R4 b LATERCERA Domingo 27 de marzo de 2016 Rosario Guzmán E. Periodista Carta abierta a mi hermano Jaime Al cumplirse 25 años del asesinato del fundador de la UDI, Jaime Guzmán, su hermana Rosario señala que, de haber sido citado, el entonces senador habría declarado en contra del general (R) Pinochet por su responsabilidad en las violaciones a los DD.HH. Querido Jaime: El próximo viernes 1 de abril se cumplen 25 años de tu asesinato. Sólo porque estoy en deuda contigo decidí escribirte esta carta abierta. Espero morir tranquila y en paz (escuchando el Réquiem de Mozart) habiéndote pedido perdón públicamente y después de contarte un par de cosas que sé te inquietaban sobremanera y que si no te las cuento yo, no te las contará nadie. Muchos te echamos de menos en el silencio de nuestros corazones. Los que te han satanizado volverían a matarte una y mil veces, hoy bajo el cargo de “cómplice pasivo”. Y no faltan los que prefieren no nombrarte, porque te convertiste para ellos en una piedra en el zapato. Con razón: el mundo ha cambiado en 180 grados. Los códigos vigentes están a años luz de los que imperaban hace cuatro décadas, en tiempos de la Guerra Fría, y que explicaban en parte tu obsesión por la “democracia protegida” reflejada en la Constitución que redactaste y que tantos enemigos te ha granjeado. Muchas veces he pensado que de estar vivo, habrías sido tú mismo el que habría impulsado cambios medulares a esa Constitución que ya no era la que el país necesitaba. Porque tú eras una persona capaz de evolucionar, sobre todo en el ámbito de las ideas, por conservador que fueras. Yo, al menos, de todo lo que redactaste me quedo con tus Escritos Espirituales. Comparto con Umberto Eco (nunca imaginé que a partir de El Nombre de la Rosa llegaría a coincidir con tantos de sus pensamientos) que sentenció: “Nadie puede juzgar el período en que vive”. Por otra parte, espero que un historiador juicioso escriba algún día tu biografía, consignando tu historia personal -la verdadera, no la oficial-, que es donde suele originarse nuestra propia cosmovisión. Déjame contarte que en nuestro querido país esquina con vista al mar (que gracias a Dios está harto mejor que el resto del mun- do) no hemos podido liberarnos del maniqueísmo irreductible que nos caracteriza: seguimos siendo incapaces de integrar el bien y el mal, cuerpo y alma, razón y emociones, Estado y mercado… Vemos todo en blanco y negro. Dividimos a las personas en buenas y malas, creyendo siempre que los buenos somos nosotros y los malos, los otros. El día que tomemos conciencia de nuestra propia miseria, pienso, podremos atenuar esos impulsos incontrolables de linchar al otro. Tú al menos te hacías cargo de tus acciones y omisiones, exponiéndote incluso a la muerte. No usabas el “marketing” para maquillar tu imagen. No culpabas a otros ni eludías responsabilidades. No convertías en enemigo personal al que pensaba distinto, aunque sí combatías sus ideas con una agudeza e ironía a ratos insoportables, hay que decirlo. Cuando te acribillaron a balazos a la salida del Campus Oriente de la PUC, donde dictaste tu última clase de Derecho Constitucional, los asesinos dictaminaron que no merecías vivir. Así piensan los asesinos -de un lado y otro- respecto de sus víctimas. Pero lo que mata finalmente no es el fusil, ni la metralleta, ni las bombas: es el odio. Sin odio no hay asesinatos. Desactivado el odio no se empuña el arma. Por eso, alimentar el odio -lo que puede hacerse a lo largo de los siglos- es tanto o más grave que jalar un gatillo cumpliendo órdenes superiores. Unos fueron asesinados y desaparecidos en dictadura, a ti te mataron en democracia. Gracias a Dios, nosotros pudimos darte sepultura. En todo caso, si supieras lo que el odio hace cada cierto tiempo en la tumba en que pusieron tu cuerpo, me habrías hecho caso, estipulando que incineraran tu cadáver, lanzando las cenizas al mar o a la Tierra que te vio nacer… Después de 25 años, pareciera que los astros se han confabulado para impedir el esclarecimiento del crimen. Todo el proce-