TRISTRAM SHANDY y su traducción

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elcuaderno
TRISTRAM SHANDY EN IMÁGENES
Número 54 / Marzo del 2014
TRISTRAM SHANDY
y su traducción
Juan Gabriel López Guix • Agra-
dezco a El Cuaderno la
oportunidad de comentar
mis impresiones como
traductor al castellano de
una versión del Tristram
Shandy de Lawrence Sterne
realizada por el dibujante
Martin Rowson, colaborador habitual de periódicos
británicos tan prestigiosos
como The Guardian, The
Times o The Independent
on Sunday, entre otros, y
siento que lo apropiado sería comenzar ob ovo, como
dice Horacio, por más que
él mismo no recomiende
realmente ese proceder; sin
embargo, al mismo tiempo
soy consciente de que semejante forma de actuar entra
en flagrante contradicción
con la salvedad incluida en el correo
electrónico con la propuesta de colaboración y según la cual esta debería
tener «8.000 caracteres con espacios». No haré, por lo tanto, ninguna
referencia al modo en que los azares
de la vida me llevaron a la profesora de
traducción y traductora Belén Santana, quien a su vez me llevó a Enrique
Redel y a su encargo editorial para
Impedimenta; ni tampoco al modo
en que muchos años antes la natural
concatenación de etapas a lo largo de
un proceso de formación intelectual
me había llevado primero a la versión
de Javier Marías y luego al propio
Sterne. El caso es que, en el otoño del
2013, Redel llamó perentoriamente a
mi puerta llevando de la mano a Rowson llevando de la mano a Sterne y no
tuve más remedio que sumarme a esa
alegre compañía. La versión de Rowson es muy atractiva. Su traducción
del libro de Sterne al formato gráfico
ofrece una brillante apropiación de la
obra, libre y muy respetuosa al mismo
tiempo. Libre porque Rowson interpreta con agudeza la obra, compensa
de algún modo las referencias evidentes para los lectores contemporá-
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neos con guiños gráficos extraídos de
la historia del arte (Piranesi, Hogarth,
Constable, Leonardo) o la cultura
contemporánea (Oliver Stone, Tom
Cruise, Meryl Streep) y explicita el elemento sexual que solo está aludido en
el libro de Sterne. También introduce
chistes más o menos privados, como
la presencia de Salman Rushdie en el
lugar de Judas Tadeo en su peculiar
representación de La última cena de
Leonardo; o una enigmática figura
asada al espetón en un infierno plagado de citas de Dante, que se resulta ser
Peter Straus, el editor de Picador que
le propuso la realización de su versión
gráfica. Ahora bien, al mismo tiempo
Rowson se muestra muy respetuoso
con Sterne no solo porque mantiene
la literalidad del texto original, sino
porque cuando se toma libertades lo
hace en un espíritu plenamente shandiano. La primera viñeta es ilustrativa
en este sentido. El bocadillo contiene el inicio del texto de Sterne en el
que Tristram, el narrador, comienza
a referir desde el principio su vida a
un grupo de oyentes (narratarios, en
jerga técnica); Rowson sitúa la escena
en un espacio cerrado inspirado en las
cárceles imaginarias de Piranesi, que
LAWRENCE STERNE + MARTIN ROWSON
resulta ser el escroto del progenitor.
Dos narratarios están dibujados con
los rasgos de Virginia Woolf y James
Joyce; junto con un tercero, un personaje anónimo objeto de diferentes
slapticks, acompañarán a Tristram a
lo largo de la obra. La elección de esas
dos figuras centrales de la modernidad refleja con dos simples caricaturas el modo en que no podemos dejar
de leer la obra, es decir, a través del
filtro de nuestro tiempo. En segundo
plano, además, descubrimos al propio
Rowson, dibujando con ayuda de una
pluma de ganso. También él, junto
con un fiel acompañante canino, Pete,
se sumará al grupo de espectadores;
pero lo hará desde una posición superior, metanarrativa, comentando
críticamente la obra, parodiando algunas escuelas críticas modernas (como la deconstrucción o los estudios
de género) y, lo que es peor, haciendo
chistes al respecto.
