Proyectos de nación en disputa: La conmemoración del sesquicentenario de la Independencia en en Colombia ALEXANDER BETANCOURT MENDIETA* CCSyH-Universidad Autónoma de San Luis Potosí México *[email protected] 1 Trato de interpretar como un mal, una enfermedad, un defecto, algo de lo que nuestra época está, con razón, orgullosa: su cultura histórica, pues creo que todos nosotros sufrimos de una fiebre histórica devorante y, al menos, deberíamos reconocer que es así. Friedrich Nietzsche El valor de la reinterpretaciones del pasado para la constitución y renovación de la escritura de la historia no tienen que ver sólo con “un exceso de pasado” ni con el hecho de rumiar una y otra vez las glorias perdidas y las humillaciones sufridas. (Nietzche, 2000). Las reinterpretaciones históricas están dispuestas a reanimar las promesas incumplidas del pasado. (Ricoeur, 1999). La actitud revisionista al mismo tiempo que estimula una concepción abierta de las tradiciones sociales y culturales de una sociedad, también cuestiona el canon disciplinar que involucran directamente al quehacer de la escritura de la historia como campo del conocimiento. En algunos debates académicos de hoy sobre las deficiencias de las interpretaciones históricas que justificaron la unidad nacional en América Latina se parte del hecho de que detrás de las imágenes incluyentes y de las líneas gruesas y generales de “la historia” permanecieron intocados los silencios impuestos por los ideales de la homogeneidad. Por eso, ahora se comprende más claramente que detrás de aquello que la antropología y la filosofía han llamado la “memoria colectiva” existe un juego de poder; es decir, que esa “memoria” sólo consiste en el conjunto de huellas dejadas por 2 los acontecimientos que han afectado al curso de la historia de “los grupos implicados que tienen la capacidad de poner en escena esos recuerdos comunes con motivo de las fiestas, los ritos y las celebraciones públicas.” (Ricoeur, 1999; Flórez, 2000; Gnecco, 2000). La antropología y la filosofía hacen la distinción entre “memoria” e “historia”. A la primera se le atribuye un alcance social, “lo que los colectivos recuerdan”, y a la segunda se le atribuye un carácter instrumental que se desenvuelve a partir de los textos –escritos, orales, visuales, arquitectónicosde los constructores de historias que le dicen “a los colectivos” qué “deben recordar”. La historia como disciplina participa de estos procesos porque ayuda a construir, modificar, estructurar la memoria y la historia de la sociedad. Todas las implicaciones señaladas, dentro del ámbito latinoamericano, están ligadas al problema de la escritura de la historia; el cual, a su vez, se vincula estrechamente con la preocupación por “las representaciones” de la nacionalidad. La reflexión acerca de los alcances de la representación de la nación tiene un resurgimiento más bien reciente, especialmente desde que empezaron a circular en el ámbito académico los objetos de estudio inherentes a los estudios culturales; sin embargo, el problema no es nuevo. Cuando a mediados del siglo XX se vislumbró la eventualidad de conmemorar los ciento cincuenta años de la Independencia se dio la posibilidad de plantear nuevamente una relectura del pasado nacional. La coyuntura era especialmente rica para que tales propuestas tuvieran un 3 enorme impacto en las cambiantes sociedades latinoamericanas. Por eso, el propósito de esta exposición es reflexionar sobre el papel del revisionismo histórico a partir del papel que en ello ha jugado la escritura de la historia como conocimiento y como práctica; presenta el carácter del revisionismo como una presencia permanente dentro de la escritura de la historia en el ámbito latinoamericano del siglo XX y trata de ejemplificar esta situación a través del caso colombiano en los años sesenta del siglo XX. La actitud revisionista Desde la primera mitad del siglo XX se afirmaron con solidez una serie de ejercicios que propusieron la tarea de contar de otra manera los acontecimientos fundadores de “la identidad” colectiva nacional. La pervivencia de este tipo de ejercicios reinterpretativos sobre el pasado nacional en América Latina establece una especie de “contramemoria” ligada a circunstancias políticas precisas que permiten prestar atención hacia nuevos sujetos de los procesos históricos. El ejercicio reinterpretativo puede ir desde la apelación a la actuación central del “pueblo” en los acontecimientos históricos hasta impulsar la sensibilidad a favor de las expresiones culturales, políticas y sociales marginales en los procesos de construcción nacional. (Betancourt-Mendieta, La construcción del pasado nacional en Alcides Arguedas. Convicciones sobre el papel de la escritura, 2004) 4 Las reinterpretaciones sobre el pasado nacional sentaron una constante de todos los ejercicios revisionistas posteriores; pusieron el acento en el cambio de los personajes de la trama pero no en la estructura de las narraciones históricas. Algunos trabajos de reinterpretación histórica del período entre 1910-1930, por ejemplo, mantuvieron el principio de que la historia la hacían personajes excepcionales, la novedad era que ahora se trataba de “nuevos héroes” como puede colegirse de una obra como La época de Rosas (1898/1923) de