Unidad 1 • Naturaleza de la Orientación Cuanto más compleja, variable y opulenta llega a ser una sociedad, tanto más esencial es el papel que desempeña en ella la orientación. En una sociedad sencilla, un niño sabe, casi desde la infancia, cuál es su lugar en la vida; y su educación, formal o informal, le proporciona los conceptos y destrezas que necesitará. En un mundo moderno como es el de los Estados Unidos en el siglo xx, cuando un niño nace, nadie sabe con exactitud qué se esperará de él cuando sea hombre, y ante él se abren varios caminos distintos. Este niño deberá estar preparado para encontrar el lugar que le corresponda, para mantenerse en él dignamente y alcanzar un grado de estabilidad personal en sus propias emociones y relaciones con otras personas, ante los cambios y los problemas constantes. En décadas recientes, especialmente en el periodo posterior a la segunda Guerra Mundial, hemos presenciado el rápido crecimiento de los servicios de orientación en los Estados Unidos de América. En las escuelas superiores y universitarias de este país, los centros de orientación ya no se consideran como innovaciones interesantes, sino como partes indispensables de la estructura administrativa. Los orientadores trabajan ya en casi todas las escuelas de enseñanza media, y figuran, también en gran número, en las escuelas de enseñanza elemental. Organismos especializados proporcionan a los diversos sectores de la población los servicios de los orientadores de empleos, orientadores de la familia, orientadores de rehabilitación, orientadores juveniles, y muchos más. Los orientadores trabajan con los pobres, con los ancianos y con las mujeres de edad mediana que se interesan en una carrera y en su desarrollo personal pleno. Cada vez que se propone un nuevo programa social, se hace evidente la necesidad de que los orientadores participen en él. Es claro que ciertas características del orden social americano exigen que la orientación se entreteja en toda la trama. COMPLEJIDAD DEL MUNDO DE LAS OCUPACIONES La primera de estas características del panorama moderno es el carácter de la estructura ocupacional que ha sido creada. Con más de 40000 ocupaciones distintas para elegir y todas las nuevas que aparecen cada año, es evidente que una persona que desea tomar una decisión inteligente no se enfrenta a una tarea fácil. Nuestros ideales democráticos se suman a la dificultad creada por el elevado número de posibilidades de ocupación. Damos un alto valor al principio de que todo individuo tiene el derecho de ocupar el puesto para el que está capacitado. Ni el más reaccionario de nosotros se atrevería a pedir que solo los hijos de los profesionales tuvieran acceso a las universidades o que los hijos de los trabajadores no especializados tuviesen que contentarse, invariablemente, con trabajos no calificados. Opinamos que el individuo tiene el derecho y aun la obligación, de mejorar su situación y de lograr todo lo que pueda. Estas actitudes son parte de la herencia cultural que cada niño asimila y que adopta automáticamente como su propio conjunto de valores. Constituyen factores sutiles, pero poderosos, de sus ambiciones vocacionales. Ya que la complejidad es un asunto de actitudes y situaciones, no es fácil remediar la necesidad de orientación con solo proporcionar información ocupacional y tests de aptitud. A un muchacho de 16 años de edad podrá aplicársele un perfil de test que le indique claramente cuál es la estructura de sus capacidades; se le podrá informar de las ocupaciones que más utilizan tales habilidades y, sin embargo, será totalmente incapaz de comprender el significado de estos hechos, a causa de la red de ambiciones, esperanzas de la familia y dudas personales en que se encuentra enredado. Lo que este sujeto necesita no es una simple información; necesita orientación prudente y atinada. Advertimos, primero, los efectos de estas actitudes norteamericanas y los problemas que acarrean a los adolescentes, en las escuelas superiores y universidades de los Estados Unidos. El aumento sorprendente de las inscripciones en estas instituciones, durante el presente siglo, es de sobra conocido. Se han combinado muchos factores para encauzar a tan gran número de muchachos, muchachas y adultos jóvenes, hacia las instituciones educativas. Las leyes de educación obligatoria actualmente en vigencia en la mayoría de los Estados de la unión americana, exigen que los jóvenes asistan a la escuela hasta la edad de dieciséis años y, en algunos lugares, hasta los dieciocho. Estas leyes, a su vez, reflejan varios factores sociales; a saber: el deseo de apartar a los jóvenes del mercado de trabajo; el convencimiento de que un gobierno democrático necesita electores cultos, y la fe en la educación como instrumento del progreso individual y social. Sean cuales fueren las razones, la presencia de tantos jóvenes procedentes de medios tan diversos, en nuestras escuelas y universidades, ha puesto de manifiesto la necesidad de la orientación. El estudiante debe encontrar su propio camino en un plan de estudios complicado y arreglárselas para elegir los cursos más convenientes para la pauta particular de su vida. Pero, para realizar esto, debe hacerse de un patrón de vida, y son muchas las cosas que se lo impedirán. Las diferencias entre los hábitos así como las normas de su hogar y los que observa en los compañeros, cuyas familias son de variada índole, le hacen difícil conocer con exactitud cuál debe ser su postura. Suele constituir un verdadero problema para el muchacho tener que adaptarse a la vida social e independiente de su escuela y, al mismo tiempo, estar al corriente de las actividades intelectuales de dicho plantel. Las deficiencias que descubre el muchacho en si mismo, en lectura o en matemáticas, en su trato social o aspecto personal, deben remediarse directamente o encubrirse mediante esos sistemas (con frecuencia curiosos y elaborados) de protección que hacen aceptables esas deficiencias. Muy recientemente, hemos llegado a advertir que no basta la orientación para los muchachos que permanecen en la escuela. Debemos, de alguna manera, hacer posible que una persona que ha salido de la escuela, por una razón o por otra, inicie una nueva carrera, idee un plan de vida y comience a realizarlo. Además, muchas personas cuyos años escolares quedaron ya muy atrás, se enfrentan a circunstancias que exigen alguna orientación ante la complejidad del mundo ocupacional, El desarrollo de la profesión de orientación es una de las maneras que tiene la sociedad de responder al problema de la comejidad ocupacional. LA RÁPIDATRANSFORMACIÓN SOCIAL Y EL INDIVIDUO Dentro de la sociedad contemporánea, hay otro aspecto que ha influido decisivamente en el desarrollo de la profesión de orientador. Se trata de la inestabilidad causada por las rápidas transformaciones que han venido afectando nuestras condiciones de vida. Sociólogos y poetas han coincidido en llamar a esta época "era de la ansiedad". Muchos escritores han llamado la atención sobre los factores que causan inseguridad en el individuo, factores que abarcan desde los hogares deshechos hasta las amenazas de aniquilación atómica; aunque, por otra parte, seria muy difícil demostrar que esta época es más angustiosa que las precedentes. No hay estadísticas que nos permitan