Laura Luna EL CUIDADOR: APOYO PSICOLÓGICO, GRUPOS DE APOYO, TÉCNICAS DE RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS 1. El cuidador principal: áreas de sobrecarga Las demencias en general y la enfermedad de Alzheimer en particular son un problema sociosanitario de primer orden que suele desbordar a las familias que lo sufren. A pesar de los cambios sociodemográficos de estos últimos años (envejecimiento poblacional, mayor incorporación de la mujer al ámbito laboral,…) el cuidado informal (la propia familia) es la principal fuente de ayuda de las personas mayores dependientes (IMSERSO, 2005). En el caso de las demencias tradicionalmente hay un miembro que asume la responsabilidad y cuidados del paciente (cuidador principal) que suele ser mujer, de edad media, casado (Tabla 1). Conozcamos los diferentes tipos de cuidadores en función del grado de carga que soportan definida ésta como la intensidad de ansiedad o angustia que siente el cuidador ante los cambios que sufre su vida diaria, social y económica. Principalmente su grado varía según el momento evolutivo de la enfermedad, de sus conocimientos sobre la patología y de la ayuda que recibe de otros cuidadores: Cuidador principal. Es aquella persona dentro de la familia que asume la mayor responsabilidad en la atención al anciano (Levin, 1993). Cuidador secundario. Familiar que comparte en menor medida la carga del cuidador principal. Cuidadores formales. Personas, profesionales o no, que reciben una remuneración por el cuidado del enfermo. Tabla 1: Perfil del cuidador de una persona mayor dependiente, IMSERSO 83.6% mujeres De entre las mujeres cuidadoras, 43% hijas, 22% esposas y 7.5% nueras Edad media 52.9 años (20% supera los 65) 75.2% casados 60% comparten el domicilio con la persona cuidada En el 74% no existe una ocupación laboral remunerada del cuidador 84.6% prestan ayuda diaria Solo un 20% de los cuidadores principales es sustituido por otro familiar Percepción de la prestación de ayuda: cuidado permanente El hacerse cargo del cuidado de una persona que tiene demencia es asumir una importante sobrecarga física y mental. Puede afectar sobre muchas áreas: La relación con otros familiares (hijos, pareja,…) se puede alterar. Pueden sentirse solos y que nadie les ayuda. A veces tienen que desempeñar nuevos roles: una hija que cuida a su madre, un marido que tiene que hacer las tareas de casa. El trabajo puede verse afectado ya que van a necesitar más tiempo para cuidar a su familiar. Ante las nuevas necesidades los gastos se disparan. Una atención desmedida y una dedicación exclusiva al cuidado puede empeorar su salud (fatiga extrema, ansiedad, depresión,…). Estas áreas se resumen en consecuencias emocionales, conductuales, sobre las salud física, sociales, familiares y económicas del cuidador. Podemos encontrar diversos problemas dependiendo del integrante de la familia que asume el papel principal. No es lo mismo cuando se trata de un hijo (problemas con la pareja, sus otros hermanos, descenso del rendimiento laboral) que del cónyuge (sentimientos de soledad, mayor ambivalencia afectiva, vergüenza). A medida que la enfermedad va evolucionando el cuidador va experimentando gran cantidad de sentimientos: Impotencia. Llega un momento en el que piensa que no está haciendo lo suficiente por su familiar llegando a renunciar a muchas actividades. Cólera y resentimiento. Puede sentir una falta de apoyo total y preguntarse a menudo “por qué me ha tocado a mi”. Sentimientos de culpa. Muy presentes en los momentos en los que hay que tomar decisiones difíciles (ingreso en residencia, incapacidad,…) Vergüenza. A veces puede avergonzarse por el comportamiento del paciente (p. e. tiende a desnudarse). Soledad. Ha perdido sus amistades y se encuentra solo con su familiar. Sentimientos contrarios. Quieren al paciente, se vuelcan en él y al mismo tiempo lo odian, desean que todo termine. Negación. Sobre todo al principio no querrán creer que su familiar está enfermo, que tiene problemas que necesitan atención especializada (especialmente los cónyuges). A lo largo del proceso vital que supone la aparición de una demencia la familia puede pasar por estas 6 etapas que nos ayudarán a entender el momento en el que se encuentran (Ramos y Barberá, 2001): 1. Funcionamiento familiar premórbido. Las relaciones interpersonales e intergeneracionales, los roles y los procedimientos para la toma de decisiones diarias son la base de la dinámica familiar habitual antes de que aparezcan los primeros síntomas de la enfermedad. La calidad de estas relaciones va a repercutir en el proceso y modo de afrontar las distintas situaciones y cambios que la familia en su conjunto va a vivir. 