¿Populismo o reformas?

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CARTA DEL EDITOR
¿Populismo o reformas?
Julio Pomés
Presidente de Civismo
Cuando el sentimentalismo sustituye a
la razón, la libertad queda secuestrada
Vivimos una época en la que los traficantes de la manipulación están muy activos.
Detrás de tanto populismo, falsamente liberador, se esconde un perverso intento de
secuestro de la libertad. Los nuevos demagogos son grandes expertos en marketing
emocional. Éstos han aprendido a pervertir nuestras conciencias a través de conmovedoras imágenes y eslóganes irresistibles. La batalla de las ideas está perdida mientras
el sentimentalismo ocupe el lugar de la razón. Esta usurpación ha sido fácil gracias a
la utilización del entretenimiento pasivo como herramienta para el adoctrinamiento
activo, lo que ha corrompido nuestra identidad individual.
El adoctrinamiento igualitario
Los nuevos profetas dominan las técnicas para transformar personas singulares en
seres clónicos. Imponen la verdad única, la suya, desde la que nos persuaden a que
eliminemos nuestra originalidad esencial, porque si la mantenemos nos aislarán
y nos sentiremos incomprendidos. Los propietarios del sistema, con ayuda de la
televisión basura, han reinventado un terrorismo intelectual: esclavizar mentes en
lugar de cuerpos para controlar nuestras vidas. Los nuevos dogmas, vacíos de los
grandes valores que han dado sentido a nuestra civilización, reclaman una sociedad igualitaria. Estos ayatolás son expertos en convencer de que pensar distinto
constituye una enfermedad que transgrede las reglas que nos imponen para que se
nos considere aptos para la convivencia. Hacen creer que un rasgo de buen ciudadano consiste en ser como los demás. Pontifican que la heterogeneidad distorsiona
y resulta insolidaria. La realidad que estos supuestos ilustrados se niegan a admitir
guarda relación con lo que decía Walter Lippmann : «Cuando todos piensan de la
misma manera, nadie piensa». Esta indigencia especulativa facilita la manipulación. La teoría del marketing establece que cuando los receptores comparten los
mismos principios (o lo que es peor, idénticos estereotipos) un único mensaje sirve
para persuadir a la inmensa mayoría. Si no se está vigilante, nuestra personalidad
diferencial se torna vulnerable.
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CARTA DEL EDITOR
Promesas seductoras sobre nuestras necesidades
Lo primero que hacen los extorsionadores es detectar fascinantes reivindicaciones sociales que poner en el candelero, sin importar quién las va a sufragar. Para imbuirnos de sus ideas excitan nuestros sentimientos mediante
imágenes seductoras y eslóganes de diseño. La proclamación del «tú estás mal
porque otro está bien» excita esa envidia destructiva, tan fácil de despertar en
quienes se sienten desgraciados. Si nuestro sentido crítico no está prevenido,
cualquier eslogan halagador hace que engullamos ideas incoherentes con los
propios valores y los que caracterizan a la genuina democracia.
El populismo: un fenómeno global destructivo
Esta variedad de demagogia, tan extendida entre los dirigentes de Latinoamérica y
Europa, afecta a los ciudadanos. En los partidos moderados este tipo de manipulación reduce la eficiencia de las políticas, pero no impide que un país funcione. Por
el contrario, cuando este populismo resulta radical, el deterioro de las personas
e instituciones es grave (Bolivia y Ecuador) o letal (Venezuela y Argentina). La
sociedad no puede permanecer indiferente ante el auge del populismo extremo.
Sus tácticas se han demostrado eficaces para catalizar el descontento. Se ha escrito
mucho sobre el riesgo económico de este modo de hacer política. Sin embargo,
no se ha advertido apenas de la consecuencia que provoca el secuestro de nuestra
libertad: una alienación que prostituye el derecho a la propia identidad, cualidad
imprescindible para ser persona.
Los radicales del «nuevo
régimen» han demostrado
su capacidad persuasiva
en la televisión
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EXPECTATIVAS
El populismo ha contaminado el modo de hacer política
Los radicales del «nuevo régimen» han demostrado su capacidad persuasiva en la televisión. No hay más que evaluar los resultados de las elecciones
europeas y autonómicas para comprobarlo. Por el contrario, los partidos
del centro sociológico están perdiendo la batalla de la opinión porque se
hallan contaminados por el mismo síndrome, el populista. Comprueben
los programas electorales de quienes gobernaron la anterior legislatura y
verán que también urdieron tácticas amañadas. No les ha importado jugar
con la necesidad de los más infortunados asegurando que crearían millones de empleos o con el primer derecho humano: la defensa de la vida.
Esas falsas promesas van a pagar la hipoteca insoslayable de la pérdida
de su credibilidad. Ya no nos fiamos de quienes nos han engañado o han
incumplido aquello que nos movió a votarles.
La vacuna para prevenir los populismos es una sociedad participativa
Un populismo de izquierdas, como el que se advierte en España, Grecia,
Italia y Latinoamérica, no se amortigua con el del nacionalismo, tan crecido en Francia y Cataluña. Cuando ambos modelos populistas coinciden
en un país el efecto arroja mayor deterioro social. Este tipo de demagogia que ejercen, en mayor grado bastantes de los políticos europeos de
izquierda, sólo se frenará si la sociedad civil se moviliza y participa en
el debate público. Únicamente el ejercicio de la libertad por parte de los
ciudadanos, a través de cauces no políticos, puede conseguir que los partidos se obliguen a respetar los principios que proclaman.
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CARTA DEL EDITOR
Concretar las reformas y evaluar los resultados
Los ciudadanos debemos exigir a los partidos que presenten su programa
electoral como un contrato. Hoy, ya no es de recibo una difusa declaración
de buenas intenciones. Mientras los políticos no concreten los compromisos,
no se los tomarán en serio. Quienes pretendan nuestro voto deben precisar
qué nos ofrecen, cuantificarlo y fijar un calendario de su consecución. Como
decía Lord Kelvin: «Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se
mide, no se puede mejorar. Lo que no se mejora se degrada siempre». Sería
deseable que los expertos más conscientes del peligro populista emularan
las auditorías que se aplican a programas y candidatos en EE UU. Nuestros
políticos actuarían con más responsabilidad si existiera la referencia de un
«Barómetro del Populismo» que evidenciase las flagrantes desviaciones y
contradicciones de las promesas ante las urnas.
Atreverse a explicar las reformas da sus frutos
Los políticos no promoverán reformas si no están convencidos de su necesidad, se atreven a defenderlas y lo explican con autenticidad e inteligencia. Es
imprescindible hacer pedagogía para explicar que resulta egoísta endeudar
a las siguientes generaciones para vivir mejor nosotros, que la austeridad es
ineludible en tiempos de crisis y que ningún beneficio social es gratis. Los
ciudadanos deben asumir que la gratuidad total dispara el gasto y que se requieren medidas que lo frenen. El bienestar personal sólo estará garantizado
cuando la economía del país sea sostenible en el largo plazo. La fidelización
de los electores mejora cuando éstos aprecian sinceridad y coherencia en quienes les solicitan el voto. El sentido común de la gente intuye que es más fiable
el político que ante una situación adversa reclama sacrificios. Por el contrario,
cuando la sociedad civil está advertida acerca del populismo, las fantásticas
promesas consiguen un menor apoyo. Además, éste tiende a reducirse en el
futuro cuando llega la frustración por los incumplimientos electorales.
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