los hijos de efraín

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LOS HIJOS DE EFRAÍN
APUNTES PARA EL ESTUDIO PERSONAL
La parábola «del hijo pródigo» debería más bien llamarse la «del buen
padre», porque es el padre el que ocupa el puesto de verdadero
protagonista en la historia de Jesús. Esta parábola pertenece al grupo de las
que Jesús empleó para explicar a los que le oían: así es Dios. Los
sentimientos que hay en el corazón del viejo Efraím -generosidad,
paciencia, capacidad infinita de perdón...- son la mejor imagen de los
sentimientos del corazón de Dios.
Al hablar, Jesús no empleaba un lenguaje abstracto de ideas y conceptos.
Se expresaba con imágenes. En esta parábola -sin nombrarlo- dice cómo es
el perdón de Dios. Lo describe con varios símbolos. Cuando Efraím
recobra a su hijo perdido, lo viste con una túnica nueva: en Oriente
regalar un vestido es señal de gran aprecio y en el lenguaje bíblico el
vestido nuevo es un símbolo de que ya ha llegado el tiempo de la
salvación. Le da también un anillo y le pone sandalias: el anillo es señal
de que se entrega a otro toda la confianza; las sandalias son señal del
hombre libre (los esclavos iban descalzos, no las usaban nunca). Por
último, el banquete: sólo se comía carne en días muy especiales. Comer
juntos a la misma mesa era señal de que el pasado estaba del todo
olvidado, señal de plena comunión. A partir de todas estas imágenes Jesús
describe cómo perdona Dios al que se convierte y vuelve a él.
La parábola tiene dos partes. Habla de dos actitudes ante ese modo de ser
de Dios: la de los dos hijos. Para los dos, el padre es el mismo:
comprensivo, dispuesto al perdón. Para los dos tiene los brazos abiertos.
Pero el hijo mayor no participa de la alegría. No ha obrado nunca mal
durante su vida, pero tampoco ha comprendido quién es su padre. Con esta
historia Jesús está haciendo una invitación a los que «cumplen», a los que
se creen buenos y justos, para que se alegren viendo cómo los que
siempre estuvieron fuera -los hermanos menores- se sientan también a la
mesa y participan de la fiesta. Para hombres como el hermano mayor el
Evangelio siempre es un escándalo. No sólo quisieran que por sus méritos
acumulados -oraciones, cumplimiento de los mandamientos, sacrificiosDios les diera a cambio el cielo, sino parece que aún les interesa y satisface
más el que se lo quite a los otros, a los malos, a los pecadores. Es una
actitud tristemente frecuente entre muchos que se llaman cristianos.
Jesús comparó a Dios con el padre de gran corazón de esta historia. Y
enseñó a sus discípulos a llamar a Dios con el nombre de «Padre», como lo
hizo él siempre. En todos los libros del AT se dice que Dios es Padre y que
actúa con sus hijos, los hombres, como un padre, pero en ninguna ocasión
alguien se dirige a él llamándole «Padre mío». (Existe la invocación
«Padre nuestro», pero en oraciones colectivas, hechas en nombre de todo el
pueblo). La confianza inmensa con la que Jesús se dirigía a Dios, al que
invocaba más que como «padre», como «papá» (= «abbà»), usando la
misma palabra aramea con la que los hijos se dirigían familiar y
cariñosamente a su padre, es una característica singularísima de su
personalidad. En toda la extensa literatura de oraciones del judaísmo
antiguo no se encuentra ni un solo ejemplo en el que se invoque a Dios
como «Abbá», ni en las plegarias litúrgicas ni en las plegarias privadas. En
este punto, Jesús no fue heredero de la tradición de sus antepasados, sino
que abrió un camino nuevo, inédito, lleno de consecuencias teológicas que
nos permiten conocerlo a él más profundamente y, por él, conocer
definitivamente a Dios, nuestro «papá».
(Lucas 15, 11-32)
(Apuntes tomados del libro de JOSÉ IGNACIO y MARÍA LÓPEZ VIGIL,
“Un tal Jesús”, Loguez Ediciones, Salamanca, 1982, págs. 251-252. Los
subrayados son nuestros).
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