2. Inicio del proceso. Deterioro cognitivo. En esta etapa puede que la familia no haya notado ningún cambio o que el paciente no haya manifestado su preocupación por mínimas dificultades. Es común que hasta llegar a un diagnóstico el enfermo y su familia hayan consultado a varios especialistas sin una respuesta clara. Esto, en parte, es provocado por la heterogeneidad de síntomas (cambios de personalidad, depresión, olvidos,…). Hay que considerar que muchas veces es la pareja quien debe encargarse de todo, siendo mayor y pudiendo tener también déficits cognitivos. 3. Detección de la demencia. Este es un momento importante, la familia va a reaccionar de muy diferentes modos frente al impacto del diagnóstico (aceptación, rechazo,…). La incertidumbre acerca del futuro es frecuente. Fundamentalmente influyen aquí las características particulares de la familia (relación previa familiar-enfermo, personalidad, apoyo familiar,…), del individuo (no es lo mismo si inicia con despistes, apatía que presentando alteraciones psicológicas y conductuales como las alucinaciones, p. e.) y del mismo proceso de la demencia (inicio brusco vs. insidioso, p. e.). 4. Crisis. Se pueden distinguir dos tipos en relación a la repercusión de la enfermedad sobre nuestra vida diaria: Crisis que comienza cuando conocen el diagnóstico Crisis que empieza junto al empeoramiento del paciente; se hace más dependiente para todas las actividades o aparecen trastornos conductuales. 5. Reorganización. Frente a la crisis se produce tensión y ésta genera cambios que deben adoptarse si no queremos cronificar dicha crisis. Todos los días encontramos familias que no llegan a acuerdos o son ineficaces resultando el mayor perjudicado el enfermo ya que afecta a su mejoría y/o mantenimiento tanto a nivel cognitivo como funcional. Hay dos aspectos característicos: Redefinición y reasignación de papeles, obligaciones, expectativas, etc. Identificación y movilización de recursos, internos y externos. 6. El duelo en vida y después de la pérdida. Esta fase de “vacío” aparece cuando el enfermo ya no está, bien porque ha fallecido, bien porque ha ingresado en una residencia. La familia, especialmente el cuidador principal debe rellenar todos esos espacios que había cedido al cuidado de su familiar y negado a sí mismo (pareja, amigos,…). 2. El síndrome del cuidador El síndrome del cuidador es un estado generalizado de desgaste físico y emocional consecuencia de la sobrecarga de cuidar de un modo desmedido a un enfermo crónico (Tabla 2). En relación a éste se han descrito mayores tasas de institucionalización, desatención y malos tratos entre las personas atendidas por cuidadores con altos índices de sobrecarga y esfuerzo. Tabla 2: Señales de alarma del síndrome del cuidador Problemas de sueño Falta de energía, fatiga permanente,… Aislamiento social Consumo excesivo de tabaco, alcohol, medicamentos Malestar físico (temblores, molestias en el estómago,…) Problemas de memoria y dificultad para concentrarse Pérdida de interés por actividades que te gustaba hacer Pérdida o aumento del apetito Enfadarse más a menudo, especialmente con otros familiares, y a veces por pequeños motivos Cambios de humor Dificultad para superar el nerviosismo o la tristeza Negar estos síntomas, lo que nos pasa Alguien que sufre este síndrome pasa por unas fases o etapas: Fase de estrés laboral: El cuidador vive para y por el paciente. Se siente con mucha energía y niega la ayuda de los demás. Se empieza a cansar físicamente y a cuidar peor al paciente. Fase de estrés afectivo: El cuidador sufre de cansancio físico y emocional. Se siente solo, sin ayuda, incomprendido, que nadie reconoce su esfuerzo. Se siente impotente y acaba pagándola con el paciente. Fase de inadecuación familiar: El cuidador siente las consecuencias de asumir desmedidamente el cuidado del familiar; está fatigado, tiene dolores de estómago, de cabeza,… Fase de vacío personal: Descrita más arriba. El cuidador debe empezar de cero. Para evaluar dichas consecuencias se han utilizado gran cantidad de