una de las características centrales del debate educativo –particularmente al interior de las instituciones educativas nacionales y globales– es la creencia compartida según la cual, el peso o factor societal de la educación es tan grande que puede modificar todas las estructuras sociales circundantes. Si bien la educación ha sido uno de los factores de mayor movilidad social durante el siglo xx, también ha sido uno de los mejores instrumentos utilizados para mantener las desigualdades y asimetrías sociales, no sólo en América Latina sino también en sociedades “occidentales” y “primer mundistas”. Basil Bernstein (1988) y Paul Willis (1977), demostraron esto para el caso de Inglaterra, Martin Carnoy (1980) y Samuel Bowles y Herbert Gintis (1986) para el caso norteamericano y el repetidamente citado Bourdieu (1979) para Francia. Por eso también cuando se habla de interculturalidad se piensa casi inmediatamente en un tipo de relación que está mediada por la educación (y casi siempre con intención civilizadora). Desde los aportes que surgen de la experiencia de Catherine Walsh transferida en numerosos artículos pero fundamentalmente su libro Interculturalidad, estado, sociedad. Luchas (de)coloniales de nuestra época (2009) que retomas y reorientas en algunos de tus últimos escritos –tengo presente ahora “Perspectiva intercultural y opción decolonial” (2011b)– es claro que la cuestión trasciende el ámbito educativo para situarse en la totalidad de la vida social, por ende, también habría que hablar de una economía intercultural, de una política intercultural, etc. Pero mantener distinciones como “educación”, “economía” y “política” sería ingresar el estatuto de las “múltiples separaciones de Occidente” como una de las características del pensamiento de la modernidad que señala Edgardo Lander (2000). De nuevo, si se entiende la interculturalidad como lo hacen ustedes, entre otros/as, el juego se abre para pensar relaciones (conexiones, figuraciones etc.) entre diferentes sistemas subjetivos. En este sentido siempre hemos tenido relaciones interculturales en la medida en que estos sistemas culturales se han relacionado entre sí. La cuestión es que esas relaciones han sido profundamente desiguales en la modernidad/colonialidad, y por ende no es posible hablar de interculturalidad como una relación de evidente simetría, sino más bien como una utopística a lograr, como un sendero otro por donde otros mundos deberían transitar. Z.P: Tal como planteas la cuestión me parece abre un importante abanico de problemáticas presentes en nuestras búsquedas: por un lado, la incidencia de los procesos educativos en los proyectos de colonialidad y su eficacia; por otro, la actual intersección entre educación e interculturalidad dado el reconocimiento explícito o no del efecto que produce la visibilización de grupos sociales antes descalificados y, junto con ello, los fenómenos migratorios; finalmente, una derivación que no es de menor peso en estas disquisiciones y sobre todo en nuestras prácticas, la ya indiscutible y reconocida existencia de la pluridiversalidad social en todas las localizaciones planetarias, lo que implica un particular esfuerzo para encontrar las formas de acceder a ella y de poner en acción estrategias que colaboren en el logro de la decolonialidad para alcanzar la simetría deseada. P.Q: Así es, desde mi punto de vista esos son interrogantes centrales puesto que la educación ha demostrado históricamente que su actuación no es linealmente encauzada para equiparar (igualar) los estratos o los grupos sociales, sino que en la mayoría de los casos, sirve para exacerbar las diferencias. No me refiero a la educación como proceso cognitivo, sino más bien como institución moderno/colonial encargada de “educar”, y como apunta Ivan Illch en este mismo sentido, también está encargada de subyugar y de recluir. Algunos análisis y propuestas de transformación de los patrones de dominación y explotación centrales de la modernidad/colonialidad (aún cuando no la nombren así), tienden a poner el acento en la educación como el campo fundamental donde se gestaría el cambio social. Según esto, la adquisición de ciertas herramientas cognitivas y relacionales con el agregado de alcanzar cierto “nivel de conciencia”, sería la vía privilegiada para la solución de los problemas sociales de los grupos subalternizados por la matriz de poder, independientemente de la forma en que estos grupos estén clasificados por la diferencia colonial. Este problema de enfoque ya ha sido visualizado, al menos desde Mariátegui, como problemático pues se basa en privilegiar un aspecto de un ámbito básico de existencia social como el responsable de las desigualdades y asimismo como el motor para alcanzar la simetría. Por ende, se olvidan otros sistemas de dominación y otros ámbitos de la existencia social que están igualmente colonizados. Compartiendo estas críticas, dudo de que por sí sola la educación pueda resolver la desigualdad. Menos aún cuando estas políticas no están acompañadas por transformaciones profundas de los saberes, metodologías y finalidades. Así por ejemplo, aumentar la matrícula escolar por sí misma, como un dato estadístico que mide el nivel de alfabetización (caso Venezuela y también Argentina), no implica que se estén generando cambios en el funcionamiento social que den como resultado una mayor simetría; otro tanto ocurre con la alfabetización de las comunidades originarias argentinas en sus lenguas, pues enseñar que Roca y Mitre son héroes nacionales, no contribuirá a la descolonización y a la interculturalidad. Sin duda es necesario cambiar los contenidos, los lenguajes, los términos de la conversación pero también transformar la disposición del poder, esto es de la colonialidad. Por eso es imprescindible la puesta en práctica de un tipo de educación liberadora que sí puede contribuir a posibilitar estas transformaciones tal como la concibe el posicionamiento intercultural si éste está entramado en las culturas en juego. Z.P: Estoy totalmente de acuerdo con tus afirmaciones: la educación es la estrategia de colonialidad por antonomasia, de modo tal que es con ella que se siguen consolidando –y a veces con las mejores intenciones como son las campañas intensivas de alfabetización– el funcionamiento de la matriz colonial en la formación de los imaginarios, entendiendo por éstos las formas de percibir y comprender el mundo propias de cada cultura, siempre conflictivas y contraditorias. La fuerza de imposición a través del tiempo y de múltiples estrategias (que van desde la imposición de la letra hasta la de los sistemas cibernéticos) hace tan difícil la concreción de cambios profundos: los modelos pedagógicos, las prácticas institucionales, los contenidos y las formas como se transmiten constituyen una red de relaciones muy consolidada. Para que esos cambios se produzcan es necesario que todos los otros dispositivos del sistema también lo hagan, que las políticas de estado apunten conjunta y coherentemente al “desprendimiento” del patrón que las sostiene. Y creo que es así porque la colonialidad del saber –ya que de eso estamos hablando ahora específicamente– se entrama inseparablemente con todas las formas activas de colonialidad. Es aquí donde cabe un papel determinante a la institución universitaria y su responsabilidad en la multiplicación y profundización de la dependencia epistémica. P.Q: Lamentablemente en el ámbito de la educación superior tales transformaciones están muy lejos de concretarse; en ella la idea de un “campo intelectual” e incluso de una escritura académica, está profundamente relacionada con los basamentos de la educación y de la enseñanza en la modernidad. Tal vez sea interesante abordar estos asuntos entendiéndolos precisamente como configuradores/sostenedores del orden global y, por ende, de la colonialidad. Esto me lleva a pensar acerca de una operación lógica que solemos hacer con mucha frecuencia, y que está profundamente relacionada con la universidad y nuestro lugar en ella. Según esta operación lógica: 1) todos las universidades latinoamericanas (o del mundo) están conformadas por las clases media, media-alta y alta; y 2) la conformación de la universidad a través de esas clases condiciona la subjetividad (incluyendo intereses) de toda la academia y los individuos que están en ellas. Z.P: Quisiera detenerme un momento en esta dimensión del problema y me atrevería a remitir al artículo que sobre esa cuestión llevé en algún momento al debate del colectivo Modernidad/Colonialidad: “Políticas académicas y conflictos del saber: desafíos en la periferia” (2001). Coincido contigo en la valoración del papel que en el sistema juega la estructura académica del nivel superior, con el agregado de que la cuestión de la educación formal no puede reducirse al nivel universitario, si bien éste define en gran medida las políticas de estado en esta materia y, por lo tanto, revierte sobre todo el sistema. Pero también me parece entender que piensas en las universidades latinoamericanas localizadas en las grandes ciudades; al interior de Argentina las universidades consideradas medianas o chicas (clasificación sostenida tanto por su densidad poblacional como por su radicación y también su antigüedad lo que condiciona las adjudicaciones presupuestarias), la población no se corresponde con las clases media o media-alta ya que ésta emigra a las “grandes universidades” favorecidas por su estatus y con particulares expectativas. Consecuentemente, también la elección de carreras se encuentra condicionada por la pertenencia social y económica: enfermería, tecnicaturas de diversa orientación, humanidades y ciencias sociales (profesorados) son las elegidas por los más humildes con la expectativa de alcanzar un estatus en el conjunto social más alto. Recién en los últimos años –como efecto de las acciones de las políticas de estado en relación con las comunidades originarias– hay un ingreso visible de jóvenes procedentes de esos grupos; sin embargo, las estrategias de contención pasan por su transculturación; es decir, adoptar y modificar sus lógicas a las del patrón dominante; la universidad no cambia, deben cambiar los sujetos que aspiran a formar parte de ella15. Creo en este orden de la cuestión que las preocupaciones que nos abarcan son propias de los intelectuales que buscan construir ese otro mundo posible con el que venimos soñando. Intelectuales, por otro lado, en localizaciones del cono sur, eminentemente “criollos”, es decir, descendientes de los “descendidos de los barcos” y arraigados en esta cultura de indefiniciones y de desencuentros. Por eso, para nosotros, es tan importante reconstruir nuestro legado para dar forma a una pertenencia que, sin duda, no es de clase. En eso somos tan aprendices como los miembros de comunidades originarias que necesitan re-crear sus legados para re-existir. P.Q: A veces es muy difícil pensar cuál es nuestro lugar en el mundo. Tal vez la única respuesta firme para nosotros sea reconocer ese lugar como el de la subalternidad, o el de los dominados, a sabiendas de que estamos inmersos en una trama compleja y heterogénea de relaciones sociales y que en algunas coyunturas o en algunos espacios no seamos dominados, sino que posiblemente estemos más cerca de los dominadores de lo que a veces queremos reconocer. En la universidad venezolana, al menos antes de la creación de la Universidad Bolivariana, los estudiantes de clase baja y media-baja, estudiaban por lo general en las facultades de ciencias sociales, de ingeniería y de ciencias exactas. En tanto que las facultades de derecho, odontología y medicina estaban pobladas por la clase alta y la clase media con deseos de ascenso social. Finalmente, facultades como Humanidades, Veterinaria y Agronomía absorbían un estudiantado heterogéneo. Por lo tanto, creo que es posible relacionar cómo los intereses o la conciencia de clase condicionan los intereses, inquietudes, visiones de futuro y, por supuesto, la identidad social de este estudiantado. Sin embargo, sus relaciones son siempre parciales y puede reconocerse la existencia de un condicionamiento de clase pero nunca una determinación. Si así fuera, intelectuales como Edward Said, que vivió toda su vida como un aristócrata, jamás hubiera escrito Orientalismo, ni se hubiera comprometido con su Palestina natal. Por lo tanto, hay acá dos cuestiones a responder: si la “clase baja” posee una “conciencia de clase” en consonancia con sus intereses y, al mismo tiempo, si los individuos y poblaciones subalternas son necesariamente agentes de su emancipación. Desde mi punto de vista ambas cuestiones sólo pueden responderse negativamente. Con ello quiero decir que nuestro lugar en el mundo no pasa únicamente por nuestra relación con la universidad pues somos muchas otras cosas además de homo-academicus (si es que lo somos). Creo que tu texto antes referido (Palermo, 2010) es clarísimo en este sentido: sería interesante pensar en esa clave la pertenencia sociocultural de todos, incluyendo los diferentes niveles que planteas empezando por la familia y yendo desde allí a lo más abarcador. En este sentido, la universidad sería un espacio en esa “geofísica del ser”. Z.P: Por supuesto que no somos solamente sujetos “universitarios”; más bien la educación superior nos habilita para movernos más cómodamente en una diastrartía lingüística cosa que también nos reasegura un cierto potencial por sobre los grupos con los que interactuamos. De allí también la insistencia del discurso político en países como Argentina –desde la reforma del ’18– en la existencia de una universidad abierta al acceso de todos, gratuita y estatal. También las luchas actuales de los estudiantes chilenos por alcanzar objetivos similares y la apertura de la Universidad Bolivariana a la que te referías antes. Sin duda se trata de una organización del sistema universitario cogobernado impensable en Occidente. Sin embargo, es indudable que esa “democratización” necesaria no es suficiente porque en el aspecto cognitivo, la sujeción a las epistemologías eurocentradas es la dominante. P.Q: Esto nos lleva a pensar en las relaciones ya bastante discutidas entre estructura y sujeto. ¿La universidad transforma o fabrica individuos con agencialidades acordes a la (re)producción del sistema? Creo que no. Creo que la universidad aporta elementos que proveen o reafirman ciertas concepciones del mundo, pero la universidad no es la única y exclusiva productora de esto. Habría que empezar a buscar los orígenes de la reproducción de la modernidad/colonialidad también en otros lugares. Para decirlo en pocas palabras: la universidad no es ni la institución liberadora, ni el big-brother de Orwell. Quizás sea las dos cosas al mismo tiempo. Y lo que es, depende también en gran medida de las relaciones que tenemos con esas instituciones. Es decir: pensar nuestro lugar en la universidad, nuestra razón de ser allí, siempre en relación con las demás estructuras sociales que nos circundan. Habría que preguntarse entonces por la necesidad de abrirse al mundo y de salir de la inclaustración a la que nos someten dentro de esos espacios, y por supuesto al goce que nos puede producir, en este momento de la vida, como docentes, ese pedacito de poder que poseemos. Con esta apertura al mundo me refiero al cambio necesario en las pautas de creación y de reproducción de saberes, quizás es necesario re-abrir las preguntas que formulara Edgardo Lander hace ya más de un lustro: ¿conocimiento para qué?, ¿conocimiento para quién? (Lander, 2000b). Z.P: Definitivamente mi larga estancia en la universidad en sus distintos “niveles” de organización –estudiante, docente, investigadora, directora de tesistas, responsable de gestión hasta sus mayores cargos, evaluadora del sistema de Ciencia y Tecnología)– me deja la convicción de que no hay nada más pernicioso que dedicarse exclusivamente a la especulación teórica, es decir a la pregunta y la producción de conocimiento per se. Esa opción sólo sirve para retroalimentar el sistema, sobre todo cuando tal investigación se vuelve sobre los textos letrados de cualquier procedencia, inclusive relevando (o inventando) la decolonialidad en Waman Poma por ejemplo. Por eso me resulta tan afín y pertinente lo de Boaventura en el inc. 8 (cap. III) de su libro De la mano de Alicia… particularmente en lo referido al lugar que ocupa en la estructura tradicional lo que se viene llamando “Extensión Universitaria”. Por otro lado, hay avances desde la perspectiva decolonial en esta dirección concretados por Castro-Gómez (2007), y yo misma entre otros. Desde la gestión intenté de muchas maneras poner en funcionamiento pequeños dispositivos en esa dirección, pero fracasé; inclusive redacté el programa político de la gestión que se aprobó por el Consejo Superior pero nunca se tuvo en cuenta después. Es como tener una ley que nunca se reglamenta y, por lo tanto, nunca se pone en práctica. Por eso percibo que los únicos efectos positivos en esa media centuria (con el paréntesis de la década del ’70), se encuentran en las transformaciones que se pudieron concretar en las personas que encontraron algunos resquicios para no abandonar las utopías de liberación o que las descubrieron como horizonte posible. Es por su mediación que esta mirada se hizo operativa en distintos espacios no universitarios aunque tal diseminación es ínfima dentro del dilatado espacio de la sociedad. Sin embargo, estas especulaciones nos alejan de lo que me parece central: la transformación de la estructura de la educación formal para colaborar en la formación de sujetos conscientes de su pertenencia en condiciones de ”vivir” la decolonialidad. Y ello nos conduce inevitablemente, otra vez, a las prácticas de relación intercultural como las que construyen las comunidades, aún cuando me parece imprescindible realizar una diferencia: una es la de la autoafirmación de las comunidades originarias en sus lenguas y formas de vida en situación interactiva y otra la de los grupos criollos y aún la de las situaciones de lenguas nacionales en contacto, como ocurre con el portugués de Brasil y el castellano de Argentina. Por eso es que me resulta más eficaz la noción de transmodernidad como la formula Dussel que la de interculturalidad que, además, se llena de sentidos políticos distintos según el proyecto que la usa. El lugar de enunciación desde el que Dussel formula la noción de transmodernidad se define desde una geopolítica opuesta a la de la posmodernidad, en tanto entiende que la modernidad no es un fenómeno exclusivamente europeo sino global en el que todas las sociedades del mundo participan; la cuestión radica en la “diferencia colonial” pues la participación de los diferentes no fue incluida en ella. Sin duda los análisis críticos y las propuestas formuladas por Walsh se fundan en gran medida en esta concepción, pero al mantener la denominación “interculturalidad” utilizada por el Estado y las O.N.G. me parece se presta a desinteligencias y a confusiones; de allí que – aún cuando el mismo Dussel utiliza esta denominación– prefiero pensar en términos de un educación transmoderna en tanto implicaría la incorporación de todos los actores sociales y no sólo la de los conglomerados de pueblos originarios y de afrodescendientes en América Latina y, en particular, en el Cono Sur. Pero es necesario volver a las preguntas de Lander sobre el para qué y el para quién del hacer académico y a nuestras afirmaciones sobre la muy evidente colonialidad epistémica de la que no podemos desprendernos. Acá surgen otros interrogantes de mucho peso: ¿ese desprendimiento implicaría una negación de todo lo producido por el pensamiento de la modernidad?; ¿o, al contrario, el “reconocimiento” de otras formas de conocer no validadas por la colonialidad? Más aún, ¿se trataría de formas de fagocitación (a lo Kush), de “antropofagia” (a lo de Andrade), de “transculturación” (a lo Ortiz), o de “hibridación” (a lo García Canclini)? Por esta vía vuelvo a localizarme en la concepción dusseliana de una opción transmoderna desde donde mirar la modernidad no reductiva a Europa, sino como un fenómeno global que se orienta a la búsqueda de liberación. Bien, me dirás, pero este es un enunciado fuertemente conceptual y utópico, y tendrías mi total acuerdo porque en este momento el problema se localiza, a mi modo de ver, no sólo en el para qué y para quién del conocimiento, sino –y en una medida demasiado importante– en el cómo, en las formas por medio de las cuales podemos ir construyendo ese saber que se resiste a ser articulado, en el/los “paradigmas” desde los que operamos. P.Q: Estoy convencido con el poeta y trovador catalán, Joan Manuel Serrat que “sin utopía la vida sería sólo un ensayo para la muerte”. Pero sabemos que las utopías también pueden plantear mundos alternativos peores incluso al existente; tal vez el asunto resida precisamente en cómo pensar y construir en la praxis esas utopías. Desde mi punto de vista, los caminos a los que te refieres no son necesariamente excluyentes. Es menester rechazar las tendencias de la modernidad que se han hecho hegemónicas y que están orientadas por su particular tipo de racionalidad colonial, pero es probable que puedan “rescatarse” o “conservarse” algunos de los elementos que la modernidad ha hecho posibles, siempre y cuando se otorgue a estos elementos una nueva orientación, un nuevo horizonte de sentido. Creo que esto acompaña tanto las tesis de Dussel acerca de la transmodernidad, como las de Quijano en torno a la reoriginalización. Siguiendo esta línea la cuestión recae nuevamente en la necesaria socialización del poder y en la tratamiento simétrico de los saberes y de las orientaciones culturales. Es posible entender la decolonialidad del saber, también en estos términos de reconocimiento múltiple y de utilización de los logros y epistemes más convenientes dentro de un futuro alternativo posible. Pero siempre desde una democracia radical, sin la imposición de un modelo cultural por sobre los otros. De poco servirá derruir las bases de la racionalidad moderna, si luego la sustituimos por otra racionalidad igualmente etnocida con las misma pretensiones de universalidad impositiva. En esta encrucijada formada por la conjunción de la democratización del poder y de la descolonización de la modernidad, residen algunos de los senderos alternativos que los movimientos sociales y comunidades locales están tratando de seguir, especialmente en América Latina. Reconociendo sus profundas heterogeneidades, creo que es posible percibir un conjunto de organizaciones sociales que están afrontando este tipo de alternativas dentro de las constricciones del escenario mundial. Ello por supuesto, con las limitaciones y contradicciones de cada caso, pues cada colectividad ha tenido históricamente un modo de relacionamiento particular con las fuerzas del capitalismo y la colonialidad, y por ende un específico recorrido de subordinaciones y resistencias a estas fuerzas. Dichas especificidades reiteran la imposibilidad de pensar alternativas exclusivas y prefabricadas para este conjunto heterogéneo de actores. Z.P: Esto está hoy claramente visibilizado; desde que iniciamos este diálogo –bastante extendido en el tiempo– se han producido en el mundo acontecimientos altamente significativos que están modificando de manera radical la cartografía del poder. Así en Europa la intensificación de las políticas monopólicas del capital vienen dando lugar a la emergencia de movimientos locales de resistencia hasta no hace mucho impensables. Sin embargo, y a pesar de las aparentes similitudes con las que históricamente han dado forma a las del mundo colonizado en su diversalidad, no responden por eso mismo a ningún patern único. Por eso tengo la seguridad de que para la emergencia de un mundo que incluya muchos mundos, como aquél al que aspiramos, es necesario afincarse en la aceptación de la diversalidad en todos los órdenes y, en nuestro caso, en el epistémico, que como tal se contrapone a la vigencia monopólica del pensamiento único de la universalidad. Con esto no hago más que insistir en uno de los pilares de la decolonialidad que echa raíces en la convicción de que la matriz colonial de poder se ha construido por la negación de la existencia de otras formas de construcción societaria en toda la extensión del mundo cuales son las realidades de Asia, África y América Latina. De allí que los modelos teóricos no puedan determinar la realidad, que no es pertinente partir de modelos preconstruidos para pensarla, sino de experimentar lo que acontece en la vida cotidiana de una comunidad particular gestada en su propia historia, para problematizar y participar de su transformación. Dicho de otro modo: la diversalidad reclama la generación de estudios “moleculares” desprendidos de los consuetudianarios modelos “molares”, como especula Castro-Gómez (2007). De ese modo es sólo la participación desde “dentro” de las comunidades y sus particularidades específicas, con sus complejidades y contradicciones internas la que irá encontrando los modos, las estrategias, los “guiños” necesarios para romper con la colonialidad. Por eso también la pregunta sobre con quiénes y hasta dónde se volvería innecesaria ya que sería la comunidad con la que interactuamos la que generaría sus propios “modelos” y señalaría también hasta dónde cabe la participación desde su “afuera”. Estas respuestas podrán acercase más o menos a esquemas y conceptualizaciones pre-existentes, pero habrán partido de saberes autogestionados que seguramente incluirán las memorias fragmentarias de sus propios legados y que también entrarán en conflicto con la cultura (modelos de vida) hegemónica de ayer y de hoy. La experiencia ganada en este sentido es muy amplia en las más variadas localizaciones; así en Salta, en tanto formación sociopolítica específicamente diferenciada del resto del país, hemos participado en distintas prácticas comunitarias que han dado lugar a construcciones teóricas descoloniales (Cebrelli y Palermo, 2009). Se trata de la formación de una sociedad con alto rango de persistencia de la colonialidad en su constitución “criolla”. Es, con seguridad, una realidad distinta a la de la comunidad chaqueña indígena con la que ustedes participan. P.Q: Este intercambio nos ha permitido actualizar y esclarecer para nosotros algunos conceptos centrales de la opción decolonial y señalar con una mínima casuística las prácticas tanto comunitarias como académicas que se concretan entre muchísimas otras de las que dan cuenta experiencias extendidas por todo el “sur”. Esperemos tener la oportunidad de conocerlas más de cerca y, de ese modo, ampliar nuestro campo de cognición y acción. II. HACER PARA SABER Irrupción de saberes “otros” en el espacio pedagógico: hacia una “democracia decolonial”16 No sólo nos separaba el abismo del idioma y las costumbres, sino también nuestro papel de conquistadores de su tierra. ¿Cómo hablarles del amor de Dios mientras les quitábamos sus ríos y sus valles y su libertad desnuda y promiscua? […] sólo diré que no les dábamos ejemplo de aquello que enseñábamos. (Agüero Molina: 45)17 Este enunciado puesto en boca de un chalaco