comparar, siquiera, la frecuencia de las psicosis más importantes en siglos pasados; todavía es más difícil determinar las frecuencias comparativas de neurosis y formas secundarias de desequilibrio. No obstante, la literatura y el arte en general ofrecen muchos indicios de que la situación que predomina en nuestros tiempos es de incertidumbre y recelo. Si las conclusiones de los psiquiatras y de otros psicoterapeutas son ciertas, la inestabilidad más grave de tipo social para el individuo es la amenaza a la familia. Entre los alumnos que acuden a un orientador, a exponerle problemas personales, un porcentaje muy considerable lo constituyen los hijos de matrimonios divorciados. Alguna vez, durante su niñez, mucho antes de alcanzar su cabal desarrollo emocional, ya se habían enfrentado a problemas de lealtad en conflicto, los que seguramente habrían coartado sus posibilidades de maduración. El método de orientación pone al alcance de tales individuos la oportunidad de reconsiderar el problema y aprovechar sus particulares experiencias proyectándolas a la solución de posteriores problemas. Sin embargo, si sólo el divorcio fuere el único problema, nuestra tarea seria mucho más fácil. Pero lo que perturba a los hijos no es propiamente la separación, sino los conflictos emocionales que tal condición anómala provoca. Naturalmente, no todas las personas que buscan ayuda de la psicoterapia son víctimas del divorcio; pero sí la mayoría refleja en sus actitudes las tensiones que prevalecieron en sus hogares durante la niñez. Todo matrimonio que termina en los tribunales en un juicio de divorcio, probablemente tiene antecedentes de conflictos emocionales no menos graves. Los niños de estos hogares pronto han tenido que aprender a enfrentarse a la amargura, al odio, al abandono y a la confusión, erigiendo, en consecuencia, las inaplazables defensas contra la ansiedad resultante de tales perturbaciones. Esto no significa que los problemas sociales no puedan resolverse mediante la oportuna orientación. Muchas organizaciones se preocupan por la familia y tratan de proveer los medios de remediar las situaciones insatisfactorias. Si los programas educativos tendientes a fortalecer las relaciones familiares tuvieran un éxito considerable, sería menos necesaria la orientación encaminada a modificar los efectos de situaciones hogareñas desfavorables. Sin embargo, en la actualidad, este tipo de dificultades es el que más afluye hacia los buenos oficios de los orientadores, y a partir de tres clases de ambientes. Las clínicas para dirección de la niñez tratan de atacar los problemas en su fase más grave. Los orientadores matrimoniales han puesto a la disposición de hombres y mujeres un servicio especial para ayudarlos a proteger sus relaciones. Los centros de orientación general de las escuelas, aun cuando su función principal para con los estudiantes es auxiliarlos en problemas de tipo vocacional y educativo, también contribuyen a que aquellos tomen conciencia y modifiquen actitudes emocionales que se les han desarrollado en ambientes extraños al hogar.,. Muchos otros problemas sociales de nuestros tiempos se reflejan en las inseguridades de que hablan los alumnos a los orientadores. La rapidez de la urbanización ha circunscrito al medio increíblemente complejo de la ciudad a grandes masas de individuos, cuya educación no los ha preparado para desenvolverse en ese ambiente. Las amenazas de guerra y las guerras reales, en que se encuentra comprometido Estados Unidos, por ejemplo, el conflicto de Vietnam, no solo se suman a la complejidad de la tarea de proyectar una carrera, sino que provocan también que el individuo se enfrente a elecciones difíciles entre valores opuestos. La constante amenaza del desempleo, corolario del desarrollo tecnológico, atemoriza a los individuos que, en su mayoría, no se sienten seguros de conservar sus propios empleos. La importancia que una sociedad competitiva atribuye al éxito, inevitablemente causa zozobra en las personas que no pueden saber a ciencia cierta si ellas también serán "triunfadoras". Si bien el orientador, como ciudadano, puede estar en gran manera preocupado por los problemas sociales en su totalidad, son los aspectos especiales de ellos, muchas veces no los más importantes, los que tendrá que resolver en su trabajo diario. La posibilidad de la muerte o destrucción repentinas no parece causar tanta ansiedad como las preocupaciones menos graves relativas a nuestro futuro inmediato. ¿Me reclutarán este año o no? ¿Debo enrolarme ahora o espero? Para qué estudiar este trimestre si, de cualquier manera, no se me permitirá terminar mis estudios? Es a través de estas interrogantes cómo la complicada situación internacional afecta al individuo. ¿Seré capaz de mantener mis calificaciones lo suficientemente altas para ser admitido en la escuela de medicina? ¿Cómo podré conservar mi lugar en el club campestre, junto con las actividades sociales que ello implica, si no gano más dinero? ¿Cómo podré arreglármelas para acompañar siempre a mamá, si su club no me simpatiza? ¿Cómo haré para vencer mi complejo de inferioridad, pues, a dondequiera que voy, nunca me siento a la altura de los demás? Tales son los problemas que nuestro competitivo sistema económico y social plantea a sus propios miembros. Estas mismas dificultades, comparadas con los problemas sociales de mayor gravedad e importancia, tal vez parezcan ínfimos y triviales; sin embargo, son la materia prima de la experiencia humana personal. LA PÉRDIDA DE LAS ANTIGUAS CONVICCIONES Otro factor que hace también cada vez más urgente la necesidad de los servicios de orientación en nuestra época lo constituye el derrumbe de las antiguas convicciones. Son innumerables las personas que han perdido las convicciones religiosas que solían mantenerlas firmes en los tiempos de crisis. Diversas teorías económicas y políticas luchan entre sí para ganar prosélitos. El desarrollo de los medios de comunicación, en su nivel actual, le dificulta al hombre permanecer impasible dentro de una reducida cápsula de ortodoxia, a salvo de los comprometedores oleajes de los ismos. Este estado de cosas no es meramente superficial. Matthew Arnold escribió hace un siglo los famosos versos 1 que expresan una opinión que habría de difundirse más y más al correr de los años: Oh, amor, es necesario Decimos la verdad. Que el mundo, aunque parezca Yacer a nuestra vista como un país de ensueños, Tan variado, tan hermoso, tan nuevo, En verdad carece de alegría, de amor y de luz; No hay en él certidumbre ni paz ni alivio en el dolor; Y estamos aquí, como en una oscura planicie, Llena de confusos rumores de lucha y huida, Donde ignorados ejércitos combaten por la noche.2 ¿Han cambiado las mentes de los hombres, O es que la roca oculta en las profundas aguas del alma Rompió la superficie? Aún hace pocos siglos Nadie osaba poblar La oscuridad detrás de las estrellas, con arpas y ciudades.Pero ahora es esa la verdad. La vida ha ganado en soledad y dulzura Y la muerte ya no es mala. 1 2 Matthew Arnold, Doler Beuch (En Van Doren, 1928), Robinson Jeffcrs, Night (En Van Doren, 1928). Robinson Jeffers : expresa así el mismo descubrimiento de esa tan radical incertidumbre: Podrían citarse muchos pasajes de poemas, comedias y novelas de nuestro siglo, en donde surge Una opinión que