Sangre en nuestros móviles

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Sangre en nuestros móviles: el conflicto del coltán en el Congo
Los teléfonos móviles se han convertido
en el producto estrella de la última década. En 2005, se vendían más de 800 millones de
teléfonos móviles al año en todo el mundo, pero en 2010 esa cifra ya superaba los 1.100
millones. Es decir, un negocio que está en continuo crecimiento y que no parece tener fin.
¿Cuántos de vosotros cambiáis de móvil una o dos veces al año?
Pues bien, seguro que también muchos de vosotros habréis oído hablar del coltán. Este
mineral ha pasado de ser considerado una simple curiosidad mineralógica a convertirse en
crucial para el avance tecnológico debido a sus nuevas aplicaciones. Hoy en día, es utilizado
en casi la totalidad de dispositivos electrónicos: teléfonos móviles, GPS, satélites artificiales,
armas teledirigidas, televisores de plasma, videoconsolas, ordenadores portátiles, PDA, MP3,
MP4...
Cosas del destino, el 80% de las reservas de coltán se encuentran en el este de la República
Democrática del Congo. Y como está considerado como un recurso no renovable altamente
estratégico, existe una guerra en el Congo desde 1998, totalmente olvidada por el mundo
occidental, para poder controlar su explotación. Desde entonces, más de 5,5 millones de
personas han muerto, lo que supone el mayor número de víctimas desde la Segunda Guerra
Mundial. Más de 1,5 millones de personas han sido desplazadas en el interior del propio país.
La antigua colonia belga tiene tanta riqueza que con su explotación debería nadar en la
abundancia, sin embargo, lo que le sobran son guerras y conflictos. Mientras tanto,
Occidente mira hacia otro lado y se aprovecha de la inestable situación que existe en el país
para negociar con el coltán.
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El entramado de situaciones es un poco
difícil
de
explicar,
pero
intentaré
resumirlo
lo
mejor
posible.
Desde
1998,
el
guerrillero Laurent Nkunda, de la etnia tutsi, controla la región de Kivu Norte, una de las más
ricas en minerales, gracias al apoyo del presidente ruandés, Paul Kagame, que legitima su
acción guerrillera a cambio del tráfico del coltán a través de la frontera ruandesa. En sus
años al frente de la guerrilla tutsi, Nkunda ha pertrechado asesinatos, masacres, extorsiones
y genocidios que apenas han sido denunciados por los diferentes organismos internacionales.
Los congoleños viven atemorizados ante la extorsión de los guerrilleros. Las minas de coltán
son explotadas por niños y adolescentes que viven en régimen de esclavitud, ya que gracias
a sus pequeños cuerpos son los únicos capaces de adentrarse por las estrechas galerías
donde obtienen el preciado mineral. Se calcula que por cada kilo de coltán extraído, mueren
dos niños. Una vez que obtienen el coltán, son transportados a las aldeas donde consiguen
vender unos 40 kilos de coltán por 10 dólares (unos 7 euros). Es decir, tres o cuatro días de
trabajo por unos siete euros de media. Después, este mineral se vende a las grandes
multinacionales por unos 70 euros el kilo.
Estos grupos de guerrilleros, a los que
no controla ni la ONU ni el propio ejército congoleño, tratan a los ciudadanos como esclavos.
Explotan a niños y a jóvenes, llevándolos a trabajar a las minas o convirtiéndolos en
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soldados. Cuando se derrumban fruto del cansancio acumulado, les degüellan o les queman
vivos. A los bebés, niñas, adolescentes, mujeres y ancianas las violan repetidamente. Pero,
¿cuál ha de ser la crueldad que emplean con ellas cuando en el documental que os dejo al
final del artículo suplican que desearían que sólo las violaran? Según se recoge en el
reportaje, cuando las violan les introducen palos ardiendo, hierros, bayonetas... Y quien
intenta escapar es torturado a la vista de sus compañeros o familiares para que sirva de
ejemplo.
Pero, ¿por qué no se actúa? Porque, como ocurre casi siempre, el negocio económico que
existe detrás es mucho más rentable que la explotación legal y controlada de estas minas.
Estos grupos de salvajes guerrilleros, apoyados militarmente por Ruanda, viven del coltán
que venden a las grandes multinacionales de Occidente. Aunque en la actualidad existen
18.000 cascos azules en la zona, el negocio del coltán sigue a la orden del día y sin control.
Incluso la población civil ha elevado sus quejas a los Comités con el África Negra,
asegurando que los cascos azules "no sólo no les defienden de Nkunda, sino que además les
han visto transfiriendo armamento y víveres a las tropas guerrilleras, dejándoles incluso usar
vehículos y helicópteros".
Los pequeños y destartalados aviones comerciales siguen despegando del Congo cargados
del preciado mineral. Bélgica, como antigua metrópoli, sigue siendo uno de los principales
clientes de las exportadoras congoleñas, que se sustentan principalmente del coltán que
proviene de las zonas ocupadas por Laurent Nkunda. Empresas como la multinacional belga
Traxys se dedica a la comercialización y distribución de minerales industriales como el coltán
y, aunque pretenden esconder la procedencia de ese mineral, sus propios proveedores
confirman que proviene de la zona en guerra.
Esta empresa, entre otras, exporta casi
todo el coltán que consigue en el Congo a China, país en el que se fabrican más de 500
millones de móviles al año, es decir, la mitad de la producción mundial. Grandes empresas
como Nokia o Motorola aseguran en sus webs que el coltán que utilizan en sus móviles no
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procede de la zona conflictiva del Congo. Aun así, nunca han aportado pruebas fehacientes
de que, verdaderamente, controlan la procedencia del mineral. De lo que no hay duda es que
estas empresas tienen filiales y subcontratas en China que son quienes fabrican sus
teléfonos móviles.
En conclusión, las grandes multinacionales de la tecnología viven del coltán obtenido en el
Congo, por el cual se paga muy poco en comparación con lo que podría pagarse si las minas
se explotaran de forma legal bajo el amparo del gobierno congoleño y que sería la única
forma de que la debilitada sociedad del país pudiera beneficiarse de la riqueza de su
subsuelo.
Con el dinero que las multinacionales pagan a las mafias que les facilitan el coltán, éstas
compran armas que ayudan a mantener a las guerrillas apoyadas por Ruanda en todo el este
del Congo. Por eso se entiende que los países occidentales apoyen al presidente ruandés,
Paul Kagame, que, sin embargo, ha sido acusado de atentar contra el anterior presidente
ruandés (de etnia hutu) y de acabar con la vida de más de tres millones de personas en
Ruanda y el Congo entre 1990 y 2002. Es más, fue el proprio Kagame quien acrecentó las
rencillas entre hutus y tutsis para conseguir así llegar al poder de Ruanda en 1994, porque
hasta entonces ambas etnias siempre habían vivido en cordialidad.
¿Es necesario que se vierta tanta sangre y que se hagan tantas atrocidades para poder hacer
una llamada de móvil? La relación de esta guerra con nuestro consumismo tecnológico es
directamente proporcional: las fechas del auge de ventas de teléfonos móviles coincide con
aquellas en las que ha habido más muertos en el Congo. Aun así, imagino que es mucho más
fácil obviar este conflicto y actuar como si no existiera.
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