peruano durante la conquista del Perú en una novela escrita en estos años del s. xxi, nos permite situar lo que acá venimos a proponer: interrogarnos sobre la relevancia de los saberes escolarizados en la formación de subjetividades; sobre los “gestos” decoloniales que nos estamos permitiendo en el aparato educativo quienes sostenemos el discurso teórico arraigado en la perspectiva que propone el colectivo Modernidad/Colonialidad/ Decolonialidad. El desarrollo y permanente expansión de las cuestiones relativas a la colonialidad del saber –y, consecuentemente, del ser– a través de la educación formal es de interés central, y se encuentra enunciada directa o indirectamente en las publicaciones y exposiciones de los teóricos del colectivo desde los primeros documentos producidos. Implícitamente, porque aún cuando no se tome como eje argumentativo la cuestión pedagógica, están refiriendo a las formas y dispositivos que hicieron y hacen a la manipulación y control del saber y del ser. Explícitamente, en las discusiones específicas –al comienzo derivadas de las aproximaciones a la teoría poscolonial y a los estudios culturales– sobre el rol de las ciencias sociales y la crítica al disciplinamiento impuesto por el pensamiento de la modernidad18. Estas reflexiones se orientaron más específicamente al rol de la Universidad y su necesaria transformación para alcanzar un desprendimiento del paradigma de la modernidad, problema abordado de diferente manera por todos nosotros en distintas oportunidades, ya sea refiriendo al sistema en general o analizando casos particulares19. Ahora bien, nuestra preocupación en este orden de problemas se centra en lo que percibimos como una distancia que no podemos salvar adecuadamente hasta ahora entre lo que llamamos “prácticas teórico-discursivas” y “prácticas socio-pedagógicas”, teniendo en cuenta que –mientras las primeras provienen del orden de una reflexión entroncada con la tradición filosófica y las segundas con perspectivas antropológicas y sociológicas– en el territorio de las prácticas académicas no pareciera concretarse una acción transformadora, en el sentido que Dussel otorga al prefijo “trans-” en la noción de transmodernidad20. Desde el momento en que nuestro lugar –y apelamos acá al sentido que Arturo Escobar da a la noción21 – se ha construido durante muchas décadas en el aula, nuestra práctica, nuestro hacer, se encuentra acotado a ella en tanto experiencia productora de saberes, participando con distintos sujetos portadores de memorias diversas, con experiencias vitales y dentro de sistemas de producción heterogéneos. Ese es el espacio en el que se concretó y concreta nuestro “trabajo de campo”, a diferencia de antropólogos, etnólogos, y sociólogos. Queremos decir: nuestra práctica –que intenta perseguir metas decoloniales y, en consecuencia, políticas y éticas– no se realiza con comunidades indígenas, ni de afrodescendientes con claro perfil político, sino en el aula, con grupos estudiantiles de diversos niveles de escolaridad y caracterizados –mayoritariamente como antes señaláramos– por la heterogeneidad de sus procedencias y competencias. Lo que los discursos tanto orales como escritos generados por los distintos estudiosos de la opción ponen en evidencia, es que lo que se busca concretar es el des-prendimiento de la colonialidad del poder entendida como diferencia colonial. Dicho de otro modo, producir la descolonización del saber único que el poder ha naturalizado, al concretar una profunda crítica a la modernidad que genera subjetividades “enjauladas” en la desvalorización de los saberes otros. Este proceso descolonial requiere, al mismo tiempo, de la generación de proyectos decoloniales22 que se orienten a revertir ese estado de situación desmonopolizando el funcionamiento social en todas sus dimensiones: económicas, políticas, subjetivas, cognitivas, y generando proyectos “otros” nacidos en el seno de las comunidades. Separación entre el “decir” y el “hacer” Para poner énfasis en los efectos modelizadores de la práctica docente, retomamos un momento del enunciado inicial: sólo diré que no damos ejemplo de aquello que enseñamos, ya no a los indios sino a los estudiantes; es decir, que generalmente nuestras prácticas no son totalmente consistentes con los discursos que asumimos. Veámoslo así: es indudable que un cambio en los “contenidos” que se despliegan en las instituciones educativas será ocioso e improductivo si no se generan efectivas transformaciones en la concepción misma de lo que significa conocer, en quiénes y para quiénes se produce el saber, en encontrar las vías para des-prenderse de objetos de estudio y métodos disciplinares a los efectos de reflexionar sobre problemáticas que afectan a “la vida en el lugar”. Sabemos también que la “figura” del/la docente y la forma en la que ejerce su función es modélica –ya sea negativa o positivamente– para quienes interactúan con ell@, de donde es igualmente importante la cuestión de los “modos” en los que esos contenidos se operan, es decir, en los formatos institucionalizados y en las maneras de relación entre los distintos integrantes del lugar de producción de conocimiento. Ahora bien, el discurso gestado por la perspectiva de la M/C/D en el que estamos involucrados, es el resultado de la confluencia de muy distintos caminos de experiencias y competencias: la mayoría de ellos son de índole eminentemente teórica en la recepción de muchos y no siempre similares “afluentes”; otros, no menos significativos, nacen de la intervinculación con comunidades marcadas claramente por la diferencia colonial: indígenas y afro-caribeñas. De estas últimas surge –lo que no es casual– el desarrollo de las cuestiones relativas a la colonialidad del ser, a las definiciones de interculturalidad, a la importancia de la memoria y de la restitución de genealogías “otras”, a la puesta en acto de saberes que responden a racionalidades diversas, etc. etc. Ambas vertientes han tenido incidencia en las transformaciones políticas de aquellos estados latinoamericanos en los que se han producido cambios jurídicos e institucionales significativos en orden a la construcción de sociedades más solidarias, pero no alcanzan a aquellos más arraigados a pertenencias fuertemente occidentalizadas o en proceso de des-occidentalización23. En estas sociedades las prácticas participativas y respetuosas de las diferencias no encuentran su cauce en el aparato educativo en general, en ninguno de sus niveles –son excepción en el superior las experiencias conocidas de la Universidad Intercultural de las Nacionalidades y Pueblos Indígenas Amautai Wasi en Quito24; además, en los centros de alfabetización “en lengua” en Ecuador y Bolivia, como proyectos interculturales. En tanto que en la universidad “blanca”, en los institutos destinados a la formación de formadores pertenecientes a las sociedades con preeminencia “criolla”, aún dentro de proyectos de des-occidentalización, la estructura académica en su disciplinamiento es nada más que una de las manifestaciones del estatuto fuertemente jerárquico y autoritario que le da sustento25. Este fundamento autoritario y disciplinar es también claramente visible en el formato que establecen los protocolos sobre los que se organizan las “reuniones científicas” en las que se mantiene una clara diferencia entre conferencias magistrales (de apertura y cierre) a cargo de “autoridades” en la materia, conferencistas de segunda línea y expositores que difícilmente llegan a ser escuchados en maratónicas lecturas cuyo destino se reduce a “alimentar” el C.V. personal26. Por su parte, las instituciones destinadas a la formación de formadores insisten en reproducir esta estructura por lo que el “efecto dominó” hacia los otros niveles del sistema educativo resulta inevitable con las consecuencias que quedan a la vista: persistencia de la colonialidad del conocer, del ver, del hacer. Nos encontramos así, en el espacio por antonomasia de la formación institucionalizada de las subjetividades. Otros modos del “hacer” pedagógico Ante este estado de situación, ¿qué hacer, con quiénes y para qué? Durante los diversos recorridos realizados en distintos espacios de este extendido país, nos hemos encontrado con muchos grupos de investigadores y docentes convencidos de la necesidad de transformar su estatuto por lo que, en común acuerdo, iniciamos una búsqueda conjunta que nos permitiera interactuar no sólo entre nosotros sino con los distintos grupos en los que ejercemos nuestra práctica. Para ello convocamos a participar en Foros-taller –siempre utilizando la plataforma que ofrecen reuniones que nuclean a docentes de diversas localizaciones y disciplinas y, en otras oportunidades, como instancia de seminarios de posgrado– para propiciar allí un intercambio de experiencias, de incertidumbres, de fracasos y de éxitos siempre tendientes a alcanzar el des-prendimiento de los modelos instituidos. Tales estrategias de interacción no terminan con el vínculo presencial sino que se continúan con soporte virtual durante un tiempo sostenido, las que finalmente se difunden a través de la misma red y de las publicaciones emergentes de las instituciones marco. Las páginas que siguen ponen en texto los resultados de algunos de esos diálogos en los que se definen las problemáticas y las acciones que buscan acercase a un funcionamiento pedagógico alternativo. Lo que en ellos se pone en juego hace visibles las diferencias de posicionamiento sobre la construcción de conocimiento entre los grupos, según su mayor o menor contacto con las comunidades de las que forman parte y según los niveles del sistema educativo formal en el que se actúa. Es por eso también que en las distintas reuniones se reiteran los conceptos fundantes de la opción decolonial según lo exigía cada situación y cada contexto. Conocimientos de otro modo: la opción decolonial y la academia argentina27 La propuesta de realización de este Taller surgió con la finalidad de generar un espacio alteracadémico en el que se pueda dar comienzo a un des-prendimiento del modelo de producción de conocimiento por la academia occidental y decimonónica, tal como ésta en la que hemos sido formados, y a la que damos continuidad con nuestras prácticas epistémicas y pedagógicas. Con ello, desplazar el principio de autoridad de una sola forma válida de conocer, para instaurar una voz común en la que todos podamos sentirnos partícipes igualitarios sin construir un nuevo lugar de poder. Es esta una de las búsquedas del colectivo Modernidad/Colonialidad/Decolonialidad –desde el que acá se enuncia– ya que entiende que no es suficiente transformar lo que se dice sino también el cómo se hace si queremos construir “un mundo en el que quepan muchos mundos”. Surge acá la pregunta sobre las reales posibilidades para instaurar una voz desde un lugar “otro”, dado el peso del poder colonial. Se entiende que se están produciendo epistemes “otras” localizadas en los movimientos sociales, en el pensamiento de muchos colectivos (en particular indígenas y afro-caribeños) y también en los espacios académicos. Precisamente la convocatoria para este Coloquio propiciado por el CIETP con la finalidad de dialogar acerca de los “términos clave de la teoría poscolonial latinoamericana”, abre la posibilidad de reflexionar, debatir, plantear dudas y compartir experiencias que, centradas en las diferencias que entendemos existen entre los proyectos pos-coloniales y el que se viene desarrollando por la opción decolonial, avancemos en la asunción de nuestros lugares de enunciación, buscando clarificar posicionamientos epistémicos, éticos y políticos Así se buscó matizar las distintas posiciones teórico-críticas y las prácticas relacionadas con las heterogéneas vertientes teóricas de nuestro interés (poscolonial latinoamericana, giro decolonial, estudios subalternos, estudios latinoamericanos, coloniales), dada su creciente circulación y difusión en nuestro contexto a la luz de la meta más amplia de la descolonización epistémica, disciplinaria y académica, uno de los ejes centrales del pensamiento decolonial. Desde allí se entiende necesario clarificar los conceptos centrales de estas líneas cuya circulación discursiva ha ido en aumento –en distintas disciplinas sociales y humanísticas– en años recientes, observándose con frecuencia un grado importante de imprecisión así como la ausencia de elaboraciones de orden crítico que acompañen y maticen dichos conceptos desde el contexto epistémico y geopolítico latinoamericano. Para propiciar el intercambio se puso previamente a disposición de los participantes dos breves artículos: -“Más sobre la opción decolonial”, fragmentos de la Introducción de Walter Mignolo al Cuaderno Nº 7 Pensamiento argentino y opción descolonial de Ed. del Signo (Colección El Desprendimiento, 2010, coordinado por Zulma Palermo. -“Mundos y conocimientos de otro modo: la opción decolonial” ponencia leída en el XI Congreso del Centro de Filosofía de Salta, 2010, de Zulma Palermo Las sesiones se desarrollaron los días 2 y 3 de julio en horas de la tarde con la participación de más de 30 interlocutores28 que fueron planteando dudas, experiencias y expectativas, dando cuenta de la existencia de un “piso” fértil de búsquedas intelectuales y sociales para la generación de espacios de pensamiento y acción transformadores. De esa interlocución ofrecemos acá una síntesis producida colectivamente y luego a distancia en red, socializando la experiencia de cada una de las individualidades, tanto en el campo de trabajo como en el de la vida, buscando comprender mejor la pluriversa sociedad en la que actuamos29. “Lugar de Enunciación” y “Matríz Colonial de Poder” Una de las primeras cuestiones que se problematiza es la construcción del “lugar de enunciación” al que refieren los artículos leídos y que se constituye en una noción relevante para la opción decolonial, es decir, quién, para quién y desde dónde se enuncia, estrechamente relacionadas con la posición de poder desde la que se ejerce. Se trata de las relaciones geopolíticas que condicionan las situaciones de colonización y de colonialidad30 surgidas para América Latina desde el momento mismo del descubrimiento y la conquista. Allí se construye el “centro de poder” que materializa la colonialidad en su matriz31 y que imposibilita, en el presente, advertir cuál es el lugar desde el que nos constituimos como sujetos de nuestro conocer, decir y hacer. En última instancia, lo que nos interesa es complejizar la comprensión del “lugar de enunciación”, no sólo como “construcción de subjetividad ligada a la memoria socio-cultural, es decir a la historia local, sin dejar de tener en cuenta la incidencia de la historia personal y las experiencias vitales de cada enunciador individual”, cuya inflexión se encuentra en la herencia histórico-colonial desde la que nos construimos como sujetos del conocer, decir y hacer; sino también en la interacción con el presente que nos habita, y las particularidades desde las cuales nos encontramos condicionados (pero no sujetos) en escenarios actuales de (pos)colonialidad. Se pone así el acento en la continuidad, y en el presente de nuestras prácticas de descolonización y el lugar de enunciación en el cual nos sitúan o nos situamos. Ellas deben marcar el pulso de la comprensión de nuestro pasado, y no viceversa. Esto lleva a compartir experiencias que remiten, en una primera instancia, a la “deslocalización” de quienes migran y advierten la existencia de otros “centros” distantes y distintos del que se conoce como único, práctica que se intensifica en nuestro tiempo acrecentada por la globalización de la economía y la pauperización de gran parte del mundo, tanto como por la curiosidad “científica” de quienes llegan a la academia del norte desde las culturas inferiorizadas por su diferencia (diferencia colonial)32. Estas experiencias habrán de sustentar, en su momento y en cierta medida, la propuesta de una epistemología fronteriza por Walter Mignolo. Ello trae a la reflexión, como evidencia, el diseño de las cartografías que siempre localizan el centro del mundo en el lugar desde el que se inscriben, dejando en sus márgenes o volviendo inexistentes a aquellos de los que se perciben distantes y distintas, dejando así en evidencia las relaciones geopolíticas de poder. Los mapas del mundo, desde sus primeros trazados, son indicadores de estas “localizaciones” que, si bien se conciben desde una dimensión física espacial, se sostienen en una valoración política de aquellas. Producidos en general por “exploradores”, dan forma a perfiles en los que queda inscripto el propio lugar de enunciación. Así, cuando desde el s.xv se “completa” el conocimiento del mundo con la emergencia de lo que se llamaría luego América, se concreta un número significativo de mapas según los intereses que mueven las manos de quienes los perfilan. Distinto a ellos, desde otro lugar, el ya clásico inscripto por Waman Puma de Ayala en la Nueva Corónica desde una cosmogonía opuesta a aquella que sostiene a los gestados por la mirada europea, esa que hizo posible el control y el uso de los territorios y sus gentes. Por lo tanto, se propone entender el “lugar”, los “lugares”, a la manera de Arturo Escobar33, como espacios dinámicos que, si bien implican fronteras, territorios, conexiones selectivas, interacción y posicionamiento, constituyen tramas en las que las personas son en relación con otras y con la llamada “naturaleza”. De allí –y atendiendo a principios devenidos de la semiótica– que la noción “lugar de enunciación” se entienda como una construcción de subjetividad ligada a la memoria sociocultural es decir a la historia local, sin dejar de tener en cuenta la incidencia de la historia personal y las experiencias vitales de cada enunciador individual. Atendiendo a este posicionamiento y al principio de pluriversalidad (opuesto a “universalidad”) que le es afín –tal como se lee en los artículos compartidos– se plantea un interrogante acerca de las generalizaciones que el texto de Mignolo parece afirmar, ya que tal y como se desarrolla la argumentación, se puede entender que homologa la heterogeneidad propia de sociedades que son claramente distintas entre sí (el Imperio Otomano, el Taiwantisuyo…) no sólo porque no hubo contacto entre ellas sino porque parecen estar pensadas desde la mediatización de Occidente. Sin duda la enunciación así entendida contradice en un todo las aserciones del colectivo M/C/D; sin embargo, lo que allí se sostiene es la continuidad de la matriz colonial de poder en las expresiones estéticas en íntima relación con los proyectos políticos de le hegemonía del mercado. Mignolo sí unifica bajo la designación de colonialidad a los efectos producidos por ese sistema originado –como afirman también Quijano y Dussel– con la colonización en el s.XVI y que comparte con otros “lugares” la experiencia de la colonialidad, a la que llama – parafraseando a Gloria Anzaldúa– “herida colonial”. Tampoco puede ponerse en duda que esas experiencias coloniales son distintas entre sí, de modo tal que lo único homologable es el haber transitado por historias de colonialidad como lo ponen en evidencia estudios y prácticas de distinto tipo. Es, de otro modo, la propuesta de Boaventura de Souza Santos cuando propone la construcción de una “epistemología del sur” que ponga en contacto las formas de conocimiento propias de las culturas que han sido –o pueden seguir siendo– controladas por el poder hoy global. Una vez más –como se decía antes en relación con el “lugar”– no se trata de un “sur” geográficamente situado, sino que se encuentra también al interior de los espacios dominantes en los que subsisten prácticas de exclusión e inequidad (grupos étnicos, nuevos inmigrantes, definición de género, etc.)34. Esta es una cuestión clave para el futuro de nuestras perspectivas críticas ya que las prácticas de exclusión y opresión se encuentran también –y desde siempre– en los espacios dominantes. Es esta cualidad la que se entiende quieren también poner de relieve los Estudios Subalternos: “subalternidad como una posición de crítica, como una recalcitrante diferencia que surge no fuera sino dentro del discurso de la elite para ejercer presión sobre las fuerzas y formas que lo subordinan”35. En este contexto se problematiza la idea de nación ya que su construcción es diversa aún dentro de la misma entidad jurídicopolítica en su acepción moderna y la pertenencia a ella, discusión central para los estudios sociales en tiempos en los que se postula la eliminación de las fronteras políticas. Las intervenciones hacen visibles las distintas maneras de concebir la pertenencia a una nación jurídicamente constituida según el lugar de enunciación de los diferentes grupos o formaciones socio-históricas. Estas van desde la construcción de una “nación imaginada” tal como lo requiere un modelo de identificación a través de símbolos, emblemas, sistema educativo y escritura literaria (es decir, como un espacio ficcional, de invención necesaria), al reconocimiento de “naciones preexistentes” a la nación moderna cual lo conciben algunos grupos originarios (nación mapuche, nación coya…) a cuyos componentes les resulta indiferente la pertenencia a Argentina o Chile (en el sur geográfico) o a Argentina y Bolivia (en el norte). Sin embargo, una cosa es reconocerse perteneciendo a una nación política y otra como ciudadanos en igualdad, con los mismos derechos, en particular a la posesión de la tierra, problemática común a todos estos pueblos. Tal posesión en nuestros días –según lo entienden algunos participantes– no se reduce a la tenencia siguiendo el legado de las culturas andinas, sino a su explotación según el sistema de mercado para la obtención de riqueza, por lo que ha perdido el sentido de “buen vivir” (sumaj kawsay) para adquirir el neoliberal de “tener más”. Otro tanto ocurre con las denominaciones con las que se los identifica: “indios”, “indígenas”, “aborígenes”, “originarios” ya que en forma general son designaciones impuestas desde fuera de esas subjetividades, no ajenas a las intervenciones características de las disciplinas que las tienen como objeto de estudio. Por eso, una vez más, se cree necesario apelar a la escucha de la pluriversalidad hacia adentro de las naciones jurídico-políticas, respetando las autodenominaciones que cada pueblo se da a sí mismo. En el abordaje de la idea de nación y de su composición poblacional, de las inclusiones y exclusiones que se generan en la búsqueda de su cohesión, el diálogo se diversifica para abarcar otros ángulos de análisis pensados desde la Argentina y su vecina Uruguay. Uno de ellos plantea la problemática de la articulación de los “criollos” en el contexto nacional desde la perspectiva decolonial, ya que la mayoría de los aportes más significativos de este desarrollo surgen de localizaciones en las que la densidad de población indígena (particularmente andina) y de afrodescendientes hace visible con mayor evidencia a los sectores excluidos. Sectores que, por otra parte, promovían por la década de 1980 fuertes movimientos sociales que, si bien venían precedidos en el tiempo por largas luchas étnicas, cobran entonces mayor cohesión y visibilidad. Sin embargo, el estudio del funcionamiento de los dispositivos de la colonialidad en esas formaciones históricas no es totalmente transferible a las sociedades criollas, particularmente aquellas marcadas por una fuerte impronta hispánica o por la inmigración centroeuropea, como ocurre en algunas regiones de Colombia, Venezuela y, muy particularmente, del Cono Sur. Por ello resulta poco admisible la propuesta de “métodos” para ser “aplicados” de manera idéntica en las distintas lugarizaciones, sino que se busca dar impulso a los estudios locales de los procesos de formación de las subjetividades desde los que sea posible comprender el presente, es decir, de sus particulares “legados”, de las historias de la construcción de la “conciencia nacional” en las distintas “Patrias Chicas”36. En ese contexto, se piensa también en la función de la escolaridad como formadora de la idea de nación y particularmente en el rol pedagógico de la literatura canónica. Así el caso del Martín Fierro que idealiza al gaucho, demoniza al negro y construye la figura de la “viveza criolla” perfilada en el Viejo Vizcacha. Una lectura decolonial y política contextualizada históricamente –ya señalada por Rodolfo Kush en América Profunda, producción de conocimiento alternativo que abre en su momento nuevos rumbos epistémicos– da como resultado una concepción hegemónica que no percibe la complejidad del país real. Hoy resulta ser un documento de interés para comprender el proyecto de nación por el que opta la voz autorial, consistente con el principio moderno del progreso, pero impertinente para la formación transformadora que se espera cumpla la institución escolar. La presencia enunciada de la obra de R. Kush lleva a reflexionar acerca de la genealogía del proyecto M/C/D –desde el ángulo de la producción de un conocimiento alternativo, no eurocentrado en el s. xx, que se remonta a los tiempos de la conquista con exponentes como Waman Puma de Ayala– puesto que se trata de uno de los precedentes a los que remite parte de la bibliografía inicial producida por algunos integrantes del colectivo, y que continúa siendo significativa en orden a la reactivación de la memoria andina. La precedencia en el espacio de los grupos afrodescendientes –particularmente en el Caribe– se articula con particular relevancia en la producción de Franz Fanon junto a la de Aimée Césaire que se reencuentra con la voz de Ottobah Cuogano, ex esclavo inglés de mediados del s. xviii. Dentro de ese espectro tiene significativa incidencia el pensamiento latinoamericano que cobra fuerza en la segunda mitad del s. xx con la teoría de la dependencia y la filosofía y teología de la liberación –al que en sus comienzos un grupo de jóvenes filósofos argentinos da particular impulso– y que ocupan un lugar preeminente tanto por el impacto revolucionario de las luchas sesentistas de liberación como por la participación directa de uno de sus primeros militantes argentinos –Enrique Dussel– en el colectivo M/C/D. Se plantea acá una disidencia –desde otro lugar de enunciación– con esta caracterización de la filosofía de la liberación por cuanto se entiende se trata de una interpretación reduccionista y parcial de un pensamiento cuyo particular valor es instalar un debate conceptual acerca de algunos términos y argumentos que no se limita al grupo argentino sino que nuclea diversas líneas y distintos posicionamientos. Sin embargo, son precisamente estos rasgos de “absorción incorporativa” –semejante a la noción de antropofagia acuñada por Oswald de Andrade– y de debate conceptual los que se inscriben en la opción decolonial que, por sus propias características de apertura y de proyecto inacabado, se articula –desde su específica genealogía– con las distintas formas que asumen –además de los precedentes propios desde la conquista– con otras propuestas que le son contemporáneas como las que ofrece el pensamiento poscolonial emergente de la historia de Asia, África o la misma