los orientadores encontrarán bastante generalizada en muchos de sus sujetos, aunque, claro está, no todos reaccionan en la misma forma ante la incertidumbre actual. Hay quienes tratan de aferrarse a creencias cuya veracidad resulta insostenible. Prueba de ello es la multiplicidad de sectas religiosas ortodoxas, la lealtad fanática de los miembros del partido comunista y los distintos tipos, anquilosados e intransigentes, de patriotismo y nacionalismo que se dan en nuestros tiempos. Es fácil perder de vista el hecho psicológico de que una creencia, a la que nos aferramos con desesperación y que conservamos como un camino seguro en medio del caos, y una fe ingenua, que nunca ha sido amenazada, son cosas completamente distintas. Existe una actitud defensiva en lo que toca a las doctrinas inflexibles y persistentes, que nos ayuda a reconocerlas como síntomas de una tensión fundamental más que como soluciones genuinas. Si alguien está perturbado por la incertidumbre o desea defenderse de ella, posiblemente necesita la ayuda que la orientación sea capaz de darle. Es en la serenidad relativa de un apacible ambiente de orientación, en donde le será más fácil a un determinado individuo afrontar animosamente las confusiones, escogiendo, entre los ideales y valores que él mismo se ha propuesto, aquel o aquellos que le sean convenientes para, de ese modo, apoyarse en una filosofía práctica de la vida. Es muy revelador el hecho de que los eclesiásticos, conocedores de las necesidades de sus congregaciones, comienzan ya a dar importancia a la orientación, como complemento a sus prédicas, las cuales han sido hasta ahora su medio principal para disipar la duda y la confusión. La orientación pastoral es un floreciente campo de especialización; y cada año se preparan muchos ministros en los métodos psicológicos, para capacitarse en servicios de encauzamiento. Todo orientador, esté o no especializado en esta materia, suele enfrentarse a la intranquilidad ocasionada por valores y creencias antagónicas. Los problemas de elección vocacional, en apariencia superficiales, suelen nacer precisamente de estas discrepancias. Un muchacho que posee todas las aptitudes necesarias para triunfar en la carrera de contabilidad, acaso vacile en seguirla porque le repugna la filosofía del hombre de negocios, tal como él la concibe. La decisión que toma una joven de ser artista, aun cuando se le haya tratado de disuadir, haciéndole ver que sus cualidades son solo medianas, puede significar un intento de lograr un modo de vivir de acuerdo con su particular filosofía. Ya que estos problemas son en gran medida individuales, solamente los métodos individualizados de orientación son adecuados para tratarlos. La asistencia a conferencias y sermones, o la lectura de libros que exponen otra clase de creencias filosóficas, no logran el mismo propósito. Podría advertírse, de paso, que el mero hecho de presenciar la solución de tales dificultades y el logro de modelos firmes y convincentes de fe y de conducta hacen que el orientador sea menos pesimista que muchos escritores y pensadores, con respecto al caos existente en nuestros valores y en cuanto a la carencia de una filosofía unificadora. El orientador sabe que el hombre es capaz de hacer frente a la confusión y de salir de ella de un modo apropiado. Y esto, a fin de cuentas, es lo realmente importante. ESCASEZ DE ORIENTACIÓN INFORMAL Algunas de las tendencias sociales que obligan a promover los servicios de orientación son las siguientes: la complejidad de nuestro sistema social y económico; nuestros ideales democráticos; la inquietud que nace de los rápidos cambios en las instituciones y la pérdida de una religión o filosofía unificadoras. junto con estas tendencias, también se han presentado otras modificaciones en nuestra forma de vida, las cuales han hecho cada vez menos probable que una orientación no programada o informal resulte eficaz. El desplazamiento a las ciudades es aquí uno de los factores más importantes. El auténtico interés que, dentro de un pueblo pequeño, advertimos por la vida del vecino, existe en un grado muy limitado en las grandes ciudades. Hasta puede darse el caso de jóvenes que se han mudado a la ciudad, más que nada por librarse de indebidas intromisiones en sus asuntos. Sin embargo, una vez en la urbe, advierten que han pasado de un extremo al otro y que es tan desagradable que nadie se interese por nuestro modo de pensar o nuestros problemas, como que se preocupen exageradamente. Con más dificultad en la vida citadina que en la provinciaba, podrá el individuo encontrar una persona experimentada que lo comprenda, un médico o sacerdote familiar o un maestro que lo conozca desde la niñez. El influjo que tales personas ejercen rara vez se advierte cuando se les tiene cerca; cuando faltan por completo, se vuelven una especie de necesidad siempre insatisfecha. En forma semejante, al dejar de formar parte de familias numerosas, se hace difícil el logro de orientación circunstancial. Por lo que toca a los adolescentes, no es muy probable encontrar lo suficientemente cerca a una persona allegada en quien se combinen adecuadamente el interés sincero y la objetividad imparcial, necesarios para realizar una buena orientación. Los padres o los hermanos (estos últimos solo un poco mayores) ,muchas veces están tan unidos y tan comprometidos sentimentalmente en la conducta del hermano, que son incapaces de cumplir con esta función. No existen ya las familias típicas, integradas por abuelos, parientes, huéspedes o sirvientes de confianza. El circulo exterior ha desaparecido y, sin importar la buena voluntad de los miembros del circulo interno, no son estos capaces de realizar con éxito labores de orientación. Las razones de esto aparecerán con mayor claridad en los capítulos siguientes, cuando expliquemos más detalladamente la función de orientar. DOS ENFOQUES DE UNA DEFINICIÓN DE ORIENTACION A pesar de que se acepta, en general, que la orientación es conveniente y que debe ofrecerse cada vez en mayor grado, hay cierto desacuerdo acerca del significado de la palabra "orientación". Como esta misma palabra forma parte de nuestro lenguaje común, y no es un término acuñado por practicantes profesionales de una determinada especialidad, cada quien se siente en libertad de emplearlo según su criterio; y todo esto, seguramente, sin percatarse de que la persona a la que se está hablando quizá atribuya a la palabra otro significado muy distinto. Entre los orientadores profesionales, pueden distinguirse dos interpretaciones, las más importantes de la función esencial de la orientación, que se derivan de dos líneas principales de desarrollo histórico que convergen en la profesión a que nos referimos. De acuerdo con la primera interpretación, el objetivo fundamental de la orientación es facilitar las elecciones y decisiones prudentes; de acuerdo con la segunda, el propósito primordial es promover la adaptación o la salud mental. Se reconoce que el orientador responsable ve la necesidad de atender a los dos objetivos; pero que el objetivo que considere ser de mayor importancia marcará la diferencia en la manera de desempeñar su papel. Ya en la prehistoria y en los más remotos tiempos históricos es posible descubrir vestigios de estas dos funciones que pueden expresarse de un orientador. Los