CELOS Miraba sus manos, antes eran fuertes y ágiles, suaves y tiernos para acariciar. Todo eso había pasado ya. Tan solo unos minutos más y su destino sería sellado en la cámara. Un momento de locura e inconsciencia le llevó a realizar el acto más atroz cometido por el ser humano, quitarle la vida a otra persona. Mientras cavilaba todo esto y rememoraba una y otra vez el acto aberrante, los guardias se iban acercando hasta el por ese pasillo corto y angosto. El plato con la comida aún sin degustar, los uniformados lo miraban por entre medio de los barrotes, como indicándole con la mirada que coma, que otra cosa ya no le quedaba hacer. Con lentitud comenzó a cortar la carne, la pidió de la misma forma que ella se la preparaba, condimentada y con una salsa picante que necesitaba de litros de agua para aplacar la picazón. Las lágrimas en sus ojos no eran por la comida picante, recordaba su amor, su mujer que era su amiga y amante. Doce años de casados, maravillosos años dorados, paseos y viajes que quedaron imborrables en su mente. Noches y noches de amor suave y fogoso, jadeantes y transpirados rogaban que su amor no terminara nunca. Pero esto quedo atrás el mismo día que encontró a su mujer en la cama con otro hombre, al verlos gimiendo de placer en la misma cama donde el la hacía gozar fue demasiado para él. Mordiéndose el puño de la mano para no gritar de dolor y odio, su furia fue tan grande que la sangre comenzó a correr por entre los dedos. Ciego de celos corrió hasta el armario en donde estaba su escopeta, los cartuchos se deslizaron con un chasquido y mientras volvía a subir las escaleras escuchaba el placer final al que llegaba ella. Sus ojos se achicaron de odio, frío y mortal. El hombre aún estaba encima de ella cuando recibió el escopetazo en plena espalda. Un grito largo de horror salió de la garganta de su esposa. Al mirarlo a los ojos supo lo que le esperaba, su muerte sería lenta y dolorosa. Y así fue, le llevó dos días completos la sesión de tortura a la que la sometió. Transformó su amor en odio total y obscuro. Cuando se canso de las suplicas de ella, le arranco la lengua con una tenaza, tal así era el odio que sentía por ella. Todo su amor incondicional, se transformó en el peor y más bajo odio hacia la mujer de su vida. Cuando la estrangulo con las manos, que días antes la habían acariciado de madrugada mientras dormía y suspiraba de amor y placer, lloró por haber perdido todo lo que le llevo tanto tiempo tener y construir. Entre sollozos y gemidos guturales llamó a la policía. Los guardias le explicaron como sería, si quería que todo terminara rápido solo debía inspirar profundamente apenas el acido hiciera contacto con el agua. Mientras ajustaban las correas de sus brazos y piernas, un cura le explicaba que si se arrepentía no iría al infierno, que Dios lo llevaría a su paraíso perdonándoles sus pecados. La mirada de odio hacia el cura le mostró que se cagaba en Dios y su paraíso. El gas comenzó a salir debajo de sus pies, aguantó la respiración hasta que no pudo más, exhaló todo el aire contenido y tomo el gas en una sola inspiración profunda. Se miró una vez más las manos con las que acarició dulcemente a su mujer durante doce años, en ese preciso instante murió.