El francés en Quebec : 400 años de historia y de vida : Introduccion

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El francés en Quebec : 400 años de historia y de vida
Introducción
INTRODUCCIÓN
El francés en Quebec: una aventura sorprendente a la medida de América. Pues, si la lengua
francesa estableció su domicilio en las orillas del río San Lorenzo en 1608 y se desarrolló, en
un primer momento, bajo la tutela de Francia, ¿por qué camino y en qué estado ha podido
llegar hasta nosotros, cuatrocientos años más tarde, escapando a la asimilación británica, a la
anexión estadounidense y a la dominación anglocanadiense? ¿Por qué, desde hace menos de
cuarenta años, concentra sus fuerzas en sus tierras históricas de Quebec? ¿Qué fue la lengua
para los quebequenses en el pasado y qué representa para ellos y para los demás hoy, al
comienzo del nuevo milenio? Más de ochenta especialistas de renombre, que provienen de un
gran número de disciplinas, han brindado su contribución a este fresco único, que esboza un
retrato de conjunto de cuatrocientos años de historia y de vida en francés en Quebec.
Cuatro períodos...
El estatus de una lengua (es decir su lugar oficial y su situación real en una sociedad) es el
elemento esencial de su supervivencia; por ello, hemos caracterizado cada uno de los cuatro
períodos de la historia del francés en Quebec en función de ese estatus. Esos períodos
corresponden en grandes líneas, pero no exactamente, a las divisiones históricas o políticas
tradicionales: Régimen Francés, Régimen Británico, época de la Confederación, Revolución
Tranquila y época contemporánea.
El francés: un estatus real (1608-1760)
La lengua francesa acompaña los descubrimientos y los asentamientos de Francia en el
Nuevo Mundo. Esparce en todo el territorio americano nombres de lugares franceses. En el
centro mismo de Nueva Francia, el francés está expuesto, desde el comienzo, a la amenaza
inglesa; tras el ataque de los hermanos Kirke en 1629, Quebec será inglesa durante tres años.
Pero después de 1660, sobre todo con la llegada de las “hijas del rey”, la lengua francesa,
mantenida y favorecida por Luis XIV, se impone en el valle del San Lorenzo. La mayoría de
los colonos inmigrantes provienen de ciudades o de regiones más expuestas al francés y,
como la colonia los acerca, los patois que han traído de provincias de Francia se reabsorben,
de modo que la unificación hacia el francés o la adopción del francés como lengua común se
efectúa en Canadá mucho más rápidamente que en la madre patria.
Al dejar Francia, los primeros canadienses buscan liberarse de las imposiciones de la antigua
sociedad. Se distinguen rápidamente de los franceses de Europa que, subrayan al mismo
tiempo que la vanidad y la vanagloria de los colonos, su resistencia y su espíritu de
independencia. Estas cualidades les serán muy valiosas para resistir a los ataques venideros.
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Introducción
El francés, lengua sin estatus (1760-1850)
La Conquista de 1760 anuncia la decadencia de la expansión francesa. Inglaterra había
logrado vencer a Francia, ¿pero podría vencer a los canadienses? Desde un punto de vista
realista, era lógico preguntarse cómo se lograría imponer el inglés a una población que sólo
comprendía el francés. Por un lado, se alimenta el propósito de replegar, de anglicizar, pero
por otro resulta menester temporizar, autorizar. Los intentos de asimilación son numerosos,
pero los canadienses resisten a fuerza de peticiones. En el contexto de la amenaza
revolucionaria, se reconocen las leyes civiles francesas y luego se otorga al Bajo Canadá su
Asamblea Legislativa.
Los canadienses entran así en el juego político. Dan a la lengua francesa el reconocimiento
que le faltaba e intentan liberarse del veto continuo del poder británico local. Ya se había
logrado bastante. Después de las conmociones de 1837, Lord Durham redacta su gran carta
de la asimilación, que conduce a la Unión de los dos Canadás y a la relegación de la lengua
francesa, que será restablecida finalmente de hecho en 1848, gracias a las gestiones y las
reivindicaciones de los canadienses.
Es una época de resistencia, de defensa activa, de lucha por el reconocimiento del francés. Al
principio, en la nueva colonia británica, la lengua francesa se apoya principalmente en la
población campesina y en el clero. Sobrevive y se desarrolla en la adversidad. Pero pronto
logra ocupar los tribunales y la esfera política. Diputados y líderes se levantan para
defenderla. Con frecuencia, hablan las dos lenguas y sólo piden, para la lengua francesa, un
lugar al lado del inglés. Paralelamente, surge un nuevo componente de la burguesía
canadiense: preocupada ante todo por conservar sus privilegios, cede fácilmente a la
anglomanía y contribuye, con sus actitudes, al debilitamiento del francés.
