LA ESCUELA DE MEDICINA DE GUADALUPE

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LA ESCUELA DE MEDICINA DE GUADALUPE: Su relación con la Universidad de Alcalá
En el corazón de la vieja y sabia Extremadura, escondido entre Villuercas y Altamiras, se
encuentra el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, Santuario de la Patrona de
Extremadura y Reina de las Españas. La influencia de la advocación mariana sobrepasa
nuestras fronteras y en América constituye un fenómeno especial. En su honor se erigen
templos, se denominan parroquias y se bautizan niñas desde Santa Fe en Argentina a Uruguay, Colombia, Venezuela, Antillas, Costa Rica, y sobre todo México donde su devoción
está muy extendida. A título de curiosidad, citaremos que los familiares de los mineros enterrados vivos en la mina S. José en el desierto de Atacama en Chile se encomendaron a la
Virgen de Guadalupe para lograr su feliz rescate.
El Monasterio y su Virgen morena son contemplados por más de siete siglos de historia y
vida. Está estrechamente relacionado con la historia de España, con protagonismo especial
entre los siglos XV y XVII. Es raro que alguno de los grandes personajes de aquella época
deje de venir a postrarse ante la Virgen.
Conocida es la gran devoción que la reina Católica sentía por la imagen de la Virgen. Tal
como nos relata Fray Diego de Écija, cronista y testigo ocular: "En tiempos en que fueron
priores Fray Diego de París y Fray Nuño de Arévalo, paisano de la reina... frecuentaban mucho a venir a este Monasterio los reyes católicos D. Fernando y doña Isabel, lo cual habían
acostumbrado a hacer desde el principio de su reinado… porque no comenzaron negocio
que fuese arduo que no viniesen primero a encomendarse a esta Reina de misericordia…
siendo librados por ella de muchos peligros y con el amor y devoción que a esta casa tenían
quisieron que las infantas y el príncipe Don Juan sus hijos, se criasen y estuviesen algún
tiempo en este Monasterio". En 1479, acudieron en tres ocasiones, una de ellas para solucionar la situación de su sobrina Juana de Castilla, hija de Enrique IV ya que aquí se acordó
que ingresara en el monasterio de las monjas clarisas de Coimbra. Guadalupe siempre quedaría en el corazón y recuerdo de la Reina católica como se deduce del hecho de que al
otorgar testamento dos años más tarde en Medina del Campo no solo recuerda el Santuario
de Guadalupe entre los beneficiarios de sus limosnas sino que, mientras lega su cuerpo al
templo franciscano de Granada, ordena que su espíritu, contenido en las páginas de su última voluntad se guarde cerca del icono de Santa María que ella tanto amó: "E mando que
este mi testamento original sea puesto en el Monasterio de Guadalupe para que cada e
quando fuere menester verlo originalmente lo puedan alli fallar...”.
La Semana Santa de 1486 fue fecha importante porque tras la corte acudió el futuro almirante Cristóbal Colon, quien quedó impresionado por la devoción de los peregrinos. Tanto fue
así que repitió la visita otras dos veces más quedando la Virgen de Guadalupe como una de
sus devociones predilectas como lo demostró encomendándose a ella ante el peligro de
naufragio que sufrió cuando volvía de su primer viaje de las Indias. En 1493, bautizó con su
nombre una de las islas del Caribe y llevó a Guadalupe a bautizar a dos indígenas criados
suyos.
La visita más larga de los Reyes fue la de 1492 ya que duró algo más de un mes y sirvió
para que los Reyes mostraran su agradecimiento por la conquista de Granada y estrenaron
junto con sus hijos la lujosa hospedería construida por el arquitecto Juan Guas.
Durante el siglo XV, llegaban peregrinos de todo tipo entre los que se encontraban los redimidos de cautiverio sufrido en tierras musulmanas, así lo hizo entre otros un alcalaíno ilustre
D. Miguel de Cervantes. Venían a postrarse ante la Virgen para agradecerle su libertad.
A una legua de Guadalupe está la granja de Valdefuentes, un palacio en pleno campo para
albergar a las personas reales y principescas que, en sus visitas al monasterio, precisaban
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de posada digna de su rango. Para descanso de los Reyes Católicos, más cercana todavía
al monasterio, se levantó la granja de Mirabel.
