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La argumentación y la motivación
como contenido de las sentencias
Es una característica de todo Estado constitucional disponer de un ordenamiento jurídico que garantice la protección adecuada de los derechos e intereses de sus asociados. El acceso a la justicia se
constituye en la principal garantía constitucional para que todo administrado que considere habérsele vulnerado un derecho, pueda acudir al órgano jurisdiccional y reclamar la tutela judicial.
Una vez puesta en movimiento la actividad judicial el ordenamiento procesal debe ser aplicado en
toda su dimensión, en aras de asegurar un proceso justo. El operador judicial, no puede prescindir
de su responsabilidad de enfocar su actuación a luz de los mandatos constitucionales y debe tener
siempre presente que el proceso es el escenario donde más se conjugan las instituciones contenidas
en la carta superior.
Toda labor judicial es de trascendental importancia, no solo porque conocen de los conflictos que
envuelven lo más valioso para una persona o familia, como es su patrimonio o la libertad personal, sino porque, en su conocimiento y decisión, deben tener en cuenta el respeto a los derechos
fundamentales y a las garantías constitucionales para un debido proceso. No es una labor limitada
a resolver un conflicto por resolverlo, se trata de una labor impregnada de racionalidad y razonabilidad al momento de aplicar la Constitución y la ley, de manera que el juez no puede hacer uso
de su poder argumentando poseer una independencia y autonomía porque puede incurrir en arbitrariedad originando en consecuencia fallos incoherentes con el derecho.
En cada actuación los jueces deben acatar las disposiciones constitucionales, legales, así como los
precedentes vinculantes, de manera que su desconocimiento puede desbordar en perjuicio de los
derechos fundamentales del asociado.
Siendo la sentencia una de esas actuaciones, considerada como una de las más importantes del proceso, tanto por lo que resuelve el conflicto como por lo que refleja la verdadera actividad intelectual
del juzgador. Al momento de proferir el fallo no puede mal interpretar el concepto de discrecionalidad y hacer lo que a bien tenga; la Corte Constitucional ha dicho que toda actuación estatal, ha
de ceñirse a lo razonable y lo razonable está condicionado, en primera medida, por el respeto a la
Constitución.
Ahora, respecto a las obligaciones que tiene el juez que observar en la sentencia están las de argumentación y motivación. Ambas son productos de su actividad intelectual, reflejan un conjunto de
razonamientos y cumplen funciones distintas determinantes para la decisión.
Las partes no pueden esperar que sus reclamaciones sean atendidas con pasión, lástima y corazonada; la función jurisdiccional requiere de un estudio objetivo del conflicto, los jueces razonan
sobre la conducta humana que se traduce en hechos y que por no tener un conocimiento directo de
los mismos tienen que interpretarlos a la luz del derecho que los regula, el cual también es objeto
de interpretación. Cualquiera que sea la decisión debe ser justificada y ese conocimiento tiene que
ser recibido por las partes para constatar si en verdad su comportamiento se ajustó a derecho o por
si lo contrario fue arbitrario, a efecto de ejercer los derechos de impugnación que a bien disponga.
Desde este punto de vista entonces podemos decir que la motivación es un elemento del debido
proceso y, con temor a equivocarme, también a afirmar que su configuración es de rango constitucional.
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Lo acabado de expresar lo fundamento en que la falta de motivación ha sido considerada por la
Corte Constitucional como una vía de hecho, hoy bajo la nueva denominación pasa a ser un requisito general de procedibilidad de las tutelas contra las sentencias judiciales, por ser un elemento del
debido proceso. Solo a través de la motivación es como podemos conocer si en verdad la decisión
adoptada responde a una adecuada interpretación y aplicación del derecho. Por otro lado, se provee a las partes de la información necesaria, para inferir si el fallo emitido se ajustó o no a derecho,
con el sagrado propósito de hacer uso de los medios de impugnación, entre ellos la apelación (hoy
elevada a rango constitucional), que propicia la doble instancia. Además, sirve para que los funcionarios de revisión puedan ejercer su control a la interpretación experimentada por el fallador.
Lo anterior sirve además para inferir que la motivación no solo exige al juez que debe justificar lo
que dice, sino que además debe hacer buen uso de su discrecionalidad, atendiendo siempre que
ella termina donde acaba la razón, especialmente en la época actual donde para el juez existen
varios factores que permiten un amplio margen de discrecionalidad como son: la libertad en la
apreciación de los hechos, la libertad en la apreciación de las pruebas, la libertad en la calificación
de hechos, la libertad en la valoración probatoria y la libertad en la interpretación de la norma.
La motivación, hace que el juez, atendiendo los anteriores factores, actúe prudentemente, a efecto
de que la justificación que haga no traspase los límites de la razonabilidad, de ahí que se entienda
como un conjunto de razonamientos.
De nada serviría que se dé una justificación de una decisión, si ella no encierra el interés de persuadir que la conclusión es razonada. La persuasión no solo es obra de las partes, sino también del
Juez, pues se debe recurrir a la retórica a través de las técnicas argumentativas, para convencer
sobre la tesis que se haya expuesto, solo que la del juez debe ser más objetiva, en el sentido que
no debe mirar la situación particular del justiciable, sino que debe apreciar y valorar los hechos y
las pruebas, así como interpretar el derecho con fijación de juzgador y ser transparente en su decisión, de esta manera se puede garantizar un fallo con justicia, donde para el juez existe el deber de
convencer que su actuación ha sido razonada. De ahí la importancia de la argumentación en las
sentencias judiciales.
No obstante que existe diferencia entre la argumentación y la motivación, la ley (artículo 304 del
C.P.C.) y la jurisprudencia, han venido exigiendo como un deber de los jueces, el tener que motivar sus decisiones judiciales, ya que en caso de omitirlo se vulneraría una garantía del debido
proceso, razón suficiente para que dicho pronunciamiento se invalide, mas no disponen lo mismo
acerca de la argumentación, lo cual en nuestro sentir no quiere decir que los juzgadores no argumentan, pues claro que lo hacen toda vez que buscan persuadir no solo a las partes que se enfrentan en la litis, sino también a todos los ciudadanos, ya que a ellos se les proyecta la autoridad de
la cosa juzgada que adquiere la sentencia y, además, porque del pueblo emana la justicia que ellos
ejercen, ello en razón de la finalidades intra y extraprocesal de la motivación.
Por lo anterior, no hay que descuidar que el destinatario final de la justicia es el pueblo y por ser
ésta de orden público se hace imperativa la argumentación, de lo contrario estaríamos violentando
ese valor instituido en el preámbulo de la constitución como es la justicia.
Dr. Rodolfo Pérez Vásquez
Director Programa de Derecho
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