Las 7 vocaciones fundamentales (Génesis 2, 4b

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Las 7 vocaciones fundamentales (Génesis 2, 4b-25)
Una lectura distinta de la formación del Hombre
Antes de cualquier vocación específica, está lo que es común a todos. En la búsqueda
vocacional, también está el riesgo de buscar siempre lo extraordinario y, de este modo,
perder lo que nos acomuna. Las vocaciones fundamentales de este texto son aquellas
de las que fácilmente nos olvidamos. El objetivo es describir lo que ya hay, porque alunas
de estas llamadas/vocaciones ya las vivimos.
Dios, a través de este relato, nos llama a vivir algunos aspectos esenciales: somos
llamados a la vida, a ser nosotros mismos, a cultivar y a cuidar, a relacionarnos, a la
intimidad, a pertenecer y a donarnos. Dios nos llama a vivir nuestra vida en un cierto
modo.
Estas vocaciones nos dicen desde dónde venimos y sobre todo hacia dónde vamos.
Vamos hacia Dios, caminamos para volvernos símiles a Él.
Premisa: de ser posible, tomarse un tiempo (entre 30’-60’) para meditar el texto.
También puede ser leído solo “intelectualmente”, pero fue creado para ser meditado
interiormente. De hecho, fue utilizado, en el 2012, en una sesión de los Ejercicios
Espirituales impartida por los padres jesuitas de Bolonia.
Hay algunos puntos, dentro de las vocaciones fundamentales, que se dejaron en
suspenso o abiertos porque en la sesión fueron entregados así. De todas formas, para el
propósito de este blog, son igualmente útiles y suficientes.
Biblia utilizada: la Biblia de Latinoamérica, Edición 86.
El día en que Yavé Dios hizo la tierra y los cielos, no había sobre la tierra arbusto ni
ninguna planta silvestre había brotado, pues Yavé Dios no había hecho llover todavía
sobre ella, ni había hombre que cultivara el suelo. Sin embargo, brotó desde la tierra un
manantial y regó toda su superficie.
Entonces, Yavé formó al hombre con polvo de la tierra, y sopló en sus narices
aliento de vida, y existió el hombre con aliento de vida.
Nos encontramos frente a Dios que con el polvo y con su aliento o Espíritu crea un ser
viviente. La primera vocación fundamental es la de ser llamados a la vida. La vida es la
base para recibir cualquier otro don. La vida la recibimos de Dios a través de la mediación
de nuestros padres.
Somos llamados a vivir nuestra vida, a estar vivos dentro de ella, a elegir todo aquello
que nos haga vivir a nosotros, al resto, aquí y ahora. No en otra vida imaginaria que
tendré en algún otro momento.
El riesgo es tratar de sobrevivir esperando de vivir. Es como decir que “la vida es aquello
que nos sucede cuando estamos ocupados en hacer otras cosas”. Generalmente, de
hecho, estamos más preocupados en lamentarnos, quejarnos, en decir “me gustaría
que, quisiera que, si no fuera de esta forma, si no hubieran sucedido estas cosas
habría...…” que no nos damos cuenta de las posibilidades ofrecidas por Dios.
El riesgo es el de vivir por debajo de los dones recibidos porque queremos otros y no
esos.
….y Yavé Dios le dio esta orden al hombre: “Puedes comer de cualquier árbol que haya
en el jardín, menos del árbol de la Ciencia del bien y del mal; porque el día que comas
de él, morirás sin remedio”.
La orden de Dios que encontramos en el verso dieciséis “y Dios le dio esta orden...”, es
una orden que a primera vista podría parecer arbitraria, en cambio en la realidad,
significa poner un límite. Tenemos que aceptar que, aun teniendo habilidades creativas
y de todo tipo, no somos el Creador. No podemos hacer todo aquello que nos gustaría
porque no somos ni infinitos ni omnipotentes.
Por lo tanto, estamos llamados a vivir como somos, hombre o mujer, a vivir nuestra
realidad que fue creada por otros (nadie se hace por sí mismo).
La segunda vocación fundamental o llamada es la de ser nosotros mismos, de
reconocerse criaturas. Reconocerse criaturas nos permite llegar a ser y convertirnos en
lo que realmente somos. Para esto, hay que aprender a ver esta orden o límite no como
una amenaza, más bien, como una posibilidad. En cierta medida, es la única posibilidad
que tenemos porque no podemos ser aquello que no somos, no podemos decidir ser el
Creador.
Nuestro límite está definido por nuestro cuerpo, pero dijimos que los límites pueden
convertirse en posibilidades: estamos invitados e llenar nuestro límite, a completarlo
con aquello que es bueno y bello, con la Vida, con la Vida de Dios. Entonces, justamente
porque tengo limite es que puedo ser llenado y colmado (posibilidad).
Otro aspecto interesante en el que podríamos meditar, es en cuerpo sexuado: tener un
cuerpo sexuado nos habla de una diversidad. Yo no soy tú, ni tú eres yo. La diversidad
para ser encontrada primero tiene que ser respetada. Hay modos propios de
comportarse y de vivir como hombre y como mujer. Hombres y mujeres no viven de la
misma manera el amor, la felicidad, la oración, la espiritualidad, el estar disponible para
los demás, el enojo, etc. Esto, mismo tiempo es un límite y una posibilidad.
El riesgo es de cancelar todas las diferencias porque no son aceptadas como posibilidad,
en cambio, son vividas como la limitación de un derecho, el derecho a ser lo que no soy.