63 años para 64 tenía nuestro rey Fernando cuando en Madrigalejo, provincia de Cáceres,
un 23 de Enero de 1516 encontró la muerte. Se dirigía a Guadalupe con motivo de asistir al
Capítulo de las Órdenes de Calatrava y Alcántara que allí se celebraba. La causa de su fallecimiento por interesante y peculiar que sea, estoy seguro que la UA encontrará mejor
ocasión para ser expuesta.
La niebla de las tradiciones y leyendas antiguas envuelve el origen de la imagen. Nos enternece la idea de que su procedencia sea ni más ni menos que de la tumba de San Lucas
localizada en Acaya, región del Peloponeso griego. Tras múltiples vicisitudes y milagros,
pasó por Constantinopla y Roma donde por su merced se dio nombre al Castell de
Sant’Angelo para acabar siendo entronizada por San Leandro en Sevilla, en la iglesia Mayor
de la ciudad.
Con la llegada de los moros, por temor a sufrir agresiones, los clérigos, abandonan Sevilla
hacia el año 714, se dirigen hacia Extremadura y ocultan la imagen y una campanilla de plata en una cueva de la Sierra de las Villuercas, junto a un caudal más bien escaso en aguas
que tenía por nombre río Guadalupe, que significa según unos, río oculto o escondido y según otros, río de lobos y próxima a una tumba de mármol que probablemente contenía los
restos de S. Fulgencio.
Cinco siglos se mantuvo oculta a la devoción la imagen, pues no es hasta finales del s. XIII
que según cuenta la leyenda, un vaquero cacereño apodado Gil de Santa María y llamado
con posterioridad Gil Cordero encontró el cadáver de una vaca perdida. Al hacer una incisión en forma de cruz para desollarla y aprovechar la piel, el animal se levantó apareciéndose entonces la Virgen, quien le pidió que avisara a los clérigos y contara lo que había visto y
que en aquel lugar cavasen la tierra, donde encontrarían una imagen suya y allí mismo deberían edificar una iglesia. Se dio cumplimiento a su ruego y entre monjes y pastores levantaron un pequeño templete utilizando piedras y troncos. Allí fue depositada la imagen de la
Virgen. Éste fue el germen del futuro Monasterio, pues pronto comenzaron las peregrinaciones al lugar y la primitiva ermita fue creciendo. El Rey Alfonso XI, que solía frecuentar la
zona por sus actividades cinegéticas donó tierra y dinero para construir una iglesia nueva.
Las obras duraron desde 1330 hasta 1336.
No contaba Abul-Hassan el caid de Túnez, con que Alfonso XI se encomendara a la virgen
de Guadalupe antes de la batalla que los enfrentó entre los ríos Salado y Guadalmesí el
lunes 30 de Octubre de 1340 por la conquista de Tarifa. Tras la victoria sobre los benimerines, en reconocimiento de la ayuda de la Virgen, donó al Santuario una gran parte de los
bienes y objetos confiscados a los árabes. El Arzobispo de Toledo D. Gil Carrillo de Albornoz, que acompañó a Alfonso XI en la anterior batalla, concede al Rey el Patronato de Guadalupe en 6 de Enero de 1341, eleva su iglesia a Priorazgo y le otorga la facultad para nombrar priores. Comienza así el Priorato Secular que habría de durar hasta 1389.
Fueron surgiendo los primeros centros de acogida para peregrinos y enfermos que acudían
con el fin de implorar la ayuda de la Virgen; en principio fueron llamados hospitales pero no
estaban dedicados a la curación de enfermedades, sino que funcionaban como simples albergues, hospederías o asilos. Algunos peregrinos acudían al Santuario con el propósito de
curarse sus enfermedades en los hospitales con ayuda de la intervención de la Virgen. La
medicina y la fe no eran considerados como recursos incompatibles. También los vecinos
pobres obtenían gratuitamente las medicinas de la botica de los monjes, por lo que el portero se quejaba repetidamente de la cantidad de gente de distinta condición que pretendía
obtener de balde los preparados de la botica. Los jerónimos ofrecían a los romeros pobres
aposento y comida gratuitos durante tres días, un par de zapatos, servicios sanitarios y algo
de pan y de vino para el camino de regreso. Es lógico pues, que los hospitales fuesen am-
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pliados y reformados en varias ocasiones. El monasterio también se ocupaba del alojamiento de los reyes, caballeros, personas de "honra", frailes y monjas.
