Follet, Ken - La caída de los gigantes

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y también Walter. ¿Por qué no pensaba Fitz en todo eso? Maud sintió ganas de gritar de
rabia.
Mientras la joven trataba por todos los medios de encontrar los términos adecuados,
uno de los otros invitados terció en la conversación, y Maud lo reconoció como al jefe
de la sección de Internacional de The Times, un hombre llamado Steed.
- Puedo decirle que ha habido un burdo intento por parte de un entramado financiero
in ternacional judíogermánico de forzar a mi periódico para que respalde la neutralidad dijo.
La duquesa frunció los labios: detestaba el lenguaje de la prensa sensacionalista.
- ¿Qué le hace decir eso? -preguntó Maud fríamente a Steed.
- Lord Rothschild habló ayer con nuestro director financiero -dijo el periodista-.
Quiere que moderemos el tono antigermánico de nuestros artículos en el interés de la
paz.
Maud conocía a Natty Rothschild, que era liberal.
- ¿Y qué opina lord Northcliffe de la propuesta de Rothschild? -inquirió ella.
Northcliffe era el propietario de The Times.
Steed esbozó una sonrisa maliciosa.
- Nos ha ordenado publicar hoy un editorial aún más contundente. -Recogió un ejem
plar de una mesa auxiliar y lo mostró ante todos-. «La paz no obra a favor de nuestros
inter eses» -citó textualmente.
A Maud no se le ocurría nada más execrable que abogar públicamente por la guerra, y
vio que incluso Fitz despreciaba la actitud frívola del periodista. Estaba a punto de decir
algo cuando su hermano, haciendo gala de su exquisita cortesía habitual aun con los
más creti nos, cambió de tema.
- Acabo de entrevistarme con el embajador francés, Paul Cambon, a la salida del
Minis terio de Exteriores -explicó-. Estaba tan blanco como ese mantel de ahí. Me ha
dicho: «Ils vont nous lacher. Nos van a abandonar a nuestra suerte». Había estado con
Grey.
- ¿Y sabes qué le había dicho Grey para disgustar a monsieur Cambon de ese modo?
- preguntó la duquesa.
- Sí, Cambon me lo ha contado. Por lo visto, los alemanes están dispuestos a dejar en
paz a Francia si promete mantenerse al margen de la guerra… y si los franceses
rechazan esa oferta, los británicos no se sentirán obligados a defender el territorio
francés.
Maud sintió lástima por el embajador francés, pero el corazón le dio un brinco de
alegría ante la perspectiva de que Gran Bretaña pudiese quedar al margen de la
contienda.
- Pero Francia no tiene más remedio que rechazar esa oferta -afirmó la duquesa-.
Firmó un tratado con Rusia según el cual ambos países deben acudir en auxilio del otro
en caso de guerra.
- ¡Exactamente! -exclamó Fitz, furioso-. ¿Qué sentido tienen las alianzas inter
nacionales si se rompen cuando surge una crisis?
- Eso es absurdo -dijo Maud, sabiendo que estaba actuando con insolencia, pero le
traía sin cuidado-. Las alianzas internacionales se rompen cada vez que resulta conveni
ente. Esa no es la cuestión.
- ¿Y cuál es la cuestión, si puede saberse? -replicó Fitz en tono glacial.
- Creo que, sencillamente, Asquith y Grey tratan de asustar a los franceses
enfrentándolos a la realidad: Francia no puede derrotar a Alemania sin nuestra ayuda. Si
creen que tienen que ir solos a la guerra, entonces tal vez los franceses cambien de idea
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