Heidegger y la técnica o de cómo la metafísica ilumina el ocaso del

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Heidegger y la técnica o de cómo
la metafísica ilumina el ocaso
del segundo milenio
Edith Gutiérrez
La fuerza liberadora de la tecnología
—la instrumentalización de las cosas— se
convierte en un encadenamiento de la
liberación: la instrumentalización del hombre.
H. Marcuse, El hombre unidimensional
La comprensión del mundo como una realidad dividida en sujeto y
objeto, así como las consecuencias que de ello se derivan en el ámbito de
la ciencia y la tecnología, nos han llevado a la formación histórica del
capitalismo y a su culminación, que es el capitalismo tecnificado, expresión contemporánea de la metafísica y la ciencia moderna.
La totalidad de lo real se halla radicalmente dividida dentro de
las comprensiones ontológicas de la modernidad en dos ámbitos que son
complementarios y a la vez antagónicos: sujeto y objeto. El sujeto asume
que la forma en que se le “muestra” lo real es la forma en que lo real
efectivamente existe. Así, pre-supone que la realidad es divisible, está
dividida y tiende a dividirla aún más para conocerla mejor, pero no
porque los entes en verdad así sean, sino debido a que el sujeto así se los
representa y sobrepone en los entes una forma metafísica-técnica de
comprensión.
El mundo se concibe como dividido y esta comprensión da lugar
a que se pretenda matematizar o cuantificar la realidad, que no es sino
un agregado de partes simples. El número es el modelo de lo real solamente sobre la base de una pre-comprensión del ser del mundo que
contempla a éste como algo que es en sí mismo una suma de partes y es
por ende divisible. La base de la ciencia moderna es el cálculo y con él
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la reducción del espacio y el tiempo al ámbito de lo cuantitativo y el
abandono de lo cualitativo propio de los saberes antiguos no occidentales. Gracias al cálculo se pueden prever y controlar los eventos de la
realidad y se pretende que cualquier estado de cosas sea traducido a los
términos de la matemática para hacerlo previsible, obteniendo con ello
orden y unificación matemática de la realidad, anulando así las múltiples posibilidades del acaecer de lo real. El mundo se representa en
términos matemáticos, y en ese representar encontramos precisamente
la forma moderna de vivir y comprender a los entes. El sujeto se representa los entes, se los vuelve a presentar como ideas ya formalizadas
racionalmente, reelabora la realidad de modo racional. Los conceptos
de representación “sujeto” y “objeto” son propios de la tradición filosófica que se desarrolla a partir de Descartes, y sobre ellos se sustentará la
ciencia moderna, así como la tecnología que ha sido su beneficiaria, situando al ente y la representación racional subjetiva de éste como el
interés fundamental de la ciencia y la tecnología.
En nuestra época vivimos una tendencia, tanto en la filosofía
como en la ciencia y la técnica, que le resta importancia a lo relativo a la
pregunta por el ser y le otorga un valor supremo al conocimiento del
ente. De ahí la proliferación de un gran cúmulo de ciencias y técnicas
cada vez más particulares que determinan nuestra relación con el mundo y se traducen en modos de ser, de vivir y de pensar. Vivimos la época
del olvido del ser, época de oscuridad que ilumina la forma en cómo
comprendemos al mundo. Con este olvido del ser se impone el dominio
de los entes y la omisión del preguntar por el ser. Esto es lo que en los
últimos tiempos se ha llamado la “crisis de la filosofía”, síntoma de la
utilización técnica del ente que lo mide, lo cuantifica y nos hace vivir en
el predominio de lo pragmático. Las teorías que explican la totalidad de
lo real ahora ya son innecesarias; lo mejor no es saber cómo es el mundo
sino cómo controlarlo. Pero ha sido precisamente la metafísica de la
modernidad y su compresión del mundo como realidad dividida la condición de posibilidad de la tecnificación de la totalidad.
La técnica, según Heidegger, es un modo del develar el ser, es un
modo en el que lo real aparece, de-viene, pero es un modo del develar
violento y que conmina a la tierra a mostrarse como útil, como manipulable, liberando energía para acumularla y utilizarla. La tecné es una
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modalidad de la poiesis, del producir. Lo radicalmente propio de la técnica es que implica el develamiento (aletheia) violentando, y en tanto
modo del develar implica la iluminación y la ocultación simultánea. De
allí que la técnica muestra a los entes, pero deja de lado al ser desde
donde son entes; muestra a la vez que oculta algo de ellos. La técnica
moderna se da como modo del develar pero no en el sentido de la poiesis, como creación que pone en libertad el ser del ente, sino como provocación y violentamiento del ente.