reyes tenían sabios consejeros que los ayudaban a tomar las decisiones que requería el gobierno de sus países. De todas partes del mundo griego, las personas acudían al templo de Delfos a buscar, en las respuestas ambiguas del oráculo, la orientación que necesitaban en los momentos decisivos de su vida. Los romanos tenían sus adivinos, a los que recurrían para tomar resoluciones importantes. Cuanto más nos internamos en el pasado, más encontramos astrólogos que ofrecen su orientación para facilitar las elecciones y decisiones de las personas; y ese arte todavía florece en nuestros días. La orientación, en el sentido de salud mental, también tiene sus prototipos en las épocas pasadas. Los hechiceros fueron, tal vez, los primeros que se ocuparon de la salud mental. Los sacerdotes de cultos misteriosos ayudaban a los devotos a lograr la felicidad y la paz del alma. El confesionario tiene un fin de orientación, como lo tienen las relaciones entre maestros y discípulos en las disciplinas religiosas orientales. Pero, al considerar la historia reciente y bien documentada del origen de la profesión de orientación en los Estados Unidos de América, descubrimos que existen los primeros libros, publicados casi al mismo tiempo, y de donde proceden las dos interpretaciones citadas. El primero de ellos es Choosing a Vocation (Cómo elegir una vocación ) Frank Parsons, publicado en 1906. Si bien, como lo ha demostrado Williamson (1965), existen algunas otras exposiciones incluso anteriores, de las principales ideas que fueron base del movimiento de orientación vocacional, fue este libro el que influyó en mayor medida. A Parsons le preocupaba la apremiante necesidad que, en una sociedad industrial, tiene la juventud de encontrar puestos apropiados en el ámbito del trabajo. Cuando consideró este problema, lo dotó de una estructura clara, que ha predominado desde entonces en el campo de la orientación vocacional, Para que una persona realice una elección correcta, necesita estar bien informada acerca de: a) las características de los diversos empleos, y b) de sus propias aptitudes y limitaciones. La tarea del orientador vocacional consiste tanto en ofrecer al alumno estos tipos de información como en ayudarlo a entenderlas y ponerlas en práctica. Al correr de los años se desarrolló gradualmente una tecnología estructurada sobre estos principios fundamentales. Se hizo patente que el tipo de datos que podían obtenerse acerca de una profesión, observando el trabajo de una persona o interrogándola acerca de su empleo, no era completamente satisfactorio. Los métodos científicos encaminados a estudiar una ocupación se aplicaron de manera que todos los aspectos de ésta pudieran formularse en un lenguaje preciso o, de ser posible, en términos cuantitativos. Se establecieron, se pusieron a prueba y se revisaron sistemas de clasificación de ocupaciones. Se escribieron y publicaron libros y revistas de información acerca de ocupaciones especificas o referentes a la esfera total del trabajo. En los programas de las escuelas superiores, se introdujeron cursos de información ocupacional. Además, se hicieron asequibles al orientador, películas, conferencias,entrevistas, excursiones de adiestramiento y muchas otras facilidades. Poco después de la primera Guerra Mundial, los recursos técnicos, diseñados para facilitar el conocimiento de las aptitudes y limitaciones del individuo, fueron aún más sobresalientes. El programa de tests de inteligencia colectivos, puesto en práctica durante la guerra, demostró que es posible obtener, en pocos minutos, datos acerca de la capacidad de un individuo determinado, mediante los cuales puede predecirse, con un grado razonable de exactitud, si aquel fracasará o triunfará en circunstancias dadas. El público solicitó inmediatamente dichos tests para la industria así como la educación y, pocos años después, se disponía literalmente de cientos de ellos. Como lo demuestra el relato histórico de Williamson (1965), los orientadores vocacionales, durante cierto tiempo, no se pusieron de acuerdo acerca de qué tan útiles eran los tests de aptitud en el análisis de los talentos individuales, según lo había recomendado Parsons. Pero, hacia la mitad de los treintas, el empleo de tests llegó a ser una característica apreciable de la orientación vocacional. Los proyectos de investigación en gran escala, como el efectuado en Minnesota sobre destreza mecánica, lo mismo que los intentos individuales, "de libre empresa" por confeccionar y poner a la venta pruebas de aptitud, han dado lugar a docenas de tests, unos buenos, otros malos y algunos más, insignificantes. Los procedimientos estadísticos y metodológicos, necesarios para normalizar y legalizar dichos tests, se definieron y precisaron, Se hizo indispensable disponer de los medios adecuados para preparar a los orientadores y demás personas que los utilizan, a distinguir entre las pruebas recomendables y no recomena dables; asimismo, se generalizaron los patrones de adiestramiento para orientadores. Estos, en el plan profesional en el que Parsons los concibió, iban convirtiéndose, día con día, en verdaderos especialistas. El origen de la segunda de estas dos corrientes históricas a qué nos hemos referido puede también encontrarse en un libro de gran influencia. Clifford Beers, en The Mind That Found Itself (La mente que se encontró a sí misma), publicada en 1908, llamó la atención hacia la enfermedad mental, como experiencia individualizada y problema social. Se fundaron organizaciones; se escribieron libros; se impartieron conferencias. Las personas se preocuparon por igual en la profilaxis que en la curación, y en problemas emocionales de poca importancia como en los más graves. Fue en esta misma época cuando el psicoanálisis comenzó a interesar al público en su calidad de método de tratamiento para quienes padecían anormalidades emocionales y como posible forma de explicar la motivación y la conducta humanas. Parsons, que en épocas anteriores hubiera aceptado la ansiedad y la frustración como inevitables, o las hubiera atribuido al medio social y sus variantes, comenzó a buscar las causas de tales perturbaciones dentro de ellas mismas. Se investigaron las raíces emocionales de la delincuencia y de las diversas clases de enfermedades que se estaban clasificando entonces como "psicosomáticas". La varita mágica con la que se esperaba esfumar estos males incurables era la psicoterapia; el tratamiento que intenta capacitar a las personas para librarse de sus problemas, haciéndolas hablar de los mismos. El desarrollo de esta nueva concepción no alcanzó su máximo, sino hasta la década de los cuarentas. Del mismo modo que la primera Guerra Mundial convenció a las personas de que las facultades mentales podían medirse, la segunda vino a comprobar que los problemas emocionales tenían remedio. La profesión de la psiquiatría se extendió rápidamente; un número creciente de profesionales en este campo se entregó a la práctica de la psicoterapia, pasando a segundo término la actividad en los hospitales para enfermos mentales. El ejercicio de la psicología clínica que, en aquel entonces, solo era una pequeña parte de la psicoterapia general, mostró un desarrollo aún más admirable y entró en pugna con la profesión médica; esta lucha por el derecho a ejercer la