Europa, aunque marcando claramente su diferencia con aquellas. Por otra parte, es necesario recordar que la filosofía de la liberación arraiga en Argentina y cobra particular impulso en los años previos a la dictadura iniciada con el golpe de Estado de 1976, de modo tal que la crítica cultural desde la que articulaba su discurso orientado a los intereses de los oprimidos fue quebrantada con el exilio –que para algunos fue exilio interior– y tomó nuevo impulso a partir del reencuentro con otros pensadores latinoamericanos que operaban en la misma dirección como Salazar Bondi y Leopoldo Zea. Desde Argentina se suma a esas precedencias que retoma y resignifica la opción decolonial, desde un lugar político distinto, la línea del “pensamiento nacional” que, iniciada en FORJA, seguirá los derroteros del proyecto político del justicialismo en tanto propuesta de reivindicación del pueblo, como un principio de desprendimiento del llamado por ellos “coloniaje”37. Ambas líneas, al mismo tiempo, se encuentran en relación con el pensamiento fanoniano, lo que es explicable desde las revulsiones y revoluciones que por esos años se producían en el “sur” con la emergencia de los “diferentes” y sus reivindicaciones. La decolonialidad intenta la reinstauración de esas políticas que, contextualizadas en los conflictos sociales propios de las décadas en las que surgen, son de carácter dinámico y que, por lo tanto, no se proponen dar forma a un “paradigma” sino mantener abierta la reflexión centrada en la necesidad de “pensar América Latina”. De allí que se aborda la “cultura popular” más allá del populismo, la “acción revolucionaria” sin dogmatismo, desbordando los estrechos límites de los relatos inciertos de las historias nacionales y de todo tipo de esencialismo, rasgos que caracterizaron a la filosofía de la liberación. Es también evidente que en la academia de nuestro tiempo resulta casi incriminatorio pensar el “pueblo”, la “cultura popular”, la “conciencia nacional” –tal como son puestas en discurso por Kush o Dussel– en tanto no se encuentran incorporados en la enciclopedia de la posmodernidad, instalada unívocamente en aquella. En contrario, hay algunos posicionamientos que retoman estos términos para resignificarlos en el contexto actual así, entre nosotros, las postulaciones de Ernesto Laclau. Por otro lado, se explicita que la “Filosofía Académica” (sus tradiciones, programas de estudio, líneas de investigación, política de circulación y producción científica, etc) tiene particularidades en su conformación colonial y, por lo tanto, un proyecto crítico de su pertenencia moderna, no podría realizarse sólo desde la reivindicación de un determinado localismo, ni de una determinada critica a la “universalidad” de su racionalidad. En esta dirección, es necesario focalizar la atención en las líneas de ruptura, pero también y sobre todo de continuidad, entre colonialismo y poscolonialismo ya que ello permite dar potencialidad critica a la investigación, desde el “hoy” de la colonialidad en las prácticas discursivas, en las epistemes, saberes y condiciones de producción y circulación del conocimiento dentro de nuestros espacios académicos. Por ello parece ineludible generar una mirada crítica a la conformación de los saberes y disciplinas al interior de nuestra Academia, empezando por afirmar la necesidad de un pensamiento transdiciplinario e intercátedra que, al margen de su denominación (decolonialidad o poscolonialidad) se construya y practique desde el diálogo con otras disciplinas y saberes Estos señalamientos a los lugares de enunciación desde los que habla la M/C/D, se extienden a las que se realizan al principio de matriz colonial de poder que sustenta todo ese discurso la que, en síntesis, consiste –como se expone en los artículos leídos– en el control de la economía y de la autoridad, institucionalizadas por la teoría política y económica; de la naturaleza y sus recursos, a través del aparato científico y tecnológico; del género, la sexualidad y la racialidad bajo la sujeción de las subjetividades; del conocimiento, a partir de la imposición de una sola forma de racionalidad. Hay quienes entienden que la matriz colonial de poder pone énfasis en lo geográfico borrando los procesos históricos, cuestión insoslayable desde el momento en que tales procesos tienen ritmos y características distintas en cada espacio; al mismo tiempo se insiste en que el sistema de explotación del trabajo como propone el colectivo, se sustenta en poblaciones con fuerte incidencia aborigen como la andina y afro pero no a otros espacios latinoamericanos en los que esas etnias han sido invisibilizadas con más efectividad y muy tempranamente. De donde también se entiende que la ”racialidad” no es hoy una cuestión de piel sino la marca de la diferencia asentada en la institucionalización de la “inferioridad”, de la discriminación y la exclusión. Como explicitan otras voces, los planteos de Quijano se sustentan en un tiempo histórico de larga duración desde otras memorias, distinta de la trayectoria necesariamente lineal y unívoca que caracteriza a la historiografía hegemónica produciendo en ella una disrupción. Tal cuestión es evidente cuando se piensa, por ejemplo, en el funcionamiento de la colonialdad en Argentina, aunque conlleva el riesgo de caer en una homogeneización de esos procesos en las distintas regiones de su heterogénea constitución, dificultando la visibilización de las diferencias internas. A ello se puede responder desde algunas cuestiones ya explicitadas previamente en el diálogo: en primer lugar, que el posicionamiento no es “geográfico” sino “geopolítico”, de modo tal que la construcción del poder con todos sus dispositivos se genera a partir de la dominación y el control emergentes de precisos “lugares de enunciación” los que, desde los desarrollos de Quijano, Dussel y Mignolo se definen y consolidan para América Latina por Europa entre los siglos xvii y xviii y en los que juega un papel central la racialidad. Tal poder no desaparece con las independencias sino que permanece con distintas formas y recorridos en los distintos “lugares” de ese mismo espectro con muy diferentes formas de manipulación y ya no sólo como colonización desde fuera sino como “colonialidad interior”. La vigencia de la colonialidad en nuestros días sin duda tiene otras formas de funcionamiento ya que opera desde los proyectos de globalización económica que genera otras modalidades de la “diferencia”, visibles en los conflictos migratorios, a las que el mismo “primer mundo” responde con movimientos que surgen en el sur de Europa (en Portugal con de Souza Santos, en Italia con Franco Cassano, con la Junta de Andalucía sobre derechos humanos y de otros modos en Australia, Canadá, Nueva Zelanda, los Países Bajos…) aún cuando se perfilen más como proyectos de desoccidentalización que decoloniales38. Estas emergencias así localizadas resultan de alto riesgo para la estabilidad del poder, razón por la que el discurso de la globalización cuestiona y tiende a borrar las entidades nacionales y la particularidad de sus culturas que se escuchan cada vez con más claridad en los “bordes” del sistema. De igual manera podríamos preguntarnos por la “diferencia colonial”. Si la entendemos como un criterio para distinguir la variedad de trayectorias descoloniales, o proponerla como el resultado de una práctica que realizamos al reconocer y trabajar sobre la particularidad y especificidad de cada tradición, concepto teórico, término, discurso, saber, práctica, etc. Se trataría de pensar distintas políticas de traducción por la que ésta, justamente, produce la relación necesariamente opaca que llamamos diferencia; sea ella una “diferencia colonial”, “diferencia imperial” o “diferencia histórica”. De este modo, la diversalidad de procesos que mantiene vigente la colonialidad hasta nuestros días se “historiza” desde los estudios locales concretados en diversas investigaciones no reducidas a las memorias de los grupos originarios o de afrodescendientes, sino a las de las sociedades criollas. Así, si se piensa sólo en lo que es hoy el territorio nacional argentino, los dispositivos puestos en juego desde la construcción de la memoria social en espacios como el sur patagónico son indudablemente distintos a los que dan forma a sociedades como la de la “Pampa gringa” y totalmente opuestos a otros cuya memoria es “preexistente” a la creación de la nación, radicada en el tronco andino, chaqueño o tehuelche. Se trata de las distintas formas en que la colonialidad de poder actúa o, como entendía Mignolo en sus estudios coloniales, distintos “legados” o “genealogías”; no de un patern único y fijo sino de una estructura que se encuentra a la base de los diversos procesos, es decir de las distintas formaciones históricas. Tal matriz permite explicar los procesos sin unificarlos ni determinarlos; no se trata tampoco de una teoría a ser “aplicada” sino de una construcción operativa para favorecer la comprensión de culturas pluriversas, distinta a la tendencia “naturalizada” por la academia que atribuye “universalidad” a teorías y modelos explicativos que responden a su localización eurocentrada. De donde resulta que la localización del conocimiento permite cuestionar la universalidad de la razón cartesiana para hacer visibles las historias otras que fueran desvalorizadas y/o tomadas como objeto de conocimiento. De donde surge que se hace necesario correr el eje de la discusión respecto de los distintos “métodos” y “teorías” y sus distintas “aplicaciones”, como también de las disquisiciones sobre la “originalidad” temporal y temática de unas frente a otras, para poner en el centro de la discusión la fertilidad de cada concepto (o término clave) y cada teoría (perspectiva o enfoque de estudio). Esto significa que el poscolonialismo hindú no sería sólo apropiado para las experiencias coloniales inglesas y francesas, y el decolonialismo para las experiencias coloniales Sur y Centro Americanas, sino pensar, por ejemplo, que frente a la actual conformación del saber “filosóficoacadémico” canónico, cuya base es el pensamiento moderno europeo y las criticas posmodernas eurocéntricas, podría resultar de mayor fertilidad un enfoque critico que tenga en mira los saberes propios de esa base. En este sentido, las relecturas críticas de muchos pensadores de nuestro lugar resultan de suma fertilidad, incluso cuando en ellas no operen términos centrales de la opción decolonial13. Dicho de otro modo, poner en acción el diálogo transmoderno que reclama Dussel. La misma intención valdría para los estudios poscoloniales indioafricanos. Ya que en la medida en que estos pensadores formados entre las academias norteamericanas y europeas y sus países de origen, toman como objeto de su crítica a la filosofía posmoderna que de hecho circula y se impone actualmente en nuestras academias como la más destacada; nos estarían tendiendo interesantes redes para introducir perspectivas criticas de nuestras propias tradiciones en vigencia. En este mismo sentido, es que interesa actualizar y repensar la Filosofía de la Liberación, no en la discusión sobre su estatus en tanto que parte o no de una trayectoria decolonial, sino en la medida en que sigue introduciendo nociones de total vigencia para la critica actual de nuestro saber académico y social, como las de “populismo”, “ideología”, “totalidad”, etc. Estas intersecciones facilitarían la elección de nuestros conceptos y teorías a la hora de pensar nuestra sociedad. Por eso puede suceder que para pensar determinados discursos históricos y políticos, nos resulte más fértil un marco crítico de la historiografía marxista y liberal, como el presentado por Dipesh Chakrabarty; pero que para pensar los movimientos sociales actuales en Latinoamerica, encontremos de mayor justeza los desarrollos propuestos por Rivera Cusicanqui o Luis Tapia. Y que a la hora de delimitar nuestras propias tradiciones críticas de la Modernidad, nos parezca indispensable volver y continuar pensando algunas líneas de la Filosofía de la Liberación, por sobre otros saberes críticos, localizados por caso en Waman Puma Ayala. Universalidad / Pluriversalidad. inter(trans)culturalidad Multiculturalismo / Otra de las problematizaciones se centraliza en la noción de pluriversalidad – reiteradamente utilizada en este intercambio– y de su relación con la de multiculturalidad. Es precisamente en discusión con el poder unívoco del universalismo eurocentrado que Dussel opone al “paradigma” de la posmodernidad, la idea de transmodernidad entendida como un posicionamiento que se sitúa por fuera –y aún antes– de la modernidad, vigente hoy en las culturas no europeas, dialogando entre sí y con las hasta ahora dominantes39. Desde la interioridad de esa cultura dominante se entiende que la posmodernidad es una etapa de la cultura moderna europea –que algunos entienden como la última-, en tanto que las ajenas a ella (china, vedanta, otomana…) no pueden ser allí incluidas desde el momento en que responden a otros legados. Desde la exterioridad de ese modelo operan las sociedades con sus propias experiencias por lo que sus formas de manifestación tienen características altamente diferenciales. Sin duda una sociedad periférica al “centro del mundo” como la India es totalmente asimétrica a aquél, pero ello no implica la desvalorización de su historia milenaria. Otro tanto ocurre con las culturas “precolombinas” a las que se les niega contemporaneidad ya que se evalúan como “atrasadas”, “sin pasado” y, por eso, “bárbaras”. De modo tal que la “universalidad” impone sus valores locales como única verdad para todo el orbe, de allí la lógica del poder imperial y colonial. En tanto que la pluriversalidad implica la co-existencia de múltiples formas de vivir y, por lo tanto, conocer de las muy diversas culturas que existen en el planeta. Por eso la noción de transmodernidad implica pluriversalidad en tanto es el resultado de un auténtico diálogo intercultural que asume las asimetrías que las diferencian. Siendo esto así, la noción y las prácticas de multiculturalidad no pueden ser parte de un mundo pluriverso. En efecto: en la circulación académica y desde el discurso oficial dirigido a políticas educativas dentro de los procesos de migración global, la noción designa la articulación de diversas políticas identitarias con relativa independencia entre ellas como signo de democratización cultural. Del mismo modo, refiere al reconocimiento del flujo ininterrumpido de varias culturas en un mismo espacio, dando lugar a políticas poblacionales; se trata, por lo tanto, de la definición de formas relacionales entre grupos culturalmente distintos que convergen simultáneamente en un mismo espacio físico. Es posible advertir hasta qué punto esta categoría viene en gran medida a neutralizar los históricos conflictos interétnicos, particularmente en espacios metropolitanos con características poblacionales complejas –no podemos dejar de lado que surge en la academia norteamericana en la que el efecto migratorio latino y la presencia negra tiene un fuerte impacto en su compleja situación “nacional”– generando un espacio representacional del “otro” que intenta borrar la conflictividad propia de esos procesos sociales. Es decir, el dónde, para quién y para qué de la instauración de la categoría queda geopolíticamente localizado. Se trata de las “condiciones de producción” de los discursos teórico-explicativos, del “lugar de enunciación” de sus constructos, del “dentro” o “fuera” de las sociedades y subjetividades en las que se opera o con las que se participa. Cuando se estudian las formas de interacción en las sociedades contemporáneas aparecen estos ordenamientos orientados a comprender la coexistencia y el flujo de varias culturas en un mismo lugar físico y se orientan a generar políticas que regulen esa complejidad. Es para estas formaciones hechas de entrecruzamientos y convergencias diversas que se acuña en la academia la noción que analizamos. El término por sí mismo instala y hace visible una geopolítica del conocimiento que tiende a hacer desaparecer y a oscurecer las historias locales y autoriza un sentido “universal” de las sociedades multiculturales. Otro es el campo que recubre la noción de interculturalidad, cuya circulación remite a la puesta en práctica de políticas alternativas y de resistencia en el seno de comunidades que buscan la constitución de sus subjetividades. En efecto, interculturalidad tiene una doble significación en A. Latina: por un lado, designa exclusivamente los procesos de educación bilingüe, tal como lo entienden las políticas del Estado –como ocurre en Argentina– reducido a la aplicación de reformas dentro del mismo aparato del proyecto global cuyos efectos sólo quedan atenuados ya que la “igualdad de condiciones” que se propone como objetivo queda muy lejos de alcanzarse. Se trata, del mismo modo que el multiculturalismo, de un proyecto externo a las comunidades e impuesto a ellas. La concepción de interculturalidad que opera en relación con la de transmodernidad, en cambio, obedece a la emergencia desde el interior mismo de las comunidades de formas de articulación que incorporan la cuestión de la lengua sólo como una variable dentro de otras con las que configuran una profunda transformación estructural. Dicha transformación va mucho más allá del solo reconocimiento por el estado de los derechos de las mal llamadas minorías, sino que buscan intervenir en las decisiones políticas, económicas y jurídicas como integrantes responsables en paridad con todos los que hasta ahora lo integran. Se trata de dar forma legítima a la resistencia actual de los indígenas –y de los negros– y a sus construcciones de un proyecto social, cultural, político, ético y epistémico orientado a la descolonización y a la transformación. Más que el simple concepto de interrelación (o comunicación como generalmente se lo entiende en la academia del norte) la interculturalidad señala y significa procesos de construcción de un conocimiento otro, de una práctica política otra, de un poder social (y estatal) otro, y de una sociedad otra40. Acá vuelve a plantease la pregunta sobre dichos procesos en sociedades criollas y el posible funcionamiento de la interculturalidad en tales situaciones concretas. Prácticas teóricas y prácticas discursivas / prácticas sociales Estas disquisiciones de carácter eminentemente teórico circunscriptas al discurso académico y, dentro de éste, a un aparato de enunciación específico: la opción decolonial y su articulación con el paradigma poscolonial, lleva a la pregunta de la productividad de tales disquisiciones en orden a la transformación social cual es la finalidad que se propone la perspectiva. Dada la pertenencia de todos los participantes al aparato académico universitario y de la investigación en los estudios sociales y en las humanidades, la problematización se circunscribe a las prácticas propias de ese campo. La experiencia compartida indica que la producción de conocimiento es una operación cerrada sobre sí misma, sin articulación con las problemáticas sociales las que son consideradas –o aún usadas– como la aplicación de teorías previamente elaboradas o, en su defecto, como espacios de iniciación para el así llamado “trabajo de campo”, es decir dentro de la perspectiva de la mirada de la colonialidad que entiende a su “afuera” sólo como objeto de conocimiento pero nunca como sujeto productor del mismo. El diálogo, por lo tanto, se centra en la problemática de la “colonialidad del saber” propia de la universidad en la que desarrollamos nuestra actividad. Edgardo Lander explicita al respecto, en estrecha articulación con la propuesta transmoderna de Dussel y la epistemología del sur de de Souza Santos: La formación profesional, la investigación, los textos que circulan, las revistas que se reciben, los lugares donde se realizan los posgrados, los regímenes de evaluación y reconocimiento del personal académico, todos apuntan hacia la sistemática reproducción de una mirada al mundo y al continente desde las perspectivas hegemónicas del Norte o de lo que Fernando Coronil ha llamado el globocentrismo. El intercambio intelectual con el resto del Sur, en especial con otros continentes, desde el cual, a partir de experiencias compartidas podría profundizarse la búsqueda de alternativas, es, en nuestras universidades, escaso o nulo41 Estas aserciones sintetizan en gran medida la argumentación producida en el foro y traen como consecuencia que, a la pregunta sobre la articulación entre trabajo intelectual y prácticas sociales se produzca un silencio significativo, salvo alguna experiencia aislada proveniente de la Universidad Nacional de Córdoba la que, sin embargo, se concreta a través de agrupamientos para-académicos y, más claramente, la situación específica de quienes operan en el terreno del Trabajo Social (Universidad de Mar del Plata). Dentro de la estructura que valida un saber eminentemente teórico desde el cual – en algunas situaciones aisladas– se interviene socialmente, la operación inversa no sólo no se convalida sino que resulta ser una articulación imposible: lo que se construye por fuera del aparato académico no es convalidado por éste. Es el caso de áreas como las que se orientan al trabajo social dadas las tradiciones antagónicas que imposibilitan el diálogo al interior en la formación de los agentes por la inexistencia de una tradición o interés en la investigación académica, más un pasado profesionalista que no visualiza la producción teórica como una herramienta de transformación. Por ello resulta imprescindible poner en crisis las distintas prácticas de justificación del conocimiento sustentadas en criterios de autoridad, desde la más llana y cotidiana entre alumno-profesor hasta las más tradicionales entre catedráticos “estrellas” (tanto los nacionales como los internacionales) e investigadores “desconocidos”. Difícil será avanzar en la descolonización de nuestros saberes, si no empezamos por nuestras prácticas academicistas y centralistas, que valoran y clasifican atendiendo a lugares de pertenecía (universidades e investigadores del norte como el sur del país), instituciones distintas de las canonizadas (CONICET y Agencia entre otras), posiciones políticas, trayectorias en circuitos de expertismo, etc. Alimentar las prácticas difundiendo los esfuerzos de investigación que se hacen en el terreno mismo, pero con perspectiva científica. Se podría ilustrar casos locales o extranjeros, valorar los aportes concretos o científicos poniéndolos en diálogo ya que parece imprescindible partir del hecho, de la población, de la problemática, del corpus, hasta la teoría, y volver al terreno, retornar a la población con los resultados, compartir y debatir42. Por eso la colonialidad del saber, concretada eficazmente por el sistema educativo y muy especialmente por el universitario es de central incidencia, cuestión abordada por todas las voces del colectivo, entendida como violencia epistémica43, que establece diferencias insuperables entre las capacidades inherentes y propias de la cultura europea para producir conocimiento racional, desconociendo no sólo las de otras culturas sino también aquellas que son propias de los sectores subalternizados al interior de aquella. Esa estructura que se organiza disciplinariamente, en departamentos y por Facultades institucionalizó conceptualizaciones binarias hasta ahora no superadas (barbarie y civilización, tradición y modernidad, comunidad y sociedad, mito y ciencia, infancia y madurez, pobreza y desarrollo…) todas ellas a su vez articuladas en la noción moderna de “desarrollo”, de “paso del estado de naturaleza al de cultura”. Al erigirse la universidad como el espacio de producción del “saber experto” de base científica, su valor se mide por el nivel de productividad en la investigación. Los docentes no pueden serlo si no son investigadores que aporten a los avances en el ámbito de su experticia, vuelta sobre sí misma. Tal representación naturalizada socialmente se institucionaliza en las políticas de evaluación que impone el Estado en todos sus niveles verificable, por ejemplo, en los criterios que el Sistema de Categorización de Docentes-Investigadores de la Universidad Argentina impone desde una política orientada hacia el desarrollo científico-tecnológico. El análisis del estado actual de situación permite comprobar que responde a la de la universidad occidental en su conjunto la que, según B. de Souza Santos –en concordancia con Quijano– se encuentra “doblemente desafiada por la sociedad y por el Estado, [y] no parece preparada para enfrentar los desafíos, más aún si éstos apuntan hacia transformaciones profundas y no hacia reformas parciales”44 Esta imposibilidad estructural tanto en su organización como en sus formas de gestión, hace que el área asignada para articular con la sociedad, la denominada “extensión”, se mantenga separada y desvalorizada ante las consideradas propiamente “académicas” de transmisión de conocimiento y de investigación. Esta cuestión, por otro lado, responde a una de las dicotomías más operativas de la colonialidad del saber, la que existe entre “mundo ilustrado”/“mundo del trabajo”. Así la extensión, cuyos objetivos son valiosos en sí mismos ya que se la pensó como el espacio desde el cual se concrete una relación pertinente con el mundo social y del trabajo, se convirtió en un aparato que genera actividades aisladas, muchas veces sin planificación previa, sin producir relevamientos que permitan conocer cuáles son las necesidades a las que podría responder desde el conocimiento experto. La reforma del sistema educativo producida en la década del ’90, trajo en cambio una “empresarialización” de la universidad con un sistema de pasantías y de “escuelas de capacitación” y contrataciones y convenios financiadas por el sector económico, dejándola sujeta a sus exigencias. Lo que se necesita, en cambio, es generar un conocimiento compartido –en co-producción con los distintos espacios sociales– desde donde surja una forma de saber “otra” concretada por la interacción entre las distintas racionalidades en complementariedad, ya que el saber no surge sólo de la experticia académica occidental sino también de las culturas “otras” con sus respectivas formas de comprender y de hacer. En este contexto algunos participantes relatan experiencias en las que se intentó acercar a los que consideran “otros” al trabajo universitario, recibiendo como respuesta una negativa, ya que sus expectativas (y necesidades) no se vinculan con el mundo universitario. Se manifiestan acá varias objeciones a la propuesta de interacción –nombrada como “incorporación”– puesto que se la percibe como una práctica forzada o como un uso del otro en propio beneficio. Esto es así, sin duda, desde las prácticas instituidas – habilitadas precisamente por las disciplinas sociales, en particular la Antropología, la Lingüística, el Trabajo Social, como dispositivos de colonización de la subjetividad y del lenguaje– con “métodos” rigurosos para la descripción de sus respectivos objetos. Se insiste, por lo tanto, en que se trata de la marca que deja la diferencia colonial