Ernesto Quesada o la serie de obras históricas publicadas en la colección “Biblioteca Ayacucho” de la editorial América de Madrid, dirigida por Rufino Blanco Fombona. Esta empresa editorial publicó entre 1916 y 1925 obras de carácter histórico de autores como Carlos Pereyra, Manuel Ugarte, Alcides Arguedas, entre otros hombres de letras latinoamericanos, que replanteaban la lectura del pasado nacional de sus respectivos países. (Segnini, 2000) También se puede incluir como un ejemplo de esta notable actividad revisionista de principios del siglo XX el rescate de la figura de Diego Portales a través de la obra de Alberto Edwards: La fronda aristocrática (1927), y podría añadirse el esfuerzo que se encuentra en una obra como Los comuneros (1938) de Germán Arciniegas. Algunas de las obras mencionadas obtuvieron un éxito editorial e interpretativo muy importante como sucedió con la obra de Edwards y Arciniegas. Quizás una de las razones que explican este triunfo radica en que trataron de abarcar la mayor cantidad de público posible. En el caso de Edwards, por ejemplo, su obra se difundió a través de El Mercurio y de 5 Arciniegas en el periódico El Tiempo. En general, estas nuevas versiones del pasado nacional usaron técnicas constructivas del relato como aquella en la que se hacía evidente el enfrentamiento dual que permitía identificar rápidamente a “los buenos” y “los malos” y en cuyo trasfondo se desenvolvían temas de amplio efecto social por su carácter polémico como el antiimperialismo o la necesidad de justificar “el orden nacional” como sucedió con la reinterpretación del período de Rosas en Argentina. De esta manera, trabajos con nuevas explicaciones del pasado nacional como los que se acaban de señalar, obtuvieron un enorme éxito editorial y alcanzaron una vasta difusión. Sin embargo, las versiones manejadas por estas orientaciones generalmente no llegaron a cristalizar en organismos que desplazaran a las instituciones que ejercían un monopolio sobre el pasado nacional, como las Academias de Historia o las escuelas de historia de las universidades públicas. Pese a que obtuvieron una enorme difusión dentro de las colectividades nacionales, en el fondo no soportaron la eclosión de un nuevo momento reinterpretativo: el surgimiento de la “historia profesional”. (Betancourt-Mendieta, 2007) La participación de la escritura de la historia como disciplina y como conocimiento tiene una estrecha relación con la esfera pública desde las diversas coyunturas políticas en los estados nacionales. La recuperación y apropiación del pasado justifica a los regímenes y esboza las disputas políticas. Es decir, de los usos públicos de la historia, el político es el más determinante. 6 En el caso de América Latina, por ejemplo, el enfrentamiento entre diversos proyectos políticos a través de la reinterpretación del pasado se ha estudiado particularmente en Argentina. La relación entre la interpretación del pasado y los intereses en juego en una determinada coyuntura política se conceptualizó en este contexto bajo el concepto del revisionismo. Varios trabajos han abordado la coyuntura del revisionismo histórico argentino hasta llegar a convertirse en un modelo explicativo de los usos de la historia en el marco de la política. (Halperin-Donghi, El revisionismo histórico argentino, 1970) (Halperin-Donghi, 2005; Quattrochi-Woisson, 1995). La preocupación por el revisionismo en Argentina es explicable en la medida que la escritura de la historia se implantó como el producto más visible de algunas instituciones académicas desde la segunda mitad del siglo XIX a diferencia de lo que ocurrió en otros países latinoamericanos en donde el proceso de institucionalización del conocimiento histórico fue mucho más tardío. (Betancourt-Mendieta, 2001) De ahí que el revisionismo histórico se comprenda en Argentina como una corriente historiográfica que postuló en el siglo XX a Juan Manuel de Rosas (principal dirigente del país entre 18291852) como la figura heroica nacional en oposición a otras efigies consagradas también como héroes nacionales como Domingo F. Sarmiento y Bartolomé Mitre. El esfuerzo de consagración revisionista tomó en cuenta trabajos y corrientes históricas que habían sido consideradas –o presumiblemente valoradas- como disidencias escandalosas y marginales de las respectivas 7 versiones canónicas.1 De ahí que el propio Halperin hubiera definido los alcances del revisionismo histórico argentino como “la capacidad de expresar las cambiantes orientaciones de ciertas vertientes de la opinión colectiva en un país que a través de más de medio siglo se ha hundido progresivamente en una crisis cada vez más radical y abarcadora.” (Halperin-Donghi, 1996) A pesar del énfasis en la relevancia del fenómeno revisionista argentino, el revisionismo histórico no es un fenómeno propio de Argentina. En todos los países latinoamericanos se ha dado este tipo de enfrentamientos interpretativos del pasado a través de ciertas producciones historiográficas, como se puede constatar en México con el caso de Francisco Bulnes o en Chile con la figura de Portales. (Brading, vol. XLV, núm. 3, 1996; Jiménez-Marce, 2003; (comps.), 2006). Cada uno de los enfrentamientos entre distintas versiones del pasado encadenados a una