cuestionarios, autoinformes y escalas como la Escala de Sobrecarga del Cuidador de Zarit, el Índice de Esfuerzo del Cuidador o el Cuestionario de Pensamientos Disfuncionales sobre el Cuidado: Escala de Sobrecarga del Cuidador de Zarit. Es la más utilizada y consta de 22 items en los que el entrevistado debe señalar la frecuencia con la que se siente identificado. Cada respuesta se clasifica como nunca = 0, rara vez = 1, algunas veces = 2, muchas veces = 3 y casi siempre = 4. Se deben sumar todos los puntos para el resultado total que se interpreta según los siguientes intervalos: 22-46: No sobrecarga 47-55: Sobrecarga leve 56-110: Sobrecarga intensa 3. La comunicación con el familiar-cuidador A menudo el profesional que se aproxima al campo de las demencias es consciente de que su relación es más cercana, a veces, con el familiar que con el propio paciente; éste se va volviendo más dependiente y el cuidador principal acaba asumiendo la responsabilidad total sobre su vida. Es fundamental conocer y comprender por lo que está pasando el cuidador y así entender lo beneficioso de adoptar una serie de pautas a la hora de comunicarnos con ellos. Existen tres estilos básicos de comunicación (asertivo, pasivo y agresivo) entre los que el asertivo sería el más apropiado ya que consiste en la habilidad de elegir nuestro comportamiento en función de las circunstancias, manteniendo una buena relación con los demás y con un mínimo coste emocional. Una serie de técnicas relacionadas nos ayudará a interactuar positivamente con el familiar-cuidador (Nevado, 2006): Utilizar el lenguaje verbal y no verbal para demostrar que estamos escuchando. Hay que cuidar lo que uno dice (palabras, frases) y lo que hace (mirada, tono de voz) porque uno no deja nunca de comunicar. El parafraseo es una técnica útil que consiste en repetir de vez en cuando algunas frases que el interlocutor ha emitido. Estamos demostrando que lo estamos atendiendo. Mostrar empatía. El ponernos en el lugar del otro implica máxima comprensión. Debemos convertirnos en un espejo en el que la persona ve reflejados sus sentimientos y que ésta perciba que la entendemos. A veces hay que aceptar la opinión del familiar aunque sea distinta a la nuestra. Recogemos las opiniones, objeciones o quejas del otro. Reforzar los comentarios o actitudes de cambio positivos del familiar. Podemos usar frases de felicitación, admiración, reconocimiento ante por ejemplo conductas de autocuidado. Aceptar críticas. Solemos relacionar las críticas con daños personales reaccionando sin pararnos a pensar en el por qué, transmitiendo malestar e incluso poniéndonos a la defensiva. Si el familiar del enfermo nos hace alguna crítica con respecto al cuidado o trato del enfermo lo primero que debemos hacer es escucharle sin interrumpir, mientras evaluamos si tiene razón o no. Si consideramos que está equivocado intentamos hacérselo ver y sugerir un cambio de opinión. Los cuidadores son quienes mejor conocen al enfermo y así debemos hacerles sentir. Evitar hacer críticas al familiar, cambiarlas por sugerencias. Hay que valorar que son personas afectadas emocionalmente y pueden estar más sensibles. Dependiendo de la aceptación o no de la enfermedad los familiares van a pedir consejos o que se les asesore. Hay que considerar este aspecto antes de hacerles comentarios o tratar ciertos temas. Elegir el momento y el lugar adecuados. Queremos favorecer un buen clima. A veces podemos sugerir al paciente que necesitamos hablar de algún tema con su familiar a solas. No interrumpir, esperar. Al dejarles hablar les permitimos que se desahoguen y confíen en nosotros. Escucha activa. Además de estar atento hay que controlar el tono de voz y la postura corporal (p. e. tener los brazos cerrados es signo de cansancio o de estar cerrado a la comunicación). Saber escuchar o tener la habilidad de escuchar. Toda la formación teóricopráctica que tengamos no nos servirá de mucho si no existe una buena información y comunicación con el familiar. Consideremos unas recomendaciones finales: Explicar adecuadamente qué es y en qué consiste la demencia. Extremar la delicadeza cuando transmitimos noticias. Dar información veraz sobre las consecuencias de la enfermedad sobre sus vidas: amplia para despejar dudas y concisa para no agobiarles. Dejar a un lado los tecnicismos de nuestras profesiones y usar términos sencillos y entendibles. Derivar hacia otros recursos y/o profesionales para orientar, informar y asesorar en la planificación de la enfermedad. Asumir que la familia tiene derecho a no aceptar la enfermedad y buscar segundas opiniones. Tener paciencia ante los enfados y respetar todas las opiniones o sentimientos que puedan tener. Entender que cada familia es única. Involucrar a cuantos miembros de la familia se pueda. Evitar la figura del cuidador único o principal. 