El dilema del prisionero La teoría de juegos es una rama de la economía que trata de estudiar el comportamiento de los individuos y la racionalidad de sus decisiones en contextos en los que las elecciones de cada uno afectan al resultado obetnido por todos. ¿Qué ocurre cuando lo que yo hago te afecta a ti, tiene consecuencias en tu vida, o incluso en las decisiones que tomas? Esta es la clave de la teoría de juegos: en estos contextos “estratégicos” (así lo llaman los expertos) no sólo hemos de pensar qué es lo que más nos conviene, sino que también hay que tener en cuenta lo que nosotros pensamos que van a hacer los demás. En resumen: estamos obligados a considerar las cosas desde el punto de vista del otro antes de tomar una decisión. Si nos paramos a pensar un poco, muchas de las situaciones cotidianas se caracterizan por ser estratégidas, es decir, por desenvolverse en un contexto social con los rasgos señalados. Y, como no podría ser menos, las consecuencias para la filosofía son también muy interesantes. Pepa y Pepe han cometido un grave delito (tráfico de drogas a gran escala) y están en celdas separadas de los calabozos de la comisaría. Sin embargo, el comisario Miranda tan sólo tiene pruebas para acusarles de evasión de impuestos. Como es un tipo muy ingenioso, decide negociar con ellos por separado: “Mira, sabemos que eres responsable de tráfico de drogas, y te podrían caer 10 años de cárcel por ello. Pero no tenemos pruebas de elllo y sólo te hemos podido detener por evasión de impuestos. Con el juez que te ha tocado, ese delito suele implicar 3 años de condena. Hemos pensado en negociar contigo, y hacerte un favor si colaboras con nosotros: en todos tus delitos has tenido una pareja. Si le denuncias y le haces responsable del tráfico de drogas, y ella (o él) permanece en silencio, cargaría con toda la pena y tú podrías salir libre. Por el contrario, si tú te callas y te delatan, cargaras tú con los 10 años de cárcel. Si los dos permanecéis en silencio, cumpliréis condena por evasión de impuestos (3 años de cárcel). Si los dos admitís el delito de tráfico de drogas, os caerán 10 años a cada uno”. Pepa y Pepe se quedan cavilando. De todas las opciones que le ofrecen, ¿cuál es la decisión racional? ¿Qué deberían hacer? Veamos a continuación cuál es el posible razonamiento de cada uno de los presos. ¿Cuál es la solución racional para este dilema? “Está claro que lo que más me conviene es confesar. La traición es la única manera de tener la posibilidad de salir libre, que es lo mejor que me puede pasar. Con su propuesta, el inspector me está animando a confesar. Todo esto tiene una pega: lo que me ocurra depende de lo que elijan los demás. Si para mí lo más razonable es traicionar, también lo es para mi compañer@ de correrías. Si confesamos los dos, terminamos consiguiendo el peor resultado posible: ambos pringamos 10 años. Quizás lo más razonable sea entonces no confesar, ayudar con mi silencio a que ambos consigamos el mejor resultado posible para todos (sólo 3 años de cárcel). Lo razonable es no traicionar, colaborar y ayudar. Debemos ayudarnos entre nosotros y conseguir así lo mejor para los dos. Pero si yo no confieso, lo más razonable para la otra persona es confesar: me traiciona, se aprovecha de mi buena disposición, pero consigue salir libre, mientras yo me pudro diez años en la cárcel. Este inspector es un indeseable. Con su propuesta me hace depender de terceros, no sé lo que ellos van a hacer y no consigo encontrar una solución…¿Puede ser que no exista una solución razonable a la endemoniada propuesta?” Algo parecido a lo anterior les podría pasar por la cabeza a cada uno de los participantes en una situación estratégica como la que aparece en el dilema del prisionero. Como vemos, las cosas varían mucho si enfocamos el asunto desde un punto de vista puramente individual o desde el punto de vista “social”, común. Si pienso sólo en mí, interesa traicionar, pero si todos lo hacemos salimos muy mal parados. Por el