Tal vez la actuación más innovadora en la esfera asistencial consistió en una especie de
"seguridad social" para la mano de obra fija: a los criados fieles de edad avanzada que ya
no estaban en condiciones de trabajar se les proporcionaba servicio médico gratuito y una
pensión de por vida. Estas prestaciones también se concedieron a las viudas de algunos
criados.
Durante la Baja Edad Media y en los albores del Renacimiento, el Monasterio de Guadalupe
fue un importante centro de asistencia médica y al mismo tiempo de enseñanza no universitaria de la medicina y de la cirugía.
En efecto, en torno al primitivo santuario de Nuestra Señora de Guadalupe surgieron una
serie de auténticos hospitales destinados a dar cobertura sanitaria a los peregrinos que acudían al lugar y como consecuencia de la experiencia y alta cualificación de los médicos y
cirujanos que allí ejercían se erigió una verdadera Escuela de Medicina, aspecto éste poco
conocido y escasamente difundido a pesar de su trascendencia.
Nos encontramos en la segunda mitad del siglo XV. Los hospitales de Guadalupe no eran
meros albergues ya que se practicaba la medicina y la cirugía. Los "físicos" contratados estaban bien pagados y solían ser profesionales muy cualificados. El "físico" siempre fue con
diferencia el empleado con mayor salario. Hacia 1462 su retribución en metálico era de
15000 maravedís al año - 10 veces superior a la de los capellanes, casi dos veces superior
a la del alcalde y cinco veces superior a la de los cirujanos -. La calidad de los servicios médicos formó parte de la estrategia de atracción de peregrinos. Además médicos y cirujanos
de Guadalupe constituyeron pieza clave en algunas de las "curaciones milagrosas" de Nuestra Señora. Tal era su prestigio que Carlos I atrajo a su real Protomedicato a los doctores
Ceballos y La Parra, quienes habían trabajado en los hospitales de Guadalupe.
Para incentivar los desplazamientos aparte la generosa hospitalidad y los reputados servicios médicos, los rectores monásticos lograron que los pontífices otorgasen suculentos beneficios espirituales a quienes peregrinasen al santuario. A finales del S. XVII, los gastos
ordinarios de los hospitales ascendían a 32.000 reales. Por estas fechas la octava parte del
total de desembolsos de la comunidad jerónima se destinaba a obras benéfico-asistenciales.
LOS HOSPITALES DE GUADALUPE
Como hospitales propiamente dichos, es decir, establecimientos destinados a la atención de
enfermos, durante los primeros años del Priorato Secular solamente hubo uno, conocido
como Hospital de San Juan Bautista. Ante la demanda progresiva de asistencia sanitaria el
hospital inicial se quedó pequeño, por lo que a mediados del siglo XV se edificó el Hospital
Nuevo, destinado a la atención de mujeres, y a finales del mismo siglo se construyó el Hospital de la Pasión, dedicado al tratamiento de las «bubas». Formando parte del propio Monasterio, ya en el siglo XVI, se edificó la Enfermería de los Monjes. Algunos otros edificios,
aunque también se denominan hospitales, realmente sólo fueron hospederías, si bien ocasionalmente, si las circunstancias lo exigían, sus camas se ocupaban con enfermos.
Se trata por tanto de una auténtica ciudad sanitaria o complejo hospitalario, en expresión de
nuestros días, que surgió en torno al Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe.
El Hospital de San Juan Bautista, también conocido como Hospital de Hombres, es el más
antiguo del complejo y el más próximo al Monasterio. Fue construido en 1402 por Fray Fernando Yáñez, aprovechando la edificación previa de la hospedería levantada por don Toribio
Fernández de Mena durante la etapa de Priorato Secular. Hoy día persisten restos arquitectónicos del antiguo hospital, como el Claustro principal, gótico, con distintas salas y depen-
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dencias, que forma parte del actual Parador Nacional de Turismo, y fuera del ámbito de éste, un segundo claustro, más pequeño, conocido como Claustro de las unciones y sudores,
con algunas arcadas mudéjares y elementos góticos, y en el sótano una Sala de operaciones, llamada tradicionalmente Sala de autopsias. La entrada al Claustro principal se hace a
través de una puerta de traza renacentista, coronada por un escudo con un jarrón de azucenas, como emblema mariano, con la leyenda «Languido collo nitet» (Brilla en la enfermedad). En la actualidad forma parte del emblema de la Sociedad Extremeña de Cirugía.