según la que un sujeto de conocimiento toma al “otro” sólo como su objeto. Por eso es imprescindible indisciplinar las ciencias sociales45, desarticular sus métodos, sus prejuicios, participar por dentro con los distintos grupos (indígenas, movimientos sociales, derechos humanos, etc.). Esta es una de las formas de des-prendimiento que propone la decolonialidad; por lo tanto, no se trata de absorber a los “otros”, de apropiarse de sus saberes, sino de aprender a pensar con esos otros, en sus lugares, con sus lógicas que, por serles propias, dan mejores respuestas que las que elabora el aparato institucional dentro de sus muros. Por eso es que acompaña a los movimientos sociales, sin controlarlos. Hay ya experiencias en las que se concreta un verdadero “diálogo de saberes” que atienden a la emergencia de un conocimiento complejo y pluriverso46. Situaciones como la de las poblaciones afro en el nordeste brasileño o de los quechuas en Ecuador, publicaciones que incorporan artículos escritos en una lengua “fronteriza” en las que interactúan medicina occidental y tradicional, universidades interculturales, vinculación con movimientos barriales y, en el ámbito jurídico institucional, reformas constitucionales que dan forma a Estados plurinacionales (Bolivia y Ecuador). Esta interacción modifica tanto a la sociedad como a la academia pues los grupos se benefician en la concreción de sus proyectos y la universidad modifica su forma de investigar. Dicho de otro modo: el camino es partir en las prácticas para participar en la construcción de nuevas sociedades, donde los universitarios participan, no como ”consultores externos” que recurren a Malinowski, Levy-Strauss o Perito Moreno, sino como colaboradores que traen su conocimiento al servicio de las necesidades de quienes las reclaman a partir de sus problemáticas. Se explicitan también las dificultades con las que nos encontramos para intentar transformaciones, en particular el miedo, que se plantea en dos órdenes: por un lado, que la interacción comunitaria traiga como consecuencia una retroalimentación del poder que, gracias a esa información, construye estrategias para desarticular los proyectos emancipatorios y para enmascarar sus prácticas de control, estrategias conocidas y exploradas en el espacio teórico tanto por el pensamiento europeo (Bourdieu, Foucault) como por el latinoamericano en relación por ejemplo a los “estudios de área” y a los “cultural studies” herramientas discursivo-académicas de la Guerra Fría. Por otro lado, el temor a la descalificación de los investigadores universitarios hacia quienes –aún siendo sus pares como docentes de ese nivel– parten de las problemáticas sociales y buscan estrategias para resolverlas y no las encuentran en la investigación institucional. Hay una verdadera imposibilidad no sólo de aproximación a esos planteamientos, sino una fractura en la circulación discursiva por la que quienes no incorporan el lenguaje técnico disciplinar se sienten desvalorizados. Es sentirse en el lado del “otro” excluido. Entra así en el diálogo una cuestión que forma parte intrínseca de la colonialidad y que es señalada, entre otros, por Adolfo Albán-Achinte: Hemos sido colonizados por las narrativas de la exactitud, por la linealidad de la existencia que se va desarrollando por etapas que deben ser superadas a toda costa para poder llegar a ser. En esta medida, el error es un sacrilegio que se paga a costos sociales elevados, bajo la mirada ampliada por la lupa de la censura y el estigma que no escatiman nada para adjetivar a quien falta a la norma. Los miedos nos rondan a cada instante, desenvainando sin recato su daga de lo prohibido, es decir, de la imposibilidad de faltarle a la certeza y a la estabilidad, de cumplirle a lo previsible en desmedro de lo misterioso, de lo fantástico, de lo irremediablemente desconocido47. Diferencias entre las teorías pos– y la opción decolonial Es el momento de preguntarse acerca de si hay diferencias entre la opción decolonial que ha centralizado el debate y la finalidad a la que se orientan estas Jornadas: “Los términos clave de la Teoría Poscolonial Latinoamericana”, ya que el enunciado hace pensar que hay una teoría latinoamericana con distintas denominaciones en uso. Tal cuestión se puso en evidencia en los discursos que circularon durante las jornadas, ya que se utilizaron categorías de muy distinta procedencia para dar cuenta de los respectivos objetos de estudio. Para reflexionar sobre ello se remite a los artículos leídos, en particular a dos párrafos: … la opción descolonial se diferencia de las posiciones posmodernas pues se trata de dos trayectorias distintas en la crítica a la modernidad: una, las críticas europeas a la modernidad europea (postmodernidad, postestructuralismo) y la otra, las críticas descoloniales que provienen desde distintas historias locales y distintas maneras de experimentar la invasión o la importación (por las elites locales adscriptas a y beneficiarias de la modernidad occidental) de Europa al resto del mundo. La opción descolonial designa, entonces, la variedad (múltiple, plural) de trayectorias descoloniales. En resumen: hay dos tipos de críticas a la modernidad y al capitalismo. Una de ellas es eurocentrada (la escuela de Frankfurt, el posmodernismo, el postestructuralismo) y la otra proveniente del mundo no europeo sobre el cual Europa proyectó la diferencia colonial (América, India, Äfrica) y la diferencia imperial (el sultanato Otomano, China, Japón, Rusia). La decolonialidad habita el espacio de ambas diferencias. (Mignolo, Op. Cit.: 10-11) Dicho de otro modo: las dos propuestas comparten la crítica a la modernidad, pero mientras las posiciones pos– lo hacen desde la interioridad del sistema-mundo– moderno-occidental, la decolonialidad “significa la irrupción [en él de la] Exterioridad alterativa de lo siempre Distinto, de culturas universales […] que asumen los desafíos de la modernidad y aún de la posmodernidad, pero que responden desde otro lugar”. Tal es la propuesta “transmoderna” de Dussel (por oposición a posmoderna) lo que implica que pensar desde fuera de la ratio occidental abre la posibilidad de incorporar todo lo que se sitúa más allá (fuera de) o es incluso anterior a las estructuras de la matriz colonial de poder. Esto es: las “culturas universales otras” (islámica, china, india, amerindia, y otras de posible existencia) pueden entablar un diálogo transversal entre ellas y con la europea generando un funcionamiento transcultural desde el cual construir un común mundo donde sea menos difícil la con-vivencia. (Palermo) Surgen acá interrogantes, ya planteados en otros contextos, acerca de la oposición exterioridad/interioridad –varias veces referida en este intercambio– pues no parece posible pensar una exterioridad o el “fuera de la ratio occidental” en una perspectiva como la decolonial que intenta pensar las prácticas de opresión y exclusión tanto al interior como al exterior de los discursos dominantes. A lo que puede responderse, siguiendo a Dussel, que exterioridad significa acá todo lo que quedó por fuera de la consideración del pensamiento occidental, dando lugar a la negación de la memoria de todas y cada una las culturas no-occidentales, las que requieren ser reconstituidas sin posiciones apologéticas o fundamentalismos tradicionalistas por sus mismos estudiosos48. De allí la necesidad del doble movimiento de descolonización y decolonización. También es pertinente señalar las diferencias entre poscolonialidad y decolonialidad ya que provienen de experiencias históricas distintas; mientras la primera reflexionan desde la colonización francesa, inglesa y alemana, arraigada en Asia, África y la India entre los s. xviii y xx, es decir, en el contexto de la segunda modernidad, la segunda lo hace desde la colonialidad implantada en América Latina y el Caribe desde el s. XVI por España y Portugal con el surgimiento de la modernidad. Por lo tanto, si bien los objetivos que persiguen se orientan en la misma dirección, se diferencian en la conceptualización, los anclajes históricos y en la perspectiva geopolítica. A propósito de ello se puntualizan las nociones de posoccidentalismo y subalternidad. La primera tiene doble pertenencia: por un lado, el poscolonialismo a la manera de E. Said pues se trataría de una construcción que la genera por oposición a “orientalismo”; por otro desde el pensamiento marxista latinoamericano a la manera del cubano Fernández Retamar que lo piensa como la caída del capitalismo. Por su parte, con relación a subalternidad, devenida de las construcciones de Guha y Spivak desde sus estancias en las grandes universidades del norte, hay miembros del foro para quienes aceptarse como subalterno implica sostener la diferencia colonial. Es visible particularmente en el subalternismo latinoamericano, nacido en universidades norteamericanas; para constatarlo se remite al momento conclusivo del Manifiesto: Nuestro proyecto, conformado por un equipo de investigadores (pertenecientes a universidades norteamericanas de élite) que quieren extraer de ciertos documentos y prácticas hegemónicas el mundo oral de los subalternos, es decir, la presencia estructural de un sujeto que los letrados no habíamos reconocido y que nos interpela para mostrarnos qué tanto estábamos equivocados, debe confrontarse con la resistencia del subalterno frente a las conceptualizaciones de la élite. No se trata, por ello, de desarrollar nuevos métodos para estudiar al subalterno, nuevas y más eficaces forma de obtener información, sino de construir nuevas relaciones entre nosotros y aquellos seres humanos que tomamos como objeto de estudio49. Otro tanto ocurre con los Cultural Studies de la Escuela de Birmingham en tanto éstos se alimentan del marxismo, el estructuralismo, el psicoanálisis es decir, del centro mismo del pensamiento moderno, en tanto que la decolonialidad piensa desde “el lado oscuro de la modernidad”. Hay voces que entienden que los desarrollos de Lacan, Foucault y, en Argentina, los aportes de Juan Samaja50 que retoma a Hegel y Marx y de Hernández Arregui desde el “marxismo crítico”, entre otros, convergen con la opción decolonial; sin embargo, acá se hace necesario destacar la distancia geopolítica euroncentrada que los separa: los intelectuales europeos mencionados piensan desde “su lugar”, con sus problemáticas particulares sin incorporar a su horizonte América Latina, es decir formando parte del pensamiento de la modernidad junto con el liberalismo. Por su parte, los argentinos que abrevan en esas fuentes, “aplican” a un realidad otra dispositivos intelectuales que las homologan con la que genera, precisamente, colonialidad, la propia colonialidad del saber51. Se hace necesario, sin embargo, plantear los riesgos que encierra la decolonialidad tanto en el nivel conceptual como en su pretensión de dar forma a una episteme y una práctica de ruptura con la hegemonía. En primer lugar se advierte que, a pesar de insistir en que la construcción del conocimiento surge o debe surgir de la práctica, hay una circulación teórica excesiva y poco se difunde de lo que se hace. En particular se reflexiona sobre la colonialidad del ser que asume un lugar de enunciación en cuyo discurso persiste un principio ontológico deshistorizado, que está reclamando la puesta en acto de una “historia de las ideas” sin perder de vista la dimensión contingente de la propuesta. De otro modo es factible retrotraer la búsqueda hacia una cierta forma de indigenismo, nativismo y esencialismo alejándose de la práctica política y ética que se propone. Este aspecto resulta importante de señalar porque representa en conjunto una de las acechanzas más concretas al pensamiento descolonial. En tal sentido, se señala que conceptos como el de colonialidad requieren ser pensados y discutidos en relación con las prácticas específicas, contextuales, a pesar de sus relaciones con la larga duración, y con explicaciones estructurales. Así, la misma idea de diferencia colonial tiene inscripto este proyecto de un pensamiento diferencial y en tensión. Desde esa perspectiva, se señala que hay un problema de orden político-epistémico en el proceso de ontologizar. Acá se requeriría de un “ajuste teórico”, ya que la cuestión de la colonialidad del ser trae muchas disidencias; en el mundo actual totalmente heterogéneo resulta difícil abarcar esta cuestión que implica la dominación sobre la persona atravesada por las exigencias de las políticas de consumo, las tecnologías comunicacionales, las redes virtuales y sus derivaciones. Por eso el des-prendimiento, en un sentido fáctico, siempre se concreta desde un conjunto de prácticas diferenciales que, al reponer acciones antihegemónicas de las memorias locales o de los fenómenos particulares para contraponerse a los imperios globales, pueden dar lugar a un relativismo extremo. Todo ello, además, puede reducirse a la incorporación de una “moda” discursiva que circula en la academia como reproducción de lo que en el momento se convalida en el norte, es decir una clara demostración de la colonialidad del saber, de la convicción de la subalternidad de nuestra condición académica A manera de cierre El espacio de trabajo compartido rompió con la práctica académica de la exposición planteando, por el contrario, dudas e incertidumbres más que certezas, lo que promovió un intercambio de ideas productivo. Se buscó de ese modo generar una práctica de descolonización de los saberes, en el intento de des-prendernos de las prácticas académicamente naturalizadas. Por otro lado, tal desafío se plantea en el seno de la misma Universidad, una institución en la cual no solo se construye conocimiento, sino que también se aglutinan enfrentamientos individuales y colectivos que muchas veces se sedimentan en la resistencia de des-enmarcar nuestras prácticas de los límites establecidos. La invitación a intervenir con propuestas concretas en nuestro entorno habitual fue parte de las conclusiones de este taller, conclusiones provisorias en tanto se abre un amplio trabajo para proseguir a futuro. A grandes rasgos, y enlazando esta idea con las presentaciones del Coloquio, quedó explícita la necesidad de continuar debatiendo tanto los conceptos que usamos a menudo (y que, naturalizados, a veces pierden sus significados críticos) como la práctica de la decolonialidad en nuestra vida cotidiana. En tal sentido los tópicos abordados fueron, con matices, los siguientes: a)Dimensión del lugar de enunciación. Este fue y continúa siendo un problema central del debate. Es un aspecto que requiere de mayor explicitación política dado que constantemente hay una tendencia a homologar entre sí todos los lugares de enunciación; en cambio persisten diferencias cruciales, de recursos, de tramas académicas, científicas, sociales, etc. b)Particularidad y diferencia del pensar decolonial frente a otras prácticas críticas poscoloniales. Esta cuestión fue una de las dimensiones más destacadas. En el contexto de los debates resultó interesante el hecho de que prácticas a las que no se reconocían como tales convergían en la discusión con la misma intensidad teórica y empírica. Por ejemplo, prácticas sociales que combinaban acciones desde organismos estatales y acciones propias de la militancia políticosocial en contextos urbanos. c)Relación y entrecruzamiento de los saberes y las prácticas. Esta cuestión, central para los estudios decoloniales, puso en evidencia la distancia existente entre la práctica y los discursos académicos y las problemáticas sociales, entre el saber experto y su impotencia para contribuir a las transformaciones esperadas. Tal vez porque la razón académica se encuentra por fuera del sentido común, dado que –de acuerdo a los mandatos de los tiempos– desde esa razón, no se habla de la patria, la tierra, la comunidad, la cultura popular. Desde esa mirada la diferencia, más que epistémica, pareciera estar la instalada en los cuerpos individuales y colectivos desde la herida colonial (corpopolítica). De allí la necesidad de repensar qué decimos cuando decimos “nación”, “mestizaje”, “colonialidad del ser”, pues si no se afinan los instrumentos teóricos se seguirá participando de la violencia epistémica. d)Problematización de nuestra forma de inserción académica (violencia epistémico-institucional) porque –por un lado– hablamos de decolonialidad y –por otro– aceptamos generar conocimiento y ser evaluados según criterios generales –en cuya elaboración no participamos– que atienden más a lo cuantitativo que a lo cualitativo e)Necesidad de promover acciones concretas que tiendan a que lo decolonial no sea una teoría más sino una forma de encarar la acción académico-institucional: a qué canon responde el corpus de lecturas que proponemos a los estudiantes, qué teóricos legitimamos desde la bibliografía obligatoria, con qué criterios evaluamos, cómo estructuramos los contenidos, qué cambios se pueden pensar y tratar de promover en la educación media (Wuaman Puma y Titu Cusi Yupanqui como lectura en nuestros colegios secundarios, por ejemplo) En síntesis, y respondiendo a la pregunta planteada al comienzo de este diálogo: una “voz” alternativa sólo puede surgir de un espacio alternativo, como este texto palimpsesto, ubicuo y cibernético. Creemos necesario también difundir esta voz, dando lugar a un modo de poder “otro”. Sabemos que este paso no es suficiente y que habrá que vencer resistencias y morigerar tensiones. De este modo, el foro contribuyó a responder una de las preguntas orientadoras de la convocatoria: despejar la resignificación de los términos y conceptos en uso en la medida en que son desplegados en distintos contextos y por distintos agentes. El trabajo interdisciplinario e interregional acá concretado llevó a plantear la necesidad de desplegar una lingua franca que haga posible el diálogo, pero que evite reproducir las relaciones históricas de poder por las que los paradigmas epistémicos europeos y norteamericanos se vuelven dominantes mediante la apropiación del pensamiento emergente de América Latina. Este pensamiento es con frecuencia fagocitado por la lingua franca desarrollada en los centros e instituciones metropolitanos del saber. En retrospectiva, no podemos dejar de advertir la persistencia de la unidireccionalidad de norte a sur en este intercambio sobre Latinoamérica, algo que no deja de refrescar el debate acerca del colonialismo académico y epistémico que continúa siendo uno de nuestros mayores desafíos. Saberes fuera de lugar52 La propuesta de concreción de este Foro-Taller53 surgió con la finalidad de generar un espacio abierto de participación horizontal con estudiantes y graduados que –por fuera de la estructura propia de la lectura encadenada de ponencias, resultado éstas de posiciones ya tomadas– incitara al diálogo participativo abriendo alternativas al pensamiento único de la modernidad. Entre las diversas propuestas circulantes desde las últimas décadas del s. xx, se eligió tomar como línea de lectura y discusión la opción decolonial, desde la que se indaga en los procesos de construcción de las subjetividades históricamente afectadas por procesos de colonialidad, en particular las de América Latina. Tales procesos llevaron a invisibilizar a quienes no formaran parte de la cultura blanca-masculina-letrada y, en consecuencia, a sus formas de conocer; de allí el enunciado “saberes fuera de lugar”. Para ello se ofreció con antelación un escueto cuerpo de lecturas que sirvieran como ejes ordenadores del diálogo: “Universidades, Movimientos Sociales y Redes Decoloniales en América Latina”, entrevista a Catherine Walsh por Pablo Quintero, realizada en la Universidad Andina Simón Bolívar (Quito) en el año 2008. Fragmentos de la “Introducción” de Walter Mignolo al Cuaderno Nº 7 de la Colección El Desprendimiento: pensamiento crítico y opción decolonial, de Ed.del Signo, Pensamiento argentino y opción decolonial, coordinado por Zulma Palermo. Un texto fundacional de Aníbal Quijano, “Modernidad, Identidad y Utopía en América Latina”, conferencia dictada en el xx Aniversario de CLACSO, en la ciudad de Buenos Aires en el año 1987 y publicada en Lima por Ediciones Sociedad y Política en 1988. Las sesiones se desarrollaron los días 21 y 22 de octubre en horas de la tarde con la participación de más de 30 interlocutores54 que fue ron planteando dudas, experiencias y expectativas, dando cuenta de la existencia de un “piso” de búsquedas intelectuales y sociales fértil para la generación de espacios de pensamiento y acción transformadores. De esa interlocución ofrecemos acá una síntesis. Opción Decolonial, Literatura, Razón Moderna Una de las primeras cuestiones emergentes de las lecturas es la manifiesta inquietud –o “molestia”– por el corte político e histórico de sus desarrollos y por la presencia sólo circunstancial en alguna de ellas de la literatura y ésta sólo como forma de expresión pero no de los estudios literarios disciplinares. Esto genera la necesidad de encontrar de qué manera la opción decolonial puede ser operativa para esos fines específicos. La indagación en los textos y los aportes del grupo permiten ir proponiendo un conjunto de respuestas abiertas en distintos órdenes. En primer lugar, se aclara que la opción decolonial propone un camino de reflexión que procede por fuera de los límites disciplinares, desde el momento en que se persigue una finalidad y objetivos comunes por distintas vías: la liberación de las sociedades y los grupos colonizados por el pensamiento único. En este orden, recae una fuerte sospecha sobre el rol que jugó la academia –a través de las disciplinas con pretensión científica y rigurosamente estamentarias del conocimiento– en el control ejercido por el poder colonial. Para comprender el funcionamiento de este poder recurrimos al texto de A. Quijano –explicitado también por Walsh y Mignolo– desde los que entendemos se trata de una estructura compleja, propia del sistema-mundo moderno/capitalista, originado con el colonialismo europeo a principios del siglo XVI, y que se sostiene en el poder como una relación social de dominación, explotación y conflicto por el control de cada uno de los ámbitos de la experiencia social humana. Esos funcionamientos, controlados por el poder de la monocultura occidental, se diseminan en distintos ámbitos de la vida colectiva e individual55: control de la economía y de la autoridad, institucionalizadas por la teoría política y económica; control de la naturaleza y sus recursos, a través del aparato científico y tecnológico; control del género, la sexualidad y la racialidad bajo la sujeción de las subjetividades; control del conocimiento a partir de la imposición de una sola forma de racionalidad. La cuestión, entonces, es tratar de advertir la función que jugaron en ello las disciplinas y, en particular los estudios literarios. Se genera así la necesidad de ejercer una reflexión crítica sobre la literatura como disciplina de conocimiento, sus cánones y sus exigencias metodológicas en culturas colonizadas. Tales cánones –construidos por las culturas centrales y tenidos como modelos a imitar– han cerrado toda posibilidad de reconocimiento a las expresiones circulantes por fuera de ellos. De este modo, se está siempre a la saga de las “corrientes literarias”, los movimientos estéticos, las “escuelas”, tal como se lee en las historias literarias en las que, por lo general, se entiende que tales “modelos” han llegado siempre tarde produciendo “asincronías” disfuncionales. Pensar la literatura desde otro lugar es buscar las vías para su decolonialidad, es decir, no solamente dando validez a otros códigos como la oralidad (ya bastante estudiada desde distintos lugares de enunciacion), sino entendiendo que se trata de una forma de expresión entre otras, cuya manipulación del lenguaje facilita su mayor penetración, moldea los imaginarios y produce subjetividades. Por eso se hace necesario volver la mirada crítica hacia manifestaciones como el boom, sus actores y su contexto, sobre categorías como la de transculturación (ya Cornejo Polar señalaba “los peligros de las metáforas” derivadas de otros lenguajes especializados) o “lo real maravilloso” como representación de lo latinoamericano homogeneizado, discutiendo también con la mirada de A. Quijano quien exhibe a sus máximos representantes localizados en la resistencia. Más atrás, la literatura formadora de la nacionalidad, en la que jugó un papel fuertemente institucionalizado, incluyendo a los “clásicos” de la literatura nacional tales como Sarmiento y su extendida dicotomía civilización/barbarie o Hernández y su incidencia en la formación de las mentalidades hasta nuestros días. Junto a ellas, las manifestaciones de la resistencia a la colonización y la colonialidad, desde Waman Poma de Ayala, pasando por José Martí, hasta José María Arguedas y las búsquedas propias de los distintos indigenismos. No obstante, sabemos que ocupan un lugar relativo dentro del canon. Por otro lado, surge el interés sobre la designación de esta propuesta como una “opción”, explicitada en los mismos documentos a partir de entenderse como una alternativa entre otras contemporáneas a ella (poscolonidad, subalternidad), alternativa que no se plantea como una verdad única e indubitable, sino como una elección desde cada lugar de enunciación. Se trata de la reunión de diversas líneas de aproximación a las problemáticas de las sociedades latinoamericanas en su heterogeneidad, con su propia genealogía, distinta de aquellas en las que surgen el pensamiento poscolonial y la subalternidad. Si bien todas las sociedades en las que estas líneas se diseñan han pasado por la experiencia colonial, las rupturas con sus respectivos troncos de dependencia y sus memorias culturales tienen distintos tiempos y arraigos (desde el punto de vista geográfico, el sur del planisferio; desde el punto de vista social, dentro del “primer mundo”, los sectores marginados por raza, sexualidad, etc.). Desde el momento en que se propone una crítica a la razón moderna, al logos cartesiano, surge un importante señalamiento: los documentos leídos para este foro responden a esa misma racionalidad, a referencias localizadas en la tradición del cocimiento “universal”, por lo que pareciera que no es sencillo escapar del lugar de la razón única. Del mismo modo que no escapa la cuestión vinculada a las lenguas en las que se construye el conocimiento. Si se parte de entender que una de las estrategias de la colonización del conocimiento y de la subjetividad es la imposición de una lengua, habría que preguntarse si –al dar forma a los saberes procedentes de genealogías originarias de Latinoamérica– habrá que hacerlo también en esas lenguas en su múltiple variedad. Nos encontramos con una propuesta utópica –así lo señala A. Quijano– no exenta de riesgos porque puede conducir a fundamentalismos esencialistas. Por eso no se trata de dejar de “teorizar”, sino de hacerlo desde otro lugar, aún utilizando las herramientas del pensamiento logocéntrico, para dar lugar a las búsquedas emergentes. Así el análisis del discurso social o la sociosemiótica de la cultura que surgen de la experiencia con las culturas populares, pueden