Generalmente identificamos nuestra llamada a ser nosotros mismos con la llamada a la
libertad. En esta meditación, la libertad que más nos interesa no es tanto la libertad de
(de ser hombre, de ser mujer o ser un poco hombre y un poco mujer) si no que la libertad
para, para crear algo de bello y bueno. Una libertad que proyecta y es creativa.
Yavè tomó, pues, al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y
cuidara.
Estamos llamados a cultivar y cuidar: estamos llamados a ser responsables hacia
el mundo, a continuar la creación de Dios. La creación es vista con progresividad, se va
desarrollando. La creación nos fue dada para trabajarla, para transformarla y hacerla un
lugar mejor. Esto nos permite también a aprender a valorar nuestro trabajo en la forma
que lo ejercemos: sea como estudiantes, como dueñas de casa, como políticos, como
obrero, como profesor, etc. Allá en donde estás cultiva tu parte de mundo.
La tentación es la de hacer del trabajo el sentido de nuestra vida; de absolutizar esta
dimensión, de utilizar todas nuestras energías en esta dirección. El riesgo, entonces, es
la sobreexplotación de las posibilidades de la creación (recursos) y de la criatura
(trabajo).
Después dijo Yavé: “No es bueno que el hombre esté solo. Haré, pues, un ser semejante
a él para que lo ayude”.
Yavé entonces Dios formó de la tierra todos los animales del campo y a todas las aves
del cielo, y los llevó ante el hombre para que les pusiera nombre. Y cada ser viviente
había de llamarse como el hombre lo había llamado.
El hombre puso nombre a todos los animales, a las aves del cielo y a las fieras salvajes.
Pero no se encontró en ellos un ser semejante a él para que lo ayudara. Entonces Yavé
hizo caer en un profundo sueño al hombre y éste se durmió. Y le sacó una de sus
costillas, tapando el hueco con carne. De la costilla que Yavé había sacado al hombre,
formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces el hombre exclamó: esta sí es
hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona porque del varón
ha sido tomada.
Estamos llamados a la relación, a relacionarnos, a vivir unos con otros, a compartir
nuestra vida con los otros. Toda la creación es un ejemplo de esta relación. Estamos
llamados a entrar en relación, en una cierta manera, con toda la realidad, nombrándola.
El hombre no encontró a nadie le correspondiese o ayudara, no encontró a nadie que se
le pudiera poner de frente, cara a cara. La realización de esta voluntad no es fácil, es un
camino difícil. En el relato del Génesis, Adán tiene que decir varios nombres y varios
“no” antes de poder llegar al “si”, antes de poder llegar al regocijo del encuentro con
Eva (…“esta sí que es hueso de mis huesos”…). Primero tuvo que aprender a estar en
soledad para poder estar con Eva.
Los riesgos: el de cansarse prontamente durante esta búsqueda, ser solitarios, ser
autosuficientes y no necesitar de nadie; o, contrariamente, depender de alguien, no
poder estar solo, no poder soportar el esfuerzo y el peso de la búsqueda porque no se
estar bien con migo mismo.
Los dos estaban desnudos, hombre y mujer, pero no por eso se avergonzaban.
La quinta vocación fundamental: estamos llamados a la intimidad. Estas llamadas están
relacionadas entre sí en ciertas y etapas son progresivas: si vivo la llamada a la relación,
puedo entrar en intimidad. Solamente después que llegamos a ser capaces de entrar en
relación es que podemos revelarnos, destaparnos, descubrirnos, permitir que nos
conozcan, entregarnos tal y como somos. La vocación a la intimidad es aquella en donde
no hay máscaras, dejas caer la necesidad de parecer distinto, deja de importar la
pregunta ¿qué pensará de mí?, no temes mostrarte frágil. No te avergüenzas de tus
razonamientos, de tus conquistas, de tus dificultades porque las puedes compartir con
alguien de confianza. En este camino aprendes a distinguir las personas de confianza y
del resto.
Los riesgos: el primero es el de presentarse siempre con vestidos y máscaras distintos
según la ocasión. El segundo, hablar mucho de sí mismo pero sin hacerse conocer, dar
giros con las palabras y no permitir que los otros nos conozcan ni posen su mirada en
nosotros.
Por eso el hombre deja a sus padres para unirse a una mujer, y son los dos una
sola carne.
Estamos llamados a pertenecer: saber que hay alguien que nos quiere, para el cual
valemos, para el cual somos preciosos. Tú sabes que le perteneces porque experimentas
su amor, su protección. Sales de la soledad porque hay alguien que puso un velo sobre
tus defectos y tus debilidades; en cambio, promueve tu originalidad, tu unicidad. Sabe
asombrarse de ti.
La sexta vocación está relacionada a la séptima: estamos llamados a entregarnos, a dar
la vida.
Es la vocación reciproca de la anterior porque estoy llamado a descubrir que alguien es
importante para mí y a entregarme para hacerla feliz. Requiere de un entrenamiento
diario: en nuestra cotidianidad existe la posibilidad de vivir esta entrega, dentro de esta
vida discreta y simple que casi ni se nota.
Es una etapa necesaria para salir de la adolescencia, del querer entregarse bajo el lente
de las cámaras, superar la extraña costumbre de esperar una vocación excepcional.
El riesgo es hacer las cosas por deber, no darse cuenta de la belleza de la creación, de
poder donar, de poder dar la vida.
Dios crea porque es feliz de comunicar al resto su Vida, de hacer feliz. Para Él es hermoso
crear, no es un deber.
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