Era un edificio de notables proporciones, dotado de unas 80 camas de hospitalización, en el
que podía ingresar cualquier paciente, excepto los enfermos con procesos contagiosos, incurables o de larga evolución, a fin de no limitar las camas disponibles para los peregrinos y
evitar posibles epidemias.
Los enfermos que no cabían en el hospital eran, a veces, ingresados en casas particulares,
pero siempre eran tratados por los médicos del hospital. Se trata de una modalidad de asistencia sanitaria actualmente denominada «hospitalización a domicilio». Los enfermos ingresados se distribuían en cuatro salas: una para los capellanes, colegiales (estudiantes del
Colegio de Gramática, entre los que se encontraban los de medicina y cirugía) y sirvientes
de la Orden; otra, para heridos y operados; una tercera para enfermos con calentura, y la
última, para los pacientes con procesos de mayor riesgo (¿el antecedente de la UCI?).
Además, la llamada Sala de operaciones o de autopsias, anteriormente citada, se supone
que pudo servir de depósito de cadáveres y de prácticas de anatomía. Los cadáveres de los
fallecidos eran enterrados en un cementerio contiguo denominado Campo Santo.
La plantilla de este hospital estaba constituida por un médico principal, un médico pasante,
un cirujano y seis aprendices de cirugía. El médico principal tenía tres cargos oficiales: profesor de la Escuela de Medicina, médico de los monjes y titular de la Puebla, para atender a
los vecinos del pueblo por un contrato de iguala pagado por ellos mediante un reparto llamado «facendero».
El Hospital Nuevo, llamado también Hospital de Mujeres, fue construido con donaciones de
fray Julián Jiménez de Córdoba, acaudalado herrero, que abandonó la vida seglar después
de la muerte de su esposa y de sus hijos para entrar en la Orden de San Jerónimo, siendo
Prior Fray Juan de Zamora. Fue inaugurado entre 1435 y 1447. Estaba dotado de un claustro amplio, con habitaciones en dos plantas, de traza gótica, que todavía se conserva, y
aunque en el acta fundacional se dice que en él pueden ingresar tanto hombres como mujeres, sin embargo a lo largo de toda su historia sólo fue ocupado por mujeres. Las enfermas
eran atendidas por otras mujeres conocidas como «beatas».
La Enfermería de los Monjes se ubica dentro del propio Monasterio, en el claustro gótico,
que estuvo destinado a botica y a hospitalización de monjes. La enfermería fue mandada
construir por el Prior fay Juan de Siruela en 1519 y fue terminada, después de varias interrupciones, en 1535. Es una bonita pieza arquitectónica de tres plantas, con un orden de
arcos en cada una en las que se encontraban las celdas para los enfermos. La distribución
de las mismas se hacía teniendo en cuenta los años de profesión monástica del paciente,
así como la orientación, la altura (las de la planta baja tenían prioridad en verano) y las vistas de la estancia.
El Hospital de la Pasión, también conocido como Hospital de las bubas, fue fundado en
1498 por el Prior Fray Pedro de Vidania. Adquirió gran importancia como centro monográfico
de tratamiento de las bubas, que recibieron el nombre de sífilis a partir de 1521. Eran tratadas con ungüentos de mercurio y se aislaba a los enfermos a pesar de no ser conocido todavía el carácter infeccioso del proceso. El hospital estaba atendido por miembros de la Cofradía de la Pasión, aunque la asistencia médica era prestada por los médicos del Monasterio. Sin embargo, en algunas reseñas de la época se hace alusión al tratamiento de este
mismo proceso en el Hospital de Hombres.
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Otros centros fueron el Hospital del Obispo, el Hospital de los Niños Expósitos, fundado
en 1484, el Hospital de las Beatas de Mayor , el Hospital de Pero Diente, también llamado Hospital de María Andrés, fundado en 1422, el Hospital de San Bartolomé, el Hospital
de San Sebastián y el Hospital de Nuestra Señora de la O aunque nunca fueron auténticos hospitales destinados a la atención de enfermos sino centros de acogida u hospedaje.
Como complemento de los Hospitales, el Monasterio de Guadalupe, desde la llegada de los
Jerónimos en 1389, tuvo una Botica propia. Desde 1502, estuvo situada en el lado sur del
actual Claustro gótico y desde 1524, para mejor conservación de los medicamentos, en el
lado norte de dicho Claustro, que por esta razón también es conocido como Claustro de la
Botica. Estaba muy bien dotada de material, con vasos, cápsulas y otros utensilios de plata,
de productos y de plantas, procedentes de las huertas próximas en su mayor parte. En la
botica de Guadalupe se practicó la fiturgia, ciencia que estudia el cultivo y los beneficios de
las plantas medicinales. La farmacia permaneció en este lugar hasta el segundo cuarto del
siglo XIX, que se trasladó a la Portería.