psicoterapia todavía perdura en cierta medida. Quienes participaron en el movimiento de salud mental y estaban a la vez desligados de la orientación vocacional empleaban el término orientar para indicar lo que otros denominaban terapéutica. Si bien se tendía a incrementar la importancia de la guía vocacional en las escuelas, en las clínicas y los organismos sociales, se daba más valor a la salud mental. No obstante, el poder de las circunstancias propendía a unificar los sentidos opuestos de los términos. Los "orientadores vocacionales" muchas veces tropezaron con problemas personales, sociales y emocionales en los alumnos entrevistados. Quienes llevaban el nombre de "orientadores" en los centros de salud mental, se dieron cuenta de que debían preocuparse por los elementos ambientales de sus alumnos, tanto como por sus conflictos internos. Así, vemos que en la actualidad, el mismo profesional ha puesto a disposición de sus clientes las dos clases de servicio, que son: ayudar a las personas a realizar elecciones prudentes; e incrementar la salud y bienestar emocionales de esas mismas personas. No obstante, el hecho de que el orientador comprenda que su papel es facilitar las elecciones o fomentar la salud mental tiene cierta importancia en la práctica. En primer lugar, si el fin de su orientación son las elecciones y decisiones, se verá menos inclinado a enfocar su atención solo a personas que estén confrontando "problemas". Los orientadores escolares que tienen este punto de vista, procuran hablar con todos los muchachos que están a su cargo, en vez de emplear su tiempo solamente con aquellos que tienen problemas de adaptación. En segundo lugar, el orientador que profesa el método de elección tiende a investigar más acerca de las habilidades, intereses y circunstancias ambientales del sujeto, mientras que el orientador que sigue el método de adaptación profundiza más en los motivos y sentimientos. En tercer lugar, el orientador que adopta el método de elección, propende a juzgar cuál ha sido el éxito de sus esfuerzos según el éxito que tenga el alumno en el transcurso de la acción que emprende; y el orientador que pone en práctica el método de adaptación juzga el éxito según que ocurran, o no, cambios apreciables en lis características de la personalidad. Estas son, sin duda, simplificaciones en extremo excesivas, pero que, con el tiempo, llegan a hacerse apreciables. Una agencia de orientación, en la que predominan los orientadores de adaptación, procura dar a conocer a su público que, en realidad, no tiene mucho interés en sujetos "sin problemas" psicológicos verdaderos. Como consecuencia, disminuyen cada vez más las citas de las personas que no tienen otra necesidad que la de hablar acerca de posibles empleos. Esto ha acontecido ya en algunos centros universitarios. Los llamados casos "rutinarios" se dejan a cargo de orientadores no experimentados o de practicantes, pues los miembros del cuerpo profesional prefieren tratar los problemas complejos de personalidad. Por otra parte, se cree que asistir a un centro de orientación es indicio de neurosis o inadaptación; los estudiantes que se consideran "normales" no acuden a tales centros. Si el peligro que lleva consigo el enfoque de salud mental para la orientación es que uno llega a preocuparse demasiado por los casos casi psiquiátricos, el peligro que significa insistir únicamente en las elecciones y en las decisiones es la hiperirracionalidad. Los orientadores que ven su papel de esta segunda manera tal vez pretendan, inconscientemente, evitar cualquier contacto con niveles más profundos de motivación, aceptando, a primera vista, las declaraciones iniciales del alumno acerca de lo que éste quiere y de por qué lo quiere. De tal modo, su método puede ser tan superficial como impracticable cuando se trate de decisiones complejas y difíciles; y el público al que tienen obligación de servir puede llegar a considerar la orientación como una práctica inútil. En consecuencia, una definición comprensiva del proceso de orientación debe incluir características de las dos interpretaciones existentes. Una conclusión útil y breve podría ser que el objetavo de la orientacion es facilitar las elecciones prudentes, de las cuales depende el perfeccionamiento ulterior de la persona. La orientación no debe proporcionarse solo a personas en estado de ansiedad, infelices o incapaces de adaptarse a las circunstancias de la vida. En nuestra sociedad, tan compleja y en rápido cambio, todo individuo debe hacer elecciones que propicien consecuencias favorables para la vida futura, y no debe verse obligado a contestar ningún tipo de "test medio", psicológico, para merecer el servicio del orientador; pero la profundidad de la comprensión y el interés en la complejidad total de la personalidad, característica de la mejor psicoterapia, debería fincarse dentro de cada relación de orientación. La superficialidad no tiene lugar en este cometido; por tanto, no hay casos de "rutina". ELEMENTOS ESENCIALES DE LA TÉCNICA DE ORIENTACIÓN Si así concebimos el proceso de orientación, ahora, ¿cuáles serán sus elementos esenciales? Volveremos constantemente a estas ideas a lo largo de la obra; en tal virtud, creemos útil hacer una síntesis de las mismas. El fundamento de nuestra tarea, en general, es la relación entre orientador y alumno, aunque en cierto modo es engañoso hablar de la relación, porque ésta varía de un caso a otro. Así, la relación del orientador para con el señor González, juicioso estudiante graduado en su propia especialidad, es completamente distinta a la que se establece con Laura Julián, muchacha de 18 años de edad, que apenas está iniciando su carrera. Sin embargo, para instaurar una relación sólida y fructuosa con cada persona, el orientador obra de acuerdo con ciertos principios o normas que pormenorizamos a continuación: primero, el orientador debe sentir un interés sincero y auténtico por cada alumno, tal como éste es. Como ha dicho Rogers, es necesario que el alumno experimente la sensación de que se le atiende. Hay muchas maneras de manifestar tal interés, para efectuar las entrevistas; la comprensión de las dudas y temores iniciales del individuo que necesita orientación; la postura corporal y la expresión del rostro; así como las respuestas orales a las preguntas del alumno. Este interés no puede ser fingido o simulado. Si un orientador se da cuenta de que un alumno le resulta aburrido o antipático, lo más indicado es ponerlo en contacto con algún colega, en vez de perder el tiempo en entrevistas que serán, casi seguramente, infructuosas. Segundo, el alumno debe poder confiar en el orientador, sentirse seguro bajo su colaboración. De aquí arranca el elemento primordial que se denomina confianza. Si alguien va a develar su interior y a descubrir sus defectos y sus virtudes, necesita estar seguro de que sus deficiencias nunca ni en ninguna circunstancia, se utilizarán contra él por el solo hecho de haberlas dado a conocer. Sin embargo, el sentimiento de confianza exige algo más que esto; factores como son reconocimiento de la competencia del orientador; simpatía por sus cualidades personales y, probablemente, impresiones favorables hacia el dominio propio del consejero, por ejemplo, la psicología, el trabajo social o el magisterio. No existe un método sencillo