coyuntura tienen relación directa con los procesos históricos del ámbito nacional, de ahí el sentido limitado y excepcional que se les suele atribuir a este tipo de polémicas. (Madero, 2001). Sin embargo, cuando las implicaciones de las circunstancias políticas tienen alcances muy amplios, la actitud revisionista puede alcanzar horizontes más grandes. En 1959, por ejemplo, se dio el caso excepcional de la revolución cubana cuyo impacto marcaría una época. Como lo ha manifestado Eric 1 La presunción de la marginalidad se refiere a la constante apelación del movimiento revisionista argentino a la intolerancia historiográfica hacia obras como La historia de Rozas y su época (1881-1887) de Adolfo Saldías y La época de Rosas (1898) de Ernesto Quesada; aunque la trayectoria y reediciones de esas obras desmiente las afirmaciones hechas por el revisionismo del siglo XX. 8 Hobsbawm, ninguna revolución podía estar mejor preparada para atraer a la izquierda del hemisferio occidental y de los países desarrollados al final de una década de conservadurismo general; así como, para dar una amplia publicidad a la estrategia guerrillera. Especialmente porque la revolución cubana tenía toda clase de factores a favor: espíritu romántico, heroísmo en las montañas, encabezada por antiguos líderes estudiantiles, cobijada por un pueblo jubiloso en un paraíso tropical. La revolución cubana fue celebrada ampliamente en América Latina y fue acogida por los militantes de izquierda como un ejemplo a seguir que encontró en Cuba un alentador centro de la insurrección continental. (Hobsbawm, 1995). El impacto de estos acontecimientos agitó los cimientos de todo el subcontinente latinoamericano. En el ámbito de la escritura de la historia una de las consecuencias de esta oleada revolucionaria fue una nueva propuesta de relectura del pasado nacional. En este aspecto, la escritura de la historia participaba de un proceso mayor que compelía a todo el ejercicio de la escritura en el subcontinente a involucrarse, a favor y en contra, en el análisis de los alcances de la revolución cubana. De esta forma, y de manera abrupta, el ejercicio de la escritura en general dio un giro fundamental sobre la dinámica que había trazado desde los años veinte. En esta coyuntura, se trataba de conciliar las exigencias de la modernización, la acción política y la extensión del ideal de la justicia social promovida por el cambio revolucionario, con lo cual se definió el campo de la escritura en todas sus formas. (Gilman, 2003). 9 En un clima invadido por la exigencia de determinar el valor de la escritura como ejercicio intelectual se inscribió la propuesta de Manuel Moreno Fraginals. Este breve trabajo del importante historiador cubano denota con claridad la nueva postura revolucionaria que debía asumir la escritura de la historia en América Latina: No pueden desecharse las fuentes utilizadas hasta hoy: no puede desecharse ninguna fuente. Lo que afirmamos es que estas fuentes han sido ya organizadas, depuradas y seleccionadas para construir los mitos históricos de la burguesía y con ellas no hay forma honesta de llegar a otras conclusiones que las típicamente burguesas. Hemos de tomarlas, simplemente, como una parte de la documentación, pero nuestros estudios deben necesariamente abarcar el panorama íntegro: el riquísimo mundo de cosas intocadas y nunca comentadas. Hay que ir hacia aquellas riquísimas fuentes que la burguesía eliminó del caudal histórico por ser precisamente las más significativas. (…) Sin una reinvestigación del pasado no puede hablarse, con absoluta probidad intelectual, de nueva historia cubana ni de interpretación materialista. (…) Pero no es sólo una reinvestigación: se trata de una reinvestigación con métodos nuevos. (Fraginals, 1967, año VII, núm. 40) Más allá de las discusiones metodológicas y políticas que traslucen la propuesta de Moreno Fraginals, se vislumbra una postura que deberían tomar los historiadores, la relectura del pasado nacional y el compromiso político. El revisionismo histórico entonces es un fenómeno importante en la composición de las tradiciones nacionales de escritura de la historia en América Latina. 10 El Sesquicentenario: coyuntura y conmemoración en Colombia En el marco de la mirada revisionista y de la coyuntura de los años sesenta se puede abordar el caso colombiano en tres frentes fundamentales: la postura del gobierno del Frente Nacional ante la conmemoración de los ciento cincuenta años de la Independencia; la propuesta desde los movimientos nacionalistas disidentes y el análisis desde las izquierdas. En 1958 se aprobó el pacto político entre los dos partidos dominantes conocido como el Frente Nacional (1958-1974) que generó una dinámica de apoyo y oposición que tuvo diversos alcances. Desde las pretensiones del apoyo mayoritario hasta la movilización masiva de la oposición en las calles y plazas, cuya parte más radical sustentó la existencia de grupos armados revolucionarios de izquierda. El período del Frente Nacional coincide con algunos cambios en la sociedad colombiana. De acuerdo con los censos de población, en 1951 sólo un poco más de la mitad sabía leer y escribir. Para 1964, la proporción alcanzaba el 70%. Estos datos iban de la mano con la ampliación de los establecimientos