ESCUELA DE MEDICINA Y CIRUGIA EN EL MONASTERIO DE GUADALUPE
Actualmente puede afirmarse con rotundidad que el Hospital de San Juan Bautista, la institución emblemática del Monasterio, fué no sólo un centro asistencial de primer orden, sino
además, un lugar dedicado a la docencia y al aprendizaje de la medicina y de la cirugía.
Aunque no tenía carácter universitario, ni otorgaba títulos académicos, puede incluirse en la
categoría de Hospital-Escuela. Este tipo de Escuela de Medicina, según algunos historiadores, comenzó a funcionar en Padua, en 1543, cuando Giovanni Battista da Monte, en el Hospital de San Francisco, impartía docencia teórica y práctica a un grupo de alumnos.
Hay textos de 1561 (Gaspar Barrientos, que había visitado el Monasterio en 1536) y de 1597
(Padre Gabriel de Talavera) en los que se relata que los médicos y los cirujanos de Guadalupe dictaban lecciones teóricas que eran recibidas por los aprendices y por quienes les
acompañaban en sus visitas diarias a los enfermos de los hospitales y de los domicilios particulares. Las clases teóricas eran impartidas por el médico principal o el cirujano mayor antes de iniciar la visita diaria y durante ésta, a la cabecera del enfermo para los que iban a ser
médicos y para los practicantes después de concluir la visita.
El comienzo de esta actividad docente con toda probabilidad se remonta a los primeros
tiempos del Monasterio, antes de que los rescriptos papales de 1442, 1443 y 1452 autorizasen a los monjes no ordenados in sacris a estudiar y practicar medicina y cirugía. Algunos
de los médicos seglares que trabajaron en Guadalupe fueron llamados por los Reyes Católicos para constituir el primer Protomedicato, una especie de tribunal encargado de valorar los
conocimientos de los médicos, lo que constituye un buen índice para juzgar la calidad y cualificación como docentes de los médicos y cirujanos guadalupenses.
La docencia teórica se completaba con el estudio en los libros de la Biblioteca del Monasterio, que estaba actualizada y muy bien dotada, con obras en latín y en romance.
La docencia práctica se realizaba a la cabecera del enfermo, curando heridas y participando
en las operaciones quirúrgicas.
La fecha de comienzo en Guadalupe de la disección en cadáveres humanos es un aspecto
controvertido, aunque con frecuencia se dice que fue precisamente en el Hospital de San
Juan Bautista donde, por un privilegio papal, se realizó la primera autopsia de España. Aunque no es posible documentar las disecciones anatómicas humanas hasta bien entrado el
siglo XVI.
Otro aspecto claro es la presencia de alumnos. En Abril de 1394, el Pontífice mediante bula,
autorizó al prior a escuchar las confesiones de los escolares. Quiere ello decir que los jerónimos pusieron en funcionamiento un colegio nada más instalarse en la puebla. Hacia 1462
un maestro y un repetidor atendían a 25 estudiantes quienes podían permanecer un máximo
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de tres años en el colegio. Los escolares ayudaban en determinados cometidos en la portería y en algunos oficios religiosos.
El Colegio de Gramática, fundado por los Reyes Católicos a finales del siglo XV era una especie de Colegio Mayor, alojaba a 42 colegiales de humanidades y a cuatro de cirugía. Además, los hospitales de Guadalupe fueron centros de ampliación de estudios y de conocimientos para médicos titulados.
Tal fue su fama durante los siglos XV y XVI sobre todo, que acudían allí médicos de toda
España para aumentar y completar su formación teórica, para adquirir experiencia práctica y
para aprender determinados procedimientos terapéuticos que se encontraban más desarrollados en Guadalupe que en otros lugares. El Monasterio amplió después su oferta de servicios educativos: comenzaron a cursarse estudios de gramática y de ciencias mayores y se
incrementó el número de escolares: a finales del siglo XVII residían unos 40 en el colegio y
30 en la hospedería.
Trabajan orfebres, plateros, tejedores, dibujantes e impresores, oficio éste muy descollante
en Guadalupe.