ser herramientas de análisis válidas para la interpretación de las culturas locales. Logos y lenguaje, entonces, como problemas pendientes para los que hay algunas respuestas parciales y todavía relativas. Hay conocimiento académico alternativo producido en quechua, aymara, macugumdum, guaraní pero que no se encuentra en simetría con el portado en las “lenguas de conocimiento” hegemónicas. Hay, también, algunas incursiones en el uso del lenguaje de la calle –con localizaciones específicas– para nombrar categorías nuevas o preexistentes como propone Torres Roggero56 el crítico cordobés quien, remitiendo a Rodolfo Kush, reclama volver al “código latente” que permite la inteligibilidad general para “tomar la palabra”. Educación, política, movimientos sociales La imposición de un pensamiento único ejercida por la colonialidad epistémica impregna todos los ámbitos de la vida cotidiana y, sobre todo, se concreta y sistematiza en el terreno de la educación en todos sus niveles. Desde el jardín maternal hasta la posgraduación, el sistema se retroalimenta a sí mismo, fortaleciendo en distintas dimensiones y con diversas estrategias el conocimiento único, una idea de nación y de ciudadanía que excluye a amplios sectores de la sociedad y que sigue –como en tiempos coloniales– controlando con la cruz, el lenguaje y el valor económico. Ante esta situación de hecho reconocida por todos los presentes, surgen algunas propuestas que se piensan consecuentes con un proyecto decolonial transferible a las estrategias escolares. Si la opción decolonial busca reconstruir las genealogías locales, puede ser positivo partir de un re-conocimiento del mundo en que se vive –y que generalmente no se “mira”– buscando el perfil sociocultural de pertenencia. Esta sugerencia produce una serie de respuestas personales en las que se releva la persistencia de una sociedad clasista coincidente con las diferencias étnicas y con efectos de fuerte discriminación de los “distintos” también explicitados por Quijano: Es un concepto que da cuenta de uno de los elementos fundantes del actual patrón de poder, la clasificación básica y universal de la población del planeta en torno a la idea de ‘raza’. Esta idea y la clasificación social en ella fundada (o ‘racista’) fueron originadas hace 500 años junto con América, Europa y el capitalismo. Son la más profunda y perdurable expresión de la dominación colonial, y fueron impuestas sobre toda la población del planeta en el curso de la expansión del colonialismo europeo. Desde entonces, en el actual patrón mundial de poder impregnan todas y cada una de las áreas de existencia social y constituyen la más profunda y eficaz forma de dominación social, material e intersubjetiva y son, por eso mismo, la base intersubjetiva más universal de dominación política dentro del actual patrón de poder57. Es la pervivencia de la diferencia colonial que clasifica para controlar generando distinciones sostenidas en la oposición superioridad/ inferioridad, tal como sintetiza C. Walsh. La naturalización de estas diferencias incorporadas como valores culturales lleva a los procesos de “blanqueamiento” de aquellos que aspiran a ser como los otros, en lugar de –repitiendo una expresión de Aníbal Quijano– “dejar de querer ser lo que nunca hemos sido, ni llegaremos a ser”. La misma composición del taller dio cuenta de la heterogeneidad argentina pues sus integrantes provienen de distintas localizaciones territoriales y, por ende, tienen distintas pertenencias. Por ello, a partir de la reflexión sobre la colonialidad y sus efectos, se puso en evidencia la diversidad de percepción de las “diferencias”; ello hizo visible la mayor persistencia de la colonialidad en el norte argentino que en el centro del país y, particularmente, en su metrópoli. La literatura latinoamericana ha dado cuenta de estas diferencias y contradicciones reiteradamente. Llega así al diálogo la escritura de Alejo Carpentier –referido por Mignolo como una clara expresión de la colonialidad del saber– y que, sin embargo, también puede ser leído como la puesta en texto de las grandes contradicciones de un lugar sin retorno: la búsqueda de la propia genealogía obturada por la herencia occidental, en particular en la novela Los Pasos Perdidos, y su percepción de las grandes revoluciones occidentales: la francesa y la rusa en El Siglo de las Luces y La Consagración de la Primavera. Al localizarse en la opción decolonial, sería función de la educación formal –en toda su extensión– invertir este estado de situación, proponiendo desde la universidad investigaciones que indaguen en la propia genealogía, que construyan una historia de los olvidados y que validen las formas de conocimiento no occidentales. Desde allí, intervenir en los otros niveles del sistema garantizando la validez de esos conocimientos otros. Ello no significa que se dejen de considerar las formas propias de otras culturas, en particular de la occidental que también nos constituye, pero colocando en el centro los conocimientos locales. Pensar desde lo local, desde la pertenencia, es construir un lugar epistémico que incluya las diferencias, que reconozca a los silenciados más allá de los discursos que hablan en su nombre o que hacen del silencio una metáfora poética. La gente de la Puna habla en soledad, con el viento, consigo misma; en la escuela, en cambio, los niños callan por temor y por vergüenza a la censura del maestro que les enseña a escribir y a leer pero que no acepta su lenguaje. Esa gente que calla, cuando habla, lo hace para exigir y su “lenguaje es terrible”. El diálogo en torno al silencio, en un encuentro que pretendía poner en cuestión la palabra, fue verdaderamente muy rico. Uno de los compañeros, oriundo de la puna, cuestionó la idea del “silencio de los pueblos originarios” como un producto más de la historia oficial, que no guarda otro objetivo que profundizar la invisibilización. Críticamente contaba que en su pueblo la gente se encuentra bien lejos del silencio. Otra de las compañeras repuso que ella entendía que más que “el silencio de los pueblos” esa construcción responde a una suerte de “sordera hegemónica” indiferente a cualquier demanda o voz subalterna. Así se intensificó el debate ampliado con la intervención de otro de los presentes –profesor de escuela rural y también oriundo de una comunidad puneña– quien cuenta que en donde vivió toda su vida la palabra era más de uso personal, que no recuerda a su madre como una gran habladora y que los silencios en su casa hacían presencia. Esta situación se hace extensiva a sus alumnos de la escuela rural. Un silencio profundo que oculta una mezcla de vergüenza y resistencia. Vergüenza que les han enseñado a sentir por la falta de permeabilidad a las formas de la cultura hegemónica y resistencia a acomodarse a esas mismas formas. Cuenta el docente que, después de intentar por varios medios conseguir una respuesta de sus alumnos, comprendió que lo que estaba faltando era hablarles a ellos. Salirse de la currícula oficial, de los textos más o menos homogéneos que envía el Ministerio de Educación de la Nación para las distintas zonas del país. Fue el recurso que encontró para recuperar las voces dentro del aula. Localizar la voz fue lo que autorizó a estos niños a volver a hablar dentro del aula. De ese lenguaje “terrible” se hace cargo muchas veces la literatura, pero entendida de otro modo del que fue concebida en sus orígenes europeos en el s. xviii en los procesos de occidentalización, sustituyendo a la antigua poética. Al tomar estatuto “científico” dejó de lado un factor central: la afectividad vinculada con la memoria personal y sociocultural de pertenencia. Es decir, dando forma a una subjetividad colectiva que se encuentra en esos textos de alguna manera representada. Por eso, y en primer lugar, la lectura permite la emergencia de sentimientos desde los que toman forma representaciones que inciden directamente en la formación de los imaginarios. Así entendida, la lectura da lugar a un diálogo entre los sujetos y sus vivencias pues a través de ella se reactualizan sentidos que dan lugar a un mirarse a sí mismo y encontrar una nueva perspectiva de su mundo y de su yo. Además esa lectura debe permitir una apertura hacia otros sujetos, es decir el hecho de que ella no solo suceda en un ámbito privado sino que pueda compartirse, generando encuentros y espacios en los que se debatan y enriquezcan acabando con ese “silencio profundo”. De allí la importancia de realizar estos talleres, donde cada uno de nosotros pueda no solo pensar o repensar la realidad, sino pensarse a través de una lectura autocrítica, sin temores, compartiendo a través de un diálogo que va desde el interior al exterior y viceversa en un ir y venir, construyendo un nuevo pensamiento dado por la riqueza cognoscitiva y afectiva. Englobando a la expresión literaria dentro del campo de las expresiones “estéticas” en general, es posible pensar que éstas, partiendo de la afectividad, llevan a la producción de conceptualizaciones, de allí que en algunos espacios latinoamericanos, se empiece a hablar de un tipo de razón otra, de la necesidad de contraponer a la lógica cartesiana, la del sentipensamiento. En el campo literario vuelve a aparecer como exponente de estos alcances – solitaria dentro del canon– la producción de José María Arguedas. Otras voces llevan la cuestión a desmitificar las versiones idealizadas de la literatura, haciendo explícita su necesidad, en tanto se trata también de una mercancía que responde –sobre todo en las actuales políticas económicas– a las leyes del mercado. Se recuerda otra vez el fenómeno del boom que se canoniza como instrumento de liberación en las luchas sesentistas, pero que también alcanzan su estatus porque se publica y se canoniza desde Europa, para un cierto público, alcanzado un alto valor económico agregado (y allí caben tanto las obras de García Márquez como las de Vargas Llosa, equidistantes hoy entre sí políticamente). Volvemos, entonces, a la función de la educación en este campo; las preguntas que deberían responderse se centran en algunas cuestiones decisivas: ¿cómo incide todo esto en la “enseñanza” de la literatura en nuestras localizaciones?; ¿quien enseña lo que ella es o debería ser y qué selecciona dentro de ese criterio?; ¿qué hace la universidad en esa dirección?: ¿repite cánones o ayuda a pensar críticamente?; ¿cuál es la vinculación de estos conocimientos con la sociedad en la que se vive?; ¿acerca respuestas para el “buen vivir” o incentiva los mandatos del mercado? La emergencia de estas preguntas orienta la atención hacia una crítica compartida: las políticas académicas se encuentran totalmente alejadas de las problemáticas sociales lo que genera una peligrosa ceguera; la convicción es que el conocimiento impartido y recibido se cierra sobre sí mismo sin importar lo que pasa a sus extramuros. Se señala la existencia de algunos pequeños sectores –a los que se considera en general “politizados”– con inserción en los movimientos sociales, pero en general proceden de otros campos disciplinares (antropología, sociología); en tanto que las “letras” tienen un espacio particularmente autocomplaciente y ajeno a las problemáticas que atraviesan al conjunto social. Otra es la perspectiva y la experiencia alcanzada por quienes participan de la opción decolonial pues se trata de un posicionamiento a la vez que epistémico, político y ético. Lo vemos en la entrevista a C. Walsh quien lleva adelante su práctica académica en íntima vinculación con los movimientos aborígenes y de afrodescientes en Educador, pero también en Bolivia. Las transformaciones que en el plano institucional se viven en esos países no son ajenas a una toma de posición decolonial cuyos efectos son visibles en sus reformas constitucionales. Se recurre así a la actualización de líneas de pensamiento alternativas y resistentes al conocimiento único, por lo que vuelven al diálogo los posicionamientos de Waman Poma de Ayala y toda la línea de pensamiento andino que incluye a J. C. Mariátegui y a estudiosos como Rodolfo Kush. Este, como tantos otros pensadores latinoamericanos han sido condenados entre nosotros al ostracismo por el discurso oficial de la academia –consecuente con su concepción política del conocimiento– dejando de lado una línea genealógica que no se reconoce heredera de la cultura grecolatina. Esta vía –que forma parte de la construcción histórica de la opción decolonial– recala en las luchas por la liberación de los años ’60 y ’70 que, en el orden de la producción de conocimiento, cuenta con desarrollos como los realizados por Enrique Dussel quien sigue generando un pensamiento crítico y alternativo, plenamente decolonial. Las reuniones culminan proponiendo generar una red entre los presentes para dar continuidad al diálogo e ir generando espacios para producir los cambios sociales ya imprescindibles desde cada lugar de acción. Darse cuenta y dar cuenta Darnos cuenta. Hemos soñado con este Encuentro58. Lo hemos imaginado hermoso, como resultó. Con los que estábamos, borrando perfiles profesionales, interesados por el problema de la marginalidad, la exclusión o la invisibilidad de las prácticas investigativas que ocurren en las instituciones de educación superior del Nivel Terciario de la Provincia de Salta. Confiados hicimos del festejo de los 40 años de la Escuela Superior de Música de la Provincia el motivo para el convite. Llegaron docentes investigadores de Güemes, El Carril, Embarcación, Molinos, Gral. Mosconi, de Vaqueros y de la ciudad de Salta, para lo cual tuvieron que salvar distancias que van entre 8 y 200 km hasta el punto de Encuentro. Nos había movilizado la necesidad de hacer un espacio para conocer lo que estaba pasando entre los que nos habíamos involucrado en las cátedras de Investigación Educativa o en los Proyectos de Investigación con un afán: preguntar sobre lo que pasa o lo que nos pasa en las instituciones educativas de formación docente. Transitando la experiencia de preguntar por los procesos de subjetivación y la subjetividad pedagógica, nos encontramos con voces que dialogaban desde un lugar otro, haciéndose visibles a nuestros ojos resortes subjetivos del autoritarismo escolar, que propiciaban un acallamiento de la cultura propia, a veces para sostener diagnósticos oficiales de la pobreza del capital cultural en el alumnado de nivel terciario a veces solo porque la tradición de la formación social salteña así lo dicta. Comenzamos a advertir y anunciar que cada vez que en las prácticas de formación se hablaba de “capital cultural” de los estudiantes se los referenciaba al capital cultural occidental, blanco, europeo omitiendo el construido en sus ambientes de referencia: de trabajadores, desocupados, campesinos o indígenas. Sintetizando, se hizo visible para nosotros cómo ¿sin darnos cuenta? estábamos diciendo a coro que nuestros estudiantes eran carentes de capital cultural cuando, a partir de la investigación, de la pregunta por lo que hacemos, por lo que decimos, o en el sentido freireano por una nueva lectura de la realidad, comenzó a emerger una lectura otra que nos ponía de cara a un desconocimiento (¿mecanismo de negación?) de la cultura de nuestros estudiantes de profesorado… de sus sueños, de sus disposiciones o indisposiciones frente a la cultura escolar que a través de nosotros los profesores, los invitaba a adoptar un capital cultural aspectado como “mejor” que el propio. Así fuimos llegando a las lecturas de la decolonialidad: por la resistencia de nuestros estudiantes, por su obstinado silencio frente al saber/hacer sin sentido, por su lucha por el estar siendo en el hacerse docentes. Darse cuenta y Dar Cuenta En esta última semana estuvimos trabajando, en la asignatura CURRICULUM, con estudiantes de Primer Año del Profesorado de Lengua y Literatura del Terciario de Vaqueros, una lectura pedagógica que nos llevaba a preguntarnos si la Pedagogía occidental podía dar cuenta de las diferencias en el acto educativo. Esa pregunta nos llevó a revisar cómo una política del currículum construida en el interés de hacer una nueva nación, entendiendo como nueva a la nacida de la nación vieja europea, hizo que por 500 años los diferentes planes y programas de estudios por los que pasaron las experiencias de niños y jóvenes, anularan la enseñanza de los saberes de las naciones indígenas. Ahora que los/as profesores/as, los que estamos en espacios de formación docente, nos damos cuenta de esa realidad, advertimos que la pedagogía occidental no puede dar cuenta de las diferencias por cuanto su interés estuvo centrado en homogeneizar. Frente a la diversidad/diferencia/lo otro/lo distinto/lo heterogéneo la respuesta fue hacer que todo se parezca al modelo europeo colonial. Y es absurdo pedirle más… por ello destacamos más arriba el valor de la resistencia/el ya no querer de nuestros estudiantes de esa pedagogía… desde una perspectiva otra sería un modo de lucha por la constitución de una pedagogía otra. En esa búsqueda, un joven estudiante de educación acercó un trabajo de investigación que proponía algunos puntos reflexivos tendientes a producir una discusión que ponga en diálogo los saberes propios de la pedagogía con las ideas provenientes del llamado giro decolonial. Ese trabajo, escrito por un docente investigador59 de Bogotá (Colombia), sostiene que pensar una pedagogía en clave decolonial implica una compresión crítica de la historia, el reposicionamiento de prácticas educativas de naturaleza emancipatoria y el descentramiento de la perspectiva epistémica colonial. De esa agenda de trabajo, para la constitución de una pedagogía otra, estamos caminando en dirección a una lectura de la historia del lugar y de nuestra propia historia de formación. Esa trama de significados está comenzando a operar como motor para darnos cuenta del valor de la recuperación de experiencias docentes descolonizadoras… escritas a carbón en el suelo como muchas de las experiencias relatadas por Paulo Freire, o la Escuela Viva de las hermanas Cossetini, o aquellas que escribe el maestro Maidana de su experiencia en el Proyecto Cajas de la Puna… Darnos cuenta requiere también poder dar cuenta en nuestro hacer las experiencias que aún no se escribieron, pero que rondan en los sueños de nuestros jóvenes. De las prácticas a la reflexión crítica Las expresiones precedentes de Rosa Guantay –animadora del proyecto– sintetizan con elocuencia los efectos del diálogo que se generara entre docentes de tres Institutos de Formación Docente de la Provincia de Salta, en el que dio cuenta de las dificultades y aspiraciones de los que en él participaron60. El intercambio hizo posible la visibilización de los lugares de enunciación desde los que cada docente construye su práctica como investigadores en la acción, los que –sin dejar de lado las diferencias individuales y contextuales– convergen en una crítica consistente al sistema educativo que se muestra impotente, cuando no indiferente, para dar lugar a transformaciones estructurales que hagan posible una educación verdaderamente inclusiva de las distintas pertenencias socioculturales que constituyen la población escolar de la provincia. En ese orden, el diálogo se orienta a problematizar el sentido de la investigación educativa que se practica en las instituciones destinadas a la formación de formadores, la carencia de iniciativas en este campo, la cada vez mayor ausencia de espacios destinados para ello en la currícula, la falta de infraestructura adecuada y, particularmente, el divorcio entre investigación y práctica pedagógica. Tales falencias acentúan el proyecto del conocimiento único convalidado por el sistema universitario que no sólo mantiene aisladas las acciones de investigación, docencia y extensión y que no da validez a estas últimas en su sistema de evaluación académica y de categorización investigativa. De este modo consolida la colonialidad del saber, lo que da como resultado la colonialidad de las subjetividades (colonialidad del ser) atrapadas en un sistema jerárquico reproductor de la colonialidad del poder. Esta matriz da cuenta de los elementos fundantes del actual patrón de poder, la clasificación básica y universal de la población del planeta en torno a la idea de ‘raza’. Esta idea y la clasificación social en ella fundada (o ‘racista’) fueron originadas hace 500 años junto con América, Europa y el capitalismo. Son la más profunda y perdurable expresión de la dominación colonial, y fueron impuestas sobre toda la población del planeta en el curso de la expansión del colonialismo europeo. Desde entonces, en el actual patrón mundial de poder impregnan todas y cada una de las áreas de existencia social y constituyen la más profunda y eficaz forma de dominación social, material e intersubjetiva; son, por eso mismo, la base más universal de dominación política dentro del actual patrón de poder61. En efecto: uno de los fuertes principios del proyecto moderno occidental radica en la oposición cultura/naturaleza, cuyo primer término corresponde a la ratio cartesiana, a una sola forma de conocimiento y de control de la naturaleza en la que quedan incluidos los grupos humanos considerados “bárbaros”, “inferiores”, requeridos de ser “elevados” a la cultura “superior”, misión adjudicada en gran medida a la educación formal. En ella todo está articulado para sostener la diferencia colonial entendida como el dispositivo que clasifica a las personas en grupos o poblaciones identificándolos por sus carencias o excesos, lo que marca su diferencia e inferioridad con respecto al poder dominante, el poder colonial62. Es por ello que las políticas educativas no dan cauce a la incorporación de saberes “otros”, propios de esos grupos “diferentes”, distintos de los propuestos por el aparato científico desde siempre. Tales reflexiones toman en consideración algunas problemáticas compartidas tales como las relativas a la circulación de discursos en los que se promueve la “interculturalidad” sin poner en simetría las distintas formaciones culturales sino manteniéndolas, ya que se trata de formas de acción en las que se mantienen políticamente las diferencias63. Del mismo modo, aquellas que distinguen entre culto/popular, arte/ artesanía, teoría/práctica, lengua “materna”/dialecto, urbano/rural, entre muchas otras, en lugar de dar lugar preferencial a la construcción de prácticas conjuntas y fronterizas de saber y hacer. Es decir, un lugar en el que se entrecrucen y convivan distintas culturas, distintas lenguas, distintas formas de conocer y de vivir, un lugar construido entre todos que incorpore también el pensamiento y la lengua dominantes. La imposición de cánones unívocos que niegan la posibilidad de creatividad, pensamiento y acción a las culturas subalternizadas, lleva a una colonialidad de la mirada y de criterios estéticos, claramente visible en el terreno de la producción artística. Contra ello y desde la alteridad colonial, se entrama el pensamiento fronterizo que no es un híbrido o una mezcla sin identidad, sino uno de los caminos posibles para un pensamiento crítico situado, desde donde colaborar en la construcción de “un mundo donde quepan muchos mundos”, objetivo del Foro Social Mundial de Porto Alegre. Las experiencias narradas por los docentes dan cuenta de la existencia de acciones que buscan descolonizar las prácticas pedagógicas, desde una explícita desobediencia a lo instituido, ya sea indisciplinando el conocimiento encerrado en asignaturas, ejecutando acciones que generan espacios de participación simétrica de los diferentes o incorporando tecnología comunicacional que aproxima a centros totalmente periféricos la actualidad del mundo en un proceso que se perfila como un proyecto glocal. Se trata de una articulación entre lo local y lo global que se retroalimentan en condiciones de defender lo local como fuerza política que utiliza la tecnología global en su propio beneficio64. De esto dan cuenta las producciones artesanales llevadas al mercado turístico o prácticas ancestrales reconvertidas a los requerimientos del mercado65. Surgen también los temores o “miedos” en varias direcciones, en particular, aquél incorporado a la subjetividad de los subalternizados desde siempre: a pensar por sí mismos, a ser escuchados y respetados, a la censura y la marginalidad institucional. También a que se esté adoptando una nueva “moda teórica” que busca sustituir un paradigma por otro, un principio de autoridad por otro, una forma de dominación por otra. De allí que resulta pertinente traer al foro esta reflexión: Hemos sido colonizados por las narrativas de la exactitud, por la linealidad de la existencia que se va desarrollando por etapas que deben ser superadas a toda costa para poder llegar a ser. En esta medida, el error es un sacrilegio que se paga a costos sociales elevados, bajo la mirada ampliada por la lupa de la censura y el estigma que no escatiman nada para adjetivar a quien falta a la norma. Los miedos nos rondan a cada instante, desenvainando sin recato su daga de lo prohibido, es decir, de la imposibilidad de faltarle a la certeza y a la estabilidad, de cumplirle a lo previsible en desmedro de lo misterioso, de lo fantástico, de lo irremediablemente desconocido66 En síntesis, este recorrido dialógico es por sí mismo una práctica descolonizadora ya que: 1.localizado dentro de la institución educativa opera para producir una desestructuración de sus prácticas, proveyendo de un instrumento válido para la decolonización institucional 2.se trata de un encuentro humanizante que sustituye el discurso autoritario por el diálogo que posibilita construir conocimiento comunitario (en este caso de la comunidad de docentes y estudiantes del nivel terciario) 3.por ello desarticula las jerarquías dando lugar a una participación simétrica en la producción de saberes 4.incorpora la crítica y la autocrítica desde el propio posicionamiento como factores fundamentales para dar sustentabilidad a proyectos de largo plazo que se reproduzcan en el campo social. Nuevas juventudes, subjetividades otras La propuesta de este Foro surge como consecuencia de la convocatoria al VI Simposio Latinoamericano en lo relativo a “Jóvenes, política y miradas interculturales. Resistencias y Hegemonías” y que se concretara el 16 de abril de 2013, dando continuidad a las acciones generadas por la Red Pacarina, en la Universidad Nacional de Salta. En la convicción de que los sujetos clasificados convencionalmente como “jóvenes” por la cultura dominante dentro de un corte etáreo previamente definido, requieren ser considerados sujetos de su propio decir, es que se inicia este diálogo de muchas voces en procura de dar lugar a la generación de una mirada personalizada que se proyecte críticamente hacia la sociedad de pertenencia67. La categorización/clasificación llamada “juventud” impuesta por las hegemonías dominantes y legitimadas y reproducidas por la academia y el Estado han logrado la permanencia de ese miedo, ese sometimiento audaz y sigiloso que se impregna cíclicamente en nuestro entorno. Ese colonialismo que pareciera haber llegado para salvarnos de nuestra hediondez y guiarnos por el camino de la