saludo e introducción

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SALUDO
E INTRODUCCIÓN
Sor M. Antonieta Bruscato,
Superiora general
Queridísimas, al darles, también en nombre de las hermanas del Gobierno general, el más
cordial “bienvenida” a este importante evento de Congregación, deseo en primer lugar,
expresar nuestra gratitud al Señor que desde cada parte del mundo nos ha reunido en esta casa
muy querida para nuestro Fundador, el beato Santiago Alberione, y de gran valor simbólico y
afectivo para cada miembro de la Familia Paulina.
El Fundador ha querido la casa “Divino Maestro” en este lugar encantador, a pocos
kilómetros de la residencia estiva de los Sumos Pontífices, para hacer de ella una morada que
favorezca el silencio, la oración, la reflexión, la profundización y el reposo. Así Don
Alberione ha escrito:
En esta casa, destinada totalmente a la reconciliación y santificación de nuestras almas, a la
reflexión y puesta al día de los ministerios y de los apóstoles. Es don preciosísimo entre los
muchos valiosos dones concedidos por Jesús Maestro a la Familia Paulina. Y no sólo a la Familia
Paulina. Más que todo, la gran alegría de volvernos a ver, de orar y vivir juntos, de alentarnos
recíprocamente, de reconfirmar y renovar nuestra donación al Señor.
En esta misma casa, en una habitación del ala Giaccardo, durante los Ejercicios
espirituales extraordinarios de 1961, fiesta de la Santísima Trinidad, Maestra Tecla ha
ofrecido su vida para que todas las Hijas de San Pablo sean santas.
En este lugar se han realizado, y todavía se realizan, convenios, encuentros, seminarios y
retiros espirituales. Entre estos es un deber hacer memoria de los Ejercicios espirituales de
treinta días dados por el Fundador en 1961. Mientras recorría los artículos de nuestras
Constituciones, Don Alberione nos entregaba el patrimonio de vida espiritual y apostólica que
había ido construyendo en el tiempo e indicaba los caminos sobre los cuales caminar,
armonizando con sabiduría pasado, presente y futuro. Aquellas meditaciones, cuyo contenido
es aún de extrema actualidad, están contenidas en el volumen de la Opera Omnia Alle Figlie
di San Paolo y Spiegazioni delle Costituzioni, que recomiendo vivamente su lectura y
meditación de todas.
En esta casa hemos celebrado los Capítulos generales de 1989, 1995, 2001, 2007. Y hoy,
aquí, iniciamos el 10° Capitulo general.
Sintámonos, pues, acogidas por la afectuosa bendición de nuestro Padre Alberione y de
nuestra Madre Tecla que, con su sabia enseñanza y testimonio de vida, nos han abierto un
amplio y luminoso camino, un singular camino de santidad apostólica.
Cada una de nosotras ‒ que por derecho o por elección tiene la gracia de participar a esta
importante asamblea que marcará la vida y la misión de nuestra Congregación en los
próximos seis años ‒ no está aquí en nombre propio, sino en nombre de todas las hermanas.
Somos investidas de una gracia especial y de un mandato de gran responsabilidad. La oración
más apropiada en este momento podría ser, para nosotras, la de Jesús:
Yo te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los
sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
(Mt 11,25-26).
No es por nuestros méritos, ni por quizás cuales competencias especiales que
participamos a este Capítulo, sino sólo por un don que el Señor, en su infinita y misteriosa
benevolencia, nos ha hecho. Esta benevolencia se expresa hoy en las palabras del profeta
Isaías que el evangelista Mateo ha atribuido a Jesús:
Este es mi siervo, a quien elegí; mi amado en quien me complazco, derramaré mi espíritu
sobre él, y anunciará el derecho a las naciones. No discutirá ni gritará; no se oirá en las plazas su
voz. No romperá la caña resquebrajada ni apagará la mecha que apenas arde, hasta que haga
triunfar la justicia. En él pondrán las naciones su esperanza (Mt 12,18-21).
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El mejor comentario sobre estas palabras lo encuentro en el discurso del Santo Padre al
Episcopado brasileño reunido en el Arzobispado de Rio de Janeiro, el 27 de julio pasado, con
motivo de la JMJ:
Las redes de la Iglesia son frágiles, tal vez remendadas; la barca de la Iglesia no tiene la
potencia de los grandes trasatlánticos que surcan el océano. Y sin embargo Dios quiere
manifestarse precisamente a través de nuestros medios, medios pobres, porque es siempre Él que
actúa.
Aún en la pequeñez y en la pobreza, cada una de nosotras se siente elegida y llamada por
el Señor, predilecta por Él. En nosotras el Padre se complace, porque conoce nuestro deseo de
autenticidad y de bien. Él sopla sobre nosotras el Espíritu del Resucitado, el Espíritu de
sabiduría y de discernimiento.
Sólo si nos dejamos poseer y conducir por el Espíritu seremos capaces de dar un aporte
libre, positivo y eficaz a la asamblea capitular, gozando de aquel fruto que, como nos recuerda
el Apóstol Pablo, es «amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y
dominio de sí mismo…» (Gal 5,22-23).
Vivificadas por la fuerza del Espíritu, esperaremos que el Señor manifieste sus caminos,
desconfiando de nosotras mismas, de nuestros recursos y seguridades, conscientes que
nuestra fuerza se esconde en las aguas profundas de Dios, en las cuales estamos llamadas a
echar las redes (cf. discurso de Papa Francisco a los obispos de Brasil).
Hermanas, nos hemos preparado con cuidado para este momento, con la oración, el
estudio, la escucha, la confrontación, el silencio...