La Biblioteca del Monasterio comenzó a formarse con donaciones particulares, muchas de
ellas de civiles al ingresar en la Orden. Los fondos bibliográficos eran muy completos, con
textos de teoría médica, de cirugía, de farmacología, colecciones de historias clínicas (consilia) y de etnología. Había libros en latín y traducidos al romance y contaba con las obras de
Avicena, Averroes, Ali Habbas, Guy de Chauliac, Pietro O'Abano, etc.
En conclusión, en el Monasterio de Guadalupe concurrían todos los elementos para considerar a esta institución como una verdadera Escuela de Medicina. En efecto, disponía de
centros en los que se realizaba una medicina de altura, empleando la dietética, la farmacoterapia y la cirugía como armas terapéuticas; existían profesores, que eran auténticos maestros, y alumnos, tanto aprendices como profesionales titulados venidos de otros lugares; se
impartía docencia teórica y práctica, incluida la disección anatómica en cadáveres; en algunos aspectos los médicos guadalupenses fueron pioneros, como en la sutura primaria de las
heridas, las ligaduras vasculares y en el diagnóstico y tratamiento de la sífilis; disponían para su formación de una buena biblioteca, con textos actualizados para la época; dieron a
conocer y difundieron su experiencia en diversas publicaciones; evolucionaron en la concepción e interpretación de las enfermedades e incorporaron novedades terapéuticas médicas y quirúrgicas, y su quehacer influyó en las actividades de sus contemporáneos y estuvo
presente en las tareas de otras Escuelas.
La medicina en Guadalupe, adquirió un gran auge, se hizo más científica y menos empírica,
muy diferente de la ejercida en otros monasterios, que se limitaban a hospedar al enfermo,
darle de comer, asistirle espiritualmente y a aplicarle remedios elementales para sus enfermedades. En este cambio influyó el hecho de que a los judíos no les planteaba problemas
de conciencia trabajar sobre el cuerpo humano y, al conocerlo mejor, pueden tratar mejor
sus afecciones. Además, los judíos difundieron las ideas de Averroes y las implantaron en el
quehacer habitual: estudio y práctica de la anatomía, visita diaria a los pacientes, docencia a
la cabecera del enfermo, lecciones teóricas del profesor, utilización de las historias clínicas
para el aprendizaje, etc. Y así es como se actuaba y se enseñaba en Guadalupe a lo largo
del siglo XV.
MÉDICOS Y CIRUJANOS DE LOS HOSPITALES DE GUADALUPE
En este ambiente que podríamos denominar como “casi universitario” vinieron a aprender
primero y a impartir docencia después, insignes alumnos ya graduados de la Universidad de
Alcalá.
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Una de las figuras más importantes de esta época fue Francisco de Arce ó Arceo (14931580), considerado por algunos como el mejor cirujano de Europa en su tiempo. Se trata de
un extremeño nacido en Fregenal de la Sierra (Badajoz). Estudió Medicina y Cirugía en la
Universidad de Alcalá de Henares donde debió estar matriculado antes de 1513. Al terminar
la carrera fue nombrado cirujano de los hospitales de Guadalupe y están documentadas sus
actuaciones quirúrgicas ya en 1516. Merece la pena citar que el tratamiento de la sífilis (bubas), ya era conocido en Guadalupe a finales del siglo XV. Para ello se habilitó una sala
especial para estos enfermos en el Hospital de Hombres y como ya citamos después se
construyó el Hospital de la Pasión, monográfico para el tratamiento de esta enfermedad. El
tratamiento se hacía a base de «fumigaciones, sudoríferos y unciones mercuriales», según
lo describe Francisco de Arceo. Adquirió tal prestigio este tratamiento que, hasta el cierre de
los hospitales en 1835, acudía gente de toda España a tratarse este mal. Inventó un bálsamo que lleva su nombre y puede encontrarse en parafarmacias, “el bálsamo de Arceo”. Los
eruditos e historiadores lo consideran el primer gran cirujano de su siglo, el máximo exponente de la cirugía europea del XVI, antecedente de Dionisio Daza Chacón, Andrés Alcázar,
Bartolomé Hidalgo de Agüero, Francisco Díaz y Juan Fragoso. Pionero en neurocirugía,
cirugía torácica, cirugía de la mama, ortopedia infantil (inventó el calzado ortopédico) y cirugía plástica: asombrados quedarían los cirujanos actuales que realizan transplantes faciales