pulcritud de la razón, la luz salvadora y el progreso; eliminando al otro diferente para “igualarnos”68. En esta búsqueda sobreviene, como una primera actitud colectiva, el silencio que empieza a manifestarse como miedo a fallarle a la expectativa y a la inadecuación de la propia palabra al espacio académico. Se inicia así una reflexión –en la que intervienen algunos de los presentes que pudieron “soltarse” para entablar un diálogo fluido– sobre los temores que nos acosan, surgidos en cada uno de ellos desde las primeras etapas de la vida (a lo oscuro, a la pérdida de los afectos, a los actos calificados como “pecaminosos”, a no ajustarse a los mandatos y a las normas, etc.). Al profundizar sobre esas formas de manifestación del miedo, se advierte que surge de las coacciones que impone el sistema hegemónico regido por la “colonialidad del poder”, tal como se lee en un texto que compartimos y del que tomamos aquí unas líneas: La narrativa de nuestro sistema educativo transita por construir subjetividades que se acomoden a estos preceptos de la modernidad, en ese sentido la estabilidad como principio se aprende a la par que las letras del alfabeto. Nos educaron para alcanzar el éxito y en consecuencia garantizarnos un futuro próspero distante de cualquier atisbo de inseguridad que colocara en riesgo la única posibilidad de vida. Sin embargo, paralelo a este discurso de la estabilidad el asecho de su contrario fue inoculando en nosotros los temores a perderla, así quedamos atrapados entre el deseo de seguridad laboral y el miedo al desempleo, la necesidad de tener una pareja permanente y el miedo a la soledad, el sueño de una vida determinada por obtener buenos ingresos y el miedo a la precariedad económica, el prestigio social alcanzado por la vía de ser un profesional y el miedo a no lograr las metas impuestas o auto-impuestas y la apuesta por una vida emocionalmente equilibrada y el miedo a perder la razón. La colonialidad de nuestras existencias nos entrampa en la confrontación entre llevar una vida sin sobresaltos y una realidad sobresaltada por las contingencias que merodean nuestras sociedades nunca estables y sin garantías. La narrativa se impone a fuerza de dispositivos familiares, escolares y sociales presionándonos a cumplir con preceptos que dibujan el horizonte de posibilidad de realización plena, creando la ilusión de un mundo feliz exento de contradicciones o en el mejor de los casos, despojado de lo incierto y en ese sentido extraordinariamente previsible.69 Es decir, estamos llevados a seguir las normas impuestas por la mano iluminada (el “iluminismo”) que nos sesgó con sus estereotipos, nos impuso una religión y un alma a la que hay que preservar de pecados; que nos obligó a mirar siempre hacía un futuro de “progreso”, apresándonos entre cuatro paredes donde el tiempo y el espacio delimitan nuestras “libertades” llevándonos a vivir en un miedo permanente. Un miedo permanente que nos asemeja cada vez más a robots programados para responder sólo a ciertos estímulos (hegemónicos) y a sentirnos obsoletos para realizar cuestiones de “adulto”, a seguir una trayectoria de rivalidades y la continua tergiversación de lo comunitario. Es por eso de central importancia el papel de la educación en la formación de las mentalidades, cuestión altamente sensible en esta instancia ya que los participantes mayoritariamente cursan la Carrera de Ciencias de la Educación. Es precisamente la escolaridad en todos los niveles, la que reproduce incesantemente el modelo autoritario y segregacionista impuesto por la razón moderna eurocéntrica: allí se incentivan los miedos, se destruye (o no se construye) la autoestima, se coarta la libertad individual, se imponen modelos ajenos a la propia cultura. Reflexionar acerca del rol de los educadores y sus tomas de posición en este sentido se vuelve así, imprescindible; pensar la formación desde lugares otros del conocer para concretar el proyecto de una realidad emancipadora. Hacer una re-lectura de nosotros mismos como sujetos, como seres con una trayectoria histórica y cultural milenaria, es necesario para pensar el lugar en el que estamos y el espacio que ocupamos. Es un camino para tomar conciencia acerca de nosotros mismos, de modo que podamos eliminar de una vez nuestros miedos y las “camisas pulcras” que nos detienen para ser aquello que somos. Para ello es importante que levantemos nuestra voz, que saltemos el abismo del silencio, que podamos decirnos y así empezar a romper con una tradición académica cerrada a otras voces que no sean las del saber dominante. Es precisamente en el territorio de las humanidades y las ciencias sociales concebidas transdisciplinarmente donde el diálogo en simetría debería ser la forma de romper el silencio, aunque muchas veces ese silencio tiene voz propia70. A esta gestión política de la educación formal se suma lo mediático inmediato, que nos induce a elegir y aceptar una de las dos realidades, a odiar y confrontar con el que no opina lo mismo (hoy pareciera que existen sólo dos formas de pensar y opinar), y donde los acontecimientos relevantes se evaporan en un cuestión de minutos. Sin embargo, es posible confrontar con esta imposición al esperar que “un mundo mejor sea posible”, cuando hay memoria y una actitud ética y humana en acto. Es por esa convicción que, desde la opción decolonial, los colectivos juveniles se conciben como fuerzas geo y corpopolíticas capaces de producir nuevas subjetividades políticas opuestas a la geo y la teopolítica del poder colonial. Tal potencialidad no es una abstracción ni una mera posibilidad ya que son hechos comprobables en A. Latina: el movimiento para la reforma universitaria argentina (1918); los movimientos de pachuchos en Los Angeles (1943), la protesta estudiantil en la Plaza de las Tres Culturas, México (1968), la “revolución de los muchachos” sandinistas (1974), la rebelión zapatista de Chiapas (1994), los movimientos antigloblización mundiales en Seattle, Praga, Barcelona en estos días, con participación de jóvenes latinoamericanos; la masiva movilización estudiantil chilena desde 2011. Se trata de movimientos sostenidos en la pasión como forma de vida –los sujetos se constituyen por sus afectos y sus deseos– en construcción común, es decir, de una fuerza que se multiplica en el tiempo y en el espacio, orientada al bien común. A manera de síntesis Entendemos que estas estrategias dialógicas puestas en acción parten necesariamente del conocimiento de los valores de la cultura de pertenencia en relación con otras con las que co-habita de las que también aprende porque, como afirma Dussel, “[p]ara crecer es necesario madurar”, maduración que necesita de un largo y complejo proceso puesto que: La afirmación de los propios valores exige tiempo, estudio, reflexión, retorno a los textos constitutivos de la propia cultura, antes o al mismo tiempo que el dominio de los textos de la cultura moderna hegemónica71. Con este punto de anclaje creemos factible dar continuidad a un diálogo trans/intercultural con distintos sujetos colectivos, los que generan sus propias alternativas para avanzar hacia una práctica democrática decolonial, al propiciar la puesta en acto de lo que Mignolo denomina una “hermenéutica pluritópica”. En nuestro caso – a diferencia del pluritopismo que se construye en el diálogo entre diferentes lenguas y, por ende, distintas maneras de conocer y de habitar el mundo, tal como es concebido por este estudioso– se trata de una interlocución que se concreta entre distintos grupos pertenecientes a una misma sociedad y que, utilizando la misma estructura lingüística, hablan, piensan y proyectan desde una diferencia interna constitutiva72. Ello posibilitaría la construcción de una sociedad realmente equitativa y auténticamente democrática que desmonte el racismo interior con el que operamos en nuestras prácticas cotidianas, reforzadas por las prácticas pedagógicas institucionalizadas. Se trata de buscar los modos pedagógicos institucionales que vayan generando las condiciones básicas para “refundar la democracia” como lo reclamara el presidente de Bolivia, Evo Morales, en el Manifiesto de la Isla del Sol73. Es, pensamos, refundar la dimensión decolonial de una “pedagogía de los oprimidos” –de una “pedagógica latinoamericana” como la denomina E. Dussel74– actualizando y relocalizando los principios sostenidos por el pensamiento de la liberación y actuando para la construcción de una sociedad cuyo Estado asuma la defensa y preservación del pluralismo social, económico, jurídico y cultural. Se trata, en consecuencia, de un posicionamiento ético y político que levanta una mirada humanizante ante la deshumanización globalizada por la imposición del pensamiento único del “libre mercado”. Todo ello nos interpela para pensar desde el lugar de las prácticas sociales en las que se encuentran localizados los discursos responsables de la construcción de las autorepresentaciones, en el doble esfuerzo de, a la vez que volver a estudiar los procesos que diseñaron las subjetividades, hacer evidentes las significaciones hasta ahora denegadas o invisibilizadas por los aparatos de poder75. III. SABER EL DESAMPARO Cristina Siñanis Entre el desamparo y la inocencia perdida Tomando un niño entre sus brazos Jesús dijo: si alguno hace tropezar y caer a uno de estos pequeños, mejor sería para él que le ataran una piedra de molino al cuello y lo echaran al mar. Marcos, 9; 42-43 Esta sentencia bíblica se plantea en resguardo de los más pequeños, pero las vivencias y las necesidades de la mayoría de los niños de los barrios de esta ciudad de Salta en el norte argentino distan mucho de pertenecer a una sociedad que los resguarda y protege. Por el contrario solos, desamparados y vacíos están hoy “quienes más nos duelen“ como sociedad. Nadie tiene tiempo para “perder” con ellos; los padres deben trabajar para mantenerlos, en el mejor de los casos; las iglesias tienen que darles de comer; las instituciones estatales van derivando hacia el sistema escolar a quienes ya están en edad para ello. De esta forma la institución escolar es quien se “hace cargo” de esa población, pero la educación formal responde al sistema de poder e impone una hegemonía formalizante que generó y genera en el conjunto de los actores de la sociedad fragmentación, individualismo, egocentrismo, competitividad, violencia y exclusión. Esto produce dependencia y discriminación colaborando en la destrucción del sentido de comunidad. La finalidad del sistema escolar está centrada en el saber eficiente de una cultura normativa, poco creadora, reproduciendo hasta el cansancio sinrazones y axiomas científicos modelados por el sistema occidental –es decir, colonial– distante de niños con fuertes rasgos y costumbres de una cultura originaria local. Ello, además de quitarles derechos de identidad no les permite crear canales de expresión y contención para sus reales expectativas y necesidades. De esta forma en la escuela la población infantil, efectuando actividades impuestas, en el aburrimiento, queda inhibida y reprimida; descreada y descreída. Se van convirtiendo así en seres humanos sin palabras, con sentimientos y resentimientos ocultos. La bondad, la ira, la alegría, las ilusiones y las emociones contenidas y mezcladas se arremolinan en caos o a borbotones en el interior confuso y sin palabras, sin poder expresarse, sin nadie que los escuche. Esto produce un caldero ardiente amorfo de angustia, violencia, frustración e inhibición de la personalidad que obviamente explotará y de la peor manera. La vida escolar, organizada de esta manera, provoca una mirada gris sobre la cotidianeidad, le pone su toque especial superando el asombro y la sorpresa por el hecho de vivir. Sumado a lo anterior, en las aulas docentes y estudiantes permanecen esfumados y confundidos en el gris del contenido, atrapados en la planificación que enseña y obstaculiza, conservando el orden, ajustados al currículo, a la hipótesis de que los chicos no saben, no piensan, no sienten, no hacen. Todo esto sucede en una escuela que está dentro de los estándares sociales convencionales, que equivaldría a decir: padres con trabajo estable, un lugar para vivir, condiciones adecuadas para el estudio y ciertas “comodidades” de un hogar burgués. En contraposición a esto ¿cuáles serán las consecuencias en un ámbito marcado por la soledad, el desamparo, el alcoholismo, la droga, la violencia, la marginalidad y la fragmentación? Ámbitos donde los niños maduran antes de tiempo y padecen todo tipo de hambre: hambre de pan, de aceptación, de diálogo, de familia, de alegría, de compañía y los peores para esa edad: hambre de escucha, de inocencia y de ternura. Allí los chicos sobreviven en medio de reclamos, gritos, injusticias, violencia y mucha soledad. Todo esto los convierte en adultos, niños madurados a la fuerza, con total carencia de contención socioafectiva que, sumada a la intolerancia e incomprensión de los docentes convierten a la experiencia áulica en un verdadero campo de batalla sin ninguna posibilidad de solución; la sociedad suma así un problema más a estos niños a quienes la vida de por sí ya les es demasiado dura, arrinconándolos cada vez más en la marginalidad y condenándolos al desamparo y la soledad definitiva. Esto produce desazón, angustia y una sensación definitiva de fracaso y la pregunta de los niños es: ¿para qué cambiar?, para qué una alternativa si sienten o saben que no tienen futuro; para qué conocer otras formas de vida, de expresión, si saben que no va a haber otras oportunidades. Si cuando con mucha suerte van a terminar en un reformatorio o en la cárcel; o, por qué no, tirados en un zanjón o en cualquier esquina, si no colgados de un puente o flotando en las sucias aguas del Río Arenales. Los relatos que siguen son expresivos de esa falta de horizonte. El Chuza Yo soy patotero, soy villero, falopero, te voy a hacer cargar... Julio (4 años, Barrio Siglo xxi) El viento levantó un buen puñado de polvo junto a un montón de hojas secas, papeles y basuras haciéndolas girar un rato en el aire para dejarlas justo en el portón de la “escuela vieja” donde funciona el Centro Infantil. El cielo cargado de nubes parecía congelado con un frío que calaba los huesos. Los chicos que acudían al Centro Infantil todas las mañanas todavía no llegaban; faltaba casi una hora para ello. Sin embargo, desde una de las viejas aulas llegaban los sonidos de fuertes y estrepitosos golpes junto a gritos casi guturales. Del personal que se preparaba para recibir a los niños alguien asustado preguntó ¿qué pasa?, unos cuantos corrieron a ver qué era lo que sucedía. La puerta del aula estaba cerrada y obstaculizada desde dentro con asientos amontonados a propósito. Al lograr entrar lo que se vio dejó fríos a todos: un grupo de cuatro chiquillos golpeaba con tablas las paredes, pisos y mobiliario del aula gritando furiosamente. En el fondo, donde casi no llegaba la luz, uno de ellos completamente enfurecido y fuera de sí golpeaba un asiento contra la pared mientras gritaba: “Yo soy patotero, soy villero, falopero, te voy a hacer cagar”. Era Julio, un niño de cuatro años. La edad de los otros tres oscilaba, también, entre los cuatro y los seis años. Del personal que fue a ver lo que ocurría los más “experimentados en el quehacer infantil” empezaron a gritar dando órdenes, llamando a silencio, a la cordura. Esto sólo provocó más furia y descontrol. Algo dolía. Para calmar ese dolor sólo bastó contenerlos, abrazarlos, sostenerlos con firmeza y con ternura, sin mediar palabras. Esto los tranquilizó y pudieron salir al patio a jugar con quienes ya estaban llegando. Julio corría ahora mas libre, mas tranquilo. Vestía una enorme campera plástica, por debajo se veía una desgastada remera de algodón y un pullover rojo deshilachado, un pantalón frizado agujereado; las zapatillas le quedaban enormes y no tenía medias. Julio es Julio para los que trabajan en la institución pero para los demás niños y para el barrio es “el Chuza”. Nacido en plena crisis del 2001, el Chuza es el quinto hijo de los siete que ya lleva su familia. Es el primer varón luego de cuatro niñas, luego otra niña y el más pequeño otro varoncito. La mamá del Chuza tiene 24 años, viven en un “barrio privado” de la zona sur este de la ciudad. Un barrio privado de todos los servicios pues carecen de agua, luz, gas, cloacas, pavimento; en fin, un lugar donde nada es fácil. Viven casi solos en un ranchito de bloques, cartón y chapas ya que el padre de los niños casi nunca aparece por la casa ni les aporta nada. Y como dice la mamá del Chuza: “lo que aporta son hijos y golpes y nunca se acuerda que los hijos comen, se visten...bueno, que existen”. Así es como esta mamá beneficiaria de algún plan social, luego de cumplir con la contraprestación correspondiente, hace trabajos domésticos para “palanquear” a los chicos. Esto hace que a casa ella vuelva bastante tarde y que su rol de madre se vaya trasladando a las niñas mayores. En lo que respecta al Chuza, aquella mañana había llegado así porque la noche anterior su padre le había propinado a su mamá una tremenda paliza. El sobrenombre le quedó porque cuando tenía tres años a su amigo y vecinito de doce años, con quien compartía la mayor parte del tiempo, lo mataron ahí nomás, delante de él, en la vereda de su casa. Lo hizo una patota de niños de otro barrio para robarles la ropa y cambiarla por droga y alcohol. “Nunca más volvió a jugar después de eso, sólo golpea y chuzea”, explica su hermanita, “no puede dormir de noche, se despierta gritando y llorando...pelea de todo y con todos... pero antes era peor; la mamá lo ha hecho curar de susto con la señora por eso ahora siquiera puede venir aquí...antes era peor.” Luego de un tiempo Julio puede empezar a jugar, a pintar, a usar los colores pues sus primeros acercamientos al papel eran sólo rayones enfurecidos y negros, y puede empezar a contar qué fue lo que pasó: “Esa tardecita, si, yo “taba con el Gordon y se...se han venio todo...dame lapice de colore...ahora me gusta pintá, porque bua ir la escuela...y loan garrao y loan clavao un chuzazo aquí la panza... ¿queré que vaya jugá?” Su hermanita puede terminar de contar la historia, muerta la otra criatura y despojado de sus pocas pertenencias al ver que Julio intentaba defender a la víctima llorando, gritando y tratando de golpearlos como podía, se volvieron contra él, golpeándolo y burlándose mientras pudieron hasta que llegaron las vecinas armadas con escobas, cintos y rastrillos en su defensa. Ahora Julio a todos quiere chuzear, y cualquier elemento algún palito, lápiz o juguete le sirve para amagar a modo de chuza. Es su propio juego, es su propia lucha, además de todas las que le toca y le van a tocar, porque seguramente nadie preguntará porqué el Chuza es así, seguramente nadie lo entenderá y sólo será un marginal violento, un inadaptado social sin derecho a nada. Desesperanza Yo no le importo a nadie...estoy solo...sí, tengo familia pero estoy solo...y se hace difícil...y entonces me dieron ganas de no estar más... Rodrigo (9 años, Barrio Ciudad Del Milagro) El cielo mostraba su mejor color, el sol acariciaba el patio de la escuela y se posaba remolón en los verdes y bien cuidados ligustrines. El enorme patio estallaba de algarabía, los chicos corrían por todos lados, los juegos, las risas se mezclaban con protestas, rezongos y el arroz con leche del recreo largo. Los profesores y maestros, por su parte, disfrutaban del café en el salón; el resto del personal de la escuela atareado en sus obligaciones y quehaceres propios del sistema escolar no veían que allá debajo del pino, sentado sobre un bloque roto, completamente solo, estaba Rodrigo. El pantalón vaquero cortado por debajo de la rodilla dejaba ver que hacía un tiempo no se lo lavaba, el delantal con los bolsillos arrancados, estaba garabateado y manchado por todas partes, las zapatillas a pesar de ser relativamente nuevas también estaban bastante sucias. Una enorme maraña de cabellos negros descansaba sobre los antebrazos apoyados en las rodillas que no dejaban ver el rostro de Rodrigo bañado de lágrimas. Enormes lagrimones bajaban apurados por las mejillas cubiertas de polvo, alguien corriendo y sin querer lo empujó y al trastabillar cayeron juntos. Rodrigo se levantó como acicateado por una descarga eléctrica al tiempo que con el brazo se secaba las lágrimas. Tomó a su compañero del hombro y lo golpeó sin mediar palabras, el otro reaccionó y se trenzaron en lucha mientras un grupo de chicos se arremolinó alrededor azuzándolos. En seguida llegaron las celadoras, quienes con la ayuda del portero lograron separarlos mientras trataban de dispersar a los curiosos. A los dos les sangraba el rostro, a uno en la comisura del labio y la nariz, al otro en la ceja izquierda. Los guardapolvos estaban hechos jirones y flameaban por cualquier parte. A Rodrigo lo agarró el portero, quien con bastante esfuerzo trataba de sujetarlo. Los movimientos violentos de Rodrigo para liberarse dejaron al descubierto el cuello, allí la huella de la muerte serpeaba violenta. Ya en la dirección, los niños protestaban y gritaban al unísono sus justificaciones; mientras parte del personal trataba de hacerlos callar, otros inentaban explicar lo sucedido para “ver qué medidas se van a tomar con estos revoltosos”, “miren hacer semejante lío sólo porque lo empujaron”, resonaban los comentarios en medio del alboroto. Aplicadas las sanciones correspondientes todo volvió a la normalidad, al orden, se terminó el problema, ahora al problema era de los chicos. Una de las sanciones consistía en una notificación para que los padres o tutores se presentaran en el establecimiento al día siguiente ya que, en caso contrario, los chicos no ingresarían a clase. El comentario de Rodrigo en voz alta fue: “entonces no entro más a la escuela”. Un acercamiento lento a Rodrigo fue develando una historia marcada por la soledad y el desamparo. Si bien pertenece a una familia de estándares medios, con un buen “pasar”: casa de barrio, acceso al estudio y otras comodidades, papá y mamá trabajan todo el día “para que no les falte nada”. Los chicos tienen todo lo que el dinero les puede dar, pero sus padres nunca están. Cuando Rodrigo tuvo que enfrentar la tentación de la droga, de los amigos alcoholizados, los problemas escolares, él no saber cómo ayudar a sus hermanitos y eso lo llevó un día a tomar la decisión de matarse. “Ese día no sabía qué hacer con mi hermanito más chico que lloraba sin parar, parecía que estaba enfermo, m’ido a la salita y m’ian dicho que no había pedido turno así que no lo atendieron, tenía que cocinar pa’ los otros dos pa’ que vayan a la escuela a la tarde y el Lucas que venía a cada rato a ofrecerme el porro, la celadora me había dicho que una falta más sin justificativo y quedaba libre, se venían las pruebas y no podía estudiar...y no tenía quien me ayude...porque yo no le importo a nadie...estoy solo...y se hace difícil...y entonces me dieron ganas de no estar más y me fui al baño y me colgué...después no me acuerdo...” El hermanito lo encontró y mientras lloraba lo descolgó, se pusieron a llorar juntos y trataron de seguir como pudieron. Rodrigo sigue luchando, casi nadie sabe que tiene una hermosa voz, que compone sus propias canciones y que es dueño de una sensibilidad única; su lucha ahora tiene otro tinte y quizás encuentre a quien pueda acompañarlo, ayudarlo, sostenerlo. Porque con tan sólo nueve años en su haber todavía le falta un largo camino a recorrer si es que el lazo de la soledad y el desamparo no intenta atraparlo nuevamente. El Cheflo Nadie me da tera, nadie me da bolay me la banco solo, cuervo a morir Cheflo (17 años, B. 20 de Febrero) El sol partía el pavimento, casi nadie estaba afuera en esos momentos, sólo el colectivo circulaba quejumbrosamente a las tres de la tarde; sin embargo el Cheflo estaba pegado a la tapia con sus pinturas. Ya llevaba casi veinte metros de pared llenos de graffitis metódicamente dibujados. Por el momento se dedicaba a pintar una figura entre horrorosa y simpática y que según su criterio era él mismo ya que en el brazo acababa de pintar el escudo de su equipo de fútbol favorito, Central Norte. Todo el barrio conoce al Cheflo y todos lo estiman de verdad ya que es el único que dice las verdades y a nadie hiere, por el contrario todos esperan que las diga. “Te hace pensar el vago” dice el carnicero, quien lo “esponsorea” con lo que puede y como puede. “No tiene a sus viejos, lo criaron los abuelos cuando ellos se fueron al sur...y bueno ya no volvieron, hicieron su vida allá y el Cheflo se quedó, es un buen vago.” El Cheflo vive con sus abuelos en una piecita del fondo del conventillo, “es sanito gracias a Dios, nunca tuve problemas con el chango... es obediente, nunca toma y como somos jubilados nunca nos alcanza la plata y el Cheflo nos ayuda en lo que puede, es chiquito para que trabaje y lo hace y hasta dejó de estudiar para podernos ayudar, siempre voy a agradecer que mi hija me lo dejó”, dice su abuela. “El vago se las banca bien y no le jode la vida a nadie”, opina el policía del barrio, “siempre que puedo le doy una mano, un consejo y no se te burla ni se hace el otario”. “Es churito y respetuoso a pesar de ser un pendejo y de estar al aire, sin timón ni rumbo” , expresa de él el cura de la parroquia, “por supuesto a mí es al último a quien acude, dice que porque le da vergüenza que la gente lo vea rezando”. “Es un dios”, suspira una de las adolescentes del barrio, “pero no sé nunca me miró, será porque soy del Santo, no sé”. “El Cheflo es un capo, hace maravillas con las pinturas, se las sabe todas, nunca te prepea, te ayuda siempre que puede y trabaja, no vaguea, ni se hace el importante...eso que sabe hasta tres idiomas, habla el castellano (se ríe), en serio habla latín, francés y árabe, no sé como ha hecho porque ni estudia, parece que tiene un don...que se yo”, opina de él Ezequiel, su amigo. “Nadie me da tera, nadie me da bola, me la banco solo...cuervo a morir! Expresa el Cheflo, “ mis viejos me dejaron con los abuelos y les agradezco lo que han hecho, porque el barrio me quiere soy como la mascota y a mi no me gusta defraudar a los otros, así que hago lo que puedo...y la escuela no, no tengo tiempo, no me gusta, me ata, me aburre, siempre lo mismo y al final no tenés nada, parece que sí, te pintan un montón de futuro y todo eso pero miralo al Rodolfo, pura universidad, puro título y ni siquiera lo podés hablar, te mira sobrando como si vos fueras la nada, una mierda y el tipo ni siquiera tiene trabajo si no fuera porque la madre lo banca...no sé...así que dejame con eso de estudio y progreso, eso conmigo no va” sentencia el Cheflo mientras sigue pintando su graffiti favorito: “Ayer provocaron la desigualdad, hoy les preocupa la pobreza”. Cable pela’o no sé hacer otra cosa que golpear, es lo que me han enseña’o, es lo qu’i aprendío. Fernando (10 años, Barrio Finca. Independencia) Eran cerca de las cinco de la tarde cuando le avisaron a doña Lola que en la escuela de nuevo se había producido un problema con el Fernando. No tuvo tiempo para cambiarse, estaba lavando la ropa, por eso iba toda mojada y chancleteando