propuestas de la marcha patriótica para la participación política

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 PROPUESTAS DE LA MARCHA PATRIÓTICA PARA LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA En Colombia la ausencia de democracia real y de participación política ha sido la constante de nuestra vida republicana. La Marcha Patriótica considera que la democracia es inconcebible sin la participación directa del pueblo en los procesos políticos. La participación política supera de lejos el estrecho marco de los comicios electorales, atraviesa el conjunto de la vida social del país y pasa por el poder decisorio del constituyente primario. La convocatoria directa al pueblo soberano es una necesidad durante el actual proceso de paz y único garante de su éxito. Los acuerdos en los que avance la mesa de diálogo requieren de la refrendación popular; por el calado y profundidad de las temáticas de los acuerdos y el necesario blindaje de éstos, la Asamblea Nacional Constituyente, se presenta como el desenlace lógico dentro del proceso de solución política. Presentamos a la Mesa de Diálogo, 9 propuestas básicas para la Participación Política y las garantías democráticas del pueblo colombiano, de acuerdo a lo contemplado en el punto 2 de la Agenda entre el gobierno nacional y las FARC‐EP: 1. Desmonte efectivo del paramilitarismo La finalización del conflicto solo será posible, si se logra una desactivación real de las bandas paramilitares que han germinado históricamente dentro de una política de Estado. Partiendo de reconocer la responsabilidad política del estado colombiano, y el derecho a la verdad, justicia y reparación de sus víctimas, se trata no solo de atacar el epifenómeno paramilitar armado sino sus raíces sociales, económicas y políticas. El desmonte efectivo del paramilitarismo incluye la desarticulación de las actuales redes que pretenden ser camufladas en eufemismos y nuevas denominaciones; la purga de sus auspiciadores dentro de las FFMM; y la condena a sus financiadores y tribunos entre empresarios, prensa, partidos y Estado, todo ello con verificación internacional y de los movimientos sociales colombianos, prestando especial atención a ofrecer garantías especiales a nivel regional y rural para la democratización efectiva del poder local y la eliminación de las auténticas “republiquetas” gansteriles y clientelares construidas por el terror paramilitar. 2. Transformación del régimen político y reforma a las instituciones actuales Ante el desbarajuste institucional producido por las sucesivas reformas a la actual constitución (38 en 22 años) en especial el desbalance que introdujo la figura de la reelección presidencial, y los mismos límites democráticos consagrados en 1991, se agudiza una revisión profunda del régimen institucional colombiano, repensándolo desde el principio rector de la participación democrática del pueblo. El equilibrio de contrapesos entre las ramas del poder público –hoy claramente favorables al ejecutivo‐; la elegibilidad y veeduría popular sobre instituciones cardinales como la Junta Directiva del Banco de la República rompiendo con la autonomía tecnocrática neoliberal instituida por la Constitución de 1991; la participación de la rama judicial en la designación de magistrados de las altas cortes; así como la eliminación de corporaciones vetustas como la Procuraduría General de la Nación, son aspectos sustanciales a ser tenidos en cuenta para la transformación orgánica del Estado colombiano, refundado en función de los principios de participación popular y democracia efectiva. 3. Nuevo sistema electoral participativo y con garantías, que logre atacar el clientelismo y los lastres que mellan el ejercicio democrático del voto Un sistema político azotado por más de 40 años de abstención mayoritaria, y donde el reducido ejercicio del voto es expresión predominante de alteraciones y anomalías, no puede considerarse democrático. Se requiere la construcción de un poder electoral independiente, con participación directa de todas las fuerzas vivas del país, que garantice equidad de condiciones en términos materiales y políticos de todas las opciones partidistas. Gran aporte para el saneamiento de este sistema electoral corrompido y ventajoso para la actual clase política, pasa por la modernización institucional y técnica de la Registraduría Nacional del Estado Civil, el CNE, y el mismo sistema de identificación de la población y el censo electoral, que hoy paradójicamente incluye muertos que votan y excluye a campesinos sin cédula. La