Follet, Ken - La caída de los gigantes

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gobierno se negaron a dimitir y fueron elegantemente expulsados del partido. La fecha
de las elec ciones estaba prevista para el 14 de diciembre. Para dar tiempo a que los
votos de los solda dos fueran enviados desde Francia y recontados, los resultados no se
anunciarían hasta después de Navidad.
Ethel empezó a elaborar el plan de campaña de Bernie.
II
El día después del armisticio, Maud le escribió a Walter en el papel de carta con
emblema de su hermano y echó el sobre al buzón rojo de la esquina.
No tenía ni idea de cuánto tardaría en restablecerse el servicio postal normal, pero,
cuando sucediera, quería que su sobre estuviera en lo alto del montón. Había redactado
su carta con sumo cuidado por si todavía había censura: no mencionaba su matrimonio,
sino que decía simplemente que esperaba que pudieran retomar su antigua relación
ahora que sus países habían firmado la paz. Tal vez la carta fuese arriesgada de todas
formas, pero ella estaba desesperada por saber si Walter seguía con vida y, en tal caso,
por verlo.
Temía que los victoriosos aliados quisieran castigar al pueblo alemán, pero el
discurso de Lloyd George ante los parlamentarios liberales de ese mismo día había sido
tranquilizador. Según los periódicos de la tarde, había dicho que el tratado de paz con
Alemania debía ser justo y recto. «No debemos permitirnos ningún sentimiento de
venganza, ningún espíritu de codicia, ningún deseo avaricioso de pasar por alto los
principios fundamentales de la rectitud.» El gobierno se opondría decididamente a lo
que él había llamado «una idea de venganza y avaricia miserable, sórdida, básica». Eso
la animó. La vida para los alemanes, de todas formas, ya sería bastante dura.
Sin embargo, a la mañana siguiente se horrorizó al abrir el Daily Mail en el desayuno.
El artículo principal llevaba el título de «Los hunos deben pagar». El artículo
argumentaba que había que enviar ayuda alimentaria a Alemania… solo porque «si
Alemania muriera de hambre, no podría pagar lo que debe», y añadía que había que
procesar al káiser por crímenes de guerra. El periódico avivaba las llamas de la
venganza publicando en lo alto de su sección de cartas al director una diatriba de la
vizcondesa Templetown titulada «Fuera los hunos».
- ¿Durante cuánto tiempo se supone que debemos seguir odiándonos? -le preguntó
Maud a tía Herm-. ¿Un año? ¿Diez? ¿Para siempre?
Sin embargo, Maud no debería haberse sorprendido. El Mail ya había orquestado una
campaña de odio contra los treinta mil alemanes que vivían en Gran Bretaña al inicio de
la guerra; la mayoría residían en el país desde hacía años y lo consideraban su hogar. A
con secuencia de ello se habían roto familias, y miles de personas inofensivas habían
pasado años en campos de concentración británicos. Era estúpido, pero la gente
necesitaba odiar a alguien y los periódicos siempre estaban dispuestos a avivar el fuego
del rencor.
Maud conocía al propietario del Mail, lord Northcliffe. Igual que todos los grandes
hombres de la prensa, creía sinceramente en las tonterías que publicaba. Su talento era
el de expresar los prejuicios más ignorantes y necios de sus lectores como si tuvieran
sentido, de modo que lo vergonzoso parecía respetable. Por eso compraban el periódico.
También sabía que Lloyd George había desairado personalmente a Northcliffe no
hacía mucho. El engreído lord de la prensa se había propuesto a sí mismo como
miembro de la delegación británica para la próxima conferencia de paz, y se había
sentido ofendido al recibir el rechazo del primer ministro.
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