con fuerza las piedras de la calle. El sol le daba de lleno y una leve brisa le acariciaba las canas, refrescándole los recuerdos de cuando la Eugenia, su hija, le dejó al Fernando recién nacido en la puerta de la casa y se fue con el hombre que tenía en ese momento y que no quería saber nada de hijos. Lo había criado como pudo al pendejo pero ahí estaba siempre dando problemas...y ahora qué habrá hecho, se preguntaba mientras tranqueaba rápido con el rebenque en la mano hacia la escuela. Cuando dio vuelta a la esquina vio al patrullero parado en la puerta de la escuela; casi fuera de sí se precipitó en el edificio. Adentro todo era una locura, Fernando de nuevo había golpeado al maestro que estaba siendo atendido por los otros docentes mientras un policía le hacía preguntas; otro hablaba con la directora, en tanto que Fernando estaba parado allá al fondo de la oficina solo, nadie se dirigía a él, nadie lo escuchaba ni atendía. Cuando vio a su abuela parada en la puerta, su rostro se transfiguró de pavor y los lagrimones bajaron apurados por sus mejillas. Doña Lola en cuanto lo vio, sin preguntar nada corrió hacia él, lo tomó de los cabellos y antes de que alguien pudiese reaccionar le asestó dos fuertes rebencazos en la espalda. “Cable pela’o le decimo’ al Fernando porque apena lo tocá te encaja una patada sin asco” dice Miguel, su compañero de clases. “Es un chico insoportable, pendenciero y astuto, no sabemos qué podemos hacer, le tendremos que dar pase libre” sentencia un directivo de la escuela. Llegar a Fernando no fue fácil, había muchas heridas, había mucho dolor, soledad, maltrato e incomprensión. Es el más pequeño en un hogar formado por doña Lola, su esposo, los cinco hijos y una nuera. Todos los hombres de la casa hacen changas, juntan material reciclable y venden verdura en los carros; en los momentos libres, y como pasatiempo, boxean. A las dos mujeres de la casa, además de llevarse mal entre ellas, no les alcanza el tiempo con sus actividades, más lo que tienen que hacer para palanquear los gastos como hacer pan y masas para vender, lavar ropa por encargo y vender abonos en la parada del colectivo. La casa para todos tiene dos ambientes en los que deben convivir y sobrevivir a duras penas. El chiquillo vive en un mundo de adultos; nadie tiene tiempo para dedicarle, su mundo es otro. “Yo tengo que pegar, porque si no pego me hacen mierda, mis hermano me quitan la comida, cuando dormimo lo hacemo todos junto y por ahí al Javier le entra la locura y si me duermo o me dejo me traspasa, por cualquier cosa me malquistan con la mama y la vieja me da cada cagada... y seguro es mentira o algo que ellos han hecho...y lo del maestro...bueno, es que el tipo es un boludo...ahí está toda la tarde haciendo tonteras, diciendo lo mismo todos los días y me cansa, encima después se hace el pesao y viene a amenazar con la directora, por qué no enfrenta él, que se haga cargo y que deje de decir mentiras,... yo...yo no sé hacer otra cosa que golpear, es lo que me han enseñao, es lo que i aprendio”. Ahora Fernando está en otra escuela, llegó con el mote de negro pendenciero, pero él sólo se defiende de los golpes que le da la vida, es su forma de enfrentar lo que le tocó en suerte, no le queda otra y ahí va ¿será la última escuela que lo recibe?; si es así, ¿a donde irá después? Tania ahora no somo diez, ahora somo’ meno la mamá diz que somo mucho por eso lo ha regalao a lo más chico Tania (10 años, Barrio Convivencia) Un grupo de chiquillos jugando y parloteando se acercaba al Centro Infantil, todos traían su bolsita con tazas y platos para el refrigerio y la comida que les provee la institución. En el grupito de niños se destacaba uno por su concentración y seriedad; traía la gorra colocada hasta las cejas lo que hacía casi imposible ver su rostro y distinguir si era niña o varón. Justamente era él quien, en silencio, los guiaba al cruzar las calles y los atendía en sus juegos. Al llegar, todos sacan sus tazas y se preparan ansiosos para el único desayuno; con la misma algarabía salen al patio a correr y jugar. Mientras, aquel niño silencioso saca de su bolsa papeles y pedazos de lápices viejos y con mucho placer y concentración empieza a escribir y dibujar. Uno de los coordinadores ordena al niño integrarse con los demás, que debía compartir los juegos. En silencio guarda sus cosas y lentamente sale al patio. Allí, en un rincón, se queda de pie afirmado contra la pared mirando sus viejas zapatillas. En el transcurso de la mañana constantemente se le ordena “dejá de estar parado”, “dejá de estar pintando”, “dejá de estar pensando”; “jugá, gritá, divertite que para eso venís aquí”. Poner sobre los tablones, debajo de sus ojos papel nuevo y un poco de lápices de colores hizo que se le iluminara el rostro. Al levantar la cabeza, unos enormes ojos negros enmarcados por espesas pestañas dieron las gracias por el gesto a la vez que revelaron la mirada de una niña. Tania empezó a dibujar con alegría y mucha concentración; La pequeña es la sexta de los diez hijos que ya lleva su familia; allí estaban todos dibujados en el papel con los nombres de cada uno garrapateados debajo. Hacia el final tachó a los dos últimos “porque ahora no somo diez, ahora somo meno, la mamá diz que somo mucho por eso lo ha regalao a lo más chico”. Emanuel, su hermanito de cuatro años, insistía que seguían siendo diez en total; entonces Tania se volvió hacia él, con lágrimas en los ojos y con firmeza le dijo “no Ema, ya no somo diez, el Ramiro y la Milena ya no son de nosotro, ello ya tienen otra familia”. Emanuel agachó la cabeza y se bajó lentamente del banco donde estaba trepado para sentarse a la orilla del patio, en silencio. Tania, por su parte, contaba que hacía dos años que habían llegado a la ciudad, al barrio donde viven. Antes vivían en el campo, en el Chaco. Allí, cuenta, tenían todo, comían todos los días, corrían y jugaban por el monte, iban a la escuela con todos sus amigos. El maestro les enseñaba cosas lindas, los atendía bien, estaban los abuelos, los tíos, los primos “teníamo las vaquitas, los chanchitos, los chivitos, los loritos, las catitas, los perritos, los coicitos, comíamos de todo, mistol, algarroba, chañar, tala, tuna, sandía, zapallo con leche, guatiao, corzuela, quirquincho, chancho el monte y de todo, pero ha venío el desmonte y no teníamo donde ir, en el pueblo el papá no tenía trabajo y despué se mua venío para acá” –mientras, remarca una y otra vez los cerros de su dibujo– “aquí no me gusta, aquí la gente es mala, estamo amontonado, no hay lugar, la plata no alcanza; por eso se tenemo que ir allá...al basural pa’ vé si comemo algo y el papá diz que hay cosas que se pueden vender y eso. Aquí no me gusta, aquí nadie se quiere... todo es malo...” Cuando la madre llega en busca de los chiquillos cuenta que ellos eran puesteros casi de tres generaciones en la finca “Las Bateas” donde vivieron hasta hace tres años cuando empezaron a desmontar y a sembrar los nuevos dueños. Bairagro compró la finca y empezó el desmonte junto con la quema del monte talado con los animales del monte y hasta los de los puesteros. Empezaron entonces las siembras junto a las fumigaciones intensivas que terminaron de aniquilar a los animales y de enfermar a la gente. Los familiares de Tania, quienes ya tenían propiedades en el pueblo cercano, Pichanal, se fueron a vivir allí mientras que a ellos los corrieron a las orillas del río Bermejo; así fue como vinieron a parar en la ciudad. “Aquí es difícil, nadie ayuda, todos se desconfían, se roban, se matan. Aquí mua venío a terminar en la basura; los hijos más grandes andan por ahí sin saber qué hacer, nosotros mucho de esto de vivir en la ciudá tampoco sabemos, así que mucho no los podemos ayudar y a los más chicos los mua tenío que regalar, pueda ser que ellitos tengan más suerte que nosotros y pensar que allá a veces teníamo plata y no había en qué gastarla...aquí no, aquí si no hay plata no hay nada...es difícil aquí”. Celeste No me gusta está en la casa cuando no ‘sta la mamá...ahí el abuelo me toca, me hace cosas fieras, y me ha dicho que no diga nada si no me va a hacé cagá... Celeste (6 años, Barrio Democracia) En medio de la algarabía histérica del juego organizado por los coordinadores, una de las niñas sale llorando hacia la galería, detrás de ella corren otras chiquillas. Cuando notan que al juego le faltan participantes las llaman; la mayoría retorna al juego salvo la pequeña que llora y se encoge de hombros; apoyada en la pared, se deja caer al piso. Alguien va en su busca, “vamos a jugar” la invita. La niña no dice nada sólo llora en silencio “vamos, qué pasó, ¿te golpeaste?” La niña niega con la cabeza, entonces, sin mediar palabras la toma de la mano y la lleva de nuevo al ruedo. Allí en el fragor del juego la pequeña sigue llorando sin moverse ni obedecer las consignas. Resignados todos, optan por dejarla ir. Se aleja a llorar tranquila en un rincón. Allí permanece hasta la hora en que les sirven la comida, después de la que todos regresan a sus casas, salvo esta pequeña, quien con desgano, arrastrando los pies camina hacia el portón. Ya afuera se sienta a la sombra de un árbol y espera. Se retiran todos y empiezan a llegar los docentes del turno tarde; la pequeña sigue allí. Recién cuando el timbre de entrada anuncia el inicio de clases, se levanta y camina. Algo pasaba. Acercarse a la niña fue difícil y lento, no era justo seguir lastimándola. Se sucedieron muchos intentos de darle ternura y comprensión. Hasta que Celeste al fin puede comunicarse, puede contar qué es lo que le duele, al tiempo que sin miedo recibe una caricia: “ a mí no me gusta está’ en la casa cuando mi mamá no ‘stá...ahí el abuelo me toca, me hace cosas fieras y me ha dicho que no diga nada sino me va a hacé cagá” El Chula A mí qué me importa la vida...si yo soy el castigo de Dios (Facundo 10 años, la calle) El calor espantoso de la siesta junto al viento caliente azota las galerías de la escuela igual que a todo el barrio. Como siempre, la escuela no tiene agua hasta que llega el camión cisterna que se la provee. El portero corre a abrir el portón para que el camión pueda ingresar y, como una sombra, se alcanza a ver corriendo detrás de él a un niño sucio y lleno de harapos. Cuando lo ven, los niños de la escuela que están en el patio corren a esconderse como si vieran un fantasma salido de sus peores pesadillas. Uno de los más grandes corre a atacarlo, lo toma de sus harapos y lo golpea y sacude como si no pesara nada. Cuando le sangra la nariz lo arroja lejos de sí como si se hubiese quemado. Recién llegan el portero y una celadora quien toma al niño bravucón y lo lleva al interior de la escuela mientras éste balbucea débiles justificativos “es que al Chula nadie lo quiere...todos le tienen miedo, yo quería correrlo nomás”. Mientras, el portero levanta al Chula, le da un poco de agua y lo lleva fuera de la escuela dejándolo en la vereda sin decir palabra. El niño se queda sentado allí y al ver que le sigue sangrándole la nariz, se levanta y se va rumbo al centro de salud. Finalizada la jornada escolar y cuando en el centro de salud se empieza con la tarea de limpieza, recién sale el Chula, mientras camina hacia la calle mira con tristeza, a través del alambrado, la escuela vacía. Ya en la vereda mira hacia uno y otro lado; al fin se decide y, con desgano, camina hacia la avenida principal del barrio, su hogar, mientras las luces del alumbrado público empiezan a encenderse. “A mí que me importa la vida...si yo soy el castigo de Dios, diz mi abuela porque tengo sida. Por eso nadie me quiere, todos creen que yo los bua contagiar”, cuenta con tristeza el Chula mientras come restos de comida de un tacho de basuras. “Esa criatura no tiene a nadie en este mundo, está más solo que un hongo. La madre se le murió el año pasado por esa enfermedad maldita y los familiares ninguno quiere hacerse cargo...es una injusticia, pobre chico”, comenta el cura de la parroquia. “El Chula, ¡angelito de Dios! No sé como hace para sobrevivir con lo que le tocó y encima en la calle. Yo hago lo que puedo pero no alcanza, tengo mis problemas y no sé ya a quien recurrir para que se lo ayude como se debe, pero repito no sé como hace, de donde saca fuerzas para seguir”, comenta la pediatra del centro de salud. “La única que ayuda a esta guagua es la doctora de la salita y porque ella no le lleva el apunte a nadie porque aquí la gente no se quiere meter con los que tienen estos problemas y sobre todo esta enfermedad pos pa` todos esto es castigo de Dios y bueno con esto no hay que meterse, ¿no?” opina el portero de la escuela. “Esta criatura se desespera por entrar a la escuela, hace cualquier cosa por estar dentro pero no hay posibilidades, no tiene tutores, nadie se quiere hacer cargo, además hay gente que no quiere que el chico entre por su enfermedad. Trataron de ingresarlo a una escuela especial pero bue... En el hospital no quiere estar, se escapa cada que puede y ahí anda rodando el pobre”, se afirma en la escuela. “Por su problemita el Chula no puede mostrar lo que es y lo que sabe, vieras, es un genio y eso que apenas fue a la escuela. En matemáticas es un capo, dibuja y escribe como el mejor pero nadie le da ni le va a dar una oportunidad. Cuando puede venir a la biblioteca yo hago lo que puedo pero es muy poco humanamente hablando, ahora lo estoy llevando al cerro de la Virgen casi todos los sábados que puedo ir”, cuenta la bibliotecaria del barrio. “Y yo ando solo por ahí, si me corren de aquí me voy pa` allá, como de donde puedo, duermo donde mi agarra la noche...y familia no tengo, bah! Tengo pero no me quieren porque les doy vergüenza, ¡que sé yo! Ahora voy al cerro ese de la Virgen donde me lleva la Lupe y ahí me siento bien, ya no me da tanta flojera como antes ni nada de eso nada más que me sigue saliendo sangre y la dotora siempre está. Ña` Felisa también me cura de susto y me da unos menjunges que ni ella se los toma pero también me da de comer y eso sí que le sale rico. El cura también mi’a dicho que lo que yo tengo no es castigo de Dios como me diz mi abuela, pero cuando estás solo con hambre, con frío, con sé y con esa flojera que mi agarra y qui parece qui mi muero cuando me desangro parece que sí...que es castigo de Dios nomás”. El Chula, sentado en el cordón de la vereda, cuenta unas pocas monedas entre sus dedos sucios. Y ahí está en la calle, desangrándose con cada desprecio, con cada maltrato, con cada olvido, con la soledad y el desamparo. Alpiste Esto es una guerra contra los grandes porque nos viven tirando mierda encima...y a nosotros nadie nos da bola Braian 14 años (Barrio Limache) La plaza está desierta, las hamacas que todavía quedan son mecidas suavemente por el fuerte viento que azota el barrio. El espacio que alguna vez fue un cantero lleno de flores ahora es sólo polvo suelto. El busto que recordaba a algún héroe ahora yace semienterrado y destruido en el centro de la plaza al igual que el mástil y los bancos que servían para el descanso alguna vez. Los árboles que cubrían la plaza tuvieron que ser cortados y arrancados de raíz “porque de noche esto se convertía en la boca del lobo, todos los pendejos malvivientes cometían toda clase de fechorías amparados en la oscuridá y el monte que hacían los árboles. Es una lástima ahora la plaza es un peladal”, se lamenta un miembro del centro vecinal. Cuando el tiempo parece haberse detenido, de la escuela sale corriendo un grupo de chicos y chicas, de entre unos nueve y dieciséis años. Algunos llevan cadenas, palos, pedazos de hierro, de caños y armas blancas de distinto tamaño, gritan arengándose entre ellos. Corren por la avenida principal; al llegar a la esquina de la plaza el grupo se dispersa escabulléndose entre las calles y pasajes circundantes. En un instante, de toda aquella locura no queda nada y cuando el patrullero policial pasa no se ve ni un alma. Luego otros dos patrulleros enviados de refuerzo realizan la ronda cerrojo pero con resultado negativo. Al fin, el patrullero del barrio queda solo y se estaciona en la esquina de la plaza. Una hora después, cuando empiezan a encenderse las luces del alumbrado público, de la misma forma que desaparecieron, irrumpen de nuevo en la plaza desde todos lados; esta vez el objetivo es el patrullero y todo el que se cruce por la plaza. Los resultados de este feroz ataque son “cinco menores detenidos, dos internados con heridas y golpes, tres internados por intoxicación con estupefacientes y otros dos alcoholizados; dos civiles golpeados y cuatro policías internados con heridas de distintas consideraciones” reza el parte policial. Uno de los detenidos es Alpiste, un chico de catorce años que vive en el barrio, concurre a la escuela y es el más chico de tres hermanos. “Es el jefe de una de las patotas. Es pendenciero y bien ladino el pendejo, ya ni la familia lo aguanta...es que nunca le han puesto límites... va a terminar mal el vago” comenta uno de los policías del barrio. “¿Alpiste?, tiene una inteligencia super, cuando vos estás de ida, él ya ha ido y ha vuelto tres veces –exclama el quiosquero– lo que pasa es que nadie los entiende a los pendejos, creen que los mocosos no saben, no se dan cuenta... pero son una máquina.”. “Es jodido el vaguito pero es porque están solos, a la deriva...viven en el ciber, se juntan con muchachones que andan mal, nadie les pone límites ni les da ejemplo” –opina el panadero– “Ya no es como antes, los viejos te hacían cagar pero tu viejo era un señor y la vieja... bueno nadie podía decir nada; en cambio ahora...cualquiera es cualquier cosa”. “Alpiste es una masa; se las sabe todas; parece que adivinara lo que van a hacer y lo que piensan los otros, siempre se les adelanta” dice Moncho, el amigo. “Los críos están solos, ya no hay familia...antes nos sentábamos a la mesa, se conversaba, ahora no...ahora si llegan a la casa es mucho...”, comenta la peluquera. “A mí me dicen Alpiste por mi tata, vos ya sabés, ¿no?...Alpiste parece m’ijo pero no es, se ríe Braian, y no, nosotros nos juntamos para defendernos, ya sabés la mejor defensa es el ataque. Esto es una guerra contra los grandes, nos viven tirando mierda encima...que los pendejos esto...que los pendejos aquello y a nosotros nadie nos da bola; cuando los necesitas, nada, no hay nadie. ¿Ayuda? ¿Decís sicólogos y esa macana?, ¡no!, te mienten, te usan, ahora están de moda, quieren quedar como unos santos, que ellos ayudan dicen pero andá a ver: se llenan los bolsillos de guita y a nosotros que nos parta un rayo y la gente que sabés te ayuda bien, con esto (se golpea el pecho) a esos los hacen mierda, los sacan cagando, nadie los ayuda. Mirá teníamos un profesor que era repiola, rejugado, se curtía por nosotros el vago pero ahí está lo han echa’o a la mierda, le han saca’o miles de cagadas, que el título, que antecedentes y toda esa mierda y de nuevo solos, cómo les vamos a creer, pero que se vayan a la mierda!”, exclama Alpiste mientras espera en la comisaría la orden de salida; todos sus amigos están esperándolo afuera. De la familia no fue nadie a verlo El Pizinqui Todo el año te hacen bolsa pero ya viene el carnaval, ahí nos sacamos toda esa mierda, ahí el alma toma un resuello y quedamo listo pa’ seguir tirando Antonio,15 años (Barrio Castañares) El sol atacaba con fuerza a las once de la mañana pero ya las veredas de los vecinos de esa cuadra lucían prolijamente podadas y limpias. En una de estas veredas, a la sombra de un copioso árbol descansa Antonio tomando un jugo que le brindó una de las vecinas luego de pagarle por el trabajo realizado. Mientras descansa, pasa un vecino en bicicleta y le grita que ya Doña María lo está esperando para que le arregle el fondo de la casa, que vaya cuando quiera nomás. Para todo el barrio Antonio es conocido como el Pizinqui. Tiene quince años pero parece un chico de diez. Es el cuarto de siete hermanos, huérfano de madre que murió hace siete años al dar a luz al más pequeño. Todos los hermanitos viven con su padre y una tía que fue a vivir con ellos cuando quedaron sin madre. Los más pequeños concurren a la escuela, mientras que los más grandecitos salen a hacer changuitas en el barrio; el mayor trabaja con el carnicero de ayudante, el que le sigue hace lo mismo pero en la panadería, el mayor de Antonio se va con el padre a trabajar en la obra mientras que Antonio realiza las tareas de limpieza de fondos y veredas en casi todo el vecindario. La tía –además de cumplir el rol de madre– es la peluquera del barrio; de esta forma entre todos conforman la familia y se ayudan para mantenerse, pagar los impuestos de la casita donde viven, luchando para que los más chicos sigan en la escuela. Mientras tanto, el Pizinqui luego de trabajar durante el día, pasa a recoger a los chicos de la escuela, comparte la tarde en compañía de toda la familia y por la noche sale con el paso menudito rumbo al canchón del barrio. Pasando el baldío ya se escucha la algarabía, la música, el retumbar de cajas, el tintinear de cascabeles y por ahí alguna copla quejumbrosa que se está probando para ver cuál va a representar a la comparsa este año en los Corsos Oficiales de la avenida Ibazeta. Cuando llega el Pizinqui toda la muchachada lo saluda, pues él está en la comparsa desde que tenía siete años cumpliendo toda clase de tareas. “El Pizinqui es de fierro, labura con gusto y lleva la comparsa, el ritmo en el alma. No sé... parece que él ve las cosas de otra forma, él ve las cosas con el corazón y desde ahí hace”, opina el cacique de la comparsa mientras se seca el sudor con un trapo luego del primer ensayo. “Antonio es un tipo que creció en la pobreza pero con amor y eso se nota, todos en su familia son así...honrados, respetuosos, llenos de valores; parecen sacados de una vieja película...no son de este tiempo...” suspira doña Flora, la señora que los ayuda desde que nació la comparsa. “Pizinqui...ay! el Pizinqui es un caso. Es seriecito, respetuoso, responsable y tan chiquito que parece de otra época, viste cómo es todo ahora, ¿no? Y él te sale con el saludo, con el don por delante, te pide las cosas por favor, da las gracias, en fin es el hijo que uno quiere tener”, dice el policía que hace la ronda – y que además es vecino– mientras ellos ensayan. “El Pizinqui, como todos en su familia son de lo mejorcito que se puede pedir en este tiempo, son un ejemplo en una época como esta” en opinión de la directora de la escuelita del barrio. “Es una lástima que no puedan seguir en la escuela los más grandecitos porque son un ejemplo para todos. Imaginate si llegaran a tener alguna preparación especial o algo así. Porque mirá, el Pizinqui a pesar de ser así menudito y debilucho está lleno de cosas buenas y de amor, todo eso con algún estudio nos daría un profesional de los nuestros que nos ayude y nos entienda.” según doña Amalia, la almacenera. “A mí me dicen Pizinqui porque soy sietemesino y soy así todo enclenque. No, no me gustaría estudiar... ¿para qué? Para hacer lo que hago, para ser lo que soy, con vivir con mi familia, tener mi lugar en el barrio, el cariño de todos es suficiente no se necesita nada más. Sí queremos que los más chiquitos se preparen, pueda ser que ellos logren algo pero nosotros queremos que vayan fuertes ahí. Ahí nada es fácil, te destruyen, todo el año te hacen bolsa; pero ya viene el carnaval...esa que es fiesta nuestra, ahí nos sacamo toda esa mierda, ahí el alma toma un resuello y quedamo listo pa`seguir tirando” reflexiona Antonio y se marcha a seguir ensayando con el resto de la muchachada el paso que no les termina de salir. Más allá de la escolaridad Los relatos testimoniales son acá –según anticipáramos– mucho más que meros relatos etnográficos que describen “casos” singulares y a la vez paradigmáticos relevados en un “trabajo de campo”; son una interpelación de la realidad a un sistema que sigue negando a la mayoría, dando perpetuidad a la exclusión; son la irrupción de una infancia que dice con sus vivencias y en su lenguaje lo que el decir teórico elabora. Así esta infancia … que aparece bajo una cierta nada [puede] crear un nuevo momento de la historia de la “comunidad”. Irrumpe, entonces, no sólo como el excluido de la argumentación, afectado sin ser parte, sino como el excluido de la vida, de la producción y del consumo, en la miseria, la pobreza, el hambre, la muerte inminente.76 En efecto, las voces infantiles presentifican la realidad de la nada, del vaciamiento del sentido de la vida, con la consecuente mutilación de todo deseo, de toda posibilidad de abrir vías para participar en una historia otra, de la que ellos sean también protagonistas. Pero esta realidad interfiere permanentemente en las formalizaciones del sistema pedagógico –constreñido al desarrollo de contenidos fuertemente estructurados que no dejan lugar para la participación y la escucha– es permanentemente interrumpido. Esto no quiere decir –como Palermo y Quintero señalaban más arriba– que por sí sola la educación pueda resolver la desigualdad. Menos aún cuando estas políticas no están acompañadas por transformaciones profundas de los saberes, metodologías y finalidades. Tal estado de situación lleva a una violencia en el espacio escolar cada vez más visible que interpela al sistema escolar y reclama su transformación poniendo en el centro una pedagógica que parta del reconocimiento de la persona del otro en tanto otro. Ello puede colaborar en la formación de sujetos conscientes de su pertenencia y, por eso, en condiciones de “vivir” su decolonialidad. En síntesis, apostar a una pedagogía decolonial es propender a desmantelar la “pedagogía de la crueldad” orientada a formar “sujetos dóciles al mercado y al capital”77. REFLEXIONES FINALES Zulma Palermo El recorrido que acá culmina fue guiado por una bitácora decolonial, como instancia desestructuradora del proyecto de la modernidad/colonialidad. No se trató, por ello, de un recorrido lineal definido por la marca de una autori(ali)dad personalizada del saber, sino que recorrió senderos múltiples y pluriversos en la persecución del punto de llegada. Es por eso que en el trayecto fuimos interpelados por diversas voces dialogantes en cuya interacción se plantearon más interrogantes que certezas tanto en el orden conceptual (el qué y desde dónde conocer), como en las propuestas de acción (el cómo hacer para qué y para quiénes). En una primera etapa de la trayectoria el diálogo a dos voces fue atravesado por innúmeros interrogantes de índole conceptual generados por el discurso de la M/C/D, cuyas respuestas se fueron encontrando no sólo en la bibliografía que lo funda y en los soportes que dicho pensamiento encuentra en la historia del pensamiento latinoamericano, sino también en las voces de los sujetos actuantes en el espacio educativo. Tal interlocución encontró esos espacios y actores en la generación de foros que, en algunas de sus concreciones, contribuyeron a despejar y resignificar los conceptos en uso, planteando las diferencias entre el proyecto inveterado de la M/C y los que se generan dentro del mismo eje en tanto posmodernidad/poscolonicalidad/subalternidad, en contraposición a los emergentes de la decolonialidad. Estas situaciones dialógicas puestas en acto por distintos agentes, de pertenencias distintas en el espacio educativo y disciplinar hicieron visibles, al mismo tiempo, los problemas específicos y las expectativas generalizadas hacia un orden transformador del saber. Un orden nacido del diálogo, que evite la reproducción del pensamiento único desprendido de las relaciones de poder definidamente vigentes en la pedagogía del control y la autoridad, en la “pedagogía de la crueldad”. Es tal pedagogía la que se puso en texto con los relatos provenientes de la infancia excluida, relatos que trajeron la presencia de la realidad de una ínfima –pero significativa– parcela de nuestra sociedad desde la que piensa la decolonialidad en el intento de formular un proyecto que vaya más allá de esta casuística intensamente dolorosa, pero lamentablemente extensiva a todos los lugares del mundo arrasados por la lógica del capital. Con la puesta en texto de estas voces en este particular recorrido quisimos aproximarnos –dentro de sus muchas limitaciones– a un hacer pedagógico que disminuya la fractura social con sus consecuentes y distintas formas de exclusión, para avanzar colectivamente y desde los distintos espacios socioeducativos hacia una práctica democrática decolonial78. Lo que se ha buscado es propiciar la puesta en acto de una decolonialidad de las subjetividades en tanto éstas –según vimos– se constituyen por el imaginario social, la memoria histórica y las perspectivas de conocimiento desde la decolonialidad del saber, a través de una interlocución comunitaria pluritópica que fuera devolviendo confianza a los sujetos sujetados por la episteme moderna. Encontrar espacios propiciatorios para “re-elaborar la vida auto-reconociéndose como sujetos de la historia, que es interpelada en su horizonte de colonialidad como lado oscuro de la modernidad occidental y reafirmando lo propio sin que esto genere extrañeza; revalorando lo que nos pertenece desde una perspectiva crítica frente a todo aquello que ha propiciado la renuncia y el autodesconocimiento”79. En nuestro caso –según decíamos– se trata de una interlocución concretada entre distintos grupos pertenecientes a una misma sociedad y que, utilizando la misma estructura lingüística, hablan, piensan y proyectan desde una diferencia interna constitutiva. Tal diferencia interna no afecta sólo a los espacios de la marginalidad y la pobreza, sino a las formas de producción de conocimiento puesto que se autodesvaloriza los saberes producidos por fuera de la ratio moderna. Reconocer la propia genealogía del conocer es dar lugar a la construcción de conocimientos no dependientes de la epistemología eurocentrada generando la construcción de una sociedad realmente equitativa y auténticamente democrática que desmonte el racismo interior con el que operamos en nuestras prácticas cotidianas, reforzadas por las prácticas pedagógicas institucionalizadas. Con estas acciones concretadas en distintos escenarios –escasas y muy parciales aproximaciones a una transformación profunda del sistema educativo– ensayamos la reconstrucción de tramas comunitarias del saber y de las subjetividades, desintegradas por la colonialidad estructural sobre las que dialogamos al iniciar estas páginas. Creemos que es sólo restituyendo la fuerza del tejido social – entre ellos y muy especialmente el que se construye en el sistema educativo– que será factible avanzar en la generación de sociedades solidarias y verdaderamente participativas. 