para ganarse o inspirar tal confianza. Más bien se trata de un método interminable para convertirse en la clase de persona en quien puede razonablemente confiarse; esta cualidad se demostrará constantemente por lo que se dice, por lo que se hace y aun por lo que deja de hacerse. Una tercera característica importante de las relaciones de orientación es que estas son limitadas en muchos aspectos; y estos mismos límites se aprovechan para promover su desarrollo. Las entrevistas tienen una duración determinada, previa cita y, a menos que existan razones imprevistas, no se le permite al individuo permanecer más tiempo del asignado. Los servicios que el orientador desea prestar son limitados. Este, ordinariamente, no se entromete con organizaciones o autoridades de régimen externo; aunque en ocasiones pueda confiarles asuntos de menor importancia, como permitir a un estudiante faltar a un curso o trasladarse de un dormitorio a otro. También la intimidad y confianza de esta relación son limitadas. En las entrevistas, el orientador no expresa sus propios puntos de vista, como sí lo haría en conversaciones con sus amigos. Puede mantener cierto trato social con sus alumnos, pero evitará una amistad íntima con ellos. También evitará entrometerse en las funciones de otras personas importantes en la vida del alumno (padre, hermano, amante), fenómeno que los piscoanalistas llaman transferencia. Algunas veces esta es inevitable, porque las personas, en general, tratan de asignar a los individuos recién conocidos los papeles propios de personas con quienes ya mantienen una relación anterior. Sin embargo, el orientador procurará extinguir tales lazos de transferencia, mediante respuestas consecuentes, reales y positivas. El fin de todas estas limitaciones es aclarar, de una vez por todas, que el verdadero responsable es el alumno mismo; que a éste le corresponde poner manos a la obra; que no puede subordinar sus decisiones a las decisiones de otro ni escudarse en los demás contra las consecuencias de sus propios actos. En estas relaciones es donde estriba la verdadera fuerza de la orientación (relaciones que son afectuosas, sinceras y seguras; pero no internas en el sentido ordinario de la palabra). Es el establecimiento de tal relación con cada individuo, considerado separadamente, lo que, en principio, constituye la capacidad de orientar. Es esta misma relación la que prepara el escenario psicológico en el que una persona es capaz de llevar al cabo los actos de elección y decisión, mediante los cuales se moldea su propia y característica personalidad. En la práctica, los programas de entrenamiento para orientadores no han puesto la debida atención a este aspecto. Los maestros todavía se inclinan a creer que lo que necesitan son las técnicas de orientación. Los orientadores en el plano del trabajo y los orientadores en el plano de los problemas juveniles demandan la orientación técnica. Pero si realmente vamos a hacer uso de los recursos potenciales de la orientación en nuestra sociedad, debemos encontrar el modo de hacer comprender a los orientadores futuros los mecanismos de las relaciones interpersonales, en vez de decirles simplemente qué deben hacer o evitar. La orientación puede distinguirse de muchas otras formas de tratamiento psicológico por el modo en que se hace uso de la información. El concepto información comprende los antecedentes relativos a las experiencias laborales y escolares de cada persona, los resultados de tests y los datos acerca de ocupaciones y organizaciones sociales, así como un sinnúmero de hechos específicos que pueden ser concomitantes a casos también específicos. Es incuestionable que tales datos pueden relacionarse igualmente con cualquier tipo de tratamiento psicológico. La importancia particular de la orientación se basa en que la información es considerada como un recurso disponible para el alumno, más que como una base para el terapeuta. Un alumno en un plan de orientación es un accionista. Él mismo analiza la importancia de su experiencia anterior en relación con sus actitudes actuales. Se somete a tests, se le explica con la mayor claridad posible el significado de las calificaciones que obtiene. (Sin embargo, esto no quiere decir que se le han de mostrar necesariamente las calificaciones mismas con todas sus complicaciones relativas a precisión inadecuada, complejidad de valor y normas interpretativas.) Si se tienen entrevistas con los amigos, parientes o maestros, el alumno está enterado de ellas y en concordancia con sus fines. Se le anima a investigar por sí mismo los datos que necesita, en lo referente a ocupaciones, pasatiempos, clubes o creencias religiosas, aunque cabe que el orientador lo ayude a ponerse en contacto con las fuentes apropiadas de información. Subrayamos este punto, debido a la importancia que tiene para el éxito de la actividad total de la orientación que el alumno tome firmemente entre sus manos la responsabilidad de su propia vida. Las decisiones deben de ser sus decisiones, conocedor, al mismo tiempo, de la base sobre la cual las tomó de otro modo, no habrá dado ningún paso hacia la madurez, que es el objetivo principal de los métodos de orientación. En resumen, la meta psicológica de la orientación es facilitar el desarrollo. De este modo, puede considerarse como parte del proceso educativo total que va desde los primeros años de la infancia hasta los últimos de la vejez. Una manera de definir el desarrollo es considerarlo como una transformación acorde a un modelo. Momento tras momento, año tras año, esta transformación continúa. Un individuo cambia constantemente; pero dentro de un orden y con una medida de predicción de las transformaciones mismas. Cuanto más consciente llega a ser una persona de las estructuras que ha erigido mediante un desarrollo previo (habilidades y talentos, ventajas y desventajas de orden social, virtudes y defectos emocionales, deseos, valores y aspiraciones), tanto más capaz será de influir en su desarrollo ulterior según las elecciones que lleve al cabo. Los principales objetivos de la orientación son fomentar esta convicción, facilitar este tipo de elección. ¿QUIEN EMPLEA LOS SERVICIOS DE ORIENTACIÓN? 'La mayor parte de la investigación, destinada a descubrir qué clases de personas emplean los servicios de orientación, cuando se dispone de éstos, ha sido llevada al cabo en escuelas superiores y en medios universitarios. Por tanto, no podemos estar seguros de que las conclusiones sean valederas para todo tipo de clínicas de orientación. Sin embargo, teniendo en cuenta que muchos orientadores trabajan para instituciones educativas, los resultados son de considerable interés. En general, estos resultados indican que los alumnos orientados son casi típicos de toda población escolar, aunque existan algunas diferencias de menor importancia. Uno de los primeros estudios extensos de este tipo fue realizado par Villiamson y Bordin 1941, quien examinó los expedientes de 2 053 estudiantes que recibieron orientación en la oficina universitaria de tests de la Universidad de Minnesota, durante el periodo de 1932 a 1935. Aproximadamente dos tercios de los problemas presentados fueron vocacionales o educativos. Problemas personales sociales, de índole emocional, fueron los siguientes en frecuencia. Los estudiantes que buscaron