La Mesa de la Unidad Democrática, venciendo múltiples

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La Mesa de la Unidad Democrática, venciendo múltiples contingencias ocurridas en estos
difíciles tiempos, ha logrado desarrollar una política unitaria positiva y necesaria, y ha sido
pieza fundamental en los indiscutibles avances de la oposición venezolana. Ante este
organismo acudimos a plantear nuestra posición como ciudadanos decididos a impedir el
naufragio de la república.
Quienes suscribimos el presente documento nos proponemos Invocar el mecanismo
establecido en el artículo 347 de la Constitución, que permite por iniciativa popular convocar a
una Asamblea Constituyente legitimadora de los Poderes Públicos.
Planteamos la urgencia de restablecer el orden Jurídico y la democracia y estimamos que para
este propósito es necesario acudir a la fuente primaria de la soberanía popular. Es esta a
nuestro juicio, la única vía posible para detener la consolidación de un sistema que pretende
conculcar definitivamente las libertades ciudadanas, destruir el orden económico libre,
solidario y productivo, y marcar con el signo de una dictadura totalitaria el destino nacional.
El país asiste a un grave deterioro en todos sus órdenes. Es tan severo este flagelo, que ha
logrado trastocar profundamente a la convivencia ciudadana, y a las relaciones entre sus
estratos socio-económicos. La desconfianza, el rencor, el odio y la lucha de clases son los
resultados de un plan cuyo objetivo es destruir los históricos valores de nuestra integridad
nacional. Este hecho impone a la dirigencia democrática definiciones impostergables, luego
que en los comicios de abril quedó claramente establecido el acelerado deterioro del llamado
proyecto socialista del Siglo XXI.
El régimen perdió la elección, y sólo las prácticas fraudulentas, la coacción, y el ejercicio de la
fuerza le mantienen de manera ilegítima en el poder. Nuestro candidato y su comando
afirmaron de manera inequívoca que los resultados de ese proceso fueron adulterados, y en
uso de un legítimo derecho pidieron su revisión integral. El Consejo Nacional Electoral se negó
a cumplir esa solicitud, demostrándose de esta manera la verdad contenida en las denuncias
del Comando Simón Bolívar.
Eventos previos a esas votaciones venían apuntalando una escalada de ilegitimidad,
desarrollada por el Gobierno y por las instituciones del Estado que se encuentran postradas a
su servicio. Recordemos como, la enfermedad y la muerte del Presidente fue ocasión para
ocultar la verdad a los ciudadanos, y para maniobrar en contravía de las leyes, con el fin de
imponer un arbitrario mecanismo de sucesión, previamente concertado con el gobierno
cubano. La Asamblea Nacional y el Tribunal Supremo de Justicia tenían la obligación
constitucional de evaluar mediante certificación de Junta Médica el estado de salud del Primer
Mandatario y de ser necesario, proceder a separarlo del cargo. No se cumplieron estos pasos
establecidos en la Carta Magna, y en medio de un hermético secretismo, se nos condujo a una
elección presidencial en la que las precarias condiciones de salud del aspirante a la reelección
produjeron el lamentable desenlace final que todos conocemos. Con el mismo desprecio por el
orden jurídico se encargó ilegalmente de la Presidencia de la República al entonces
Vicepresidente, y se le permitió presentarse en las nuevas votaciones como candidato del
oficialismo, en abierta violación de la Constitución.
Una agresiva campaña sustentada en el culto a la personalidad del fallecido líder, financiada
groseramente con los dineros de todos los venezolanos, y orientada a manipular a la población
a través de continuas cadenas de radio y televisión, sirvió de plataforma a la candidatura
gubernamental. Militares, funcionarios públicos, y colectivos oficialistas, así como presidentes,
políticos, artistas y además asociados internacionales, formaron parte de esa campaña fúnebre
- electoral, en la que se utilizaron todos los mecanismos posibles para inducir a los seguidores
del extinto Comandante a materializar en votos la herencia política ofrecida por éste, horas
antes de emprender su último viaje a la Habana.