1 Sobre el amor decolonial “Love as Hermeneutics of Social Change: A Decolonizing Movida”. In Methodology of the Oppressed . Minneapolis: Minnesota University Press, 2000, pp.139159 2 No incluimos entre ellos los programas estatales de alfabetización y educación bilingüe que retroalimentan el sistema (Ver, entre otros, Catherine Walsh, “Interculturalidad y colonialidad del poder. Un pensamiento y posicionamiento otro desde la diferencia colonial”, en Mignolo, Interculturalidad, descolonización del estado y del conocimiento, Ed. del Signo y Patricia Figueira, “Repensando la descolonialidad: prácticas de subjetivación política en experiencias educativas”, en Díaz y Pescader, Descolonizar el presente: Ensayos críticos desde el sur, Universidad del Comahue: PublicFades: 195-215. 3 Según estudios genéticos el 56% de la población argentina posee sangre indígena contra un 44% de europea. (Ver Rita Segato, 2007,La nación y sus otros. Raza, etnicidad y diversidad religiosa en tiempos de política de identidad, Prometeo). 4 Categoría formulada por Adolfo Albán-Achinte. Ver, entre otros textos del autor s/f, “De la resistencia a la re-existencia. Hacia una praxis decolonial del ser” (paper inédito) 5 En el mismo intervinieron de manera presencial Paz Concha, Patricia Figueira, Diego Murmis y Cecilia Wahren (desde Buenos Aires); Zulma Palermo, María Sasso y Ana María Lagmani (desde Salta) con intervenciones virtuales de Pablo Quintero (Buenos Aires) y Adolfo Albán-Achinte (Colombia). 6 Para ver los orígenes de la inserción y participación crítica de estos autores latinoamericanos en el debate modernidad/postmodernidad pueden verse Dussel (1999), Lander (1999) y Quijano (1999). Para una caracterización más amplia del proyecto MCD, ver Escobar (2003) y Palermo (2004). 7 Es particularmente ilustrativo de ello el texto de Castro Gómez (2003). 8 Puede verse sobre este tema Quijano y Wallerstein (1992); Mignolo (2000) 9 Artículos con esa problematización de los tres investigadores –uno filósofo, otro sociólogo y un semiólogo– se encuentran no casualmente reunidas por Edgardo Lander, en una de las primeras publicaciones de conjunto en la que intervienen estos fundadores del colectivo (2000). 10 Desde la crítica literaria busca conformar la literatura nacional peruana apoyado en el pensamiento de José Carlos Mariátegui pero localizando su discurso de ruptura en el contexto propio de las últimas décadas del s.xx. 11 Esta referencia no desconoce la discusión entre ambos pensadores. A los efectos cfr. Mignolo (2004) y de Sousa Santos (2007). 12 Teórica y activista del movimiento “Mujeres de Color” en U.S.A. que incluye a todas las mujeres subalternas víctimas de múltiples dominaciones. 13 En un artículo anterior la define: “... mientras la hermenéutica monotópica presupone la contrucción de ‘nuestra propia tradición’ (es decir, la tradición hegemónica donde se sitúa el sujeto de la comprensión), una hermenéutica pluritópica presupone no sólo el vaciado y la movilidad del centro de la representación sino también la movilidad del centro del acto de representar” (1992: 23). 14 “Por ‘saber práctico’ entendemos el conjunto de factores psíquicos que subyacen a cualquier acción humana y que explican el curso y naturaleza de esa acción. Dado que son las acciones (y particularmente las interacciones que involucran recíprocamente a dos o más agentes) las que, al articularse entre sí, constituyen las prácticas sociales, el concepto de saber práctico define operativamente el objeto de estudio: es el componente de las subjetividades humanas cuya dinámica dará cuenta de la reproducción y la transformación de las prácticas culturales” (2001:7) 15 Refiero exclusivamente a lo que conozco: en el NOA, Salta y Jujuy 16 Zulma Palermo con la colaboración de Laura Alegre, Trinidad Cuernavaca, Eleonora Neme, Christian Pageaux. A publicarse parcialmente en Actas del III Encuentro del CEAPEDI, Univ. del Comahue: Fac. de Humanidades, 2012. 17 Agüero Molina, José, 2011, La Leyenda del Cristo Solo, Salta: Editorial Hanne. 18 Tales los primeros aportes colectivos coordinados por Castro-Gómez y Mendieta 1998, Teorías sin disciplina. Latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate, México: Univ. of San Francisco. Castro Gómez. Shiwy y Walsh, 2002, Indisciplinar las ciencias sociales. Geopolíticas del conocimiento y colonialidad del poder. Perspectivas desde lo andino, Quito: Universidad Andina Simón Bolívar y Abya Yala. Castro-Gómez, Guardiola Rivera y Millán de Benavidez (Ed.), 1999, Pensar (en) los intersticios. Teoría y práctica de la crítica poscolonial. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana Instituto Pensar. 19 Castro-Gómez, 2007, “Descolonizar la universidad: La hybris del punto cero y el diálogo entre saberes”, en Grosfoguel y Castro-Gómez, El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global, Bogotá: Siglodel Hombre: 79-92. Kaplun, 2005. “Indisciplinar la Universidad”, en Walsh (edit.), Pensamiento crítico y matriz (de)colonial, reflexiones latinoamericanas, Quito: Univ. Andina Simón Bolívar y Ed. AbiaYala: 213-250. Lander, 2000, (comp.), La colonialidad del saber: eurocestrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, Bs. Aires: CLACSO; Mignolo 2002 , “Las geopolíticas de conocimiento y colonialidad del poder”, entrevista por Catherine Walsh, en , Indisciplinar las ciencias sociales. Geopolíticas del conocimiento y colonialidad del poder. Perspectivas desde lo andino, Quito: Univ. Simón Bolívar: 17-43. Palermo, 2002 “Políticas de mercado/políticas académicas: crisis y desafíos en la periferia”, en Walsh, Shiwy y CastroGómez (Ed.), Indisciplinar las ciencias sociales. Geopolíticas del conocimiento y colonialidad del poder. Perspectivas desde lo andino, Quito: Univ. Simón Bolívar: 157-174 y 2009. “¿Es posible de-colonizar la Universidad? Algunos ensayos de aproximación” en Temas de Filosofía, Nº 13, Salta: CEFISA: 229-236 y 2009 entre otros). 20 Dussel, 2006, 2006, Filosofía de la cultura y la liberación, México: UNAM, Colección Pensamiento Propio. Ver parte I de este volumen. 21 Escobar, 2000, “El lugar de la naturaleza y la naturaleza del lugar” en Lander, E. (comp.) La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, Bs. Aires: CLACSO: 113-144. Esta concepción de “lugar” es política y epistemológica, surgida de un discurso anti-esencialista de lo diferente) 22 En acuerdo con los señalamientos de C. Walsh para quien, mientras la descolonización es la generación de transformaciones estructurales, la decolonialidad persigue la construcción y la creación de nuevas subjetividades, no la mera superación, inclusión o aún resistencia (2005: “(Re)pensamiento crítico y (de)colonialidad”. Introducción a Pensamiento crítico y matriz (de)colonial, reflexiones latinoamericanas, Quito: Univ. Andina Simón Bolívar y Ed. Abia-Yala:13-35. 23 Haciéndonos eco de las consideraciones de Mignolo acerca de los proyectos políticos en curso: de re-occidentalización (EEUU y Europa), de des-occidentalización (Brasil, Argentina, China, y aún Ecuador y Bolivia en nuestros días) y de descolonialidad. Esta encuentra su cauce en la politización de la sociedad civil (revolución de las manos en el Túnez y Egipto), los indignados en España, las insurgencias de Londres, el movimiento ¨Ocupar¨, las insurgencias y demandas estudiantiles en Chile y en Colombia y por la emergencia de la sociedad política global (La Vía Campesina, El juicio ético a las corporaciones transnacionales, las organizaciones por la soberanía alimentaria, las asociaciones de los Pescadores del Pacífico, las organizaciones indígenas en Bolivia-CONAMAQ– y en Ecuador– CONAIE [Cfr. entre otros, Mignolo,2012, “Hacia la cartografía de un nuevo mundo: pensamiento descolonial y desoccidentalización. Un diálogo con Walter Mignolo”, entrevista a Walter Mignolo realizada por Francisco Carballo, Otros Logos, Revista de Estudios Críticos, Nº 3. Universidad nacional del Comahue: CEAPEDI, 237-267.. 24 Ver Boletín ICCI-Rimai. Publicación mensual del instituto Científico de Culturas Indígenas, Año2, Nº 19, octubre de 2000. Después de haber sido reconocida por el Estado Nacional, sometida a evaluación según protocolos internacionales, perdió su acreditación, cuestión que pone en evidencia la fuerza penetradora de la colonialidad. 25 Aún es incierto el perfil de la Universidad Mapuche Intercultural en nuestro sur. 26 Palermo 2002 y 2009 (cit) y Mignolo 2002 (cit). La reunión convocada por el CEAPEDI – donde intervenimos con estas reflexiones– rompe parcialmente con ese formato al reemplazar las ponencias individuales con participación de colectivos que hicieron conocer el estado de situación de sus prácticas, de sus limitaciones y requerimientos a la vez que afirmaron categorías pertinentes para dar cuenta de ello. 27 Publicado en Laura Catelli y María Elena Lucero (Editoras), Términos claves de la teoría poscolonial latinoamericana: despliegues, matices, definiciones, UNR, Fac. de Humanidades y Artes: CIETP, 2013. 28 Participaron en los encuentros –orientados por Zulma Palermo con la colaboración de Alejandro de Oto y Karina Bidaseca– Valeria Añón, Adriana Armando, Angélica Carrizo, Laura Catelli, Sonia Contardi, Ana Britos, Carlos Fernández, Inés Fernández Mouján, Manuel Fontenla, Paola Gramaglia, María Eugenia Hermida, María Inés Laboranti, Maria Elena Lucero, María Florencia Llarull, Paula Meschini, Christian Pageau, Norma Pellegrino, Laura Pegoraro, Juan Pablo Puentes, Mariela Rodríguez, Luisa F. Serviddio, Silvia Tieffemberg y Gustavo Verdesio. 29 En el intercambio en red que dio lugar a la versión de esta síntesis participaron, junto a los orientadores, Ana Britos, Laura Catelli, Carlos Fontenla, María Elena Lucero, Paola Gramaglia, María Eugenia Hermida, Christian Pageau, Silvia Tieffemberg. 30 Es necesario aclarar acá la diferencia existente entre colonialismo y colonialidad; según Maldonado-Torres, siguiendo a Quijano, “Colonialismo denota una relación política y económica, en la cual la soberanía de un pueblo reside en el poder de otro, […] lo que constituye a [éste] en un imperio […] La colonialidad se refiere a un patrón de poder que emergió como resultado del colonialismo moderno, pero que en lugar de estar limitado a una relación formal de poder […] se refiere a la forma en que el trabajo, el conocimiento, la autoridad y las relaciones intersubjetivas se articulan entre sí a través del mercado capitalista mundial y de la idea de raza. Así pues, aunque el colonialismo precede a la colonialidad, la colonialidad sobrevive al colonialismo” (2007: 131) “Sobre la colonialidad del ser: contribuciones al desarrollo de un concepto”, en Castro-Gómez y Grosfoguel (comp), El giro decolonial. Reflexiones para una decolonialidad epistémica Más allá del capitalismo global, Bogotá: Univ. Javeriana, Siglo del Hombre Ed. 31 … una estructura compleja, propia del sistema-mundo moderno/capitalista, originado con el colonialismo europeo a principios del siglo XVI, y que se sostiene en “el poder como una relación social de dominación, explotación y conflicto por el control de cada uno de los ámbitos de la experiencia social humana”. Esos funcionamientos, controlados por el poder de la monocultura occidental, se diseminan en distintos ámbitos de la vida colectiva e individual: 1) control de la economía y de la autoridad, institucionalizadas por la teoría política y económica; 2) control de la naturaleza y sus recursos, a través del aparato científico y tecnológico; 3) control del género, la sexualidad y la racialidad bajo la sujeción de las subjetividades; 4) control del conocimiento a partir de la imposición de una sola forma de racionalidad (Quijano, “Colonialidad del poder, globalización y democracia”, en Tendencias Básicas de Nuestra Era, Caracas: Instituto de Altos Estudios Internacionales. Reproducido en Trayectorias, Revista de CCSS, México: Univ. Autónoma de Nuevo León, México, Año 4, Nos. 7/8, setiembre 2001-2002: 58-91. 32 La diferencia colonial consiste en clasificar grupos de gentes o poblaciones e identificarlos en sus faltas o excesos, lo cual marca la diferencia y la inferioridad con respecto a quien clasifica. La colonialidad del poder es, sobre todo, el lugar epistémico de enunciación en el que se describe y se legitima el poder. En este caso, el poder colonial (Mignolo, 2003, Historias locales/diseños globales. Colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo. Madrid: Akal,: 38. Por otro lado, si bien la noción “epistemología fronteriza” aparece en muchos de sus escritos últimos, tiene un desarrollo particular en este libro. 33 Se trata de una simplificación de las conclusiones que expone en “La cultura habita en lugares: reflexiones sobre el globalismo y las estrategias subalternas de localización“, en Escobar, 2005, Más allá del tercer Mundo. Globalización y Diferencia, Bogotá: Univ. del Cauca, Instituto Colombiano de Antropología e Historia: 157-194. 34 Si bien este principio se encuentra en todos sus escritos, se desarrolla específicamente en Una epistemología del Sur: la reinvención del conocimiento y la emancipa ción social, 2009, México: CLACSO / Siglo I. 35 Gyan Prakash, “Los estudios de la subalternidad como crítica post-colonial”, en Rivera Cusicanqui y Barragán (comp.), 1997, Debates Post Coloniales: Una Introducción a los Estudios de la Subalternidad, SEPHIS, Editorial historias y Ediciones Aruwiry, La Paz: 300. 36 Así las investigaciones de Santiago Castro-Gómez, 2005, La hybris del Punto Cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada, Bogotá. Ed. de la Univ. Javeriana, Instituto Pensar, y 2009, Tejidos oníricos. Movilidad, capitalismo y biopolítica en Bogotá (1910-1930, ambos editados en Bogotá por el Instituto Pensar de la Universidad Javeriana. También de Palermo y Cebrelli, 2009, Colonialidad del poder. Discursos y representaciones, UNSa: CEPIHA / INSOC, (versión en CD) y Mata y Palermo, Travesía discursiva: representaciones identitarias en Salta (siglos Xviii-XXi), Rosario: Prohistoria, 2011, entre otros. 37 Ver al respecto de Zulma Palermo (Coord.) 2010, Pensamiento argentino y opción decolonial, Bs. Aires: Ediciones del Signo. 38 Ver de Dipesh Chakrabarty, 2000a, Provincializing Europe: Postcolonial Thought And Historical Difference, Princeton: Princeton University Press, y 2000b “Subaltern Studies and Postcolonial Historiography”, Nepantla: Views from South, 1:1, pp. 9-32 (Hay versión on line). 39 En este sentido hubo un intento de institucionalizar una propuesta en el Seminario Internacional Reggen realizado en Río de Janeiro en el año 2003. En él participaron representantes de Brasil, Argentina, México, EEUU, Rusia, China, Egipto, Italia con la finalidad de armar una red virtual de intelectuales que, en conjunto, generaran propuestas para enfrentar la crisis desatada por la globalización. (Cfr. Nota de tapa en el suplemento Zona de Diario Clarín, domingo 24 de agosto de 2003). 40 Quien desarrolla desde el trabajo comunitario este concepto es Catherine Walsh en 2009 Interculturalidad, estado, sociedad. luchas (de)coloniales de nuestra época, Universidad Andina Simón Bolívar-Ediciones Abya-Yala. 41 En 2000, “¿Conocimiento para qué? ¿Conocimiento para quién? Reflexiones sobre la universidad y la geopolítica de los saberes hegemónicos” en Castro Gómez (ed.) La reestructuración de las ciencias sociales en América Latina, Bogotá: Univ. Javeriana, Int. Pensar. 42 Ver de Marisol de la Cadena “Indígenas mestizos, desindianización y discriminación: racismo cultural en el Cuzco”, en Indígenas mestizos. Raza y cultura en el Cuzco Capítulo VII, p. 323-346, Lima : Instituto de Estudios Peruanos, 2004 y “La producción de otros conocimientos y sus tensiones: ¿de la antropología andinista a la interculturalidad?”, en C. I Degregori y P. Sandoval, (compiladores), Saberes periféricos, ensayos sobre la antropología en América Latina, capítulo III, p. 109-152, Lima : Instituto de Estudios Peruanos, 2004. 43 Si bien Mignolo desarrolla este concepto en múltiples artículos, una sistematización del mismo puede leerse en 2010, Desobediencia epistémica. Retórica de la modernidad, lógica de la colonialidad y gramática de la descolonialidad, Bs. Aires: Ediciones del Signo. 44 De la mano de Alicia. Lo social y lo político en la posmodernidad, Bogotá: Ediciones Uniandes, 1998. 45 Una de las primeras contribuciones de Castro-Gómez, junto con Mendieta es la coordinación en 1998 de Teorías sin disciplina. Latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate, México: Univ. of San Francisco. En línea similar pero ya desde el colectivo M/C/D, edita en el 2000 La reestructuración de las Cs. Sociales en A. Latina, Bogotá: Univ. Javeriana. 46 Castro-Gómez desarrolla un interesante análisis crítico proponiendo alternativas al modelo único en “Descolonizar la universidad. La hybris del punto cero y el diálogo de saberes”, en Grosfogel y Castro-Gómez, El giro decolonial. Reflexiones para una diversidad epistémica más allá del capitalismo global, Universidad Central de Venezuela y Universidad Javeriana de Bogotá, 2007. 47 El artista plástico afrocolombiano y Doctor en Estudios Culturales Latinoamericanos por la Universidad Andina Simón Bolívar (Quito), desarrolla esta argumentación en “El acto creador como pedagogía emancipatoria y decolonial” (paper inédito), desde la perspectiva de la colonialidad del ser. 48 Ver Dussel, “Introducción” a Filosofía de la cultura y la liberación, México:UNAM, 2006. 49 En Castro-Gómez y Mendieta, Teorías sin disciplina… pág. 85-100. En la misma edición de Mabel Moraña, “El boom del subalterno”.pág.233-244. 50 En su libro El lado oscuro de la razón 51 Ver el estudio de Jesica Jones sobre Aricó en Palermo (Coord.) Pensamiento argentino… (s/d) 52 Publicado en Latinoamérica y su Literatura, Universidad Nacional de Jujuy: Jornaleros. Estudios Literarios y Lingüísticos, 2012: 43-56 53 Coordinado por Zulma Palermo, Sonia Abed, Matilde Almada. 54 Partiparon en los encuentros: Ana Angulo, Eleonora Neme, Martín Marquez, Raúl Quispe, Bárbara Aguer, Enzo Cabana, Camila García Reina, Lucía Falón, Mônica Paz, Adriana Murillo, Adriana Luna, Andréa Chaile, Eliana Alarcón, Natalia Cañares, Daniel Mendez, Sandra Pámela Stemberger, Florencia Dorado, Patricia Calvelo. 55 Ver Parte I de esta publicación 56 Se orienta a su prolífica obra y a su blog. Para lo que aquí se discute, en particular, La donosa barbarie, Ed. Alción, 1998. 57 Recurrimos acá a otro texto del autor: “Colonialidad del poder, globalización y democracia”, en Tendencias Basicas de Nuestra Era, Caracas: Instituto de Altos Estudios Internacionales. Reproducido en Trayectorias, Revista de CCSS, México: Univ. Autonoma de Nuevo Leon, Mexico, Año 4, Nos. 7/8, setiembre, 2001-2002: 58-91. 58 Primer Encuentro de Cátedras de Investigación Educativa y de Equipos de Investigación de Institutos Superiores de la Provincia de Salta. 59 James Díaz, C., “Hacia una pedagogía en clave decolonial”. Tabula Rasa. Bogotá, Nº 13, Año 2010 60 Mario Adamo, Sebastián Alvarez, Miguel Angel Belforte, Matías Cano, Mabel Coronel, Andrea Ferrari, Rosa Guantay, Ivana Isola, Edith Macleif, Lorena Palavecino, Zulma Palermo, Gustavo Pato, Guillermo Pistán y Vanesa Troiano. 61 Ver Quijano, Aníbal, “Colonialidad del poder, globalización y democracia”, en Tendencias Basicas de Nuestra Era, en Trayectorias, Revista de CCSS, México: Univ. Autonoma de Nuevo Leon, Mexico, Año 4, Nos. 7/8, setiembre 2001-2002, pp. 58-91) 62 Ver Mignolo, Walter, Historias locales/diseños globales. Colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo. Madrid: Akal, 2003, Cap. I. 63 Ver Palermo, Zulma, “Perspectiva intercultural y opción decolonial”, Revista Latinoamericana Pacarina de Cs. Sociales y Humanidades, 2011, Nº 1: 11-26 64 Ver Escobar, Arturo, “La cultura habita en lugares: reflexiones sobre el globalismo y las estrategias subalterna de localización” en Más allá del Tercer Mundo. Globalización y Diferencia, Univ. del Cauca, 2005 y en Tabula Rasa. Revista de Humanidades Nº 4, enerojulio del 2006, Univ. Colegio Mayor de Cundinamarca: 51-161. (Hay versión on line). 65 Ver Palermo, Zulma, “Construcción de alteridades en el espacio-tiempo del carnaval”, Revista Latianoamericana Pacarina de Cs. Sociales y Humanidades, 2011, Nº 3, Abril 2012: 15-25. 66 Adolfo Albán-Achinte es artista plástico afrocolombiano y Doctor en Estudios Culturales Latinoamericanos por la Universidad Andina Simón Bolívar (Quito); desarrolla esta argumentación en “El acto creador como pedagogía emancipatoria y decolonial” (paper inédito), desde la perspectiva de la colonialidad del ser. 67 Participan en el diálogo presencial Lucrecia S. Cardozo, María Luciana Ceballos, Rocío S. Díaz, Ezequiel Farfán, Manuela Funes, Marianela R. García, Rocío A. Gómez, Javier R. Guantay, Gabriela E. Herrera, Andrea M. Luna, Cristina D. Mamaní, Cristina A. Moreno, Susana S. Moreno, María Emilia Orozco, Zulma Palermo, Sofía D. Quiquinto, Luciana Quiroga Tudela, María Sol Rivainera Galván, Gustavo Roberto Navarro, Lucas Rodríguez, María E. Rodríguez, Pamela F. Rodríguez, Gonzalo Soriano, Romina C. Taglioli, Carla J. Tirao, Elvira F. Torres 68 En referencia a los aportes de Rodolfo Kush sobre la mirada europea sobre América Latina que ve en ella la diferencia marcada por el “hedor” (ver del autor América Profunda, en Obras Completas Ed. Ross, Rosario de Santa Fe). 69 Adolfo Albán-Achinte, en Cuentan las culturas, los objetos dicen…de Madrid y Palermo, Salta: Ediciones de Pajcha, 2008. 70 Ver Palermo, Zulma, “La Universidad Latinoamericana en la encrucijada decolonial”, en Otros Logos, Revista Virtual Nº 1, CEAPEDI, Univ. Nac. del Comahue. 71 Dussel, 2006, “Transmodernidad e interculturalidad (Interpretación desde una Filosofía de la Liberacion” en Filosofía de la cultura y la liberación, México, UNAM: 55. 72 Como se verá en las páginas que siguen 73 Pronunciado en la Isla del Lago Titicaca que dio nacimiento al Tahuantinsuyo, el 21 de diciembre de 2012, “Abriendo el nuevo tiempo de la luz: el Pachakuti”. 74 La Pedagógica Latinoamericana, vol. II de Política de la Liberación, Las Paz: Instituto de Estudios Bolivianos: UMSA ASDI, 2009. Dentro del amplio desarrollo dusseliano centrado en la filosofía de la liberación, estas anotaciones se reiteran una y otra vez ya que en todos los casos se trata de “…la irrupción del Otro (del pobre, de la mujer dominada, etc.) que ‘aparece‘ en la ‘comunidad’ de la institucionalidad vigente, de la ‘totalidad’ y que reclama justicia”, en 2013 “La razón del ‘otro’. La interpelación como acto de habla” en Dussel y Apel, Ética del Discurso y Ética de la Liberación, Bs. Aires: Ediciones Docencia: 146. 75 Se entiende acá por tanto a la representación como una categoría política. Ver Palermo, 2005, “Epistemes emergentes en la periferia latinoamericana”, Impreveu, 2004, 1 & 2, Número temático Théories critiques et littérature latino-americaine actualle, 19-48. 76 Dussel, Enrique, 2013, cit. 169. “La razón del ‘otro’. La interpelación como acto de habla” en Dussel y Apel, Ética del Discurso y Ética de la Liberación, Bs. Aires: Ediciones Docencia. 77 Parafraseando a Rita Segato cuando refiere a la violencia de nuestro tiempo en “Una conversación con Rita Segato. La nueva elocuencia del poder”. Instituto de Investigación y Experimentación Política. Río Cuarto, Córdoba, 8 de octubre de 2013 (paper). 78 Mignolo, 2010, “Decires fuera de lugar: sujetos dicentes, roles sociales y formas de inscripción” en De la Hermenéutica y la Semiótica Colonial al Pensamiento Descolonial, con Introducción de Gustavo Verdesio, Quito: Abya Yala: Cap. IV. 79 Albán-Achinte, Adolfo, s/f, “De la resistencia a la re-existencia. Hacia una praxis decolonial del ser” (paper inédito)