bien de todos es mejor no traicionar, pero entonces el interés individual me aconseja traicionar. El círculo vicioso nos tortura y no parece posible 1http://www.boulesis.com/boule/el­dilema­del­prisionero/ El dilema del prisionero encontrar una opción sobre la que pueda sentarse la razón. Una opción estable y equilibrada. Esta fue precisamente una de las aportaciones de J.F. Nash: hay una solución en equilibrio, en la que todos consiguen su mejor resultado, no individualmente, sino como colectivo. Esta solución es, evidentemente, guardar silencio, renunciar a la mejor solución individual para que todos puedan disfrutar de una situación de equlibrio, favorable para todos. Gracias a la colaboración con los demás, podemos conseguir el 2º mejor resultado, lo cual no está nada mal. Estas son las soluciones del dilema, y esta la solución sugerida desde la economía. Cómo del egoísmo puede derivarse el comportamiento moral · Filosofía Tras haber planteado el dilema del prisionero y haber expuesto sus principales soluciones, ha llegado el momento de comenzar a extraer sus consecuencias filosóficas. Es evidente que el dilema nos presenta al ser humano interactuando, por lo que las consecuencias han de ser fundamentalmente prácticas. En el terreno de la ética, una de las eternas preguntas es ¿por qué hacer el bien?. El caso es que gracias al dilema del prisionero podemos encontrar una solución bien sencilla, que no se va por las ramas ni necesita apelar a la conciencia o al deber moral. Es la propuesta que ha señalado David Gauthier en más de una obra: si somos egoístas, es decir, si miramos únicamente por nuestro propio interés, debemos tener un comportamiento moral. ¿Cómo es posible solventar esta aparente contradicción? Una de las enseñanzas del dilema del prisionero es precisamente esta: cuando todos buscamos el interés del grupo, salimos mejor parados que cuando cada uno busca individualmente su mejor resultado. Expresado de otra manera: la mejor forma de conseguir lo mejor para cada uno es realizar la acción que realiza lo mejor para todos. La moral compensa, es un buen negocio. El problema, evidentemente, es que lo más normal es que no “juguemos” el dilema del priosionero una sola vez. Por el contrario, existen multiplicidad de contextos sociales en los que interactuamos con las mismas personas de una forma continuada: la comunidad de vecinos, el lugar de trabajo, los amigos, la familia… En todos estos casos hay muchas situaciones estratégicas, asimilables al dilema del prisionero: colaborar en las tareas vecinales, estar dispuesto a echar una mano en el trabajo… Colaboramos porque es lo mejor para todos y esperando que cuando nosotros necesitemos la ayuda también estarán dispuestos a hacerlo. El comportamiento moral, entonces, crea una especie de “flujo de la reciprocidad“: estamos dispuesto a “ser buenos” con los que son buenos con nosotros, mientras que basta que alguien nos traicione un número variable de veces para que le pasemos a la lista negra. El que no colabora se convierte en alguien que “no es de fiar” dentro de un grupo de colaboradores natos. Se trata de una visión tan realista como descarnada de la moral, que se limita al acuerdo (de ahí el título de Gauthier, La moral por acuerdo) de un grupo que toma conciencia de las ventajas del comportamiento moral. Dado que el hombre no puede vivir aislado, obtiene un mejor resultado de la vida en común cooperando con los demás que montándose la guerra por su cuenta. El dilema del prisionero no puede ser más revelador: lo que creíamos que era un comportamiento altruista es en realidad un modo más de ser egoísta, de conseguir que otros colaboren con nosotros. La buena persona es el “egoísta inteligente”. Adoptando una expresión kantiana el comportamiento moral sería la moneda común de aquel que vive con aquellos “a los que no puede soportar, pero de los que tampoco puede prescindir”. Interesante, sugerente y provocador, ¿o no? 2http://www.boulesis.com/boule/el­dilema­del­prisionero/