la orientación, por propia iniciativa, obtuvieron un promedio mayor de logros escolares y en valoración de tests universitarios de aptitud que quienes lo hicieron a sugerencia de miembros de la junta universitaria. En otro estudio, efectuado en la Universidad de Minnesota, Schneidler y Berdie (1942) demostraron que los estudiantes orientados no diferían de los demás en lo que se refiere a becas para escuela superior, valoración de tests universitarios de aptitud y valoración de pruebas de rendimiento, logro y personalidad. En un estudio mucho más reciente, en la misma universidad, Berdie y Stein (1966) observaron que en 1963-1964, al igual que en los años anteriores, los alumnos del primer año universitario que solicitaban orientación eran muy semejantes a otros alumnos del mismo grado. Los casos clasificados en la categoría de habilidades de estudio y de lectura dieron un promedio un poco inferior a la norma universitaria para la habilidad académica; y las muchachas, en conjunto, dieron un promedio un poco menor en habilidades sociales y en confianza; pero esas diferencias fueron mínimas. Un cambio en la situación anterior consistió en que una fracción más pequeña del total de estudiantes buscaba orientación durante los sesentas, tal vez porque ahora podía disponerse de ella con más facilidad y en cualquier parte, que en las décadas anteriores. Los informes procedentes de otras universidades son semejantes. Las cifras que Baller (1944) presenta para 1942 y 1943, correspondientes a la Universidad de Nebraska, muestran que los nuevos alumnos que acudieron a la clínica de orientación lograron un promedio superior de habilidad. Para quienes tenían problemas vocacionales educativos, sus calificaciones de curso no fueron más bajas de lo previsto de acuerdo con sus pruebas de aptitud. Para el grupo de problemas personales, las notas fueron ligeramente inferiores. Kirk (1955), descubrió que 28% de los miembros de la Phi Beta Kappa 1955, de la Universidad de California, habían sido alumnos del centro de orientación, según una comparación con el 22% de la población estudiantil total, y que su reacción a esta experiencia fue, en general, positiva. Un porcentaje menor de estudiantes graduados, a saber: 7.1%, de 1955 a 1956 y 6.3% de 1956 a 1957, fueron incluidos en la población orientada de este centro, según otro informe de Kirk (1959); pero es interesante observar que, aun esta proporción del grupo cuidadosamente seleccionado de estudiantes graduados se interesaron por la orientación. Cabe señalar que tal vez los buenos estudiantes advierten más fácilmente el valor de estos servicios que los estudiantes de clasificación mediana. Dement (1957) obtuvo ciertos datos sobre la necesidad de orientación, como resultado de un intenso estudio realizado que se prolongó 10 años, en relación a 70 jóvenes que se graduaron en una universidad altamente selectiva. En respuesta a la cuestión general: "¿De qué manera pudo la universidad prepararlos mejor para llenar las exigencias de los últimos 10 años?", una tercera parte mencionó a la orientación. Estas observaciones espontáneas aparecieron aproximadamente con la misma frecuencia en las respuestas de los interrogados que se clasificaron como individuos A, B y C, de acuerdo con sus respectivos expedientes universitarios. Puede haber algunas diferencias de personalidad entre los estudiantes que buscan orientación y los que no lo hacen, y otras entre los estudiantes que se interesan por diferentes tipos también de orientación. En la Universidad de lowa, Goodstein, Grites, Heilbrun y Rempel (1961) indicaron que los sujetos orientados obtuvieron un promedio menor (menos bien adaptados) en sus calificaciones sobre el inventario psicológico de California que los sujetos control no orientados; y que quienes recibieron orientación educativa vocacional lograron calificaciones más elevadas que los que recibieron orientación personal. En la Universidad de California, Mendelsohn y Kirk (1962) emplearon el indicador de tipo Myers-Briggs para comparar a los estudiantes de primer año universitario que se presentaron a recibir orientación, durante su primer año de universidad, con los que se abstuvieron. Se observó que aunque no había diferencia en las variables extraversiónintroversión y pensamiento-sentimiento, los sujetos orientados estaban más inclinados a ser tipos intuitivos que sensitivos y los varones eran más perceptivos que reflexivos. Scheff (1966), en la Universidad de Wisconsin, comparó a los individuos que hacían uso de una clínica psiquiátrica para estudiantes con los que no lo hacían y encontró interesantes diferencias ambientales. Como era de esperarse, los pacientes clínicos marcaron más ítemes en una lista de problemas que se les pidió resolver, que los integrantes de una muestra aleatoria tomada del total de estudiantes. Los alumnos que tenían pocos problemas (tal vez sin necesidad urgente de terapia) era más probable que pidieran ayuda psiquiátrica si se encontraban en una posición social elevada y cuando su actividad religiosa era insignificante. Los estudiantes miembros de familias judías buscaban la terapia con más frecuencia que los estudiantes protestantes o católicos, y los no afiliados a organizaciones en mayor proporción que quienes si lo estaban. La mayor participación extracurricular y el origen geográfico también mostraban tener alguna relación con la diferencia que se consideraba. Un estudio posterior con mujeres talentosas, realizado por Faunce (1967), sugiere que cualesquiera factores personales que aparten a algunos estudiantes de buscar orientación pueden tener efectos desfavorables en sus carreras. Este autor observó que, de las mujeres inscritas para el periodo` 1950-1958 en la Universidad de Minnesota, aun cuando tenían calificaciones de actitud superiores al percentil 80 sobre las normas universitarias, 42% no llegaron a graduarse. Aunque muchas de las razones que esgrimieron para abandonar la universidad se referían a problemas que la orientación hubiera podido resolver, solo 31% de las no graduadas, en comparación con 441 de los graduadas habían buscado orientación. Se han hecho algunos intentos por descubrir lo que los estudiantes piensan, en general, acerca de los servicios de orientación; si es que tienen o no confianza en ellos, de tal manera que supieran aprovecharlos en caso necesario. Form (1953), formuló una escala para medir la actitud de los estudiantes y encontró que 84% de los alumnos del Estado de Michigan apoyaban entusiastamente el centro de orientación. Koile y Bird (1956) pidieron a los nuevos alumnos de la Universidad para maestros del este de Texas que llenaran la lista para confrontación de problemas de Mooney y que indicaran también a quién pensaban acudir en busca de ayuda de acuerdo con el tipo de problema. Aunque el 40% de los interrogados respondió que no necesitaría ayuda alguna, el 14% se refirió a orientadores o psicó- logos y el 11% mencionó que a los orientadores. Otros tipos de posibles consejeros recibieron menor número de votos. Parece probable, entonces, la existencia de muchos estudiantes que nunca consideran los beneficios que podría traerles la orientación. Los orientadores suelen preferir a los sujetos que acuden voluntariamente, que a los que les envían otros miembros del cuerpo de orientadores. Los