educativos que se habían duplicado en trece años, lo que significaba el incremento de la oferta educativa y la modificación de la cantidad de personas que podían tener acceso a la educación formal en todos los niveles. Estos indicadores correspondían a la transformación de la sociedad colombiana que empezaba a dejar de ser rural para convertirse 11 paulatinamente en una sociedad urbana y de masas. (Ruiz, 1976; García, 1979; Molano, 1996). El pacto entre dos partidos políticos dejo por fuera a varias agrupaciones políticas, algunas pertenecientes a los partidos firmantes y otras, las más, provenientes del espectro de la izquierda. Quienes quedaron por fuera del pacto constituyeron la oposición durante el período del Frente Nacional, lo cual no significa que hayan establecido un frente común. No obstante, la oposición halló en las referencias a “la crisis” de la contemporaneidad una razón para iniciar la búsqueda de los “verdaderos” sentimientos y valores nacionales con base en lo cual justificaron muchas de las actividades políticas en contra del Frente. En este contexto, el tema de la Independencia tiene un lugar central en la escritura de la historia de América Latina; por ello, cada determinado tiempo y de acuerdo a las circunstancias, se utiliza para aglutinar y justificar situaciones específicas. Por eso, no es extraño que los llamados sobre el Centenario y el Bicentenario se hayan convertido en una fuente de movilización de toda clase de recursos oficiales y hayan motivado toda clase de encuentros académicos y políticos. Sin embargo, no sólo las centurias han invitado a volver sobre la Independencia como un tema. Al menos, el período de los ciento cincuenta años representó una muy buena ocasión para movilizar las actividades conmemorativas en una coyuntura particularmente conflictiva.2 En el caso colombiano, la conmemoración del 2 En el caso de México, la crítica década de los ochenta llevó a que el gobierno de Miguel de la Madrid planificara en 1985 la conmemoración de los ciento setenta y cinco años de la Independencia y los setenta y cinco años de la Revolución. 12 sesquicentenario de la Independencia movilizó a toda clase de grupos y al propio gobierno nacional; por eso, en este caso, se abordara tres actores centrales en esta actividad conmemorativa. a. La Perspectiva del Gobierno El 4 de diciembre de 1959, el primer gobierno del Frente Nacional encabezado por Alberto Lleras Camargo publicó la Ley 95 por la cual se ordenaba la celebración del sesquicentenario de la Independencia de Colombia. Esta Ley señalaba la necesidad de “rendir homenaje de admiración y gratitud a los próceres de la Independencia Nacional” que gracias a su sacrificio –vida, bienes y hacienda- lograron la Independencia política, promovieron las instituciones democráticas y le dieron un lugar al país en el contexto internacional. Una vez esclarecida la relevancia del homenaje, se ordenó la creación de una comisión organizadora que debía estar integrada por los representantes de los Ministerios de Educación Nacional y de Obras Públicas, de la Academia Colombiana de Historia y de la Sociedad Colombiana de Arquitectos. Estas entidades marcarían la pauta para que el gobierno tomara las medidas necesarias para la preparación y ejecución de las obras y los actos conmemorativos. Al respecto, la misma ley señalaba un listado de lugares, objetos y estatuas sobre los que cabía la posibilidad de adquirirlos, repararlos, restaurarlos o reconstruirlos, así como la posibilidad de construir monumentos y estatuas. 13 A partir de esta directriz, la Academia Colombiana de Historia formó la “Junta de Festejos Patrios de 1960” compuesta de diez miembros, la cual tomó la batuta de dichas actividades conmemorativas. La Academia organizó treinta y seis conferencias relacionadas con la Independencia entre marzo y agosto de 1960. Los recintos que utilizaron fueron de toda índole y también recurrieron a la radio nacional para difundir algunas de estas conferencias. También realizó una serie de homenajes a próceres como Francisco de Paula Santander, Antonio Nariño, Camilo Torres y Francisco José de Caldas; dichos homenajes se hicieron a través de honras fúnebres, te deums, develación de placas y bustos. Además, organizó concursos y desfiles con los escolares y, sobre todo, concentró sus mayores esfuerzos en las tareas editoriales que consignaran las principales acciones relacionadas con el encargo recibido del gobierno nacional. En el ámbito editorial, la Academia publicó y reeditó algunos trabajos de sus miembros en donde se exaltaban “las grandes figuras de la Patria que le dieron libertad y que han contribuido a su grandeza”; los cuales se incorporaron a la colección Biblioteca de Historia Nacional y la colección Eduardo Santos. De esta manera, se publicaron en 1960 trabajos como los de Sergio Elías Ortíz, Génesis de la revolución del 20 de julio de 1810; Carlos Restrepo Canal, Nariño periodista; Alberto Miramón, Nariño. Una conciencia criolla contra la tiranía; Luis Martínez Delgado y Sergio Elías Ortíz, El periodismo en la Nueva Granada 1810-1811; F. J. Vergara y Velasco, 1818. Guerra de Independencia (segunda edición); transcripción del manuscrito de José Antonio de Torres y Peña, Memorias sobre los 14 orígenes de la