Sin embargo, a pesar del ventajismo llevado a los más descarados extremos, la votación de
abril sirvió para demostrar un cambio radical en las preferencias populares. Y si bien el
gobierno ha logrado hasta ahora escamotear la victoria, no ha podido esconder su estrepitosa
caída en el afecto de las gentes más humildes, luego que centenares de miles de compatriotas
de ese estrato de la población se volcaron hacia la alternativa del cambio.
Estos hechos recientes, unidos a otros que forman parte de la larga cadena de violaciones al
Estado de Derecho, como lo son: la transformación del estamento castrense en brazo armado
del PSUV; la violencia ocurrida en el seno de la Asamblea Nacional y la amenaza permanente
contra el fuero parlamentario; la persecución a las universidades autónomas y a la educación
libre; la violación de los derechos y conquistas laborales, de la contratación colectiva, y del
sindicalismo independiente; la descalificación de la protesta cívica; el cerco cada día más
intenso a los medios de comunicación, y el uso de la televisión y radio oficiales como
instrumentos de terrorismo informativo; los juicios, anunciados o en curso, contra líderes de
oposición; la violación a los derechos fundamentales de quienes han sido detenidos
arbitrariamente, torturados, o sentenciados de manera ilegal e injusta, y de quienes se
encuentran exiliados; el espionaje convertido en política oficial; la protección de la corrupción
administrativa,la utilización discrecional de los recursos públicos en la actividad proselitista de
los grupos gubernamentales; la liquidación del aparato productivo del sector empresarial, la
continua violación a la propiedad privada; y otras tantas acciones contrarias a la vida
democrática, marcan el paso de un sistema que transita el camino de la dictadura a la sociedad
totalitaria, con la activa participación de los Poderes Públicos, complicados en tan nefasta
empresa.
La mención de estos, y muchos otros atropellos al ordenamiento legal son suficientes para
afirmar que en Venezuela la democracia ha entrado en etapa agónica, y que es cierto lo dicho
por importantes líderes de oposición: El régimen está viciado en su origen y en su desempeño.
Junto a esta grave situación que afecta directamente los derechos políticos de las personas y
de la sociedad en su conjunto, se nos impone además un rígido y dogmático modelo
económico que golpeaa todos los sectores del país en magnitud cada día más intolerable.
Modelo que se edulcora con la palabra socialismo para esconder su verdadera naturaleza
totalitaria. Modelo que coloca la economía en manos del Estado para desde allí hacer
depender todos los espacios de la vida ciudadana. Modelo falsificador de la historia, que
evocando las proclamas de la cruenta guerra de la Federación, ha entronizado en cambio, el
más férreo centralismo liquidando las competencias y funciones de Estados y Municipios.
Como consecuencia de esas políticas, los fríos datos evidencian verdades que no se pueden
camuflar tras la propaganda y los desplantes demagógicos característicos de la prosopopeya
gubernamental. Durante los últimos catorce años la inflación ha alcanzado niveles nunca
vistos en nuestra historia, y hoy en día es la más alta del planeta, mientras en paralelo, la
bonanza petrolera se ha prolongado por el más largo tiempo de nuestra vida económica,
prodigándonos recursos durante casi tres lustros que hubiesen podido solventar los
problemas del país, y enrumbarnos exitosamente en el camino al desarrollo.
Los índices oficiales dicen que desde 1999 a esta fecha la inflación ha superado el 900 por
ciento. Y sobre la base de estas mismas fuentes, vemos como desde ese año hasta hoy, de
acuerdo con la falsa tasa de cambio oficial, la devaluación monetaria se sitúa próxima al mil
por ciento. Y si hacemos cálculos en base al valor real de nuestra divisa, la devaluación se ubica
cercana al 5 mil por ciento. Así mismo, la quiebra del aparato productivo privado, las
expropiaciones, y un control cambiario que ha sido fuente de las más grandes corruptelas,
han rezagado a nuestro país en el contexto económico latinoamericano y mundial, y han
frenando la iniciativa privada, el libre comercio internacional, las inversiones y la producción,
convirtiéndonos en un país importador por excelencia, y en una economía más vulnerable que
nunca, dependiente casi exclusivamente del petróleo. Estos mismos índices son los que no
pueden esconder la realidad de una economía camino al colapso, a pesar de las fervorosas
proclamas nacionalistas contenidas en la tediosa publicidad oficial. En su gestión este gobierno
ha contraído el más alto endeudamiento en la historia de la Venezuela petrolera. A veces
cuesta creer que quienes ayer denunciaban la deuda adquirida por los gobiernos civiles, y
exigían su desconocimiento por atentar contra la independencia del país, sean los mismos que
hoy encumbrados en la dirección del Estado, han llevado a niveles tan escandalosos la
hipoteca nacional.