El francés: un estatus comprometido (1850-1960)
Cien años después de la Conquista, el Acta de América del Norte Británica (Confederación)
viene a dar a la lengua francesa un verdadero estatus jurídico y político. Al mismo tiempo, se
le asigna un socio poderoso, el inglés. Esta dualidad va a jugar en su contra y profundizar la
desigualdad entre las dos lenguas. A la alegría de la unión rápidamente sucede la desilusión.
Una segunda derrota, en cierto sentido mayor que la primera. Ante la dominación creciente
del inglés, la lengua francesa se debilita y pierde valor, opone una resistencia pasiva, logra
sobrevivir, pero no tiene la fuerza de liberarse.
Está prisionera de su imagen negativa y paralizante. Todo queda fuera de su alcance: el
trabajo, el dinero, la consideración, incluso la capacidad de comunicar. Triste período para la
lengua francesa: un estatus comprometido en lugar de una asociación prometida, la
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inferioridad declarada en lugar de la igualdad proclamada, la supervivencia1 en lugar de la
vida.
Y sin embargo, replegada en sí misma, la lengua toma fuerza y prepara su liberación. Como
suele suceder, en ausencia de discurso y de apoyo en el nivel político, se esfuerza por
expresar su condición y la realidad que la rodea, a través de escritos notables pertenecientes a
la literatura o a las ciencias sociales. Asimismo, deja presentir a los quebequenses el fracaso
del sueño de un Canadá francés y la urgencia de hacer de Quebec el único territorio
decididamente francés en América.
La reconquista del francés (1960-2000)
Pero llega la hora de la liberación para la lengua francesa que asume su destino, denuncia
primero su situación, reconquista su estatus de igualdad en Canadá, con la Comisión Real de
Investigación sobre Bilingüismo y Biculturalismo (Laurendeau-Dunton) y la ley federal de
lenguas oficiales. Gana preponderancia en Quebec con la Ley de la Lengua Oficial (Ley 22,
1974) y la Carta de la Lengua Francesa (Ley 101, 1977). Esta reconquista lingüística,
madurada por una larga fermentación y conducida por la Revolución Tranquila, se lleva a
cabo en menos de veinte años.
Este período está acompañado por una reconquista política, económica y cultural que revela a
todos el papel fundamental de la lengua francesa en la sociedad quebequense. Los escritores,
poetas, novelistas, ensayistas, ya habían dado el tono, expresando con vehemencia la
identidad quebequense y, con ella, la existencia del Quebec francés. La lengua francesa se
transforma rápidamente en lengua oficial y, apoyada por un amplio movimiento de
francización, se convertirá poco a poco en “la lengua normal y habitual del trabajo, la
enseñanza, las comunicaciones, el comercio y los negocios”. Con la Carta de la Lengua
Francesa, los canadienses franceses de Quebec -que desde hace poco se han convertido en
quebequenses- se sienten seguros y son cada vez más conscientes de su situación de
mayoría. Es el fin de la supervivencia y la afirmación de la vida.
Se inicia, entonces, un nuevo período, con un nuevo perfil del quebequense, menos
etnocéntrico, más abierto e inclusivo, dispuesto a compartir la denominación de
“quebequense” con todos los ciudadanos de Quebec. A la luz de las nuevas relaciones
interculturales surgidas de la inmigración, la sociedad quebequense toma mayor conciencia
de su pluralidad. El discurso lingüístico se une al discurso cultural y busca establecer nuevas
bases, satisfactorias y constructivas para todos. Muchos se esfuerzan en “pensar la nación
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El término “supervivencia” da cuenta de la gran preocupación que reinaba en esa época, pero
se aplicaba, sobre todo, a la situación de los canadienses fuera de Quebec y de los
francoamericanos. Aquí lo empleamos para traducir el estado de “vida en cámara lenta” en el
que se encontraba la lengua francesa en Quebec, a raíz de la dominación del inglés.
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quebequense” en función del futuro, tratando de conciliar el respeto de la diversidad cultural
con las exigencias ineludibles del francés como lengua común.