Independencia nacional y el trabajo de Manuel José Forero, Camilo Torres. Los libros y las actividades llevadas a cabo por la Academia tenían como objetivo presentar a los héroes nacionales como una “tarea noble y patriótica” especialmente cuando (…) no han faltado en nuestros días voces discordantes que han pretendido opacar el brillo de nuestros héroes y deformar sus más nobles ambiciones (…) Entre los extremos del panegírico exagerado y la diatriba injusta, [la Academia] ha optado por la verdad, que es precisamente lo que los hace [a los héroes] merecedores de la gratitud nacional. (Academia Colombiana de Historia, 1960, vol. XLVII, núms. 549-551) 3 Las críticas expresadas en el órgano de la Academia Colombiana de Historia se enfocaban especialmente a las actividades que organizaba el núcleo de opositores al Frente Nacional que se agruparon alrededor del semanario La Nueva Prensa (1961-1966). b. La Perspectiva de la Oposición Nacionalista El Frente Nacional enfrentó la oposición desde diversos puntos; pero básicamente, enfrentó las tensiones en la aplicación del modelo de desarrollo que pretendía impulsar la eficiencia económica, la modernización de la sociedad con base en la participación del capital 3 El subrayado es del original. 15 extranjero en estos procesos. Ante ello, hay una tendencia de oposición que si bien no niega el valor de la modernización sí hace énfasis en el carácter redistributivo de los recursos por medio de un progresivo crecimiento del control estatal sobre las actividades económicas. Esta tendencia trataba de excluir los intereses extranjeros mediante la nacionalización de los principales sectores económicos, especialmente de los recursos naturales. Se suponía que este tipo de proyecto económico y político debería estimular el bienestar social de las capas populares y medias. (Hartlyn, 1993; Mesa, 1977). En septiembre de 1959, Alberto Zalamea, que para entonces era director de la revista Semana, anunció la publicación de “una nueva visión histórica del país” que modificaría la interpretación de los orígenes de la nacionalidad colombiana y, por lo tanto, formulaba una explicación nueva de la sociedad colombiana con base en el replanteamiento de la forma en la que se había escrito el pasado nacional. Una crisis de aquella exitosa revista llevó a su director a fundar La Nueva Prensa en donde se mantuvo vigente la propuesta. (La Nueva Prensa, 1961, núm. 6) La Nueva Prensa publicó los ensayos escritos por Indalecio Liévano Aguirre (1917-1982) que conformaron Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia. Aparecieron quincenalmente como una separata de la revista. Fue tal el éxito de esta historia de Colombia que el mismo Zalamea reconoció que el grupo de La Nueva Prensa se consolidó alrededor de esta obra, la cual sólo se editó como libro hasta 1964. Desde 16 aquel año, prácticamente, ha sido reeditada sin interrupciones hasta el presente. Los grandes conflictos se inscribieron en un contexto político de oposición al Frente Nacional. Las nuevas interpretaciones que ofrecía la obra debían ser parte de “las nuevas fuerzas de la nacionalidad” con base en el supuesto de que, Frecuentemente se ha acusado a los colombianos de no tener memoria y la parte de verdad que puede haber en este cargo depende de la manera deficiente como ha sido registrado el pasado de la Nación. La historia es la memoria de los pueblos [Por eso, Los grandes conflictos] será la historia del pueblo colombiano que tantas veces ha visto frustradas sus legítimas aspiraciones. Ella demostrará que en Colombia han pasado muchas cosas y cosas muy graves y que en la galería de los próceres no están todos los que son y hay muchos a quienes se otorgó esa distinción en momentos de excesiva benevolencia. (Zalamea, 1986). En este contexto, la obra de Liévano Aguirre encajaba muy bien. Liévano escribió poco, pero su éxito fue notable. Su incursión al mundo de la historia lo hizo en 1944, cuando escribió una biografía del líder de la Regeneración, Rafael Núñez (1825-1894). Este trabajo, que fungió como tesis para obtener el título de abogado, abrió una brecha con respecto a una de las figuras más controvertidas de la historia política colombiana porque la imagen que Liévano ofrecía de Núñez conllevaba a precisar la “buena” tradición del partido liberal: el liberalismo popular atento a los problemas sociales que aceptaba la intervención del Estado en la economía; que combinaba el centralismo político con la autonomía 17 municipal; que era tolerante en lo religioso y estaba atento a problemas como la tierra, los indígenas y los héroes que establecieron comunicación profunda con “las masas anónimas”; de tal forma, que el partido liberal se situaba [...] entre la autoridad coactiva del gobierno y las presiones de nuestra democracia, un núcleo irradiador de cultura civil, una clase dirigente política que a través de sus hombres representativos influía en el Estado, frenando su tendencia al autoritarismo, y en el pueblo, transformando sus violencias e inclinaciones anárquicas. (Indalecio Liévano Aguirre, 1955, núms. 489-490) Después de Núñez, Liévano enfiló la pluma para elaborar un estudio sobre Simón Bolívar, del cual ofreció la imagen de un “campeón de las masas”. Este hallazgo acentuó el interés de abordar