implementación del voto electrónico y la necesaria veeduría de UNASUR son herramientas a ser tenidas en cuenta en esta transformación. En aras de garantizar la equidad de las diversas fuerzas políticas se requiere de una clara reglamentación electoral que prohíba la financiación privada de las campañas, evitando feriar la democracia a la subasta del gran capital, y que garantice el apoyo estatal a todas los partidos políticos y el acceso proporcional a sus medios de información. De igual forma la eliminación de las múltiples cortapisas que como el umbral excluyen de facto la participación electoral de nuevos movimientos políticos y sectores minoritarios representativos de la diversidad propia del país nacional. A contrapartida se debe avanzar en una reglamentación que promueva la democracia interna de los partidos y otorgue cuotas claras a la presencia de mujeres y jóvenes en las listas y cargos de elección popular. El replanteamiento del ordenamiento territorial base del actual sistema electoral es otro aspecto sustancial. El reconocimiento de las zonas de reserva campesina, autonomías indígenas y afro‐descendientes, ‐no como circunscripción especial sino como entidades electorales y de gobierno propias‐, en el marco de la construcción de una representación política que exprese la diversidad y el pluralismo característico de la nación colombiana, es una necesidad de primer orden en una auténtica reforma política que transforme el ventajoso y centralista esquema de elección parlamentaria y de administración pública. 4. Un Estatuto de oposición para la inclusión y el buen gobierno Habiendo superado efectivamente la persecución de hecho, legal y extra legal, la promoción y garantías institucionales para la oposición política y social deben estar consagradas por un estatuto de oposición que impida la persecución política y la estigmatización, brindando espacios mínimos para la veeduría y participación de los partidos y movimientos alternativos a la coalición de gobierno. La exigencia del estatuto de oposición, ‐propio de cualquier democracia liberal madura‐, no se trata de una mordaza que busque encorsetar el legítimo derecho de oposición a normatividades impuestas, o peor aun avalar de forma reduccionista solo determinadas tipos y organizaciones de oposición. Por el contrario debe consagrar garantías para el conjunto de expresiones políticas y sociales divergentes, y no solamente para aquellas que participan en el parlamento, reconociendo como oposición las fuerzas que registren contradicción ideológica y programática con el gobierno, evitando que este legítimo derecho sea usurpado por las tensiones burocráticas o coyunturales de una coalición. El punto de partida de esta normatividad debe ser una clara y recia prescripción del macartismo y demás prácticas discriminatorias y hostigadoras contra el derecho a la oposición política y social, incluyendo sanciones administrativas y penales. De igual forma se deben consagrar espacios mínimos a los movimientos de oposición que garanticen su participación en todas las ternas, la adjudicación de cargos dentro de los organismos de control, asumiendo directamente el control fiscal de la república, y cuotas mínimas en altas cortes, Junta Directiva del Banco de la República y el CNE. Dentro de un estatuto de oposición para la paz, el uso de los medios de información del estado y la financiación estatal de partidos y movimientos políticos discrepantes con el gobierno, serán garantes materiales y efectivos para no acallar el disenso necesario en una auténtica democracia popular. 5. Desarrollo de las libertades civiles y las garantías democráticas Nuestro régimen político solo conserva formalidades democráticas en el papel. El terrorismo de Estado ha sido la práctica real que ha castrado la participación política y ha acicateado el actual conflicto social armado. Ante esta ausencia efectiva de democracia, se hace necesaria una transformación plena que parta de reconocer el derecho a la memoria histórica de nuestro pueblo y convierta el cambio de situación en su auténtica reparación. Se requiere garantizar derechos ciudadanos plenos a la totalidad de la nación colombiana –incluida en ella a los actuales combatientes en el conflicto‐; desmontar las leyes liberticidas de Inteligencia y Seguridad Ciudadana, que constriñen las libertades democráticas de expresión, organización y movilización; otorgar efectivamente las garantías sindicales consagradas por las normatividades de la OIT; así como la excarcelación de todos los prisioneros políticos, procesados y condenados en el marco de una política penal de criminalización de la protesta social. Ante un Estado renuente incluso al cumplimiento de sus propias normas y de pericia histórica en negar sus crímenes y represión, se requiere un órgano permanente de veeduría popular e internacional, con la participación de la oposición política y social, de los movimientos sociales y populares, de juristas y defensores DDHH y de la UNASUR, que fiscalice el ejercicio real de las garantías democráticas y las libertades civiles. 