Paralelamente, Quebec se ve confrontado a los desafíos de la globalización y de la nueva
sociedad de la información, que plantean de otra manera la cuestión central de las relaciones
entre lengua nacional y plurilingüismo. ¿Quién sabe?, pero con la construcción de amplios
espacios supranacionales, es posible que la lengua francesa de Quebec, apoyada por la
francofonía mundial, encuentre el coraje de sus primeros defensores y se extienda aún más en
el espacio americano, no de manera territorial, sino virtual y cultural.
Un mismo movimiento
Este es un recorrido de cuatrocientos años, brevemente descripto en cada uno de sus
períodos: la época de las conquistas, el siglo de la resistencia, el período de la supervivencia,
la época de la reconquista. Pero el recorrido general, el movimiento que atraviesa los cuatro
períodos, también merece ser examinado. Se deberían señalar tres pares de elementos:
estatus-calidad, identidad-espacio y discurso-expresión. En efecto, obedecen al mismo
movimiento, que tiende a liberar a la lengua y a sustentarla, a darle su plena capacidad de
expresar, representar y solidarizar a la sociedad quebequense. Estos elementos se cuentan
entre los más determinantes y “significativos”, los que condicionan en mayor medida la vida
y la expansión de una lengua. Por otra parte, corresponden a realidades amplias y complejas,
y a veces se superponen, pues sus contenidos no siempre son mutuamente excluyentes.
El estatus y la calidad de la lengua
Al principio, bajo el Régimen Francés, el estatus de la lengua se impone a todos bajo la
autoridad del rey. Luego, tras la conquista de 1760, se asiste a una decadencia del estatus,
que alcanza su nivel más bajo entre 1840 y 1848, cuando el francés es proscrito de la
Asamblea Legislativa. La recuperación comienza a partir de 1867 (Confederación), con el
pleno reconocimiento del francés en las instituciones parlamentarias y judiciales. No
obstante, el uso predominante del inglés en el mundo del trabajo y de la economía socava el
estatus del francés y de sus hablantes, de modo que habrá que esperar a los años 1970 para
recuperar cierto espacio y devolver al francés su estatus de lengua oficial y normal en
Quebec.
La percepción de la calidad de la lengua sigue un recorrido más o menos similar al de su
estatus. Empleamos el término de “percepción”, pues la norma de calidad ha variado con el
transcurso de los siglos. Además, con frecuencia se trata de juicios externos, basados en una
muestra no representativa del conjunto de la población. Al terminar el Régimen Francés,
testigos y visitantes unánimemente reconocen el “francés puro y sin acento” de los
canadienses. Pero, desde el final del Régimen Británico, ya no se tiene la misma perspectiva:
algunos observadores se sorprenden de “esta curiosa suerte de jerga”, mezcla de francés e
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inglés, que se oye en el mercado en boca de canadienses. Hacia mediados del siglo XIX, se
estima que el francés de Canadá había caído a su punto más bajo. Estigmatizando el French
Canadian patois, los anglosajones no hacen sino subrayar los efectos peyorativos de una
confrontación de dos siglos con el inglés, en la lengua francesa y sus hablantes. Por último,
actualmente se considera que la lengua francesa ha salido a flote para afirmarse, después del
apogeo del joual, como una lengua moderna y desarrollada, en plena posesión de sus
atributos quebequenses e internacionales; con una nueva definición, por otra parte, de la
calidad y el dominio de la lengua más conforme a la sensibilidad contemporánea.
La identidad y el espacio lingüístico
Al principio, el sueño de un imperio francés se despliega casi sin fronteras en todo el
territorio americano. Más tarde, sin embargo, se amputan espacios considerables a la nueva
colonia británica. Tiempo después, el horizonte se retrae aún más y se limita al territorio
canadiense, del que la provincia de Quebec será uno de los cuatro componentes. Por último,
un siglo de vida confederativa lleva a Quebec a definirse cada vez más según la dimensión
única de sus fronteras. Es menester hacer aquí un paréntesis. Si bien el espacio geopolítico se
fue reduciendo cada vez más en el transcurso de esos cuatrocientos años, no es menos cierto
que la pertenencia lingüística y cultural profunda supo ir mucho más allá de esos límites
espaciales y temporales. Por ejemplo, mucho tiempo después de la Conquista de 1760, el
francés siguió siendo la lengua de la peletería en el espacio americano, y el sueño de una
América francesa siguió estando presente hasta fines del siglo XIX, alimentado por el éxodo
de los quebequenses hacia Estados Unidos y la fecundidad notable de los canadienses
franceses.