La deuda del país en 1998, cuando finalizaba el último de los gobiernos civiles del siglo pasado,
estaba cercana a los 31 mil millones de dólares (32% del PIB), y el barril petrolero se situaba en
menos de 10 dólares. Hoy con un barril por encima de los 100 dólares, la deuda sobrepasa los
216 mil millones de dólares (71% del PIB). El déficit de las finanzas públicas alcanza niveles
colosales a pesar de encontrarnos en medio del más grande y sostenido crecimiento del
mercado internacional de hidrocarburos en toda su historia. El año pasado el déficit se colocó
en un 18% del PIB y fue financiado mediante el expediente de encender la máquina de hacer
dinero por parte del BCV para entregarle al gobierno miles de millones de bolívares. Y
agreguemos que la deuda de PDVSA en los gobiernos democráticos, para 1998 era de 5 mil
millones de dólares, mientras que la actual, la de PVSA roja rojita, sobrepasa los 78 mil
millones de la divisa americana. Al revisar los objetivos perseguidos en los planes económicos
en estos catorce años, vemos como ellos han ido asociados a un desenfrenado populismo cuya
fuente financiera ha sido precisamente la renta petrolera. Estos planes han tenido como
objetivos retener el poder, ganar elecciones, y proyectar la influencia de la revoluciónen el
continente y el mundo. Ese mismo sentido ha privado en la liquidación vertiginosa de nuestra
industria privada, para abrirle paso a las importaciones provenientes tanto de países vecinos
como de otros continentes, con los cuales se amarran vínculos de dependencia, a cambio de
una obligatoria solidaridad lograda gracias a pingües negocios que terminan alimentando a
esas economías en detrimento de la nuestra. Y en similar dirección se orienta la presencia de
nuestras representaciones en los organismos internacionales. La OEA, MERCOSUR, UNASUR y
el ALBA, son para este gobierno, tan sólo foros de promoción ideológica y propaganda política,
e instrumentos que a un alto costo económico permiten legitimidad, y garantizan el silencio
cómplice de países mediatizados o favorecidos por las prebendas de Caracas. Mientras tanto
se liquida progresivamente a la democracia venezolana.
A propósito de los anteriores señalamientos, recordemos como hace algunos años el fallecido
Presidente afirmaba en una de sus numerosas alocuciones al ser cuestionado, con muy válidas
razones, el ingreso en el Mercado Común del Sur, que para su gobierno la integración tenía
una prioridad política e ideológica por encima del factor económico. El tiempo se ha
encargado de demostrar el sentido de aquellas palabras. Por eso, hoy, las llamadas Cláusulas
Democráticas se aplican sólo contra aquellos países que han resistido el intento de imponerles
un sistema similar al que impera en Venezuela. Honduras y Paraguay son innegables ejemplos.
A estas consideraciones pudieran agregarse muchas otras que demuestran como se han
lesionado los intereses del país en casi todas las actividades de la vida nacional. En materia de
soberanía y seguridad, por ejemplo, es ya innegable la presencia tolerada de grupos
subversivos en las fronteras. En estas zonas la narco-delincuencia política hace gobierno sobre
la indefensa población, y constituye una peligrosa reserva militar identificada con la revolución
y protegida por ella. Así mismo es conocido y es corriente constatar la existencia de brigadas
armadas que actúan ilegalmente a la orden del PSUV en pueblos del interior, así como en
numerosos barrios de las grandes capitales. Y por supuesto a esto se une la llamada
delincuencia común, que liquida impunemente miles de vidas de venezolanos de todos los
sectores. Esos factores junto a los hechos políticos, económicos y sociales señalados
anteriormente, presionan y acorralan a la población mediante el miedo y la amenaza. Se busca
al final la aceptación pasiva del orden de cosas.