Supongo que todos los traductores
albergamos miedos privados. Si hago
un ejercicio anamnésico, creo que
acabaré concluyendo que fue consecuencia de la impresión causada en mí
por un texto de Augusto Monterroso
llamado «Llorar a orillas del río Ma-
pocho», donde ese maestro del relato
breve cuenta su calvario al traducir un
cuento de Ellery Queen en el que hay
un crimen entre jugadores de béisbol;
que fue consecuencia, digo, de ese texto que siempre he temido tener que
enfrentarme como traductor a alguna
descripción de ese juego o, peor, de un
partido de críquet. Durante un tiempo temí también el fútbol americano,
pero ya no, porque tuve que enfrentarme a él en un capítulo de Todo un
hombre de Tom Wolfe. El caso es que
desde mi primera lectura de Tristram
Shandy siempre había mirado con
distanciamiento y cierta tranquilidad
de ánimo la palabra inglesa hobbyhorse, que aparece en el capítulo vii
y otros lugares; con tranquilidad,
porque existen excelentes versiones anotadas en castellano y porque
— aunque la solución ofrecida en ellas
(«hobby-horse» y «caballo de juguete») no me dejaba del todo satisfecho
y alguna vez (cuando topaba con Sterne o llegaba hasta él por asociación
de ideas) me he encontrado a lo largo
de los años preguntándome distraídamente de qué otro modo podría
traducirse el término—, en realidad
el problema ya no era de mi incum-
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bencia. Sin embargo, varias décadas
después de mi primer encuentro con
ella, la palabra me interpeló a bocajarro en el otoño del 2013, me arrinconó
y me fue imposible zafarme de ella. Se
trata de un término sobre el que Fernando Toda, otro traductor y profesor
de traducción, escribió lo siguiente en
sus notas a la versión de Antonio López de Letona publicada por Cátedra:
«Hobby-horse. Manía, tema o empeño predilecto. Es muy difícil dar una
traducción adecuada. Literalmente
significa ‘caballito de juguete’, y Sterne juega continuamente con la idea
de montarse o apearse de él. En el siglo xviii conservaba además el sentido de ‘prostituta’, con el que aparece
por ejemplo en Shakespeare […], y
en algunos momentos Sterne parece
aprovechar la ambivalencia».
Cuando uno se ve obligado a enfrentarse a los propios miedos y a las
dificultades de apariencia insuperable,
lo mejor es recordar la letanía contra
el miedo de las bene gesserit de Dune
y no perder la cabeza: buscar, investigar, preguntar, analizar el problema
con frialdad. «Cool head maint’ing»,
dice en pigdin hawaiano un personaje de la novela de Tom Wolfe [•]
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[tristram shandy •] citada más arriba,
un consejo que en mi traducción se
convirtió en «cabeza fría primero cosa». Se trata de un consejo útil donde
los haya. «À nousdeux», pensé entonces. En la versión gráfica, los caballitos de juguete aparecen dibujados, y
TRISTRAM SHANDY EN IMÁGENES
consideré que esa explicitación sin
necesidad de palabras de la referencia al juguete infantil me facilitaba en
cierto modo el trabajo; aunque por lo
general los comentarios metanarrativos de Rowson, sus juegos lingüísticos y su adición de capas de ironía
hicieron mucho más compleja mi
tarea. La instrucción de traducción
que seguí fue tratar de encontrar una
formulación que mantuviera la ambigüedad mencionada por Toda y que,
en los diferentes contextos, pudiera
orientarse hacia una interpretación
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de tipo sicalíptico. Tras las pertinentes investigaciones y consultas, me
resolví por «obsesión»: «Su obsesión,
señora, a la que mi tío se montaba con
mucho placer».
Mi versión de la novela gráfica de
Rowson tiene unas 28.000 palabras;
hasta ahora apenas he hablado de una
y ya he ocupado el espacio asignado.
Calculo que a este ritmo, para hablar
de la traducción de forma más o menos completa, necesitaría 224 millones de caracteres con espacios, es decir, a 200.000 caracteres con espacios
por ejemplar, 11.200 ejemplares de El
Cuaderno, o 933,3 periódico años de
publicaciones mensuales. Quizá lo
más prudente sea que lo deje aquí. Solo añadiré que no ha sido el menor de
los placeres que me ha proporcionado
esta traducción descubrir en mí unas
capacidades traductoras que hasta
ahora desconocía: mis habilidades para traducir del grecoinglés al grecastellano. Rowson (como Sterne) incluyó en su versión algunas palabras en
griego, y eso me ha dado a mí ocasión
de verter con elegancia (dejemos de
lado, llegados a este punto, toda falsa
modestia) «Υοτθeφυκ?» (Whatthefuck?) por «¿Κἐ καραχο?». ¢
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