si leyeran la reconstrucción quirúrgica hecha por Arceo a un paciente con la cara destrozada; hasta fue prematuro en la cirugía taurina: reconstruyó una herida por asta de toro que
entró por un ojo y salió por la oreja. Ejemplares de sus obras existen en la B.N. de París, en
las U. de Harvard, Washington, Glasgow, Londres y Complutense de Madrid. Fue profesor y
maestro de cirugía de varios médicos ilustres entre los que cabe citar a Diego de Ceballos,
médico de Carlos I en Flandes, al doctor Moreno, médico de las Infantas españolas y protomédico de Felipe II y a Joan del Águila, cirujano de Carlos I a petición de Felipe II. Todos
ellos con ejercicio en los hospitales de Guadalupe, y sobre todos al insigne Benito Arias
Montano, que había aprendido medicina en Alcalá de Henares con Pedro de Mena. En el
prólogo del excepcional libro de Arceo “De recta curandorum vulmerum rationem”, escribe,
“Francisco de Arce ... el cual me ofreció su casa cerca del hospital y se empeñó en enseñarme el arte de la cirugía que él usaba según la oportunidad del lugar y momento...” Nació
cuando Arceo tenía 34 años por lo que no pudieron ser condiscípulos en Alcalá, según ha
señalado algún erudito. Arias Montano murió en Sevilla el 6 de Julio de 1598, en casa de
unos amigos, donde se había hecho trasladar al sentirse enfermo. Allí, serenísimo, dejó
huérfana a España el eximio doctor Benito Arias Montano, viajero incansable, bibliógrafo,
teólogo, filósofo, científico, escriturario y poeta de primer orden, doctor laureatus en lenguas
semíticas y políglota de modernas, autor de más de cien obras y tratados, consejero de FELIPE II, Comendador de la Orden de Santiago, embajador, supervisor general de la Biblia
Políglota de Amberes, Bibliotecario Mayor de El Escorial, Capellán Real y sabio universal .
Su cuerpo está enterrado en la cripta de la Iglesia de la Universidad sevillana. Digno descanso para quien siempre vivió inmerso en el mundo de los libros, del conocimiento y de la
sabiduría. Verdadero y auténtico humanista del renacimiento.
Francisco Hernández, nacido en Puebla de Montalbán (Toledo) en 1517 o 1518, estudió en
Alcalá de Henares donde se graduó en 1536. Después de ejercer la medicina en Sevilla, fue
médico principal de los hospitales de Guadalupe desde 1556 hasta 1560, donde estudió
anatomía y botánica lo cual le sirvió para poder traducir al castellano la obra de Plinio “El
Viejo” Naturalis Historiae de 37 volúmenes, con anotaciones propias. Mantuvo amistad con
Andrea Vesalio, Juan de Herrera o Benito Arias Montano. Felipe II le envió como protomedicato de todas las Indias a estudiar las tierras descubiertas. Encabezó en 1570 la primera
gran expedición científica de la edad moderna. Fue a Nueva España y como resultado de la
misma pudo redactar la Historia Natural de la Nueva España, (Cuatro libros en latín, once
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libros de láminas coloreadas, varios herbarios y un índice. Depositada en la Biblioteca del
Monasterio del Escorial se encuentra desaparecida en parte.
Para terminar, un alumno ilustre Juan Sorapán de Rieros, nació en Logrosán (Cáceres) en
1572. Estudió medicina en el Monasterio de Guadalupe. Es el primero y más ilustre de los
paremiólogos médicos españoles, que en 1616 publicó su obra “Medicina española contenida en proverbios vulgares de nuestra lengua”. Tuvo afamados condiscípulos como Pedro
García Carrero, continuador de la obra de Francisco Vallés. Murió en 1638 en su lugar de
nacimiento.
Y estos son algunos de los protagonistas, junto con otros sanitarios y servidores de los hospitales de Guadalupe, de una etapa de la institución guadalupana, que ha sido calificada por
algunos autores como la «Edad de Oro» del Monasterio de Guadalupe (1389-1562), en la
que la docencia y la asistencia sanitaria, para gloria de la medicina española, alcanzaron
alto nivel científico.
Y ha de ser un orgullo para esta Universidad que algunos de sus alumnos más ilustres contribuyeran con su esfuerzo y saber a elevar de manera notable el nivel asistencial y científico
de la Escuela de Medicina de Guadalupe.
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