segundos pueden, de hecho, ser algo superiores, según lo ha sugerido el estudio de Williamson y Bordin (1941c), que hemos mencionado. Los análisis de las variables de rendimiento, realizados por Collier y Nugent (1965), indicaron que los sujetos con necesidad de orientación, en conjunto, no diferían de los sujetos sin orientación, pero que los sujetos que acudían por propia voluntad obtenían calificaciones más altas, en la mayor parte de los tests, que los estudiantes en general; y que los sujetos recomendados por el cuerpo de orientadores obtenían calificaciones mucho más bajas. Puede decirse, entonces, que los miembros de la facultad tienden a ver la orientación como un servicio para estudiantes adaptados en mayor proporción que los orientadores o los estudiantes mismos. DISTINTOS MODOS DE VER LA FUNCIÓN DEL ORIENTADOR Haciendo caso omiso de la manera en que los orientadores definen su especialidad, lo que ellos hacen depende, en cierto grado, de las definiciones que dan otras personas. La investigación ha revelado cierta contradicción en las percepciones que distintos grupos tienen de la función del orientador. En el plano universitario existen también ciertos datos de la discrepancia entre la forma en que otras personas conciben el oficio del orientador y la manera en que este mismo la percibe. Thrush (1957) descubrió que, entre 1952 y 1956, el cuerpo directivo del centro del Estado de Ohio habla restado importancia a la orientación vocacional, para hacer hincapié en el ajuste personal. King y Matteson (1959) descubrieron que en el Estado de Michigan, en respuestas a cuestionarios, dadas por 390 estudiantes elegidos al azar, aparecían dos tipos de opinión. Algunos consideraban el centro de orientación como un lugar dedicado a resolver problemas educativos y vocacionales; otros, como un lugar dedicado a problemas sociales y personales. Warman (1960) elaboró una escala de actitud según la cual los interrogados podrían indicar hasta qué punto les parecía que era tarea de los miembros del centro universitario de orientación la solución de las tres clases de problemas estudiantiles. Se recibieron respuestas del cuerpo directivo del centro de orientación, de otros trabajadores de la dependencia de estudiantes, de miembros de la facultad y de alumnos antes y después de recibir la orientación. Todos los grupos, tomando en consideración la conveniencia para cada uno de ellos clasificaron en primer término la elección vocacional; y, excepto el cuerpo directivo del centro de orientación, todos clasificaron en segundo lugar la rutina universitaria y, después, la adaptación personal y similares. Los mismos orientadores clasificaron también, en segundo lugar, la adaptación, dándole un valor mucho más elevado que cualquier otro de los interrogados. En un estudio ulterior, Warman (1961) pidió a orientadores del cuerpo directivo de 25 centros representativos de orientación universitaria que respondieran a su escala. Aunque hubo muchas diferencias entre las clasificaciones, especialmente con respecto a la categoría adaptación a sí mismo y a otros, todos calificaron la elección vocacional como la más apropiada. Los centros de preparación asignaron a la rutina universitaria una nota de adecuación más baja que los demás centros. Eels y Guppy (1963) pidieron a 17 orientadores de un centro universitario que hicieran dos clasificaciones de los enunciados del problema que Tlurush había empleado en el estudio citado anteriormente. Una clasificación la hicieron según lo que ellos pensaban que era importante que tratara la clínica y, la otra, con arreglo a sus preferencias personales. Las correlaciones para los orientadores individuales comprendían desde 0.05 hasta 0;88. Parecería que las personas que tenían correlaciones bajas podrían sufrir alguna frustración sí la clínica las obligaba a emplear demasiado tiempo en los tipos poco aceptables de orientación. Se han hecho, asimismo, en el nivel de escuela superior, varios intentos por lograr diferentes percepciones de lo que hacen o deben hacer los orientadores. Aquí, también existen datos de que los estudiantes y, probablemente de igual modo sus padres y maestros, definen el papel del orientador atendiendo, en primer término a los problemas educativos y vocacionales, mientras que muchos orientadores prefieren atender los intereses personales y sociales. Jenson (1955) pidió a los integrantes de una muestra aleatoria, consistente en el 20 ó de 8000 alumnos de las escuelas superiores de Phoeníx, que respondieran a cinco preguntas en las que se trataba de resumir en qué formas la orientación era provechosa. Los orientadores obtuvieron casi la misma cantidad de votos que los padres, respecto a la utilidad de su auxilio en problemas personales; pero, en lo que se refería a los planes educativos vocacionales, el número de votos fue mucho mayor a favor de los primeros. Grant (1954) pidió a los estudiantes de nueve escuelas superiores del centro del Estado de Nueva York que designaran a las personas a quienes pensaban acudir en primero, segundo y tercer lugar, con objeto de que les prestaran auxilio en las siguientes tres clases de situaciones: planes vocacionales, planes educativos y problemas emocionales personales. Se comprobó, con toda claridad, que los dos primeros aspectos se consideraron de la incumbencia de los orientadores; pero no así el tercero. En otro documento, Grant (1954b) informa que los administradores y maestros de escuelas también consideran que han de estar a cargo del orientador los problemas vocacionales y educativos, pero no los personales; aunque el 56% de los orientadores mismos estima que los problemas personales y sociales están dentro de su campo de acción. Bergstein y Grant (1961) demostraron que también los padres conceptuaban a los orientadores menos aptos para abordar problemas personales. Kaback (1963) obtuvo resultados algo diferentes en una encuesta entre miembros del personal docente. El 79% de los 221 maestros procedentes de 28 escuelas elementales de Nueva York, así como de escuelas secundarias, manifestaron que ellos enviarían a los alumnos con problemas personales a un orientador escolar. En cambio, como en los estudios anteriores, la mayoría de los alumnos de esas mismas escuelas convino en que eran de la competencia del orientador escolar los problemas escolares y vo- cacionales. Dunlop (1965 ), y Bigelow y Humphreys (1.967) tambien indican que, según los estudiantes, los problemas personales no deberían llevarse al orientador, aun cuando muchos orientadores pensaran o hicieran lo contrario. CONCLUSIONES Si la profesión de orientación se define en el sentido que hemos recomendado en este capitulo, como un servicio destinado fundamentalmente a facilitar que los individuos normales realicen las elecciones de las que depende su desarrollo, dicha profesión quedará en armonía con lo que los clientes esperan de ella. Si, por lo contrario, se le define como un servicio cuyo fin es, principalmente, producir cambios en la personalidad y superar las dificultades de adaptación, los orientadores y los clientes tal vez se hallen buscando objetivos opuestos, a menos que se descubran métodos más eficaces para comunicar al público los verdaderos propósitos. A la autora le parece que debe preferirse, con mucha razón, la primera de estas alternativas.