4. Recomendaciones generales para el cuidador Por todo lo descrito anteriormente el cuidador va a precisar de una atención especial por nuestra parte siendo recomendables ciertas orientaciones para favorecer el proceso de aceptación y afrontamiento de la enfermedad: Aceptar la enfermedad: Informarse y formarse sobre la evolución, tratamientos, recursos sociosanitarios, asistencia jurídica,… Analizar la nueva situación, necesidades, recursos y diferentes opciones. Repartir las tareas con otros familiares de forma realista. Anticipar posibles complicaciones. Comunicar el diagnóstico a familiares y conocidos para una mejor comprensión de la enfermedad. Procurar disponer de tiempo para sí mismo y mantener, en lo posible, sus amistades próximas. Contactar con asociaciones de familiares. No aislarse. Buscar y solicitar ayuda profesional cuando sea necesario debido a la gran carga física y psíquica que supone el cuidado. Para garantizar el cuidado de aquellos que cuidan se aplican terapias tanto a nivel individual como a nivel grupal. Las intervenciones psicológicas individuales se basarían en la aplicación de distintas técnicas fundamentalmente cognitivoconductuales. Dentro de las intervenciones grupales pueden distinguirse cinco grandes tipos (Olazarán, Muñiz, Poveda y Martínez, 2007): Grupos de apoyo o autoayuda. Los cuidadores se reúnen de manera informal para compartir experiencias. Parecen ser beneficiosos con los familiares que soportan mayores niveles de estrés o de malestar anímico. Grupos psicoeducativos o de entrenamiento. Los cuidadores reciben formación al mismo tiempo que son entrenados en habilidades de comunicación, manejo de las alteraciones conductuales, etc. También se organizan grupos para el propio cuidador combinando distintas técnicas psicológicas (entrenamiento en relajación, técnicas de resolución de problemas, reestructuración cognitiva). Los resultados globales sobre el bienestar psicológico del cuidador son muy positivos. Dado que la evolución de una demencia conlleva una toma de decisiones importantes y complejas es frecuente la utilización de la técnica de solución de problemas de Zurilla y Goldfried que desglosa por pasos cómo llegar a una solución de un modo lo más eficaz posible. Se describen y explican sus 5 fases: 1. Orientación general hacia el problema 2. Definición y formulación del problema 3. Generalización de soluciones alternativas 4. Toma de decisiones y 5. Puesta en práctica y verificación de la solución Se aplican a problemas puestos de manifiesto y se asignan tareas para casa y autorregistros de situaciones problemáticas en las que se siguen los pasos entrenados. Cuidados de respiro. Se refieren a apoyos puntuales tales como la ayuda en el domicilio, los ingresos temporales en residencias y los centros de día. No hay apenas estudios sobre su efecto sobre el paciente y su familiar. Asesoramiento y gestión de casos. Consisten en una valoración individualizada con la que se orienta al cuidador en la toma de decisiones (adaptaciones en el hogar, problemas médico-legales,…). Los resultados obtenidos son muy favorables incluso transcurrido el tiempo. Programas de apoyo global. Combinan elementos de todas las anteriores opciones. No parecen ser mucho más costosas, sobre todo si valoramos sus positivos efectos tanto a corto como a largo plazo. El trabajo en grupos tiene ciertas ventajas con respecto a las sesiones individuales ya que reduce la ansiedad inicial porque se encuentran con personas que están pasando por la misma situación, facilita el afrontamiento del problema que se quiere tratar por un proceso de identificación con los demás y aumenta la sensación de apoyo que a nivel individual ofrece el terapeuta. Bibliografía Los cuidados formales a un enfermo de Alzheimer. El gerocultor. Edita AFALcontigo. Caja Madrid, Obra Social 2006. J. M. Martínez Lage, C. 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