las tensiones de dos elementos enfrentados e irreconciliables: “las masas” y “la oligarquía”. A partir de la clarificación de este principio interpretativo, Liévano identificó desde los años cuarenta las revoluciones “falsas” ―las que no alentaron “verdaderos” ideales de emancipación continental como las de Tupac Amaru y la de Los Comuneros en la Nueva Granada― de las revoluciones “verdaderas”, como las que encabezaron Simón Bolívar y José de San Martín. Liévano también comprobó que uno de los grandes logros de Bolívar fue descubrir que “las clases populares no eran auténticamente revolucionarias” porque las insurrecciones encabezadas por hombres como Tomás Boves vivieron del pillaje y de la figura del caudillo. Para Liévano, este tipo de revoluciones no quisieron modificar las condiciones de la 18 “organización social americana” sino que quisieron reemplazar a los mantuanos en sus privilegios: “Era una rapiña por los privilegios, no un intento de modificar esos privilegios”. Por eso, concluía Liévano, “poco ha sido hasta ahora considerado el significado que tiene el hecho de que la revolución de la independencia en Hispanoamérica no la hubieran iniciado las masas populares americanas sino las ‘élites’ directivas de las clases criollas de las colonias.” (Liévano-Aguirre, La estrategia política de la revolución, 1947, núm. 32); de ahí que el accionar de Bolívar debía comprenderse, entonces, como un intento por [...] conquistar para su causa a las hordas que un día acompañaron a Boves, lo hace dominado también por la seguridad de que esas fuerzas, tan propicias para la anarquía, deben ser siempre dirigidas y muchas veces forzadas a encaminarse hacia objetivos y finalidades sociales, ya que sus tendencias naturales las conducen al particularismo, la anarquía y la disolución. (Liévano-Aguirre, La estrategia política de la revolución, 1947, núm. 32)4 Bajo estas perspectivas interpretativas y de visión sobre la escritura de la historia, a la que se puede agregar como trasfondo las situaciones del Frente Nacional, Liévano Aguirre se entregó a la publicación de Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia. Pese a la promesa de Alberto Zalamea de que Los grandes conflictos ofrecerían “no solamente puntos de vista inéditos e interpretaciones nuevas, sino una gran cantidad de documentos desconocidos hasta hoy”, en 4 Las cursivas son mías. 19 ninguno de los trabajos que componen la obra aparece una nota a pie de página o, por lo menos, un bibliografía al final. Los artículos que conformaron Los grandes conflictos tienen las mismas características de los textos sobre Núñez y Bolívar. En esos primeros escritos, Liévano se limitó a poner entre comillas ciertas líneas pero no a indicar de dónde provenían. Tanto el texto sobre Núñez como el de Bolívar, traían una bibliografía general que se presentaba como una lista de autores y títulos pero sin ninguna otra referencia adicional, lo cual demuestra el carácter coyuntural y divulgativo de sus textos fundados en una clara intencionalidad partidista. Los grandes conflictos careció también de una introducción, ella fue reemplazada por el anuncio publicitario de Alberto Zalamea; además, Liévano simplemente se limitó a empezar su obra indicando que se trataba de una historia de “los episodios estelares” en el que se enfrentaban “la justicia que defiende a los humildes” de “todas las formas de opresión que favorecen a los poderosos.” Este punto de partida le permitió plantear la pertinencia de su relato histórico para el presente. Tal espíritu rigió el resto de los cuadros que construyó paulatinamente y que conformó su más célebre libro: La República no constituyó, pues, un principio, una primera palabra pronunciada sobre la nada del caos originario, sino un nuevo y magnífico escenario, lleno de posibilidades, en el cual habría de continuar la vieja controversia entre los poderes de la riqueza y el ideal de la justicia que mantiene abiertas, para todos, las puertas de la nacionalidad y sus beneficios. Con la tremenda eficacia perturbadora de 20 los problemas no resueltos, este conflicto repercute todavía con todas sus consecuencias, en nuestra época. (Liévano-Aguirre, La primera lucha por la justicia, s/f) La Nueva Prensa reunió una parte de los relatos que había publicado de Liévano Aguirre y los conjuntó en forma de cuatro pequeños volúmenes, que en 1964 reprodujo en un formato más grande y en dos volúmenes la editorial Tercer Mundo. El libro tiene dos ejes temáticos: el final del período Colonial y los sucesos de la Independencia. El desarrollo de cada uno de los treinta y tres relatos que estructuran la obra está montado sobre las vicisitudes de “los buenos”, en este caso Bolívar y sus partidarios, para conducir al pueblo “no revolucionario” a la senda de la libertad, ante los obstáculos que representan “los malos”, las oligarquías, que mantenían una influencia decisiva al interior de las masas. Todo el tiempo, los lectores encuentran explicaciones maniqueas que plantean un enfrentamiento indisoluble: Como las tendencias políticas y las realidades geográficas que conspiraban contra la cohesión de la gran sociedad hispanoamericana sólo podría contrarrestarse con el fortalecimiento del Estado republicano, ―para que él sirviera de eje de gravedad