6. Construcción de la rama del Poder Popular, como columna vertebral de nuestra democracia La concreción de la democracia pasa por el desarrollo y fortalecimiento de mecanismos efectivos de participación del pueblo soberano, que erijan el Poder Popular en una auténtica rama del poder público. La participación democrática real no se ciñe al mero ejercicio del sufragio sino a la constante acción vinculante de la ciudadanía en la cotidianidad de la política, que se expresa tanto en los grandes temas y estructuras, como en las decisiones que más directamente afectan la vida de cada uno. La apuesta de una democracia participativa que inspirase al constituyente de 1991, fue rápidamente lacerada por el espíritu tecnocrático que impregnó la reforma al estado impuesta en la misma carta magna, y por una reglamentación restrictiva que como la Ley de Participación Ciudadana –134 de 1994‐ asfixió los mecanismos de participación directa consagrados en la misma constitución. Construir el Poder Popular como rama del poder público, ‐recuperando la idea del Libertador del poder moral‐, significa morigerar el peligroso presidencialismo, mediante la habilitación y potenciación real de los diversos mecanismos de participación popular: referendo, plebiscito, consultas, cabildos abiertos, revocatorias de mandato, veedurías ciudadanas, iniciativas legislativas entre otras, haciéndolos accesibles para el pueblo soberano y convirtiéndolos en ejercicios constantes de nuestra vida política. El Poder Popular tendrá como escenario privilegiado los Cabildos Abiertos y vinculantes en los que el pueblo soberano podrá deliberar y decidir sobre sus planes de vida y desarrollo a nivel local y nacional. Se trata de romper con la autoritaria lógica tecnocrática que prima en la elaboración de las políticas públicas colombianas y separarse de ejercicios meramente cosméticos de consultas a las comunidades, para desarrollar auténticos procesos de construcción democrática de las políticas con participación oportuna y decisoria del constituyente primario, sin que esto melle las necesarias definiciones que exigen las problemáticas populares. 7. Reforma doctrinaria y organizacional de las FFMM Un cuerpo castrense herramienta por décadas del terrorismo de Estado y de autonomía desbordada frente al poder civil no es garante para la participación política en nuestro país. La construcción de la paz requiere una refundación de nuestras FFMM, renunciando a su tradición doctrinaria del enemigo interno, impuesta en función de juegos geopolíticos ajenos a nuestros intereses como nación. La ideología militar debe recuperar la tradición patriótica del surgimiento de nuestras FFMM, reorientando nuestras tropas a la salvaguarda de las fronteras y la soberanía nacional, haciendo un relevo de todos los altos mandos deformados en un credo antidemocrático por la Escuela de las Américas y demás academias imperiales, subordinando el poder militar a la civilidad democrática y al Poder Popular. Es necesaria la reducción progresiva de por lo menos el 60% del ingente actual pie de fuerza, proyectando la incorporación de nuestros actuales soldados a la vida productiva de la nación. De igual forma, la reasignación del hipertrofiado presupuesto militar, la supresión de unidades y cuerpos especializados que no corresponden a un país en paz y la integración de combatientes insurgentes a las nuevas FFAA, revisando experiencias internacionales de paz como las de El Salvador o Sudáfrica, son propuestas claves a ser tenidas en cuenta para otorgar plenas garantías a la participación política. 