Este modo técnico del develar se hace patente en la administración y la política propia de finales del siglo xx, en donde el imperativo
es la producción ilimitada y la explosión del impulso dominador dirigido a todos los campos de la existencia humana. El ser humano se ha
desenraizado, ha perdido de vista que es un existente, y se deja administrar por los portadores del saber técnico: su mente, su cuerpo, sus palabras y su sexo no hacen sino adherirse a la voluntad dominadora. Técnica y política: he ahí el signo de nuestro tiempo. La dominación del
hombre por el hombre ya no se da sólo mediante la franca amenaza o la
violencia contra el individuo particular, sino por medio de la magia de
la técnica, de la producción y consumo de objetos sorprendentes. La
tecno-política controla mediante lo novedoso, cuyas aguas fluyen sin
cesar y son variadas y distintas. La técnica hace aparecer, hace surgir
aquellos entes con los que satisfacemos nuestra ansia de novedad, de
cambio. Casi cualquier cosa puede ser creada técnicamente: se olvida al
Dios creador para rendir culto a la Técnica creadora de mundos cibernéticos, de realidades virtuales. La publicidad actúa como un nuevo lenguaje mágico y ritual en el que se entretejen el avance técnico y el control de un super-Estado que se disuelve a simple vista: aparentemente
nadie lo cree o a nadie le importa, pero todos actuamos de conformidad
con el tecno-poder.
La técnica y su dominación se hallan cabalmente incorporadas en
la actividad diaria de los individuos y nos hemos convertido, al igual
que la naturaleza, en lo que está allí para ser explotado, conminado a la
producción, sea material o intelectual. Somos los individuos el ente que
se divide, se numera y se violenta, aunque sea sutilmente, por los reyessacerdotes del nuevo Dios técnico. El orden social técnico se mueve en
la radical ambigüedad entre la libertad y la dominación, en donde todo
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—o casi todo— puede controlarse técnicamente, a la vez que se nos
invita a ser cada vez más “libres” por medio del voto, de la participación
política partidista y del consumo. El ideal contemporáneo de libertad
lo realizan la mujer y el hombre informados, productivos, educados según las filosofías pragmáticas de la educación, que hoy ya comienzan a
hacer estragos en nuestro país, en nuestra universidad y en nuestra vida
diaria.
Se habla del fin de la metafísica, del fin de la filosofía, y sí, efectivamente, la filosofía cada vez es más innecesaria para el poder técnico
que se ha erigido en fundamento del mundo que vivimos y que no necesita una instancia que lo critique y lo ponga en cuestión. Es la tecnificación del mundo la que pretende prescindir y anular a la filosofía, pero
pierde de vista que su fundamento se halla en la filosofía moderna, en la
metafísica del sujeto-objeto. Si la filosofía moderna y su comprensión
del ser son la base ontológica del actual estado de cosas, puede que también en la filosofía esté la vacuna, el remedio contra lo mismo.
La metafísica ilumina nuestra época y se oculta en el horizonte del
segundo milenio de la cristiandad para elevarse sobre la aurora del tercer milenio y alumbrar lo que aún quede del planeta. No se trata de un
discurso puramente académico, es también historia real y se desborda
sobre todas las parcelas del ser y el saber bajo la forma contemporánea
de la técnica.
Por ello es necesario plantear la vigencia de la crítica social como
una posibilidad de abrir alternativas y horizontes de comprensión y vivencialidad, siempre con la intención de provocar una transformación
individual y social radical. No se trata de caer en el rechazo bucólico de
la técnica, sino, como lo afirmaba Heidegger, se trata de comprender la
esencia de la técnica y prepararnos para la liberación, que implica la apertura a otras posibilidades y formas del develamiento del ser más originario, en donde la producción y la creación no impliquen la dominación
del ente y del ser humano mismo.
Se trata de acceder, como acertadamente proponía Heidegger, a
un Pensar y un Poetizar que logren una Potencia sin violencia.
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