A estos cuatro espacios sucesivos, cada vez más concentrados, corresponden cuatro
momentos de la identidad quebequense, que podemos esbozar según las denominaciones
históricas que han servido para designar al grupo francófono desde sus orígenes: francesescanadienses, créoles de Canadá o canadienses bajo el Régimen Francés, canadienses bajo el
Régimen Británico, canadienses franceses desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad
y quebequenses en los años 1960-1980 (pues, desde 1980, el término quebequenses tiende a
designar cada vez más a todos los ciudadanos de Quebec).
Históricamente, estas denominaciones han servido para distinguir la identidad de los
quebequenses con respecto a la de los franceses de Europa, luego de los británicos, más tarde
de los canadienses ingleses, y por último de los canadienses franceses. A lo largo de esta
historia, estos términos remiten, pues, a las iniciativas y a las luchas que debieron emprender
para hacer valer sus tradiciones, sus derechos, su lengua, y para administrar y preservar su
espacio vital frente a los otros.
En pocas palabras, la cadena nunca se ha roto. La reconquista de la lengua y la expresión del
sentimiento nacional al que dio nacimiento se vieron posibilitadas gracias a la fuerza de
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identidad y resistencia desarrollada desde antes de la Conquista. En este sentido, el Régimen
Francés puede ser considerado como la cuna o el incubador, y el Régimen Británico, como el
desencadenante de identidad; mientras que el régimen confederativo fue el revelador
profundo y la Revolución Tranquila, el hito decisivo. Pero nada está aún concluido ... En una
sociedad plural sometida a la globalización, la época contemporánea ya comienza a
desempeñar su papel de arquitecto y aglutinador.
La defensa y la ilustración de la lengua
La lengua francesa, a partir del momento en que se sintió amenazada, comenzó a afirmarse.
A medida que se afirmaba, se liberaba de sus obstáculos, consolidaba sus posiciones, dio
nacimiento a un discurso y a un dispositivo de defensa cada vez más estructurados y a una
expresión literaria y artística cada vez más dinámica y viva.
El discurso lingüístico del que hablamos aquí concierne a la lengua no como sistema de
expresión, sino como desafío político y símbolo de una nación. Este discurso acompaña a la
lengua y le da buena parte de su fuerza y dinamismo. En Francia, bajo el Antiguo Régimen,
la lengua no constituía, como hoy, un desafío político, aunque la Academia Francesa,
fundada por Richelieu en 1634, haya contribuido en gran medida a consolidar el poder y el
prestigio de la monarquía. Sólo a partir de la Revolución, después de 1789, la lengua
comienza a ser cada vez más un elemento constitutivo de la nacionalidad y el sentimiento
nacional. En la provincia del Quebec británico, el primer debate público sobre el uso de la
lengua francesa se lleva a cabo en 1792, en la Asamblea Legislativa; concierne a los
diputados, pero aún no implica a toda la población. Algunos periodistas se esfuerzan también
por despertar a la opinión pública, pero habrá que esperar el Acta de Unión de 1840 y la
relegación del francés para observar el despertar de cierto sentimiento nacionalista que,
posteriormente, otorgará mucha importancia a la lengua. En lo esencial, el discurso
lingüístico de esa época reclama un lugar para el francés junto al inglés.
Tras la derrota de la insurrección de 1837-1838, el discurso lingüístico abandona, a todos los
niveles, la arena política durante cerca de cien años y se refugia en las asociaciones y los
organismos de la sociedad civil, numerosos en esa época, que examinan la lengua y sostienen
una ideología de supervivencia pancanadiense basada en los valores canadienses franceses.
El discurso lingüístico sostiene el apego a la lengua francesa y se escinde en lo que respecta a
la cuestión del bilingüismo, beneficioso para algunos y nefasto para otros.
La Revolución Tranquila provoca un estallido y da libre curso a un vigoroso discurso de
afirmación y reivindicación de la lengua, en función de las desigualdades de las que son
víctimas los canadienses franceses. La fuerza de este discurso deriva de tres factores. Había
sido objeto de una larga preparación durante el siglo anterior; es la confluencia de la
expresión de diversos grupos (sindicatos, asociaciones, escritores, movimientos políticos,
nueva elite); y, sobre todo, por primera vez, es tomado a cargo y asumido por el Estado. La
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lengua se convierte en un bien público del que es necesario ocuparse. El discurso lingüístico
se vuelve decididamente político y es objeto de debates y escritos públicos sobre la lengua,
que nunca antes habían sido tan abundantes. Se convierte en una cuestión central en la
sociedad quebequense. Por último, una vez lograda la recuperación de los francófonos, se
comprueba que el discurso lingüístico se orienta poco a poco hacia la construcción de una
sociedad de lengua francesa abierta a la diversidad cultural.