a esa sociedad― y con una revisión de fondo de las relaciones inveteradas de las clases, ―destinada a distribuir más equitativamente los beneficios de la nacionalidad―, poca o ninguna atención se prestó en 1810 a los peligros que amenazaban esa cohesión, porque las oligarquías criollas no deseaban fortalecer al Estado sino debilitarlo, ―a fin de ejercer el poder político detrás de la fachada de unas instituciones lánguidas―, y no tenían interés en introducir cambios de importancia en una estructura social que las favorecía y cuyas obvias ventajas sólo se redujeron por la 21 aplicación, durante la Colonia, de las Leyes de Indias que protegían a los oprimidos y a los nativos [...] Así se comprende por qué las oligarquías criollas renunciaron, desde temprano, a pensar en grandes magnitudes y prefirieron reducir el Estado y la Nación a unas dimensiones acordes con el deseo que tenían de adueñarse del poder político en cada una de las jurisdicciones coloniales que les sirvieron de escenario a su influencia tradicional. Los patriciados de Santafé, Caracas, México, Buenos Aires, Santiago, etc., no parecían resueltos a renunciar ―a fin de favorecer la constitución de una autoridad común para el Continente― a la extraordinaria oportunidad que se les presentó de adueñarse de la totalidad del poder y así fue progresando, a partir de 1810, la tendencia a configurar la nacionalidad como molde o cascarón del predominio de una clase social. (Liévano-Aguirre, La Independencia como problema continental, 1962).5 Estos polos imposibles de unir entre los particularismos y la mirada continental, se unían a su vez en torno al conflicto más serio para la vida nacional como era la división entre “oligarquía” y “pueblo”. El nuevo anclaje de los cambios históricos debía pasar por la dinámica que significaba este enfrentamiento. Era visible para Liévano, que existía un divorcio entre “el pueblo y su clase dirigente”. La nueva historia nacional de Liévano Aguirre pasaba por este conflicto: [...] se ha afirmado en la conciencia pública la convicción libertaria de que los valores espirituales de la Patria no se confunden, ni tienen por qué confundirse, con los valores espirituales de la oligarquía reinante y 5. Las cursivas son del original. En el libro de Los grandes conflictos no aparece el texto citado. Este apartado se publicó en el semanario como el capítulo número 41. La consulta de una colección de La Nueva Prensa muestra que la historia de Indalecio Liévano se compuso, por lo menos, de 48 capítulos que no corresponden a los 33 que publicó la versión en libro. Desconozco las razones para que se hubiera dado esta forma a la publicación en libro. 22 que bajo el andamiaje de las nociones políticas elaboradas por ella para asegurar su predominio, existe y discurre la vida de un país ignorado, que esa oligarquía no representa ni ha querido representar. (LiévanoAguirre, Reflexiones sobre el Sesquicentenario, 1960, núm. 30). De este modo, Liévano Aguirre pretendió construir una relectura de los héroes nacionales con base en intereses políticos de su presente. Un aspecto interesante dentro de esta relectura de los héroes nacionales en el contexto del sesquicentenario fue el contraste que se dio entre las interpretaciones del gobierno del Frente Nacional que mantuvieron el culto a la figura de Francisco de Paula Santander como el gran héroe nacional, mientras los grupos opositores como el MRL y La Nueva Prensa trataron de desvincularse de esta tendencia oficial. Para ello, hicieron suya la figura de José María Carbonell, que había sido un líder más “comprometido con el pueblo” en los acontecimientos de 1810, cuya descripción había sido hecha por Liévano Aguirre en el capítulo XXI de Los grandes conflictos con el sugerente título de “La batalla por la Independencia”. Como acto conmemorativo contestatario descubrieron un busto en Bogotá del nuevo y desconocido prócer, al que querían consagrar como “el verdadero héroe nacional de la Independencia”. Los grandes conflictos se convirtieron en un material de lectura de amplias capas de la sociedad colombiana, especialmente en el ámbito universitario donde circulaba La Nueva Prensa y permitió la difusión de una interpretación novedosa del pasado colombiano. El impacto que este texto dejó sobre los primeros licenciados en ciencias sociales, que eran 23 campos del saber que apenas se fundaban en el país, está por estudiarse. Sólo existe la certeza de las reediciones que se despliegan entre 1964 y el presente. De ahí se pueden entrever una serie de impulsos que avivaron la circulación de Los grandes conflictos, en el ámbito de la izquierda colombiana en el período del Frente Nacional. c. La Perspectiva desde la Izquierda Oficial La recepción de las propuestas de Liévano Aguirre y del grupo de La Nueva Prensa fue exitosa en el ámbito de la difusión. Especialmente se reconoció que la escritura de la historia podía vincularse a las situaciones del presente y no ejercer sólo la postura del anticuario. Igualmente, las propuestas de lectura sobre la Independencia llevaron a que los distintos grupos de la izquierda analizaran estas propuestas a través de lecturas colectivas de Los grandes conflictos que se desarrollaron en Cali entre octubre y diciembre de 1964, que se plasmaron