Hacemos estas reflexiones, convencidos de que a los sectores de oposición nos corresponde
enfrentar con firmeza, no a un gobierno sino a un sistema. No a un adversario, sino a un
proyecto que considera enemigo a todo el que disienta o pretenda ejercer y defender sus
derechos. Estamos convencidos que mientras exista esta forma de gobierno no habrá
solución a la grave situación nacional, ni a los problemas cotidianos del ciudadano. No habrá
federalismo, ni poder municipal, ni sistema de salud de calidad, ni educación libre, ni
seguridad, ni viviendas dignas, ni empleo estable y seguro; tampoco libertades democráticas
efectivas, o progreso económico o derecho a la libre iniciativa personal. En fin no habrá
democracia ni esperanza ni futuro.
Exhortamos a la Mesa de La Unidad, a los partidos que la integran, y a la ciudadanía
democrática en general a consolidar un amplio y mayoritario movimiento constituyente, y a
conquistar para ese objetivo unas bases comiciales que garanticen la representatividad de
todos los sectores. Estimamos que las elecciones municipales deben ser ocasión propicia para
organizarnos en función de estas metas, y para acompañar la victoria en alcaldías y concejos,
con la recolección masiva de millones de firmas que respalden sólidamente esta iniciativa
popular.
Es obvio que el plan de rescate constitucional no resultará fácil. Pero creemos igualmente que
los obstáculos que van a surgir no pueden ser motivo de parálisis en nuestra acción. Quien
actúa con complejos de derrota nunca alcanzará la victoria. Además, es claro el camino a
seguir. La muchas veces violada Constitución Bolivariana establece en el artículo 347, que es el
pueblo depositario del poder constituyente originario, y que tal poder le permite convocar por
su propia iniciativa a una Asamblea Constituyente a fin de transformar el Estado, crear un
nuevo orden jurídico y si fuese necesario, aprobar una nueva Constitución. El artículo 348
establece luego, de manera precisa que este proceso puede iniciarse a partir del quince por
ciento de los electores inscritos en el REP. Y luego en el 349 se impone que ni el Presidente de
la República, ni ningún otro poder podrán objetar la nueva Constitución ni impedir las
decisiones de la Asamblea Constituyente. Y finalmente el 350 obliga a desconocer “cualquier
régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías
democráticas, o menoscabe los derechos humanos”.
Sabemos que desde el gobierno se intentará detener esta iniciativa. Entendemos la
desnaturalización que signa al ente electoral y a los poderes públicos que han falsificado la
democracia durante estos años. Sin embargo es necesario recordar que el camino escogido por
la oposición democrática, es el camino electoral. Ello ha sido válido al participar en todos los
procesos de votación a los que hemos concurrido. No vemos, por tanto, argumentos
aceptables para hacer una excepción con la convocatoria a una Asamblea Nacional
Constituyente. Esta vez, la fuerza de la calle y la conciencia del reto que tenemos, deberán
imponer las reglas que permitan unas votaciones libres y transparentes. Esto es parte de la
lucha.
Entregamos este documento a la Mesa de la Unidad Democrática con la esperanza de que lo
haga suyo, y para que en su condición de principal factor unitario de la mayoría ciudadana,
impulse la Asamblea Nacional Constituyente como la más noble herramienta del cambio y la
reconciliación nacional: Julio César Moreno León. Enrique Colmenares Finol. Rafael María
Casals. Américo Martín. Oswaldo Alvarez Paz. Abdón Vivas Terán. Manuel Felipe Sierra. Edi
Ramírez. Ezequiel Zamora. Guehard Cartay. Julio Sosa Pietri. Jorge Villegas. Carlos Diez.
Andreina Martínez.
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