En pocas palabras, al comienzo de estos cuatrocientos años, la lengua francesa sólo
representaba para los canadienses un medio personal de comunicación, pero con el transcurso
de los siglos, se ha transformado en un elemento constitutivo de la nacionalidad, la condición
de supervivencia de una sociedad apegada a sus valores y a su fe, y finalmente el “medio de
vida” y el factor de desarrollo de todo un pueblo, incluso de toda una sociedad.
La expresión literaria –y, de manera más amplia, la expresión artística- constituye, junto al
discurso lingüístico, un elemento representativo y revelador muy importante de la lengua. Su
papel se pone de relieve en cada una de las partes que componen esta obra. Citaremos aquí
unas palabras de Gaston Miron para resumir su influencia: “El futuro de la literatura
quebequense y de su historia de amor con la lengua está ligado al destino del pueblo y de la
cultura en que se desarrollan”. Ciertamente, el papel de los poetas y escritores no es
necesariamente “defender” la lengua sino “ilustrarla”. Pero, a través de la imagen que nos
remite de nosotros mismos y mediante los personajes que encarnan la sociedad, han logrado,
con frecuencia mejor que nadie, hacernos tomar conciencia de nuestra situación lingüística.
Una sátira de Bibaud sobre los anglicismos, algunas líneas de Arthur Buies sobre nuestra
lengua, el relato de Miron sobre su “alienación lingüística”, un párrafo de Beauchemin sobre
los carteles, una canción de Vigneault sobre las “viejas palabras”, acaso puedan dar cuenta,
de manera más segura y duradera que un discurso, del modo en que la lengua penetra en la
imaginación popular.
El aumento continuo de la producción literaria quebequense desde el siglo XIX y su punto
más alto de expresión, nunca igualado, en el transcurso de los veinte primeros años de la
Revolución Tranquila son el mejor ejemplo de lo que una lengua puede realizar cuando
obtiene su libertad y sus medios. Además, como el oficio de creador está estrechamente
ligado a las condiciones en que se desarrollan la lengua y la cultura (pensemos en la falta de
imprentas durante el Régimen Francés), autores y artistas también han luchado por el
advenimiento y la puesta en marcha, en la sociedad quebequense, de un conjunto de medios
institucionales, de herramientas de expresión y de tecnologías modernas capaces de favorecer
la creación de multimedia y el encuentro de todas las artes.
Los temas que acabamos de resumir a grandes trazos -y que el lector podrá reconstruir en
este libro- constituyen, de hecho, las condiciones sin las cuales una lengua no podría vivir ni
desarrollarse. Para vivir, una lengua debe ser primero aceptada y reconocida; para ello
necesita contar al mismo tiempo con un estatus político, social, económico y cultural. Ese
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estatus permite generalizar el uso y la utilidad de la lengua y refuerza, al mismo tiempo, la
identidad del grupo que la habla. Pero como la lengua remite al grupo una imagen de sí
mismo, éste quiere preservar la calidad de la lengua. El par estatus-calidad se transforma así
en la mejor garantía del desarrollo de una lengua, que puede expresarse y crear con total
libertad. Y, para cerrar el círculo, la expresión y la creación refuerzan a su vez el estatus y la
calidad de la lengua, al igual que el sentimiento identitario del grupo.
Esperamos que, a lo largo de este viaje a través del tiempo, los lectores, de Quebec o de otros
lugares, puedan comprender mejor cómo y por qué la lengua francesa se ha transformado con
el tiempo en el símbolo identitario, el elemento aglutinador, el factor de cohesión y de
desarrollo de la sociedad quebequense. Esta apropiación del pasado y del presente es
particularmente necesaria para todos los quebequenses, en un momento en que miran
decididamente hacia el futuro para construir juntos una nueva “nación”, compartiendo una
lengua común.
COMITÉ CIENTÍFICO
NADIA BREDIMAS-ASSIMOPOULOS
LOUIS BALTHAZAR
HÉLÈNE DUVAL
PIERRE GEORGEAULT
JACQUES LACOURSIÈRE
PIERRE-PAUL PROULX
JEAN ROYER
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