en algunos textos que después fueron publicados en la revista Documentos Marxistas al año siguiente. Las críticas desde la izquierda a la propuesta de Liévano Aguirre se concentraron en basar sus interpretaciones en las propuestas de los historiadores Lewis Hanke y Juan Friede que, según la lectura del partido comunista, vieron positivamente las tareas de la cristianización de los españoles en América y de manera negativa la implementación de las reformas borbónicas. Pero especialmente, estaban en desacuerdo con el 24 carácter que Liévano le había dado a las masas en la historia al calificarlas de no revolucionarias y al rescate que esta obra hizo de héroes como Antonio Nariño y Simón Bolívar: La visión que Liévano ofrece del proceso de la independencia aparece muy marcada por criterios extrahistóricos (…) Su propósito es crear nuevos prestigios heroicos o darles un contenido diferente a los ya vigentes manteniéndose en este aspecto dentro de la concepción romántica de la historia. El elogio reiterado a la personalidad de don José María Carbonell y a la familia Gutiérrez de Piñeres en Cartagena son una muestra de lo primero. Los juicios sobre don Antonio Nariño acreditan lo segundo. (…) El concepto de pueblo resulta demasiado general y lleva a interpretaciones radicales si se tiene en cuenta que bajo él se designa al mismo tiempo clases, sectores, grupos, etc. (…) el pueblo para Liévano constituye una masa amorfa cuya acción depende de la actividad del caudillo bien sea este Boves o Bolívar. (Medina, 1969, núm. 2). Las apreciaciones de Medina, al igual que las de Nicolás Buenaventura, reconocieron en todo momento el aporte de Liévano como un eje para la transformación de la escritura de la historia en Colombia en ese momento coyuntural. Además, pese a las críticas de ese momento, años después las corrientes de izquierda marxista reivindicaron el papel revolucionario de Bolívar al que adjuntaron a la tríada de Marx, Engels y Lenin como parte del descubrimiento de liderazgos más populares y más comprometidos con el pueblo. De vuelta a las reinterpretaciones 25 La relevancia de volver la mirada sobre el ejercicio de reinterpretación de algunos trabajos históricos revisionistas en la segunda mitad del siglo XX, radica en el hecho de que uno de los factores más interesantes del cuestionamiento a los “modos tradicionales” de escritura de la historia y de los símbolos de pertenencia a que dieron lugar es el planteamiento de una crisis de credibilidad del canon histórico. Por lo tanto, la reinterpretación histórica tanto en el plano moral como en el del relato supone una intervención del proyecto de futuro sobre el pasado. De esta manera, el replanteamiento de las construcciones sobre el pasado no es una novedad del presente en la esfera de la escritura de la historia en a nivel latinoamericano, las críticas a la llamada “historia oficial” son prácticamente contemporáneas a la instauración de la propia “historia oficial”. Por eso, la necesidad de la reflexión al interior de la disciplina histórica como en la sociedad actual tiene que ver con procedimientos de reproducción y continuidad de una disciplina. La reflexión historiográfica vincula a la historia con su pasado, a la investigación histórica con el futuro y a la construcción de las identidades colectivas que realiza con el presente de la sociedad. Por otro lado, se hace explicito en el revisionismo de los años sesenta la enorme atracción que ejerce la Independencia como punto de referencia del origen de la República. En los tres grandes momentos de celebración de este momento originario -el centenario, el sesquicentenario y el bicentenario-, se convirtieron en momentos para repensar críticamente los 26 alcances del proyecto nacional. En cada una de esas coyunturas, la escritura de la historia participó como una herramienta a favor del monumento y la conmemoración pero, al mismo tiempo, también fue un instrumento de la polémica como una fuente de interpretación crítica del pasado y el presente nacional. La coyuntura conmemorativa sirve para que la escritura de la historia se piense a sí misma y afine sus alcances. Hoy, por ejemplo, experimenta una interesante renovación vinculada a las relecturas de la Independencia. En cuanto se pueda hacer énfasis en esta perspectiva crítica sobre dichos procesos, ello llevará, probablemente a que pensemos mejor nuestra cultura política porque, como afirma Mónica Quijada, “el problema de los cambios políticos que condujeron a la universalización del principio de la soberanía popular como fuente única de la legitimidad del poder no es sólo una cuestión del pasado. Nuestras actuales democracias dependen también de estos debates.” (Quijada, 2008, vol LXVIII) Trabajos citados (comps.), J. P. (2006). Cien años de propuestas y combates. La historiografía chilena del sigo XX. México: Universidad Autónoma Metropolitana. Academia Colombiana de Historia. (1960, vol. XLVII, núms. 549-551). Los libros del sesquicentenario . Boletín de Historia y Antigüedades , 519. mbia. Medellín: La Carreta Editores-Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Betancourt-Mendieta, A. (2007). Historia y nación. Tentativas de la escritura de la historia en Colombia. 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