El tema del Capítulo, «Creemos y por eso hablamos». Con fe audaz y profética hacemos
a todos «la caridad de la verdad», nos ha puesto en plena sintonía con el Año de la Fe (20122013) convocado por el Papa emérito Benedicto XVI, como ha sido también evidenciado en
nuestro Instrumento de trabajo.
La fe es virtud a cultivar intensamente durante el Capítulo; fe que «nace del encuentro
con el Dios vivo que nos llama y nos desvela su amor, un amor que nos precede y en el que
nos podemos apoyar para estar seguras y construir la vida… Fe que es luz que viene del
futuro, que nos desvela vastos horizontes, y nos lleva más allá de nuestro “yo” aislado, hacia
la más amplia comunión, como bien expresa el Papa Francisco en su primera encíclica
(Lumen fidei, 4).
No se trata, pues, de una fe abstracta, hecha de dogmas, de ideas o, simplemente, de
buenos pensamientos, aún fundados teológicamente, sino de un encuentro, de una relación:
«Al inicio del ser cristiano no hay una decisión ética o una gran idea, sino el encuentro con la
Persona de Jesucristo, que da a la vida un nuevo horizonte y con esto la dirección decisiva»
(Deus caritas est, 1).
Esta ha sido la experiencia transformadora de la Samaritana que, en la oscuridad de una
existencia dividida entre muchos amores, ha encontrado a quien le revela el verdadero amor y,
sin pedirle nada, la ha transformado en creyente y en apóstol (cf. Jn 4,5-42).
Esta ha sido la experiencia de Pablo en el camino de Damasco, donde la misericordia del
Señor crucificado y resucitado ha cambiado al perseguidor en humilde discípulo y ardiente
apóstol (cf. Hec 9,1-9).
Esta ha sido la experiencia de Alberione, confirmado en su misión por la promesa del
Maestro «No teman, Yo estoy con ustedes. Desde aquí quiero iluminar. Tengan el dolor de los
pecados», justo en el momento de más grande desolación e incerteza del futuro (cf. AD 151-152).
Animadas por esta misma fe, creemos y por eso hablamos. Si la fe es virtud esencial a
cultivar de modo especial durante nuestra asamblea capitular, la apertura a la misión debe
acompañar todo nuestro compromiso en este Capítulo. El por qué, nos lo indica muy bien el
Instrumento de trabajo:
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El Señor atrae a sí («Venite ad me omnes»: Mt 11,28), nos contagia de su sed de amor por la
humanidad, nos enseña un estilo de nueva evangelización que nos compromete ante todo a
dejarnos evangelizar por la Palabra; una evangelización no preocupada por dar respuestas, sino
más bien de plantear cuestiones de significado y alimentar el deseo de la búsqueda de Dios, para
que la esperanza del Evangelio se convierta en una luz segura en el camino para muchos (n. 8).
De la fe vivida como relación íntima y profunda con el Señor nace el anuncio, para que
podamos comunicar sólo «lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos
contemplado y lo que han tocado nuestras manos del Verbo de la vita» (1Jn 1,1) (n. 9).
La fe es audaz porque coopera a la omnipotencia de Dios, a quien nada es imposible (cf. Lc
1,27; Mc 9,23); y es profética porque se involucra profundamente en la historia, se convierte en
expresión de quien vive y testimonia, a nivel personal y comunitario, con sencillez y coherencia
el Evangelio en la vida cotidiana (n. 13).
Las invito, por lo tanto, a tener siempre como horizonte en nuestros trabajos, en la
oración, en la reflexión, en la condivisión y en los sueños a ojos abiertos, a la humanidad de
hoy, con sus expectativas y esperanzas, sus sufrimientos y desilusiones, sus pecados y sus
infidelidades, especialmente su sed de verdad y de vida.
Dejemos resonar en nuestra mente y en nuestro corazón el ansia de Dios por su pueblo:
«¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?» (Is 6,8); la preocupación de Pablo: « ¿Cómo
van a invocar a aquel en quien no creen? ¿Y cómo van a creer en él, si no les ha sido
anunciado? ¿Y cómo va a ser anunciado, si nadie es enviado?» (Rom 10,14-15); el tormento
de Alberione: ¿Dónde camina, cómo camina, hacia qué meta camina esta humanidad que se
renueva siempre sobre la faz de la tierra?».
Pidamos Señor de vivir este Capítulo con el corazón misionero, como «callejeros de la
fe», según la bellísima imagen a la que a menudo recurre el Papa Francisco.
Desde ya le pedimos la gracia de salir de este cenáculo con el fuego que nos quema
dentro y nos hace creativas, dinámicas, capaces de contagiar ante todo a nuestras hermanas,
de «enardecer el corazón de las personas», de encender otros fuegos (cfr. Lc 12,49): por Dios,
por los hombres y mujeres de nuestros días. «Creemos y por eso hablamos».
Deseo a todas y a cada una un encuentro profundo y vital con el Maestro Divino, que
seguramente se revelará en la plenitud de su amor, en la medida en la que nos abriremos a su
Palabra, a la escucha de su voz.
Las jornadas de los Ejercicios espirituales, vividos en el silencio interno y externo, en la
contemplación del rostro del Señor, deben marcar el paso de la actividad intensa de nuestra
vida cotidiana a los compromisos del Capítulo, no menos intensos, caracterizados por aquel
clima espiritual, fruto de la comunión profunda con el Señor y entre nosotras.
Nos obtenga esto la oración de todas las hermanas del mundo y la poderosa intercesión
del Primer Maestro y de Maestra Tecla, cuyas vidas siempre han sido habitadas por la fuerza
y por la santidad de la Palabra, y por eso han sido profetas de esperanza, siempre proyectados
por el Espíritu en la dirección del futuro de Dios.
Buen inicio a todas.
Superiora general
Ariccia, 15 de agosto de 2013
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