8. Democratización de los medios de información como garante del debate democrático contemporáneo y la participación política Partiendo de reconocer el derecho a la información como fundamental, el debate público democrático debe salvaguardar la comunicación oportuna, veraz e imparcial, como insumo fundamental en una democracia para el siglo XXI. Se requiere una normatividad que reglamente la responsabilidad de los medios de información ‐como lo fue la Ley RESORTE en Venezuela‐ y que bajo la supervisión del Poder Popular adecúe los contenidos mediáticos al fin supremo de la paz, la reconciliación nacional y el enriquecimiento cultural y educativo de la ciudadanía. Una democracia para la paz y la participación política de todos, requiere de la democratización efectiva de los medios de comunicación. Proponemos una clara regulación antimonopólica para los denominados multimedios y para cada medio en particular (prensa escrita, radio y TV), buscando revertir el actual proceso de concentración de éstos en grandes conglomerados. La normatividad debe consagrar límites a la participación de cada uno de los agentes privados sobre determinado medio, control a la propiedad cruzada e inversión extranjera en el sector, y restricciones a la proporción del mercado publicitario concentrada por cada operador. De igual forma debe garantizarse la diversidad geográfica y social de la producción de contenidos, regulando cuotas de participación para medios regionales y locales, buscando salvaguardar la multiculturalidad propia de la nación colombiana. Garantizar efectivamente la pluralidad de opiniones, pasa por democratizar la propiedad de los medios de comunicación. Proponemos que para los medios de radio y televisión que usan el espectro electromagnético de la nación, se reglamente una asignación por tercios para la ocupación de estas frecuencias ‐como lo ha desarrollado la reciente ley de medios argentina‐, que permita que operadores del Estado, el capital privado y las organizaciones sociales no‐estatales sin ánimo de lucro, accedan equitativamente a la utilización de estos medios. Los medios de radio y televisión bajo la administración del Estado colombiano deberán dar cuenta de la diversidad cultural y regional de éste, y garantizar el debate democrático asignando espacios claros para la libre expresión de la oposición política y social. 9. Asamblea Nacional Constituyente representativa, como necesario punto de llegada del proceso de democratización requerido para la paz Como conclusión obvia de las transformaciones mínimas para la participación política en pos de la paz, los cambios de todo orden requieren de la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente que exprese y condense un nuevo pacto social para la reconciliación nacional, con la participación directa del pueblo soberano. Desde Marcha Patriótica vemos con escepticismo que el actual poder constituido, ‐que ha excluido sistemáticamente la participación popular‐ sea el mejor escenario para su propia transformación. Un parlamento ilegítimo y tozudamente reaccionario no otorga garantías para que nuestro pueblo soberano, protagonista principal de la auténtica democracia, participe decididamente. Los mecanismos institucionales de un régimen nefando que ha engendrado la violencia, pueden poner en tela de juicio la conquista de los acuerdos de paz que todos esperamos con ansia. Por ello consideramos pertinente que mediante la invocación al constituyente primario, se eleven a categoría constitucional los acuerdos para la paz que hoy avanzan en La Habana, convocando una Asamblea Nacional Constituyente ‐ANC‐ para su refrendación. No se trata obviamente de la propuesta constituyente de los propagadores del falaz “estado de opinión”, que pretenden echar atrás la rueda de la historia. Planteamos una ANC que partiendo de reconocer el rico componente de derechos y espíritu garantista consagrados en 1991 ‐hoy profundamente alterado por la plétora de regresivas reformas‐, avance en construir un pacto social que responda al presente reto de culminación del conflicto social armado interno. Nuestra propuesta de ANC para la paz, como desembocadura lógica del actual proceso de diálogo, no puede contemplarse circunscrita a las actuales reglas del juego electoral que precisamente consideramos fraudulentas. Una auténtica ANC para la paz, que busque expresar la diversidad política y social de la nación debe garantizar cuotas de participación para los movimientos insurgentes en proceso de paz, los partidos políticos que se someten al actual sistema electoral, y al conjunto de la sociedad civil organizada ‐desde los gremios económicos hasta las víctimas‐, pero muy especialmente al movimiento social y popular históricamente excluido de las decisiones trascendentes de nuestra vida política. Solo mediante esta efectiva inclusión del conjunto de las fuerzas vivas del país se podrá edificar una auténtica democracia popular para la paz. Foto: Archivo Marcha Patriótica. 
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